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Índice Introducción .........................................................................
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La historia de ... Manuel Cabezas 82 años, Argallón .....................
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Teresa 80 años, Córdoba ........................................
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María 83 años, Algarinejo .....................................
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Carmen Prieto 88 años, Villarrubia ..............
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Ángeles 86 años, Palma del Río ........................
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91 años, Córdoba ....................
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74 años, Córdoba .................
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Flora Montero María González
Luis Romero 85 años y Carmen Moya 83 años, Ojuelos Altos ……………………………………...… 29 Joaquina 88 años, Montoro ............................……
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Carmen Cruz 73 años, Aguilar …..………..……..
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Marcial Toledo 74 años, Alfarnate ................
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Introducción Este documento nace de la iniciativa del alumnado del Ciclo Superior de Animación Sociocultural y Turística por conocer la historia del periodo de la Guerra Civil española y sus sucesivos años de posguerra con la idea de desarrollar un proyecto sobre el tema. Para ello, decidimos recoger testimonios y entrevistar a personas mayores cercanas, familiares, vecinos y vecinas, para entre tod@s profundizar en el conocimiento de aquella época. El alumnado ha sido el encargado de recoger estos testimonios, añadiéndole valor a cada palabra aquí recogida. Sólo podemos agradecer a toda aquella persona que nos ha ayudado a conseguir escribir este documento común, en especial a las personas entrevistadas, por abrirnos su memoria y su corazón. 3
Han colaborado en la recogida de testimonios: Ana Cruz Cobos Atenea Doctor Jurado Ana Ruíz Agreda Antonio Fernández Soro Blanca Tamayo Torres Cristóbal Bajo Ortega Estefanía Poyato Romero Laura González Ruiz María del Mar Cabezas Benavente Carmen Belén Frías Civantos Leticia Pérez Castro Rafael Marzo Martínez María José Rueda Fernández
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“De pronto, mientras subía la escalera, vinieron a mi memoria todas las canciones que había olvidado y las quería cantar todas a la vez”. F.G. Lorca
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La historia de Manuel Cabezas Manuel, 82 años. Vecino de Argallón, aldea de Fuente Ovejuna, Córdoba. Vivió la posguerra, pero sus padres y algunos conocidos sí que vivieron la guerra, él nos cuenta algunas de las experiencias que les han contado. Vivía en Argallón. Nació el mismo año que estalló la guerra. Sus padres eran Panaderos, le daban pan gratis a la gente que no podía pagarlo. Su nivel económico era medio, ni muy alto ni muy bajo. Cuando era pequeño ayudaba a amasar el pan. Sí que pudo ir al colegio, pero algunos de sus amigos no, aunque cuando tuvo 10 años dejó de ir al colegio y empezó a ayudar a sus padres en la panadería y en el campo. En su familia se repartían los trabajos. Su padre en la panadería, él amasaba y cogía la leña, su madre limpiaba en la casa y vendía el pan si su padre no estaba, y sus hermanos mayores aprendían a hacer el pan. Todos los días hacían lo mismo, unos días más y otros menos. Había mucha hambre, se trabajaba en el campo todo lo que se podía, se hacía picón o leña y de eso se sobrevivía. Además, en el pueblo se ayudaban los unos a los otros. Conoce dos casos de desaparición. Un tío de su mujer fue malherido y desapareció, pero no recuerda lúcidamente la historia… Sí recuerda una anécdota curiosa que le paso a un ¨amigo¨, mayor que él. Los nacionales solían ir a Argallón, y como 6
era costumbre, se llevaban en camiones a gente para fusilarlos y les decían que se iban de “paseo”. En una de estas veces, eligieron a Manuel (“su tocayo”) para fusilarlo, pero justo cuando tenía que subirse en el camión, un soldado le dijo que no cabían más personas, y que se fuese a casa. Iba a ser una víctima, pero al final tuvo suerte. Recuerda que se realizaban reuniones informativas y contrarias al régimen, pero él era muy pequeño y no estaba implicado en ellas. Nos cuenta que se tenía mucho miedo, no se hablaba del tema, ni de la represión, ya que podía haber personas infiltradas y delatarlos. Solamente recalca que había un vecino que sí que estaba bien informado de todo, pero su familia no quería saber nada. La figura de su madre como mujer de aquella época, era ama de casa, pero también ayudaba en el campo, nos cuenta que hacía de todo. Las mujeres además, lavaban en el arroyo, y a veces no había agua y tenían que irse lejos a por ella. Tiene la imagen de la cartilla de racionamiento como una lista donde se apuntaban las cosas de dinero (el dinero que se debía a los comercios, por ejemplo). Cuenta que tenían que llevar esa cartilla para comprar, sacar el pan… etc. Como no había dinero se racionaba la comida, para que la gente tuviese comida a partes iguales. Manuel no conoce la ley de Memoria Histórica.
