El romanticismo y lo gauchesco en “La Cautiva”
Curso: La civilización frente a la barbarie en Hispanoamérica Profesor: Teodosio Fernández
EL ROMANTICISMO Y LO GAUCHESCO EN “LA CAUTIVA” DE ESTEBAN ECHEVERRIA
Beatriz Ledesma Curso 2007/2008
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El romanticismo y lo gauchesco en “La Cautiva”
Indice
Páginas
Introducción………………………………………….............................................................3 I. La emancipación mental……………………………………………………........................4 II. La realidad como referente…………………………………………….........................….6 III. La estructura de la obra…………………………………………………….......................8 IV. Heroína romántica....………………………………………………………..........………16 V. La Pampa como cautiverio…………………………………………….......................….21 VI: Civilización y barbarie…………………………………………………..........…………...22 Conclusión……………………………………………......................................…………….23 Referencias bibliográficas………………………………………………………........……....25
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El romanticismo y lo gauchesco en “La Cautiva”
Introducción Una primera aproximación al poema La Cautiva basta para comprender que en él Esteban Echeverría hace un canto al paisaje americano y a la pampa. En La Cautiva, el autor se propone crear una poesía completamente nacional, completamente argentina: la poesía de la Pampa. Sin embargo, va mucho más allá, ya que no sólo retrata la geografía pampeana, sus costumbres, sino que transmite una peculiar manera de vivir en ese ámbito que se nos presenta como brutal e incomprensible, a lo que le agrega magistralmente un romanticismo que pareciera imposible desarrollarse en ese lugar y condiciones, y eso es precisamente lo que en este estudio pretendemos analizar. Sobre Esteban Echeverría, Jorge Luis Borges dijo que “hay escritores que perduran en la historia de la literatura; otros, los menos, en la propia literatura. Echeverría corresponde a ambas categorías.” Leonor Fleming, estudiosa de la obra de Echeverría, asegura que “si fuera lícito interpretar la distinción de Borges, me atrevería a opinar que La Cautiva consigue un sitio preeminente en la historia de las letras hispanoamericanas mientras que El matadero ocupa un lugar en la propia literatura”1. Dentro del género gauchesco al que se adscribe La Cautiva (1837) no queremos pasar por alto la oportunidad de mencionar el poema Martín Fierro -El gaucho Martín Fierro (1872) y La vuelta de Martín Fierro (1879) conocidos con los títulos simplificados de la Ida y la Vuelta- de José Hernández que señala la culminación de este género en la literatura rioplatense. Así, el poema bebe de las fuentes románticas de La Cautiva de Esteban Echeverría. Se ha dicho que Miguel de Unamuno y Marcelino Menéndez y Pelayo, que desde el otro lado del Atlántico aplaudieron sin reservas al poema hernandiano, contribuyeron decisivamente a su éxito, y sorprendieron así a la crítica culta local, que se resistía a ver virtudes artísticas en un poema de corte gauchesco. En Martín Fierro, decía Unamuno, se compenetran y se funden íntimamente el elemento épico y el lírico. “Martín Fierro es de todo lo hispanoamericano que conozco, lo más hondamente español….”. Menéndez y Pelayo afirmó, por su parte: “Lo que pálidamente intentó Echeverría en La Cautiva, lo realizó con viril y sana rudeza el autor de Martín Fierro.”2 I. La emancipación mental 1
Esteban Echeverría, El matadero, La cautiva, Edición de Leonor Fleming, Cátedra Letras Hispánicas, Madrid 1986, Página 68. 2 Capítulo V: “La obra cumbre de la literatura argentina: el Martín Fierro” Literatura Argentina por Sebas Marraro Murias en el portal de Internet “Monografías”.
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La Cautiva es considerada la mejor obra en verso de Echeverría y con ella alcanza la cumbre de su actividad poética. Los Consuelos (1834) y sus Rimas (1837) donde se incluye La Cautiva son recibidos con desbordante entusiasmo. Cuando, aún inédita, Juan María Gutiérrez, su editor, amigo y posteriormente biógrafo, leyó algunos fragmentos en el Salón Literario, la acogida por parte de los jóvenes intelectuales porteños fue clamorosa, y también lo fue la de la crítica en el momento de su edición, en septiembre de 1837. Y lo que es más, estando ya Echeverría exiliado en Montevideo, “hay en Buenos Aires dos sorprendentes reediciones de Los Consuelos (1842) y las Rimas (1846) en plena época de intransigencia federal, sólo explicables por la devoción de los lectores porteños hacia su poeta y, quizás también, por el respeto encubierto de unos censores que oficialmente lo denostaban como “poeta romántico” o “salvaje unitario.” 3 Los críticos consideran que Echeverría alcanza la cumbre de su actividad poética con La Cautiva y conceden a esta obra un lugar de preferencia ya que le atribuyen el mérito de haber sido uno de los primeros poemas que “vuelve su mirada al escenario nacional y, sobre todo, lo hace con una renovación formal que intenta corresponder a la realidad que describe”. Desde su larga estadía de formación en París, como señala Leonor Fleming: “no dejará de insistir sobre la necesidad de contar con la realidad nacional: “Tendremos siempre un ojo clavado en el progreso de las naciones –reitera en 1848, al escribir sobre La Revolución de Febrero en Francia- y el otro en las entrañas de nuestra sociedad.” 4 En similar sentido, el Catedrático Teodosio Fernández apunta que el 23 de junio de 1837 -tres meses antes de la publicación de La Cautiva- Marcos Sastre funda junto a un grupo de jóvenes entre los que se halla Echeverría, el Salón Literario de Buenos Aires. Allí, señala el citado profesor y según sus propias palabras, estos jóvenes denuncian que “la generación que había hecho la revolución no había tenido en cuenta lo propio. En el Salón Literario de Buenos Aires se plantean ideas que luego se extenderían a toda América Latina. Surge el concepto de emancipación mental, que reivindicaba que aunque la independencia se había llevado a cabo, la colonia persistía en hábitos, en mentalidades”5. De hecho, hay una frase que pronunciaría Echeverría años más tarde en el marco de su polémica con el escritor Dionisio Alcalá Galiano que cristaliza este 3
