Explosión
Estoy acostada llorando en mi cama viendo cómo me sale pólvora de los pies que conecta al corazón, acostada llorando y pensando sin parar en lo que hice Tratando de encontrar una explicación de lo que sentí y no puedo El piso está hecho de fuego, no me puedo parar Casi muero por quedarme atrás en el tiempo, me sentía en un círculo, aunque caminaba en línea recta Me sale pólvora de los pies hasta el corazón El piso es fuego Estoy mareada y tengo miedo ¿así se siente derretirse en el tiempo? Llevo tres días llorando, pero la pólvora no se cae Me imagino cómo sería platicar con alguien y decirse cosas divertidas hasta decir que en algún punto de tu vida estuviste en una escena de Quentin Tarantino y que esta persona se burle y tú también, pero en el fondo tienes miedo porque sí pasó Me imagino si hubiera muerto sería lo más extraño que me habría pasado porque tres segundo antes de morir yo ya lo sabría Tengo pólvora Hay fuego ¿Por qué estoy tan triste? Me arde respirar, arde llorar, arde recordar Estoy en un rincón obscuro gritando, pero nadie escucha, tengo hambre y juro por Dios, aunque no crea que me voy a quedar loca Llaman, no quiero, no puedo Hay pólvora Fuego No sé si quiero sentirme así una vez más Siento mucho quererte y que tú no lo hagas Es como caer en un vaso medio lleno de miedos, medio vacío de sueños Me llaman Me levanto Y exploto
Montserrat Morales Serrato IG: @bluealons
Culpo a los caminos largos, al frío desierto por mantenernos separados. Culpo a mi deseo por lo desconocido. Ahora, esta es mi casa, aunque en realidad no se sienta así. Al igual que en nuestra ciudad, aquí las montañas me guían con sus picos. Me enseñan el camino; norte, sur, este y oeste. Pero en lugar de brotar de verde, lloran de rojo. Y puedo sentir su dolor. Imagina estar aislado en un lugar tan especial, tan cerca del sol y de las nubes. Apuesto a que sienten que no pueden quejarse, ni siquiera un poco. Me dan tanta pena esas montañas tan altas y frías a pesar de que sentimos más o menos lo mismo. Cuando estoy lejos, escondo mi dolor, me trago las palabras que explican lo que siento, no quiero hacer escándalo. Finjo que no cuento los días para volver otra vez. Todo es una fantasía, como los sueños en donde nos encontramos. Donde el viento hace que las hojas se doblen, ligeramente, sin que se caigan. Donde el invierno congela el lago, no el porche delantero que me hace resbalar. Donde las estrellas eligen iluminar el cielo y el camino de nuestras largas caminatas nocturnas. Hasta que nos despertamos en nuestras camas; espaciosas, solitarias. Aquellas que nos recuerdan la cantidad de kilómetros de por medio. Sé que el Solsticio llegará pronto y podré sentir el calor del sol como tu abrazo. Sé que la sequía terminará y la lluvia no será equivalente a la soledad. Mientras tanto, esperaré a que cambien las estaciones. Al menos, tenemos algo que esperar. Al menos, sé que sientes lo mismo. Al menos, por ahora, el teléfono nos permite compartir nuestro afecto y nuestro dolor. Kalhia Paola
SIENTO A veces, ya ni siento los días, suelo acostarme en la cama e imagino como sería poder salir de este encierro, suspiro y pienso que no necesariamente me refiero a la pandemia... Quisiera creer que todo esto qué recorre mi cuerpo es producto de mi imaginación, aunque quizás fuera peor... Amanece y todo transcurre con normalidad, mi esposo al lado y yo contando los minutos para que se vaya a trabajar, incluso cuando no puedo dormir y escucho la alarma, inmediatamente cierro los ojos. ¿Cómo llegué a sentirme así? Cuando el apartamento queda vacío, puedo disfrutarme, sentirme, escucharme; últimamente me he perdido en mis pensamientos, ya quiero salir de aquí... En eso, me acuerdo de qué tengo que cocinar para él, viene cansado suele decirme y yo para evitarme problemas, prefiero callar. Hace días qué ya no me opongo a sus antojos, necesidades o placeres, cedo esperando a que, entre más rápido empiece, más rápido terminé, de todas formas, al día siguiente se va temprano, suelo decirme en mi cabeza. Otro día empieza, pero de repente la alarma para su trabajo no sonó más, pensé que era un sueño nada más, hasta que finalmente me quedé dormida. Sentí que algo me sacudió, abrí los ojos y seguía ahí a la par mía, me armé de valor y pregunté ¿Por qué no has ido a trabajar?, me contestó que en su trabajo iban a cancelar operaciones por la rapidez del contagio del virus. Cerré los ojos y lento suspiré, de repente sentía su respiración en mi cuello, quería desaparecer, pero no tenía adónde ir... Entre más pasan los días, la luz y la oscuridad más miedo me dan, cada vez que camino dentro de mi casa parece que me agota, me lastima y me parte en dos, mientras tengo que aparentar que todo está bien. No quiero que me pase lo del mes pasado, me digo constantemente, toco mi rostro y aún siento su mano, por lo menos no ha pasado a más... Cuántos días más tendré que soportar o podré soportar, siento que ni el baño es un lugar seguro, en cualquier momento podría entrar. En mi celular leo y veo las noticias de feminicidios, un día quizás seré yo...
