Cuentos urbanos

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OTROS TÍTULOS DEL AUTOR:

Cuentos de mesa camilla… …y un cuento de Navidad

Ciencia, evolucionismo y fe, desde el sentido común


CUENTOS URBANOS José María Asensi

Barcelona, 2016.

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© de texto y portadas, José Mª Asensi. Revisión y corrección de textos, Angélica Regidor.

Edita:

1ª edición. Septiembre de 2016 I.S.B.N.: 978-84-16846-34-4 Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación ni de su contenido puede ser reproducida, almacenada o transmitida en modo alguno sin permiso previo y por escrito del autor.


Sobre el autor El autor es economista por la Universidad de Barcelona, donde fue profesor de Historia Económica de España y miembro del consejo de redacción de “Cuadernos de Historia Económica de Cataluña”. Cursó estudios de Biología en la U. B. Fue creador y director de la revista” Cuadernos de Biología Marina” y jefe de redacción de la revista “Mediterrània”. Ha sido director financiero de una empresa multinacional alemana radicada en España. Técnico superior en economía del Ayuntamiento de Barcelona, donde tuvo varios destinos; creador y director del Centro de Información de Disminuidos Físicos (pionero en el ámbito municipal en España), jefe del Negociado de Sanidad, Director de la Escuela de Protección Civil,… Es Codirector de “Scripta Musei Geologici Seminarii Barcinonensis. Series Malacologica”. Ha sido asesor de Greenpeace - España. Ha colaborado en programas para la rehabilitación de toxicómanos y ha realizado y financiado programas dirigidos a jóvenes tutelados por los tribunales de justicia. Escritor. Director y guionista de documentales galardonados en certámenes nacionales e internacionales. Con su nombre o bajo pseudónimo, ha escrito varios libros y numerosos artículos sobre temas técnicos de sus especialidades, así como de contenidos humanísticos.

Con sincero afecto, a los trabajadores abnegados de Can Ruti (Badalona. España), a su buen samaritano…, y a mi familia, esperando sacarles una sonrisa.

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Presentación

“Cuentos Urbanos” está escrito años después de “Cuentos de mesa camilla… y un cuento de Navidad” (ver en esta misma editorial), y responde a un momento muy distinto de la vida del autor. “En el segundo, reúne cuentos que escribió en los años en que estuvo de pastor en el desierto de Almería. El marco de estos cuentos es el de un ambiente bucólico, y sus argumentos son inocentes, quizás alguno incluso infantil. Sin embargo, cuando tiempo después el autor escribe “Cuentos Urbanos”, ya está de regreso en la ciudad, tras más de un lustro de vida pastoril, y ambienta los nuevos cuentos en un entorno urbano, que observa desde una perspectiva distinta a la convencional, perspectiva un tanto escéptica y vestida de un humor que, en ocasiones resulta incluso, un punto ácido.

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Índice

Presentación Un accidente de circulación La multa y la razón La peste Reciclaje Playa urbana “Magna celebratio” Un día en el zoo Velocidad

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Un accidente de circulación.

El otro día se hizo justicia, y descubrí que la ley y la justicia van, a veces, por caminos diferentes. Bueno, ya lo había descubierto hacía tiempo, pero lo de ayer fue un ejercicio didáctico. Como cada día circulábamos, en hora punta, una ristra de vehículos agobiados por las prisas y el calor. Íbamos todos detrás de un lentísimo “cuatro por cuatro” perfectamente equipado para atravesar estepas, salvo por el conductor, un verdadero cenutrio que era incapaz de orientarse en una población con inflación de señales. Al principio no pasaba nada, pues ni las prisas ni el calor pueden hacer perder las formas a las acémilas que cotidianamente nos metemos en el atasco laboral; sabemos que todos nos excedemos o equivocamos en algún momento y eso forma parte del juego. Pero aquel individuo del “4x4” sumaba a su desorientación la cara dura, ocupando los dos carriles de la marcha y despreocupándose de la larga fila que iba formando. Ignoraba cualquier norma de tráfico, y encima estuvo a punto de practicar la eutanasia a una pobre señora que cruzaba acogida a un paso de cebra… Pero ¿qué era un paso de cebra para aquel conductor de la sabana con su protección anticolisión de acero inoxidable en el morro del todo terreno? Sólo la torpeza del imbécil al volante salvó a la pobre gacela entrada en años, pues el cretino quiso frenar – no lo hubiera conseguido - pero apretó el acelerador, haciendo dar un salto a su vehículo, poniéndose bruscamente delante de la señora en lugar de arrollarla, con lo que la infeliz casi murió del infarto cuando vio, de repente, al monstruo delante de ella. Quedamos todos sobrecogidos. 11


