Aquellos dioses del olimpo

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La Aventura de Leer un Cuadro

AQUELLOS

D I ODELS E S OLIMPO

UNA APROXIMACIÓN LITERARIA A LA PINTURA MITOLÓGICA DEL MUSEO DEL PRADO

Amalia Fernández

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Amalia Fernández es periodista y pertenece al Instituto de Estudios Giennenses. Fue en su día redactora del Diario Jaén y más tarde del semanario de Toledo La Voz del Tajo. Trabajó en la Cadena Ser (Jaén), y en la Cadena C.O.P.E. de Madrid, donde presentó el espacio: Cuaderno Radiofónico en el programa Juntos en la Noche. Ha dado conferencias en Ayuntamientos, Casas de Cultura y Asociaciones diversas. Tiene publicados entre otros libros: Relatos del Viejo Madrid, junto a Miryam Romero; Dioses y Mitos, obra dedicada a la pintura mitológica del Museo del Prado. Es coautora, con Amparo Romero de La aventura de leer un cuadro. En solitario ha escrito la obra de investigación La Inquisición en Madrid; El pintor Berruguete en el Museo del Prado; Pueblos con leyenda en la Comunidad de Madrid, con prólogo de Alberto Ruiz-Gallardón; el poemario Que se duerman las penas en mi pecho; Cuentos de Navidad, con ilustraciones de Rocío Sánchez. Y junto a Mª Isabel García-Sainero, La pintura alemana en el Museo del Prado de Madrid.


AQUELLOS

D I ODELS E S OLIMPO Amalia Fernández

UNA APROXIMACIÓN LITERARIA A LA PINTURA MITOLÓGICA DEL MUSEO DEL PRADO



A mis hijos: Jesús, Amparo, Javier, Miryam, José Antonio, Guillermo y Rafael. A mis nietos: Javier, Miguel, Irene, Gabriel, Guillermo, Jesús, Carmen, Laura, Sofía, Carlos, Sara y Amir


© de los textos: Amalia Fernández © de las imágenes: Madrid, Museo Nacional del Prado.

Edita:

I.S.B.N.: 978-84-16174-28-7 Dep. Legal: V-1812-2014 Impreso en España Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación ni de su contenido puede ser reproducida, almacenada o transmitida en modo alguno.


Índice

Introducción......................................................................................... 9 Saturno devorando a un hijo................................................................. 13 Vulcano forjando los rayos de Júpiter.................................................... 17 El Nacimiento de Venus........................................................................ 21 La Caída de Ícaro................................................................................... 25 El Triunfo de Baco................................................................................. 31 Apolo y la Serpiente Pitón..................................................................... 37 Apolo persiguiendo a Dafne.................................................................. 41 El nacimiento de la Vía Láctea............................................................... 47 El Rapto de Proserpina.......................................................................... 53 La Fragua de Vulcano............................................................................ 61 La muerte de Eurídice........................................................................... 65 El banquete de Tereo............................................................................. 69 Orfeo y Eurídice.................................................................................... 75 Las Hilanderas de Velázquez.................................................................. 81 El rapto de Europa................................................................................ 87 La caída de Faetón................................................................................. 91 Las Bodas de Tetis y Peleo..................................................................... 97 El Juicio de Paris................................................................................... 101 Mercurio y Argos................................................................................... 107 Aquiles descubierto por Ulises y Diomedes........................................... 113 Dánae recibiendo la lluvia de oro.......................................................... 117 Andrómeda libertada por Perseo........................................................... 123 Hipómenes y Atalanta........................................................................... 129


Diana y Calisto...................................................................................... 135 El Rapto de Ganímedes......................................................................... 141 Venus y Adonis...................................................................................... 147 Venus y Adonis...................................................................................... 151 Dioses mitológicos griegos y latinos que se corresponden, y sus atribuciones:........................................................................ 161 Índice onomástico................................................................................. 163 Bibliografía............................................................................................ 166