Leonor Fleming, op. cit, páginas 49 y 56. Nótese, a demás, que la Argentina, desde sus tempranos comienzos como Nación independiente en 1810, hasta su consolidación constitucional en 1860, se ve marcada por luchas intestinas que son el reflejo del continuo enfrentamiento entre Unitarios y Federales. Los primeros, a grandes rasgos, representaban fundamentalmente una política que se sustentara en el liderazgo de Buenos Aires por sobre las demás provincias, mientras que los segundos abogaban por una mayor participación del interior del país en la decisión de las políticas nacionales. 4 Ibidem,, página 14 5 Apuntes tomados en las clases impartidas por el Profesor Teodosio Fernández en la UAM, 2º semestre de 2008
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concepto de emancipación mental, y que destaca Fleming: “No se puede ser independiente en política y colono en literatura.” 6 Para Teodosio Fernández la necesidad de conjugar la fidelidad a una tierra y a la vez la necesidad de cambiarla es donde radica el conflicto civilización o barbarie. Así, en el mismo sentido, se señala que en “(...) Europa tiene un largo desarrollo el romanticismo sentimental que busca, no ya el pasado, sino el recuerdo melancólico de algo irrecuperable. En cambio, en la turbulenta América, donde la violencia de una sociedad moralmente colonizada fuerza los compromisos hasta la radicalización, prospera otra vertiente: la que aprovecha la insatisfacción para mirar hacia el futuro y que parte de la realidad, pero para pretender modificarla; “queremos –se lee en el núm. 21 de La Moda- una literatura profética del porvenir y no llorona del pasado.” 7 De la misma forma, enseña Fernández, que Echeverría como buen romántico que ha venido de Europa, descree de los progresistas ilustrados, y lo que hace es proponer un programa de literatura argentina –también México lo hace- para llevar a la literatura lo propio, entendiendo por lo propio, las gentes, la geografía, los conflictos sociales, buscando estos precursores literatos una inspiración local, y teniendo la necesidad de crear una literatura nacional, un arte nacional basado en lo propio. En esta misma línea, en su edición de La Cautiva Leonor Fleming destaca que “el joven Echeverría introduce en el Río de la Plata la revolución romántica que supuso la independencia de los modelos literarios españoles y la incorporación de la naturaleza y la temática locales. Encabeza un movimiento de renovación estética y de compromiso político que atribuye a la poesía una función social. Inaugura, en narrativa, un realismo comprometido y testimonial que será una de las constantes de la literatura latinoamericana hasta nuestros días y que enlaza, a la vez, con la tradición de denuncia de las letras de un continente sometido. (…) Echeverría insiste en esta función de la poesía a la que adjudica poder para «obrar sobre las masas y ser poderoso elemento social». Este compromiso de la obra con la realidad en la que surge, y del escritor que usa la literatura para el alegato y la denuncia, es una de las peculiaridades más características del romanticismo americano y refuerza la figura del poeta cívico que se impone sobre la del «literato de profesión»”. 8 II. La realidad como referente
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, Ibidem, página 39 Cfr. Leonor Fleming, op. cit., página 42 8 Ibidem,, pags. 38 y 41 7
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En la Pampa Húmeda, los propietarios y estancieros allí asentados, e incluso pequeñas y jóvenes poblaciones blancas (huincas), recibían los ataques de los malones que eran repentinas incursiones de los indios que se llevaban consigo caballos, ganado y cautivos (en especial mujeres y niños) que en algunos casos luego vendían dentro del comercio indígena. Esto se repite hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XIX, es decir hasta las Campañas del Desierto llevadas a cabo en 1878 y 1879 por el General Julio Argentino Roca, quien fuera más tarde dos veces presidente constitucional de la Argentina. A partir de entonces se comienza a poner freno a estas incursiones, al mismo tiempo que se extienden las “fronteras” de la civilización ganándole terreno al desierto y al indio. La Cautiva de Echeverría relata precisamente las desventuras de María y su amado Brián que han sido tomados cautivos por los indios tras el asalto a una ciudadela cristiana. Así, entre los usos indígenas para la supervivencia en ese territorio tan hostil, el Profesor T. Fernández destaca el de nutrirse con sangre de yegua a las que se les abre la garganta para beber directamente la sangre y absorber sus proteínas. Curiosamente este mismo uso queda reflejado en la impactante descripción que Echeverría hace en el El Festín, segunda parte de La Cautiva: “Más allá alguno degüella con afilado cuchillo la yegua al lazo sujeta, y a la boca de la herida, por donde ronca y resuella, y a borbollones arroja la caliente sangre fuera, en pie, trémula y convulsa, dos o tres indios se pegan como sedientos vampiros, sorben, chupan, saborean la sangre, haciendo murmullo, y de sangre se rellenan. “
La Cautiva de Echeverría es quizás la más notable y egregia, o al menos la primigenia de las cautivas, pero no la única. En efecto, escritores tan disímiles como Borges (Historia del guerrero y de La Cautiva (1949), El cautivo (1957) y La Noche de los dones (1975) o César Aira en Ema, La Cautiva (1981) han elaborado su particular 6
