“En ti, Señor, pongo mi
esperanza” (Sal 38)
//// Semana Santa DuocUC / 2008 ////
Introducci贸n
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E
n estos días recorreremos, con Cristo, su pasión y muerte en la cruz, contemplando el amor de Dios por nosotros que permite el sacrificio de su Hijo y, llenos de esperanza, nos alegraremos de su resurrección salvífica. La Iglesia nos invita a vivir estos días con recogimiento interior, haciendo un alto en las labores cotidianas para contemplar detenidamente el misterio pascual, no con una actitud pasiva, sino con el corazón dispuesto a volver a Dios y con el ánimo de lograr una sincera reconciliación con Él. Nuestra vida cotidiana no está exenta de dificultades, disgustos, problemas familiares o económicos y todos los contratiempos que se nos presentan. Todo ello
puede servirnos para identificarnos con el sufrimiento del Señor en la pasión, sin olvidar el perdón, la paciencia, la comprensión y la generosidad para con nuestros semejantes. La muerte de Cristo nos invita a morir también, no físicamente, sino a luchar por alejar de nuestra alma la sensualidad, el egoísmo, la soberbia, la avaricia, la muerte del pecado para estar debidamente dispuestos a la vida de la gracia. Sin embargo, nuestra vida también está llena de alegrías, lo que se expresa en estos días, en que no sólo se nos invita a morir sino, también, a Resucitar en Cristo, y a alegrarnos de la Salvación que nos regala; A volver de las tinieblas del pecado para vivir en la gracia divina. A recuperar la dignidad de hijos de Dios, que Cristo alcanzó para nosotros, con la Resurrección.
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¿Qué se celebra cada día?
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L
a Semana Santa comienza con el Domingo de Ramos, día que une la entrada triunfante de Cristo y el anuncio de la pasión. Cristo es aclamado como Mesías con ramos de olivos por los habitantes de Jerusalén. Los ramos son el signo de la expresión de la fe en Cristo, Mesías y Señor. Los ciudadanos de Jerusalén ven a Jesús trayendo vida y buscan ramas para saludarlo. Por un momento, la gente revivió la esperanza de tener consigo a aquel que venía en el nombre del Señor. Al menos así lo entendieron los más sencillos, los discípulos y aquellos que acompañaron a Jesús, como un Rey. A su vez, este es un camino que inicia Cristo hacia la muerte, para la salvación de todos los hombres. Por eso, este domingo tiene un doble carácter, de gloria y de sufrimiento, que es lo propio del Misterio Pascual.
Santo Triduo Pascual El Triduo Pascual es el punto culminante de todo el año litúrgico, ya que Jesucristo ha cumplido la obra de la redención de los hombres y de la perfecta glorificación de Dios: muriendo, destruyó nuestra muerte y, resucitando, restauró la vida. Durante el Triduo, la Iglesia conmemora los grandes acontecimientos de los últimos días del Señor y nos invita a celebrar los misterios de nuestra redención. La Pasión y Resurrección del Señor se hacen sacramentalmente presentes en las celebraciones litúrgicas, de modo que los fieles podamos renovar nuestra vocación cristiana. Para esto, se nos recomienda acceder al sacramento de la Reconciliación, para morir al pecado y renacer a la gracia.
Entre el Domingo de Ramos y el Jueves Santo aparecen tres días, el Lunes, Martes y Miércoles Santos, que nos permitirán reflexionar en la importancia de la Semana Santa y prepararnos para vivir el Triduo Pascual.
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Cada celebración del Triduo presenta características particulares: Comienza con el Jueves Santo, día en que recordamos que Jesucristo es modelo de humildad al lavar los pies de sus discípulos, recordándonos que Él no vino a ser servido. Tras el lavatorio de pies, recordamos la institución de la Eucaristía, en la Última Cena. Esa noche se torna oscura con la Oración de Jesús en el Huerto. La contemplación del dolor de Nuestro Señor comienza a estremecernos y nos prepara para comprender la profundidad de la Pasión del Señor. El Viernes Santo recordamos el prendimiento, flagelación, coronación de espinas, juicio, camino del Calvario, crucifixión y muerte de Jesucristo. Es un día que debe animarnos a una profunda reflexión, a una concentración profunda en el misterio del sufrimiento y de la muerte del Señor. Valdrá mucho la pena que en el Viernes Santo leamos el Evangelio atentamente, y que reflexionemos seriamente sobre nuestra vida y la generosidad de Dios que da su Vida para nuestra salvación.
