El misterio de unas viejas gafas V2

Page 1

1




© del texto: Montse Pujol

© de la presente edición: Pasionporloslibros

pasionporloslibros

Edita:

pasionporloslibros www.pasionporloslibros.es

pasionporloslibros ISBN: 978-84-938190-5-7 Dep. Legal: V-

-2010


ÍNDICE

1.

Empieza mi historia. Mi familia ........................................................................

3.

Las gafas . .................................................................................................................... 15

2. 4. 5.

Mi abuela ....................................................................................................................

5 9

¿Qué me ocurre? . .................................................................................................... 18 La carta de mi abuela ............................................................................................ 20

6. ¡Adiós abuela! ........................................................................................................... 25 7.

Mi hermana se casa ................................................................................................ 27

9.

Buscando a mi futuro marido ............................................................................ 31

8.

Abuela, ya ha llegado ............................................................................................. 29

10. Sigo en su búsqueda .............................................................................................. 37 11. Y sigo buscando ....................................................................................................... 41 12. ¿Lo encontraré? ....................................................................................................... 45 13. Por fin voy a encontrarlo ..................................................................................... 47 14. Lo encontré . .............................................................................................................. 51 15. Esto ya lo he vivido . ............................................................................................... 54

3



1 EMPIEZA MI HISTORIA, MI FAMILIA

O

s voy a contar una historia muy rara que me pasó cuando tenía 16 años. Ahora tengo 26. Es posible que no os la creáis, no os culpo. Si me la contaran a mí, sinceramente no me la creería. Pero por si alguna de las personas que ha empezado a leer esto tuviera una pequeña creencia de lo ocurrido, aquí va mi historia.

Mi historia empieza durante una mañana cualquiera, terminando de vestirme para bajar a desayunar y luego ir al instituto. Tengo 16 años y estudio 4º de la ESO. Ah, por cierto, me llamo Ana.Vivo con mis padres, con mi abuela, la madre de mi madre y mis dos hermanos. Yo soy la del medio, tengo una hermana mayor que se llama Belén y un hermano pelmazo, más pequeño, que se llama Miguel. Ah, y también tenemos un perro. Un cocker negro con mechas blancas en el pecho. Ahora tiene 3 años pero lo cogimos con apenas un mes. Un amigo de Miguel tenía una cocker y había tenido una camada con muchos cachorritos y los estaba regalando a sus amigos. Así que un día apareció Miguel en casa con el perrito. Una monada. Parecía una bolita. Mi madre en seguida dijo que no quería perros en casa y le dijo a Miguel que se lo llevara otra vez. Pero, en cuanto vio sus pequeños ojitos un poco tristones, no pudo decir que no y nos lo quedamos. Al principio nos costó un poco adiestrarlo, era un poco travieso, pero creo que hemos sabido educarlo. A veces teníamos que ponernos duros para no caer en su trampa de perro bueno, mirándonos con esa carita de pena que parecía que lo había estado ensayando antes. Ahora es un perro de lo más cariñoso, muy bueno y aunque un poco cabezota, es muy dócil y muy juguetón. Se llama Spidy, una abreviación de Spiderman. Se lo puso Miguel y nos gustó. Somos una familia normal, de clase media. Mis dos padres trabajan y no abundamos en la riqueza, pero tampoco podemos quejarnos.

Mi padre trabaja en un banco, es un gerente de crédito o ejecutivo de crédito, no estoy muy segura de cómo se le llama a su trabajo. Sé que es el que

5


se encarga de decir si o no a algún cliente que le pide un préstamo al banco. Dice que no le gusta mucho su trabajo porque estamos en una época muy mala y ahora mismo los préstamos están un poco chungos. Pero lleva muchos años trabajando en ese banco y es lo que hay.

Mi madre trabaja en una guardería. Siempre le han gustado los niños, es una persona muy cariñosa y tiene mucha paciencia con ellos. Si hubiese sido por ella, seríamos más hermanos, pero mi padre la convenció, después de tener a Miguel, que con tres bastaba. “Son muchos gastos”, le dijo mi padre y ella lo comprendió perfectamente. Mi abuela hace dos años que vive con nosotros. Cuando mi abuelo, o sea su marido, murió, se quedó bastante mal, lógico, y la asustaba quedarse sola. Así que se vino a vivir con nosotros. A mí personalmente, me encantó la idea de que se viniera. Mi abuela no es de esas abuelas que siempre se están metiendo contigo, digo ejemplos: —“¿Dónde vas tan pintada? Pareces una cualquiera”. Cuando a lo mejor sólo te has pintado la raya de los ojos y te has puesto un poco de color en las mejillas. —“¿Dónde vas con esta falda tan corta? Si se te van a ver las bragas”. Cuando quizá la falda está a mitad del muslo.

—“¿Dónde vas enseñando los calzoncillos?”. Ya sabéis la moda de ir con los pantalones bajados. O “¡Métete la camisa dentro del pantalón! —“¿Dónde vas con estos pelos?”. Bueno ahí quizá tendría razón, porque mi hermano Miguel a veces lleva unas greñas que parece que no se ha peinado en un mes. —¡Cuida tus modales niño! ¡Cuida tu lenguaje! ¡A ver esas palabritas! ¡Te voy a lavar la boca con jabón! ¡Da las gracias!... En fin seguiría diciendo ejemplos, pero como mi abuela no es así, lo dejo.

Mi abuela es cariñosa, simpática, alegre, en su cara siempre tiene una sonrisa. Tiene un carácter bueno y es muy generosa. No tiene estudios, porque cuando era pequeña no pudo ir al colegio, pero ya de mayor ha aprendido a escribir, a leer y a hacer operaciones. Creo que si de joven hubiese podido estudiar, hubiese llegado a ser algo importante, porque la verdad es que es muy inteligente. Incluso sabe meterse en Internet. Y además, es muy buena cocinera. O sea que, cuando se vino a casa digo sinceramente que a todos nos pareció bien. Incluso a mi padre, ya sabéis que dicen de las suegras. Pero mi padre se lleva muy bien con la suya. Pero claro vuelvo a repetir que todo se

6


debe a mi abuela. Igual que es una abuela maravillosa, también es una buena suegra.

