Violetas en el lodazal

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Violetas Lodazal en el

Arantxa Ugartetxea Arrieta


Arantxa Ugartetxea Arrieta, es nacida en Donostia-San Sebastián el 28 de abril de 1942, licenciada en «Ciencias de la Educación» especialización «Pedagogía», por la Universidad del País Vasco. Titulada en «Euskara» por Euskaltzaindia (Academia de la Lengua Vasca). En la actualidad miembro activo de «Eusko IkaskuntzaSociedad de Estudios Vascos». Profesora en «Ikastolak» escuelas vascas, en la universidad, y programas de alfabetización de adultos, tanto en el País Vasco como en Colombia y Chile.


Violetas Lodazal en el

Arantxa Ugartetxea Arrieta


Violetas en el lodazal 漏 Arantxa Ugartetxea Arrieta

Edita:

I.S.B.N.: 978-84-16414-69-7 Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicaci贸n ni de su contenido puede ser reproducida, almacenada o transmitida en modo alguno sin permiso previo y por escrito de la autora.


«Fue el tiempo que pasaste con tu rosa lo que la hizo Importante» Antoine de Saint-Exupéry



Donostia, 04 / 09 / 2015

¡Hola! Quiero deciros que durante algún tiempo han reposado vuestras cartas en mi carpeta, esperando que sufrieran la transformación necesaria que me permitiera tomarlas para poder leerlas una y otra vez de una forma entrañable porque considero que desde esta sensibilidad fueron escritas, entregándomelas después en un momento de mutua confianza. Considerando vuestra amable generosidad y sintiendo que de alguna manera debía de corresponder a esta transparencia inusual, me he dedicado a acompañaros personalmente en una especie de peregrinación, en la cual en ningún momento he permanecido insensible ante tanta suposición acumulada y tanto silencio impuesto, hasta el punto de sentir la necesidad de trascender esta realidad a través de este texto, uniéndome así a la denuncia explicita del maltrato existente que hasta el día de hoy recibís en vuestro camino de búsqueda. ·7·


Seguís encontrándoos con burocracias que aparentan ser firmes certezas de la manera más grotesca pero como las niñas y niños de hace algún tiempo hoy sois adultos, ya nada es igual. Mi emocionado abrazo. Arantxa

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Un niño nos ha nacido Un hijo se nos ha dado ab

Eran las orquídeas las que adornaban el salón de la casa en la que vivía Violeta en un pueblecito situado al norte de Colombia, cuando un buen día y entre perfumes de guayaberas llegó a sus manos una carta de la familia. El correo al que llegaban las misivas, era un establecimiento sencillo administrado por una señora amable que en ocasiones enviaba a su hijo adolescente con la carta en la mano para entregársela directamente a Violeta, sabedora de la emoción siempre latente que mediaba en este correveidile transoceánico. La ciudad en la que vivía su familia, estaba situada en un regazo del Atlántico al sur de la vieja Europa, en donde el océano cambia su nombre y pasa a ser de una categoría más cercana y femenina llamada Mar y apellidada Cantábrico. La carta era de su única hermana comunicándole que tenían un hijo de mes y medio, un bebé saludable que había transformado la rutina familiar en una cotidianidad en la que se lactaban ternuras. Unas fotos acompañaban el relato que ponía imágenes a lo que en el entorno de la casa se estaba viviendo. Le decía que sentía su falta y le insinuaba que volver a casa para compartir estos momentos sería el regalo mejor recibido por todo el entorno familiar. La historia del bebé le hizo regresar a Violeta a la calle Pío Baroja de su ciudad natal, el niño tenía siete meses bien cui·9·


dados cuando lo vio por primera vez y trasmitía, según contaba ella, salud y ternura a raudales. Se convirtió en el centro de sus atenciones y en la fuente de sus mejores y más tiernos sentimientos. El vínculo que entre ambos se creó durante los primeros años de Nardo fue indestructible además de estar revestido de sabidurías innatas que a lo largo de la vida se irían expresando de manera real y contundente. Pero antes de narrar la vuelta a casa que sin titubeos decidió Violeta considero que debo sacar a la luz la respuesta que tuvo que cruzar dos océanos para llegar a la casa de su hermana. Esta carta apareció en una carpeta singular que guardada en el criado mudo, también llamado mesilla de noche, que había al lado de la cama de Violeta. Debió de ser rescatada por ella del costurero de Leonor años más tarde.