Le he perdido el sentido a los días, me cuestiono si morir por un virus o morir por sus manos; por ahora, me conformo con despertar cada día o quizás no, este hogar, este encierro, se ha convertido en mi infierno. Sofía Guzmán
Y PROBÉ SUS OJOS
Leí la receta mágica como quien lee a la distancia sobre la ausencia.
Un prolegómeno para dejar la cuestión de lo tangible, quiero decir, el prólogo de unos libros.
Evaporarse en el aire lampareado por la aspiración fulminante, cosas así.
Fui un guerrero de la ausencia demasiado obvio para ser cierto, me aludieron en charlas dignas del olvido, anadido y anidado en algunas partes del silencio.
No supe de mi hasta el alumbramiento de mi desaparición, con el poco paradero que me va quedando he dicho estas palabras, invisible y sedicioso he tomado mate con el gato de Cheshire y pisoteado el anillo de Giges.
De mi viaje no he de volver en mis cabales, difumino la presencia que han de invocar.
Diego Espinosa
ALUCINADO POR ELLA
Hace unos días, viví una experiencia maravillosa. Recuerdo que yo estaba en casa. Era viernes y la mañana era soleada. Auguraba el clima, plena felicidad. Por costumbre propia, miraba la revista Imagina, recostado en el sillón de la sala. Allí relajado, repasaba las hojas con curiosidad. Apreciaba unas figuras entre colores y visaba diversos poemas. Cuando para mi sorpresa, descubrí el dibujo de una doncella celestial. Ella sobresalía blanca en el lienzo, bella con sus alas, encrespando los vientos luminosos. Yo claro, quedé cautivado según como la admiré, prendía las ilusiones fieles, me deslumbró su belleza angelical. En cuanto recuperé la lucidez, dejé la revista sobre la mesa de porcelana. Fui calmado de a poco las percepciones sensoriales. Luego me erguí del sillón, caminé despacio hacia el ventanal y una vez descorrí la cortina, me asomé a las afueras para refrescarme con la brisa. De más, me envolví con la mañana anaranjada. Y pacífico, me puse a contemplar el parque que hay al frente de mi hogar. Cuando sorpresa, volví a ver a la doncella del dibujo, reaparecía allá entre la floresta frondosa. Ella se mecía en el columpio, que cuelga de los almendros. Ágil, movía su cuerpo de fémina, para atrás y para delante, yendo cada vez más hacia las alturas. Mientras, flores llovían de los árboles al paisaje. Toda esta magnificencia, fue para mí presenciar la cálida primavera. Y la hermosa, lucía encantadora, su piel rosa vibraba con regocijo. En reboso, ella sonreía al cielo despejado. Desde la sala de artes, yo la distinguí en vida, la detallé por la inspiración de su cara. Como una guardiana, poseía los ojos del azul fuego y su cabellera se ondeaba oscura. Asombré además sus cejas intensas y sus dientes de plata. En espiritualidad, ella parecía haber provenido de un planeta fabuloso. Entre los instantes, jugaba a romper la gravedad. Y yo por querencia, salí al encuentro de esta damisela. Muy animado, salteé el ventanal, me impulsé hacia allá, progresando a pasos presurosos, surqué unos prados y al fin, me acerqué a su alma flamante. Más creí en su amor al ver como unas libélulas la rodeaban a ella; la vigorizaban, la protegían por ser Adrastea. En tanto, por la emoción, yo me subí al otro columpio y comencé a balancearme para palparla con las manos y sólo tras varios intentos, alcancé a rozar sus pechos, sus mejillas y sus labios. Al mismo tiempo, Adrastea volteó su mirada y regó su luz en mis ojos, ahí vivencié la eternidad. Después; ella se fue yendo de este mundo, voló hacia el universo y se fue como un espejismo y a mí, aquí me dejó en el parque, fascinado para siempre.
MUSA Y AZULADA
Es un sábado de junio entre el mundo. Esto se evidencia bajo el crepúsculo descorrido y con estrellas. El clima lo siento a la vez un poco sereno en esta ciudad serpentina. La vida de hoy vuela fugaz, pero a pesar de lo ilusoria, la noto querida por ti. Por cierto, me crucé hace un rato contigo. Todo pasó de impacto con blancura. A ti, te impresioné con satisfacción. El encuentro, fue como organizado por los astros. Creo que lo milagroso se produjo. Enardeció lo amoroso. De sortilegio, volvimos a contemplar nuestras caras por entre la calle rumbosa y tenue de luz. Para mí, ocurrió allí lo majestuoso donde de alegría pude ver hasta lo escondido de tu pasado. En lo limpio de tus gestos, sobrecogí un rocío; sobre tu cuello, ausculté la docilidad tuya. Luego, nos imaginamos como dos almas entrelazadas. A solas, nos fuimos reconociendo con cada relatido entrañable. La ansiedad vino con sigilo. De repente, posaste tus ojos en mi sonrisa, volada de poesía. Eso fue vital, saberte a ti con la devoción tuya de diosa femenina. En el instante, yo quedé indefenso ante tu nobleza. Tu preciosidad, congregó todo lo divino. Me sedujiste como si fuera un único hombre. Más viniste hasta donde estaba yo. Despaciosamente desfilabas con un vestido de coloraciones marinas. Ibas acercándote a lo engalanada. Movías tu cuerpo con delicadeza. Y pronta, llegaste a mí, sin recelos ni presunción. Te adosaste de una manera especial. Para mayor sorpresa, no dijiste nada cuando fui a saludarte; solamente me besaste en lo sabroso. De efluvio; nos conmovimos con ternura, dejamos aguar nuestras bocas. Al cabo del ósculo, te supe dubitativa. Entonces, por eso posé una mano sobre tus hombros. Lo hice para pacificarte. Y mejor así juntos, convenimos andar en silencio por los senderos urbanos. Recorrimos cuadras de casonas. Sin