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Arantxa Ugartetxea Arrieta, es nacida en Donostia-San Sebastián el 28 de abril de 1942, licenciada en “Ciencias de la Educación” especialización “Pedagogía”, por la Universidad del País Vasco. Titulada en “Euskara” por Euskaltzaindia (Academia de la Lengua Vasca). Actualmente miembro activo de “Eusko Ikaskuntza-Sociedad de Estudios Vascos”. Profesora en “Ikastolak” escuelas vascas, en la universidad, y programas de alfabetización de adultos, tanto en el País Vasco como en Colombia y Chile.
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漏 Arantxa Ugartetxea Arrieta arantxaugartetxea@gmail.com Ilustraciones: Paula Blanco Edita: www.pasionporloslibros.es I.S.B.N.: 978-84-15649-70-0
Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicaci贸n ni de su contenido puede ser reproducida, almacenada o transmitida en modo alguno sin permiso previo y por escrito de la autora.
Cuentos en la universidad Arantxa Ugartetxea Arrieta Ilustrado por Paula Blanco
1. OCURRIÓ QUE…
Una estudiante protestaba en medio de una especie de foro improvisado en la cafetería de la universidad, mientras en la barra algunas profesoras y profesores, con la mirada perdida en la selva del conocimiento, intentaban tomar un café o una cerveza para poder seguir el horario estipulado y cumplir con el currículo obligatorio. –¿Quién decide en el aula? –preguntó Begoña levantando la voz, mientras un sobrecogedor silencio se adueñó del espacio. No hubo respuestas, sino más bien con mucha discreción y pisando suave, fueron saliendo de la cafetería algunas profesoras y profesores. La mayoría de estudiantes estaban al corriente de lo que había ocurrido en la clase de lengua y literatura por lo que permanecieron en silencio asintiendo a la respuesta que la pregunta lanzada a voz en grito contenía. La dinámica del aprendizaje de una lengua estaba en juego y una mayoría estudiantil permanecía expectante en medio de la encrucijada de poderes intelectuales ejercidos en torno al conocimiento por una profesora. –Necesitamos saber, conocer nuestra lengua –expresó con firmeza un muchacho a quien llamaban Aitor. –Pero esa necesidad no está programada –le respondió Begoña. –La programación no es necesaria, es cuestión de voluntad. En el aula se realizan actividades no programadas muchas veces… –Es verdad –respondió Begoña, ¡aunemos voluntades! 7
Mientras el foro estudiantil en la cafetería se expresaba con una cierta libertad, el profesorado reunido en la rectoría opinaba sobre lo sucedido, intentando disculpar la actuación de la profesora de lengua y literatura, con argumentos tradicionales de sesgo autoritario. Opinaban sobre los estudiantes, valoraban a Begoña, a Aitor… pero eludían oír sus voces. –Necesitamos hablar con Begoña –dijo al fin uno de los profesores. –Pero sólo con ella –expresó la profesora de lengua. –¿De qué tienes miedo? –le preguntó el rector. –Del caos. –Hablando se entiende la gente –le respondió. –Pero como no hemos aprendido a dialogar… –Yo escucho siempre. –No lo pongo en duda, pero después de escuchar ¿cambiamos nuestras prácticas? –preguntó la profesora. –No –la respuesta fue unánime –porque seguimos el programa curricular y estamos aquí para cumplirlo. Es de eso de lo que tenemos que dar cuentas profesionalmente. Era como si estuvieran metidos en un reluciente y valioso corsé de acero y comenzaban a sentirse blindados al mismo tiempo que ninguneados por el campo estudiantil. –La pregunta de Begoña tiene mucho sentido –dijo la profesora de lengua –porque sin voluntad de aprender cualquier decisión es inútil. –Pero es el que enseña el que debe decidir: qué, cómo, dónde y cuándo –dijo el rector – las normas y los programas están dados. –¿Dados a quién?, ¿a mí? 8
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–Todo está en la ley de educación aprobada en el parlamento. –Y el parlamento del aula ¿dónde queda? –reclamó la profesora de lengua. Cuando formuló esta pregunta, se levantó y pidiendo disculpas salió de la sala. Las profesoras de, pedagogía, antropología y el profesor de filosofía, después de un silencio sepulcral, también se levantaron y salieron detrás. Se dirigieron a la cafetería y la encontraron desierta. Estaban en horario de clase y todas y todos esperaban en sus aulas, la llegada del profesorado. La tensión relacional entre profesorado y alumnado se había hecho presente mediada por el propio conocimiento, dejando claramente al desnudo que la lengua y su recreación literaria escondían poderes y sabidurías. La universidad entera había entrado en una especie de estado de reflexión inesperado. Las clases continuaron pero ya nada era igual y los pasillos de la misma se transformaron en ese parlamento que cuestionaba la profesora