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Con la muerte del Señor en la cruz, el mundo se cubre de tinieblas. Un momento de espera en la que la Iglesia nos pide que acudamos a la Santísima Virgen, la madre dolorosa que ha recibido de José de Arimatea el cuerpo sin vida de Jesús. Es precisamente en este Sábado Santo cuando podemos apreciar la grandeza de la Santísima Virgen. Con este día concluye la Semana Santa. Del dolor y la oscuridad pasamos a ver a un Jesucristo deslumbrante, Rey de Reyes. Comienza la Pascua con el Domingo de Resurrección y llegamos al momento cúspide en el calendario litúrgico. Jesús ha muerto por nosotros, pero ha resucitado abriéndonos las puertas del Cielo.
Te invitamos a acompañar a Cristo estos días y a poner en Él tu esperanza, a través de la meditación de textos bíblicos y las palabras de SS. Benedicto XVI en su Encíclica Spe Salvi, “Salvados en la Esperanza”. “A lo largo de su existencia, el hombre tiene muchas esperanzas, más grandes o más pequeñas, diferentes según los períodos de su vida. A veces puede parecer que una de estas esperanzas lo llena totalmente y que no necesita de ninguna otra. En la juventud puede ser la esperanza del amor grande y satisfactorio; la esperanza de cierta posición en la profesión, de uno u otro éxito determinante para el resto de su vida. Sin embargo, cuando estas esperanzas se cumplen, se ve claramente que esto, en realidad, no lo era todo. Está claro que el hombre necesita una esperanza que vaya más allá. Es evidente que sólo puede contentarse con algo infinito, algo que será siempre más de lo que nunca podrá alcanzar. (...) Más aún: nosotros necesitamos tener esperanzas –más grandes o más pequeñas–, que día a día nos mantengan en camino. Pero sin la gran
esperanza, que ha de superar todo lo demás, aquellas no bastan. Esta gran esperanza sólo puede ser Dios, que abraza el universo y que nos puede proponer y dar lo que nosotros por sí solos no podemos alcanzar. De hecho, el ser agraciado por un don forma parte de la esperanza. Dios es el fundamento de la esperanza; pero no cualquier dios, sino el Dios que tiene un rostro humano y que nos ha amado hasta el extremo, a cada uno en particular y a la humanidad en su conjunto. Su reino no es un más allá imaginario, situado en un futuro que nunca llega; su reino está presente allí donde Él es amado y donde su amor nos alcanza. Sólo su amor nos da la posibilidad de perseverar día a día con toda sobriedad, sin perder el impulso de la esperanza, en un mundo que por su naturaleza es imperfecto. Y, al mismo tiempo, su amor es para nosotros la garantía de que existe aquello que sólo llegamos a intuir vagamente y que, sin embargo, esperamos en lo más íntimo de nuestro ser: la vida que es realmente vida.” (Spe Salvi, 30- 31)
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Semana Santa
16 de marzo ///
Domingo de Ramos Texto Bíblico
Nos ponemos en presencia del Señor, haciendo la señal de la cruz: “En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”
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Fueron, pues, los discípulos e hicieron como Jesús les había encargado: trajeron el asno y el pollino. Luego pusieron sobre ellos sus mantos, y él se sentó encima. La gente, muy numerosa, extendió sus mantos por el camino; otros cortaban ramas de los árboles y las tendían por el camino. Y la gente que iba delante y detrás de él gritaba: “¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!” Y al entrar él en Jerusalén, toda la ciudad se conmovió. “¿Quién es éste?”, decían. Y la gente decía: “Este es el profeta Jesús, de Nazaret de Galilea.” (Mt. 21, 6-11)
Reflexión
En esperanza fuimos salvados, dice san Pablo a los Romanos y también a nosotros (Rm 8, 24). Según la fe cristiana, la “redención”, la salvación, no es simplemente un dato de hecho. Se nos ofrece la salvación en el sentido de que se nos ha dado la esperanza, una esperanza fiable, gracias a la cual podemos afrontar nuestro presente: el presente, aunque sea un presente fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino. (Spe Salvi, 1)
Para Meditar
Quienes acompañaron a Cristo en su entrada a Jerusalén lo aclamaron con ramos. Tenían en él puestas sus esperanzas de salvación. ¿En qué, o quién, tengo puestas mis propias esperanzas? Cristo inicia, hoy, su camino hacia el calvario, donde morirá en la cruz. Él conoce la meta, que es su resurrección. Muchas veces el camino de nuestra vida conlleva cruces. ¿Cuál es la meta que conduce mi camino? Terminamos la reflexión de este día rezando un Padre Nuestro o un Ave María.