Introducción

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n términos generales, podemos definir la mitología como el conjunto de leyendas, fábulas o mitos referentes a las divinidades y héroes legendarios, principalmente griegos y latinos. El vocablo mitología deriva del griego «mytos», leyenda o fábula, y «logos», discurso o tratado. El origen de los dioses y sus mitos se pierde en la noche de los tiempos. Probablemente la humanidad en sus albores atribuyó la condición de divinidad a los fenómenos de la naturaleza, incomprensibles para ellos, como forma de explicar su carácter caprichoso. Muchos de los mitos conectan con costumbres religiosas. En opinión de Leuba «cuando el hombre se relaciona con lo psíquico y los poderes sobrehumanos sean cuales fueran sus ideas sobre dichos poderes, morales o no, entra en la esfera de la religión». Lang, puntualiza aún más aseverando que «…si al Ser Supremo se le asignan atributos de un valor moral relativamente elevado nos encontramos en presencia de la religión; pero cuando ese Ser actúa como el Zeus de las fábulas griegas y toma parte en juegos necios o en fraudes obscenos, es chocarrero o falso, entonces hay que hablar propiamente de mitos». Mitos que, la mayoría de las veces, responden de la manera más sencilla e inocente a cuestiones referentes a los orígenes de la humanidad sobre la tierra. El hombre, por su parte, se une íntimamente a cuanto le rodea y, a consecuencia de ciertas aventuras, se metamorfosea en animal, árbol o roca. Todos sabemos que la existencia de las divinidades y su relación con los hombres, héroes o no, se debe más al rico espíritu inventivo de los escritores que a la realidad histórica. Sin embargo, literatos, músicos, escultores y pintores han encontrado en estos temas inspiración para sus obras. La iniciativa de recuperar las leyendas mitológicas dispersas se atribuye a los griegos Homero

Introducción

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y Hesíodo, a los que siguieron los latinos Virgilio y Ovidio. Sus escritos, junto a los de otros autores de la época, constituyen la fuente principal para el conocimiento de la mitología grecolatina. A la Grecia legendaria y celestial que permanece para siempre colgada de un Olimpo y a la Roma que siguió sus pasos, le debemos parte de nuestra cultura, de nuestra manera de ver y entender el mundo; pensando en ellas, representadas pictóricamente de manera tan espléndida en nuestro Museo del Prado, concebimos la idea del presente libro. Las obras que presiden cada capítulo, se acompañan de la leyenda en que se basa el cuadro. Caminando en silencio por esta senda literaria, les invitamos a soñar con los dioses y los héroes que los pinceles de oro de la pintura universal nos dejaron en sus obras maestras. Los protagonistas de sus cuadros nos esperan; siguen ahí desde hace siglos soportando la inmensa carga de sus vidas intensas en amor, dolor y venganza. Oh, dioses, grandes dioses del alto firmamento. Si nos dieseis aquí, sobre esta dura tierra, la firme voluntad y el claro entendimiento, tranquilos os dejáramos disfrutando, oh benditos, de vuestros anchos cielos. (Goethe, traducción de Enrique Baltanás)

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Saturno devorando a un hijo Francisco de Goya (Fuendetodos 1746-1828 Burdeos) Pintura mural al óleo pasada a lienzo Nº en catálogo: PO 763 Medidas: 143 cm x 81 cm Escuela: Española

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sta obra forma parte de las conocidas como Pinturas Negras –catorce en total– que en 1819 elaboró Goya en su Quinta del Sordo, casa de campo ubicada a orillas del Manzanares. Las enigmáticas pinturas decoraban las paredes de las plantas baja y primera, donde se situaban el comedor y el salón. El Saturno ocupaba el muro opuesto a la entrada del comedor Cuando el artista decidió irse a vivir a Francia regaló la posesión a su nieto Mariano. La finca cambió de propietario varias veces. En el año 1874 pertenecía al barón Frederic Emili d’Erlange, banquero alemán, que, al comprobar el deterioro de las pinturas (el óleo aplicado directamente sobre muro enlucido se había agrietado), decidió que fuesen extraídas para depositarlas sobre lienzo; de esta labor se ocupó el pintor y excelente restaurador Salvador Martínez Cubells en un lento proceso, debido al mal estado de los murales. Las pinturas fueron donadas por el barón al Museo del Prado en el año 1881, donde se exponen en la actualidad.

