Alan Braw VI el Zorro de Vanrrak

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Las Aventuras de Alan Braw VI

El Zorro de Vanrrak

Daniel Igual Merlo



Las aventuras de Alan Braw VI

El Zorro de Vanrrak Daniel Igual Merlo


Š Daniel Igual Merlo

Edita:

I.S.B.N.: 978-84-16582-50-1 Impreso en EspaĂąa Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicaciĂłn ni de su contenido puede ser reproducida, almacenada o transmitida en modo alguno sin permiso previo y por escrito del autor.


Índice

1º Parte: La rebelión de los Lombarinos................................................. 7 1. Insurrecciones......................................................................................................................... 9 2. Una ciudad llena de odio.......................................................................................... 19 3. La Rebelión................................................................................................................................ 35 4. La reagrupación de los lombarinos................................................................ 63 2º Parte: La guerra de Vanrrak...................................................................... 85 5. Batalla en la ladera sangrienta............................................................................. 87 6. La retirada al otro lado del barranco.............................................................. 99 7. El sitio de Mortoll................................................................................................................ 109 8. Una lucha metro a metro.......................................................................................... 121 9. Noticias de Sergaber........................................................................................................ 137 10. Viejos enemigos............................................................................................................... 147 11. La clave de Asuma........................................................................................................ 163 3º Parte: La cólera de Alan Braw................................................................. 181 12. Invierno en Mortoll...................................................................................................... 183 13. Triste destino......................................................................................................................... 193 14. El fin del sitio de Mortoll........................................................................................ 205 15. Como un fantasma entre muertos............................................................... 217


4ยบ Parte: La batalla de los lagos de Rebole............................................ 229 16. Preprando la contienda............................................................................................ 231 17. Ambiente de una gran batalla........................................................................... 241 18. La batalla................................................................................................................................... 249 5ยบ Parte: El nuevo rey de Vanrrak............................................................... 277 19. De nuevo en Ciudad de Monarcas............................................................. 279 20. El nuevo rey.......................................................................................................................... 287 21. Coronaciรณn y festejos.................................................................................................. 297


1潞 Parte: La rebeli贸n de los Lombarinos



1. Insurrecciones

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a noche era muy oscura y fría, había niebla, pero la luz del alumbrado público delataba a las dos siluetas que avanzaban entre los pórticos de la plaza de Ciudad de Monarcas. Los dos iban vestidos de negro, con sobreros de ala ancha y capas. En aquellos días, era una temeridad salir de las casas por el toque de queda impuesto por el rey. Pese a que los dos pertenecían a la Guardia Real, fueron con cuidado y a escondidas. –Por allí se oyen las patrullas.–le dijo uno al otro con un susurro. –Ya casi hemos llegado, Murhem.–respondió el teniente Alan Braw en voz más baja todavía. Doblaron una esquina en esa plaza y se metieron en una callejuela muy estrecha. Aquel sitio era muy frío y oscuro. Había una puerta de madera que accedía a una casa de planta baja cuya fachada estaba hecha con ladrillo. Llamó Alan a la puerta utilizando la aldaba. Aguardaron unos instantes hasta que un sirviente abrió la puerta, provocando un fuerte chirrido que podía escucharse perfectamente desde la lejanía. Por eso, los dos se apresuraron a entrar para que no llegara allí ninguna patrulla que pudiera descubrirlos saltándose el toque de queda. El interior estaba oscuro, pero el sirviente los guió por un corredor estrecho, llevando una vela encendida, que desembocó en una sala muy vieja y desprovista de muebles a excepción de una mesa redonda de madera con otra vela sobre ella. No hacía falta más luz para aquel encuentro donde todos se conocían y donde no tendrían que leer nada. Alan se acercó a la mesa. Se había recortado el cabello negro, dejándolo bastante corto con zonas de las sienes ya algo encanecidas. En cambio, se había dejado una barba que rodeada el mostacho y la barbilla, pero no se extendía por las mejillas. Sus ojos eran grises como siempre, pero ya las arrugas poblaban su parte baja. No en vano, contaba ya con casi treinta y ocho años, aunque su figura y su vitalidad la conservaba de sobra. Murhem también tenía el cabello más corto que antaño, pero