Mi hermana Belén y yo dormimos en la misma habitación. No es muy grande y el único armario que hay se nos ha quedado un poco pequeño hace tiempo, sobre todo por culpa de mi hermana. Su ropa ocupa el 70 % del armario. Y debido a eso, más de una vez hemos tenido alguna pequeña discusión. “—Pero si tú casi no tienes ropa —me dice ella siempre—. Que más te da si yo cojo parte de tu sitio.” “—No tengo más ropa porque tú has invadido mi parte de armario y si tuviera más ropa no tendría sitio para ponerla.”

En realidad es mentira. De momento no pienso comprarme más ropa de la que tengo. La ropa nunca ha sido para mí algo importante. Mi poca ropa son varios vaqueros, camisetas, jerséis anchos y poca cosa más.

En cambio mi hermana es totalmente diferente a mí. Tiene un montón de ropa que se compra en tiendas de outlet y en rebajas. Nuestra economía no da para mucho y con la paga mensual que mis padres nos dan, ella siempre guarda parte para ropa. Yo en cambio, lo que no me gasto durante el mes, me lo guardo en mi hucha especial. Especial porque en realidad no es una hucha sino una cajita bien cerrada con cerrojo. No porque sospeche que alguien me coja mi dinero, o quizá si, vete a saber, a lo mejor mi hermano o que sé yo, mi hermana... No, no creo que ellos me cogieran mi dinero sin consultármelo. Pero por si las moscas, mi dinero está a buen recaudo en mi cajita con un buen cerrojo y con la llave siempre conmigo.

Mi hermana y yo nos llevamos muy bien. Tiene dos años más que yo, o sea 18. Está en el último curso de bachillerato y quiere estudiar educación infantil. Quiere seguir los pasos de nuestra madre. También le gustan mucho los niños, pero no tiene tanta paciencia con ellos como mamá. Pero bueno si es lo que quiere, pues me parece perfecto. Mi hermano duerme en la habitación de al lado de la nuestra. Es un poco más pequeña que la que compartimos Belén y yo, pero aunque es para él solo, parece que en ella viven tres o cuatro personas. Chico como es, el orden lo tiene bastante olvidado. Ya pueden mi madre y mi abuela decirle que ordene sus cosas, que guarde su ropa o que recoja sus juegos. Que él es incapaz. Tiene suerte que mi abuela cuando todos nos vamos por las mañanas a nuestros quehaceres, o sea a estudiar y trabajar, ella le arregla un poco la habitación. Y digo un poco, porque hay cosas que está prohibido tocarlas. Los juegos de la play, los papeles que tiene encima de su mesa y alguna otra tontería que le

7


dice a mi abuela que deben quedarse de la misma manera que están cuando él vuelva.

¡Vaya tontería! ¿Verdad? Pues así es. Y por lo tanto, a veces su habitación parece una pocilga. Bueno, quizá haya exagerado un poco, porque mi madre de vez en cuando le obliga a recoger un poco. Y él recoge poco, pero poquito. No fuera a hacerse daño. Es bastante vago. Tiene un año menos que yo y tiene la tontería de la pre—adolescencia. Es más alto que yo y sólo por eso se cree superior, sin darse cuenta que los chicos maduran más tarde que las chicas. Pero bueno, en el fondo es un sol y le quiero mucho. En fin, ya os he contado un poco de mi familia y de mí. Bueno, de mí os he contado poco. Que queréis que os diga. Todavía no sé que voy a estudiar cuando acabe el bachillerato. Me quedan 2 años más y eso es mucho tiempo. Lo que sí tengo claro es que no voy a estudiar lo mismo que mi hermana. Me gustan mucho los niños, pero no me veo capacitada para aguantarlos día tras día. Tengo una ligera, muy ligera idea de lo que me gustaría hacer, ser veterinaria. Me encantan los animales. Pero la física y sobretodo la química no se me dan muy bien. Así que quizá tenga que elegir otra cosa. También me gustan mucho los deportes. En el instituto estoy en el equipo de baloncesto y no se me da nada mal. Así que otra opción es hacer INEF. Pero bueno, todavía tengo 2 años para decidirme. Así que esperaré.

Bien, después de esta breve información sobre mi familia, creo que ya toca empezar con mi historia de verdad.

8


2 MI ABUELA

C

omo os decía, mi historia empieza una mañana cualquiera. Ahí va. Bajé a desayunar, como siempre, antes que mis hermanos. Los despertadores sonaban a la vez en las dos habitaciones contiguas, pero en la de mi hermano era como si no hubiese sonado. Está claro que lo apagaba, pero solo movía un brazo para silenciar el sonido, el resto de su cuerpo seguía igual de inmóvil. O sea que Miguel siempre era el último en bajar. Siempre apuraba hasta el último minuto. Mi madre, la buena de mi madre y la de él, claro, le dejaba dormir un poquito más y pasados unos minutos, subía a su habitación y le terminaba de despertar. Eso sí, no salía de la habitación hasta que veía que él se sentaba en la cama. Ya había ocurrido más de una vez, que después de que ella le despertase de nuevo, el gandul de mi hermano volviera a dormirse.

Belén y yo nos levantábamos a la vez. Pero ella tardaba más en arreglarse. Yo simplemente me lavaba la cara, me vestía y bajaba. Ella no, ella se vestía más despacio que yo y mientras lo hacía sus ojos iban una y otra vez al gran espejo que teníamos al lado del armario. Giro por aquí, giro por allí, y antes de que yo bajara, me hacía las típicas preguntas de todas las mañanas: —“Ana, ¿estoy bien así, crees que me hace muy gorda este pantalón?” o “Ana, ¿no crees que esta falda es muy larga? Le diré a mamá que me la corte un poco. ¿No crees que me quedaría mejor corta?” Y mi respuesta de todas las mañanas era la que ella quería escuchar.