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aturno, hijo de Urano, dominó la tierra tras sorprender a su padre y castrarlo mientras dormía. Casó después con su hermana Cibeles y ambos consultaron a un oráculo, quien vaticinó al dios su destronamiento por uno de sus hijos. Saturno, que odiaba los relevos, pues deseaba el trono para él y para siempre, se hizo la promesa de devorar a

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todos y cada uno de los vástagos que fuesen llegando. Ante el horror de su mujer, el dios del tiempo había engullido en sucesivas ocasiones a Vesta, Ceres, Juno, Plutón y Neptuno. Cuando vino al mundo Júpiter, su madre trató de evitarle el final de sus hermanos. Probó primero a hablar con Saturno del pequeño para ver si ablandaba su corazón: –¡Es tan inocente, tan indefenso…! ¿Por qué no le perdonas la vida? –¿Cómo me haces este ruego, conociendo el presagio del oráculo? Además, sabes que mi hermano mayor Atlante me cedió el trono con la condición de que no tuviésemos descendencia. Cibeles no se rindió, desde hacía días le rondaba por la cabeza una idea e iba a ponerla en práctica: buscó una piedra blanca del mismo tamaño que el cuerpecillo del niño, la envolvió en pañales, la cubrió con una toquilla por todas partes y se la presentó a su esposo temblando de miedo por si éste descubría el engaño. Mas no fue así, Saturno se zampó el envoltorio de una sola tragantada. Antes de que la trama pudiera ser descubierta, Júpiter fue llevado a otro lugar. Dice Hesíodo que Cibeles llegó con el recién nacido durante la oscura noche a la cumbre de Dietos y lo tomó con sus manos y lo ocultó en una caverna inaccesible en las entrañas de la Tierra divina, en la montaña Egea cubierta de espesos bosques. Allí lo cuidaron las ninfas y lo amamantó una cabra descendiente del Sol: Amaltea. Cuando el niño lloraba los Coribantes –Virgilio los llama Curetas–, unos jóvenes guerreros destinados al culto de la diosa, danzaban saltando como acróbatas y entrechocaban sus escudos y armaduras; el ruido que producían evitaba que los llantos del pequeño llegasen a oídos de Saturno. Ya adolescente entró al servicio de su padre que ignoraba el parentesco que les unía. Su oficio en el Olimpo era el de copero o encargado de escanciar la ambrosía, bebida divina. Júpiter tuvo un día la corazonada de que quizá no fuera tarde para rescatar a sus hermanos. Al preparar la copa de siempre a su progenitor, mezcló con el néctar unas hierbas que le produjeron un gran vómito. Gracias a él fueron expelidos tras la piedra los cinco hermanos devorados en su día por Saturno. Más tarde la roca del engaño fue fijada por Júpiter en Delfos, sobre las quebradas del Parnaso.

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El augurio se cumplió. Diez años duró la guerra que los hermanos, acaudillados por el menor de ellos, declararon a su padre. Él trató de resistir, pero al fin claudicó. La primera tarea de Júpiter fue librar de las cadenas a los Cíclopes, quienes agradecidos, pusieron en sus manos el trueno, el rayo y el relámpago que la tierra ocultaba en su seno. Desde entonces el dios reinó confiado en tales armas sobre mortales e inmortales. Saturno huyó a un rincón escondido del Lacio donde enseñó a laborar la tierra, sembrando y recogiendo las cosechas. Y cuentan que allí alcanzó la felicidad que no había logrado disfrutar en el Olimpo.

Saturno devorando a un hijo

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Vulcano forjando los rayos de Júpiter Peter Paul Rubens (Siegen 1577-1640 Amberes) Pintura: óleo sobre lienzo Nº en catálogo: PO 1676 Medidas: 182,5 cm x 99,5 cm Escuela: Flamenca

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l mayor encargo que Rubens recibió de Felipe IV fue el trabajo de decorar la Torre de la Parada, casa de recreo y pabellón de caza que en tiempos de Felipe II se construyó en terrenos del monte de El Pardo. Para llevar a cabo tan amplio proyecto el artista elaboró pequeños bocetos sobre tabla que sirvieron de base para la pintura definitiva de los lienzos. Diez de estos bocetos se conservan en el Museo del Prado; uno de ellos lo adquirió nuestra pinacoteca en el año 2000 y los nueve restantes habían sido donados por la duquesa de Pastrana en 1889. La presente obra estuvo situada en el «cuarto bajo» de la Torre de la Parada; en el año 1772 decoraba la habitación de don Gabriel –infante que poseía una vasta cultura–, hijo de Carlos III y de María Amalia de Sajonia; pasó más tarde a adornar la antecámara del infante don Antonio Pascual de Borbón y Sajonia, allí se le cita en un inventario del Palacio Real Nuevo; continuaba en este mismo palacio en 1818, pendía de una de las paredes del cuarto del infante don Carlos María Isidro, hijo de Carlos IV y de María Luisa de Parma. En la actualidad, Vulcano forjando los rayos de Júpiter, de Peter Paul Rubens, forma parte de las colecciones de nuestra primera pinacoteca, donde se expone. En el Museo Nacional de Zaragoza se halla depositada –desde el año 1933– una copia del cuadro que da pie a nuestra leyenda, es su autor Juan Bautista Martínez del Mazo, discípulo y yerno de Diego Velázquez.