de lengua. El problema era que, las y los estudiantes lenguajeaban por un lado y el profesorado por otro. Lo de siempre… Al día siguiente cuando entraron en el aula vieron que en la pantalla gigantesca que lucía al frente de la misma, entre un sin fin aparentemente caótico de letras sobresalía como de un vergel literario, una especie de guirnalda floreada en forma de escritura que decía: quiero decir mi palabra. La profesora de lengua permanecía sonriente en una esquina del aula contemplando las diferentes actitudes que la lectura de la frase provocaba en aquel contexto. Un grupo de chicas comenzó a debatir en euskara sobre el derecho a su palabra que les había sido negado. Los chicos, en un principio más retraídos por lo que estaba ocurriendo, se sentaron en sus mesas y comenzaron a mirarse unos a otros, hasta que alguno acercándose al grupo de las chicas pidió permiso para participar del mismo. Otros se agruparon entre sí y el 10
resto decidieron reflexionar en solitario. Mientras… la profesora permanecía sola en una esquina y una de las chicas se aproximó a ella. –¿Quiere participar de nuestro grupo? –le dijo la estudiante. –Me parece mejor permanecer en mi propia reflexión –le respondió. –De acuerdo. Esta actitud no fue entendida de la misma manera por el alumnado. Algunas consideraban que era su orgullo el que no le permitía participar, otros consideraban que la libertad de expresión sería mayor sin ella formar parte del grupo y había también quien opinaba que seguramente ya tendría el contenido pedagógico preparado para compartir con toda el aula. –La profesora no es una estudiante –dijo Aitor. –Sin estudiante no hay profesora –le respondió Begoña. –Es cierto –intervino la profesora que había permanecido callada. Y se entabló un diálogo en el aula de tamaño monumental. Había quien se expresaba en euskara, y por primera vez nadie se sintió cohibido por semejante práctica. –Me habéis ayudado en mi magisterio –dijo la profesora mirándoles casi individualmente a los ojos, por lo menos así lo sintieron según lo contaban después en la cafetería. –Su actitud ha sido conmovedora y su mirada era sabia, despertó nuestra emoción convirtiendo el aula en un acto de complicidad unitario de voluntades más tiernas –dijo Begoña. Mientras los comentarios abundaban entre, cafés, cortados y tortillas de patata, la profesora se retiró tranquilamente a su 11
despacho a disfrutar de aquella complicidad experimentada. Había comenzado una nueva pedagogía en el aula, ya no había vuelta atrás. El resto del profesorado permanecía expectante, un tanto sorprendidas y aturdidos por el silencio del rector y la aparente normalidad del curso universitario. La cafetería estaba en la planta baja del edificio, era hermosa y de forma semicircular, el mostrador permanecía surtido de pinchos entre los que nunca faltaba el de tortilla de patata. El que lo atendía era un joven supremamente simpático llamado Jokin que se dejaba ayudar en las horas punta por una chica sonriente y amable llamada Mertxe que tenía aires de pitonisa y adoraba leer el tarot con estudiantes que lo desearan, en un “txoko” que había decorado para tal fin situado entre la barra del restaurante y el acceso a la cocina del mismo, pero que gozaba de una gran ventana que daba al jardín universitario. En épocas anteriores hubiera sido un San Alejo cualquiera pero Mertxe hizo de el un espacio intimista sencillamente muy agradable. No habían pasado tres días, cuando la profesora de lengua conversaba con Mertxe en la barra mientras se tomaba un té con limón después de su última clase y a punto de irse a su casa. Nadie supo de qué hablaban pero en un momento determinado, ambas, se dirigieron al “txoko” ante el asombro general. Era la primera vez que una profesora acudía a la lectura del tarot atraída por la curiosidad de aquellos símbolos. Entraron en el recinto mágico y cerraron la puerta. –Necesito alguna simbología que me ayude a interpretar el aula –le dijo la profesora a Mertxe, mientras ésta transformaba su peinado y algo del vestuario. Realmente mudó su imagen haciéndole transportar a otro mundo imaginario y no por eso menos real. 12
