Misa con tiempo

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ADVIENTO

Volver a empezar Lo hemos oído muchas veces: “La esperanza es el sueño de un hombre despierto”. Los sueños nocturnos, aquellos que emergen de los deseos y del inconsciente, piden ser interpretados y dan trabajo al psicoanálisis; los diurnos, en cambio, piden ser convertidos en realidad. Quien sueña con los ojos abiertos se siente impulsado a alcanzar lo que sueña y a elaborar un plan y estrategias para conseguirlo. Nunca los grandes descubrimientos se han alcanzado al margen de la esperanza. La esperanza es activa, pone en movimiento, dinamiza. El que espera llegar a la meta, camina. Si no se espera no se dará con lo inesperado. La esperanza es frágil como la llama de una vela pero necesaria para ponerse en marcha y no dejarse morir. Si se pierde la esperanza no hay futuro. “Vosotros, los que aquí entráis dejad toda esperanza”, escribe Dante en la entrada del infierno. Pero también es verdad que la insatisfacción y desencanto que sobrevienen a muchas esperanzas alcanzadas y la experiencia humana de tantas esperanzas baldías han abocado en el mundo actual a una profunda crisis de esperanza. Desencanto en muchos que están de vuelta de todo y esperanza fatigada y mortecina en otros, incluidos los cristianos. Se ha dicho que “el s. XX ha resultado ser un inmenso cementerio de esperanzas”. Puede ser que no se alcance lo buscado o soñado; puede ser que se encuentre lo imprevisto, que suframos decepciones y cansancios; puede ser que queden defraudadas ciertas esperanzas, pero la Esperanza, con mayúscula, no quedará defraudada. En el adviento somos convocados a ser testigos, sembradores y militantes de la esperanza. Es en medio de nuestro mundo donde los cristianos hemos de “dar razón de nuestra esperanza”, a nosotros mismos y a los hombres y mujeres de hoy. Creemos en el “Dios de la esperanza”, el primero en “esperar contra toda esperanza”, y creemos en “Cristo Jesús, nuestra esperanza”, “crucificado por los hombres pero resucitado por Dios”. Vino y abrió el horizonte de un mundo nuevo; viene y nos pone en pie. Queremos celebrar su venida saliendo a su encuentro. La esperanza no es una meta que nos proponemos, sino una persona que viene al encuentro como salvador, el sol que sale de lo alto y nos atrae con su luz. No se trata de una virtud para un momento o un tiempo del año, sino una actitud y un estilo de vida. Un cristiano sin esperanza no es cristiano.

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Daremos razón de la esperanza no con nuestras palabras, ni por imperativo moral, sino despertándonos, poniéndonos de pié, mirando decididamente el horizonte, convocando a otros, y emprendiendo con coraje la marcha hacia un mundo nuevo… Porque la esperanza no es una posesión tranquila, sino algo que nos desinstala y nos empuja hacia delante, y que además no se puede guardar celosamente: es para ser compartida.

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REFLEXIÓN INICIAL

Jesús no se dedicó a explicar una doctrina religiosa para que sus discípulos la aprendieran correctamente y la difundieran luego en todas partes. No era éste su objetivo. Él les hablaba de un «acontecimiento» que estaba ya sucediendo: «Dios se está introduciendo en el mundo. Quiere que las cosas cambien. Sólo busca que la vida sea más digna y feliz para todos».

Jesús le llamaba a esto el «Reino de Dios». Hay que estar muy atentos a su venida. Hay que estar prevenidos. Hay que vivir despiertos: abrir bien los ojos del corazón; desear ardientemente que el mundo cambie; creer en esta buena noticia que tarda tanto en hacerse realidad plena; cambiar de manera de pensar y de actuar; vivir buscando y acogiendo el «Reino de Dios».

No es extraño que, a lo largo del evangelio, escuchemos tantas veces su llamada insistente: «vigilen», «estén atentos», «estén prevenidos». Es la primera actitud del que se decide a vivir la vida como la vivió Jesús. Lo primero que hemos de cuidar para seguir sus pasos.

«Estar prevenidos» significa no caer en el escepticismo y la indiferencia ante la marcha del mundo. No dejar que nuestro corazón se endurezca. No quedarnos sólo en quejas, críticas y condenas. Despertar activamente la esperanza.