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igual de rubio y con la barba del mismo tono adornando su rostro. El sirviente se marchó y de inmediato de una puerta que quedaba a la izquierda aparecieron dos hombres, que sobresaltaron a los dos hombres que llevaron veloces sus manos a las vainas de sus espadas. –Somos nosotros, tranquilos.–dijo la voz de Norbert mientras que él y Doyle, se acercaban a la mesa y Alan los reconocía gracias a la luz que proporcionaba la vela.–Hemos llegado hace poco. –¿Y mi hermano?–preguntó Alan. Sus dos compañeros se encogieron de hombros, pues no tenían ni idea de dónde estaba Enjel, que era el que los había citado allí. Hacía varios meses que Alan no veía a su hermano de madre, pero tampoco eso le sorprendía. Podía estar meses sin verle y de repente aparecía de la nada. Habían transcurrido dos años y medio desde la llegada del príncipe Fenrrir al trono tras la muerte del rey Evans, que era su hermano mayor. Desde que había terminado la guerra contra los no muertos, el reino vivía profundas crisis económicas, sociales y demográficas, aunque ellos cuatro mantenían sus buenos puestos en la Guardia Real. Alan seguía siendo teniente mientras que sus tres buenos amigos, supervivientes todos de los últimos conflictos, ya eran alféreces. Sin embargo, no se encontraban a gusto en esa situación, pues el nuevo monarca reinaba con tiranía y desde su llegada al trono los disturbios se habían desatado por todo el reino, incluyendo la campiña de la capital. Muchos habitantes del reino querían que Lombar, el tercer hijo varón del antiguo rey Cedric cogiera el trono para reinar él. En medio de esos pensamientos, la puerta que tenía Alan de frente, se abrió y ahora el que entró fue Enjel, con su sonrisa y mirada burlona de siempre, aunque tampoco él dejaba pasar los años en vano. Su cabello, sin sombrero, dejaba ver un tono castaño peinado hacia atrás, aunque con ya ciertas entradas en el mismo. Tenía la piel muy blanca y los ojos negros. –Hermano.–comentó sonriente haciendo un gesto con la cabeza.

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–Hermano.–respondió de igual forma Alan, aunque sin sonreír. Los cinco se acercaron a la mesa. Los cuatro conocían bien a Enjel y sabía que si los había citado allí, era porque sucedía algo o porque tramaba algo. Ya habían compartido muchas convivencias con él. En Ciudad Marina, en el asedio de Fuente Sagrada, incluso en la isla de los confines del mundo, donde habían logrado hazañas impensables. –¿Qué ocurre, Enjel?–preguntó Alan a su hermano. –Siempre directo al grano, ¿verdad hermano?–preguntó Enjel sonriendo.–Bien, no me andaré con rodeos entonces. Vosotros estáis en la guardia y sabéis perfectamente cómo está la situación tanto en el reino como en la capital. Hay mucho descontento y mucho alboroto entre la población. El rey con su forma de gobierno y con su represión no hace sino sembrar odio. Hay muchos disturbios. La gente tiene hambre y el rey no parece querer tomar medidas al respecto. Alan asintió. Era muy cierto. Desde que Fenrrir era rey, se habían producido levantamientos en las campiñas y en algunas regiones del reino que habían sido controladas con represión muy dura. En la misma guardia habían aumentado mucho los castigos y la pena de muerte hasta tal punto que tres hombres habían sido ahorcados. Los hortelanos se habían levantado en armas unos días antes a consecuencia de los tributos y ya el número de campesinos muertos superaba la treintena. El descontento en la guardia también era mayúsculo. Debido a los tiempos de conflicto contra los no muertos, la guardia había crecido en número de fuerzas a un total de treinta y cuatro compañías, lo que suponía alrededor de los tres mil cuatrocientos hombres. Sin embargo, Fenrrir había optado por disolver cuatro compañías y bajar los salarios de la tropa de forma considerable. Era cierto que la crisis tras las guerras era muy seria, pero todos los guardias que habían sido expulsados de la guardia o trasladados a otros lugares del ejército de Vanrrak estaban cargados de odio. Al propio Alan le había sorprendido mucho que su hijo Hagen fuera aceptado en la guardia en aquellos tiempos donde era muy complicado entrar.