prisa, curioseamos por ahí los bares con los restaurantes refinados. Se escuchaba la música. Estos lugares se mostraban festivos. La gente bebía aguardiente con frescura, las parejas bailaban abrazadas. Los unos coreaban bullarangas, los otros cenaban noviazgos. En cuanto a ti, recuerdo que ibas como pensativa. No insinuabas lo que verdaderamente compartíamos. De fresca, cambiaste a ser misteriosa. A escasas, soltamos unas pocas palabras, cuando llegamos a la plaza de Quevedo. Por fin, pude desfogarme en aquel ambiente artístico. Nomás allá, recuperamos la juventud. Yo te recité nuestras tardes del colegio. De emoción, fue natural ponerlo en evidencia. Evoqué las dedicaciones en que yo jugaba a darte mentas con poemarios. En secreto; te mandaba los presentes por medio de nuestro amigo, Julio Silva. Así que tú, ante lo escuchado, volviste a nuestro ayer y me enunciaste el único día donde
corrimos hasta la cafetería para comprar cubanos y donde te cogí la mano, pero pronto con fragilidad, te solté, porque tenía nervios. Ya después de las inocencias, recuperamos el presente, nos sentamos sobre el muro del fontanal. Por esos lados de la plaza bohemia; hablamos de cosas cultas, nos bebimos unas copas de vino. Estuvimos afables. Una vez volvió el silencio, te creí más mujer conforme rozaba tu piel con mis dedos. Con cuidado, te pretendí para apasionarte mientras la bruma de los cerros se tornaba morada. El idilio fue bello. Acaricié tu rostro. De acopio, tú me volviste a besar en los labios. Desde lo íntimo, te supe tibia por adentro de los entusiasmos. Fue elevado estar a tu lado, prendido en ti, mujer, saboreando tu lengua humectante. Aún eres inspiradora, no te olvido. En medio del goce, te lloré en secreto. Sobre el otro momento, cuando te separaste, sola te alejaste de mi compañía. Te fuiste por un sendero en bajada, sin despedirte. Lo sé, ibas para donde tu esposo. Eso de ser infiel te molestó y a la vez te gustó. Respecto a mí, ahora estoy feliz, porque tengo la certeza de que el otro sábado, estaré contigo y luego sin ti, Erika. Rusvelt Nivia Castellanos
Acotación en el asfalto Eres una estatua de ceniza / que se traga el estupor que te ilumina la cara / una hoja de maíz quemada por la pupila / de los rascacielos a quienes adoras / con tus manos aterronadas eres un costal de venas / puntual sobre la sombra ácida de la calle / con tu manto de tierra escondiéndote del frío / que pasea sobre las horas pisoteadas y arrogantes eres una rosa de concreto / muda deshojada la noche te pinta / una boca mísera y tus labios son dos tumbas / donde reposa la semilla parida en un minuto de mayo eres un paisaje rocoso / un silencio acotado en la esquina de una mirada / mirada como nube como espejo sucio / eres un corazón arrugado frente a la moneda / que palpita sobre la calle y el sol no te deja de alimentar / eres una acotación en el asfalto que vende su boca / por un pedazo de pan
Úrbico (fragmento) el aire se extendía sobre el aire las copas de los árboles eran estrellas el silencio la única voz que gritaba las nubes florecían y la tierra se inundaba de aves que llovían con sus picos de barro todo se mostraba como nada y la nada lo era todo así reinó el silencio como dios bastardo y los gritos aguardaron el sol por fin alumbró cuando le apuntó el primer hombre con su lengua de piedra y la luna siguió ahí como una mancha fría mientras las cosas permanecían calladas aún bajo su sombra al hombre lo vomitaron en una tormenta y la mujer salió del barro después de la lluvia
vagaron descalzos sobre el orbe hasta que les salieron raíces de las uñas y decidieron tomar una siesta al lado de un río en los márgenes de una costa tirados en la llanura cetrina de otoño se encontraron cómodos y decidieron ya no irse inventaron el templo y la agricultura se engendró el capitalismo murió la enésima mujer en parto se pagó la primera hipoteca después chuparon de la teta de una loba y descubrieron una serpiente muerta en el pico de un águila así nació de las costillas del hombre de negocios y de la mujer-araña, de la mujer-diosa-madre doméstica mujer-hogar invento del hombre-mono y del hombre-guerra paternal hombre-pene nació de los pasos de una yegua agonizante mientras el labrador se desnudaba y revestía sus manos de obrero, de oficio, de piedra así surgió de un sueño laberíntico la ciudad y las bocas se acostumbraron a sus miles de nombres y sus ojos cavaron su tumba C i u dad qué sucio se contorsiona tu nombre en mi lengua tu nombre fragmento de un camino vacío como los cristales de mis ojos que por debajo de tu carne van creando brecha No escondes tus míseras piernas y aglutinas en tu boca los días que repasas con tus manos Qué necias se mueven tus caderas de asfalto en el silencio enterrado del cielo inmensos tus ojos
en el abismo de la tierra que habito Palpita la respiración de tus pulmones desfigurados en el cerebro de las azoteas y la noche transpira clamor te besa y se va como un fuego que se apaga y te quema Esto que escuchas de entre tus entrañas es mi canto vástago el canto de uno de tus hijos que te escupe una sonrisa endemoniada que te susurra injurias bajo la sombra de mediodía que te acusa criminal por robar la fibra de sus pestañas y devorarla con el humo que hierve en tus encías C i u da d escucha el canto devorado por tu inmensidad abnegado canto de un andariego que se confunde en tu coraza de reptil cósmico Viene, c i u da d, tu nombre arrastrándose por mis venas ahumadas cuando transcribo en tinta el tarareo de mi pecho Andrés Gómez
