Poder de Superaci贸n Biograf铆a escrita por
Antonia Peinado
© del texto: Antonia Peinado © de la presente edición: pasionporloslibros
A mi pareja actual por su paciencia compresi贸n y apoyo en mi nuevo proyecto para seguir escribiendo, y saber que esta ah铆 cuando lo necesito, a quererme y sentirme querida
...Nací en Santa Marta - Badajoz el día 30/06/1953
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unque aún no conozco mi pueblo sé que está muy cerca de la capital (Badajoz ) y antes de morirme me gustaría ir a visitarlo, pues cuando sólo tenía unos meses me llevaron a vivir a ella y ya no volví más, espero ir a conocerlo antes de acabar esta historia. Bueno de estos primeros años que pasé en Badajoz casi no recuerdo nada. Sólo algunas calles llenas de árboles, recuerdo un paseo por una calle montada en un carro donde había árboles de Mimosas, yo iba con mi padre. No recuerdo haber tenido en esa época juguetes ni regalos, pues mis padres eran muy humildes y casi tenían lo justo para darnos de comer, mi padre era zapatero remendón y mi madre hacía lo que podía limpiando. Un día mis padres hicieron las maletas y nos marchamos a Barcelona, a casa de mis abuelos. Llegamos a la estación y no nos esperaba nadie, mi padre sacó una dirección y después de mucho caminar por fin llegamos a casa de mis abuelos. Tenían diez hijos, algunos estaban casados pero aún les quedaban algunos solteros, además uno de mis tíos vivía justo al lado de mis abuelos, tenía cuatro primas. Recuerdo que llegamos muy cansados de caminar
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pues mi padre llevaba a mi hermana en brazos, de tan sólo dos años, y mi madre llevaba a mi hermano de dos meses de edad, yo tenía cuatro años. Era casi de noche cuando llegamos, mis abuelos nos acogieron como pudieron en su casa, ellos ya eran bastante pero nos arreglábamos como podíamos. Allí estuvimos algunos meses y los recuerdos que tengo son buenos, le cogí mucho cariño a mi abuela, a pesar de que yo veía que estaba más por mis primas que por nosotros, pero era normal ellas se estaban criando cerca de mis abuelos, y nosotros acabábamos de llegar, pero eso a mi edad ¿cómo lo iba a entender?, pero poco a poco le fui cogiendo un cariño especial a mi abuela, aún la recuerdo, era pequeñita, morena y muy delgada a pesar de haber tenido diez hijos, por aquel entonces aún les quedaban varios hijos solteros; recuerdo a mi tía Francisca, era la más pequeña y a pesar de que me solía utilizar mucho, pues tenía la edad de empezar a tontear con los chicos y yo era la tapadera para que mi abuelo la dejara salir a hacer algún recado, y así poder verse con el chico que le gustaba, en aquella época los padres eran muy estrictos, sobre todo con las chicas, y bueno yo solía ayudarla y vigilar por si aparecía mi abuelo. También recuerdo a mi tía Ana, era guapísima, la más guapa de todas, los quería a todos mucho pero con la que más unión tenía era con mi tía pequeña. Es la época que más feliz dentro de lo que cabe que yo recuerdo. Allí estuvimos viviendo un par de años o quizás poco menos, mi padre encontró trabajo en Barcelona de zapatero, que era lo suyo, y con ayuda de un amigo de mi abuelo encontraron una casa, mejor dicho era una barraca, pero teníamos que seguir la vida fuera de casa de mis abuelos, de todas formas, estábamos cerca y también cerca del colegio. Recuerdo que nos mudamos de noche, no recuerdo por qué pero así fue, cuando llegamos la casa estaba con más de un palmo de agua, caían goteras por todas partes, como pudimos sacamos el agua, mi madre hizo la cama para mis hermanos y entre mis pa6
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dres y yo limpiamos un poco, pues aunque yo sólo tenía seis años, ya estaba acostumbrada hacer cosas de persona grande. Esa noche casi no pudimos dormir; a la mañana siguiente mi padre arregló el tejado para que por lo menos cayeran las menos goteras posibles, aún así seguían cayendo la noche siguiente, recuerdo que mi madre nos ponía trozos de plástico para que resbalara el agua al suelo y no nos calara la cama. Mi madre pintó la casa y en unos días aquella barraca pasó a ser una bonita casa de dos habitaciones, toda Blanca. Mi hermana Juani y yo dormíamos juntas y mi hermano dormía con mis padres; mi padre hizo una cocina en el comedor con una cortina y ésa era nuestra casa. Cada día íbamos a visitar a mis abuelos, a veces íbamos cuando salíamos del colegio. Mi madre encontró trabajo limpiando unas casas y mi padre pues de zapatero, así que era yo la que me encargaba de llevar a mis hermanos al colegio y cuidar de todo mientras mis padres trabajaban; mi madre nos dejaba la comida hecha y yo sólo la tenía que calentar, con apenas seis o siete años, en un fogón de carbón, que me dejaban en el suelo, pues no llegaba ni a la altura de donde estaba. Mi hermano era un niño bastante bueno pero mi hermana era el bicho que le picó al tren aunque sólo tenía dos años menos que yo, me tocaba la mayor parte de las tareas de casa, claro que aunque éramos unas niñas con edad de jugar, y eso era lo que ella hacía, yo siempre tuve mucho sentido de la responsabilidad y mucha habilidad para la casa y para los niños, a mí también me gustaba jugar con mis amigas pero nunca tenía tiempo, iba al colegio llevándome a mis hermanos conmigo, después comíamos y vuelta para el cole otra vez. A mi hermana le gustaba ir a la suya le daba lo mismo ocho que ochenta, lo que más le gustaba era ponerse la ropa y los zapatos Antonia Peinado
