Ciencia, evolucionismo y fe, desde el sentido comun

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Ciencia, evolucionismo y fe, desde el sentido común

José Cepero

Barcelona (España). 2015

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1ª edición. Octubre de 2015.

Edita:

I.S.B.N.: 978-84-16582-18-1 Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación ni de su contenido puede ser reproducida, almacenada o transmitida en modo alguno sin permiso previo y por escrito del autor.

Portada: Monseñor Édouard Lemaître (astrofísico creador de la teoría del Big Bang), en 1933, durante una de sus clases. Foto (internet).


A José Mª Collantes, cura rural en Tierra de Campos, entrañable amigo, que fue.

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Introducción.

Hola, lector. No sé lo que te ha traído aquí. Espero que no sea la esperanza de encontrar respuestas. No tengo más que preguntas. Aunque sí es cierto que harto de deambular por la vida entendiendo poco, decidí aplicar el sentido común para interpretarla. Deambular por la vida resulta más cómodo, a corto plazo, que ir tras un objetivo. Pero la vida es muy larga para tomársela como un paseo; no es prudente abordar un maratón como si fuera una carrera de barrio. Esto es de sentido común. Aquí aparece la primera conclusión; vivir no es fácil como lo es el pasear, sino que precisa de una cierta estrategia, como para correr un maratón. Esta estrategia se ha de preparar a tenor de las circunstancias, a tenor de la realidad. Para eso es preciso conocer la realidad. Y, ¿Cómo se puede conocer la realidad? No es fácil, quizás es imposible, pero cuanto menos, para intentarlo, debe el observador despojarse de prejuicios – hasta donde pueda – y medir con una regla aséptica lo que ve. Para mí, esa medida aséptica es el sentido común. ¿Qué hacemos si nuestra interpretación de la realidad no se ajusta a lo que esperábamos?, si esa realidad nos pone las cosas difíciles, lo que debemos hacer es, después de aplicar un filtro que nos sirva de seguro, ser coherentes. Esto no es fácil, incluso a veces 7


muy difícil, pero la coherencia con lo que nos dicta el sentido común, aunque no nos dé la felicidad, nos encauza a ella o, por lo menos, nos permite ir por la vida con la cabeza alta, lo que ya es mucho. Por eso, amigo lector, si no eres de mente abierta y careces de sentido común, no sigas leyendo, porque perderás el tiempo…bueno, leyendo con criterio no se pierde el tiempo… y además, has de amortizar la adquisición del libro. Sigamos, pues. Recopilo en este ensayo, una serie de artículos que he publicado en distintas páginas de internet propias y de terceros, todos bajo el mismo criterio de analizar la realidad desde la perspectiva del sentido común, así como la relación de la Ciencia y la evolución con el cristianismo en general y la Iglesia Católica en particular. A ellos he añadido dos artículos inéditos, que completan y matizan la idea general que quería expresar.

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Ciencia y fe 1.

Hola, lector. El padre Cano, me pide que escriba unas líneas semanales para este blog. Le he dicho que cuente conmigo, hasta donde llegue; que pocas son mis luces y muy menguadas. Pero no se le puede negar algo tan sencillo a un hombre de Dios. Además, ¿qué son unas líneas a la semana? Ya he saludado. Ahora debo presentarme. Me llamo José Cepero y soy economista (Universidad de Barcelona), que es el oficio que me ha dado de comer. Luego cursé algunos estudios de Biología (también en la U. de B.), que es el oficio que me ha dado satisfacciones; el de naturalista. Como economista he sido profesor de Historia Económica en la U. de B., director financiero de una empresa multinacional alemana establecida en España y técnico de Administración local. Como naturalista he colaborado con instituciones como Greenpeace o Naciones Unidas. Lo formal y aburrido de lo primero, me lo ha compensado lo segundo. ¿Qué es lo que me trae aquí?... una mezcla de todo ello; el padre Cano quiere que escriba sobre el contenido de algunas conversaciones informales que hemos tenido, y eso voy a intentar hacer en éste y en sucesivos artículos, si Dios lo tiene a bien. 9