El espíritu de la selva “cuando estamos en casa deseamos tener una aventura; cuando tenemos una aventura deseamos regresar a casa” Máximo Gorki Claudia “Estas niñas me van a volver loca” pensó Claudia mientras subía de a poco la pendiente, “no necesito guías, ni pulseras o predicciones de los signos zodiacales, mucho menos pendientes de un falso jade o flechas contra los ataques de un jaguar”. Se detuvo justo en la cima del montículo de hierba y caminó hacia la sombra del árbol. Ante ella la ciudad antigua de Palenque comenzaba a despertar. Sus compañeros de viaje miraban asombrados las ruinas mayas, los altos templos, las huellas de una magnífica civilización. Así lo había anunciado Martha: “las huellas de una magnífica civilización”. Claudia hubiera preferido otro destino: Cancún, Puerto Vallarta, Playa del Carmen o Puebla. Tanta ruina, tanta selva, tanto blanco sobre gris, tantas niñas pregonando le comenzaban a provocar un dolor de cabeza, un leve mareo, un cierto malestar. Decidió sentarse sobre una de las raíces que emergían desde el suelo. Abrió su botella de agua y tomó un sorbo, solo un sorbo. Miró hacia el Palacio, la escalinata estaba punteada de turistas queriendo subir. Sus amigos la animaron, pero ella prefirió quedarse allí, bajo la sombra generosa, junto al frío abrazo de su botella de agua templada. Pensó un rato en los animales que debieron haber habitado en aquella zona, hace miles de años, en las bandadas de aves que debieron haber surcado el cielo, bajo un clima menos hostil, menos rencoroso; pensó en los guerreros mayas, en la sexualidad de los guerreros mayas, y entre tanto pensamiento casi olvida tomarles las fotos a sus amigos que, desde la alta cima del Palacio, agitaban con fuerza las manos. Presionó el obturador una, dos, tres veces. “Esa es mi misión”, pensó Claudia “en esta aventura mi propósito es tomar las fotos”. Martha. —¡Estamos en mi lugar preferido! —Exclamó Martha mientras subía los escalones hacia el interior del templo. -Imagino los ritos, los bailes, los sacrificios- tocó con las manos una piedra que sobresalía desde una de las paredes- aquí, Marcos —dijo— aquí se resume nuestra historia.
El chico creyó que Martha exageraba, es cierto que las ruinas representaban el modo de vida de los antepasados, pero no era para tanto. Martha gozaba de una intrepidez fabulosa. Pretendía subir a todos y cada uno de los templos, estudiar cada valla, explorar más allá de los caminos señalados y sobre todo tomarse un millón de fotos. —Para eso tenemos a Claudia— dijo mientras armaba una pose divertida— para documentar nuestra aventura. Hoy encontraremos al jaguar. — ¿Al jaguar? — ¿Acaso tengo que repetir la historia? —preguntó Martha. —Casi al final de las ruinas, en el último templo, se oculta un jaguar milenario. —¿Cómo es posible que exista un jaguar milenario, no pueden vivir tantos años? — replicó Marcos. —Es mágico— respondió al instante Martha— Por eso ha vivido miles de años. Es el espíritu de la selva, el espíritu de Palenque. Y el pobre se ha quedado sin voz por culpa de todos los malditos vendedores, que se han robado los rugidos en sus artilugios —y señaló hacia la fila de vendutas, donde los hombres soplaban y soplaban, llenado las ruinas de voces artificiales. Marcos “Quizás ellas tengan razón y tomar vacaciones fue lo mejor que nos pudo haber pasado. Aunque solo fuera por tres días, aunque solo sean para un corto viaje” pensaba Marcos “el trabajo ya nos traía asfixiados. La vida no puede ser trabajar de lunes a sábado, para ir el domingo al cine y al supermercado”. —Nos hacía falta una aventura— le dijo a Claudia. —Una aventura— repitió la chica, se caló un poco más su sombrero y le dio un sorbo a su botella de agua templada. —¿Vamos a llegar hasta lo último? —Eso— dijo Martha- hasta lo último. El paisaje cambió un poco a medida que avanzaban hacia el fondo del recorrido. A Marcos le llamó la atención el delgado riachuelo, los puentes y la espesura que despuntaba en las laderas del camino empedrado. Sentía como la humedad de la selva aplacaba el fuerte ataque
del calor y como los ruidos artificiales se iban apagando de a poco, hasta quedar sumidos en un silencio total. —¿Este es el sitio? —preguntó Marcos. —Este es —dijo Martha y señaló una construcción más pequeña que las anteriores. Marcos esperó unos segundos para ver si alguna de las chicas tomaba la delantera, pero ambas se quedaron en el lugar. —Sube tú —le dijo Claudia— si quieres yo te tomo una foto desde acá abajo. El chico subió de a poco. En la cima había un cubículo estrecho, alargado y oscuro, sobre todo oscuro. Marcos miró a las chicas antes de entrar. Martha hizo un gesto como diciendo: ándale, nosotras entramos después. Se introdujo en el cubículo tanteando las paredes. Dentro había una fuerte humedad y un ambiente espeso. Trató de aguzar la vista, se le hacía difícil respirar, sintió un leve mareo, creyó ver en el fondo unos puntos de luz y salió asustado. Ya una vez fuera bajó con tan solo un par de saltos. Le afirmó a Martha que adentro había algo. —Es el jaguar milenario— dijo la chica. —El jaguar— repitió Claudia. Tomó lo último que quedaba en su botella de agua. —Ya vámonos de aquí —dijo luego. Salieron al césped soleado, al terreno seguro, bajo la presencia indómita del calor; donde tres niñas, vestidas de blanco, a la usanza de los lacandones, se les abalanzaron proponiendo sus pulseras de predicciones zodiacales; y a sus espaldas, sumido en la oscuridad, un jaguar sin voz comenzaba a despertar. Yonnier Torres Rodríguez