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de mi madre y allá que se iba, y ya la podía llamar veinte veces que ni caso; yo procuraba hacer las cosas lo mejor que sabía pues sólo era una niña que no alcanzaba ni al mármol de la cocina, mi madre cada vez me pedía más, nunca estaba contenta con lo que hacía. Yo siempre pagaba los platos rotos de todo, era la mayor y la que se llevaba las broncas y también las bofetadas, que eran muchas. A veces también mi hermana recibía, pero ella tan fresca le decía a mi madre: –mientras me das en un lado se me enfría el otro– y se quedaba tan pancha, yo procuraba que mi madre no se enterara de las cosas que mi hermana hacía, porque después de todo me daba pena que le regañara o le pegara, además si le decía algo siempre tenía yo la culpa, porque era la mayor, y se suponía que tenía que cuidar bien de ellos y de todos, claro. Cuando tenía esa edad siempre pensaba que me hubiese gustado tener un hermano mayor para contarle mis cosas, mi hermano era muy pequeño. Tampoco tenía mucho tiempo para tener amigas, sólo los domingos iba a las catequesis y a la iglesia pues me daban algún dinerillo para golosinas, cuando venían mis amigas a buscarme para jugar, pocas veces me dejaban irme, me sentía triste y de mala leche, lloraba muchas veces y me sentía mal y no me sentía querida por mi madre, de hecho por entonces yo pensaba: –¿seré adoptada o qué?, en cambio adoraba a mi padre, a veces se lo explicaba, pero era mi madre la que hacía y deshacía, poco pintaba él. Cuando llegaba a casa siempre había broncas “esto está mal y esto también…”. Cuando me acostaba por la noche lloraba de rabia y me culpaba a mí misma de todo y pensaba que no era buena, y que el próximo día lo haría mejor para que estuviera más contenta; pero llegaba el día siguiente y era lo mismo, a veces pensaba que sería porque llegaba cansada del trabajo. No había manera de llevarnos bien, teníamos un carácter muy fuerte y chocábamos, por lo menos tenía el consuelo de mi padre porque a él le pasaba lo mismo, también discutían mucho, mi madre tenía un 8
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carácter muy dominante; mi padre tenía el consuelo que cuando llegaba del trabajo se iba al bar, se tomaba cuatro vasos de vino y así un día y otro, eso era lo que provocaba más de una discusión entre él y mi madre. A veces nos íbamos a casa de mis abuelos a comer, pero como también estaban mis primas ya éramos muchos; además también me gustaba ir porque me gustaba jugar con mis primas y unos niños que eran vecinos de mi abuela de mi misma edad. También tenía algunas amigas, aunque siempre se venían mis hermanos conmigo y mi hermana siempre me hacía alguna de las suyas. Cuando éramos pequeños no entendía por qué cuando llegaban los reyes no teníamos juguetes como los demás niños, sólo alguno para mi hermano que era muy pequeño, pero por suerte íbamos a la iglesia del barrio y allí nos daban alguno, como a tantos niños más; íbamos muy contentos a ver qué nos daban; recuerdo que un año le dieron a mi hermano un coche de color verde. Poco a poco las cosas fueron mejorando, recuerdo que un año nos trajeron a mi hermana y a mí una muñeca de cartón, y a mi hermana no se le ocurrió otra cosa que meterla en un cubo de agua, la pobre muñeca se estropeó, ¡era tremenda la niña!. Me gustaba mucho ir a la escuela y cuando alguno de mis hermanos se enfermaba siempre me tocaba a mí quedarme para cuidarles, en lugar de hacerlo mi madre, decía que ella tenía que ir al trabajo, yo era muy pequeña para entender eso pues era una niña muy estudiosa y lloraba mucho cuando no podía ir, tenía demasiada responsabilidad, sólo era una niña que tenía que hacer cosas de mayor; tuve que espabilarme muy pronto, mi padre ganaba poco así que mi pobre madre tuvo que trabajar mucho para sacarnos adelante a todos, decía que tenía que ir a trabajar pues en casa hacía falta el dinero y debía ser así, porque recuerdo que nos compraba poca ropa pues donde trabajaba le daban bastante, a veces Antonia Peinado