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retrato de ésta. Más recientemente Leopoldo Brizuela se suma a la serie, inaugurada por Echeverría en 1837, de cautivas en la literatura argentina al narrar en el Placer de La Cautiva (2000) el deambular por la Pampa de la joven Rosario Burgos perseguida por dos indios. Asimismo, una de las historias de cautivas más populares y aplaudidas es la serenata La Cautiva también conocida como Romance del cacique y la cautiva, maravillosamente interpretada por el trovador y cantante folclórico argentino Jorge Cafrune9 que está incluida en su álbum recopilatorio de 1989 que lleva también por título La Cautiva. La Cautiva de Echeverría está, según explica Fleming en su prólogo, ficción aparte como es lógico, inspirada, por un lado, en algunas circunstancias vividas por el autor, y por otro, en unos hechos reales de los que éste tuvo conocimiento. Así, Fleming analiza en profundidad el tema de la realidad como referente: “«El Desierto inconmensurable, abierto», existe, y es donde se refugiaba el poeta cuando, agobiado por dolores físicos o morales, pasaba algunas temporadas en Los Talas, una estancia que su familia tenía entre Luján y San Andrés de Giles, al noroeste de Buenos Aires. El asunto también se inspira en un incidente real del que Echeverría fue testigo en su adolescencia. En Cartas a un amigo cuenta que en una ocasión, mientras paseaba a caballo, tuvo un encuentro fortuito con una pastora (llamada significativamente María, como la heroína del poema), a la que ayudó a arrear el ganado. Ella le contó que vivía sola con su madre, y que estaba afligida porque su hermano y su novio se habían marchado a la frontera a luchar contra los indios. Conmovido por la historia, ya de regreso a Buenos Aires, trató de ayudarlas por medio de un amigo vinculado a la Secretaría de Guerra, para procurar que dieran de baja a los dos hombres, único sustento y compañía de estas mujeres, pero se enteró de que habían muerto: El escuadrón de milicianos donde estaban incorporados el hermano y el novio de María ha sido destruido completamente por un enjambre de indios que los sorprendió al amanecer (…) El hermano y el novio de María murieron en la refriega peleando valerosamente. María ha perdido la razón y su infeliz madre llora sobre el cadáver del único apoyo de su vejez y sobre el infortunio de su única compañera en medio del desierto.
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Canción La Cautiva interpretada por Jorge Cafrune, cuyos autores fueron Carlos Flores y Atiwel
Ocantos. Esta canción romántica narra la historia del cacique Alborerí que cae enamorado profundamente de una cristina cautiva en sus tolderías que no corresponde el amor del jefe indígena.
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La base real de los hechos es confirmada por la actitud práctica de Echeverría que cierra la carta con estas palabras: Les he enviado un socorro de dinero, ya que no me es dado dar ningún consuelo a esas desgraciadas.
En la legalidad de la ficción, importa poco que haya o no un soporte ajeno a la creación misma, pero el hecho de poder probar, en este caso, la existencia de ese antecedente, es relevante porque engarza directamente con una de las características del credo romántico: que la obra nazca comprometida con el medio social y físico en el que se gesta. Este postulado, seguido con audacia en La Cautiva, es sin duda su mayor acierto porque resulta ser el elemento decisivo de su carácter innovador en la literatura del Río de la Plata.” 10
III. La estructura de la obra La Cautiva es un poema épico y largo que consta de nueve partes: El desierto, El festín, El puñal, La alborada, El pajonal, La espera, La quemazón, Brián, María y finalmente incluye un Epílogo. En la primera parte se describe la escena que tiene lugar durante el crepúsculo en el desierto, cuando los indios aparecen con sus cautivos, tras el asalto a los ranchos cristianos. En esta primera parte destaca sobre todo el énfasis del tono descriptivo que el autor hace del desierto: “Era la tarde, y la hora en que el sol la cresta dora de los Andes. El Desierto inconmensurable, abierto, y misterioso a sus pies se extiende; triste el semblante, solitario y taciturno como el mar, cuando un instante el crepúsculo nocturno, pone rienda a su altivez. (…) “¡Oíd! Ya se acerca el bando de salvajes, atronando todo el campo convecino (…) 10
Aut. cit. páginas 57 y 58
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El romanticismo y lo gauchesco en “La Cautiva” ¡Ved que las puntas ufanas de sus lanzas, por despojos, llevan cabezas humanas, cuyos inflamados ojos respiran aún furor!
La segunda parte, El festín, relata la celebración de la victoria por los indios y ya las descripciones que el autor hace de la noche pampeana se vuelven lúgubres: “La noche en tanto camina triste, encapotada y negra; y la desmayada luz de las festivas hogueras sólo alumbra los estragos de aquella bárbara fiesta.”
La tercera parte, El puñal, relata cómo María aprovecha el sueño de los indios tras los excesos del festín para darle muerte al cacique que ha abusado de ella y libera a Brián para fugarse con él. Cabe resaltar el valor simbólico que tiene el puñal, representando la salvación y la libertad de los amantes cautivos: “Un cuerpo gruñe y resuella, y se resuelve; mas ella cobra espíritu y coraje, y en el pecho del salvaje clava el agudo puñal. El indio dormido expira; y ella veloz se retira (…)” “Allí está su amante herido, mirando al cielo, y ceñido el cuerpo con duros lazos, abiertos en cruz los brazos, ligadas manos y pies cautivo está, pero duerme (…)” “(…) Entonces las ataduras, que sus carnes roen duras, corta, corta velozmente con su puñal obediente,
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El romanticismo y lo gauchesco en “La Cautiva” teñido en sangre común.”