«Estar prevenidos» significa vivir de manera más lúcida, sin dejarnos arrastrar por la insensatez que, a veces, parece invadirlo todo. Atrevernos a ser diferentes. No dejar que se apague en nosotros el deseo de buscar el bien para todos.

«Estar prevenidos» significa vivir con pasión la pequeña aventura de cada día. No desentendernos de quien nos necesita. Seguir haciendo esos «pequeños gestos» que, aparentemente, no sirven para nada, pero sostienen la esperanza de las personas y hacen la vida un poco más grata y amable.

«Estar prevenidos» significa avivar nuestra fe. Buscar a Dios en la vida y desde la vida. Descubrirlo en cada persona, en cada rostro, en cada mirada. Experimentarlo atrayéndonos a todos hacia la felicidad. Vivir, no sólo de nuestros pequeños proyectos, sino atentos al gran proyecto de Dios de una vida digna y en plenitud para todos sus hijos e hijas.

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MONICIÓN INICIAL

A: El evangelio de hoy es una fuerte invitación a la vigilancia, y es también una exhortación a vivir intensamente, a no perder inútilmente el tiempo y las posibilidades de amar que nos brinda cada día. Más que de “sobrevivir como se pueda”, se trata de vivir cada día a fondo y en plenitud, como si fuera el último, aun cuando tengamos que esforzarnos para superar dificultades. No es vivir en la superficialidad de un placer pasajero o de una costumbre, sino en la entrega libre y gozosa de nuestra vida en el servicio a los demás. Es darle a cada día su peso y su valor. Porque esta vida no es un tiempo que hay que pasar “como se pueda”, luchando para evitar los problemas y buscando sólo satisfacer las necesidades primarias; esta vida es una gran oportunidad, es un regalo inmenso que debemos valorar y agradecer. Y ese es en realidad el sentido fundamental del texto de hoy, que no se detiene a dar descripciones catastróficas, ni pretende explicar cómo será el fin del mundo. Sólo nos recuerda que verdaderamente este día puede ser el último, y que por eso mismo, la actitud correcta es tratar de vivirlo intensamente. ¡Cómo se simplificaría nuestra existencia, y cómo nos preocuparíamos sólo por las cosas verdaderamente importantes si viviéramos cada día como si fuera el último!

ACTO PENITENCIAL

A: «Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor. Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, velaría y no dejaría perforar las paredes de su casa. Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada”». Al comenzar nuestra celebración, y a la luz de estas palabras de Jesús en el Evangelio, nos reconocemos necesitados del perdón y la misericordia de Dios…

C: Por las veces en que nos dejamos arrastrar por el dinamismo de “sobrevivir como se pueda”, sólo luchando para evitar los problemas y buscando satisfacer las necesidades primarias, pero sin creer siquiera en la posibilidad de vivir a fondo y en plenitud… Señor, ten piedad. R: Señor, ten piedad. 6


C: Por las veces en que flaquea nuestra confianza y nos sentimos perdidos y desorientados en este “mundo desbocado” en el que vivimos, y nos volvemos incapaces de reaccionar y de mantener despierta la resistencia y la rebeldía… Cristo, ten piedad. R: Cristo, ten piedad.

C: Por las veces en que, pudiendo hacerlo, no nos atrevemos a introducir sensatez en medio de tanta locura, serenidad en medio del vértigo, sentido ético en medio de tanto vacío de valores, calor humano y solidaridad en el seno de tanto pragmatismo sin corazón… Señor, ten piedad. R: Señor, ten piedad.

C: Danos tu perdón, Padre bueno, y ayúdanos a «estar prevenidos», a fin de vivir plenamente, con lucidez y sentido crítico. Te lo pedimos por Jesús, tu Hijo y nuestro hermano. Amén.

ORACIÓN COMUNITARIA (COLECTA)

Dios y Padre nuestro, al comenzar un nuevo Adviento, te pedimos que alimentes nuestra fe, fortalezcas nuestra esperanza y acrecientes nuestra capacidad de amar, de modo que podamos celebrar, con verdadera alegría y espíritu de conversión y renovación, el recuerdo del nacimiento de Jesús. No permitas que se enfríe nuestro corazón ni que decaiga nuestra confianza, y ayúdanos a estar atentos y vigilantes esperando tu venida; para que cuando llegues, nos encuentres ocupados en la construcción de un mundo más humano. Te lo pedimos a Tí, que vives y haces vivir. Amén. 7