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17 de marzo ///
Lunes Santo Texto Bíblico
Nos ponemos en presencia del Señor, haciendo la señal de la cruz: “En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”
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Y cantados los himnos, salieron hacia el monte de los Olivos. Entonces les dice Jesús: “Todos ustedes van a escandalizarse de mí esta noche, porque está escrito: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño. Mas después de mi resurrección, iré delante de ustedes a Galilea.” Pedro intervino y le dijo: “Aunque todos se escandalicen de ti, yo nunca me escandalizaré.” Jesús le dijo: “Yo te aseguro: esta misma noche, antes que el gallo cante, me habrás negado tres veces.” Le dice Pedro: “Aunque tenga que morir contigo, yo no te negaré.” Y lo mismo dijeron también todos los discípulos. (Mt. 26, 30-35)
Reflexión
El hombre es redimido por el amor. Eso es válido incluso en el ámbito puramente intramundano. Cuando uno experimenta un gran amor en su vida, se trata de un momento de “redención” que da un nuevo sentido a su existencia. Pero muy pronto se da cuenta también de que el amor que se le ha dado, por sí solo, no soluciona el problema de su vida. Es un amor frágil. Puede ser destruido por la muerte. El ser humano necesita un amor incondicionado. Necesita esa certeza que le hace decir: “Ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Rm 8, 38-39). Si existe este amor absoluto con su certeza absoluta, entonces -sólo entonces- el hombre es “redimido”, suceda lo que suceda en su caso particular. Esto es lo que se ha de entender cuando decimos que Jesucristo nos ha “redimido”. Por medio de Él estamos seguros de Dios, de un Dios que no es una lejana “causa primera” del mundo, porque su Hijo unigénito se ha hecho hombre y cada uno puede decir de Él: “Vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó hasta entregarse por mí” (Ga 2, 20). (Spe Salvi, 26)
Para Meditar
Cristo sabía que sería abandonado por los suyos, incluso por Pedro, a quien confiaría su Iglesia. Sin embargo, no dejó de entregar su vida por ellos, por nosotros. Se dona con un amor incondicionado, hasta entregarse por mí. El reconocer este amor puede llenar de sentido nuestra existencia. ¿En qué momentos de mi vida siento que he abandonado a Cristo? ¿A través de qué actitudes o acciones? ¿En qué momentos he experimentado este amor incondicional de Cristo, por mí? Terminamos la reflexión de este día rezando un Padre Nuestro o un Ave María.
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18 de marzo ///
Martes Santo Texto Bíblico
Nos ponemos en presencia del Señor, haciendo la señal de la cruz: “En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”
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¿Andan preguntándose acerca de lo que he dicho: Dentro de poco no me verán y dentro de otro poco me volverán a ver? En verdad les digo que llorarán y se lamentarán, y el mundo se alegrará. Estarán tristes, pero su tristeza se convertirá en gozo. La mujer, cuando va a dar a luz, está triste, porque le ha llegado su hora; pero cuando ha dado a luz al niño, ya no se acuerda del aprieto por el gozo de que ha nacido un hombre en el mundo. También ustedes están tristes ahora, pero volveré a verlos y se alegrará su corazón y su alegría nadie se las podrá quitar. Aquel día no me preguntarán nada. En verdad les digo: lo que pidan al Padre se les dará en mi nombre. Hasta ahora nada le han pedido en mi nombre. Pidan y recibirán, para que su gozo sea colmado. (Jn. 16, 19-24)
Reflexión
Y también el “sí” al amor es fuente de sufrimiento, porque el amor exige siempre nuevas renuncias de mi yo, en las cuales me dejo modelar y herir. En efecto, no puede existir el amor sin esta renuncia también dolorosa para mí, de otro modo se convierte en puro egoísmo y, con ello, se anula a sí mismo como amor. Sufrir con el otro, por los otros; sufrir por amor de la verdad y de la justicia; sufrir a causa del amor y con el fin de convertirse en una persona que ama realmente, son elementos fundamentales de humanidad, cuya pérdida destruiría al hombre mismo. Pero una vez más surge la pregunta: ¿somos capaces de ello? ¿El otro es tan importante como para que, por él, yo me convierta en una persona que sufre? ¿Es tan importante para mí la verdad como para compensar el sufrimiento? ¿Es tan grande la promesa del amor que justifique el don de mí mismo? En la historia de la humanidad, la fe cristiana tiene precisamente el mérito de haber suscitado en el hombre, de manera nueva y más profunda, la capacidad de estos modos de sufrir que son decisivos para su humanidad. La fe cristiana nos ha enseñado que verdad, justicia y amor no son simplemente ideales, sino realidades de enorme densidad. En efecto, nos ha enseñado que Dios –la Verdad y el Amor en persona– ha querido sufrir por nosotros y con nosotros. (Spe Salvi 38- 39)
Para Meditar
“El amor exige siempre nuevas renuncias” sin embargo, Cristo mismo nos dice: “Estarán tristes, pero su tristeza se convertirá en gozo”. Así, es una renuncia que nos llena de esperanza. ¿A qué me propongo renunciar hoy, en concreto, para acompañar a Cristo en su gran sacrificio de amor? Terminamos la reflexión de este día rezando un Padre Nuestro o un Ave María.