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–El rey ha mandado al comandante Baez que busque a los líderes que provocaron la insurrección de los hortelanos y lo mismo sucede con los labradores de la campiña del sur de la ciudad. Nuestra madre ya no tiene tanto poder en la corte como antes, pero se sigue enterando de casi todas las noticias. –Entonces, van a comenzar una fuerte investigación para encontrar a los renegados que levantan al pueblo contra el rey.–insinuó Doyle. –Lo cierto es que tengo que confesaros que…fui yo.–les reveló Enjel, mostrando ahora una sonrisa triste.–Yo fui el que levantó a los labradores y a los hortelanos contra el rey Fenrrir. Hubo un momento de silencio en el que los cuatro observaron al espía de la corte. Si se hubiera tratado de otro, le hubieran detenido, pero siendo Enjel, aquel asunto tenía que tener un trasfondo mayor. –¿Y qué hay de madre?–preguntó Alan entonces. –El rey no confía demasiado en ella. Se conocen demasiado bien los dos. No hay que olvidar que nuestra madre se ha encargado de guardar y educar a todos los descendientes del antiguo rey Cedric. Ha decidido marcharse un tiempo a Amsalana, tal vez de forma indefinida. El rey ha aceptado. –Creo que mi madre no hace eso para alejarse de la corte de forma sumisa.–comentó Alan preguntándose las verdaderas intenciones de su madre. –La conoces tan bien como yo.–sonrió su hermano.–Pero antes de hablar de ella hay que tratar otros asuntos. Y el principal es saber si vosotros estaríais dispuestos a luchar a favor del príncipe Lombar. Hubo silencio entre Alan y sus tres amigos. Aquello les había cogido desprevenidos y se miraron los unos a los otros. –¿Te refieres a derrocar al rey?–preguntó Murhem.–¡Eso es absurdo! –Nadie va a poner un dedo encima de Fenrrir…–empezó a decir Enjel con un gesto tranquilizador con la mano.–…por el momento. Sólo os estoy advirtiendo de que el reino está dividido en opinión

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respecto al monarca. Y en la guardia ocurre lo mismo. No me digáis que no conocéis lo que sucede en vuestra orden porque estaríais mintiendo. Parte de la guardia está con el rey y la otra en contra. De momento son sólo desacuerdos silenciosos, pero si sigue esta situación, ésta se hará insostenible. –Mi nueva compañía no está de acuerdo con el rey.–respondió Alan.–Eso es cierto. El capitán Berestom es veterano. Sirvió a Cedric y al comandante Cuín. Ahora está muy desconforme con el nuevo gobierno, pero de ahí a que sea un insurrecto… –Nadie tiene que rebelarse contra el rey.–replicó Enjel.–El mismo Fenrrir va a provocar la rebelión con sus actos próximos. Va a tratar de quitar de en medio al príncipe Lombar. –¿Cómo es eso?–preguntó ahora Norbert interviniendo. –El rey considera a su hermano un estorbo porque es muy querido por el pueblo. Además la esposa de Lombar se ha quedado recientemente embarazada. Si es varón será una amenaza para Fenrrir. Por eso va intentar acabar con su vida. –Pero si el príncipe Lombar se ha apartado el mismo por iniciativa propia del camino de su hermano. No tiene ambición de reinar.– replicó Alan preocupado por el príncipe, que era su amigo. –Posiblemente esa lealtad y ese respeto sea lo que esté alimentando la simpatía del pueblo, más de la que ya había.–aclaró su hermano.–Bien, el príncipe Galio gobierna en Sanka. Tu región, Alan, Sonek cuenta con un gobernador que también simpatiza con Lombar y la región de Canoma también. –Su gobernador está con Lombar.–asintió Alan.–Su padre Coromun nos ayudó hace muchos años en la guerra contra Asuma.– recordó con nostalgia aquella escolta al rey por el frente con tan sólo diecisiete años. Pero tres regiones son pocas. Necesitamos la mayoría a favor para que la rebelión no sea aplastada y para que no estalle una guerra civil. El reino no está en condiciones de un conflicto así. –Seneka y Confín de Montañas están en la miseria y en repoblación aún por el enfrentamiento contra los no muertos.–recordó