Cortar las nubes En el cielo, flotando pausadamente, las nubes comienzan a formarse sobre el pueblo. Se unen las unas a las otras, primero pequeñas casi invisibles, luego las más grandes de colores oscuros amenazan a los peatones con presagio de lluvia. Gonzalo tiene en su mano un cuchillo que tomó de la cocina y apuntando al cielo comienza a hacer ademanes de corte perfectamente a la mitad de cada una de las nubes más grandes, su esposa se asoma desde la ventana para ver la escena. Ella se dedica al hogar, nunca tuvo hijos, por lo que tiene un gran jardín que cuida como su familia, aprecia desde sus rosales hasta la mala hierba que retira con cuidado de las macetas, entre cuidar con tanto apego a sus plantas, mantener todo impecable y los descuidos de su marido nunca tiene tiempo para descansar y se refleja en las marcadas ojeras. Él trabaja como repartidor en una empresa que se dedica a vender pipas de agua, ama su trabajo y le entrega todo su esfuerzo, por lo cual siempre llega a casa con los pies llenos de lodo, las manos cansadas y un apetito bestial. La lluvia siempre ha sido su peor amenaza, con ella se paran las ventas por lo tanto Gonzalo se convirtió en un experto cortador nubes. Cuando comienzan a acumularse las primeras corre a tomar el cuchillo más filoso que encuentra, sale al patio, con cortes certeros y fuertes separa cada una de las nubes, sabe bien que al cortarlas se disipan y así no puede llover. Nunca ha fallado, desde pequeño su abuelo le enseñó como hacerlo, retomó el oficio cuando su trabajo dependía de la ausencia de agua de los compradores. Siempre recomienda a sus vecinos y amigos que lo hagan, afirmando que funciona, mientras unos lo tachan de loco, su esposa sabe la verdad ya que ella ha visto durante años como ha detenido las lluvias más amenazantes y a pesar de no estar de acuerdo con la sequía se abstiene de detenerlo. En las noticias anunciaron una tormenta esa tarde, Gonzalo teme por su trabajo, tenía una gran carga para entregar al día siguiente. Su esposa se alegra, las nomeolvides comenzaban a crujir sus pétalos azules y hasta la sábila se había entristecido “les hace falta agua de lluvia” dijo para sí misma. Nubes oscuras comienzan a posarse sobre las gladiolas. Gonzalo va hacia la cocina, toma el cuchillo más grande que encuentra y sale al patio para comenzar su tarea. —Te vas a mojar, ya dijeron que va a llover y ¡va a llover! —dice su esposa convencida mirándolo desde la puerta.
Sin prestar atención al llamado de su esposa lanza cuchilladas al cielo mientras ruedan por su brazo las primeras gotas de lluvia. —Ya métete, que está lloviendo. —¡Cállate vieja! —Mientras lo dice el sol comienza a asomarse, lo deslumbra y baja la mirada hasta ella junto con el brazo. Con un solo corte el cuchillo desgarra la piel, carne y huesos. Tan suavemente como partía a las nubes en trozos para desaparecerse, la esposa de Gonzalo cae al suelo con un corte a la mitad de su cuerpo cubierta con gotas de fina lluvia. Finalmente sale el sol, pero no deja de llover. Paola Delgado Olivas
De: NOSOTRAS Para: ELLOS "Quítate eso porque pareces...", "Compórtate, eres mujer", "Calladita te ves más bonita", "No me interesa tu opinión". ¿Disculpa? Yo no estoy aquí para obedecerte, para seguir tus reglas, para satisfacerte a ti y a tus necesidades. "Ven muñeca que nos la pasaremos bien", "Que buena estas". Soy más que un objeto sexual, que una falda, que un escote. Nosotras culpables no somos, nos acusan de perversas mientras ellos mienten sobre sus actos y pensamientos. Nos imputan por ser “rebeldes”, por cuestionar, por hablar, por ser mujer. Estoy aquí y tengo voz como ellos. Incluso, una más fuerte y valiente. ¡Yo creo en mí! No en lo que digan los demás. ¡Yo puedo! No necesito su permiso. "Es tu deber", "No te hagas la difícil", "Es normal, no eres la única", "¡Eres una puta!". Estamos hartas de vivir con miedo, de escuchar sus críticas, de no usar ropa que queremos por ser "provocativa", de no poder salir de nuestra casa sin terror, de no hacer lo mismo que ellos porque es de "hombres", de tener límites sociales que nos impiden crecer, de ocultar quienes somos en verdad porque es "inadecuado", de mirar a todos los lados para saber que estamos seguras y nadie nos sigue, de escuchar sus piropos y chiflidos en la calle, en el autobús, el metro, las tiendas, los parques y más. Nos cansamos de esperar, de buscar e ir por ayuda y que nadie nos escuche, que nadie haga nada, que nos pongan como la "culpable", que digan que fue un homicidio y no feminicidio, que fueron unas pocas afectadas cuando fue todo un genocidio, que es algo “normal” cuando es injusticia, que se queden sentados y nos intenten callar cuando más de una abuso ha de enfrentar. ¡Llegó la hora! De romper la tradición, de poner un alto, de callar bocas y eliminar dudas que ignoran quienes somos, de superar los estándares, demostrar nuestro talento, de lo que somos capaz y hasta dónde podemos llegar por nosotras mismas. Prefiero perder un minuto en la lucha que la lucha en un minuto; callada no me tendrán ni a mí, ni a mis palabras. Avril Lobato Delgado
20-20 Tenía 25 años Cuando la tierra se vino abajo, Todo era obscuro. Nadie podía salir, El abrazarnos era un lujo Que nadie se podía permitir.