—“Que dices, Belén, este pantalón te queda perfecto” o “sí, creo que si la falda fuera un poco más corta te quedaría mejor.”

Después de mis respuestas ella se quedaba contenta y seguía mirándose al espejo y yo bajaba a la cocina, donde mi madre ya nos tenía preparados nuestros tazones de leche. —¡Buenos días mamá! —La saludé dándole un beso—. ¿Y papá?

9


Mi padre siempre estaba sentado en su silla cuando yo bajaba. Y esa mañana la silla estaba vacía. —Ha ido al hospital —contestó mi madre seria. —¿Está peor la abuela? —le pregunté.

—Creo que sí. Papá se ha ido más pronto para estar con ella antes de ir a la oficina. Después de llevaros al colegio iré yo.

Mi abuela, la madre de mi madre, la que vivía con nosotros, estaba muy malita. Tenía algo en el cerebro y según los médicos estaba bastante mal. —¿Se va a morir, mamá? —le pregunté a mi madre.

—Seguramente, cariño —me contestó un poco afligida. —Pero si estaba bien. Hace unos días estaba bien.

—Estaba mejor, si. Pero ha vuelto a recaer. Ya es mayor, y desde que tuvo ese pequeño derrame en el cerebro hace unos meses, estaba más malita. Y cuando el otro día empeoró, pues…, parece ser que…, quizá éste último… —de repente se dio la vuelta y empezó a llorar. Cogió un pañuelo de su bolsillo para secarse las lágrimas. Me levanté y la abracé por detrás. Yo también me puse a llorar. —¿Qué pasa? —preguntó Belén a nuestras espaldas.

Me di la vuelta secándome las lágrimas con la manga de mi jersey. —La abuela está peor —le dije.

—Anda, sentaros a desayunar —nos dijo mi madre, secándose las lágrimas e intentando sonreír—. Ana, por favor, quieres subir tú a la habitación de Miguel y decirle que se de prisa en bajar. Quiero ir al hospital cuanto antes —y salió de la cocina.

Me fui a la habitación de Miguel. Como de costumbre seguía en la cama. Subí la persiana y tiré del edredón hacia abajo. —Levántate holgazán. Date prisa que mamá tiene que ir al hospital.

Ya había empezado a protestar pero al oír lo del hospital se calló y me miró serio. Le dije que parecía que la abuela estaba peor y que por favor se diera prisa. Luego bajé otra vez a la cocina. Me senté y miré mi tazón de leche. No tenía hambre, me bebí la leche y subí a mi habitación para hacer la cama, era una norma que teníamos, antes de marcharse al instituto la cama tenía que estar hecha. Si, hasta Miguel tenía que hacerse la cama, aunque claro lo suyo era más bien un intento, estiraba un poco

10


el edredón y arreglado. Menos mal que la abuela luego terminaba de hacérsela. Aunque estos días…

Ese día en el instituto estuve un poco despistada, no podía prestar mucha atención en las clases. Pensaba mucho en mi abuela. Quería mucho a mi abuela. Y sabía que ella también me quería mucho, sabía que de todos sus nietos, yo era su preferida. Desde que se vino a vivir a casa hacía ya un par de años, pasábamos mucho tiempo juntas. Hablábamos de mil cosas, me contaba cosas de cuando ella era niña y luego no tan niña, me contaba cosas de su juventud, de cuando conoció al abuelo y lo guapo que era, de cuando se enamoró de él. Yo me lo pasaba fenomenal escuchándola e imaginándomela muy guapa y muy alegre cuando estaba con el abuelo durante esos años.

Me acordaba de nuestra última conversación. Había sido hacía solo unos días. Al día siguiente empezó a encontrarse peor y ya no volví a hablar con ella. Sí, me acordaba muy bien. Esa vez la conversación no era de su juventud ni sobre ella. Estábamos hablando un poco en general de las relaciones entre hombres y mujeres.

—Muchos de los padres de mis amigas están separados, abuela, y algunos que siguen casados, dicen mis amigas que se llevan fatal —le contaba a mi abuela sentada cerca de su cama—. Mamá y papá también discuten a veces, pero eso es normal, ¿no? Son discusiones sin importancia y enseguida se olvidan de por qué han discutido. —Es que la relación de una pareja es muy complicada —dijo mi abuela—. Encontrar la persona que nos aguante durante toda la vida es muy difícil.

—Pero tú siempre has dicho que tú y el abuelo estuvisteis muy bien juntos hasta que él murió. ¿Nunca discutíais?

—La verdad es que no creo recordar que tuviéramos alguna discusión fuerte, no —dijo mi abuela. Se quedó un rato en silencio mirando a través de la ventana, como si estuviera recordando algo de su pasado. Muchas veces lo hacía. Yo la miraba sin decir nada. Sabía que volvería a hablar—. No, nosotros nunca discutíamos. Hablábamos mucho y cuando había alguna cosa en la que no coincidíamos, que las había claro, pues entonces, lo hablábamos. —¿Y os poníais de acuerdo siempre? —Siempre.

—Pero eso es muy difícil, abuela. No conozco a nadie que no le guste

11


discutir. Todo el mundo quiere tener siempre la razón. Y como eso no puede ser, pues eso, a discutir.

—Bueno, a veces hay que dar un poco el brazo a torcer. No siempre se tiene la razón en todo. —Ya, pero… Sigo pensando que una relación como teníais el abuelo y tú es muy difícil.

—Sí, tienes razón —dijo sonriendo con nostalgia—. Lo nuestro fue magia. —¿Magia?