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La historia de Teresa Teresa, 80 años. Vecina de Córdoba. Vivió en la posguerra, pero sus padres vivieron parte de la Guerra Civil. Ella nos cuenta cómo vivió de pequeña las consecuencias de la guerra y cómo pudo seguir adelante sola con sus hermanos. Vivió en Espiel durante su infancia, pero nació en Barcelona en 1939, porque su padre tuvo que exiliarse, al estar huyendo de la guerra. De todas formas, una vez asentado en Barcelona, le metieron en la cárcel durante unos cuantos meses, creían que tenía relación con el bando republicano, hasta que le soltaron porque no conseguían averiguar nada y además contaba con algunos amigos que le ayudaron. Teresa nunca supo si fue verdad que tenía ideas republicanas porque murió muy joven sin contarles nada de aquella época. Cuando volvieron de Barcelona a Espiel, al terminar la guerra, a sus padres les habían robado todo lo que tenían en la casa del pueblo. Su padre era pescadero, su madre le ayudaba y ella y sus hermanas ayudaban a su madre. Teresa nos cuenta, cómo teniendo 7 años de edad, pierde a su madre por una enfermedad, y poco después a su padre. Lo hace con voz temblorosa y baja, para que nadie la escuche, evitando contar el destino incierto de su padre.
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Su madre cayó enferma, de la noche a la mañana, no sabían qué le pasaba, estuvo dos años y cinco meses encamada. Con el tiempo los médicos les dijeron que fue cáncer. Su madre murió, y todos los hijos se quedaron con su padre. A los dos años de morir su madre, su padre se volvió loco de pensar que su mujer había muerto y había dejado atrás 4 hijos pequeños (tres niñas y un niño). Tuvo miedo de no saber sacarlos adelante. Entró en una depresión, ya no era el mismo de antes y estaba muy agresivo con ellas. Un día no volvía a casa, ella y sus hermanas estaban preocupadas, pero no demasiado, porque él solía salir a vender pescado por la tarde, pese a que no estaba ¨en sus cabales¨. Hasta que pasaron los días y las semanas, y no apareció. A ella y sus hermanos les dijeron que se lo habían llevado a un centro ¨de los locos¨ hasta que se pusiera bueno, que les mandaría cartas e iría a verles. Pero nunca fue a verles. Su tía, que fue la que la crió porque ya era prácticamente huérfana, les contó que se murió de la pena en el manicomio, pero muchos vecinos del pueblo también dijeron que se lo llevaron o que lo fusilaron allí, en Espiel, porque días antes de su desaparición, estaba gritando en medio de la calle y creían que estaba llamando a que la gente se revelase.
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No sabe qué fue de su padre, sólo sabe que fue muy desgraciado la poca vida que tuvo. Después de aquello, su tía les ayudaba mucho, su hermano con 14 años empezó a trabajar y se portó muy bien con todas, no les faltó de comer porque él trabajaba en todo lo que podía, pero aún así tenían muchas carencias. Su hermana pequeña, una década después, murió también, en una excursión de la escuela, porque se pinchó con una concha y enfermó de tétanos. Ella se puso a trabajar sirviendo en casas con 14 años, fue cuando se echó novio. Salió de la casa de su tía y se fue a vivir a casa de una de las conocidas del pueblo, que aún a día de hoy la cuida mucho. Cuenta que fue a la escuela pero sólo aprendió lo básico, a leer y a escribir, y a los 9 años ya estaba fuera. Se acuerda de que su maestro tenía mucha pena de ellas porque siempre iban al colegio con el luto de sus padres. Se pasó con luto muchísimos años. Hace referencia a que la mujer no ocupaba ningún papel importante, solo se dedicaba a su casa y a sus cosas. No se metían en asuntos complicados y menos con la dictadura que había. Lo único que conserva de aquella época es el papel de cuando vendieron su casa y una foto de sus padres.