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nos hacía algún vestido para ir a misa los domingos, mi hermana aún estrenaba menos que yo porque la mía pasaba a ella, esto la hacía enfadar mucho y la hacía rebotarse más, se ponía los zapatos y la ropa de mi madre y ¡vaya que se iba y pasaba de todo! siempre tenía el pelo corto y morena, al contrario que yo, siempre lo tenía largo y rubio con unas trenzas, sólo los domingos me dejaba el pelo suelto, cuando iba a catequesis con mis amigas. Aunque éramos una familia muy humilde nunca nos faltaron demasiadas cosas, en esa época yo era una niña y no lo comprendía, como por qué siendo tan pequeña tenía que ir a la fuente a buscar agua en invierno pues hacía mucho frío y me salían sabañones en las manos y en los pies, y lo pasaba muy mal, y mi querida hermanita cada vez me lo hacía pasar más mal. Un día cuando iba a calentar la comida pues mi madre me la dejaba hecha, me costaba encender el fogón pues me lo dejaba en el suelo porque no llegaba al mármol de la cocina, yo tendría unos ocho años y mi hermana seis, me dijo: –¿por qué no le echas un poco de gasolina y ya está?, verás cómo se enciende– lo primero que se le pasó por la cabeza; le dije que no y en un descuido que tuve, lo hizo ella, le echó gasolina o petróleo, no sé, salieron unas llamas y la cortina que estaba muy cerca del fogón empezó a quemarse, le grité a mi hermana que saliera a la calle y sacara a mi hermano pequeño, yo no sabía qué hacer, pero como pude fui tirando de la cortina hasta que por suerte la pude descolgar y sacarla a la calle; mi hermano lloraba y mi hermana gritaba, al oír los gritos salió una vecina a ver qué nos pasaba, para entonces yo ya tenía el fuego apagado pero estaba muy asustada, me dijo que por qué no la había llamado, pero no se me ocurrió, podía haber salido corriendo pero entonces seguro que se hubiera quemado toda la casa. Bueno todo quedó en un gran susto, y tuvimos mucha suerte por lo deprisa que lo hice, pues podía haberse quemado otra cosa, con sólo ocho años pasé el primer susto más grande de mi vida. ¡Y ahora cómo se lo contábamos a mis padres, 10
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no se lo podíamos ocultar, el olor a fuego era evidente!, sin cortina, todo negro, yo pensaba cuál sería la reacción de mi madre, me volvería a culpar a mí. La verdad es que mi pobre hermana se llevó un buen susto también. Mis padres llegaron del trabajo y se lo explicamos, por supuesto nos regañaron, y mi hermana se llevó algunas cachetadas y algunos gritos y yo también por no cuidarla mejor; ¿cómo puede una niña afrontar semejantes cosas y toda esa responsabilidad?. Un día, creo que fue para mi cumpleaños, me compraron una botas, recuerdo que me parecieron las más bonitas del mundo y además creo que eran las primeras que estrenaba, como era invierno y a mí me salían muchos sabañones por el frío en los pies, me salieron menos, pero no pude evitar que me salieran en las manos, porque desde muy pequeña tenía que ir a la fuente a buscar el agua, y estaba bastante lejos de casa, entonces no había luz ni en casa ni en la calle, y cuando mis padres venían del trabajo no podían ir, así que me tocaba a mí y a mi hermana cuando la pillaba de buenas. Recuerdo algo que me marcó mucho y que nunca lo he hecho con mis hijos, a veces mis padres se iban a pasar un ratito por ahí con algunos amigos o a jugar a las cartas por la noche, y nos quedábamos solos en casa, esperaban a que nos durmiéramos y cerraban la puerta con llave; pasábamos mucho miedo, después del susto que pasamos el día del fuego, no podríamos salir si algo pasara, y además sin luz, solíamos tener un carburo, pero lo dejaban apagado para que no nos despertáramos con la luz, un día mi hermano se despertó llorando a media noche, mis padres no estaban y nos asustamos mucho, todo estaba oscuro y no encontraba las velas, tardé un poco pero al final encendí una, al rato se durmió, pero yo ya no pude hacerlo, cuando mis padres vinieron hablé con ellos para que cuando se fueran no nos cerraran con llave, pero nos dijeron que era mejor así pues podría entrar alguien, bueno Antonia Peinado
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nos acostumbramos, ¡no nos quedaba más remedio!, es lo que había, y episodios parecidos muchos, si no era mi hermana era mi hermano. Algún domingo solíamos ir a casa de mi tía Agustina pues tenía una casa en el campo y nos lo pasábamos muy bien jugando con mis primas, tenía animales y muchas plantas, mis primas eran de la misma edad que nosotras y mi madre se llevaba muy bien con mi tía. Cuando no podía ir a la escuela por algún motivo me enfadaba mucho, pues cuando mis hermanos se ponían enfermos yo no podía ir, me tenía que quedar a cuidarlos en lugar de quedarse mi madre, otra cosa que entonces no entendía, yo era una niña que me gustaba mucho estudiar, y aprender cosas, tenía mucha facilidad para hacerlo y me gustaba ir al colegio. Para mí era importante poder estudiar y ser alguien en la vida, pues no quería hacer lo mismo que mi madre hacía cada día, tener que irse a limpiar otras casas para darnos de comer, pues mi padre cobraba muy poco, eso es lo que ella me contestaba cuando yo le decía que se quedara ella con mis hermanos cuando estaban pachuchos; lo mismo me pasaba con mi abuela también me tocaba a mí, me sentía como una burra de carga, –Toñi para aquí, Toñi para allí–. Lo más fuerte fue, tenía diez años más o menos, cuando me dijeron que tenía que ir a trabajar pues hacía falta el dinero en casa y tendría que dejar el cole, no me lo podía creer ¡tendría que dejar de ir a cole! Lloré un montón, pero tenía que ser así, mis padres lo habían decidido sin contar conmigo, yo no pintaba nada, y a nadie le importó que yo tuviera que dejar mis estudios, que tanto me gustaban, y me tuve que poner a trabajar en una casa de unos médicos, cuidando a un niño de cuatro años, en el centro de Badalona, como me pillaba lejos de mi casa tenía que coger el autobús, yo no estaba acostumbrada a ir sola así que 12