Barbosa, Diciembre de 1973 Querida Leonor: No tengo palabras para expresar la emoción que me has causado. Ponerme en contacto con la realidad familiar, es una cosa que tu sabes hacer de manera sensible y yo diría que también casi visual. Desde mi infancia he seguido tus pasos con la admiración que me producías por tu singular manera de ser quizás adelantada a nuestro tiempo y por lo tanto cargada en ocasiones de una falta de com· 10 ·


prensión generada más que nada por ciertas ignorancias que se han ido despejando en el transcurso de nuestras vidas. Siempre fuiste mi fiel defensora menos cuando decidí salir de casa para entregarme en cuerpo alma y sombrero, a una fuerza llamada vocación que yo consideraba irrenunciable. A la vera del Castillo de Xabier apóstol de las Indias, aprendí, y compartí ideales en una comunidad de mujeres dispuestas a recorrer el mundo para ayudar a los más necesitados. Si para mí fue una realización liberadora para ti resultó ser la sensación de una pesada carga familiar que asumiste con una dignidad que rayaba en la normalidad. Ahora me comunicas tu maternidad. No tengo palabras o mejor dicho la emoción me embarga. Siempre fuiste sorprendente y esta vez a lo grande. Cuenta conmigo en este nuevo aprendizaje lleno de ternuras. En la próxima carta te comunicaré el día, el número de vuelo y en la compañía que viajaré. Por las fotografías deduzco que Nardo es un hermosísimo bebé, no veo la hora de tenerlo entre mis · 11 ·


brazos. Necesito ir a Bogotá estos días y aprovecharé para mandarle un peluche. Me comentas que has reunido a primas y amigas en casa al estilo de la tradicional «atsolorra» (palabra que se utiliza en vasco cuando mujeres cercanas a la madre se reúnen con ella para celebrar la fiesta del recién nacido), no tengo ni dudas sobre lo bien que lo pudisteis pasar unas treinta mujeres compartiendo degustación, alegría, corre ve y diles, música y algún que otro canto y baile espontáneos. Te gusta convocar a la fiesta, eres excelente anfitriona, nunca has escatimado compartir buenas noticias y esta no era para menos... Cuenta conmigo. Tu hermana que mucho te quiere. Violeta

La renuncia al estilo de vida colombiana por el que Violeta había optado, además de suponer desarraigos afectivos, suspensión de ideales, adioses forzados y guayabos respectivos, supuso una energía añadida totalmente necesaria para volver a casa. La fortaleza de la vuelta no era otra que el recién nacido. De todas maneras ella nunca renunció definitivamente · 12 ·


al estilo de vida deseado y mucho menos a las redes afectivas que se habían conformado en el período colombiano. Afilando sensibilidades podría decir que todo quedó en un sincero y conmovedor trueque entre dos espacios posibles separados por dos océanos entre los que se iba tejiendo la red que siempre ella sustentó después de haber tomado suficiente distancia familiar como para poder convivir a caballo entre las dos emociones que parecían sustentar una manera de ser raizal no excluyente, posibilitando de alguna forma el aquí y el allá.

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Entre sus brazos ab

Leonor estaba en el umbral de la casa de sus padres con su hijo en brazos cuando tocó el timbre para saludar a su hermana recién llegada y mostrarle el bebé. Violeta acudió con mucha ilusión a la puerta haciéndole entrar a su hermana. Este encuentro fue decisivo para ambas porque las dos se emocionaron hasta las entrañas y casi sin pronunciar palabra Violeta sintió que Leonor descansaba con su presencia mientras ella cogía al niño entre sus brazos como un auténtico regalo de la vida que su hermana entre muchos cuidados le confiaba. El niño tenía siete meses y pasó de unos brazos a otros con alegría, no lloró, parecía todo placer y Violeta no dejó de mirarle, besarle, acunarle y disfrutarlo aquella mañana en la que por primera vez se tenían mutuamente. Contaba que Leonor comentó en aquellos momentos algo que delataba la gran confianza que en ella siempre depositaba. Dejó durante un mes el niño a su cuidado y partió hacia el norte de Europa con su marido en viaje de negocios. Ocurrió que, mientras Nardo se acostumbró al cambio y cuando llegaron sus padres Leonor percibió que no le había conocido, causando este hecho en ella algo de tristeza que fue superada a la velocidad del rayo, como suele ser todo en la infancia, puntual y aparentemente rápido. A nadie confiaba su hijo Leonor sino a su hermana y lo hacía con una tranquilidad pasmosa. Así Violeta tuvo la oportunidad de vivir su instinto de manera real porque Nardo fue creciendo entre carantoñas, cuentos y ternuras en los espa· 15 ·


