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Viejo, pero nuevo
Por Bill Johnsson
Él ha venido a la iglesia, ese hombre viejo y frágil. No se pierde un servicio, a pesar de que está tan débil que parece que una ráfaga de viento podría recogerlo y llevárselo.
Ya no puede caminar, sus piernas son inútiles. La única forma en que se mueve es haciendo que alguien lo cargue. Así es como llegó a la iglesia este día: llevado por alguien. ¡Llevado! Su mente se remonta a los días en que su cuerpo era fuerte y alto, cuando los músculos sobresalían de los brazos y el pecho, cuando trabajaba duro día tras día sin ningún problema. Fue entonces cuando comenzó la historia de amor.
Toda la gente de la iglesia ama a ese viejo caballero. Es un santo, un hombre de Dios. Él sabe mucho, tiene tantas historias que contar. Especialmente la mayor: la historia de su vida. Es una historia fascinante. Es una historia de amor. Su mente todavía está aguda, trayendo de regreso las palabras y eventos que han significado tanto para él.
Es hora de que comience la iglesia. Lo llevan a la reunión de amigos, hombres y mujeres que adoran
Viejo, pero nuevo
Queridos amigos, no les escribo un mandamiento nuevo, sino más bien uno antiguo que han tenido desde el principio. Ese mandamiento antiguo —ámense unos a otros—e s el mismo mensaje que oyeron antes. Sin embargo, también es un mandamiento nuevo. Jesús vivió la verdad de este mandamiento, y ustedes también la viven. Pues la oscuridad está desapareciendo, y ya brilla la luz verdadera (1 Juan 2:7-8, NTV).
al judío, Jesús de Nazaret. Esa iglesia es un edificio muy simple, una casa privada. No tiene cruz, ni campanario. En esa ciudad no se ve una cruz o campanario en ninguna parte. La religión cristiana no es reconocida, no tiene valor legal. Uno adora a Jesús de Nazaret bajo su propio riesgo. Puede uno ser arrestado, arrojado a la cárcel, o algo peor. Podría costarle la vida.
Así que los seguidores de Jesús tienen que tener cuidado. Mantienen un perfil bajo, revisan a las personas antes de invitarlas a unirse en adoración. Los espías están ahí fuera, listos para tener la oportunidad de denunciarlos a las autoridades.
En esa ciudad, Artemisa es el objeto de adoración. Esa ciudad es, de hecho, el centro de su culto. La gente viene aquí de cerca y de lejos para rendirle homenaje. Compran pequeñas réplicas de plata para sus santuarios domésticos. Artemisa es una figura negra femenina. Como diosa de la fertilidad, su cuerpo tiene muchos senos. ¿Incapaz de tener un hijo? Ven a Artemisa, pídele que te ayude a quedar en estado.
Su templo, ubicado a las afueras del perímetro de la ciudad, es enorme. Sus altas columnas de mármol tocan el cielo. Ese templo es tan grande que la gente lo llama una de las maravillas del mundo. ¿Qué oportunidad tiene la adoración de Jesús de Nazaret en esa ciudad dominada por Artemisa? Aquí el negocio del templo proporciona un medio de vida para miles de artesanos que hacen las figuritas de plata.
Esa ciudad no necesita al judío. Esa ciudad es próspera y orgullosa. Construida cerca de la desembocadura del río Caístro y en la carretera principal que se extiende hacia el este, hacia la capital, esa ciudad tiene una ubicación ideal para los negocios y el comercio. Es una población antigua que se remonta a la historia. Hace siglos, un terremoto lo arrasó, pero volvió a la vida, más grande y mejor que nunca. Llamaron a la ciudad Éfeso, primera o atractiva.
El anciano ha vivido ahí mucho tiempo. No es de por aqí; creció muy lejos. Pero la historia de amor que cambió su vida lo trajo aquí muchos años antes.
Éfeso se había convertido en su ciudad. ¡Cuántas veces había bajado la colina desde la puerta de entrada hacia el norte, a lo largo del bulevar pavimentado de mármol que corría hasta el puerto! En el camino pasaba por las tiendas y letrinas públicas a la derecha, miraba a la izquierda hacia el suburbio inclinado donde los peces gordos vivían en lujosas casas decoradas con mármol y frescos. Luego bajaba la colina, y el anfiteatro aparecía a la vista. Cortado desde la ladera, su fila tras fila de asientos de piedra se elevaban bruscamente desde el escenario.
Su acústica era increíble: una persona podía hablar con una voz normal en el escenario y 25.000 personas escuchaban cada palabra.
Sin duda, Éfeso lo tenía todo: un hermoso entorno natural, la amplia vía pública, riqueza, prosperidad y, sobre todo, el magnífico templo dedicado a Artemisa. Ciertamente, esa era la primera, una ciudad que desear.
Para el anciano y su rebaño, sin embargo, Éfeso era una historia diferente. Los seguidores de Jesús no se unían, no podían, a los festivales religiosos centrados en Artemisa. No encontraban placer en asistir a las actuaciones inmorales en el teatro o unirse a la multitud sedienta de sangre en sus viciosos espectáculos deportivos.
Los cristianos en Éfeso marchaban al ritmo de un tambor diferente. Y el anciano, el venerado a quien llamaban «el Anciano», había sido su pastor durante muchos años. No sólo para los creyentes en Éfeso, sino que también las congregaciones en
las ciudades cercanas de Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea habían recurrido a él para liderazgo espiritual.
Él es muy amado. Todo su ser irradia amor. Su rostro brilla con amor. Él es como el amor encarnado.
Aunque su cuerpo es débil, sus ojos brillan con una luz insaciable. No puede predicar mucho en estos días, pero en ocasiones consiente en dar un mensaje. Hoy es uno de esos días. Lo apoyarán y se reunirán cerca para captar cada palabra. «Anciano, ¿cuál es tu tema hoy?», pregunta alguien. «Amor, mi amado, amor».
«Pero eso es de lo que hablaste la última vez. De hecho, parece que eso es lo que siempre predicas».
«Lo sé, lo sé. Siempre predico sobre el amor, el amor de Dios y cómo debemos amarnos unos a otros, porque de eso se trata. Eso es lo que nuestro Señor Jesús nos enseñó: Dios es amor y cuando amamos moramos en Dios».
Esta historia proviene de una antigua tradición cristiana.
William G. Johnsson, ex editor de la Adventist Review, escribe desde Loma Linda, California. Este artículo está tomado de un libro que pronto será lanzado por Oak & Acorn Publishing, Living in Love.