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Enjel.–Amsalana se mantendrá neutral por su escasa extensión. La clave para hacernos fuertes será dentro de Ciudad de Monarcas. La campiña y aldeas no apoyarán al rey. La ciudad estará dividida. –Sigue siendo muy poco a favor de los posibles insurrectos.–razonó Alan, que no quería actuar a la ligera.–Y tú no estás siendo claro con los datos. No es cierto que la mitad de la guardia esté en contra del rey. Sólo hay nueve o diez capitanes como mucho. Y hay treinta en total. –Pero el descontento viene de las tropas de la guardia, no de sus capitanes. Muchos desertarán de sus mandos para unirse a los insurrectos. Ya me he informado. Y te olvidas de los capitanes del tribunal. Esos van a parte y sé que alguno se nos uniría. Tu suegro, por ejemplo. –¡Ni hablar!–respondió tajantemente Alan.– ¡No pienso involucrarle en esto! ¡Ni yo tampoco voy a rebelarme contra este rey ni contra ningún otro si no se me da una buena razón para ello! ¡Hermano, hasta ahora sólo me has dado datos de posibles partidarios y seguidores para luchar contra Fenrrir a favor de Lombar! ¡Si no me das motivos para unirme a ti, argumentos sólidos, no cuentes conmigo! –Ya te he dicho que va a atentar contra Lombar.–respondió Enjel. –Eso no me sirve. Explícate mejor. ¿Dónde? ¿Cómo? ¿Cuándo? Enjel observó unos instantes a su hermano mayor. Sabía que si lo quería de su parte tendría que contarle todo. –Falta un mes para los juegos de los festejos por el cumpleaños de Fenrrir.–se explicó su hermano.–Va a invitar a Lombar a que asista a la corte y en el camino desde Amsalana hasta aquí, lo asesinará. –Hasta para los juegos de los festejos el nuevo rey es malo. Cumple años a finales de otoño.–comentó Murhem haciendo un comentario sarcástico.–El rey Cedric los hacía casi en verano con un gran tiempo. –¿Estás seguro?–preguntó ahora Doyle mientras que Alan palidecía abriendo la boca.–Lo que dices es muy serio.

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–Tan seguro estoy que ya tengo a un capitán al tanto para que intervenga. Pero eso no es todo, mientras que Lombar es asesinado, Fenrrir va a enviar a un grupo de asesinos a matar a su esposa embarazada en Amsalana. –¡Por todos los demonios!–exclamó Murhem contrariado. –Por eso nuestra madre va a Amsalana.–dijo Alan entiendo.–Va a prevenir a la princesa para que tome medidas. –¡Cuando salvemos al príncipe, nos levantaremos en armas contra su hermano!–dijo Enjel triunfante.–Si todo sale bien, se nos unirá buena parte del reino. Si sale mal, moriremos todos, pero si no intervenimos, Fenrrir nos llevará a la perdición. –Pero si sale mal a medias, hermano,–dijo Alan.–habrá una guerra civil en Vanrrak.–Te has olvidado de eso. –No, no lo he olvidado.–contestó su hermano.–No quiero pensar en esa posibilidad. Tengo un plan. –Dínoslo. Suspiró Enjel durante unos instantes y finalmente respondió explicándose: –Sé que el rey va a mandar asesinos para que maten al príncipe cuando esté volviendo desde Amsalana. Y matará a su escolta. Un grupo de hombres intervendrán y lo salvarán para que no muera. –Nosotros.–se ofreció Alan dispuesto a salvar a su amigo, el príncipe. –No es tan sencillo, hermano.–respondió Enjel.–El rey va a enviarte a ti para que escoltes al príncipe para que mueras junto a él. Alan abrió los ojos y palideció, alternando su mirada con sus amigos y con su hermano. Después replicó: –Me sorprende eso. Si el rey quisiera mi muerte ya lo hubiera hecho. –Eres una amenaza para él porque eres uno de los mejores amigos y seguidores de su hermano. Hubiera sido demasiado