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La historia de María María, 83 años. Nos cuenta cómo vivió la posguerra y las dificultades económicas a las que se tuvieron que enfrentar. Nació en Algarinejo, un pueblo de la provincia de Granada. Su situación económica fue muy mala. Cuando daban un jornal, que eran 5 duros, no tenían ni para comprar pan porque el pan costaba 12 duros. Tenían lo mínimo, recuerda que solo comían gachas. Se quitaban el hambre echándole a casi todo la leche de las cabras que tenían. Su padre trabajaba en el campo (cogiendo aceitunas, haciendo hoyos, plantando, etc.). También su padre hacía estraperlo para poder comer. Compraba y vendía las cosas porque no había trabajo en el campo. Solo tenían una muda de ropa, para ponérsela y quitársela para lavarla y volvérsela a poner al día siguiente. Muchas veces también hacían trueque o los de las tiendas les dejaban ¨fiao¨ lo que compraban hasta que podían pagarlo. Recuerda que un día su hermano estaba tan débil de no comer que venía por el campo andando mareado y tuvo que esperar a que llegase su padre para comer gachas, se pasó todo el día mareado hasta que pudo probar bocado. Había mucha falta de
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cosas, comían lo que criaban en el huerto y los animales que criaban. La gente se iba a otros cortijos a hacer negocios ilegales. Otros se iban a servir con tal de que les pagasen con comida y no con dinero. Quien tenía tierras sobrevivía, pero los jornaleros no tenían para nada. Con 6 años, ella ya estaba criando vacas y ayudando a su madre. Se levantaban muy temprano e iban a la faena, pero también tenían sus ratos de juego entre hermanos A su madre le daban un trozo de pan con la cartilla de racionamiento. Su madre luego daba un cacho a cada uno y el resto a su padre para trabajar No fue a la escuela ni pudo aprender apenas nada, porque estaba trabajando con su familia desde bien pequeña. Sus hermanos sí tuvieron un maestro que pagaban sus padres como podían, pero ella al ser una niña no tenía acceso a eso, no se lo permitían. Cuenta que el hermano de su abuela tuvo que exiliarse porque era del bando republicano. Además de que su padre estuvo también 4 años luchando en la guerra Para ella la función de las mujeres en aquella época era Trabajar casi que desde que nacían, se casaban, tenían niños y seguían trabajando. No tenían opción de nada, ningún mandato, eran un cero a la izquierda.
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No conoce la Ley de Memoria Histórica, porque según ella misma entiende, las personas mayores no suelen saber nada de eso, no tienen mucha información tampoco.
La historia de Carmen Prieto Teba, ¨Carmela¨ Carmen, 88 años. Tiene algunos recuerdos muy difusos o con una visión infantil, porque era muy pequeña, solo tenía 5 años. Durante la guerra su familia estaba viviendo en Villarrubia, trabajando una tierra que no era suya, entregaban la cosecha y se quedaban con lo justo. Vivía con su madre que era viuda y con sus 6 hermanos, los 3 mayores trabajaban con ella en el campo y los pequeños se quedaban en su casa al cuidado de la hermana mayor que tenía poco más de 16 años. Cuenta que algunos rojos bajaban de la montaña y abusaban de las mujeres, por lo que tuvieron que salir huyendo por miedo a que le pasara algo a su hermana mayor. Lo dejaron todo abandonado y se marcharon junto con 7 familias vecinas solo con la ropa, el dinero y un mulo y estuvieron andando una semana por la sierra, desde Villarrubia hasta Obejo, durmiendo debajo de alguna encina y comiendo de las reservas
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que entre todos llevaban o de lo que iban encontrando por el camino (una vez mataron un pavo y se lo comieron). En Obejo cogieron un tren con el que querían volver a Alcalá la Real, su pueblo de origen, pero en el mismo tren recibieron la noticia de que el pueblo había sido “tomado” y tuvieron que bajar en Jaén. Estuvieron en un refugio con muchísima gente durante dos semanas donde les daban comida y cama, mientras su madre y los hermanos mayores buscaron trabajo. Aproximadamente a las dos semanas los echaron, su madre y su hermana mayor empezaron a trabajar en un cuartel de soldados rusos sirviendo la comida en el comedor, donde también vivían, otra cosa que recuerda es que su madre enseñaba a leer. Su hermano construyó refugios antiaéreos. Ella junto con el resto de hermanos y otra familia que no conocían vivían en una cochera frente al cuartel. Al estar cerca del cuartel, esta zona fue muy bombardeada y recuerda el sonido de las sirenas y tener que salir corriendo a esconderse debajo de los olivos o en los refugios con alguna hermana mayor, sin saber nada del resto de la familia. Cuando todo pasaba se encontraban en el camino de regreso buscándose unos a otros.