–No estamos en un espacio mágico –dijo Mertxe con una suavidad y firmeza a la que la profesora no estaba acostumbrada en el ámbito universitario. –Para mí lo es –le respondió. –En qué sentido. –Porque encierra un cierto misterio. –Por eso es ciencia. –¿Por el misterio? –Por lo desconocido y el deseo que provoca por conocerlo. –Si quieres comenzamos… –A eso he venido. Los símbolos son una construcción social, nos hablan de un consenso humano inteligente e inteligible. La lengua es uno de ellos. –Me gustaría aprender a leerlos –dijo la profesora de lengua. –Siéntate mas cómodamente, toca el taco del tarot, mira las cartas, deja correr la imaginación y paséate por los pasillos de los sueños y los recuerdos. Olvídate de tu nombre, tu procedencia, libérate mentalmente de las ataduras u opresiones, que el sentimiento de culpa no paralice esta peregrinación. Siente y piensa firmemente en lo que deseas ser, lo que te gustaría hacer. En el “txoko” las paredes se diluyeron, la atemporalidad lo invadía todo y una consoladora tranquilidad se empoderó de la profesora. –Eso que sientes, esa sensación, eres tú –susurró Mertxe. Ella sintió que sus manos eran tiernas y que las cartas fluían en aquel juego de habilidades que sin comprender cómo, en un barajar, elegir y mostrar daban a luz la carta del “loco”, símbolo 13
que permanecía encima de la pequeña mesa esperando a ser interrogado. –Me siento partiendo de algún lugar para llegar a otro, algo me empuja –dijo la profesora. –Es necesario hacer el camino –le respondió Mertxe. –Creo que el deseo de aventura me impulsa hacia delante. –¿Qué clase de aventura? –Me veo peregrinando hacia lo desconocido. –Entre lo conocido y lo desconocido sale al encuentro el conocimiento. No tiene género porque aunque le llamamos así se trata de múltiples sabidurías. Algunas personas permanecieron en la cafetería esperando a la profesora, pero como las horas corrían, la universidad quedó desierta y el bedel no tuvo más remedio que tocar la puerta del “txoko”. –¿Hay alguien ahí? –Sí –respondieron al unísono ambas. –Es la hora de cerrar. Cuando escucharon esto, se levantaron interrumpiendo la lectura que había comenzado de manera vibrante y clarificadora. Rápidamente Mertxe se quitó el atuendo que llevaba para poder salir al exterior con su apariencia habitual, mientras la profesora no acertaba a caminar con firmeza ni a abrir la puerta con determinación. Tardó unos minutos en comprender que había entrado de nuevo en la realidad temporal y espacial que sentía pertenecerle. Agradecieron al conserje el aviso y se despidieron hasta el día siguiente. 14
Estudiantes y profesorado vivían inmersos en la curiosidad de saber en realidad ¿qué era lo que estaba pasando?, y si tenía que ver algo con la enseñanza y el aprendizaje que estaban realizando. El rector no decía nada y todo seguía aparentemente igual. La pregunta que flotaba en el aire era ¿qué era lo que le sucedía a la profesora de lengua? –¿Qué nos pasa, qué nos ocurre?, es la pregunta personal que deberíamos hacernos –dijo Begoña, de nuevo en la cafetería, en un tono de voz lo suficientemente alto. –Buena pregunta –le respondió Mertxe. Llegó la hora de entrar en el aula y la mayoría salieron rumbo a sus respectivas clases aunque en una actitud diferente de la habitual, el pasotismo y la neutralidad, habían dejado de ser el telón de fondo en la cotidianidad universitaria. Había opiniones de todos los gustos, nadie deseaba quedar al margen. –Nunca, en los años que llevo trabajando aquí, me había parecido tan interesante el ambiente universitario –le dijo Jokin a Mertxe. –¿Por qué? –Pensaba que las estructuras universitarias eran inamovibles. –El inmovilismo existe y convive con las movilizaciones. La educación sabe de esto. Ambas son personales, más que estructurales. –Pensar que la pregunta de Begoña y la actitud de una profesora, están poniendo en cuestión aspectos de la formación universitaria, es algo fascinante –dijo Jokin. –No te olvides de la sabiduría del tarot –le respondió Mertxe. –¿Qué sabiduría? –La de los símbolos. 15
–Nunca me han gustado las clases, pero eso que tú haces despierta mi curiosidad. –Cuando quieras estoy a tu disposición. –Siento miedo, no me gusta que adivinen mi vida. –Nadie adivina nada. –Entonces, ¿en qué consiste? –Se trata de entender un poco mejor nuestra propia existencia. –Mi vida me parece tan irrelevante… –Nadie es irrelevante. Ambos quedaron mudos cuando vieron entrar a la profesora de lengua. Ella saludó con una amplia sonrisa y abrazó a Mertxe después de darles los buenos días. Jokin automáticamente le preparó el té con limón que acostumbraba a tomar, mientras las dos mujeres hablaban de un “loco” que él no conocía ni atinaba a entender aquella manera de lenguajear. –¡No hablan como otras veces! –pensaba Jokin. –Utiliza la energía que sientes en esta situación –le dijo Mertxe a la profesora mientras ésta se despedía para entrar en el aula. –La clase tiene una potencia de la que no era muy consciente –le respondió ella. –El del aula, puede ser un encuentro liberador –comentó Mertxe mientras regresaba al “txoko” en voz baja y como para ella misma. La expectativa en la clase cuando entró la profesora era de tal magnitud que no hubo necesidad de reclamar la atención sobre el tema al que venía dispuesta a tratar. 16
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