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tuve que aprenderme el camino y pronto lo hice. Eso significaba dejar de ir al colegio, fue lo que más me dolió porque mi ilusión siempre fue estudiar. Cuidar al niño era fácil para mí pues estaba acostumbrada a cuidar a mis hermanos, y además me gustaban los niños y se me daban bien, además sabía hacer las tareas de la casa, pronto se dieron cuenta de eso y además de cuidar al niño tuve que hacerlas y además hacer la compra, había una señora que debía encargarse de hacerlo y de hacer la comida para mí era como la señorita Rottenmeyer me mandaba al terrado a lavar la ropa a mano, porque entonces no había lavadoras, con agua fría así que siempre tenía las manos llenas de sabañones, a fregar los platos, bueno de todo, faena que era suya pues a mí me cogieron sólo para cuidar al niño, pero los señores trabajaban todo el día y por eso se hacía todo como ella decía. Recuerdo que ganaba 600 pesetas al mes, que mi madre se encargaba de ir a cobrar todos los meses, decía que las podía perder o me las podían quitar. Al cabo de un tiempo le dije a mis padres que yo quería ir al colegio cuando saliera del trabajo, pero me dijeron que no, que sería muy tarde y que era muy pequeña para estar en le calle a esas horas, la clase terminaba a las nueve de la noche, y no había luz en la calle, y tendría que venir sola, además estaba bastante retirado el colegio de casa, no comprendía por qué era pequeña para unas cosas y para otras no, pero como yo no estaba de acuerdo no paré hasta conseguir que me dejaran ir. La clase comenzaba de siete a nueve de la tarde, en invierno casi no había luz por la calle y la verdad es que había días que me daba miedo cruzar aquellas calles frías y solitarias, pero cuando mi madre me mandaba a buscar a mi padre al bar a esas mismas horas pasaba el mismo miedo, acaso mi madre pensaba si me daba miedo o no, cuando mi padre plegaba del trabajo se quedaba en el bar un rato y mi madre siempre me mandaba a mí
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a buscarlo, me sentía como el patito feo del cuento; me levantaba temprano, empezaba a trabajar a las nueve de la mañana y salía a las cinco de la tarde, después me iba a clase, así fueron pasando los días en casa, hacía falta el dinero, mi padre ganaba poco y lo que yo ganaba hacía falta; lo que más me molestaba era cuando mi madre se presentaba en mi trabajo a cobrar el sueldo de aquel mes a mí me daba lo justo para el autobús. Pero estaba contenta pues podía seguir estudiando, es verdad que iba muy cansada y era tarde y de noche, pero me gustaba estar fuera de casa, y también me gustaba cuidar de aquel pequeño. Pronto conocí a unas niñas que vivían muy cerca de mi casa y entonces nos íbamos juntas, eran dos hermanas que no estaban muy bien, eran un poco más atrasadas, yo no sé qué les pasaba pero yo las veía diferentes a las demás, todas las niñas se reían de ellas, se burlaban y hasta les pegaban, había una niña que siempre les pegaba a la salida del colegio, recuerdo que se llamaba Nieves. Cuando salía del colegio se escondía en una tienda que había de ropa muy cerca del cole y allí las esperaba, les pegaba y se burlaba de ellas, a mí me daban mucha pena, pues ellas nunca se metían con nadie y no era justo que les hicieran eso casi todos los días. Un día se lo conté a mi madre, ella me dijo que no me metiera en líos y que se espabilaran solas o que se lo dijeran a sus padres, al principio le hice caso pero un día decidí ayudarles sin hacerle ningún caso a mi madre, como muy cabezona que soy, así que pensé en poner punto y final a todo aquello, un día salí antes que esas niñas y la tal Nieves, me escondí para que no me viera, esperé un poco y cuando las niñas se iban a su casa ella las esperaba en un portal, entonces salí yo y le dije que las dejara en paz, se lo tomó a risas y me dijo que haría lo que quisiera –¡estás advertida!–le dije. Ese día no les hizo nada, pero al día siguiente allí estaba ella, escondida esperando a que salieran las niñas, yo esperé para ver qué pasaba y vi como se abalanzó sobre una de ellas, entonces salí 14
