DE LA DEPRESIÓN A LA VIDA MEMORIA DE UNA TRAVESÍA INTERIOR FÉLIX GERARDO RODRÍGUEZ
DE LA DEPRESIÓN A LA VIDA MEMORIA DE UNA TRAVESÍA INTERIOR
FÉLIX GERARDO RODRÍGUEZ
© Félix Gerardo Rodríguez
Edita:
I.S.B.N.: 978-84-15933-46-5 2ª Edición Septiembre 2014
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Para Aurora, porque cuanto hay en este libro lo escribi贸 ella en m铆, antes de que yo pusiera sobre el papel la primera palabra.
Contenido
INTRODUCCIÓN........................................................ 9 LA CAÍDA: EL POZO DE LA DESESPERANZA.............. 15 EL INICIO DE LA TRAVESÍA DE LA LIBERACIÓN......... 23 HOUSTON, TENEMOS UN PROBLEMA...................... 29 ZOMBIS....................................................................... 33 Hágase la luz.......................................................... 36 En fila de a uno....................................................... 37 Stop......................................................................... 38 ¡Mira lo que hago, mamá!....................................... 40 Silencio, se rueda.................................................... 44 SUFRIDORES............................................................... 47 ¿Por qué?, ¿por qué?, ¿por qué?............................... 50 Recogiendo datos.................................................... 53 Aguarde su turno..................................................... 54 Sufrir por si acaso.................................................... 55 Podemos elegir........................................................ 57 Mensajes destructivos.............................................. 59 «Mea culpa», hasta de lo ajeno............................... 61 Tiernamente y tierna mente..................................... 63 Gracias, thank you.................................................. 66 Abierto 24 horas...................................................... 70
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Ligeros de equipaje................................................. 71 Callejones sin salida................................................ 74 ESTAR SEGURO DE NO ESTAR SEGURO.................... 77 YO SOY ASÍ.................................................................. 87 EL EXCESO DE VELOCIDAD ES SANCIONABLE........... 95 ENCONTRAR NUESTRO SITIO EN LA VIDA................ 101 RECONCILIARSE CON LOS RECUERDOS................... 107 EL GRAN TEATRO DEL MUNDO................................. 113 VIVIR LO ESENCIAL DEL PRESENTE............................ 121 LA BUENA ESPERANZA............................................... 129 SENTIR Y DECIR........................................................... 137 REACCIONAR DESDE NUESTRO INTERIOR................ 147 RECUPERAR LA UNIDAD............................................ 153 NO HAY NADA QUE PERDONAR............................... 161 EPÍLOGO: OTRA MANERA DE AMAR........................ 171
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ZOMBIS
Todo comenzó a cambiar cuando comprendí y acepté que me estaba convirtiendo en un zombi. Y es que se nos van nuestros días en una especie de duermevela, de modo que nuestra consciencia solo aparece en tímidas y cortas ráfagas, y cuando lo hace actúa de un modo tan desvaído y con una falta de intensidad tal, que apenas nos permite reconocerla. Andamos más tiempo del aconsejable como verdaderos sonámbulos, o como mucho confiados a un piloto automático al que hemos abandonado nuestro ritmo y nuestro rumbo. Nos sorprendemos al caer en la cuenta de que hemos caminado trechos de los que no recordamos nada, hemos atravesado cruces sin adoptar las debidas precauciones, o hemos realizado un sin fin de tareas y actividades, de las que no guardamos memoria, ni siquiera aproximada. En el improbable caso de que nos detengamos para hacer un repaso de lo que ha sido nuestro discurrir, nos cuesta un esfuerzo ímprobo reproducir ordenadamente lo realizado y nos resulta prácticamente imposible rescatar los detalles. Este inconsciente deambular nos quita una buena parte de nuestra vida, o al menos, nos hace que así lo creamos. Mandamos una importante porción de los hechos que marcan nuestra existencia a una inmensa papelera de reciclaje, repleta de momentos desechables, y plagada de lagunas de olvido. Eso, cuando no nos da por hacer funcionar
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el «spam», y directamente rehusamos lo que nos llega, sin saber siquiera de qué se trata. El eje común de todo ello es el adormecimiento sistemático al que sometemos a nuestros sentidos y la modorra en la que hemos instalado a nuestras potencialidades, singularmente las sensoriales y las mentales. No nos resulta fácil averiguar las razones últimas por las que esto ocurre. Seguramente influyen las prisas que constantemente nos acucian, esa velocidad de vértigo que preside nuestra actividad, o la saturación de ofertas y de información que recibimos; y probablemente también lo hagan, la pulsión casi obsesiva de hacer cuantas más cosas mejor, los temores a profundizar en determinados asuntos, o la frecuente confusión entre el placer y la felicidad. Pero las posibles causas primarias de nuestro letargo de consciencia, importan menos en este momento, en el que lo que cuenta es que percibamos, detectemos y reconozcamos esa situación de extrema languidez mental y sensorial, y le vayamos poniendo remedio si es que lo hay. Y desde luego que lo hay, y en muchos casos, no consiste, para empezar, en grandes y drásticos tratamientos terapéuticos, o en sublimes introspecciones espirituales. Esos extraordinarios recursos y esas maravillosas intervenciones, bien pueden quedar para etapas posteriores o como remedios excepcionales. Lo que verdaderamente nos interesas saber, es si está en nuestras manos, en nuestras modestas posibilidades, y desde ahora, poner en marcha, con la ayuda y orientación necesaria, la acción o las acciones encaminadas a activar nuestra adormecida consciencia, y hacerlo con el ritmo idóneo, de modo que no suframos un brusco despertar, que antes que espabilarnos, sólo nos produzca confusión y desasosiego.