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Por aquel entonces, Celia, su hermana de 17 años aproximadamente, tenía novio y tenían planeado casarse después de la guerra ya que él estaba luchando en el frente en el bando rojo, lo metieron en la cárcel, y le escribió una carta a su hermana contándole que la condena era cadena perpetua y pidiéndole que no lo esperara. Recuerda una anécdota de su hermana María de 12 años, en la que aparecieron los aviones preparados para bombardear, María corría asustada de un olivo a otro sin dejar de moverse, vestida con un vestido rojo. Entre toda la gente que estaba escondida intentaban cogerla y tranquilizarla, para que el vestido rojo no les delatase desde el cielo, hasta que finalmente le arrancaron y destrozaron literalmente el vestido. Recuerda la imagen tan espantosa que quedaba después de los bombardeos, trenzas de niñas pegadas en la pared. Durante toda la guerra vivieron con el miedo de que a su hermano Elisés, que tenía 18 años se lo llevaran, de hecho estuvo inscrito en un listado llamado “la quinta del biberón” (en la que aparecían los reclutas de 16-18 años) , pero por algún motivo se libró y nunca fue a luchar. DESPUÉS DE LA GUERRA Una vez que la guerra terminó, volvieron a Alcalá la Real y quisieron entrar a su casa, que habían dejado al marcharse a Córdoba. Se la encontraron ocupada por un “falangista” que decía 15
que era suya. Durante dos semanas tuvieron que irse a vivir con un familiar, hasta que finalmente, gracias a que su madre conservaba las escrituras de la casa, pudieron recuperarla. Volvieron a estar todos juntos pero al poco tiempo su madre y los hermanos volvieron a Córdoba para gestionar la venta de unas tierras que había heredado. Ella y el resto de sus hermanas se quedaron por un tiempo más en Alcalá hasta que tuvieron suficiente dinero para reunirse en Córdoba, ciudad en la que ya se quedaron todos. Cuenta que era muy común que las personas que fueron apresadas durante la guerra y la posguerra fueran asesinadas en las cárceles, y cuenta la historia de una vecina que descubrió que su hermano había desaparecido de la noche a la mañana en una de las visitas a la cárcel. Durante los años del Franquismo recuerda la época de las cartillas de racionamiento, en las que incluían estrictas listas de alimentos básicos como azúcar, arroz o garbanzos y tenían que hacer largas colas en la puerta de Almodóvar (donde dice que “empezaba Córdoba”), para adquirir estos productos en las tiendas marcadas también en la misma cartilla, y cómo su marido se las ingeniaba para conseguir otra cartilla u otros alimentos mediante el “estraperlo”. Eran obligados a saludar con “Arriba España” y tenían que llevar cosida a la ropa la bandera española. No podían hablar con
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libertad de nada, no se fiaban ni de sus propios vecinos, había muchos “chivatos de Franco”. También cuenta, como hecho anecdótico, que a las mujeres que eran del bando contrario al franquista les echaban aceite de ricino, las pelaban y les pegaban. Las tenían metidas en una casa de Alcalá sin poder salir y era en los patios donde las maltrataban. La prima de su madre lo veía todo, nos cuenta Carmela que de presenciar esas torturas, se volvió loca. De niña fue a la escuela pero no aprendió ni a leer, ni a escribir. Siempre trabajó cuidando a su propia piara de cerdos y a partir de los 15 años empezó a trabajar en el campo, su primer sueldo fueron 7 pesetas por una jornada de sol a sol. Conserva el joyero donde su madre guardó el oro cuando tuvieron que huir.
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La historia de Ángeles Angeles, 86 años. Nació el 1 de Mayo de 1933 en Palma del Río. La menor de dos hermanos. Nos cuenta cómo vivió en esa época. Durante su infancia se crió en una casa de vecinos. Era de una familia con un nivel económico medio, su abuela, su abuelo y su padre tenían un puesto de carne en la plaza de abastos. Antiguamente no todo el mundo podía permitirse comprar carne por ello, su abuelo, que era un hombre muy honrado y generoso, la carne que sobraba de ese día en el puesto se la daba a escondidas a los más necesitados. Ella siempre ha trabajado en casa, ayudando a su madre y a su abuela, su casa era grande y todos los días tenían que limpiar pero no con una fregona, antes se cogía un paño y las mujeres se ponían de rodillas, fregando así toda la casa. Fue de pequeña a la escuela que había al lado de su casa, María, una mujer que vivía cerca de su casa le enseñaba a leer, sumar, restar, multiplicar y le daba clases de costura que era lo que más le gustaba de la escuela porque aprendió a hacer punto de cruz. Cuenta que no pasó especial necesidad por falta de comida porque con la carne que sobraba del puesto de su padre se hacían 18
guisos de potaje. Recuerda que su madre le cambiaba el pescado por la carne al pescadero de la plaza, porque antiguamente todo esos alimentos eran muy caros. Por la mañana escuchaba a su abuelo y a su padre levantarse para ir a trabajar y cuando se levantaban, su madre y su abuela ya tenían que estar despiertas preparándoles el vaso de leche con pan migado a los dos. Cuando se iban, su madre y su abuela se tiraban toda la mañana limpiando y cocinando la comida. Recuerda, que durante la represión de aquella época, cogieron a su abuelo que iba por la Calle Feria y se lo llevaron a la fila, cerca de las murallas de Palma del Río, para matarlo, pero se salvó gracias a que un vecino de alto estatus lo conoció y pudo sacarlo de allí. La posterior dictadura la recuerda con mucho miedo y nadie podía abrir la boca. Si recuerda que había una peña de comunistas donde iban a hablar de forma clandestina sin que nadie lo supiera. Cuenta que la mujer no tenía ningún papel, solo para limpiar, para las cosas del hogar. No podían entrar en el mundo laboral, siempre estaban debajo de los hombres. Hace énfasis en que las mujeres siempre vestían con faldas, los pantalones solo eran para los 19
hombres, y en que ella jamás se ha puesto unos pantalones a lo largo de su vida. La economía de la posguerra la recuerda pobre, ¨no había riqueza en el país¨ nos cuenta. Guardaban el pan para hacer pan migado con leche y eso era lo que comían la mayoría de las personas. Se pasaba mucha hambre, a raíz de todo esto la gente caía en muchas enfermedades. Ángeles tampoco conoce la Ley de Memoria Histórica.