—Si y estoy segura que tú también la vas a encontrar. —¿La magia? —le pregunté casi riendo.

Se me quedó mirando sin dejar de sonreír.

—Dime, ¿ha ocurrido algo interesante con el chico nuevo? —me preguntó cambiando repentinamente de tema. —¿Carlos?

—Si, ese que dices que es muy guapo.

El tema de los chicos eran conversaciones que solo tenía con mi abuela. Yo le contaba todo lo que me pasaba y claro está, lo relacionado con chicos también. Era a la única persona que le contaba mis cosas, ni siquiera a mi hermana le contaba lo que le decía a la abuela. Hacía unas semanas le había contado que había llegado a clase un chico nuevo, que era muy guapo, que se llamaba Carlos y que era rubio con unos preciosos ojos verdes. Todas las chicas le miraban como bobas, y yo aunque lo disimulaba más que otras, era una de esas bobas. —Ay, abuela. La verdad es que es muy guapo. Esta mañana me ha pasado una cosa y te la quería contar.

—Vaya, dime —me dijo ella sonriéndome. Siempre le gustaba escuchar mis historietas, como las llamaba ella. —Esta mañana en clase de dibujo, no sé por qué, quizá porque estaba un poco aburrida, le he mirado varias veces, y ¿sabes qué, abuela? —No, no lo sé —dijo sonriendo.

—Que todas las veces que yo le miraba, él también estaba mirándome. Y luego me sonreía. Y yo como una tonta, más roja que un pimiento agachaba la

12


cabeza muerta de vergüenza. Y…, con una sensación rara en el estómago. ¿Qué boba verdad, abuela? —No, princesa, no —contestó mi abuela—. Eso no es ser boba.

—¿Entonces, significa algo eso, abuela? —le pregunté emocionada—. ¿Quiere decir que me he enamorado de él? —Ay, princesa, el amor —dijo entonces ella con un suspiro—. Eso no es amor. Eso es sólo atontamiento. —¿Atontamiento, abuela?

—Si, princesa, atontamiento. A tu edad no se puede estar enamorado. Sí, es posible que te guste ese chico, es guapo, te mira y te sientes rara cuando te sonríe. Sí, que bonito es el atontamiento. —Se quedó en silencio mirando otra vez por la ventana—. Sí, que bonito es el atontamiento —repitió—. Y vas a tener muchos atontamientos, seguro que sí —me dijo mirándome con cariño—. Los atontamientos son necesarios. —¿Necesarios? —le pregunté—. ¿Por qué?

—Porque son la antesala del amor, el preámbulo del enamoramiento de verdad. Yo la miraba un poco extrañada, “antesala del amor”, “preámbulo del enamoramiento”.

—Es lo que te enseña para el futuro —continuó—, para cuando llegue tu amor verdadero. —¿Y cuándo voy a saber eso, abuela? —le pregunté—. ¿Cuándo se sabe quien es el amor verdadero, la persona con la que vas a vivir, tener hijos y todo eso? O sea, ¿cuándo se sabe quién es tu media naranja, como se dice?

—La gente no lo sabe. A lo mejor su media naranja, como dices, es la persona que menos se imagina que pueda ser. Quizá es ese amigo de la infancia que les parecía tan insoportable, o la persona que encontraron en una cafetería un día o en esa tienda de ropa. La gente no lo sabe —se quedó otra vez en silencio durante unos segundos, luego me miró con unos agradables ojos—. Pero estoy segura de que tú si lo vas a saber. —¿Yo? —le pregunté sorprendida—. ¿Por qué yo sí lo voy a saber? ¿Qué quieres decir? —Tú vas a saber quien será esa persona especial para ti. —¿Cómo voy a saber eso?

13


—Porque cuando la veas sabrás que esa persona será tu media naranja.

—No te entiendo abuela. ¿Quieres decir que un día veré a un chico y sabré que esa persona será mi verdadero amor? —Eso he dicho.

—Pero… ¿cómo voy a saber eso? Vamos a ver, o sea, que mañana, por ejemplo, voy por la calle y veo a un chico en la acera contraria y de repente mi mente me dice “ese chico va a ser tu media naranja” —le dije sonriendo. —No, no va a funcionar así.

—Entonces, ¿cómo va a funcionar? ¿Cómo sabré…

—Lo sabrás, princesa, lo sabrás —me dijo sonriéndome con cariño—. Más adelante lo sabrás. Estoy segura que a ti sí te va a pasar —dijo esta última frase casi en un susurro, pero yo la oí perfectamente. —¿Qué me va a pasar, abuela?

—Nada, princesa, nada. No te preocupes. Y ahora, debes ir a hacer los deberes. —Pero abuela, tienes que decirme…

—Más adelante, más adelante lo sabrás. Anda ve a hacer los deberes. Estoy un poco cansada. Me voy a tumbar un ratito a descansar.

No insistí. Más adelante lo sabría. ¿Pero qué sabría? Esa conversación me dejó con una sensación muy extraña. No entendí mucho a lo que se refería mi abuela. Todo era muy raro. Esperaría a mañana para volver a hablar con ella y preguntarle todas las dudas que habían entrado en mi cabeza. Pero al día siguiente mi abuela había sufrido otro derrame y se la llevaron al hospital. Y parecía que estaba peor. Quizá se iba a morir y no volvería a hablar con ella. No volveríamos a tener nuestras largas conversaciones, nuestras agradables momentos y quizá no volveríamos a continuar nuestra última conversación.

14


3 LAS GAFAS

M

i abuela murió unos días después. Durante el siguiente fin de semana, mis padres nos reunieron a mis hermanos y a mí en el salón. —Vuestra abuela ha dejado unas cosas para vosotros —nos dijo mi padre. Todos estábamos muy apenados y escuchábamos a mi padre con tristeza.

