HIRO
EL NIÑO QUE NO QUERÍA HABLAR Abel Rabanal González
É
rase una vez un niño risueño y juguetón, que crecía y no hablaba. Pasaba el tiempo y no atendía a las palabras de sus seres queridos. Se limitaba a sonreírles y a emitir extraños sonidos, mientras evitaba la conversación. El pequeño se hacía entender con gestos y señas, con los que sí era muy expresivo. El niño era alegre y reía a carcajadas pero... a todos les preocupaba que no soltara la lengua para hablar. Únicamente “papa”, “mama”, “agua”, “mummm” para comer, y alguna alusión a sus familiares era todo su lenguaje. Sin embargo, algo llamaba especialmente la atención en aquel infante: y era que continuamente se acercaba a los animales y entablaba con ellos un diálogo en el que parecían entenderse. Gustaba sobre todo de juntarse con los perros, para hablar con ellos en el “guau” del lenguaje canino. El pequeño imitaba los sonidos perrunos y ladrando entablaban una larga conversación. ·4·
路5路
Al principio, los diálogos se limitaban a los perros, pero un día empezó a relacionarse con todas las bestias. Fueron los gatos, primero, con los que hablaba intercambiando maullidos; luego buscaba a las gallinas para compartir cacareos paseando por el huerto; más tarde, el niño empezó a tratar con otros animales que se encontraba: burros, vacas, palomas, gorriones, conejos, ardillas... Hasta que, en una visita al zoo, empezó a comunicarse con los animales salvajes que allí moraban. Mirándolo fijamente a los ojos, intercambiaba gruñidos con un león; cabalgando en un pony, mantuvo confidencias con el caballito peludo; la jirafa estiró su cuello hacia él para cuchichear juntos; hablando al oído del elefante barritaron algunos diálogos; con los delfines intercambió secretos dando agudos chillidos. Mantenía una gran amistad con los animales utilizando su mismo lenguaje. De un modo prodigioso, el niño parecía entender el habla de las bestias y gustarle su forma de relacionarse. Sin embargo, el tiempo pasaba y el pequeño seguía sin hablar el lenguaje de los humanos; se resistía a charlar con las personas, si no era para los asuntos más elementales: comer, beber, dormir o salir al parque. ·6·
路7路
El tiempo discurría, el niño seguía creciendo, y continuaba sin querer hablar. Los padres ya estaban preocupados, por lo que decidieron consultar a pediatras, a logopedas y a todo tipo de especialistas infantiles. Después de tomar algunas pastillas que le recetaron y de asistir a clases de dicción, el pequeño insistía en su mudez. Al mismo tiempo, parecía hallarse cada vez más cerca del mundo de los animales y más lejos del de los humanos. Al observar aquella actitud, sus padres no cesaban de inquietarse. Un vendedor ambulante de potingues y remedios prodigiosos, enterado del caso, aconsejó a los padres visitar a un sabio que él conocía. Éste vivía aislado en una montaña, rodeado de toda clase de animales. El hombre tenía fama de gran comunicador, tanto con los animales como con las personas. Con su habilidad para el lenguaje había conseguido que hablaran muchos mudos. Los padres decidieron probar aquella solución y ahorraron un dinero para acudir al famoso experto. Junto con su hijo, salieron del pueblo, subieron a trenes, tomaron aviones y viajaron en carros de caballos por parajes ·8·
desconocidos. Hasta que por fin la familia se presentó ante la cabaña de troncos del sabio, que estaba escondida en el bosque de un país lejano. El hombre era alto y desgarbado, y lucía una barba larga y muy blanca. Vivía rodeado de animales en libertad y, al verlos, los padres del pequeño sintieron temor. Resultaba inquietante verse rodeado de osos, leones, ·9·