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19 de marzo ///
Miércoles Santo Texto Bíblico
Nos ponemos en presencia del Señor, haciendo la señal de la cruz: “En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”
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Les dejo la paz, mi paz les doy. Una paz que el mundo no les puede dar. No se inquieten ni tengan miedo. Ya escucharon lo que les dije: “Me voy, pero regresaré a ustedes”. Si de verdad me aman, deberían alegrarse de que me vaya al Padre, porque el Padre es mayor que yo. Les he dicho esto antes de que suceda, para que cuando suceda crean. Ya no hablaré mucho con ustedes, porque se acerca el que tiraniza este mundo. Y aunque no tiene ningún poder sobre mi, tiene que ser así para que el mundo sepa que amo al Padre y que cumplo la misión que me encomendó. (Jn. 14, 27-31)
Reflexión
El cristianismo no traía un mensaje socio-revolucionario como el de Espartaco que, con luchas cruentas, fracasó. Jesús no era Espartaco, no era un combatiente por una liberación política como Barrabás o Bar-Kokebá. Lo que Jesús había traído, habiendo muerto Él mismo en la cruz, era algo totalmente diverso: el encuentro con el Señor de todos los señores, el encuentro con el Dios vivo y, así, el encuentro con una esperanza más fuerte que los sufrimientos de la esclavitud, y que por ello transformaba desde dentro la vida y el mundo. (Spe Salvi, 4)
Para Meditar
Cristo quiere regalarnos su paz, que surge del encuentro con Él, que no es una idea sino una persona y que nos transforma. ¿Qué me quita la paz en estos días? ¿Qué puedo hacer para promover, en mí y los demás, este encuentro con Cristo? Terminamos la reflexión de este día rezando un Padre Nuestro o un Ave María.
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20 de marzo ///
Jueves Santo Texto Bíblico
Nos ponemos en presencia del Señor, haciendo la señal de la cruz: “En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”
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Salió y, como de costumbre, fue al monte de los Olivos; los discípulos le siguieron. Llegado al lugar les dijo: “Pidan que no caigan en tentación.” Se apartó de ellos como un tiro de piedra, y puesto de rodillas oraba diciendo: “Padre, si quieres, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.” Entonces se le apareció un ángel venido del cielo que le confortaba. Y sumido en agonía, insistía más en su oración. Su sudor se hizo como gotas espesas de sangre que caían en tierra. Levantándose de la oración, vino donde los discípulos y los encontró dormidos por la tristeza; y les dijo: “¿Cómo es que están dormidos? Levántense y oren para que no caigan en tentación.” (Lc. 22, 39-46)
Reflexión
Un lugar primero y esencial de aprendizaje de la esperanza es la oración. Cuando ya nadie me escucha, Dios todavía me escucha. Cuando ya no puedo hablar con ninguno, ni invocar a nadie, siempre puedo hablar con Dios. Si ya no hay nadie que pueda ayudarme -cuando se trata de una necesidad o de una expectativa que supera la capacidad humana de esperar-, Él puede ayudarme. Si me veo relegado a la extrema soledad; el que reza nunca está totalmente solo. (Spe Salvi, 32)
Para Meditar
Cristo, después de comer con sus discípulos, se fue al monte para orar. El, que es Dios hecho hombre, y sufre hasta la angustia, espera en la oración y nos invita a hacer lo mismo: “Levántense y oren”. ¿Cómo es mi oración? ¿con qué frecuencia la realizo? ¿Cómo podría hacer de la oración algo cotidiano en mi vida? Terminamos la reflexión de este día rezando un Padre Nuestro o un Ave María
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21 de marzo ///
Viernes Santo Texto Bíblico
Nos ponemos en presencia del Señor, haciendo la señal de la cruz: “En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”