—A ti Belén, te ha dejado algunas de sus joyas, las que siempre te gustaba tanto ponerte y ella siempre te dejaba con gran ilusión —Belén sonrió recordando algunos de esos días—. También te ha dejado algunos sombreros y pañuelos. —Mañana tendremos tiempo de mirar todo eso —le dijo mi madre—. Podrás coger lo que más te guste. Ella así lo quería. Mañana lo veremos.

—De acuerdo, mamá —le dijo Belén entusiasmada. Siempre le habían gustado algunos de los collares o pulseras que tenía mi abuela. O algunos de sus preciosos pañuelos que mi abuela la animaba a ponerse. Era un regalo muy bonito por parte de la abuela. —A ti Miguel, te ha dejado esas colecciones que tanto te gustaban.

—¿Las del abuelo? —Preguntó mi hermano sorprendido y emocionado a la vez—. ¿Las miniaturas también? —Si, también. La abuela sabía que siempre te habían gustado. —Uau, es fantástico —dijo Miguel sonriendo.

—Es un bonito regalo, hijo —le dijo mi madre—. Sabes que muchas de esas figuras tienen muchos años. —Lo sé mamá. Y voy a cuidarlas mucho.

—Y a ti, Ana… —mi padre se quedó callado un momento mirándome—. A ti…, te ha dejado esta cajita.

15


Mi padre me entregó una pequeña caja. Era verde con pequeñas flores en la tapa.

Cogí la caja y la abrí. Lo que vi en su interior me sorprendió, igual que había sorprendido seguramente a mis padres cuando la abrieron anteriormente. Por eso me miraban con esa cara, como diciendo “no sabemos ¿por qué?”.

—¿Qué hay? —preguntó mi hermano al ver que yo me había quedado mirando fijamente el interior de la caja y no decía nada. —Unas gafas —dije sin dejar de mirarlas.

—¿Unas gafas? —preguntaron mis hermanos a la vez.

—Si, unas gafas —las saqué de la caja y todos nos quedamos mirando fijamente las gafas.

—Pues, vaya regalo, además son bastante feas —dijo Miguel—. ¿Por qué te regalaría la abuela unas gafas? Eso mismo me preguntaba yo. Y eso se preguntaban posiblemente también mis padres y Belén. —¿Habías visto antes estas gafas, Ana? —me preguntó mi madre. —No, nunca.

—Yo si —dijo ella—. Un día hace muchos años, cuando tenía más o menos tu edad, me las regaló. Me dijo que se las había regalado su abuela. —¿La abuela de la abuela? —Preguntó Miguel—. Pues si que tienen años, si parecen nuevas. —Cierto. La verdad es que yo no las usé. No me gustaron. —No me extraña —dijo Miguel.

—Lo que si recuerdo es que al día siguiente de regalármelas me preguntó si me las había puesto. Le dije que si, claro, que me las había probado para ver como me quedaban y me quedaban fatal, tal y como yo me había imaginado. Y me insistió en si me las había probado sola en la habitación. —¿Sola? ¿Por qué? —preguntó Miguel. Parecía tan entusiasmado como todos. —No lo sé. Pero le dije que si, que me las había probado y estaba sola. —Y…

—Y nada. La verdad es que no me acuerdo mucho. Sé que insistió en que me las probara otra vez. No sé por qué. Y lo hice y volví a mirarme al espejo y volví a ver lo mal que me quedaban, así que le dije la verdad. —¿Que le dijiste?

16


—Que no me gustaban mucho y que seguramente no me las iba a poner nunca. —¿Y ella que dijo?

—Nada. No se enfadó. Dijo que era lógico que no me gustaran, que la verdad era que eran un poco feas.

—¿Y ahora se las regala a Ana? —Siguió preguntando mi hermano—. ¡Pues vaya! Me quedé mirando las gafas. Cierto que parecían antiguas, pero estaban muy cuidadas, nadie diría que tenían tantos años. Estaban como nuevas. Y me las puse. Todos se me quedaron mirando. Miguel empezó a reírse.

—La verdad es que no te quedan nada bien —dijo—. Déjamelas. Se puso las gafas sin dejar de reír y haciendo el tonto. —Dámelas bobo —le dije—. Al final las vas a romper. Me dio las gafas y las guardé en su caja.

—Bueno, yo me voy —dijo Miguel levantándose—. He quedado con Juan y Pablo.

—Yo también me voy. Voy a casa de María a contarle lo que me ha dejado la abuela. —Yo me voy a la habitación —dije levantándome despacio y con mi cajita verde en la mano.

Entré en la habitación y cerré la puerta. Dejé la cajita encima de mi mesita y me tumbé en la cama. ¿Por qué me habría regalado la abuela esas gafas? —me preguntaba una y otra vez.

Yo pensaba que era su nieta preferida y me había hecho el peor regalo. Vale, nunca me había gustado ponerme sus collares o sus pañuelos. Y nunca me habían gustado esas colecciones de soldaditos que tanto gustaban a Miguel. ¿Pero, unas gafas?

17


4 ¿QUÉ ME OCURRE?

M

is ojos se fueron hacia la cajita verde y me la quedé mirando fijamente. ¿Por qué insistiría tanto la abuela a mi madre cuando se las regaló a ella, que se pusiera las gafas a solas? Me senté en la cama y cogí la cajita. La abrí y cogí las gafas. Las miré durante un buen rato. Y después me las puse.