Bueno, ya está bien de prólogo, que he de reservar fuerzas para el comentario de hoy. Estoy embarcado en la elaboración de un libro sobre especies animales y vegetales, y hace unas fechas preparé la ficha del bicho que tiene como nombre común el de “mosca serpiente”; al indagar sobre este curioso insecto (presente en España), escribí; “fue descrito por primera vez por el sacerdote jesuita catalán Longinos Navás Ferrer Tarragona, 1858 – † Gerona, 1938), eminente naturalista y entomólogo de reconocido prestigio internacional”. A alguien poco documentado le habría sorprendido que un cura fuera un eminente investigador. Pero a mí no me sorprendió, pues a menudo trato con Francesc Nicolau Pous, sacerdote, teólogo, matemático, profesor universitario y divulgador científico, Licenciado en Sagrada Teología por la Universidad Pontificia Gregoriana de Roma; además es licenciado en Ciencias Exactas por la Universidad Central de Barcelona; conoce 14 idiomas (español, catalán, latín, griego bíblico, hebreo, italiano, francés, inglés, alemán, gallego, portugués, euskera, ruso, nociones de jeroglíficos…); sus especialidades son la astronomía y el evolucionismo.” También trato con frecuencia con el sacerdote escolapio Sebastián Calzada, director del Museo Geológico más importante de Europa en su especialidad (propiedad de la Iglesia Católica). Ambos son insignes científicos de reconocido prestigio internacional y mejores personas, que unen a su sapiencia una increíble sencillez y afabilidad de trato con quien recurre a ellos… Por no citar a Santiago Casanova, que fue párroco de Sitges, al que preguntaba sobre su parroquia y sobre las Costas de Garraf; Mosén Casanova fue co-descubridor en Cataluña, de una mandíbula datada en 53.000 años de antigüedad y atribuida a un hombre de Neanderthal…, además de promotor de actividades culturales de contenido etnológico… Con semejante entorno, ¿me va a sorprender que un 10


cura se dedique a la ciencia? Al contrario, mi experiencia personal es que Ciencia y fe, Ciencia e Iglesia Católica, van de la mano, muchas veces, a contra corriente. No, lo que me sorprende es que en el mundo católico “de base”, se trate a la Ciencia como algo distante y peligroso o, por lo menos, como algo ajeno que planea sobre la fe, acechándola. Mi tesis, que defenderé en los próximos artículos, es que la Ciencia es un don que Dios da a los hombres para que éstos se acerquen a conocer los entresijos de la Creación, es decir, para que éstos se acerquen a Él. No es Ciencia todo lo que aparece como tal. El criterio fundamental para distinguir la Ciencia de la pseudociencia, es ver si lo que analizamos nos lleva a Dios o nos aleja de Él. Hay muchos y muy buenos criterios para discriminar esto, y entre ellos, no hay que desechar el sentido común. Ahora sí me despido de ti, lector. Que tengas una buena semana y hasta pronto, si Dios quiere.

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Ciencia y fe. 2

Hola, lector. ¡Qué rápido ha pasado una semana! Te hablaba, hace siete días, de curas católicos a los que conocía y que eran representantes más que relevantes del mundo de la ciencia actual, y a partir de aquí, esbozaba unas conclusiones. Me dirás, lector; “¡pero esos curas que citabas son cuatro casos en un entorno casi doméstico!...Pocas conclusiones se pueden sacar de ello”. Sí, tienes razón, pero fue precisamente eso lo que me chocó y me llevó a reflexionar sobre la Ciencia y su relación con la Iglesia Católica y con la fe; a veces, lo menos nos impacta más si lo vivimos de cerca. Y eso me pasó a mí, que unos pocos casos cercanos me dieron en pensar…, y pensé; “si yo, en mi pequeño entorno, conozco a tantas “eminencias”, será porque hay muchas más, pues no va a dar la casualidad de que conozca a los únicos curas sabios que existen”. En fin, que me puse a estudiar el asunto y voy a compartir contigo lo que encontré, pues creo que te interesará seas creyente o no, cristiano o musulmán o, incluso, ateo; porque lo que te voy a dar son exclusivamente, datos objetivos y sin ideología y te voy a dejar a ti las conclusiones, aunque te daré la mía, pero al final, para no 13


mezclar información objetiva con opinión, lo que desvirtuaría el carácter “científico” que quiero dar a estas líneas. Al documentarme un poco, llegué a la conclusión de que mi conocimiento de curas científicos católicos no es casualidad ni rareza. Es más, no podía ser menos porque, como descubrí luego, la historia de la Ciencia está salpicada, no, mejor, saturada, de hombres de ciencia católicos, de cristianos y, en general, de creyentes; es más, en la perspectiva histórica mundial no conozco científico relevante que se haya declarado ateo (algunos han pretendido hacer pasar a Einstein por escéptico o ateo, cuando él mismo se reiteró creyente, aunque sin filiación a una fe concreta.). No hubieran podido hacer lo mismo con Lemaître, astrofísico creador de la teoría del Big Bang, en la que se basa una buena parte de la concepción actual de la formación del universo… Lemaître era un cura católico que impartía sus clases en la Universidad de Lovaina, vestido con sotana. Hay más sabios católicos y cristianos, ¡y de qué envergadura!; cuando todavía no existía la ciencia paleontológica (sobre los fósiles) y personas como el genial Leonardo da Vinci divagaban sobre el origen de estos restos pétreos, un obispo católico, el beato Nicolás Steno, sentaba las bases de la Ciencia Paleontológica y las de la actual Geología…, como antes el monje agustino Mendel, había puesto los cimientos de la Genética…, o el matrimonio Curie (ambos católicos y ella la primera persona en recibir dos premios Nobel) había descubierto la radioactividad, con todo lo que ello ha supuesto para la Ciencia. Y qué no decir de Newton, o Kepler o Marconi (premio Nobel de Física y fundador de la Radio Vaticana), o el mismo Darwin..., o incluso Galileo a quién su luego exagerada polémica con la Iglesia Católica no descalifica – al contrario - como católico… No hay que olvidar a Fermat, a Volta,… podría seguir hasta la semana que viene citándote científicos católicos, cristianos y creyentes. Pero no es mi intención aburrirte ni agotarme. Basta para cumplir mi 14


