Todo arte es el intento de trascender un límite, aunque sea el límite del propio arte. Quizá sea por esto que la palabra y la imagen se persiguen como amantes desde el principio de su historia, rescatándose y rescatándonos de tantas cárceles que no podemos evitar. Escapemos pues por las puertas secretas que nos abren estos relatos, estas ilustraciones, y descubramos hacia dónde nos llevan. ¿Qué otras fábulas y colores pueden nacer del viaje?. Pero antes de partir, agradezcamos la generosidad de quienes confiaron sus palabras a las manos de las alumnas y alumnos del ARGG 0212 de Ilustración de Colón-IECM y a la intrepidez del timonel de este navío, nuestro profesor Paco Rosco. Ana Castelbón
El adiรณs Autora: Cita Franco Ilustradora: Clara Gil
El adiós Ser el reflejo de alguien que en su día te deslumbró es la manera natural que tiene el amor de mostrarse inalterable, fuerte, irrompible, eterno. Lo más bello del amor es cuando se convierte en admiración. Entonces el sentimiento pasa a otra dimensión, los te quiero no tienen fuerza suficiente para expresar el afecto, todas las caricias son pocas y las sonrisas se hacen cortas. En ese momento pasas a ser la última persona en el mundo capaz de amar con tanta fuerza. Imaginas una vida imposible sin su presencia y te induces a pensar que morirás cuando esa persona se marche. Hasta que
llega la hora de la verdad. El momento del adiós. Entonces, además de renegar de lo humano y maldecir lo divino, te planteas si merece la pena seguir caminando sin guía, piensas que la broma más macabra de la vida es tener que vivirla y tu zona de confort se sitúa en lo oscuro. Adiós, la única palabra que puede abrasar el alma. Cinco letras y una tilde capaces de derrumbar los muros de toda conciencia, arrancar a jirones cualquier coraza y unirse victoriosas para volver a ser pronunciadas como si fuera la primera vez. En ocasiones no se trata
más que de una simple despedida, un hasta luego disfrazado de distancia, un emplazamiento. Pero cuando el adiós no se dice, cuando se siente, esas veces que tu corazón te anuncia que no hay vuelta atrás, la sangrante palabra se convierte en la mayor mordida del presente, del destino. En un golpe que sabes no soportarás, pero con el que aprendes a vivir de la mano y te resignas a seguir encajando sin saber cuándo ni dónde te dará la próxima hostia. El adiós definitivo, el que no tiene vuelta atrás, siempre genera nostalgia. A veces pasajera, de la que precisa de un puñado de días para ser guardada en algún rincón de la memoria, y otras, condicionante, haciendo que te acostumbres a su presencia y a sus visitas inesperadas. Y se fue. Se marchó convirtiendo su recuerdo en el dolor más dulce que he sentido nunca. En mi cruel consuelo en las noches de insomnio, la recurrente sintonía de cada una de mis lágrimas y el abrazo más amable cuando retorno a mis pesares. Siento su luz constante iluminando mi camino y aunque en ocasiones desearía que su presencia me dejase tranquila, llevándose consigo el olor a nostalgia y anhelos, sé que seré suya para siempre. Porque así lo quiso. Porque así lo quise. Porque así lo quiero.
Doble personalidad Autor: Arturo Ledrado Ilustradora: Aurora GuereĂąa
Doble personalidad Los cristales empañados; la frialdad especular de las baldosas; un colmo de cacharros sucios desbordando el fregadero. Son las cuatro de la madrugada y el barrio se estrecha y se diluye bajo la menguante luz de un puñado de estrellas. Gajo a gajo, se come —me como— dos naranjas. Pienso en su suerte —en mi mala suerte—, en lo injusto que resulta este reparto de tiempos. Él ignora la espontaneidad de su estado: no sabe que se levanta sin más y ejecuta acciones sencillas —ni siquiera hemos pelado bien las frutas—. Luego, cuando despierte y esté sólo, y, desde mi punto de vista, incompleto, nada recordará .