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yo, nunca hubieran esperado encontrarme allí, la agarré de los pelos, de di algunos guantazos y le advertí que fuera la última vez que se metiera con ellas si no se las vería conmigo; se debió asustar porque no volvió a hacerlo nunca más. Las acompañé a su casa y después me fui a la mía, ya en casa no dije nada porque sabía que mi madre se enfadaría por no haberle hecho caso; pero las niñas contaron a sus padres lo que había pasado con pelos y señales, y al día siguiente vinieron los padres de las niñas a mi casa a darle las gracias a mi madre por lo que había hecho yo. ¡Ay, cuando llegué me gané una buena bronca! por no haberle escuchado, decía que siempre hacía lo que me daba la gana y nunca le escuchaba, pero conseguí acabar con el problema de aquellas niñas. Desde entonces fuimos buenas amigas me agradecían todo lo que yo había hecho por ellas, pero para mí no fue nada, sólo hice lo que creí que era justo, no soporto a la gente que abusa de las personas indefensas. Continué trabajando hasta que el niño cumplió seis años, después empezó a ir al colegio y me quedé sin trabajo, pero eso no fue un problema pues mi madre me encontró otro, yo tendría unos doce años más o menos esta vez de dependienta en un colmado muy cerca del mercado de Badalona, se vendía de todo desde patatas hasta embutido; el dueño se llamaba Domingo, era un hombre de unos cuarenta años estaba casado; teníamos un horario de mercado por la mañana y los viernes todo el día, así que pude seguir en el colegio, me costó un poco aprender a despachar y a pesar las cosas y a cortar el embutido, entonces no había máquinas, se cortaba a mano, pero pronto aprendí; allí ganaba un poco más, a pesar de que yo era un poco más grande mi madre seguía haciendo lo mismo, cuando llegaba fin de semana allá que se presentaba en la tienda a cobrar mi sueldo, pero ya estaba acostumbrada, aunque me empezaba a cansar, aún así estaba contenta con el trabajo, me gustaba estar de cara al público, lo que no llevaba Antonia Peinado
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muy bien era lo del catalán, mi jefe me obligaba a que lo hablara pero no sabía, pero bueno yo lo intentaba. Un día me escondió en el almacén porque por lo visto venía un inspector, y claro yo no tenía la edad de trabajar, tan sólo tenía doce años, y si lo pillaban lo multaban. También recuerdo que manipulaba la balanza para engañar a los clientes a la hora de pesar el producto, yo aprendí mucho allí. Un día mi madre me dio la noticia de que estaba embarazada, íbamos a ser uno más –pensé–, ella siguió trabajando hasta que la pobre pudo; un día empezamos a pensar en los nombres que le podíamos poner, a mí me hacía mucha ilusión que le llamáramos Maribel, pero no quisieron, pues por lo visto el nombre lo escogería su madrina, que sería una de mis tías, me molestó mucho pues a mí me hubiera gustado ser yo la madrina de mi hermana o por lo menos que hubiera sido mi tía Francisca, era la pequeña de mis tías, sólo tenía siete años más que yo, y la quería un montón a pesar de que nos enfadábamos mucho, éramos buenas amigas, aparte de ser mi tía éramos muy parecidas, igual de tozudas y del mismo genio y casi fuimos creciendo juntas, cuando mis padres me trajeron a Barcelona yo tenia cuatro años y ella tenía unos once o doce. Ella se casó muy joven, recuerdo su boda, iba muy guapa a pesar de que mi abuelo no estaba de acuerdo con esa boda, pues como a la mayoría de los padres les ocurre quieren algo mejor para sus hijos, pero esta vez se equivocaron pues siguen juntos. Poco después mi abuela enfermó de cáncer y sufrió mucho, en esa época no había los adelantos que ahora y murió muy joven, tenía unos cincuenta y tres años, yo tenia doce, y era la primera persona querida que perdía, fue muy fuerte, yo la quería mucho y la echaba de menos, lloraba cuando nadie me veía, todos sufrían y entre ellos se consolaban pero nadie pensó en que a mí me pasaba lo mismo, y como siempre lo superé sola. Por esa época mi hermana pequeña tenía unos dos meses de edad, y durante el fu16
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neral yo la tuve que cuidar, mientras mis padres velaban a mi abuela pues entonces a los difuntos se les tenía en casa. Recuerdo que ese día mi hermana Ana Isabel que es como se llama, lloraba sin parar pues al parecer le dolían los oídos yo no sabía qué hacer para que callara, al rato vino una vecina y me dijo que sí que eran los oídos y que se le quitaría el dolor poniéndole un poco leche materna en ellos, ella daba de mamar a un bebé y me ayudó en lo que pudo y la niña se tranquilizó y pudo dormir. Al día siguiente se enterraba mi abuela. Cuando llegué a su casa había mucha gente en el comedor, ella estaba en el dormitorio, mi madre me dijo que si quería verla pero no fui capaz de hacerlo y le dije que no. Y es lo peor que pude hacer pues siempre me arrepentí de no verla por última vez, todos lo pasamos mal pero la vida sigue y en unos días volvimos a la normalidad. Mi abuelo se quedó solo en su casa pues los hijos ya estaban fuera y como trabajaba hacía su vida; mi padre y mis tías lo visitaban a menudo. Al poco tiempo se bautizó a mi hermana menor, era una niña muy pequeña pues comía muy poco y se crió muy chiquitina, pero muy bonita, lo sigue siendo, para mí es la más guapa de los cuatro hermanos que somos. Yo aún trabajaba en la tienda de Domingo me gustaba y estaba contenta porque también podía ir al cole por la noche. Me hubiera gustado estudiar y ser alguien con estudios, pero eso era imposible en esa época, pues mis padres no podían pagarme los estudios, sólo podían estudiar unos cuantos, y yo no era una de aquellos afortunados, sólo pude sacarme los estudios primarios y porque sin ese documento no te podían meter en la seguridad social, por eso mientras no tenía la edad fui a trabajar sin seguro. Me gustaba aprender muchas cosas. Tenía una vecina que hacía ropa de lana con agujas y me pasaba largos ratos viendo como lo hacía; un día le dije a mi madre que me comprara unas agujas que Antonia Peinado