LA PALABRA DE DIOS HOY

PRIMERA LECTURA Lectura del libro de Isaías. Palabra que Isaías, hijo de Amós, recibió en una visión, acerca de Judá y de Jerusalén: “Sucederá al fin de los tiempos, que la montaña de la casa del Señor será afianzada sobre la cumbre de las montañas y se elevará por encima de las colinas. Todas las naciones afluirán hacia ella y acudirán pueblos numerosos, que dirán: “¡Vengan, subamos a la montaña del Señor, a la casa del Dios de Jacob! Él nos instruirá en sus caminos y caminaremos por sus sendas”. Porque de Sión saldrá la Ley, y de Jerusalén, la palabra del Señor. Él será juez entre las naciones y árbitro de pueblos numerosos. Con sus espadas forjarán arados y podaderas con sus lanzas. No levantará la espada una nación contra otra ni se adiestrarán más para la guerra. iVen, casa de Jacob, y caminemos a la luz del Señor!”. Es Palabra de Dios.

SALMO RESPONSORIAL R. Vamos con alegría a la casa del Señor. ¡Qué alegría cuando me dijeron: “Vamos a la casa del Señor!”. Nuestros pies ya están pisando tus umbrales, Jerusalén. R. Allí suben las tribus, las tribus del Señor para celebrar el nombre del Señor. Porque allí está el trono de la justicia, el trono de la casa de David. R. Auguren la paz a Jerusalén: “¡Vivan seguros los que te aman! ¡Haya paz en tus muros y seguridad en tus palacios!”. R. Por amor a mis hermanos y amigos, diré: “La paz esté contigo”. Por amor a la casa del Señor, nuestro Dios, buscaré tu felicidad. R. 8


SEGUNDA LECTURA Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Roma. Hermanos: Ustedes saben en qué tiempo vivimos y que ya es hora de que se despierten, porque la salvación está ahora más cerca de nosotros que cuando abrazamos la fe. La noche está muy avanzada y se acerca el día. Abandonemos las obras propias de la noche y vistámonos con la armadura de la luz. Como en pleno día, procedamos dignamente: basta de excesos en la comida y en la bebida; basta de lujuria y libertinaje; no más peleas ni envidias. Por el contrario, revístanse del Señor Jesucristo. Es Palabra de Dios.

EVANGELIO Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo. Jesús dijo a sus discípulos: “Cuando venga el Hijo del hombre, sucederá como en tiempos de Noé. En los días que precedieron al diluvio, la gente comía, bebía y se casaba, hasta que Noé entró en el arca; y no sospechaban nada, hasta que llegó el diluvio y los arrastró a todos. Lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre. De dos hombres que estén en el campo, uno será llevado y el otro dejado. De dos mujeres que estén moliendo, una será llevada y la otra dejada. Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor. Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, velaría y no dejaría perforar las paredes de su casa. Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada”. Es Palabra del Señor. 9


PARA COMPRENDER MEJOR LA PALABRA DE DIOS HOY

PRIMERA LECTURA: Is 2,1-5 La voz de Isaías resuena, en el primer domingo de adviento, como una invitación universal. En un mundo como el nuestro, profundamente dividido por ideologías, estrategias, religiones, nacionalidades, economías y otras miles de barreras, proclama con fuerza una solemne invitación: ¡Vengan, subamos a la montaña del Señor, a la casa del Dios de Jacob! ¿Por qué y para qué...? Para que el Señor construya entre todos los pueblos una fraternidad universal. El horizonte del profeta. Isaías era un hombre culto; pertenecía probablemente a la aristocracia de Jerusalén, y quizá era, incluso, pariente del rey. Conocía bien cómo prosperaban los poderosos, y cómo hacían los imperios para extender cada vez más sus dominios. La paz era entonces, como ahora, un frágil equilibrio de fuerzas. La guerra era el instrumento querido y empleado, en nombre de los dioses, para hacer crecer la economía y la prosperidad de las naciones. Asiria era el gran imperio del momento; sus dioses eran ambiciosos; y así habían de ser sus fieles. La única alternativa de las naciones más débiles era someterse o asumir resignadamente su desaparición. La visión profética. En medio de este panorama, no muy distinto -por otra parte- del nuestro, los fieles israelitas se sentían tentados de ser como los demás pueblos. Aspiraban a conseguir, por medio de las armas, un lugar importante en el concierto de las naciones. Eso mostraría la grandeza de su Dios. Sin duda, ante un empeño tan noble, su Dios estaría con ellos. Sin embargo, el profeta ha visto fracasar muchas veces esta estrategia. Ha percibido el dolor que Dios ha sentido por un pueblo como el suyo tan empeñado en cimentar su porvenir sobre el poder y la violencia (cf. Is 1,21-26). Y está convencido de que Dios no dejará que la historia transcurra definitivamente por estos caminos. El anuncio de Isaías. Construido como un bello poema, el anuncio del profeta se compone de varios elementos. En primer lugar una afirmación rotunda: frente a las “cumbres” de los poderosos, que se van levantando y cayendo una tras otra, la montaña de la casa del Señor será afianzada sobre la cumbre de las montañas y se elevará por encima de las colinas. La única roca sólida, el verdadero cimiento de la historia, es la presencia de Dios en medio de su pueblo. Ese fin de los tiempos es el horizonte último de la humanidad, su meta y plenitud; que llegará como una reunión de los pueblos, y no como resultado del aplastamiento de unos para con otros. Este es el plan