intención de hoy, el remitirte a internet para que, basándote en una ingente nube de científicos cristianos, veas que no sería posible hablar de la Ciencia moderna, sin una referencia obligada al cristianismo. A la vista de los datos, de la evidencia histórica (puedes, lector, documentarte en internet sobre estas personas y encontrarás detalles de sus vidas, fundamentalmente cristianas) la Ciencia actual es lo que es gracias a científicos cristianos. Y si esto es así, ¿no es consecuencia inmediata deducir que es Dios quien ha inspirado e inspira la Ciencia? ¿Que conviven la destructiva bomba atómica con los beneficiosos aparatos de resonancia magnética?, sí, es cierto. Creo que Dios inspira la Ciencia pero es la libertad de los hombres la que desarrolla esa inspiración. Por eso me desconcierta oír a personas, creyentes o no, que hablan con displicencia de la Iglesia Católica cuando sale a colación la Ciencia, como si la Iglesia Católica fuera poco menos que una aldeana en lo que a conocimientos científicos se refiere. No, la Iglesia Católica bien podría añadir, – con plena autoridad - a su “Una” y “Santa”, el adjetivo de “Sabia”. El que no lo haga es coherente con su naturaleza; nadie realmente sabio se vanagloria de ello. Concluyo por hoy. Por tales evidencias, te decía en su día, lector, que tengo la certeza de que la Ciencia es un don de Dios, otro camino que nos ha abierto para llegar a Él. Esto genera compromisos y responsabilidades académicas y morales muy serias para los científicos y los divulgadores de la ciencia. Pero de eso hablaremos la semana que viene, si Dios quiere.

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La responsabilidad del científico.

¡Hola de nuevo, querido lector! ¡Hoy disfrutamos aquí de un día glorioso de primavera! Hace tan buen día y me encuentro tan bien, que más que escribirte desearía conversar contigo, para transmitirte mi optimismo en una jornada tan agradable. Especialmente, si estás postrado o enfermo. Por eso te pido que me hagas un sitio a tu lado, aunque sea un rinconcito, para que me siente a hablarte sobre un asunto que ya te planteé la semana pasada; la responsabilidad del científico. A la vista de lo expuesto en artículos anteriores, queda claro que la Ciencia moderna ha sido soportada fundamentalmente por cristianos, católicos y creyentes. Eso es lo que nos dice la Historia de forma contundente y evidente: No es una verdad chica o una verdad con sordina. Es una evidencia histórica abrumadora. Un dato objetivo, al margen de creencias u opiniones. Es entonces razonable ver en la Ciencia un don de Dios, como aventuraba hace dos semanas. Relacionar a Dios con la Ciencia es consecuencia inmediata a poco que sepamos interpretar ese mensaje milenario que se traduce - evento tras evento - en un progreso científico continuado. No es preciso ser cristiano para ver esa evidencia; es suficiente tener buenas entendederas y carecer de prejuicios. Podría ser una casualidad que la Historia de la Ciencia estuviera tan 17


aderezada de cristianos, pero recurrir al azar es el recurso desesperado de quien no tiene argumentos. Siendo la inspiración científica algo que viene entregado gratuitamente por Dios – por el Dios cristiano, me atrevo a decir a la vista de la evidencia, surge como otra consecuencia razonable, la responsabilidad del científico en realizar un buen uso de esa dádiva. Pero, ¿qué es “realizar un buen uso”? Parece evidente que, en una primera instancia, el mejor uso que se puede hacer de un conocimiento es ponerlo al servicio de la Verdad, al margen de influencias mundanas (subvenciones, rentabilidades, influencias políticas,… pasiones personales) que no harían más que desvirtuar ese conocimiento. En una segunda instancia, parece que el “buen uso” de un regalo es utilizarlo en la intención de quien nos lo hace. Por ejemplo, si regalo un palo de jockey a mi sobrino, es para que aprenda a jugar al jockey con él o, si es muy niño, para que lo utilice como caballito hasta que aprenda a jugar al jockey, pero en ningún caso para que me lo rompa en el lomo. Es cierto que podría ser lo contrario, pero entonces la Ciencia se encontraría en un camino sin salida, como el sobrino, que aunque llegara a jugar al jockey y ganar partidos, no dejaría de ser un gamberro y, en caso de persistir en romper lomos, llegaría a ser un verdadero animal, en contraposición a lo que entendemos por hombre. Así es el camino de la Ciencia y esa es la responsabilidad del científico. La Ciencia, don de Dios a los hombres, puede estar bien o mal utilizada, según sirva a la Verdad o sea manipulada por el hombre para su provecho material y en detrimento de esa Verdad. Por ejemplo, las leyes de la genética que definió el monje agustino Mendel, han servido para que toda la humanidad se beneficie de los avanzados 18


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