cios compartidos con ella que no eran pocos. Un día descubrió que el niño comía mejor cuando el peluche colombiano estaba en su presencia, otro que los cuentos que ella le contaba calmaban sus sueños, que era comunicativo, alegre y que entre los caprichos deseados había algunos que le eran negados. Cuando comenzó a hablar, la primera palabra de tres sílabas que pronunció con una claridad meridiana fue «amona» (abuela en vasco), mientras entraba en casa con pasitos apresurados hacia el cuarto donde la madre de Violeta le esperaba todas las mañanas para consentirle, según las hijas contaban, cosas que a ellas no les había permitido, la verdad es que tenía predilección por su nieto. Nardo habló con la misma facilidad desde el principio el euskara (vasco) y el castellano, distinguiendo perfectamente las personas que se expresaban en el idioma respectivo a la hora de comunicar o pedir algo. Mientras pasaban los días y corrían los años Violeta convivió bastante con él y cuando hablaba de esta época de su vida lo hacía con una cadencia especialmente tierna. Siempre guardaba un agradecimiento especial a la confianza que su hermana había depositado en ella al tiempo que le proporcionaba la convivencia con su hijo, cosa que siempre consideró el mejor regalo de su vida. La opción por la escuela vasca, «ikastola», para la educación del niño llegó en la hora oportuna, él iba contento a la escuela aunque los primeros días le costó separarse de su madre, hasta que vio que no la perdía. Cuando llegaron los años del estudio académico demostró muy poca afición al mismo y en más de una ocasión hubo disgustos familiares por su resistencia. De todas maneras los esfuerzos realizados por ellos no parecían tener los resultados esperados en la escuela mientras en la casa la convivencia con él seguía siendo muy buena. Considerando que los años de la infancia de Nardo habían sido superados con creces y que Violeta estaba enamorada dio una · 16 ·


vez más la campanada comunicando que se casaba y se iba a vivir a Brasil con su pareja. Leonor sintió de nuevo tristeza y en la familia surgió un ambiente agridulce aunque ella apoyó a Violeta con una claridad meridiana en su nueva opción de vida que la supo plasmar con ilusión en un regalo de boda muy personal, dando pruebas una vez más de su agradecimiento por lo compartido y su incondicional confianza. El sentimiento más fuerte de Violeta esta vez pertenecía a Nardo, no verle, alejarse, no besarle, no escuchar su voz, perder la comunicación a pura piel… se le hacían casi insuperables. Pero una vez más el más allá se denominaba São Paulo, el amor era real y las esperanzas de volver también. Consideraba Violeta que Nardo vivió este episodio sin entender demasiado por qué un hombre para él desconocido la alejaba de su lado más allá de dos océanos.

São Paulo Octubre de 1982 Querido y añorado Nardo: No olvides nunca que te tuve entre mis brazos aunque ahora sientas que estoy lejos. En este momento no puedo asegurar nuestra fecha de vuelta a Pío Baroja pero sí que volveré, en esa esperanza permanezco cuando llena de saudade recuerdo y veo como en una película nuestras complicidades durante nueve años. Saudade es una palabra brasileña que aquí se usa mucho cuando queremos manifestar · 17 ·


el sentimiento que nos provoca la ausencia de una persona muy querida. Seguro que a ti te ocurre algo parecido. No es tristeza lo que siento y espero que tu tampoco, sino la falta de tu presencia que espero recuperar en poco tiempo. La casa en la que vivimos es un caserío que luce un «lauburu» (trébol de cuatro hojas en vasco) en el frente, está construido en la cima de una loma, en la Rua dos Jasmins (calle de los jazmines) número 36 que fue arbitraria e intencionadamente elegido como recuerdo de la guerra civil española. El caserío está protegido por dos perros muy vivos que pasan el día jugando en el terreno de la casa junto con un gato que parece un tigre y que debe de ser de algún vecino desconocido, yo creía que el gato no jugaría con los perros pero me equivoqué, se lo pasan en grande. Siempre pienso en lo que tu disfrutarías en este espacio, aunque ya sé que en ocasiones también te dan miedo los perros. Sus nombres son Arin y Pizkor. No entran en la casa, están muy bien educados, me protegen totalmente cuando estoy sola aunque yo no les hago muchas carantoñas porque no fui educada · 18 ·