Un virus había nacido. Todas las puertas estaban cerradas Y nuestro mejor aliado era una caja. Veíamos a los seres queridos Mediante una pantalla. La convivencia era futurista.
Una capa nos cubría la boca, Escudos transparentes sobre nuestro rostro. La escuela era a distancia Sin saber que mañana nos deparaba.
La libertad era vista Como una píldora inexistente. El ser libre Tenía un concepto diferente.
Todo era inseguro, La vida se tornaba incierta. La rutina ansiedad causaba Y de ésta se vivía.
Al acecho se encontraba el insomnio, Volteando todo reloj biológico. Parecía que era el principio Del tan afamado apocalipsis.
En las afueras El racismo permanecía, Las muertes por desprecio Solamente crecían, Vaya momento para estar vivo.
Por eso veinte veces yo deseaba Que el veinte-veinte terminara, Que las noticias hablaran del orgullo Y de lo grata que puede ser la vida.
Pero se sabe Que donde perdura la tormenta, El arcoíris aparece,
Tal como diciembre llega Y en enero un nuevo ciclo comienza. JesĂşs Villanueva
El amo y el esclavo
Piadoso deseo es pensar que la intervención divina nunca se discute, sin embargo, con muchas de sus acciones inclinan al hombre hacia la injusticia, o hacia los actos de irracionalidad. Todo esto comenzaba a elucubrar aquel amo caminando a campo abierto junto a su esclavo, menudo, taciturno y complaciente hacia cada cosa que el señor necesitará. —Tengo miedo de saber a dónde vamos, Acongojado proseguía un camino aun basto frente a sus ojos, —Señor, nunca sabemos hacia dónde vamos, pero todo eso está escrito en el firmamento de los dioses. — ¿Y ellos tienen razón? —Deben de y solo debemos aventurarnos a sus brazos y esperar sus designios ¿Acaso somos dueños de nuestros propios actos? El amo, azorado con las palabras, seguía parsimonioso el camino trazado, pues, debía llegar a la mañana siguiente al destino planteado para un cambio radical. Sin embargo, en el último momento decidió detener el camino e informar al acompañante de su nuevo dictamen. —Está claro que, si los dioses han trazado un camino para mí, no debe ser uno que quiera, por tanto, desdeño su deseo. —Haces bien mi señor, ¿por qué ofrecer un sacrificio a un dios si lo puedes acostumbrar a seguirte como a un perro? El amo, no esperaba tan complaciente respuesta, y angustiado ante la falta de crítica, decidió volcar su rumbo hacia otra parte. Pero después de mucho caminar, nuevamente atormentado surgió una nueva cuestión. —Pero ¿Y si esa gente me necesita? —Pero porque te atormentas mi amo, ellos al final consumirán el grano, disminuirán su interés y para colmo maldecirán al señor. No hay porque pensar en gente malagradecida. Las respuestas eran perfectas para aplacar aquella conciencia que taladraba su sentido de responsabilidad, pero aquel esclavo, lejos estaba de darle calma a la ansiedad que iba creciendo.