La tercera parte finaliza con estos versos: “-Cuando contrario el destino nos cierre, Brián, el camino, antes de volver a manos de esos indios inhumanos, nos queda algo: este puñal.”
La cuarta parte del poema, La alborada, narra el ataque y venganza del Cristiano a la tribu india al amanecer: “En el campo de la holganza, so la techumbre del cielo, libre, ajena de recelo dormía la tribu infiel; mas la terrible venganza de su constante enemigo alerta estaba, y castigo le preparaba crüel.” (…) “Horrible, horrible matanza hizo el cristiano aquel día; ni hembra, ni varón, ni cría de aquella tribu quedó” (…)
La quinta parte lleva por título El pajonal, que es un terreno bajo y anegadizo cubierto de paja, propio de la Pampa Húmeda, donde se refugian los amantes en su huida y donde encuentran un arroyo copioso con cuya agua María alivia las heridas de Brián. Se acentúan aquí las descripciones tenebrosas que el autor hace de la naturaleza que les rodea. “Así, huyendo a la aventura, ambos a pie divagaron por la lóbrega llanura, y al salir la luz del día a corto trecho se hallaron de un inmenso pajonal.” “Era el adusto verano:
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El romanticismo y lo gauchesco en “La Cautiva” ardiente el sol como fragua en cenagoso pantano convertido había el agua allí estancada, y los peces, los animales inmundos que aquel bañado habitaban muertos, el aire infestaban, o entre las impuras heces aparecían a veces boqueando moribundos, como del cielo implorando agua y aire: aquí se vía al voraz cuervo, tragando lo más asqueroso y vil; (…)
A este respecto, Leonor Fleming señala que “(…) El regodeo en cierto feísmo –pantanos putrefactos y hediondos, alimañas repugnantes, imágenes cruentas como la del indio que degüella una yegua para beberle la sangre- coincide con un aspecto macabro del romanticismo; pero el impacto y los contrastes que esas descripciones crean en el poema permiten interpretarlas como anticipaciones de un nuevo estilo: el realismo naturalista que por esa época también estaba sólo en gestación en Europa. La descripción sin eufemismos del pantano donde Brián y María van a buscar refugio pero no encuentran sino «feos, inmundos despojos de la muerte», coincide casi textualmente (idénticas observaciones y hasta palabras) con la que hace Echevarría de una charca a la que se acercó mientras daba un paseo en Los Talas, recogida en las prosas tempranas de Cartas a un amigo: Hoy cansado de galopar y sediento, detuve la rienda de mi caballo a la orilla de una laguna poblada de espadaña y juncos. El sol, flameando en el mediodía abrasaba la tierra (…) sofocado de fatiga y de sed acérqueme a tomar un poco de agua; pero vi con sorpresa multitud de peces flotando como muertos sobre la faz cenagosa de la laguna. Un olor corrompido hirió mi olfato, y ya no fue posible refrigerar mi cuerpo inflamado ni humedecer mi garganta seca. Hacía como un mes que no llovía, las aguas estancadas se habían evaporado poco a poco con los rayos ardientes del sol, y todos los habitantes que contenía habían perecido. Varios nidos de chajaes y cuervos, como columnas de paja, flotaban aún sobre aquella agua cenagosa (…) Aproximéme a uno de aquellos nidos y lo vi cubierto de polluelos de cuervo (…) Tomé uno en mi mano; comencé a halagarlo y vi con horror que vomitó de su cuerpo un sapo, una víbora y un huevo de perdiz. Soltélo al punto con asco y me retiré precipitado de aquel lodazal inmundo de la muerte. “ 11
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Aut. cit páginas 61 y 62.
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La sexta parte del poema, La espera, describe la situación en que al atardecer se hallan un Brián vencido por el dolor y ya moribundo y su esposa, que no ve la realidad. Además, el autor esboza en esta parte del poema algunos de los rasgos que se le atribuyen a la heroína romántica que todo lo puede por amor. (…) Sin el amor que en sí entraña, ¿qué sería? Frágil caña, que el más leve impulso quiebra; ser delicado, fina hebra, sensible y flaca mujer. Con él es ente divino que pone a raya el destino, ángel poderoso y tierno a quien no haría el infierno vacilar ni estremecer. De su querido no advierte el mortal abatimiento, ni cree se atreva la muerte a sofocar el aliento que hace vivir a los dos; (…) “
En la séptima parte, La quemazón, continúan las referencias a una naturaleza hostil y lúgubre, como fiel presagio de lo que el destino depara a la infeliz pareja y del triste final que inevitablemente va a acontecer. (…)” Cruzándose nubes densas por la esfera dilataban, como cuando hay tempestad, sus negras alas inmensas; y más y más aumentaban el pavor y obscuridad. el cielo entenebrecido, el aire, el humo encendido, eran, con el sordo ruido, signo de calamidad. El pueblo de lejos contempla asombrado los turbios reflejos; del día enlutado
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El romanticismo y lo gauchesco en “La Cautiva” la ceñuda faz. (…)”
También aquí el autor ensalza el valor -que la pasión romántica infunde a este tipo de heroína que retrata Echeverría- del que María logra hacer acopio para salvar a su Brián del fuego devorante que los acecha: “Piedad María imploraba, y piedad necesitaba de potencia celestial. Brián caminar no podía, y la quemazón cundía por el vasto pajonal. (…) Pero del cielo era juicio que en tan horrendo suplicio no debían perecer; y que otra vez de la muerte inexorable, amor fuerte triunfase, amor de mujer. Súbito ella se incorpora; de la pasión que atesora el espíritu inmortal brota, en su faz la belleza estampando fortaleza de criatura celestial, no sujeta a ley humana; y como cosa liviana carga el cuerpo amortecido de su amante, y con él junto, sin cejar, se arroja al punto en el arroyo extendido.”