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La historia de Flora Montero Vasallo Flora nació el 24 de mayo de 1925 y falleció el 15 de marzo de 2016, con casi 91 años. Desde que acabó la Guerra Civil española se vio sola sin su padre, Antonio Muñoz. Él era abiertamente de izquierdas y por ello estuvo preso en la cárcel de Valencia. Este hecho condicionó la vida de Flora ya que se quedó sola con dos hermanos, Luis y Juan, siendo ella la hermana mayor. De estos hechos solo quedan las cartas que se mandaban padre e hija y algunas historias que recuerda la hija de Flora, Magdalena. Estas cartas fueron encontradas durante una mudanza, cuando Flora ya tenía demencia por su avanzada edad. Magdalena se hizo cargo de cuidar la correspondencia y las fotos antiguas de su madre. Recuerda que las encontró muy bien guardadas, ¨mi madre las guardaba como oro en paño, pero rara vez hablaba de ellas¨. Cuando las revisó para enseñarlas a la familia, le sorprendió lo numerosas que eran, ¡hasta diez cartas! Gracias a estas cartas podemos conocer un poco la historia de Flora Montero y Antonio Muñoz, su padre. Desde su infancia Flora tuvo que trabajar para los llamados “señoritos”, era tan pequeña que le tenían que poner un taburete para fregar los platos. Además se quedó ciega a consecuencia del hambre que pasó, su hija Magdalena la recuerda diciendo ¨en 21
aquella época en los comedores sólo daban cáscara de patatas y algarrobas¨, por eso Magdalena repite constantemente ¨mi madre nunca tiraba la comida, recordaba mucho el hambre que pasó¨. Más adelante, al entrar su padre preso en Valencia, comienza a cartearse con ella. Él le habla sobre su visita al médico, en la familia se sabía que perdió un ojo en la guerra y suponen que la visita se debía a eso. Un detalle que extraña en la lectura de estas cartas es que solo en una carta se refería a ella como hija, en todas las demás la llamaba “hermana”, igual que a sus otros hijos les mencionaba sólo por su nombre. La familia se piensa que era por el miedo a que les relacionasen con él o por algún motivo parecido. Flora nunca manifestó unas ideas políticas, pero recordaba cuando, después de tanto miedo vivido pudo ir a ver a su padre a la cárcel. Fue totalmente sola y le sorprendió que nadie le acosase o atacase. Ella no era franquista, pero agradeció la falsa calma que esa época trajo. Con el tiempo Flora se casó con Federico, aunque ambos se quedaron sin padre, él no pasó hambre ya que su madre trabajaba en una casa de gente adinerada y comían de lo que podían coger o le sobraba a los “señoritos” . Flora lamentó la ausencia de su padre prácticamente toda su vida, recriminaba que por sus ideales la dejó sola en este mundo con sus hermanos, pasando penurias. Toda su vida lo recordó con 22
cariño y extrañó su presencia, con el anhelo de que su vida hubiese sido más fácil con alguien que cuidase de ella en una situación social tan difícil. Por todo esto, su familia justifica su actitud durante toda su vida ante la política. Flora no quería ni hablar de ella ni remover los recuerdos. En las cartas no se habla de porqué perdieron el contacto Flora y Antonio, la familia no sabe si recibió el indulto o fue fusilado.