Vulcano forjando los rayos de Júpiter

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as ninfas Euríneme y Tetis encontraron a Vulcano tirado en el suelo, llorando. Tras comprobar que estaba herido en un pie, lo envolvieron cuidadosamente en una de sus túnicas mientras se preguntaban: –¿Cómo habrá venido a caer aquí este niño tan pequeño…? Al llegar a la gruta submarina que les servía de vivienda, las ninfas curaron sus heridas aunque presintieron que después del percance el pequeño quedaría cojo para siempre. –¡Qué feo y qué renegrido está el pobrecito! –dijeron casi al unísono– pero precisamente por eso vamos a prodigarle todo nuestro cariño y todos nuestros desvelos; quizá consigamos que sea feliz.

La verdad es que Vulcano sólo conoció la desgracia desde que vino al mundo. Juno, su madre, esperaba que el niño heredara su belleza y la fortaleza de su padre, mas no fue así. Cuando presentó a Júpiter aquel bulto arrugado como un viejecito, él no pudo contenerse y gritó fuera de sí: –Yo a “esto” no lo quiero. Fue entonces cuando el dios de los dioses comenzó a sentir vergüenza por haber engendrado un ser tan poco agraciado. A medida que el tiempo pasaba el despego hacia su hijo crecía hasta el punto de hacer blanco en él cualquier motivo de fricción o altercado que entre los esposos se suscitara. El día que nos ocupa, después de una discusión originada por los celos de la diosa, que desembocó en una tremenda disputa, Juno, fuera de sí, gritó a Júpiter: –Vas derrochando por ahí fuera las carencias de aquí dentro. ¡Mira a tu hijo, míralo bien y sabrás para lo que vales…! –¡Mira para lo que valgo! –contestó el dios. Y sin piedad, propinó tal puntapié al pequeño que salió arrojado del Olimpo; fue mucho el tiempo que se mantuvo precipitado en el espacio hasta caer maltrecho en la isla de Lemnos. Su delicado cuerpecito contrajo unas deformidades de las que nunca se vería libre.

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Nueve años permaneció Vulcano junto a las ninfas que, aparte de salvarle la vida y criarlo le instalaron una fragua en una cueva donde Cedalión de Nexos le enseñó a trabajar los metales, arte en el cual superó a su maestro. En sus manos, bajo su martillo, el hierro y los demás metales se transformaban en cera blanda. De su taller salieron desde el necesario armamento de guerra, hasta el instrumento más poderoso de Júpiter: sus rayos; sin olvidar el tridente de Neptuno, una hoz para Ceres, la coraza de oro para Hércules, la corona que Baco regaló a Ariadna… Entre las muchas obras que nacieron en su fragua, destacaron según nos cuenta Homero, veinte trípodes que debían permanecer arrimadas a la pared […] y tenían ruedas de oro en los pies para que de propio impulso pudieran entrar donde los dioses se congregaban y volver a casa. Y más admirable todavía: dos estatuas de oro que sostenían al andar el cuerpo de Vulcano cuando se le acentuó la cojera, eran semejantes a jóvenes vivientes, pues tenían inteligencia, voz y fuerza, y se hallaban ejercitadas en las obras propias de los inmortales dioses. Un día, avergonzado Júpiter de su comportamiento anterior con su hijo, después de comprobar el progreso de éste, lo llamó al Olimpo: –Hora es ya –le dijo–, de que vuelvas junto a tus padres. Dime lo que deseas hacer a partir de hoy. El hijo del dios echó una ojeada a aquel suntuoso palacio del que salió de mala manera en su niñez y no sintió el más mínimo deseo de volver a él. Tenía motivos más que sobrados para abrigar rencor hacia sus padres, pero su corazón estaba limpio de odio y de deseos de venganza. Le contestó con su sinceridad de siempre, con orgullo exento de soberbia: –Soy herrero, amo mi oficio y quiero seguir trabajando en lo que me gusta: mi fragua. Mi aspiración, mi única ambición es hacer un trabajo bien hecho. Júpiter quedó asombrado. El lenguaje con que se expresaba su hijo no tenía nada que ver con el que empleaban los dioses, su talla de hombre superaba a la de todos ellos.