En la octava parte, titulada Brián, María da muestra nuevamente de su extraordinario coraje protegiendo a su amado de un tigre que se les acerca: (…) “Miró, ¡oh terror!, y acercarse vio con movimiento tardo, y hacia ella encaminarse, lamiéndose, un tigre pardo tinto en sangre; ¡atroz señal!
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Cobrando ánimo al instante se alzó María arrogante, en mano el puñal desnudo, vivo el mirar, y un escudo formó de su cuerpo a Brián. Llegó la fiera inclemente; clavó en ella vista ardiente, y a compasión ya movida, o fascinada y herida por sus ojos y ademán, recta prosiguió el camino y al arroyo cristalino se echó a nadar (…)”
Pero en esta parte destaca sobre todo el largo monólogo de guerrero que pronuncia Brián en sus últimos instantes de vida antes de despedirse por siempre de su amada: (…) “¡Si al menos la azul bandera sombra a mi cabeza diese! ¡O antes por la patria fuese aclamado vencedor! ¡Oh destino! Quién pudiera morir en la lid, oyendo el alarido y estruendo, la trompeta y atambor. Tal gloria no he conseguido, mis enemigos triunfaron; pero mi orgullo no ajaron los favores del poder. ¡Qué importa! Mi brazo ha sido terror del salvaje fiero: los Andes vieron mi acero con honor resplandecer12. 12
Esta revelación nos permite entender que Brián ha formado parte del Ejército de los Andes comandado por el Libertador José de San Martín que luego de luchar en la Guerra de Independencia en Argentina, cruza la Cordillera de los Andes y libera Chile y Perú. El cautiverio entonces de Brián y de María se habría producido con posterioridad al período de emancipación sudamericana que va desde 1810 hasta 1821.
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El romanticismo y lo gauchesco en “La Cautiva” (…) adiós, en vano te aflijo… Vive, vive para tu hijo Dios te impone ese deber. Sigue, sigue al occidente tu trabajosa jornada: Adiós, en otra morada nos volveremos a ver.”
La novena parte que lleva por título María, relata el deambular solitario de la protagonista por la pampa tras dar sepultura a Brián. Al oír la brutal noticia de la muerte de su hijo, único anhelo que la mantiene con vida, cae desplomada muriendo en el acto. Los soldados de su marido, que son los que le han comunicado la fatal noticia la lloran y le dan digno entierro. (…) Murió; por siempre cerrados están sus ojos cansados de errar por llanura y cielo, de sufrir tanto desvelo, de afanar sin conseguir. El atractivo está yerto de su mirar; ya el desierto, su último asilo, los rastros de tan hechiceros astros no verá otra vez lucir.” (…)
Cierra el poema un Epílogo que relata la misteriosa existencia de un ombú 13 temido por los indios, bajo cuya sombra hay una cruz solitaria y en torno al cual ha corrido una leyenda que: (…) “cuenta que en la noche obscura suelen en aquella altura dos luces aparecer; que salen, y habiendo errado por el desierto tranquilo, juntas a su triste asilo vuelven al amanecer. (…)”
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El Ombú o Bellasombra, es un árbol característico de la pampa, muy longevo, de copiosa copa y que llega a medir 15 metros de altura. Su madera no es buena, sus frutos no son comestibles, pero su sombra era una bendición para quienes transitaban la desierta pampa de entonces.