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quería aprender a tejer ropa de lana como ella, pero me dijo que no podía, que cuando tuviera dinero y fueron pasando los días y no me las compraba, –¿sabéis lo que hice?– busqué un paraguas viejo y con dos varillas aprendí a hacer punto, lo hacía cuando venía de trabajar o del cole o cuando tenía un rato. Un día Domingo el dueño de la tienda empezó a tirarme los trastos y a echarme piropos y todo eso, yo era una niña y entonces no sabía tanto como ahora se sabe, nadie te explicaba nada de la vida, la palabra sexo estaba prohibida, pero mi intuición me decía que aquello no era normal, pues era mucho mayor que yo, yo tendría poco más de doce años y él unos treinta y ocho o cuarenta, estaba casado pero su esposa venía muy poco por la tienda ya que entre él y yo la llevábamos. Él parecía contento con mi trabajo. Un día, me dijo que teníamos que ir por la tarde para hacer inventario o no sé qué cosa, pero por algo yo no me fiaba de él, llevaba muchos día fijándose mucho en mí, y cuando llegó la hora no me presenté, al día siguiente cuando llegué estaba furioso, me echó una bronca del quince, me preguntó por qué no fui, me dijo que si tenía miedo y no sé cuántas cosas más, yo no sabía qué decirle, y le dije que mi madre no quería que trabajase fuera de mi horario de trabajo y que si quería ella iría hablar con él, eso lo frenó un poco sabía que mi madre sería capaz de ir, y a él no le apetecía dar explicaciones. Él no sabía que yo no le había dicho nada a mi madre. Desde ese día todo cambió, empezó a ser agresivo, a chillar, y lo que antes hacía bien, ahora todo estaba mal, me tenía todo el rato en el almacén, envasando legumbres que le traían en sacos y que luego vendía envasada como de mejor calidad, hacía muchos chanchullos. Yo ya no quería ir a trabajar no estaba a gusto en aquel sitio, no me fiaba de él, pero quién le decía a mi madre que no quería ir a trabajar. Como no nos entendíamos, tampoco estaba bien en mi casa, intentaba distraerme en el poco rato libre que tenía en leer o bor18
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dar con un bordador que yo misma me compré, ahorrando con el dinero que me daban el domingo cuando íbamos a misa, así que le dije a mis padres que me quería ir a servir, al principio no querían, pero como soy tan cabezona al final lo conseguí, mi madre conocía a mucha gente en Barcelona y no tardó en encontrarme una casa para trabajar, muy cerca de donde ella trabajaba, en cuanto se pusieron de acuerdo con el sueldo que me tenían que pagar comencé a trabajar. Yo estaba contenta, por fin sería independiente, no estaba a gusto en mi casa y pensé que sería una buena forma de salir, eso creía en ese momento. Mi madre venía algún día a verme y a saber cómo estaba yo, era una casa muy grande de aquellas antiguas, ruidosa y vacía pues los señores se marchaban temprano a trabajar, así que me pasaba casi todo el día sola; al principio estaba tranquila sin discutir con mi madre. Tenía una tarde libre a la semana y lo pasaba en casa pues echaba de menos a mi familia, sobre todo a mi padre y a mis hermanos, a mi madre la veía a veces cuando venía a verme, cuando tenía que volver de mi casa a donde trabajaba me daba tristeza y ya no quería estar allí, necesitaba estar con mi familia, pero –¿cómo se lo decía a mi madre?– después de que fui yo la que me quise ir. Por otro lado mi padre seguía bebiendo y discutía con mi madre y eso me dolía, pues mi padre para mí era el mejor del mundo, pero la bebida lo hacía otra persona, nunca nos pegó ni a mí ni a mis hermanos, ni tampoco a mi madre, era un hombre muy sensible y bueno, en eso nos parecemos mucho, aunque discutía con mi madre. Mientras trabajaba en aquella casa, por lo menos no lo veía ya que todo eso me dolía y que se enfadaran, a simple vista yo parecía una niña muy fuerte, pero no era así, soy muy sensible y todo me afectaba mucho, siempre he creído que mi madre no me quería, o por lo menos no tanto como a mis hermanos, cuando se lo decía me contestaba que era una celosa pero Antonia Peinado