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sospechoso matarte en la ciudad a traición. Y ahora no hay ninguna guerra a la que enviarte con la esperanza de que te maten en ella. Es la mejor manera de que perezcas junto a Lombar sin crear sospechas. Te enviará con una escolta débil compuesta por ti y pocos hombres para que sea fácil. Pero he ideado una forma para sacarte a ti y al príncipe del apuro. Voy a provocar una revuelta en una aldea de Amsalana, cerca del lugar donde te atacarán. El rey se verá obligado a enviar una compañía para detener a los renegados, pero es una tapadera. Esa compañía se encargará de ayudarte y de llevarte a ti y al príncipe a Sanka, donde Galio os dará cobijo. Cuando la noticia de expanda por el reino proclamaremos al Lombar rey de Vanrrak. Veremos cuantos se nos unen. En cuanto a la esposa del príncipe, esa compañía enviará un pelotón para sacarla de Amsalana antes de que atenten contra su vida. El pelotón lo mandará el sargento Orlus Braw. –Mi hermano.–comentó Alan arqueando una ceja.–Veo que él también está metido en esto. Pertenece a la compañía del capitán Gostard. –Será la compañía que envíe el comandante Baez.–se explicó Enjel.–No le es muy simpático el capitán. –Gostard está de nuestro lado entonces.–intervino Norbert, más animado.–Es de los más veteranos de la guardia. Será un pilar importante. –Sigo diciendo que hay puntos débiles en esto.–replicó Alan, siempre receloso y desconfiado.–Mi hijo también está en la guardia y temo por él. –Te alegrará saber que su capitán está con nosotros.–lo calmó Enjel.–El problema eres tú, Doyle. Centraron su atención en el alférez. Éste sabía a qué se refería Enjel y asintió con la cabeza antes de decir. –Mi capitán está de lado de Fenrrir y a mí no me tiene estima porque sabe que soy amigo de Alan y que me presenté voluntario para el viaje a la isla para poder ayudarle en la misión. El capitán

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Vogam odia a Alan. De momento como soy asistente de mi teniente me deja tranquilo, pero sé que me odia. –Los capitanes leales a Lombar se levantarán contra el rey cuando el príncipe sea salvado. Lo mismo harán las regiones que he citado antes. Doyle, cuando se produzca el levantamiento, muchos hombres partidarios del príncipe dejarán sus compañías para unirse a los insurrectos. Tú debes de hacer lo mismo y conseguir atraer a todos los guardias que puedas. Seguramente que no podáis tomar el palacio, pero toda Ciudad de Monarcas será una lucha constante. –El palacio puede pasar, pero es necesario hacerse con el control de la ciudad porque si no todo será un fracaso.–dijo Murhem. –No del todo.–respondió Enjel.–Habrá una última opción: si no nos hacemos con la capital, todas las fuerzas leales a Lombar tendrán orden de abandonar Ciudad de Monarcas y de dirigirse a Sanka o a Sonek. También pueden ir a Canoma. –Eso significará que habrá una guerra.–comentó Alan temiéndose lo peor.–Y encima entre nosotros. –Será el último recurso.–dijo Norbert. –Todos esos temas tendremos que tratarlos más adelante.–comentó Enjel.–Ahora tenéis que volver a casa. Pero lo primordial ahora, hermano, es que en los próximos días saques a tu familia de aquí. Envíalos a Sanka. Allí estarán a salvo. Ciudad de Monarcas ya no es segura y menos lo será en las próximas semanas. Alan asintió con rostro severo y apesadumbrado. No quería separarse de Laissa y de sus hijos, pero no había otra alternativa. –¿Galio sabrá que van?–preguntó. –Sí, madre le escribió para que les diera cobijo.–dijo Enjel que parecía tener absolutamente todo previsto. –Dale las gracias por ese detalle.–comentó Alan.–Saldrán de aquí en los próximos días, junto con mi cuñada, su esposo. Murhem, ¿quieres que tu hijo Folker vaya con ellos a Sanka?