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de Dios. Mientras las ambiciones humanas conllevan el encumbramiento sobre los demás, el proyecto divino es atraer a todos los pueblos hacia sí. Él, que sí está verdaderamente encumbrado y no necesita encumbrarse, atraerá hacia su cumbre a toda la humanidad. La prosperidad no vendrá ya por la guerra, sino de la paz, de la que brota la armonía de Dios con sus criaturas. Para ello será necesario renunciar al espíritu belicoso y dejarse instruir por el Señor, por su ley, por su palabra. La nueva humanidad nacerá al tiempo que, abandonando las obras propias de la noche (2ª lectura), comience a caminar como en pleno día, a la luz del Señor. El evangelio proclama que ese tiempo está ya presente, por lo que es necesario estar prevenidos.

SEGUNDA LECTURA: Rm 13,11-14 La medida del tiempo era una de las grandes preocupaciones de aquella corriente espiritual y literaria del judaísmo tardío a la que se suele llamar “apocalíptica”. Lógicamente, el tiempo se medía desde la perspectiva de la salvación esperada. El cristianismo naciente y S. Pablo como uno de sus grandes exponentes, reflejan en sus escritos la misma preocupación “cronológica”, aunque con una diferencia: Dios ha ofrecido ya su sí en Jesucristo, que nos ha salvado de este mundo presente malvado (cf. Gal 1,1); con la muerte y la resurrección de Cristo ha dado comienzo el final de los tiempos, el “momento”. Por esta razón, la mirada del cristiano se vuelve en primer lugar al pasado, pero ello no elimina la esperanza, pues la salvación no se ha mostrado aún en toda su plenitud: hemos sido salvados en esperanza, dice Pablo en Rm 8,24. La lectura de este domingo expresa la misma idea, aunque en este texto se funden con mayor claridad las perspectivas de pasado, presente y futuro: la salvación, de la que el cristiano comenzó ya a participar cuando accedió a la fe y que experimenta además en el día a día, se va acercando paulatinamente a él, hasta su consumación definitiva. La esperanza en esta consumación es tan determinante que llega a crear incluso alguna incongruencia en el uso de ciertas imágenes, como la de la noche y el día; se puede pensar, en efecto, que el acontecimiento Jesucristo ha supuesto el comienzo del “día” y de hecho el texto parece suponerlo en su segunda parte (como en pleno día, procedamos dignamente...); pese a ello, el apóstol afirma que la noche está muy avanzada y se acerca el día. Tal vez Pablo se haga eco de las palabras de Jesús recogidas en el Cuarto Evangelio: con la partida de Cristo de este mundo ha comenzado una época de tinieblas (cf. Jn 9,4-5; 11,9-10). De hecho, como en el Cuarto Evangelio, las imágenes de la luz y las tinieblas, del 11