Vulcano forjando los rayos de Júpiter

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El Nacimiento de Venus Cornelis de Vos (Hulst 1584-1651 Amberes) Pintura: óleo sobre lienzo Nº en catálogo: PO 1862 Medidas: 187 cm x 208 cm Escuela: Flamenca

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a presente obra fue pintada para el pabellón real de caza, sito en el monte de El Pardo, al igual que la anterior. Cornelis de Vos elaboró el cuadro sobre uno de los bocetos de Rubens que hoy se encuentra en el Museo de Bruselas. Existen pocas noticias de la infancia del artista de Hulst, se sabe que dos hermanos menores que él se dedicaron también a la pintura, uno de ellos, Paul, ayudó a Cornelis en la realización del cuadro que nos ocupa. El Nacimiento de Venus nos ofrece la estampa mitológica de una hermosa mujer que acaba de nacer con cuerpo de adulta entre las olas del mar. A la diosa latina protectora de huertos y jardines en textos antiguos, se la veneraba en un santuario próximo a Ardea construido con anterioridad a la fundación de Roma; en el siglo II a. C. se le adaptaron la mayoría de las leyendas pertenecientes a la diosa griega del amor: Afrodita. Cornelis de Vos nos presenta a Venus en un primer término caminando hacia la orilla del mar mientras exprime el agua salada de su larga cabellera; este gesto tiene un antecedente en la Venus Anadiomene de Tiziano (1525) que perteneció al duque de Sutherland y fue adquirida en el año 2003 por la National Gallery of Scotland de Edimburgo. Revolotean en torno a la diosa unos amorcillos augurio de Cupido. La siguen tres figuras marinas, una de ellas es Tritón que suele representarse mitad humano mitad pez, también es habitual mostrarlo con una trompa, reemplazada en esta pintura por una enorme caracola que Tritón hace sonar para festejar la llegada de Venus. El otro personaje que muestra enmarañada barba y adorna su cabeza con una corona de algas sostiene con sus manos a una nereida,

El Nacimiento de Venus

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hija de Nereo el «anciano del mar»; su cabello está trenzado con hileras de perlas. En la arena del cuadro descubrimos crustáceos, caracolas y conchas, estas últimas símbolo de placer en la sexualidad femenina. El autor de El Nacimiento de Venus estampó su firma –bajo un caracol– en el ángulo inferior derecho del cuadro: CORNELIS DE VOS F. La obra es citada en inventarios de La Torre de la Parada en los años: 1700, 1747 y 1794; más tarde se ubica en el “lazareto de los desnudos” de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y pasa a formar parte de las colecciones del Museo Nacional del Prado en el año 1827. No se expone al público.

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rrepentido el dios Urano de haber engendrado seres tan monstruosos como los Cíclopes –gigantes con un solo ojo en mitad de la frente– decidió encerrarlos en el vientre de su esposa Tellus quien, cansada del ultraje, fabricó una gran hoz y habló así a sus hijos: –Hijos míos y de orgulloso padre: Si queréis obedecerme, vengaremos el malvado ultraje de vuestro progenitor, pues él fue el que empezó a maquinar cosas indignas. –Madre –contestó el astuto Saturno– te prometo que puedo realizar ese trabajo puesto que no siento preocupación alguna por nuestro odioso padre, ya que fue el primero en maquinar cosas indignas. Aquella noche, cuando Urano dominado por su deseo amoroso se extendió sobre la tierra –Tellus– para cubrirla con su abrazo, Saturno, que permanecía escondido, sujetó a su progenitor con la mano izquierda y empuñando con la derecha una gran hoz de afilados dientes –cuenta Hesíodo– le cortó en un instante las partes viriles y las arrojó detrás de sí, al azar. Los órganos sexuales cayeron al mar y del semen del Dios se formó Venus, quien más tarde, rodeada de espumosas olas teñidas de rosa por la sangre de Urano, emergió de las aguas. Contemplaban absortos la escena dos tritones y una nereida que le ofrecía una sarta de perlas como obsequio de bienvenida. La diosa caminaba con ligereza hacia la orilla; cuando posó su pie sobre la arena,

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