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–Sí, al fin y al cabo va a estar mejor con tu familia allí que aquí en Ciudad de Monarcas. –Murhem, todos somos una familia.–le recordó Alan, que después miró a Enjel y le dijo.–Hablaremos en los próximos días.

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2. Una ciudad llena de odio

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amos, rápido, rápido!–ordenó Alan a sus hombres.– ¡Los cañones proceden de allí, de esta parte del puente!

Alan cabalgaba con su caballo junto con su alférez, el único que iba a caballo junto a su teniente. El resto de la sección iba a pie, con sus uniformes y armados con sus mosquetes y rifles. Treinta y nueve hombres en total. Habían quedado ya atrás los tiempos de guerra en los que la sección andaba siempre con vacantes a consecuencia de las bajas por muertos y heridos. Aquella era una mezcla de savia nueva compuesta por los nuevos guardias y los veteranos que habían sobrevivido en la guerra contra los no muertos. Sin embargo, aquel era otro tipo de lucha. Era contra los ciudadanos, contra el pueblo y contra los rebeldes que no aceptaban la autoridad Real. Alan sabía en el fondo que el enfado y el odio que se incrementaba por parte de esa gente era normal, pero no podía dejar de cumplir con su deber. Fenrrir no sería el primer ni el último rey que gobernaba de forma tiránica, él había servido a un buen rey como Cedric y a otro incapaz como Evans, pero no sabía que pudiera existir un rey como Fenrrir. A esa edad, después de veintidós años en la guardia, comenzaba a ver la cruda realidad de la vida. Se escuchaba un nuevo estruendo de cañones y nuevos disparos. Era la mañana siguiente de su reunión con Enjel. Todavía no había tenido tiempo de hablar con su esposa Laissa de lo que se avecinaba. Se había producido un pequeño levantamiento entre los artesanos de un barrio del norte de la ciudad por la reciente subida de impuestos. También algunos comerciantes habían protestado. Las protestas se habían ido elevando hasta tal punto de violencia que la compañía de la guardia de ciudad había tenido que acudir a detener los disturbios y ambas partes habían chocado en uno de los puentes de la ciudad. La noticia de este incidente había llegado a palacio y casualmente, la sección de Alan había sido enviada a la ciudad para reforzar a esa compañía. El teniente no quería tener que enfrentarse

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a vecinos y compatriotas suyos, pero hasta que ayudaran al príncipe Lombar, cumpliría con su deber. Llegaron a los bulevares del río. La compañía de la ciudad no estaba al completo. Tan sólo había un par de secciones que estaban disparando con dos cañones y con sus mosquetes y carabinas contra civiles. Sin embargo, muchos de estos ciudadanos estaban armados con mosquetes y escopetas de caza, aunque la mayoría llevaban cuchillos, tijeras y todo tipo herramientas. Superaban más de la centena y había algunas mujeres entre ellos. A Alan aquello le parecía una locura. Pero tuvo que apresurarse y a bajar del caballo de un salto junto con su alférez, llamado Pikad. Un hombre unos seis años más joven que él, pero de mirada tímida y anteojos de ver. –¿Dónde está el jefe de las tropas de aquí?–preguntó Alan algo desconcertado por no ver a ningún teniente allí. Un alférez más mayor que él, muy veterano y de pelo cano, se le acercó y respondió a la pregunta de Alan, señalando una carreta que estaba al otro lado del bulevar: –El teniente que mandaba a estas dos secciones ha muerto aquí hace unos minutos. Lo han matado esos bestias. Tenemos que conseguir empujarlos al otro lado del puente y acabar con todos ellos. –¡Son solamente artesanos hambrientos!–replicó Alan.–Debemos detener los disturbios, pero procurando evitar el derramamiento de sangre. –Hemos perdido a cinco hombres.–replicó a su vez aquel alférez.– ¡No hay manera de disolver los disturbios de otra manera! –Eso lo veremos.–contestó Alan mientras se ponía en pie y le entregaba su arcabuz a Pikad.–Ellos también han perdido personas y más que van a perder a partir de ahora. Razonaré con ellos. No disparéis hasta que yo lo intente. –Lo matarán, teniente.–dijo Pikad. –Espero que no.–dijo Alan mientras que pasaba entre los guardias, que habían detenido el fuego de sus armas. En el otro lado del puente, la muchedumbre también comenzó a callar y a mirar como