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eso no era verdad, .mi hermana, por ejemplo, era más traviesa e iba más a su bola, le daba igual. Para mi madre si hacía algo mal, siempre era culpa mía, para eso era la mayor, y tenía que cuidarme de ellos que eran mas pequeños; muchas veces me callaba las travesuras que hacía mi hermana, por no sentir a mis padres, aún así siempre nos hemos llevado bien y hemos ido juntas a todas partes, aunque por ser dos años mayor que ella tenía más responsabilidad. Un día me acuerdo que se subió a lo alto de un árbol y no había niño que pudiera subir tan arriba como ella, o se vestía con la ropa de mi madre. Mientras tanto yo seguía trabajando en aquella casa enorme y vacía, quería irme, era como si no me encontrara a gusto, como si estuviera buscando un lugar que no encontraba en ningún sitio. Un día cuando vino mi madre a verme yo estaba llorando, me preguntó qué me pasaba y le dije que no quería estar más días allí, que me quería ir a casa, al principio se enfadó porque fui yo la que quise trabajar allí, me dijo que estuviera hasta que la señora encontrara a alguien y me pudiera encontrar otro trabajo para mí, cuando pude terminar el mes mi madre me vino a buscar y nos fuimos para la casa. Al cabo de un tiempo de quedarse mi abuelo solo, había que tomar una decisión y era, que o él venía a vivir con nosotros cosa que era imposible, pues la casa ya era pequeña hasta para nosotros, o nosotros irnos a vivir a casa de él pues su casa era más grande, además sólo quería estar con mi madre, así lo hablaron entre ellos y acordaron que nos mudaríamos allí, yo estaba encantada pues tenía a mis amigas cerca, vecinas de mis abuelos, mi tíos venían a visitarlo a menudo. Allí vivimos un par de años o quizás menos. Allí tuve mi primer amor de niña, recuerdo muy bien que se llamaba Eduardo, era primo de un vecino que vivía justo a mi lado y ya nos conocíamos de cuando iba a ver a mis abuelos, jugábamos y hablábamos mucho; le gustaba volar la cometa y siempre me lla20
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maba para que lo acompañara, pero casi siempre venían mi hermana y sus primos. Un día me regaló un colgante, era muy bonito, tenía una piedra muy bonita de color marrón claro, la llevaba siempre puesta. Nuestras familias pensaban que acabaríamos juntos, pues nos llevábamos muy bien. Fue la época más bonita que recuerdo de mi niñez, dicen que el primer amor nunca se olvida aunque sea de niña y es cierto, su hermano Juan José que así se llamaba me decía: –¿ya vienes a buscar a mi hermano?, no si ya verás, te casarás con él?– Otro día llevaba puesta una falda muy corta y me dijo: – niña o vendes piernas o compras falda–, eso me hizo mucha gracia, fíjate si han pasado años y no se me olvida. Pero no todo fue bonito en esa etapa; voy a escribir algo que no sabe nadie y que nunca dije pero que voy a contar aquí en mi libro. Un día quedamos mis padres y mis hermanos en ir a casa de mi tía Agustina y algunos más de mis tíos a comer, mis padres y hermanos se fueron en el autobús y yo me fui con uno de mis tíos, mejor dicho él estaba casado con mi tía, hermana de mi madre, pero no voy a decir nombres más que nada por si por alguna casualidad pudiera enterare mi tía y mis primas, y aunque no creo que se dé el caso, prefiero no revelar su nombre, tenía moto y quedó en llevarme con él, nunca se me podría pasar por la cabeza que me pudiera ocurrir algo, al revés mis padres confiaron en él, yo monté detrás, cuando nos alejamos de la casa, me cogió mi mano y la puso en su bragueta, yo me quedé de piedra pues no entendía nada, pero le solté la mano y me puse muy nerviosa por lo que pudiera pasar, de pronto paró la moto, nos bajamos y yo le dije que por qué había parado allí, él me contestó que estaba cansado y que quería descansar, nos sentamos en el suelo, de pronto se echó encima de mí y empezó a tocarme y a besarme, me puse a chillar y a forcejear con él, le dije que me dejara o que se lo diría a mi padre y a mi
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tía, me contestó que no pasaba nada, intentó violarme, gracias a unas voces que empezaron a escucharse muy cerca de nosotros, se levantó del suelo y nos fuimos, no podía quedarme allí sola en una carretera que no conocía, así que monté en la moto y rezaba para que no volviera a intentarlo, ¡iba aterrorizada!, no sabía qué hacer, si lo decía, no sabía lo que eso podría ocasionar, pero no dije nada cuando llegamos a casa de mi tía, desde entonces no lo volvió a intentar y yo procuraba no estar a solas con él. Nunca me atreví a decir nada, pero lo pasé muy mal sin podérselo explicar a nadie. Es ahora después de tantos años y me cuesta escribirlo, es la primera vez que lo hago. Mientras tanto todo seguía igual, ayudaba en casa, y muchas veces me iba con mi madre a una oficina donde habían echado una solicitud para que nos dieran un piso nuevo de protección oficial, al igual que mis vecinos, pensábamos que nos iríamos a vivir juntos, pero no fue así, la vida nos separó, pues a ellos les tocó el piso mucho antes, unos meses después nos lo dieron a nosotros, pero en diferente barrio a unos 50 Km. Muy lejos de distancia y dejamos de vernos, entonces no teníamos teléfono así que perdimos toda comunicación. Al poco tiempo a mi mismo barrio se vinieron a vivir unos primos de él (Eduardo) a veces le preguntaba a ellos por él pero no nos vimos en mucho tiempo, demasiado. El piso era muy bonito en comparación con el que teníamos antes, al principio mi abuelo se vino a vivir con nosotros pero se hacía mayor y mi madre y mis tíos acordaron que se lo llevarían dos meses cada uno, eso me daba pena, ver como mi abuelo iba de un lado para otro, cuando le tocaba estar en mi casa decía que no se quería ir, pero mi madre decía que sí y si ella lo decía estaba todo dicho. Yo encontré trabajo en una fábrica de barriles entonces tenía 22