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La historia de María González Madrid María González Madrid, 74 años. Nacida en Espiel en 1945, siendo la hermana mediana de 6 hermanos y hermanas. Empezó con 7 años a trabajar de sirvienta, con 12, se fue a Córdoba, porque se ganaba más dinero que en el pueblo. Ella recuerda su pueblo como un lugar sombrío y oscuro, debido a la gran pérdida de familiares durante la guerra de todos los vecinos y vecinas del mismo, tras la guerra, recuerda una situación de extrema miseria y hambruna. El nivel económico de su familia era muy bajo ya que era una familia numerosa y no se ganaba tanto dinero como para poder mantenerse bien. Su padre trabajaba dando portes con un burro, su madre pintando paredes con cal, lo cual le creaba heridas en las manos (lo que no impedía que siguiera con su trabajo todos los días), sus hermanos guardaban “marranos”, ella y sus hermanas, eran sirvientas. Recuerda que su madre sufría mucho porque sus hijos tuvieran que ir a trabajar tan pequeños, pero no quedaba otra opción. Nos cuenta que su madre, tras estar todo el día trabajando, por la tarde/noche iba en busca de alimentos como uvas o cebada para hacer café, o bellotas para hacer de ellas migas, ya que la situación de hambre en su casa era extrema. Una vez tenía estos alimentos, la Guardia Civil se los quitaba al considerarlos un robo. 27
Normalmente, su madre les levantaba a las 8 de la mañana para ir a trabajar, les preparaba el desayuno y ella en concreto se iba a la “casa de la señora” a servir. Llegaba y lo primero que hacía era barrer la puerta con una escoba con la que prácticamente tenía que barrer de rodillas, esto hizo que en una ocasión, le causara una herida muy dolorosa en la rodilla. Tras barrer, como no había agua en las casas, iba a por agua a la fuente con cubos, después hacía los recados oportunos, preparaba la comida, fregaba los platos y, finalmente, se sentaba a comer lo que les sobrara a los “señores”. En su casa no había nada para comer, nos cuenta que una vez estuvieron tres días comiendo pan duro con azúcar. Por las tardes, también ejercía de niñera de los hijos e hijas de los señores. En el pueblo sufrió mucho, sobre todo por la situación en la que se encontraba su abuela, que perdió dos hijos; una hermana y un hermano de su padre, sus tíos. Su tía murió a causa de una hemorragia causada por el parto de una hija que tuvo, la cual desgraciadamente, también murió a los días siguientes. Nos cuenta que a su tío Emilio, el mayor de los hermanos de su padre, un día se lo llevaron al frente y se negó a luchar en contra de sus “hermanos”, así que no dudaron en fusilarle. La madre de Emilio, es decir, la abuela de María, nunca quiso creer que su hijo estaba muerto. Cada vez que alguien tocaba a la puerta lloraba creyendo que era su hijo, todos los días lo esperaba.
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Recuerda el constante llanto de su abuela, ya que vivía con la duda de si su hijo estaba vivo o muerto. Aunque otro hijo suyo sabía toda la verdad de que su hermano fue fusilado, nunca se la contó a su madre, dejó que viviera con la “ilusión” de que volvería, por eso cada vez que llamaban a la puerta creía que era su hijo. Tras la guerra, recuerda la situación de pobreza y falta de higiene, tanto que cuando sus hermanos descansaban de trabajar, que era una vez al mes, tenían que cortarse el pelo al estar totalmente infectados por piojos. No solo tenían en la cabeza, sino por todo el cuerpo e incluso la ropa, por lo que su madre, al no tener nada más que dos mudas de ropa por hijo e hija, cocía la ropa en un cubo de hierro y la secaba en la candela cuando todos dormían para que al día siguiente, cuando tuvieran que volver a irse, estuviera seca y planchada. Ella no tuvo nunca piojos porque tenía muy poco pelo, pero recuerda que una hermana suya tenía piojos hasta en el flequillo. María no pudo ir a la escuela y esto era lo que más deseaba ella en el mundo, cada vez que pasaba enfrente de la escuela para ir a trabajar lloraba, sus hermanos y hermanas tampoco pudieron ir. Ella sentía conformidad con su vida porque era lo que había ya que podría haber sido peor. Nos cuenta que a muchas mujeres las personas ricas no las querían para trabajar por ser mujeres de hombres pertenecientes al bando contrario y dejaban que se murieran de hambre, sabiendo la buena disposición que tenían.