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aquel teniente, se desabrochaba el cinturón de su espada y la dejaba caer sobre el suelo pétreo del puente. Alan comenzó a avanzar muy despacio hacia el otro lado. Estaba asustado, muy asustado. Pero no quería que muriera más gente, al menos por ese día. Había estado cerca de la muerte otras veces, pero no de aquella manera. Un joven ciudadano apuntó con un mosquete, pero otro más viejo le bajó el arma para dejar hacer a Alan. El teniente llegó a pocos pasos de ellos con las manos levantadas para dar tranquilidad y se detuvo en seco. Empezó a hablar a aquella muchedumbre: –Debéis iros, ahora. –Está usted loco, teniente.–replicó un artesano.– ¿Cree que nos vamos a ir después de lo que ha provocado esa rata palaciega? –Tenéis que hacerlo u os matarán aquí a todos. Habrá tiempo para venganzas y para impartir justicia, pero tenéis que iros ahora o no podré evitar que os masacren a todos inmediatamente. La muchedumbre se quedó callada y pensativa. No querían irse sin vengarse, pero aquel oficial de la guardia se había jugado el pellejo para razonar con todos ellos cuando perfectamente podría haber cargado contra ellos. Realmente ese teniente tenía razón. Era mejor salir ahora, pensándolo fríamente. –Esto no acaba aquí, teniente.–dijo el artesano que parecía haberse ungido como el portavoz de ese grupo. –Lo sé, andaros con cuidado a partir de ahora. Así que yo en vuestro lugar pondría medidas para que no os cojan. Recoged vuestros cuerpos. Al principio muy despacio y después con más firmeza, los artesanos se marcharon poco a poco y recogieron a sus muertos mientras que Alan se dirigió a sus hombres, formados al otro lado del río. La mañana era fría, pero ya era casi mediodía y el sol había salido. El alférez que mandaba la compañía de la ciudad se acercó a él un tanto contrariado y le dijo:

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–Teniente, no podemos dejarles irse por las buenas. Tienen que pagar su insurrección y sus disturbios. –Déjalos que se vayan por hoy.–dijo Alan.–No más muertes. Se abrirá una investigación y detendrán a los culpables, pero es mejor haber detenido esto así y evitar más daños y derramamientos inútiles de sangre. Informe a sus jefes en la guarnición de la ciudad y yo lo haré en palacio. A regañadientes, el oficial aceptó y se marchó con sus hombres. Alan se quedó con su sección y se dirigió a su sección con su alférez. Un sargento, de su primer pelotón, veterano, de cabellos negros y lacios y rostro moreno. –Teniente, quizá en palacio no guste este procedimiento que ha empleado para detener la revuelta.–le dijo respetuosamente. –Sargento Ramson, se me ordenó que detuviera los disturbios y es lo que he hecho.–respondió Alan encaramándose sobre su caballo.–Nadie me ha indicado específicamente mi forma de proceder. Confío en que lo aceptarán en palacio de buen grado. ¡Volvamos ahora! Esa noche, Alan cenó con su familia. En la mesa estaban sentados Alan, su esposa Laissa, su suegro, el capitán Morris y su hijo Mene. Su esposa contaba con un año menos que él, seguía siendo una mujer de gran belleza con el pelo negro y liso y los ojos morenos, combinados con una piel bronceada. Había engordado muy ligeramente, pero seguía teniendo buena figura. Su hijo Mene, ya contaba con catorce años. Tenía los ojos como su madre y el pelo también como Laissa, aunque la forma de la cara y la constitución era más parecida a la de ella. Su suegro, estaba muy envejecido, aunque seguía trabajando con energías. Lo cierto era que había perdido todo el cabello y sus ojos azules estaban rodeados de arrugas. Alan lo había invitado a cenar para tratar el asunto que tenía entre manos con Enjel. El teniente tenía también dos hijos más. Geissa, de ocho años y Rand de tres. Además, su sobrino Folker también estaba en su casa. La hermana de Laissa y mujer de Murhem, había fallecido