De repente algo sucedió. Sentí como un mareo, como esas veces que estás tumbado y te levantas tan de prisa que te da como un mareo. Algo así debió suceder porque al rato estaba tumbada en la cama en vez de sentada. Abrí los ojos y me quedé un momento sin moverme y mirando al techo. Me sentía rara, algo me pasaba. Seguía un poco mareada. Me incorporé despacio y me quedé sentada. De repente me di cuenta que no estaba en mi habitación. Era una habitación más grande, con una sola cama, en la que yo estaba sentada en ese momento. Había un enorme armario que ocupaba toda una pared. Una mesa con un ordenador y libros. Y un gran espejo. Me levanté despacio, el mareo se había ido. Pero ahora sentía otra cosa en mi interior, miedo. ¿Qué había pasado cuando me había puesto las gafas? Estaba claro que esa no era mi habitación, no eran mis cosas ni las de mi hermana. Me acerqué al espejo. La persona que se reflejaba en él era yo, pero no era yo. Quiero decir que sí era yo, pero más mayor. Me miré sorprendida, la verdad es que no había cambiado mucho. ¿Pero qué estaba pasando? Miré a mi alrededor y vi un gran tablero de esos de corcho lleno a rebosar de un montón de cosas, papeles, fotografías, entradas de cine, otras entradas de algún otro espectáculo… Y había más fotos en las paredes pegadas con celo. Me acerqué a las fotografías lentamente. Y mi asombro fue enorme. En todas las fotos siempre aparecía una niña, bueno adolescente ya, acompañada con otras chicas o chicos. Pero ella estaba en todas. Y era…, era tan parecida a mí que durante un momento sentí que volvía a marearme.

18


Volví a la cama y me senté. Seguí mirando las fotografías y poco a poco mi mente empezó a recibir sangre de nuevo. —¿Dónde estoy? ¿Quién es esta chica que tanto se parece a mí? ¿Son las gafas lo que producen esto? Y de repente y sin pensarlo me las quité.

Volvía a estar en mi habitación. Con las manos temblándome miré las gafas y poco a poco me las volví a poner. Pero…, esta vez no pasó nada. Me las quité y volví a ponérmelas. Nada.

¿Qué había pasado? Me quedé un buen rato mirando a la nada. ¿Había pasado realmente algo de lo que había visto o solo había sido un sueño? Después de otro rato deduje que seguramente lo había soñado todo. Un poco extraño, si, pero era lo más lógico. Quizá me había quedado dormida y había soñado esas cosas. Pero…, recordé que yo había cogido las gafas de la mesita y me las había puesto y… —Abuela, ¿qué está pasando? —Pregunté a las paredes—. ¿Qué tienen estas gafas? ¿Por qué me las has regalado?

19


5 LA CARTA DE MI ABUELA

D

ejé las gafas y cogí la cajita verde. Empecé a mirarla por todas partes. Tenía que haber algo, una explicación, algo que… De repente, mis dedos se deslizaron por el fondo de la cajita y me pareció notar algo. Con mucho cuidado intenté levantar el fondo, era difícil, estaba bien pegado, pero sabía que allí habría algo. Y tenía razón. Un papel muy bien doblado estaba en el fondo de la cajita. Lo desdoble con mucho cuidado. Enseguida vi que era la letra menuda de mi abuela. Decía: “Me acuerdo mucho de la última vez que estuvimos viendo tu caja de recuerdos.”

¿Mi caja de recuerdos? —me pregunté cada vez más desorientada—. ¿Qué tenía que ver mi caja de recuerdos en todo esto?

Mi caja de recuerdos era una simple caja de zapatos donde yo guardaba montones de cosas: una piedra que me encontré un día paseando por el monte y que parecía una cara, una bonita concha encontrada en la playa, un envoltorio de un chupa-chup que alguien me regaló, un collar que me gustaba pero tenía el cierre roto, un pendiente que perdió su compañero, unas postales enviadas por alguna amiga, fotos de mis amigas en alguna excursión, fotos hechas en algún fotomatón, una medalla ganada en algún torneo deportivo, bolis sin tinta que guardaba porque me parecían bonitos, mis notas de los últimos cursos, algún examen con un 10 pintado en rojo en la parte superior de la hoja, recortes de periódicos con alguna noticia interesante, hojas escritas por amigas en mi último cumpleaños felicitándome… En fin cosas que vas guardando porque las encuentras bonitas, interesantes o divertidas y te da pena tirarlas. Así que, ¿qué tenía que ver mi caja de recuerdos con lo que me había sucedido? ¿Por qué mi abuela me dejaba esa nota en la cajita de las gafas?

Me levanté y fui a buscar la caja de zapatos. Estaba en una estantería en la parte de arriba del armario, en mi parte de armario. La cogí y me senté otra

20


vez en la cama. Abrí la caja y empecé a mirar lo que había en su interior. Me quedé un rato pensando en la última vez que había abierto esa caja. Había sido con ella, con mi abuela. Estuvimos un buen rato mirando todo lo que había en la caja y yo le iba diciendo dónde y cuándo había encontrado alguna cosa o le decía quienes eran los de alguna u otra foto, o porque había guardado ese recorte de periódico que hablaba de la adolescencia.

Tiré todo el interior de la caja encima de la cama y justo en ese momento vi un pequeño sobre que no había estado allí con anterioridad. Ese sobre no correspondía a uno de mis recuerdos. Me quedé mirándolo con miedo a tocarlo. Supuse que sería de mi abuela, pero por alguna razón que no entendía me asustaba cogerlo y ver lo que podría encontrar en su interior. Fui cogiendo una a una todas las cosas desparramadas sobre la cama y las fui metiendo dentro de la caja hasta que solo quedó el sobre. Volví a guardar la caja de zapatos en su sitio dentro del armario y regresé a mi cama. Me senté y cogí el sobre. Estaba cerrado y no había nada escrito en él. Poco a poco lo abrí. En su interior había una hoja doblada en cuatro partes. La desdoblé y la alisé un poco con la mano encima de la cama. Vi de nuevo su letra, la carta ocupaba casi toda la hoja. Me puse más cómoda en la cama y empecé a leer. “¡Hola princesa!”