En esta madrugada, yo le acompaño en su periplo, atento a su relación con el medio que nos rodea; me mantengo prevenido y alerta. La historia se repite cada noche con parecida intensidad; tan sólo varía la textura, la forma o el sabor de la fruta: hoy, dos naranjas; ayer, un resto de uvas. Mi vigilia dura apenas unos instantes, un escueto paréntesis entre dos fases de su sueño. Aun así, espero que jamás se deje convencer por quienes con frecuencia le recomiendan que solicite la ayuda de los psicoterapeutas. Una respuesta positiva al tratamiento sería dramática para mí.
SueĂąos Autora: Sara Caro Ilustradora: Ă ngela Renilla Gelado
Sueños Los zapatos vacíos. Esos zapatos repletos de sueños. Se los regaló su madre antes de partir. –Para que seas el más guapo del trabajo – le dijo mientras besaba dulcemente su frente con la amargura de quien debe dejar ir. Subió a bordo con sus zapatos, con la tristeza agarrada a la garganta y el corazón cargado de ilusiones. Eran muchos pero no importaba. La noche ahogó la madrugada y al amanecer, aquellos
zapatos ahora llenos, avistaron la tierra que él jamás logró ver.
Zapatos rojos Autora: Julia MartĂnez Ilustradora: Vega BerdĂłn
Zapatos rojos No me despertaba ni el café. Fumé... sin éxito, las farolas son sol. A veces por más que intento mirar no consigo ver, hoy es uno de esos días. Volví hace ya años, volví pero no del todo. Una parte de mí se quedó con ellas; yo también soy un puñado de huesos en el desierto.
Allí no podía fumar sola, allí mi vida no valía nada, allí me sentí viva. ¿Se puede añorar lo que te daña? Demasiadas respuestas para una sola pregunta. Tomaré más café, mañana quizás vea.
Fauna aérea Autor: Jorge García Torrego Ilustrador: David García del Valle
Fauna aérea Cuando el avión perdió el control y estaba ya a punto de estrellarse contra el suelo, de los 204 pasajeros del avión 2 daban a botones desesperadamente, otros 4 habían decidido dejar de intentar tranquilizar al resto de pasajeros y ahora gritan y lloran y uno de ellos maldice el momento en que decidió estudiar para azafato y abandonar así una vida larga y feliz trabajando en la ferretería de su padre.
65 personas cierran los ojos, se agarran fuertemente a los apoyabrazos y piensan en las personas que más quieren. 1 chica joven escribe rápidamente la parte final de un poema que trata de la fugacidad de la vida. 4 ancianos piensan que podrían haber hecho más cosas en su vida o al menos mejor. Uno de ellos se acuerda de aquella chica a la que no pudo besar cuando tenían doce años y le da pena.
32 personas se dan la mano con los pasajeros de al lado, y así se sienten un poco menos solos. 6 personas no han querido darse las manos con las personas de al lado, y cuatro de ellas se arrepienten. 1 persona lleva los audífonos puestos y está mirando cosas del trabajo en el ordenador, y por eso no se ha dado cuenta de nada. 6 mujeres piensan en sus hijos y mueren de dolor. 5 hombres piensan en sus hijos y sufren. Dos de ellos creen que no fueron tan buenos padres como deberían haber sido. 1 anciana se acuerda de cómo su madre lavaba la ropa en el patio cuando ella era pequeña, se emociona y sonríe ligeramente. 9 personas han pensado en hacer el amor, pero ya es muy tarde y además los baños están ocupados. 1 anciano se da cuenta que ha tenido una buena vida, y está tranquilo. 14 personas se besan, aunque la mayoría de ellos no se habían dirigido la palabra antes. Otros 8 también se besan, pero es diferente porque estos se quieren. 23 hombres y mujeres se han quitado el cinturón de seguridad y han buscado diferentes posturas para intentar salvar mejor el impacto. 6 niños están asustados y lloran por-
que todo el mundo llora, grita o hace cosas raras.1 bebe sigue durmiendo feliz ajeno a todo. En uno de los baños del avión, 1 mujer tiene el estómago suelto y no puede hacer nada más aunque quisiera. 2 personas golpean la puerta fuertemente pidiendo inútilmente a la usuaria que salga. En el otro baño, 1 hombre se alivia efusivamente y grita. 1 chico joven tiene la foto de su novia que siempre lleva en la cartera en las manos, la mira, sonríe y se le humedecen los ojos. 1 chico también tiene la foto de su novia en la cartera, pero le da igual porque está intentando que la chica que tiene a su derecha le bese, le toque o algo. 1 chica se siente estúpidamente seducida y cede. 7 mujeres piensan en sus maridos y una de ellas también en su amante. 1 persona, que soy yo, siempre ha tenido pánico a volar.