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IV. Heroína romántica Esteban Echeverría es considerado el introductor del romanticismo en Hispanoamérica, de hecho en 1832 publica Elvira o la novia del Plata que, según Leonor Fleming “con apenas 32 páginas, tendrá el mérito de introducir el romanticismo en el Río de la Plata y de iniciar la independencia de los modelos españoles (...)” agregando (...) “este folleto inauguraba la poesía romántica no sólo en América sino también en España: se anticipaba en un año a la publicación, en París, de El moro expósito del duque de Rivas, señalado como la primera obra romántica de la poesía española.” 14 Ya hemos señalado a lo largo del poema, algunos de los rasgos que Echeverría atribuye a su heroína romántica, y nos gustaría analizar, de la mano de dos de sus principales estudiosos, el tema del amor romántico en La Cautiva de Echeverría. Así, Ezequiel Jáuregui, afirma lo siguiente “Echeverría no pierde de vista la idea de construir a su personaje femenino a partir del estereotipo romántico de la heroína. María (…) es presentada como una mujer fuerte, impulsada por el deseo y el amor que siente hacia su esposo y su hijo. Se entrega. Deja todo con tal de poder salvarlos. Es sumamente pasional. En ningún momento hay un vestigio de racionalidad a la hora de enfrentarse a la muerte. Actúa por instinto. Es una heroína romántica que se entrecruza con la realidad de un país que aún vive en estado de naturaleza, de barbarie.” 15: También Leonor Fleming se detiene a analizar esta cuestión, ya que considera que, como en la historia de La Cautiva, “un tema típicamente romántico es el de las peripecias de una pareja de enamorados que atraviesa una serie de circunstancias adversas hasta desembocar en un final infeliz (…)” 16. Pero consideramos que va un paso más allá al plantear dos consideraciones: La primera hace referencia al “amor hiperbólico del romanticismo en el que los seres están más enamorados de la idea de amor que del amante de carne y hueso, sustento secundario del ideal sublime. Este enamoramiento del ideal en desmedro del amante concreto es lo único que explica (y que justifica, en la moral interna del relato) los delirantes y absurdos escrúpulos de Brián, cuando rechaza a la valerosa María, que ha enfrentado mil y un peligros para liberarlo, porque la supone vejada por el indio y, por lo tanto, indigna de su amor.” 17 Se refiere en concreto a los siguientes versos del poema: 14
Ibidem, páginas 39 y 40 Prólogo a la obra de Esteban Echeverría, La Cautiva, Gárgola Ediciones, Buenos Aires 2004, página 17 16 Aut. cit., página 58 17 Ibidem, pags. 58y 59 15
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El romanticismo y lo gauchesco en “La Cautiva” (…) “Y en labios de su querida apura aliento de vida, y la estrecha cariñoso y en éxtasis amoroso ambos respiran así Mas, súbito él la separa, como si en su alma brotara horrible idea, y le dice: -María, soy infelice, ya no eres digna de mí. Del salvaje la torpeza habrá ajado la pureza de tu honor, y mancillado tu cuerpo santificado por mi cariño y tu amor; ya no me es dado quererte-. Ella le responde: -Advierte, que en este acero está escrito mi pureza y mi delito, mi ternura y mi valor.”
A nuestro parecer, en el contexto social actual, desde el prisma de la moral vigente, al lector de hoy día le resultan muy chocantes, incluso repulsivas, las palabras de Brián. Esta actitud sería hoy día despreciable, ruin y machista a ojos de la mayoría. Sin embargo, no debemos caer en el error de descontextualizar el relato, escrito en 1837, y por lo tanto reflejo de los rígidos principios y la estricta moral social cristiana vigente en la época. Por ello consideramos que no sólo, como dice la crítica Fleming, el “enamoramiento del ideal en desmedro del amante concreto es lo único que explica (y que justifica, en la moral interna del relato) los delirantes y absurdos escrúpulos de Brián” sino que también lo explica el contexto histórico social en que el relato es escrito por su autor y en que transcurre la historia narrada. Además, una segunda consideración relacionada con este planteamiento nos muestra que “Echeverría da repetidos testimonios de una subestimación explícita de la mujer”, incluso al margen de La Cautiva. Así, como recoge Fleming “en Cartas a un amigo (10 de febrero de 1823) opina: «A las mujeres se les puede tolerar esta pequeña extravagancia (se refiere a la vanidad, insoportable en el hombre) anexa a la debilidad de su sexo, porque en cambio poseen la gracia, la belleza y ese deslumbramiento atractivo, gloria y tormento de nuestros corazones. Pero a los hombres, no, porque el hombre nació para más alto fin, para pensamientos más nobles y elevados». En una 17
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carta a Gutiérrez (5 de julio de 1836) en la que se queja de las desventajas de la reputación, confiesa: «(…) las mujeres ¡Dios mío!, lo más vano y quebradizo, me persiguen…»”18, Esta subestimación de la mujer se da también de forma implícita en La Cautiva expresándose a través de una idealización exagerada: flor hermosa y delicada19, ángel que implora20, bella como ángel dormido21, criatura celestial22 acorde, como señala Fleming, con los prejuicios vigentes de su época. Sin embargo, como también matiza la mencionada crítica, Echeverría “en este poema se aparta de la heroína romántica convencional, generalmente pasiva y dependiente del varón, y hace que sea precisamente una mujer el personaje fuerte, el que soporta las peripecias de la acción. Frente a ella está Brián, el héroe desvalido (…). Pero esa mujer responde lógicamente al arquetipo romántico, no vale por sí misma, su coraje proviene del sentimiento que la asiste: el amor omnipotente que la desborda y que, cuando desaparece, es causa de su muerte.” 23 Hemos encontrado numerosos versos que reflejan que por sí misma poco vale la heroína, y que efectivamente, su fuerza –física y mental- , su valor y su heroicidad, provienen del amor pasional que le inspira su esposo: “Sin el amor que en sí entraña, ¿qué sería? Frágil caña, que el más leve impulso quiebra; ser delicado, fina hebra, sensible y flaca mujer. Con él es ente divino que pone a raya el destino, ángel poderoso y tierno a quien no haría el infierno vacilar ni estremecer. “