Poder de superación
13 años, estaba en Badalona, era una fábrica de unas 30 personas entre chicos y chicas dividida en dos naves, las chicas en una y los chicos en la otra, pero a la hora del almuerzo nos juntábamos todos para almorzar y charlábamos un rato, me encontraba bien entre ellos; pronto aprendí a llevar todas las máquinas, entre las chicas había una Rosario, que después resultó ser mi cuñada, y desde el principio nos llevábamos bien pero había, otra de origen gitana que desde el primer momento nos caímos fatal, era la típica chica mandona que sabe más que nadie y era la que más tiempo llevaba en la fábrica, que si esto hazlo así, que si esto de esta forma, yo no le hacía ni caso, pues para eso estaba el encargado, un tal Marcos, que alababa mi labor pues decía que aprendía rápido y a veces me hacía más piezas que ella y eso le molestaba un montón, era la única chica con la que no me llevaba bien. En la nave de los chicos estaba trabajando Ángel, que más tarde se convirtió en mi cuñado, todas las chicas estaban locas por él, todo el día se lo pasaban hablando de él y le iban detrás, y la verdad es que era un chico guapísimo, rubio con los ojos azules, alto, delgado, una monada de chico la verdad, aún lo sigue siendo; pero un día estábamos apilando unos barriles una chica gitana que se llamaba Antonia y yo, empezó diciendo que lo hiciera de otra forma, yo le dije que no que el encargado me había dicho que lo hiciera así, pero ella no paraba de darme órdenes y me tenía hasta las narices, nos empezamos a insultar y nos enganchamos de los pelos, yo la agarré del pelo y la tiré contra una pared, le advertí que nunca más se metiera con mi forma de trabajar, al oír los gritos vino el encargado que nos dio una buena bronca y nos dijo que subiéramos al despacho que el jefe nos quería ver, y que lo más seguro iríamos a la calle las dos, yo pensé que me iría yo sola pues todavía no tenía los 14 años y no me tenían asegurada, subimos las dos juntas, después de preguntarnos lo que había pasado y de darle una explicación nos dijo que la próxima vez iríamos las dos Antonia Peinado
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a la calle, regresamos a nuestro trabajo y desde entonces éramos las mejores amigas de la fábrica. Como me caía lejos de mi casa, me llevaba la comida y como yo habían otros compañeros que también se quedaban a comer allí, como teníamos dos horas, teníamos tiempo para hablar y conocernos mejor, a veces nos íbamos a ver tiendas, sobre todo una en la que había cosas para la casa; allí compré mis primeras cosas para el ajuar como antes se hacía, como le tenía que dar a mi madre el sueldo, sólo tenía lo que ella me daba para el autobús y poca cosa más, fui apartando las cosas y cuando las tenía pagadas entonces me las llevaba a mi casa, y allí las guardaba. Estaba ilusionada con ese trabajo, primero entré de aprendiza, después cuando cumplí los catorce años me hicieron un contrato. Lo único que me molestaba mucho es que mi madre seguía yendo ella a cobrar a principio de cada mes, me hacía sentir mal y me daba vergüenza, no se fíaba de mí, creía que no le daría todo el dinero que cobraba, pero un día me harté y le dije no volviera aparecer por el despacho, que estaba harta de que me dejara en ridículo delante de mis jefes y de mis compañeros, que si tenía edad para trabajar también la tenía para llevar el dinero a casa, que si no daría aviso a mi jefe para que no le pagaran ni un duro puesto que si la que trabajaba era yo, lo tenía que cobrar… Se puso como loca me dijo de todo lo que quiso, pero yo lo tenía claro, ya estaba harta de que me manipulara como le diera la gana, también le dije que no volviera a ir a mi jefe a preguntar, cómo me comportaba o algo por el estilo, le dije lo que había y no iba a cambiar de decisión, ya tenia edad suficiente para saber lo que hacía, llevaba trabajando desde los nueve años. Poco a poco me fueron subiendo el sueldo, y estaba muy bien allí, todos los compañeros nos llevábamos muy bien, como ya he dicho antes Rosario que después fue mi cuñada trabajaba conmigo también, vivíamos en el mismo barrio, ella vivía con sus tíos, aunque sus padres vivían en mi mismo bloque, ella casi no los veía, 24
Poder de superación
Antonia Peinado Pérez Nací en un pueblecito precioso llamado Santa Marta de los Barros (Badajoz) Escribo por afición y ésta es mi biografía. Me ha costado mucho escribirla pues hay momentos muy duros, pero hacerlo ha sido una liberación personal. Está escrita para todo tipo de público pero sobre todo para mujeres que han sido o son maltratadas por la vida o por sus parejas. Para enseñarles que podemos y debemos defendernos de nuestros agresores, que podemos luchar y ser felices con otras personas e incluso solas. Si con esto pudiera ayudar aunque fuera a una sola persona, me daría por satisfecha. Ya estoy escribiendo mi segundo libro.
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