La noticia Autora: Sara Caro Ilustradora: Elena ParĂŠs
La noticia Salió en las noticias, en los periódicos e incluso en la prensa rosa. Se comentaba en los patios de vecinas, en la peluquería y en el mercado. Todos hablaban de ello cubiertos de sangre, manchados, pero felices. Reconstruían los hechos. Mientras a unos les sorprendió paseando al perro otros sacaban la basura cuando ocurrió. Hablaban y hablaban mientras por sus rostros se escurrían enormes coágulos de sangre.
Ellos reían y escupían el líquido rojo que a veces parecía ahogarles, y saltaban de alegría en un suelo cubierto de charcos rojos y espesos. Ya no existían las rubias ni los morenos, ni los calvos, ni las feas ni los guapos… todos eran rojos, rojos sangre, pero felices. Y aún hoy hablan de aquello, de cuando su gran corazón estalló y salpicó de amor y sangre toda la ciudad.
Johnny y Ernesto Autor: Juan Bullรณn Ilustrador: Gregorio Guzmรกn
Johnny y Ernesto Johnny y Ernesto son amigos inseparables: los mejores del mundo. Están al final de otro largo viaje. Es su gran pasión. Han recorrido más de medio mundo en los últimos diez años y transcriben, en los momentos de sosiego, sus aventuras al papel. Más de diez Moleskine tiene cada uno repletos de anécdotas, lugares, descripciones, personas, fechas, detalles, dibujos, tachones, sueños, alegrías, horrores, pensamientos. Pura vida a golpe de bolígrafo. Un hermoso proyecto.
Ernesto está en la terraza de un pequeño hotel en Ciudad de Guatemala. Llueve con suavidad. Apura un cigarro bajo un sombrero de ala ancha y olvida su mirada en las cicateras farolas que palpitan con agonía en las calles de la capital. Johnny aprovecha para fisgar el último cuaderno de Ernesto. No hay fechas. No hay horas. No hay dibujos. Ni tachones. El nombre de una chica se repite en más de 20 páginas. Mañana regresan a Madrid.
Mercedes Autora: Ana Castelbรณn Ilustradora: Sara Caro
Mercedes Se casó a los dieciséis y antes de los veinticuatro ya tenía cinco hijos. La cintura desfondada aguanta el gesto resignado de sus manos, enlazadas y quietas sobre el regazo. Habla con un burbujeo y un trino porque le va faltando la dentadura. Quizá por eso, o por el dulce recuerdo del portugués en su acento o por la sencillez de su alma iletrada, a menudo lo que dice está lleno de cordura y poesía. Y también de una tristeza sin escapatoria.
Una mañana cogió al pequeño en brazos como si fuera un cordero, con ternura y descuido, y le acunó hasta dormirle. “¿No te casas?” me decía... Y riendo... “Mejor ser libre como las gaviotas...” Mirándola mecer el niño de pronto me dio miedo olvidar su imagen. La más bella, la más triste. Hay personas que parecen escritas en el agua.