Como cuando María realiza la proeza a continuación descrita de salvar a su esposo del fuego que les acecha arrojándose a un arroyo cercano: “(…) Súbito ella se incorpora; 18
Ibidem, página 59 La Cautiva, quinta parte El Pajonal. 20 La Cautiva, novena parte, María 21 La Cautiva, octava parte, Brián 22 La Cautiva, septima parte La quemazón 23 Op. Cit. Pag .59 19
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El romanticismo y lo gauchesco en “La Cautiva” de la pasión que atesora el espíritu inmortal brota, en su faz la belleza estampando fortaleza de criatura celestial, no sujeta a ley humana; y como cosa liviana carga el cuerpo amortecido de su amante, y con él junto sin cejar, se arroja al punto en el arroyo extendido.” (…) La suerte injusta se afana en perseguirlos. Ufana en la orilla opuesta el pie pone María triunfante, y otra vez libre a su amante de horrenda agonía ve. ¡Oh del amor maravilla! En sus bellos ojos brota del corazón, gota a gota, el tesoro sin mancilla, celeste, inefable unción; sale en lágrimas deshecho su heroico amor satisfecho; (…)
Algo parecido sucede a la heroína cuando de su “corazón amante” saca el arrojo para realizar la hazaña de atreverse a hacer frente a un tigre. Tras lo que podríamos llamar su conversión, durante la cual hace gala de su entereza y su audacia, la protagonista vuelve a su ser, frágil y angelical, cómo sugieren los siguientes versos: (…) “Cobrando el ánimo al instante se alzó María arrogante, en mano el puñal desnudo, vivo el mirar, y un escudo formó de su cuerpo a Brián. Llegó la fiera inclemente; clavó en ella vista ardiente, y a compasión ya movida, o fascinada y herida
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El romanticismo y lo gauchesco en “La Cautiva” por sus ojos y ademán, recta prosiguió el camino, y al arroyo cristalino se echó a nadar. ¡Oh amor tierno! de lo más frágil y eterno se compaginó tu ser. Siendo sólo afecto humano, chispa fugaz, tu grandeza, por impenetrable arcano, es celestial. ¡Oh belleza! no se anida tu poder, en tus lágrimas ni enojos; sí, en los sinceros arrojos de tu corazón amante. María en aquel instante se sobrepuso al terror, pero cayó sin sentido a conmoción tan violenta. Bella como ángel dormido la infeliz estaba, exenta de tanto afán y dolor.”
Más adelante vemos cómo la heroína ni vive ni sobrevive por y para sí misma. Al morir su esposo, sobrevive, tal y cómo éste le pide con su último aliento, para el hijo. En ningún momento del relato se concibe su propia felicidad o realización personal al margen de su esposo o de su hijo sino supeditada a ellos, y por supuesto a su existencia. Por ello es que desaparece su razón de ser, incluso de existir, cuando ambos han muerto, y se quiebra como la frágil flor que es desasistida de su amor y cesada la fuente de la que manaban su fuerza y su coraje: (…) “Vive, vive para tu hijo, Dios te impone ese deber” (…) “Y al oír tan crudo acento, Como quiebra el seco tallo el menor soplo de viento o como herida del rayo, cayó la infeliz allí.”
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Por si no hubiera quedado suficientemente claro que la fortaleza y heroísmo de María no son inherentes a ella, el autor resalta, como lo hacía en su correo privado, que éstas son cualidades propias del varón, mientras que destaca en la mujer otro tipo de atributos, más frívolos por así decirlo, como la juventud y la belleza: “¡Oh María! Tu heroísmo, tu varonil fortaleza, tu juventud y belleza merecieran fin mejor.”
V. La Pampa como cautiverio En cuanto a la naturaleza, la crítica coincide en que es la verdadera protagonista del poema. Aparece a decir de Fleming “(…) misteriosa y contradictoria, apacible o aterradora y siempre inquietante(…) No es casual, entonces, que sea en las descripciones de la naturaleza donde el poema alcanza sus mejores logros. “La quemazón”, “El pajonal”, “El festín” son, en este sentido, los capítulos con mayores aciertos poéticos”. Por otra parte, asegura que “los rasgos naturalistas no son sino elementos aislados que se integran en un poema típicamente romántico. La naturaleza, hostil o acogedora, acompaña generalmente el estado de ánimo de los personajes. El propio Echeverría percibe el paisaje como confidente; esta característica será luego trasladada a la poesía. En sus papeles personales escribe: «Los vientos duermen y mi corazón participa de este halagüeño reposo de la naturaleza»; en otras páginas confiesa querer «(…) ir a contar a la luna silenciosa y a las estrellas la angustia de mi corazón» (Cartas a un amigo, 5 de enero y 10 de febrero de 1823)“24 La crítica literaria coincide también en resaltar la pampa como cautiverio de los amantes, y entre todo lo que hemos hallado escrito sobre este aspecto, queremos rescatar aquí el detenido y comprehensivo análisis de Fleming a este respecto “Aquella pampa infinita, lugar real de gozo y remanso de Echeverría, es el escenario recreado para instalar a sus criaturas. Pero como la naturaleza participa de los sentimientos humanos, ese escenario se va transformando a medida que varía la fortuna o el ánimo de los personajes. En un primer momento es hospitalario; la aurora será «más bella y consoladora» porque comparte las esperanzas de los amantes y las brumas nocturnas prometen ayudarlos. Pero en cuanto se internan en el desierto, todos los elementos conspiran. Primero llega la amenaza de la quemazón a la que se suma el tigre con «presagios fatales de infortunio», luego se suceden las aves de rapiña, el sol ardiente o la noche fría y tenebrosa con nuevos riesgos y rigores. Resulta entonces que el indio no es el único ni el peor enemigo sino uno más entre tantos que esconde el desierto, 24
Aut. cit. 62 y 63