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«Sufrí un desmayo, y todo lo que recuerdo es que estaba tendido en el suelo de la habitación, con el cuello y la espalda doloridos, y recibiendo un aluvión de bofetadas que mi hija y mi mujer, arrodilladas junto a mí, me propinaban sistemática e implacablemente. - He leído en Internet que también se puede aplicar algo ardiente en la planta del pie, me pareció oír a una de ellas. – Pero le dolerá y le quemará, advertía compasivamente la otra. – Bueno, él siempre ha dicho que lo incineráramos, se justificaba la primera. –Sí, pero insistió en que lo hiciéramos después de muerto y lo dejáramos en manos de profesionales, acabó rematando la segunda. El caso es que como la propuesta no llegaba a buen puerto, se aplicaron de nuevo y con mayor rigor e intensidad al remedio en curso, de modo que me endosaron otra buena serie de guantazos, hasta que, no sin mucha dificultad, pude levantar un brazo haciendo la, para mí, clara señal de que se detuvieran, aunque comenzaba a tener la angustiosa duda de que, engolosinadas con la paliza, pasaran por alto o hicieran caso omiso de mi apremiante y desesperada petición. Lo cierto es que tras otra breve tanda de jarabe de palo, recobré abruptamente la consciencia, bien que desorientado y harto dolorido. Hoy estoy seguro de que me habría recuperado de forma más equilibrada e indolora, sin someterme al vapuleo que me proporcionaron. Las he perdonado a las dos». Cerrado el paréntesis de la anécdota y advertidos de lo que nos enseña, volvamos a esa posibilidad del despertar de nuestros sentidos y de nuestra mente, y a la conveniencia de hacerlo de una manera, suave, progresiva, ordenada y centrada. En mi concreta experiencia ha sido vital la puesta en práctica de cinco recomendaciones que, una vez recibidas, presentí que iban a constituir para mí valiosísimas herramientas, y es por ello por lo que las acogí con especial interés, intentando luego traducirlas en verdaderas y auténticas actitudes: la búsqueda de la luz, porque poco o nada puede verse en la oscuridad; el examen y afrontamiento
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individualizado y ordenado de las cosas y de los acontecimientos; la parada o detención en la que generar espacios y tiempos de reflexión; la atenta y sostenida observación; y la percepción y disfrute del silencio. Seguramente hay más, muchos más mecanismos de activación de la consciencia, pero son esos cinco los que en mayor medida procuro vivir, y por ello son los que me atrevo ahora a compartir. Hágase la luz
En el inspirado sentir bíblico, ese fue el primer acto de la creación, la primera orden divina, y también la primera satisfacción del Creador por lo hecho. «Dijo Dios: Haya luz, y hubo luz. Vio Dios que la luz estaba bien» (Génesis 1.3). Podemos comenzar, pues, con esa positiva y eficiente actuación. Busquemos la luz y aprendamos a apreciar la bondad de sus tonalidades. Desde bien antiguo los hijos de la luz y sus devotos encarnan lo positivo y lo redentor, en tanto que la oscuridad y sus acólitos, los hijos de las sombras, representan el lado más negativo de las cosas, lo opaco, lo impenetrable, en suma, una especie de círculo de condenación. Con una visión más moderada, la luz mueve a la vigilia y es el reino de la actividad y el conocimiento, mientras las tinieblas invitan al sueño, y en ellas impera la búsqueda de refugio y el replegarse ante un mundo exterior que se ha hecho invisible y en el que es mejor no moverse o hacerlo con extrema cautela. Sin duda por eso, el hombre ha aguzado su ingenio en un constante intento de iluminar lo oscuro y de ganar la noche. Busquemos la luz. Y como primer, evidente y sencillo paso, acerquémonos a la manifestación física de la misma: los espacios abiertos inundados de radiante luminosidad. Apreciemos la riqueza de sus matices: el resplandor con-
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tenido de la aurora, el paulatino brillo del amanecer, el rutilante esplendor del día, la fulgurante claridad de una jornada soleada, la blanca y lechosa perspectiva del día nublado, el metálico refulgir de un cielo gris y encapotado, el restallante multicolor del ocaso, las tenues pero aún firmes imágenes del atardecer, o las desvaídas figuras del paisaje que se adentra en la noche, cuando la imaginación comienza a ganarle terreno a la realidad. En fila de a uno
Resulta igualmente útil en este camino de recuperación de la consciencia, que nos limitemos a desarrollar una sola actividad cada vez, al menos al principio. Somos extraordinariamente dados a realizar simultáneamente múltiples labores. Parece que eso nos hace más capaces, más eficientes y resolutivos y más apreciados por los demás. Sin embargo, ese coetáneo pluriempleo es evidente que nos dispersa, que fracciona nuestra atención y que no lo hace en la justa proporción que requiere cada una de las tareas que realizamos. Tiene razón el conocido refrán que casa el abarcar mucho con apretar poco, y es sabia la sentencia que advierte que «todo tiene su momento y cada cosa su tiempo bajo el cielo» (Eclesiastés 3.1). Emprender y abordar una sola acción en cada momento, y aplicar en ella nuestros cinco sentidos, nos permite avivar la consciencia, nos ahorra el absurdo agotamiento de estar en todo innecesariamente, y nos ofrece como resultado un sensible aumento de la calidad de lo que hacemos, e incluso, sorprendentemente, acaba también, poco a poco, incrementando su cantidad. Un solo deseo, una aspiración cada vez, no llenarnos la cabeza de planes, la mayoría de ellos fantasiosos e irrealizables, no multiplicar innecesariamente las demandas, aspirar, en fin, a lo que necesitamos en cada momento.