“Espero que cuando leas esto hayas tenido tu primera futurología.” ¿Futurología? —pensé. ¿Qué quería decir esa palabra? Seguí leyendo. “No estaba muy segura de como hacerte llegar estas palabras. Me daba un poco de miedo que alguien que no fueras tú las leyera. Por eso he tenido que hacer primero lo de la cajita de las gafas. Estaba segura que primero buscarías algo en la cajita verde. Te conozco perfectamente. Y luego dejarte una frase que te hiciera buscar en la caja de tus recuerdos. Sé que esta caja solo la coges tú, pero tenía que asegurarme que fueras a mirar en su interior. Recuerdo que la última vez que la miraste conmigo, me dijiste que hacía bastante tiempo que no mirabas su contenido. Por eso tenía que decirte de alguna forma que buscaras en su interior.” “Quizá estés un poco desconcertada con lo que has

21


visto cuando te has puesto las gafas. Sé que tenía que habértelo contado todo, pero creo que la forma de que esto funcione es averiguándolo todo por uno mismo. No lo sé. Pero mi abuela así lo hizo. Mis padres me regalaron las gafas después de que ella muriera. Igual que han hecho los tuyos. Parece ser que para que las gafas tengan su función, la persona que las ha usado con anterioridad debe estar muerta. Y la edad tiene que ser similar a la que tú tienes ahora y yo tenía en mi momento.” Dejé de leer. Levanté la vista de la carta y me quedé un momento mirando la pared, a la nada. ¿Qué era todo lo que mi abuela me quería decir? ¿Su abuela también se las había regalado a ella y le había pasado algo parecido a lo que me había ocurrido a mí? ¿Qué era eso, como una herencia que pasaba de abuela a nieta? Volví a leer las últimas frases de la carta.

“Parece ser que para que las gafas tengan su función, la persona que las ha usado con anterioridad debe estar muerta. Y la edad tiene que ser similar a la que tú tienes ahora y yo tenía en mi momento.”

¿Quería decir eso que iba a tener una nieta y que cuando ella tuviera 16 años yo estaría a punto de morir? Vaya. Me quedé otra vez mirando la pared. ¿Y que debería regalarle las gafas que la abuela me había regalado a mí?

Todo lo que estaba ocurriendo era muy raro. Durante un momento pensé que lo que estaba pasando no era real. Pero lo era. Ya había tenido mi primera futurología, como lo llamaba la abuela, y había sido real, muy real. Seguí leyendo.

“Sé que estarás un poco asustada. A mí me pasó lo mismo. ¿Dónde has estado esta primera vez? Si te ha pasado lo mismo que a mí y parece ser que a mi abuela también, has debido de estar en la habitación de tu hija. ¿Sorprendida? Imagino que sí.

22


Sí, era la habitación de la hija que vas a tener en un futuro. ¿A qué era muy guapa? No te preocupes, aunque quieras volver a ella, no volverás a verla hasta que sea la realidad. Y para eso faltan todavía unos años.” He estado en la habitación de mi hija. ¡Qué pasada! Claro que se parecía a mí en esas fotos, era mi propia hija. Y sí, era muy guapa, abuela. Di un largo suspiro y seguí leyendo. “Solo una vez más podrás ver tu futuro. ¿Cuándo? ¿Y qué verás?

El cuándo no te lo puedo decir, pero el qué, sí. Lo que vas a ver en tu segunda futurología va a ser tu media naranja. ¿Te acuerdas de nuestra última conversación? Esa misma tarde escribí estas palabras. Sabía que me quedaba muy poco de vida. Había llegado mi momento para que tú pudieras utilizar las gafas. Has sido mi nieta preferida y agradezco todos esos preciosos momentos que hemos pasado juntas.” Tuve que dejar de leer. Unas lágrimas empezaron a salir de mis ojos resbalando por mis mejillas. ¿Abuela, por qué te has ido? Algunas lágrimas cayeron en la carta y la sequé despacio, con cuidado. Me sequé la cara con la manga de mi jersey y tras otro suspiro seguí leyendo. “Recuerda, una sola vez vas a volver al futuro y en ella vas a ver a la persona con la que vas a pasar el resto de tu vida. Y te aseguro que va a ser una vida llena de felicidad. Como ha sido la mía.

Y volviendo al cuando ocurrirá. Eso no puedo decírtelo. Haz lo que yo hacía. Guarda las gafas en un lugar seguro en tu habitación. Y cada día, en un momento que estés sola y sin que nadie te moleste, ponte las gafas. Si no ocurre nada las vuelves a guardar. El día que tenga que ser, será. Pero no debes ponerte nerviosa, no debes estar impaciente. Esto que te ha ocurrido, que nos ha

23


ocurrido, es una bendición y no debe quitarte el sueño. Todo lo contrario, debes estar tranquila. Y cuando seas abuela de una preciosa niña, que lo serás, ya sabes lo que tendrás que hacer. Ah, se me olvidaba. Rompe esta carta en mil pedazos o quémala. Nadie debe conocer nuestro secreto. La gente te tomaría por loca. Siempre te he querido.”

“Tu abuela”

“Vuelvo a repetirte, nadie, absolutamente nadie debe conocer esta “cosa” (en realidad, no sé como llamarlo) que nos ocurre a nuestra familia. Ni siquiera tu futuro marido. Ya sabes que ocurre cuando se cuenta una cosa extraña, uno se lo cuenta a otro, éste a otro y así sucesivamente. Esto es un secreto entre nosotras. Entre las abuelas y las nietas de esta familia. Solo así tendremos la certeza de que la “cosa” seguirá funcionando generación tras generación. Un beso muy grande.”

24


6 ¡ADIÓS ABUELA!