El mejor amigo Autor: Arturo Ledrado Ilustrador: VĂctor CobeĂąa
El mejor amigo Cruza la calle y olisquea la conjunción de paramentos verticales. Levanta la cabeza y me descubre. Nos miramos. Somos viejos conocidos y soy yo quien da el primer paso, los brazos extendidos como símbolo de entusiasmo por el reencuentro y también como promesa de caricias. Pero ha visto la cuerda y, precedido por su sombra y por su instinto, huye de nuevo hacia el descampado.
-Vuelve. Vuelve.
Los insultos que le dirijo me duelen más a mí. Pienso en los chicos, en la cara que pondrán cuando me vean llegar de nuevo derrotado; cuando averigüen en mis manos y en mis ojos que, una noche más, cenaremos mondas de patata.
Sin carne.
Días pares Autor: Ángel González Ilustradora: Beatriz Coronado
Días pares Solo nos desnudábamos los días pares, los impares recogíamos la casa y echábamos de comer a las persianas. Justo cuando arañaba el sol ella decidía salir a sacudir las telarañas y abrillantaba los muelles del sillón. Yo cambiaba de sitio los lugares y encendía la radio junto al ventanal. Ella saltaba y reía mientras sus pezones abrazaban el tiempo y servían de cobijo a las palomas. En cada rato nos hacíamos el amor. Nos hacíamos a nosotros mismos revolcándonos sobre la infancia o quemando hormigas en el techo de la plaza del difunto. Le gustaba
sostener en los párpados el aire y acariciar el yeso de las paredes mientras se mordía inconscientemente el labio. Nos dábamos la espalda pero nos mirábamos de frente. Sudábamos en invierno y nos helábamos en verano. Solíamos recoger las lámparas del techo en época de cosecha y armonizábamos la luz en cada beso. Tendía las perdiciones en una cuerda de nailon suspendida entre las manos y siempre sonreía cuando el alba acariciaba su espalda. Aunque solo nos desnudásemos los días pares.
Hielo Autora: Sara Caro Ilustradora: Katya Marcatino
Hielo Las paredes escarchadas y el suelo cubierto de hielo que resbala. La indiferencia patina de la cocina al salón mientras la rutina rebota en la mesilla y cae sobre el colchón mojado y frío. Tú estás en la terraza con niebla en la boca y tormenta en las pestañas, tirando cubitos de hielo al sofocante verano de ahí afuera. Y yo desnuda en la bañera, envasada al vacío, te espero mirando al techo, observando como planea sobre mi cabeza lo único que nos une, la hipoteca a cuarenta años de este maldito témpano de hielo.
Gracias Autor: Jorge Torrego Ilustrador: Jose Fuentes
Gracias Riñones machacados debajo del surco del delantal y limaduras sagradas de tiempo en la encimera. Abuelas, madres, tías, hermanas, hijas, todas dentro del chapoteo y repetición de milagros cercanos y repetidos. Puñados de judías, lluvia de lentejas con chorizo, sacar a bailar el aceite con aquel tomate a punto de reventar. Especialistas en el juego de las ofertas del supermercado. Encontrar el camino para apagar el fuego del hambre de la casa, combinación de palabras de la tierra para hablar a los hijos.
Dicen que no existe el machismo, pero su alta cocina es un hombre saliendo en televisión, un hombre campeón del mundo, campeón de olores y vinos y carnes. Campeón, pero fueron su madre y su abuela las que se lo enseñaron todo. Un hombre, siempre un hombre, pero poblado de mujeres, gelatina endeble sin ellas. Alta cocina es la paella de mi abuela, impresionismo de sabores y colores, museo y templo donde su arte elástico alimenta a cinco o a quince, donde siempre hay sillas de más, donde ojalá no acaben los domingos del calendario.