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en el parto y Laissa se había hecho cargo del pequeño al no poder Murhem encargarse de él. Los cuatro estaban silenciosos. Todos conocían los acontecimientos que se habían desarrollado en el puente ese día. Eran sabedores de los complicados momentos que pasaba la capital y todo el reino de Vanrrak. Sus semblantes eran serios y comían con la mirada perdida. –Estamos poco habladores, ¿eh?–comentó Alan.– ¿Qué sucede? –Lo que ha sucedido hoy, padre.–comentó Mene decidido a hablar.–Esos disturbios es un problema muy grave. –Lo es, hijo, lo es.–respondió Alan asintiendo. –Entonces, ¿por qué has dejado que se marcharan esos artesanos? Tendrías que haberlos cogido y matado por rebeldes. –¡Mene!–exclamó su madre en tono represivo.– ¡Tu tío también es artesano y se está viendo perjudicado por las subidas de impuestos!–dijo refiriéndose al esposo de su otra hermana. –Les he dejado que se marcharan porque son nuestros vecinos, Mene.–respondió su padre.–Ha sido mejor calmar los ánimos de la gente en lugar de aumentar su odio. A veces es mejor eso que recurrir a las armas. –Pero el verdadero poder se basa en la fuerza. Y la fuerza la tiene el rey a través de la guardia. Creo que hubiera sido mejor aplastar esos disturbios con la fuerza para que sirva de ejemplo a todos aquellos que se rebelen. Ahora puede haber otras manifestaciones violentas por esa magnanimidad.–hizo una pausa y al ver que su padre lo miraba severamente, añadió.–Es mi opinión. –Acepto tu opinión, hijo.–comentó Alan.–Pero no pienso permitir que un niño me diga como tengo que actuar en la guardia. Así que no vuelvas a decirme lo que debo o no debo hacer. Ahora vete de aquí, por favor. Tengo que hablar con el abuelo y con tu madre. Mene se levantó con una mirada de desdén y se alejó de la mesa y de la sala de inmediato con rostro enfurecido.

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–No se lo tengas en cuenta, Alan.–le dijo Morris. –No lo hago.–negó Alan.–Estamos todos nerviosos. Ahora bien, ayer me reuní con mi hermano Enjel. Me explicó lo que va a suceder. Y dando todos los detalles, relató toda su conversación con Enjel y con sus compañeros y explicó lo que se les venía encima. Cuando acabó guardó silencio, aguardando las palabras de su esposa y su suegro. Laissa permaneció callada, pero su suegro sí que decidió hablar: –Esta mañana Enjel ya ha hablado conmigo. Me ha pedido que me una al bando de los insurrectos y que capitanee una compañía en caso de guerra. Alan se levantó enfadado. Le había advertido a su hermano que no quería que el padre de su esposa tomara parte en aquel asunto. –No te enfades con él.–dijo Morris sabiendo que la noticia había disgustado a su yerno.–Yo mismo sé que estoy muy viejo para eso. Pero sí estoy dispuesto a ayudaros. –Pero Alan, querido, ¿vas a rebelarte contra el rey?–preguntó Laissa escandalizada ante la idea. –No hasta que haya pruebas de que atentará contra Lombar. Y eso sólo pasará cuando lo salvemos del ataque. Laissa, todo esto va a suceder nos guste o no. Tenemos que tomar medidas antes de que sea tarde. Querida, tenéis que marcharos de Ciudad de Monarcas. A Sanka. –¡No podemos irnos así, Alan!–exclamó su esposa. –Laissa, en menos de un mes la guardia quedará dividida. Es posible que la rebelión sea aplastada o que estalle una guerra. Si ocurre esto, prefiero saber que estáis lejos y a salvo para yo poder actuar sin preocupaciones y con libertad. Además, la tensión en la ciudad aumenta día a día, es posible que haya muchos más disturbios y altercados en la capital. –Pero, ¿y qué será de ti y de Hagen?–preguntó Laissa también mostrando preocupación ahora por su hijo mayor.

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