para tratarlos y he tenido que superar los miedos del comienzo para darme cuenta que son de una fidelidad y protección hacia mi extraordinaria. Se aproxima el día de tu cumpleaños y estoy segura de que habrá celebración en casa. Pienso que a estas alturas ya has manifestado en más de una ocasión qué quieres que te regalen y espero que cumplan tu deseo ¡si se puede claro! Para mí también será un día especial que procuraré llenarlo con tus recuerdos como el que cuando el «aitona» (abuelo en vasco) estaba recién operado de cataratas fuiste tú su guía en los paseos y recorridos por los jardines del palacio Miramar, me gusta volver a veros con mi imaginación; también me encanta recordar cómo te reías cuando te contaba el cuento de «Galtzaundi» (pantalones grandes) y cómo me pedías que continuara las historias que resultaban ser pura invención por mi parte mientras me las veía y me las deseaba para prolongarlas respondiendo a tus interminables peticiones, hasta que por fin cedías atacado por el sueño. No sé cómo te va en la «ikastola», ya me contarás, en alguna de las cartas la «ama» (madre en · 19 ·


vasco) me comentaba que habías sido el mejor de la clase en la redacción de un cuento, ¡qué bonito! Por hoy me despido y espero tus noticias. Hasta cuando quieras. Recibe un ramillete de besos. Zure izeba (tu tía) Violeta

Esta carta la encontré junto con otras, dentro de un álbum en cuya tapa estaba escrito con letras grandes AQUELLOS MARAVILLOSOS AÑOS al pie de una bonita fotografía sacada en casa el día del casamiento de Violeta en la que aparecen ella y Nardo como si vivieran solos en el mundo mientras se miran con una hermosa y tierna complicidad. Por lo visto a Leonor le gustaban las manualidades y entre ellas el petit point, especie de punto de cruz al que se dedicaba en los anocheceres mientras veía algún programa de televisión ayudada por un bastidor en el que quedaba atrapado el cañamazo que iba rellenando de colores con una dedicación y paciencia exquisita. Los diseños románticos terminaron tapizando la sillería del comedor además de dos hermosos sillones que aparecieron en el piso de arriba donde solía vivir Violeta con sus padres. El costurero permanecía siempre a su lado a la vera del sofá y pienso que en estas horas de la noche leía y releía las cartas de su hermana porque al fondo del cestillo fueron encontradas varias, como si de un tesoro escondido se tratara. · 20 ·


Una llamada telefónica cambió para las dos hermanas el presente al que vivían entregadas. Leonor puso conferencia a la Rua dos Jasmins para comunicar a Violeta que iba a ser operada del pulmón porque le tenían que quitar parte del mismo. La noticia le dejó descolocada además de desolada. Iba a ir a París, ya estaba todo arreglado, hospital, médico…, su marido parecía estar cumpliendo el deseo que ella le había manifestado de que confiaba más en la posibilidad de un buen resultado allá que acá y es que fue en el país francés en el que realmente experimentó en su adolescencia cotas más altas de libertad y realización personal, quedando desde entonces afectivamente vinculada a él. Hablaba francés estupendamente y al hacerlo disfrutaba. Violeta viajaba todos los veranos a su entorno familiar cruzando los dos océanos y nunca perdió el hoy correspondiente, pero esta vez pensó que quizás no iba a ser como otras veces. Efectivamente una segunda llamada familiar le confirmó que debería adelantar su viaje si deseaba estar con su hermana. Apresuró el vuelo y llegó a permanecer a su lado tres días y tres noches, la última fue de una luna llena espectacular y la desolación fue la sensación más inexplicable del momento. Le correspondía acompañar al «aita» (padre en vasco) de Nardo a decirle a su hijo que Leonor había viajado definitivamente y decidieron hacerlo juntos a la mañana siguiente. No fue fácil comunicar a Nardo, no fue fácil pasar y seguir pasando aquel trago entre padre e hijo, nunca, parece ser por los comentarios que Violeta hacía, la fortaleza del vínculo afectivo entre ambos dio muestras de debilidad y poco a poco sin dejación alguna cada uno a su manera se fueron encontrando en medio del sufrimiento y las dificultades respectivas. Nardo se negó a estudiar quebrando así los deseos alimentados por su «aita» y éste se las apañó como pudo para procurarle un espa· 21 ·


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