Silencio sonoro Autora: Clara Gil Ilustrador: VĂctor LĂłpez
Silencio sonoro Por qué guardo lo que quisiera decirte. Por si nunca respondieras y tu silencio pasara a acompañar mis comparsas nocturnas, intimidando a los fuegos. Por si lo creyeras todo como se cree a una montaña en una mañana soleada al comienzo de la marcha, confiaras en el largo plazo de la acción del viento, y olvidaras mis grietas y mi fauna. Por si tú me contaras lo que quisieras decirme, y para mí fuese igual a nada, entonces empezara a inventar para tí, para manosearte hasta desaparecerte
aprovechando cada palabra. Por si mi fantasía se desbordara en tus orejas, y no fuera ni siquiera mía, y aún así te gustara y te la pusieras y nos arrastrara a donde acaba la realidad. Por si al hablar construyo un mito en lugar de un mundo, y dejo de apreciar cómo me crecen las flores pensando en el agua que tu traerás. Porque de nada sirve hacer verdades para otro sin haber escuchado lo que dice su pulso y sin haber dejado siquiera que la marea traiga sal a la piel.
Caer Autor: Ángel González Ilustradora: Estefanía Antolí
Caer Me fijé en ti cuando paseabas ayer sobre una calzada llena de cristales. Los semáforos seguían en verde y el tiempo caía como un boxeador a una lona de asfalto. La gente esculpe en barro aquello que le queda lejos y siempre opta por mirar fijamente a la nada. ¿Te has fijado en el mes de diciembre? Las fechas, los días, los números, parecen inertes. Todos están quietos, casi como ausentes pero no paran de moverse. Bailan alrededor bajo una obli-
cua lámpara de madera quemándote los ojos. Se atrincheran en el calendario pero disparan a dar. No dejan heridos. A veces intento arrancar las hojas, arrancarlas antes de que digan o muestren nada, y un silencio casi vertiginoso se apodera de la habitación. Es como dormir y pensar al mismo tiempo. Como saltar por una ventana al vacío; el primer paso es el importante, luego tan sólo hay que dejarse caer.
El resort que llevaba incorporado el mar Autora: Emilia Lanzas Ilustradora: Ana Castelbรณn
El resort que llevaba incorporado el mar En Madrid, cerca de donde vivo, han construido un resort que lleva incorporado el mar. Fui a verlo para poder recordar el ancestral soplo del agua. Aunque la chica de la inmobiliaria sabía que yo no podía comprarlo, tuvo la gentileza de enseñarme el piso piloto.
«Tiene, además, una terraza de 50 metros con vistas a la playa de Vaadhu... Sus luces azules», me dijo.
Tapas Autor: Ángel González Ilustrador: Víctor Majarón
Tapas Las navajas cortaban el ambiente sepia la verdad aunque nunca callara nada me comiĂł la oreja no sĂŠ si tras el tinto o rosado aunque la cosa vino de rueda al final y como de costumbre me ganĂł por las bravas
El viejo lobo Autora: EstefanĂa Lorca Ilustradora: Jenifer Lorca
El viejo Lobo Es la historia de un viejo lobo que entierra profundamente los pies en el lodo, ocultando su miedo a quedarse solo. Espera con ansia la ayuda de un pobre loco que cree que es un salvador cuando no es más que un simple bobo, pues corre el riesgo de ser devorado por el que gritó socorro. El pobre loco agarra su mano con la fuerza de un toro, aguantando cada instante como un lingote de oro, pero no encuentra más que un sueño
roto; un zapatito de cristal que se perdió en un robo. Y lo que tanto teme llega pronto; la soledad que invade a un viejo lobo. Envuelto en el triunfo y la gloria que significa estar untando en oro, se hunde profundamente con su miedo a quedarse solo.
Amores que matan Autora: Sara Caro Ilustrador: JosĂŠ Antonio SĂĄnchez
Am ores que matan Recorro cada milímetro de tu piel. Tú molesta, supongo por el calor asfixiante, me evitas, somnolienta. Te miro, hermosa, apetecible. Bebo el sudor de tus pechos, suave, sin querer despertarte. Ahí está tu ombligo coronando una sutil montaña. Dibujo espirales a su alrededor, tú sonríes entre sueños, aletargada. Sé que te gusta, lo hago más rápido y más.