Esa complacencia hacia nudos en su estómago y saturaba sus pulmones de un aire pesado que lo hacía ya imposible poder continuar. Se detuvo y volvió a cuestionarlo. —¿Y mi promesa de honor ante aquella lucha que está por comenzar? ¿Qué opinas de ello? —¿Prestar servicio de utilidad pública? Basta con subir a las colinas y ver los cráneos que hay en ellas. Entonces mi amo, dígame ¿Dónde está el malhechor y dónde el Bienhechor? El hombre, entendía que la labor del esclavo era siempre complacerlo, sin embargo, sus respuestas lo agobiaban, daban aún más terror que aceptar su responsabilidad en una guerra que se tornaba inmediata, pero tampoco ese miedo lo hacía poder decidir. Finalmente, no quedó más que la perspectiva del suicidio, como aquella respuesta no mencionada pero latente en todo su discurrir de aquella plática intermitente, pues ya todo está echado por tierra, incluso lo racional de un pensamiento lógico y aceptado, a lo que esos fuegos artificiales de argumentos contradictorios que el esclavo se había esforzado por elaborar lo habían convertido en un instrumento de muy dudosa eficacia. Roxana Aguilar Rebollo
[Hipóstasis] Toma la esquina más próxima. Mira luego en la vaciedad de los bolsillos añejamente tersos, y alcanza la prisa previa al andar de tarde a trabajar. Como ciegamente, busca los tropiezos de un encuentro fingido, busca en las mismas calles otra vez la hebra de lo improbable anhelado. Rumia, saliva mustiamente las endechas fruncidas que desde cada imagen dejan vislumbrar la angustia en un enclave ausente. En falso palabrea con sigilo estúpido por algo insospechado acabado con igual fantasma, por una premura oculta por salir corriendo por alguien extrañado por demasiado tiempo por imbecilidad, por miedo, por incredulidad o angustia. Busca en los bolsillos, encuentra esa angulosidad de vacuidad antaño más tersa a la visión de lo próximo, toma luego camino por el pasillo principal, recuerda: —somos una población de mierda— marca entrada: ¿14:16?... tifones de basura anegando el pensamiento, vuelven otra vez tapizando la inmundicia, quizá para ocultar que en otras partes muere la gente anormalmente por montones —siendo, de esa furia, todos, inminentes presas—, quizá para acallar el atontado sollozo de aquéllas mismas inminentes presas —aquí, ahora— de sí mismos como de un impersonal destino. Toma el teléfono, busca otra vez volver más tarde a casa. Mira luego la soledad todo preñándolo con ironía más bien triste. Intenta otra vez. Siente la penetración del frío en la briza al encuentro con la tez que bien pudiera verdear y alisarse de repente danzarinamente, como ese árbol, abajo, cruzando la calle, de tan alegremente pasmada fronda, que pareciera dulcemente enmarcar el encuentro galante entre un policía y una muchacha, bajo ella guarecidos. Siente la penetración de la ansiedad. Cuelga el teléfono. Mira la soledad de la calle, luego ese andamiaje recubierto de un negro telar, y vuelve otra vez al ángulo terso de la vacuidad más próxima y fría, vuelve al recuerdo, al añejamiento en la visión. Piensa en todos con quienes el retorno fuese efectivamente imprevisible. ¿Será que ya luego este momento pueda ser creído como resonancia de lo que antaño fuera una vagancia indiscriminada, de lo que antaño fuera lo único otro posible respecto de la mismidad de la conciencia en tanto que sujeción? Saca la chispa, luego el humo, mira en el cielo la hora, vuelve, marca salida: ¿22:40?, pequeños riachuelos van rompiendo el conato que acotara el pensamiento al desplegarse, desperezándose negligentemente sabiendo que la soledad no siempre es grata. Retoma el camino tristemente —me persigue el tiempo—. Siente caer con todo su peso una tristeza indecible, la misma de siempre. Retoma la tristeza al andar —persigue el tiempo—.
Finge casi guardar las lágrimas, finge la eterna identidad de la tristeza, busca nombres, objetos que la encarnen… La sandalia perdida durante la embriaguez de hace días —por fin— encontrada. Un perverso tumulto de ruidillos esconde la ausencia de todos en casa. Quedó la luz prendida, la puerta abierta. Es sombría la calma; surge de repente un recuerdo —no, una memoria—: ¿23:04? ¿Por qué me persigue el tiempo? Quita a lo sentido las palabras, guarda el fingimiento, llora hacia adentro. Mira sobre las iras de una espera insospechada sus rodeos vanos, mira cada paso darse y sin sentido, mira las sombras bajo el camino de los cuerpos, mira el mirar, la mirada. Quita las palabras. Acalla en vano y para siempre, otra vez. Quita las palabras —pues clausura las fisuras la fluxión de los lindes— y como cerrando los ojos siente del tiempo un tiento. Llora hacia adentro. Quita las palabras. Calla el viento cuando afuera llueve. —¿A qué se siente el tiempo?— Diego García
Optimización Empezó por comentarios en los grupos de noticias marginales de Internet. También apareció en uno que otro envío jocoso por correo electrónico entre estudiantes de informática en las universidades. Se decía que algunos simuladores y programas escolares no estaban funcionando adecuadamente, con las reglas normales, rectas y doctas, de los institutos del saber cibernético. Analizaban cómo se rompía la relación de lógica lineal que deberían tener con sus creadores, los amos y señores de los programas, concluyendo que esos códigos no tardaban ni muchos ciclos de procesador, ni demasiados nanosegundos en volverse a comportar como mascota bien entrenada y, otra vez, tomaban su camino. La siguiente noticia de interés se encontró en el Wall Street Journal, citando de qué manera el National Bank quedó paralizado un día por un error en alguno de sus sistemas críticos. Pero el director general de ese banco dijo que no habría ningún problema a futuro: el error fue localizado y corregido, “además se han tomado las medidas pertinentes para evitarlo en un futuro”. Sin embargo, un comentario anónimo que navegó de puerto en puerto por la Red decía que ese módulo básico se comportó aquel día de manera extraña, “como si a la computadora se le hubieran pasado los martinis”. Era del año, por lo que la gente no prestó atención. “Otro ejemplo de los psicópatas de Internet” pensó más de uno. Pasaron varios días y todo quedó en el olvido. Quizás fallaba algún sistema de manejo de boletos, quizás se perdían unos centavos en una transferencia bancaria, quizás el conteo de un juego de video fallaba. Pero