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Ella no olvida el miedo que sentía al escuchar a las vecinas del pueblo decir que la Guardia Civil se habían llevado por la noche a su hijo o su marido al cuartelillo para “hincharles a palos”, no les tenía respeto, sino miedo. Hasta hace poco, sentía miedo al creer que por la noche iba a llegar la Guardia Civil a su casa a llevarse a alguno de los suyos. Tuvo la suerte de que a su puerta nunca tocaron, ya que su padre no pudo ir a la guerra, al tener una discapacidad en el brazo, por lo que no luchó en contra ni con nadie. Ella siempre tuvo miedo de hablar hasta que murió Franco, no solo ella, sino todas las personas que se encontraban en aquella situación, era abrumador el miedo que había a que alguien te escuchara decir algo que no gustaba y te llevaran al cuartelillo para pegarte. María nos cuenta que la mujer en aquella época no tenía ni voz ni voto. Ella presenció actitudes machistas de su padre hacia su madre ya que su madre era la que más trabajaba tanto fuera como dentro de casa y, sin embargo, tenía que aguantar que su marido le propinara insultos y comentarios denigrantes. Por todo esto, es plenamente consciente de la Ley de Memoria Histórica, la apoya y está totalmente de acuerdo con ella, defiende el derecho a saber donde se encuentran tantas personas y familiares desaparecidos y asesinados, para darle una sepultura digna, poder visitarlos y llevarles una ofrenda floral.
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Para ella, esta Ley tendría que ser obligatoria tras toda la humillación vivida.
La historia de Luis Romero Perales y de Carmen Moya Repullo Luis, de 85 años, nació en 1934 y estuvo viviendo en una aldea de Fuente-Obejuna llamada Ojuelos Altos, más tarde él y su familia pasarían a vivir en Bélmez. Ellos eran republicanos, lo que hizo que su padre fuera asesinado y aunque él sólo tenía unos 3 o 4 años (durante el estallido de la guerra), recuerda perfectamente de cuando pasó. Él sí tuvo la suerte de asistir al colegio cuando era pequeño y recuerda que en su infancia salía a la calle a jugar con sus amigos y veía a los soldados dirigirse a otros pueblos para luchar en la guerra. Al mudarse a Bélmez, contó que uno de sus hermanos y algunos amigos solían esconderse en el castillo cuando escuchaban bombas, que era casi todos los días por la mañana, y una de las veces que se escondieron tiraron una bomba dentro, todos los que estuvieron allí salieron casi ahogados del castillo. Fueron criados por su madre, que trabajaba en el campo casi todo el año recogiendo aceitunas, garbanzos o algodón, ella sola fue 31
quien los sacó a todos adelante durante muchos años, así que su papel fue muy importante en su vida. Pasaron bastante hambre, sobre todo en la posguerra ya que ellos no eran una familia para nada rica y tenían lo mínimo para vivir. Carmen, de 83 años, mujer de Luis, vivió poco de los años de guerra ya que ella nació justamente cuando todo estaba pasando pero sí es cierto que pudo vivir muy bien toda la posguerra. Ella era la mayor de todos sus hermanos y pudo ir por un tiempo a la escuela, pero al cabo de los años, ya que sus padres trabajaban en el campo, tuvo que dejar de estudiar para cuidar de sus hermanos. Muchos de sus profesores le decían que era una pena que alguien tan jóven, además de ser bastante lista, tuviera que dejar de estudiar. Recuerda que pasó mucha hambre durante bastantes años ya que tenían los recursos mínimos para vivir. Su familia no se posiciona por ninguno de los bandos que estaban combatiendo en la guerra.
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La historia de Joaquina Joaquina nació el 1 de noviembre de 1927 en Montoro, Córdoba y falleció el 22 de noviembre de 2015 en Córdoba (capital), con 88 años. Sus padres tenían una situación económicamente buena y en la guerra lo perdieron todo. A causa de esto se mudaron a Córdoba. Su padre, Pedro, era carpintero y se buscaba la vida como podía, al igual que su madre, Mª Antonia. Éstos tuvieron seis hijas y un hijo. En la posguerra su madre servía a los señores y las hijas mayores también, incluida Joaquina. Por ello no pudieron asistir a la escuela, no sabían leer ni escribir. En esta época pasaron muchas penurias en todos los aspectos (económico, alimenticio, etc). Una vez, a causa de esto, Joaquina cogió un chivo en el campo, para poder alimentar a su familia, pero el dueño del terreno la vio y se lo quitó. En otras ocasiones, Joaquina se iba al campo para recoger algún alimento, como verduras para llevarselas a su familia. Después de la guerra el día a día se hacía duro puesto que debían ir a trabajar para sacar un dinero para comprar los alimentos básicos (leche, pan, huevos, etc). Entre sus familiares hubo desaparecidos, pero este dato no podemos concretarlo, puesto que esta historia nos la está facilitando su nieta.
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No pudo conservar ningún símbolo sentimental ya que en la guerra lo perdieron todo. Durante la dictadura, al gobernar Franco no podían manifestarse porque encarcelaban e incluso mataban a las mujeres y a los hombres, pero sí realizaban reuniones clandestinas. El papel de la mujer era de ama de casa, puesto que se dedicaba al cuidado de la casa y de los hijos/as. Cuando acabó la guerra hicieron las cartillas de racionamiento, se las daban a las personas que estaban trabajando para poder comprar los alimentos necesarios de manera administrada.