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Y obligaron a uno que pasaba, a Simón de Cirene, que volvía del campo, el padre de Alejandro y de Rufo, a que llevara su cruz. Le conducen al lugar del Gólgota, que quiere decir: Calvario. Le daban vino con mirra, pero él no lo tomó. Le crucifican y se reparten sus vestidos, echando a suertes a ver qué se llevaba cada uno. Era la hora tercia cuando le crucificaron. Y estaba puesta la inscripción de la causa de su condena: “El rey de los judíos.” Con él crucificaron a dos salteadores, uno a su derecha y otro a su izquierda. (Mc. 15, 21-28)
Reflexión
Es cierto que debemos hacer todo lo posible para superar el sufrimiento, pero extirparlo del mundo por completo no está en nuestras manos, simplemente porque no podemos desprendernos de nuestra limitación, y porque ninguno de nosotros es capaz de eliminar el poder del mal, de la culpa, que –lo vemos– es una fuente continua de sufrimiento. Esto sólo podría hacerlo Dios: y sólo un Dios que, haciéndose hombre, entrase personalmente en la historia y sufriese en ella. Nosotros sabemos que este Dios existe y que, por tanto, este poder que “quita el pecado del mundo” (Jn 1, 29) está presente en el mundo. Con la fe en la existencia de este poder ha surgido en la historia la esperanza de la salvación del mundo. (...) Lo que cura al hombre no es esquivar el sufrimiento y huir ante el dolor, sino la capacidad de aceptar la tribulación, madurar en ella y encontrar en ella un sentido mediante la unión con Cristo, que ha sufrido con amor infinito. (Spe Salvi, 36-37)
Para Meditar
Contemplamos, hoy, a Cristo que carga la cruz, cae por su peso, recibe ayuda del Cireneo; es crucificado y muerto. Él sufre para regalarnos la salvación, para librarnos del sufrimiento eterno. ¿Qué dolores –que he experimentado el último tiempopuedo ofrecer hoy a Cristo, para como el Cireneo, ayudarlo a cargar su cruz? Terminamos la reflexión de este día rezando un Padre Nuestro o un Ave María
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22 de marzo ///
Sábado Santo Texto Bíblico
Nos ponemos en presencia del Señor, haciendo la señal de la cruz: “En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”
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Al atardecer, vino un hombre rico de Arimatea, llamado José, que se había hecho también discípulo de Jesús. Se presentó a Pilato y pidió el cuerpo de Jesús. Entonces Pilato dio orden de que se le entregase. José tomó el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia y lo puso en su sepulcro nuevo que había hecho excavar en la roca; luego, hizo rodar una gran piedra hasta la entrada del sepulcro y se fue. Estaban allí María Magdalena y la otra María, sentadas frente al sepulcro. (Mt. 27, 57-61)
Reflexión
“El Señor es mi pastor, nada me falta... Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo...” (Sal 23, 1-4). El verdadero pastor es Aquel que conoce también el camino que pasa por el valle de la muerte; Aquel que incluso por el camino de la última soledad, en el que nadie me puede acompañar, va conmigo guiándome para atravesarlo: Él mismo ha recorrido este camino, ha bajado al reino de la muerte, la ha vencido, y ha vuelto para acompañarnos ahora y darnos la certeza de que, con Él, se encuentra siempre un paso abierto. Saber que existe Aquel que me acompaña incluso en la muerte y que con su “vara y su cayado me sosiega”, de modo que “nada temo” (cf. Sal 23, 4), era la nueva “esperanza” que brotaba en la vida de los creyentes. (Spe Salvi, 6)
Para Meditar
Nuestra esperanza está puesta en un Dios que se hizo hombre y se igualó a nosotros incluso en la muerte. Sufrió en su cuerpo los golpes y en su espíritu el abandono. Lo contemplamos, hoy, en el sepulcro, y esperamos confiados en su resurrección. ¿Qué experiencia, vivida hoy, me gustaría ofrecerle y, así, acompañarlo en el sepulcro? Terminamos la reflexión de este día rezando un Padre Nuestro o un Ave María.