todos estos problemas tenían siempre explicación, sana y racional, dentro de las áreas de desarrollo de sistemas, o con el soporte técnico de las compañías de software. Decían que eran pequeños errores o bugs en la programación que se levantaban y andaban cuando cierta mancha solar estaba de cara a la Tierra; o que se despertaba un proceso oculto por algún decepcionado de la política salarial de la compañía cliente o proveedora; o que aparecían si el usuario había leído en ese momento una página subida de color en su novela semanal. Afirmaban todos los especialistas “no hay nada de que alarmarse”. Llegó otro de esos días negros en que se revuelca golosa la prensa mundial. Fue en viernes. Lo mismo pasó en la computadora de campo de cualquier estudiante que en los grandes edificios del santo cálculo para los sistemas militares: todas las computadoras y el software empezaron a trabajar de manera incorrecta. Alguien pedía una pizza por Internet y le llegaba una colección de negligés de seda, otro activaba un seguimiento de aviones enemigos y aparecía
un Pacman en la pantalla. Los ejemplos eran múltiples como sistemas de cómputo había en el mundo. Los gobiernos quisieron convocar a una reunión de emergencia con todos los expertos en software, pero se toparon con un problema: las redes telefónicas también funcionaban con computadoras. Por lo tanto, las llamadas urgentes se hicieron por personal en bicicletas o andando: los automóviles gubernamentales tenían computadoras en su interior. Problemas parecidos tuvieron los grandes directivos de las todavía más inmensas trasnacionales, al querer llamar con su celular, usar el correo electrónico o simplemente llamar a sus súbditos por el intercomunicador. Pero nada de lo anterior detuvo el espíritu de convocatoria, y finalmente hubo reuniones en los sótanos de los edificios, ya que no era posible una reunión en la cumbre sin elevador. Se deliberó y discutió, pero nadie supo que estaba ocurriendo. Vino el lunes y en una escuela perdida en África, un niño se dio cuenta de lo que pasaba y lo expreso así: “Maestro: no me sale la suma que practicamos la semana pasada”. El maestro se acercó en ese momento, como muchos doctores, ingenieros, contadores y vendedores se acercaron a sus lápices, calculadoras y demás parafernalia. La suma, la sencilla operación de suma, el 1 + 1 ya no daba 2. Daba resultados según el humor que tenía la operación en ese momento; podría dar 4, 0, 9 o, en ocasiones, se aproximaba lo suficiente, tal como fue demostrado ese día en la tarde por aquel que había desentrañado grandes misterios matemáticos: daba 1.9999 seguidos de dos millones de nueves o 2.000 con tres millones de ceros y un uno al final, pero nunca la cifra que tenía que ser. La civilización humana se hundió en un mar de ambigüedad. El ser humano, el adalid de la razón y avatar de la tecnología, tenía una gran cantidad de máquinas o dispositivos que sabían sumar, pero algo se había descompuesto en la naturaleza que no permitía que la operación diera el resultado exacto. Además, en la cabeza muchos matemáticos, cibernéticos y filósofos existía otra preocupación: que se descompusieran el resto de las matemáticas, aquella de la resta, división, multiplicación y todos los anexos que se enseñan el nivel básico escolar. Pero el temor mayor y no expresado por estos grandes cerebros era: si estaba fallando la matemática humana, lo cual era hasta cierto grado tolerable (“podemos encontrar una solución o inventar otra matemática que se ajuste a la nueva realidad”), ¿podría fallar la matemática natural tal como la agregación en procesos químicos o la liga de ácidos ribonucleicos con el DNA? Para el martes se concluyó que sólo fallaba la suma donde el concepto matemático humano había intervenido. Ese día, los vanguardistas de la computación genética natural
trataron de imponer su escolástica y de erigir como herejes a lo digital y a lo mecánico. Por fortuna no había medios de comunicación suficientemente poderosos y rápidos para extender su evangelización. Llegó el miércoles y la suma empezó a dar siempre un valor constante: 1 + 1 = 3.141516. Fue la apoteosis para los pitagóricos, se regocijaron del fin del mundo y se suicidaron a continuación. Los matemáticos naturales, aquellos que sólo manejan 1, 2, 3, 4, 5, 6, infinito se encontraban ante la perspectiva del abandono de su profesión. Llegó el jueves y la suma dio lo mismo que cuando se acercan los límites del cálculo a una discontinuidad: nada. Entonces la escuela filosófica del cero y los herederos de la tradición del éter monogénico brincaron de gusto. Pero ya muchas personas se estaban cansando de sólo tener 24 horas de certeza. El viernes la suma funcionaba cuando se calculaban progresiones de geometría de Zavala. Un pequeño inconveniente era que sólo había dos personas en el mundo capaces de realizar dichas operaciones y, francamente, cambiar todos los chips y dispositivos para que trabajaron con este método de cálculo era una utopía. El sábado y el domingo la suma funcionaba dentro de un paradigma matemático, que algo después se transformaba en otro. Primero fue poco a poco, pero aceleró su tasa de cambio conforme pasó el tiempo. Podía haber futuro si se hacían sistemas guiados por el azar o por la lógica difusa, que le atinaran a la suma si se programaban mil y una formas de sumar. Pero la razón de cambio de la operación era tan rápida el domingo por la noche, que se casi se concluyó que el fin de la especie humana como especie tecnológica. El lunes, el mismo niño que una semana antes descubrió que no le salía la suma, vio con adoración como trazaba un dos en su cuaderno. De repente, sin aviso o acuerdo alguno, todo estaba como antes. Casi como antes, había una pequeña diferencia: cualquier tipo de cálculo se había acelerado de manera tal, que ahora tardaba únicamente 1/1000 del tiempo en el que antes se hacía. Gobiernos, compañías y universidades convocaron a muchos genios, quienes se reunieron y deliberaron durante largos días e innumerables semanas sin llegar a conclusión alguna. Mientras tanto por allá, donde las metamatemáticas de la über realidad son un breve trazo en el libro de las eternidades, un dios respiraba a gusto después de un arduo trabajo, y prometía no volver a mejorar el performance de su creación hasta que volviera a arrancar el universo para una nueva corrida. Eduardo Honey