En el profundo silencio que siguió, sólo se oyó al vándalo del todo terreno gritarle a la anciana; “¡mira antes de cruzar!”, mientras agitaba el brazo izquierdo fuera de la ventanilla. La vieja, más vieja en un instante, desistió de cruzar y teniéndose en pie a duras penas, nos instó con una mano temblorosa para que pasáramos también el resto de la lenta comitiva frenada por aquel animal del todo terreno. A todo esto, al desaprensivo, le llamaron por teléfono y vi cómo se llevaba el móvil a la oreja, al tiempo que aceleraba para incorporarse a la rotonda que teníamos delante. Todos aceleramos con él pero entonces, ya en la rotonda, el descerebrado hizo un brusco frenazo preventivo en plena calzada, por si viniera algún vehículo que no hubiera visto distraído por su llamada. Y el de detrás, yo, frenó de golpe sin lograr impedir empotrarse en la inmaculada bola del todo terreno, que ni se inmutó. Pero el de detrás de yo, le dio a yo, y el de detrás del detrás de yo, también le dio al de detrás de yo, y el de detrás de detrás de yo, le dio también al penúltimo detrás. En fin, parachoques arrugados, alguna luz a la virulé y mucha adrenalina desparramada por el asfalto: Cuatro ciudadanos, víctimas unos de otros y responsables legales todos de los daños de los otros, menos el fulano del todo terreno. Pité al delincuente, al que con el susto se le había calado la máquina esteparia, y al inconsciente no se le ocurrió otra cosa que bajar de su castillo y, aún con el teléfono en la mano, gesticular ofendiendo a los cuatro accidentados, que nos preguntábamos, asombrados, cómo la selección natural permitía la supervivencia de semejante espécimen. Nos miramos los cuatro. Creo que pensamos al unísono que el mundo estaría más seguro sin aquella distorsión y, al fin, éramos cuatro contra uno. Además, el escaso público estaba con nosotros. Al ceporro, que de repente se percató de lo que allí estaba pasando, le dio el tiempo 12


justo de subirse a su todo terreno, ponerlo en marcha como pudo y salir volando dejándose el móvil y la vergüenza en el asfalto. No hicimos partes de accidente. Todos teníamos prisa y no nos importó prescindir de los seguros. La satisfacción moral estaba por encima del pequeño coste que podía suponer a cada uno el desenlace de aquella batalla en la que había ganado la justicia, por encima de la ley.

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La multa y la razón.

Acabo de recibir una notificación de sanción por estacionamiento en zona prohibida. ¡Menudo importe!, el salario de tres días de trabajo de un obrero. Y me preguntarán, ¿fue tan grave la infracción que dio lugar a esa multa? ¿Quién tenía la razón? Pues no lo sé, juzguen: Hace unos días estaba parado en una zona reservada a carga y descarga, junto a un paso de peatones. Para más exactitud, debería decir “estábamos” parados, pues éramos dos los parados; un vehículo inane y, dentro de él, un servidor. No estuve mucho tiempo, quizás cinco minutos, y luego nos fuimos, el coche y yo, con la carga del pasajero al que esperaba. Es decir, técnicamente estaba parado, no estacionado. Para ser sinceros, debo confesar que no es la primera vez que espero en ese mismo lugar y, probablemente, no será la última, aunque no es lo normal que espere ahí, ya que lo que suelo hacer es sucumbir a la coacción y ser víctima de la abusiva e inmoral modalidad de “zona azul” a la que mi municipio se sumó en su día y que, desconcertantemente, todavía no ha sido origen de ninguna reacción popular. En ese escaso intervalo de alrededor de cinco minutos, quizás diez, en los que estuve parado, vi pasar un vehículo policial dotado de la 15


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