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23 de marzo ///
Domingo de Resurrección Texto Bíblico
Nos ponemos en presencia del Señor, haciendo la señal de la cruz: “En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”
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El primer día de la semana, muy de mañana, fueron al sepulcro llevando los aromas que habían preparado. Pero encontraron que la piedra había sido retirada del sepulcro. Entraron, pero no hallaron el cuerpo del Señor Jesús. No sabían qué pensar de esto, cuando se presentaron ante ellas dos hombres con vestidos resplandecientes. Asustadas, inclinaron el rostro a tierra, pero les dijeron: “¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado. Recordad cómo les habló cuando estaba todavía en Galilea, diciendo: Es necesario que el Hijo del hombre sea entregado en manos de los pecadores y sea crucificado, pero al tercer día resucitará.” Y ellas recordaron sus palabras. Regresaron, pues, del sepulcro y anunciaron todas estas cosas a los Once y a todos los demás. Las que referían estas cosas a los apóstoles eran María Magdalena, Juana y María la de Santiago y las demás que estaban con ellas. Pero a ellos todas aquellas palabras les parecían desatinos y no les creían. Con todo, Pedro se levantó y corrió al sepulcro. Se inclinó, pero sólo vio los lienzos y se volvió a su casa, asombrado por lo sucedido. (Lc 24, 1-12)
Reflexión
En la noche del Gólgota, oíste una vez más estas palabras en tu corazón. A sus discípulos, antes de la hora de la traición, Él les dijo: “Tened valor: Yo he vencido al mundo” (Jn 16, 33). “No tiemble vuestro corazón ni se acobarde” (Jn 14, 27). “No temas, María”. En la hora de Nazaret el ángel también te dijo: “Su reino no tendrá fin” (Lc 1, 33). ¿Acaso había terminado antes de empezar? No, junto a la cruz, según las palabras de Jesús mismo, te convertiste en madre de los creyentes. Con esta fe, que en la oscuridad del Sábado Santo fue también certeza de la esperanza, te has ido a encontrar con la mañana de Pascua. La alegría de la resurrección ha conmovido tu corazón y te ha unido de modo nuevo a los discípulos, destinados a convertirse en familia de Jesús mediante la fe. (...) El “reino” de Jesús era distinto de como lo habían podido imaginar los hombres. Este “reino” comenzó en aquella hora y ya nunca tendría fin. Por eso tú permaneces con los discípulos como madre suya, como Madre de la esperanza. Santa María, Madre de Dios, Madre nuestra, enséñanos a creer, esperar y amar contigo. Indícanos el camino hacia su reino. Estrella del mar, brilla sobre nosotros y guíanos en nuestro camino. (Spe Salvi, 50)
Para Meditar
Cristo nos invita, hoy, a alegrarnos de su resurrección. Nos reunimos, como los discípulos, en torno a María para celebrar este acontecimiento que nos salva. ¿Qué alegrías he experimentado estos días y quiero ofrecérselas a Cristo? Terminamos la reflexión de este día rezando un Padre Nuestro o un Ave María.
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VĂa Crucis
1ª Estación:
3ª Estación:
Te adoramos, Señor, y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo. Sentenciado y no por un tribunal, sino por todos. Condenado por los mismos que le habían aclamado poco antes. Y El calla. Nosotros huimos de ser reprochados. Y reaccionamos inmediatamente. Dame, Señor, imitarte, uniéndome a Ti por el silencio cuando alguien me haga sufrir. ¡Ayúdame! Señor, pequé, ten piedad y misericordia de mí. Padre Nuestro, Ave María y Gloria.
Te adoramos, Señor, y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo. Tú caes, Señor, para redimirme. Para ayudarme a levantarme en mis caídas diarias, cuando después de haberme propuesto ser fiel, vuelvo a reincidir en mis defectos cotidianos. ¡Ayúdame a levantarme siempre y a seguir mi camino hacia Ti! Señor, pequé, ten piedad y misericordia de mí. Padre Nuestro, Ave María y Gloria.
Jesús sentenciado a muerte
2ª Estación:
4ª Estación:
Te adoramos, Señor, y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo. Que yo comprenda, Señor, el valor de la cruz, de mis pequeñas cruces de cada día, de mis preocupaciones, de mis dolencias, de mi soledad. Dame convertir en ofrenda amorosa, en reparación por mi vida y en apostolado por mis hermanos, mi cruz de cada día. Señor, pequé, ten piedad y misericordia de mí. Padre Nuestro, Ave María y Gloria.
Te adoramos, Señor, y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo. Haz Señor, que me encuentre al lado de tu Madre en todos los momentos de mi vida. Con ella, apoyándome en su cariño maternal, tengo la seguridad de llegar a Ti en el último día de mi existencia. ¡Ayúdame Madre! Señor, pequé, ten piedad y misericordia de mí. Padre Nuestro, Ave María y Gloria.
Jesús cargado con la cruz
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Jesús cae, por primera vez, bajo el peso de la cruz
Encuentro con la Virgen
5ª Estación:
7ª Estación:
Te adoramos, Señor, y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo. Cada uno de nosotros tenemos nuestra vocación, hemos venido al mundo para algo concreto, para realizarnos de una manera particular. ¿Cuál es la mía y cómo la llevo a cabo? Pero hay algo, Señor, que es misión mía y de todos: la de ser Cireneo de los demás, la de ayudar a todos. ¿Cómo llevo adelante la realización de mi misión de Cireneo? Señor, pequé, ten piedad y misericordia de mí. Padre Nuestro, Ave María y Gloria.