L

as lágrimas volvieron a brotar de mis ojos. No intenté secármelas y deje que resbalaran por mis mejillas. Me acordaba tanto de la abuela. De lo buena que había sido conmigo, de las tardes pasadas con ella, de nuestras conversaciones. Las lágrimas no terminaban y me tumbé en la cama dejando que mi tristeza se fuera marchando poco a poco con esas lágrimas que se perdían en la almohada. Me fui tranquilizando despacio. Me senté y cogí otra vez la carta. Estaba un poco arrugada y la alisé. La volví a leer. Despacio. Imaginando a la abuela en el momento que la había escrito. Me la imaginaba sentada en la mesa que había en su habitación, un poco encorvada, escribiendo despacito su menuda letra, a veces difícil de entender, pero tan nítida para mí. Ella sabía que le quedaba poco. Que su hora estaba llegando. Y tenía que dejarme escrito lo que me iba a ocurrir. Había sido inteligente pensar en dejar el sobre en la caja de mis recuerdos. Ella sabía que era un lugar seguro. Volví a leer la carta despacio una y otra vez, como si quisiera recordarla para siempre.

Lo que me había ocurrido era de lo más extraño, pero había ocurrido. Ahora entendía la última conversación que habíamos tenido. Ella había hablado de la magia. Había dicho que yo la iba a encontrar. Y parece ser que la he encontrado.

Pero lo que me había ocurrido no dejaba de asustarme un poco. Tenía que tener otra futurología. Uf, cada vez que me decía esa palabra se me ponían los pelos de punta. No sabía cuando ni como iba a ocurrir y eso me ponía un poco nerviosa. Pero en la carta, la abuela, me decía que tenía que estar tranquila y eso era lo que tenía que hacer. Tranquila, aunque fuera difícil, sé que la abuela tenía razón. Doblé la carta y la metí en el sobre. Me levanté de la cama y guardé el sobre en un bolsillo de mi vaquero. Salí de la habitación y me fui a la cocina para coger una caja de cerillas.

25


Mi madre estaba en ese momento en el jardín recogiendo alguna hoja seca.

—Mamá voy a salir un rato con Spidy —le dije y le di un beso en cada mejilla. —Muy bien, cielo —me dijo sonriendo agradecida.

Salí a la calle y me puse a andar sin ningún destino. No podía dejar de pensar en todo lo ocurrido, era tan extraño. Por mucho que intentara estar tranquila, no podía. Pensaba en mi segunda futurología y no podía calmarme. ¿Cuándo iba a ser? ¿Cómo iba a ser? ¿Qué vería? —Abuela, sé que debo estar tranquila, pero no puedo —dije a nadie, a mí misma—. ¿Cómo voy a estar tranquila con todo lo ocurrido y lo que va a ocurrir? ¿Cómo puedes estar segura de que voy a tener otra visión de mi futuro?

¿Y si no llega nunca? ¿Y si en realidad no tengo esa segunda futurología? ¿Querrá decir eso que no me casaré? Y…, hasta que llegue, si es que llega, ¿qué debo hacer? ¿Tengo que olvidarme de todos los chicos que quizá puedan llegar a gustarme esperando la visión del verdadero? ¿Y si cuando llegue esa visión, en realidad no me guste ese chico?

Todo era muy confuso. Demasiado. Y mi mente no dejaba de hacer preguntas. Seguí caminando siguiendo un sendero que subía hacia un monte. A mitad de camino llegué a unos edificios que estaban en obras, pero como era domingo estaban vacíos. Solté a Spidy y me senté encima de unos ladrillos. Leí una vez más la carta. Luego la cogí por uno de los extremos, encendí una cerilla y la quemé. Se quemó con rapidez y las cenizas se fueron con el poquito aire que hacía. —Adiós abuela —dije con tristeza.

Me quedé un rato más y luego llamé a Spidy. Le até a la correa y me fui despacio siguiendo de nuevo el sendero, no quería volver a casa todavía. Necesitaba despejarme.

26


7 MI HERMANA SE CASA

E

l tiempo fue pasando. A los 18 años empecé veterinaria. Al final la química no fue un problema. Todos los días, tal y como me había dicho la abuela, buscaba un momento tranquilo, un momento en el que sabía que nadie me molestaría y me ponía las gafas. Y todos los días me las volvía a quitar. Nada sucedía.

Llegué a pensar que nunca llegaría mi segunda futurología. Cada vez que me ponía las gafas me decía que ese sería el día, pero nada. Y volvía a guardar las gafas pensando que quizá al día siguiente. Pero ese día seguía sin llegar. Tenía muchos amigos, pero sólo eran eso, amigos. Ninguno me gustaba realmente como para intentar alguna relación seria. Quizá mi cerebro me decía que tenía que esperar. Que no debía adelantarme, que ya llegaría el momento. Y yo esperaba.

Cuando yo tenía 20 años, mi hermana se casó con un chico fantástico. Se conocían desde la infancia y aunque al principio se llevaban fatal, después empezaron a tontear y se casaron.

Era verano y aunque hacía un poco de calor, como la boda fue a última hora de la tarde, el tiempo se portó. Belén iba guapísima. Yo fui una de sus damas de honor, y también iba muy guapa. Fue una boda preciosa con muchísimos invitados. Bailé mucho, con mi padre, con el novio y con cantidad de chicos, algunos que no conocía de nada, amigos del novio. Otros conocidos de toda la vida. Después de un montón de bailes me acerqué a una de las barras donde servían bebidas.

—Me das una coca-cola, por favor —le pedí a un chico que estaba detrás de la barra. —Naturalmente —dijo muy educado. Abrió la coca-cola, la echó en un vaso con hielos y me la dio—. ¿Cansada? —Un poco —le dije sentándome en uno de los taburetes y bebiendo un gran trago de la bebida.

27



Mi abuela se había muerto y nos había dejado unos regalos a mis hermanos y a mí. Mi regalo fue de lo más extraño. Unas viejas gafas. ¿Por qué me habría regalado la abuela esas gafas? —me preguntaba una y otra vez. Yo pensaba que era su nieta preferida y me había hecho el peor regalo.

¿Qué tienen estas antiguas gafas, abuela? ¿Por qué querías que yo las tuviera? ¿Qué misterio encierran?

www.pasionporloslibros.es


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.