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otro dato de su naturaleza devastadora. La pampa abierta, que en una primera instancia significó la única posibilidad de liberación, se convierte muy pronto en el más definitivo cautiverio. La prisión de los salvajes, aunque dura, fue vulnerable; pero la furia de los elementos es más potente, y su acoso, invencible. Este segundo y más implacable cautiverio está explícito en el texto, que mantiene el nombre de “cautivos” para referirse a la pareja cuando dejó atrás la toldería india. Es así cómo la naturaleza en su relación con los protagonistas asume un rol de fatalidad, de destino insoslayable, marcadamente romántico; y en el drama interno del poema significa finalmente lo infranqueable, que da un sentido más profundo y abarcador al título.” 25:
VI. Civilización y barbarie Por último, queremos ahondar desde distintas perspectivas en el binomio civilización y barbarie ya que estimamos que un estudio sobre Echeverría y su cautiva estaría notoriamente incompleto sin dicha consideración. Seguimos de nuevo al Profesor Teodosio Fernández que a este respecto señala que “Juan Manuel de Rosas, del que tanto habla Sarmiento, representa el símbolo de la barbarie americana”. Conviene subrayar que Rosas fue gobernador de Buenos Aires durante la gestación y publicación de La Cautiva y hasta el momento de la muerte de Echeverría en su exilio montevideano. Sus detractores lo tachan de tirano y dictador, y lo cierto es que este hacendado y ganadero de Buenos Aires, representante de la aristocracia criolla ejerció el poder durante más de veinte años con facultades extraordinarias. Entre los anti-rosistas que se vieron obligados a exiliarse había desde federales disidentes hasta intelectuales unitarios contra los que Rosas llevó a cabo una verdadera cruzada censurando sus obras y prohibiendo y persiguiendo sus reuniones. Uno de ellos fue el autor de La Cautiva que, puesto que la vida en Buenos Aires para los opositores al régimen se fue haciendo cada vez más complicada e incluso peligrosa, en un primer momento se refugió en su finca Los Talas. Posteriormente, en 1841, Echeverría se instaló en Montevideo donde permaneció hasta su muerte el 19 de enero de 1851. No llegó a vivir la dimisión definitiva de Rosas en mayo de 1851 ni la posterior victoria de Justo José de Urquiza (a quien algunos años antes le había hecho llegar un ejemplar de su Dogma Socialista de la Asociación de Mayo) sobre Rosas en la batalla de Caseros en 1852. Curiosamente, uno de los jefes del llamado Ejército Grande que lideraba Urquiza, era Domingo Faustino Sarmiento, autor de Facundo o Civilización y Barbarie y futuro presidente de la República Argentina. 25
Ibid. Pag. 63
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El Profesor T. Fernández relata que “Darwin, en aquella época de expedición por la costa Sur de Argentina, se entrevista con Rosas y contribuye a difundir la idea de que Rosas gozaba de un gran prestigio entre sus tropas campesinas (o montonera) y que podía hacer lo mismo que sus peones: derribar reses, montar a caballo, en definitiva, ser el más gaucho de todos los gauchos.” Ezequiel Jáuregui plantea el binomio civilización y barbarie referido a La Cautiva en los siguientes términos26: (…) “Brián representa al héroe, ex combatiente de la revolución de la independencia. Culto y preparado intelectualmente. Su ser se opone sustancialmente al de los indios que lo toman como cautivo. Es la representación simbólica de la cultura, del antiguo proyecto de país, es lo contrario a la barbarie. Este dualismo entre civilización (Brián) y barbarie (los indios) (…) aparece simbólicamente representado en La Cautiva (…)” De hecho, ya en la primera lectura del poema, nos llamó inmediatamente la atención las abundantes referencias a los indios con calificativos que resaltan, precisamente, su barbarie, entre los que nos gustaría destacar los siguientes: insensata turba, bando de salvajes, bárbaros, inhumanos cuchillos, bárbara fiesta, salvaje turba, tribu impía, bárbaro traidor, indios inhumanos.
Conclusión.
Cabe concluir, por último, que Echeverría, tanto en su vida como en su obra, se debatió en el conflicto entre civilización y barbarie, cultura europea y americana, unitarios y federales, literatura y acción política. Echeverría, en resumidas cuentas, se esforzó en superar la visión maniquea del mundo que le rodeaba y buscaba, según Fleming, una conciliación en estos frentes27. En definitiva, la obra literaria de Echeverría en general, y La Cautiva en particular, es un reflejo de su dilema existencial, de la disyuntiva que marcó su pensamiento desde el punto de vista cultural, político y literario. A través de su narrativa, Echeverría introdujo el romanticismo en una Argentina que, sumida en enfrentamientos internos desde 1814 hasta 1861, todavía se hallaba en formación y en búsqueda de su identidad. Mediante La Cautiva, el autor se aproximó a lo gauchesco, a lo autóctono, desde el romanticismo, y es precisamente en
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Prólogo cit., página 17 Cfr. aut. cit. página 45
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esta combinación del romanticismo y lo gauchesco, donde radica el extraordinario valor de la obra.
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Referencias bibliográficas
Echeverría, Esteban. El matadero, La cautiva, Edición de Leonor Fleming, Cátedra Letras Hispánicas, Madrid 1986. Jáuregui, Ezequiel. Prólogo a la obra de Esteban Echeverría, La Cautiva, Gárgola Ediciones, Buenos Aires 2004. Apuntes tomados en las clases impartidas por el Profesor Teodosio Fernández en la UAM, 2º semestre de 2008. Portal de Internet “Monografías. “La obra cumbre de la literatura argentina: el Martín Fierro” Literatura Argentina por Sebas Marraro Murias. Rosa, José María. Historia Argentina, tomos III (la Independencia) y IV (Unitarios y Federales). Editorial Oriente S.A., Buenos Aires, primera edición, 1973.
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