Te adoramos, Señor, y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo. Caes, Señor, por segunda vez. El Vía Crucis nos señala tres caídas en tu caminar hacia el Calvario. Tal vez fueran más. Caes delante de todos... ¿Cuándo aprenderé yo a no temer el quedar mal ante los demás, por un error, por una equivocación? ¿Cuándo aprenderé que también eso se puede convertir en ofrenda? Señor, pequé, ten piedad y misericordia de mí. Padre Nuestro, Ave María y Gloria.
El Cireneo ayuda al Señor a Segunda caída en el camino llevar la cruz de la cruz
8ª Estación:
Jesús consuela a las hijas de LaVerónica enjuga el rostro de Jesús Jerusalén 6ª Estación:
Te adoramos, Señor, y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo. Es la mujer valiente, decidida, que se acerca a Ti cuando todos te abandonan. Yo, Señor, te abandono cuando me dejo llevar por el “qué dirán”, cuando no me atrevo a defender al prójimo ausente, cuando no me atrevo a replicar una broma que ridiculiza a los que tratan de acercarse a Ti. Y en tantas otras ocasiones. Ayúdame a no dejarme llevar por el “qué dirán”. Señor, pequé, ten piedad y misericordia de mí. Padre Nuestro, Ave María y Gloria.
Te adoramos, Señor, y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo. Muchas veces, tendría yo que analizar la causa de mis lágrimas. Al menos, de mis pesares, de mis preocupaciones. Tal vez hay en ellos un fondo de orgullo, de amor propio mal entendido, de egoísmo, de envidia. Debería llorar por mi falta de correspondencia a tus innumerables beneficios de cada día, que me manifiestan, Señor, cuánto me quieres. Dame profunda gratitud y correspondencia a tu misericordia. Señor, pequé, ten piedad y misericordia de mí. Padre Nuestro, Ave María y Gloria.
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9ª Estación:
11ª Estación:
Te adoramos, Señor, y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo. Tercera caída. Más cerca de la Cruz. Más agotado, más falto de fuerzas. Caes desfallecido, Señor. Yo digo que me pesan los años, que no soy el de antes, que me siento incapaz. Dame, Señor, imitarte en esta tercera caída y haz que mi desfallecimiento sea beneficioso para otros, porque te lo doy a Ti para ellos. Señor, pequé, ten piedad y misericordia de mí. Padre Nuestro, Ave María y Gloria.
Te adoramos, Señor, y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo. Señor, que yo disminuya mis limitaciones con mi esfuerzo y así pueda ayudar a mis hermanos. Y que cuando mi esfuerzo no consiga disminuirlas, me esfuerce en ofrecértelas también por ellos. Señor, pequé, ten piedad y misericordia de mí. Padre Nuestro, Ave María y Gloria.
10ª Estación:
12ª Estación:
Te adoramos, Señor, y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo. Arrancan tus vestiduras, adheridas a Ti por la sangre de tus heridas. A infinita distancia de tu dolor, yo he sentido, a veces, cómo algo se arrancaba dolorosamente de mí por la pérdida de mis seres queridos. Que yo sepa ofrecerte el recuerdo de las separaciones que me desgarraron, uniéndome a tu pasión y esforzándome en consolar a los que sufren, huyendo de mi propio egoísmo. Señor, pequé, ten piedad y misericordia de mí. Padre Nuestro, Ave María y Gloria.
Te adoramos, Señor, y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo. Te adoro, mi Señor, muerto en la Cruz por Salvarme. Te adoro y beso tus llagas, las heridas de los clavos, la lanzada del costado... ¡Gracias, Señor, gracias! Has muerto por salvarme, por salvarnos. Dame responder a tu amor con amor, cumplir tu voluntad, trabajar por mi salvación, ayudado de tu gracia. Y dame trabajar con ahínco por la salvación de mis hermanos. Señor, pequé, ten piedad y misericordia de mí. Padre Nuestro, Ave María y Gloria.
Jesús cae por tercera vez
Jesús es clavado en la cruz
Jesús despojado de sus vestiduras Jesús muere en la cruz
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13ª Estación:
Jesús en brazos de su madre
Oración Final
Te adoramos, Señor, y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo. Déjame estar a tu lado, Madre, especialmente en estos momentos de tu dolor incomparable. Déjame estar a tu lado. Más te pido: que hoy y siempre me tengas cerca de Ti y te compadezcas de mí. ¡Mírame con compasión, no me dejes, Madre mía! Señor, pequé, ten piedad y misericordia de mí. Padre Nuestro, Ave María y Gloria.