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La historia de Carmen Cruz Carmen, 73 años, nació en Aguilar de la Frontera, en 1946, ella nos cuenta sus vivencias en la posguerra. Vivía en una casa pequeña con dos hermanos y una hermana de su padre, y sus hijos, mujeres y marido, eran 16 en total. La casa se la dio su abuela y su abuelo para que vivieran, sólo tenía dos habitaciones muy pequeñas. La situación económica de su familia era precaria, si trabajaban comían, si no trabajaban no había comida. Sus padres trabajaban en el campo. Ella empezó a trabajar a los 10 años, trabajaba en una huerta, lavaba rábanos, zanahorias, espinacas, escardaba patatas, tomates, segaba garbanzos, habas, etc, ¡todo lo que había! En su casa ayudaba en todo porque su madre estaba enferma y por eso iba ella y su hermana a trabajar junto a su padre. Trabajaban todo el día para ganar 6 duros, lo que son 30 céntimos ahora. No pudo ir a la escuela porque cuando era pequeña estuvo en un cortijo con sus padres de caseros y allí no pudo ir a la escuela, estaba muy lejos del colegio y no había maestros cerca. Vivían muy mal, estaban fuera del pueblo más de 2 meses trabajando en cortijos. Se levantaban, si había comida comían, si no, se aguantaban con lo que había, después se iban a trabajar hasta la noche, almorzaban 35
en el campo que era del casero y les daba para comer cocido. Por la noche cenaban lentejas. Toda España pasaba mucha hambre, mucha gente moría de hambre porque no tenía comida. Enumera carencias como la falta de comida, de agua, de ropa, etc. Y como curiosidad nos traslada que si alguien iba a por uvas a las viñas que estaban ya cortadas y le pillaban, le metían en la cárcel. A un tío suyo le mataron en la guerra. Él estaba trabajando, fueron en su busca y le metieron preso en Aguilar. Al día siguiente fue su madre a llevarle el desayuno, poco después se lo llevaron y lo mataron. ¨S in decir nada a nadie los fascistas lo sacaron de la cárcel y lo mataron. Los de la cárcel eran fascistas y al que no era como ellos o no les hacía caso, le hacían lo mismo, lo mataban.¨ Nos cuenta Carmen acongojada. Cuenta que durante la dictadura la gente no podía expresar sus ideas porque les metían presos. Las reuniones eran secretas para que los fascistas no se enterasen. Su padre sí iba a reuniones, pero su madre no, era muy prudente y tenía miedo, miedo que transmitía a sus hijas por todo lo que había vivido. De la Ley de Memoria Histórica opina que no deberían de quitarla, que los culpables deben de pagar por lo que hicieron. Nos dice que la quieren quitar para quedarse con las manos limpias, pero que nada más lejos de la realidad, mataron a bastantes personas. 36
Las historias que le contaron a Marcial Toledo Marcial Toledo Ruiz, 75 años. Nació en 1944 y prácticamente toda su vida ha vivido con sus padres y hermanas en Alfarnate, Málaga, pueblo clave en la comunicación entre Málaga y Granada. Él no vivió la Guerra Civil, pero si la posguerra y se crió con las historias de aquella lucha entre vecinos. La historia del primo de Marcial A su primo lo cogieron preso en un pueblo cercano a Alfarnate y le pidieron a la familia que pagaran fianza para liberarlo. Como su padre no podía ir, mandaron a un primo-hermano a pagarla. Allí también estaba el chivato de los nacionales de aquel pueblo. En ese momento el chivato pidió a la Guardia Civil que los matasen, para asegurar su vida, ya que si ellos contaban a la gente del pueblo que él era el chivato, querrían matarlo. Dejaron que pagaran la fianza y al salir del cuartel, por la espalda, les pegaron dos tiros. La historia del cura de Alfarnate Marcial recuerda la historia de un cura que se escondió en una casa, huyendo de los nacionales. Al encontrarlo los militares, por los golpes que le daban bajando las escaleras, el hombre llegó casi
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muerto a la salida de la casa. Finalmente le fusilaron a las afueras del pueblo. A Marcial le sorprendió esta historia porque el cura solo tenía 30 años y aún así no hubo piedad. A lo largo de todo su relato, Marcial nos cuenta que una guerra civil es la peor guerra, una guerra entre hermanos y vecinos, que se denuncian por conveniencia o por rencores. Recalca que, a su juicio, en los pueblos chicos como Alfarnate era peor, porque todos se conocían.
Testimonio documental: “Fondo de papel moneda puesto en circulación por el enemigo”.
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