Abres los ojos, me miras por primera vez. De un quiebro te incorporas como si no pesaras, y tu mano me aplasta contra tu piel. Un ala se desprende de mi cuerpo en el acto y reventado, cubierto de sangre, pienso que no hay mejor lugar que tu vientre para morir esta noche.
El cazador Autor: Jorge Torrego Ilustrador: Fernando Bardera
El cazador El cazador se esconde entre la espesa selva. Repta y se ensucia, pero no le importa. Hace ya más de media hora vio a su presa, a lo lejos, y esa visión le da fuerzas para llenarse de barro, para soportar el sol, la sed y esos remordimientos odiosos que siempre aparecen. El cazador conoce a su presa y sabe que se dirige con su pareja a una pequeña cala en la que nadie los molestará. Desde la distancia los observa. No tan cerca como para tenerlos a tiro. No. Aún no. Es muy pronto todavía, pero la sangre ya golpea con fuerza en sus venas.
Va a ser difícil capturar a esta presa. Es un ejemplar ya maduro, no viejo, sino maduro, casi en plenitud y no se dejará atrapar. Además, puede ser que haya más cazadores acechando. Eso nunca se sabe. Se va acercando lentamente, sin levantarse apenas del suelo, encogido por la prudencia y también por el miedo. ¡La acaba de ver! Pero aún no está a tiro. Pero queda poco. Un fallo a esta distancia haría perder la presa. El cazador hiede a sudor y tiene hambre. Esta es su oportunidad. Nunca se ha visto en una situación tan buena como esta.
Avanza un poco más sin quitar la vista de su presa. Un crujido aparece a su lado izquierdo. Está cerca. Él mira hacia esa dirección, pero solo ve marrón y verde. Debe de ser otro cazador. Tiene que darse prisa si no quiere que le quiten la pieza. En cuclillas esquiva los troncos y ramas caídas, mientras avanza decidido. Ahora los ve a los dos. Macho y hembra. Él es más grande que ella. Ella es más valiosa, mucho más, pero su piel ya no es tan tersa y lustrosa como antes. Él es más joven y atlético. Tiene la piel más oscura y huele a frescura desde lejos. El cazador saca el arma, lo mueve, lo ajusta hasta que, entre sus manos, queda perfecta. Apunta, regula un poco más, así, eso es. Ahora está perfecto. Y dispara varias veces. La hembra recibe uno de los disparos en pleno rostro pero no siente nada, y siguen ahí, en la playa, desnudos y felices. Dos días más tarde el país se despierta y ve la sangre de las víctimas en la portada de una revista: “La reina Margarita fotografiada con un amante en las playas de Costa Rica”
La presa agoniza de dolor en su casa. El teléfono no deja de sonar. El cazador, tranquilo en el sofá de piel de su casa, observa orgulloso la pared donde cuelga la fotografía. El disparo que acabó con su presa.
Maquetaciรณn: Clara Gil
micro ilus tra
2 El adiós Cita Franco, Clara Gil
Hielo Sara Caro, Katya Marcantino
Doble personalidad Arturo Ledrado, Aurora Guereña
Gracias Jorge Torrego, Jose Fuentes
Sueños Sara Caro, Ángela Renilla Gelado
Silencio sonoro Clara Gil, Víctor López
Zapatos rojos Julia Martínez, Vega Berdón
Caer Ángel González, Estefanía Antolí
Fauna aérea Jorge Torrego, David García del Valle
El resort que llevaba incorporado el mar Emilia Lanzas, Ana Castelbón
La noticia Sara Caro, Elena Parés
Tapas Ángel González, Víctor Majarón
Johnny y Ernesto Juan Bullón, Gregorio Guzmán
El viejo lobo Estefanía Lorca, Jenifer Lorca
Mercedes Ana Castelbón, Sara Caro
Amores que matan Sara Caro, José Antonio Sánchez
El mejor amigo Arturo Ledrado, Víctor Cobeña
El cazador Jorge Torrego, Fernando Bardera
Días pares Ángel González, Beatriz Coronado