Te suplico, Señor, que me concedas, por intercesión de tu Madre, la Virgen, que cada vez que medite tu Pasión, quede grabado en mí lo que Tú has hecho por mí y tus constantes beneficios. Haz, Señor, que me acompañe, durante toda mi vida, un agradecimiento inmenso a tu bondad. Amén
14ª Estación:
El cadáver de Jesús puesto en el Sepulcro Te adoramos, Señor, y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo. Todo ha terminado. Pero no: después de la muerte, la Resurrección. Enséñame a ver lo que pasa, lo transitorio y pasajero, a la luz de lo que no pasa. Y que esa luz ilumine todos mis actos. Así sea. Señor, pequé, ten piedad y misericordia de mí. Padre Nuestro, Ave María y Gloria.
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Pauta para la confesi贸n
1) Examen de Conciencia
Ponernos ante Dios que nos ama y quiere ayudarnos. Analizar nuestra vida y abrir nuestro corazón sin engaños, traduciendo lo meditado en palabras concretas que expresaré al sacerdote.
La Iglesia nos propone cinco pasos a seguir para hacer una buena confesión y aprovechar, así al máximo, las gracias de este sacramento. Estos pasos expresan simplemente un camino hacia la conversión, que va desde el análisis de nuestros actos, hasta la acción que demuestra el cambio que se ha realizado en nosotros.
2) Arrepentimiento
Sentir un dolor verdadero por haber pecado ya que hemos lastimado a Dios.
3) Propósito de no volver a pecar
Si verdaderamente amo, no puedo seguir lastimando al amado. De nada sirve confesarnos si no queremos mejorar. Podemos caer de nuevo por debilidad, pero lo importante es la lucha, no la caída.
4) Decir los pecados al confesor
El sacerdote es un instrumento de Dios. Dejemos a un lado la vergüenza o el orgullo y abramos nuestra alma seguros de que es Dios quien nos escucha.
5) Recibir la absolución y cumplir la penitencia
Es el momento en que recibimos el perdón de Dios. La penitencia es un acto sencillo que representa nuestra reparación por las faltas que cometimos.
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Breve cuestionario para el examen de conciencia Mi actitud y mis acciones u omisiones hacia Dios: • ¿Creo verdaderamente en Dios o confío más en brujerías, amuletos, supersticiones, horóscopos o “energías”? • ¿Amo a Dios sobre todas las cosas o amo más a las cosas materiales? • ¿Voy a Misa los domingos? • ¿Me confieso y comulgo frecuentemente? • ¿Hago oración, entendida como un diálogo íntimo con Dios? • ¿He usado el nombre de Dios sin respeto? • ¿Defiendo a la Iglesia y a sus representantes? Mi actitud y mis acciones u omisiones hacia los demás: • ¿Trato bien a mi familia? • ¿Busco hacerlos felices o que se haga lo que yo digo? • ¿Trato bien a los demás? • ¿He matado, robado o mentido? • ¿He hecho daño a alguien? • ¿Acostumbro hablar mal o pensar mal de los demás? • ¿He participado en pelambres? • ¿He permitido que sentimientos de envidia o rencor den lugar a actos que puedan perjudicar a otros? • ¿He pasado a llevar a otros ya sea con mi actitud o con mis palabras? ¿He hecho sentir mal a otros? ¿He herido a alguien con mis palabras? • ¿Cómo ha sido mi comportamiento con mis padres?
¿He sido respetuoso? ¿Y con otras autoridades como profesores, personas que sirven, trabajadores, gente más sencilla? • ¿He sido generoso, he compartido de lo mío cuando alguien lo ha necesitado? • ¿Cómo es mi comportamiento en la casa? ¿Estoy dispuesto a ayudar, a servir a los demás? ¿Intento hacer una linda vida familiar o me dejo llevar por la lata o por el mínimo esfuerzo y me quejo, soy peleador y poco agradecido? Mi actitud y mis acciones u omisiones hacia mí mismo: • ¿Lucho por ser mejor cada día? • ¿He controlado mi carácter? • ¿He sido leal a mis amistades? • ¿Me preocupo de realizar mis obligaciones con responsabilidad y con la conciencia de que son parte de mi misión personal? • ¿Me preocupo de mi salud, considerando que mi cuerpo es un regalo de Dios? ¿Duermo lo necesario, como lo suficiente, trato de llevar una vida ordenada, dentro de mi realidad? • ¿Me preocupo de cuidar mi cuerpo a través de la alimentación, bebida, gustos? • ¿Soy respetuoso con mi sexualidad? ¿He sido fiel? ¿Cuido y respeto el cuerpo de los demás?
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Edici贸n Direcci贸n de Pastoral DuocUC Dise帽o y diagramaci贸n Magdalena Tagle C.