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En la hermosa oración cristiana del «Padre nuestro» se le pide a Dios que nos de el pan, pero sólo el de cada día, no el de la semana o el del mes, eso lo pediremos mañana, al día siguiente y al otro. El pan acumulado se vuelve con el tiempo duro e incomestible. Una sola cosa en cada ocasión y en ella nuestra plena atención. Una comedida y sana actividad parece que es lo recomendable, porque la hiperactividad no es buena receta para nadie, y menos para quien está sumido en procesos agudos de ansiedad, angustia o melancolía. Stop
Cualquiera que sea el medio de locomoción que empleemos en nuestro desplazamiento, incluso nuestros propios pies, el alto en el camino se nos presenta como una interrupción en general grata y placentera. Supone un aliviado descanso para recuperar nuestras desgastadas fuerzas, para recobrar las energías consumidas en la marcha, es también disponer de un momento para acometer otras actividades distintas a las propiamente viajeras, y constituye, en fin, un saludable espacio para estirar las piernas y desentumecerse, tanto física como mentalmente. Quizás nunca nada tan sencillo de practicar ejerza una acción tan beneficiosa en nosotros y a la larga tan eficaz. A los efectos genuinamente físicos antes dichos, ha de añadirse que la parada nos permite elevar nuestro nivel de consciencia, porque al no estar atareados en el camino y sus avatares, podemos entonces comenzar a percibir nuestros pulsos corporales y sentir nuestro ritmo vital, aquietando los múltiples ruidos que nos acompañan y que no siempre provienen de fuera de nosotros. Detenerse un momento quiebra nuestros automatismos, interrumpe el crecimiento exponencial de las tensio-
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nes y frena la invasión de las obsesiones. Es verdad que unos y otras nos vuelven con obstinada recurrencia, pero frente a eso se impone una nueva parada, y otra y cuantas sean necesarias, porque es mejor pasarnos el tiempo diciéndonos stop, siempre que eso no se convierta en una nueva obsesión, que dejarlo transcurrir inmersos en melancolías y ansiedades crecientes y sin fin. Porque creemos que somos fundamentalmente nuestra mente, se nos antoja muy difícil la parada de los pensamientos. Conviene insistir en que la simple llamada a la detención ya es positiva cualquiera que sea su duración, y cuadra también manifestar que hay recursos eficientes para hacer fructífera la parada. No suele dar resultado alguno el intento de expulsar directamente el pensamiento recurrente que nos obsesiona o el vendaval de ideas que nos aturde. La parada bien puede limitarse a «hacer nada» (bien distinto de no hacer nada), a desarrollar una suave y entretenida actividad, o a trabajar inteligentemente para evitar la continuación del bombardeo mental; y la labor más sabia en esto, es posiblemente la de la sustitución. Sustituir los pensamientos que nos rondan sin descanso por otros, ya sean gratos o simplemente neutros. Si somos capaces, evoquemos situaciones felices y hagámoslas vívidas en todo su detalle, y si no llegamos a ello, bastará con que nos fijemos simplemente en cualquier cosa de las que nos rodean en ese momento. Centremos toda nuestra atención en ella procediendo a su examen exhaustivo y poniendo todo nuestro interés en el descubrimiento de su forma, su origen y sus cualidades, dejándonos calar por la agradable sorpresa de no haber observado nunca antes, de un modo tan detenido, algo tan cercano a nosotros, tan a nuestra disposición, y que ahora se nos ofrece generosamente a nuestra mirada.
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