día y la noche, sirven como base para la exhortación; lo que ha acontecido en Cristo, y especialmente en el cristiano que se ha sumergido en su misterio (cf. Rm 6,3ss), se convierte en llamada, en exigencia de vida: negativamente, se trata de “despertarse”, o, lo que es lo mismo, de abandonar las obras propias de la noche; positivamente, de vestirse con las armadura de la luz (nótese la fusión de imágenes “foto-ópticas” y “bélicas”), de conducirse como en pleno día, con dignidad. Dicho sin imágenes, la parte negativa de la exhortación se traduce primero en una serie de acciones vinculadas preferentemente con la noche: basta de excesos en la comida y en la bebida; basta de lujuria y libertinaje; no más peleas ni envidias; luego, al final del c.13, en que el cuidado de nuestro cuerpo no fomente los malos deseos. Esta última exhortación es mucho más fuerte en el original griego, que utiliza el término “carne” (“no se preocupen de la carne”, dice literalmente) en un sentido negativo, es decir, no como una parte del ser humano, sino como una forma de hablar de él en cuanto ser débil, caduco, mortal y, como consecuencia del pecado, opuesto a Dios. De hecho, esta oposición se concreta en la citada exhortación, que en su parte positiva habla de revestirse del Señor Jesucristo. La nueva imagen muestra con gran claridad que la raíz última de la exhortación -o si requiere, de la moral cristiana- es la vinculación al misterio de Cristo por el bautismo (cf Gal 3,27).

EVANGELIO: Mt 24,37-44 1. La obra. El evangelio de Mateo constituye uno de los escritos más importantes, si no el más importante, de la identidad cristiana. Resulta imposible avanzar en la vida y espiritualidad de cuño cristiano sin tenerlo en cuenta. Dada su importancia excepcional, desde tiempos antiguos ha sido el Evangelio más leído y comentado en la Iglesia, el más presentado en la liturgia. 2. El autor. Mateo aparece en su obra como un testigo fuerte de Jesús en momentos difíciles para el desenvolvimiento creyente; se ha acreditado como un hombre de Iglesia providencial, dejándonos un legado donde se muestra como un maestro atento de su comunidad, que conoce muy bien las vicisitudes de su tiempo. Aunque para él el único Maestro es Cristo (23,8), el evangelista participa de su magisterio, por estar tan identificado con su Señor, escribiendo una obra, en la que presenta todo un tesoro de cosas nuevas y viejas (13,52), que nunca dejará de resonar en los oídos y en el corazón de los discípulos; una obra que la Iglesia recordará siempre como actualización perfecta de la Palabra de Dios en la historia de Jesús. 3. El mensaje. El evangelista ha sabido transmitir un encendido testimonio de Cristo, en sintonía con 12


la mejor tradición, pero también con trazos de gran novedad que confieren a su presentación de la figura de Jesús de Nazaret una significación y un atractivo especial. Para Mateo no se puede ser cristiano sin Cristo, el Mesías de la expectación judía y el realizador de las promesas de salvación. La centralidad de Jesús resulta así incuestionable e insustituible. Él se alza en el núcleo más íntimo y vivo de la fe de la Iglesia. Él proporciona sentido a cuanto tiene que ver con el quehacer creyente. Pero el evangelista ha añadido un pensamiento complementario, que no encontramos en los escritos anteriores a él, de indudable trascendencia: el lugar donde conocemos y seguimos a Cristo es el nuevo Pueblo de Dios, la Iglesia, de modo que cuanto se afirma en torno a Jesús tiene sus repercusiones en la comunidad eclesial y ofrece una referencia insustituible a cada uno de sus miembros. Reconociendo que Jesús trasciende su obra, cristología y eclesiología están esencialmente implicadas en la obra mateana. Cuanto afirma Mateo de Jesús y de su Iglesia está tan bien dicho y tiene tanta relevancia que no ha perdido nada de su actualidad. Si la palabra de Dios siempre es viva, este evangelio lo es de manera eminente. El paso del tiempo no le ha hecho perder nada de su actualidad. Y esto no sólo debido a que se encuentra dentro del Canon de libros sagrados del Nuevo Testamento, sino también por causa de los valores objetivos que encierra su mensaje. 4. La venida. Con fidelidad a las enseñanzas de su Señor, Mateo habla con relativa frecuencia del juicio que llegará en su momento. Corrige hábilmente la tradición anterior y presenta este acontecimiento decisivo para el destino de cada hombre no en la proximidad cronológica, como hace Pablo, por ejemplo (1 Tes 4,13-17; 1 Cor 15,51), sino en la espera atenta y responsable. El evangelista, más acorde con la debida profundización del mensaje de Jesús, ha colocado otros acentos, como podemos comprobar en este primer texto del Adviento. Al evangelista le importa aquí decirnos que llegará un momento en que el Hijo del Hombre venga a nuestra vida, no sabemos cuándo, pero podemos estar seguros que ese momento llegará. Lo que importa entonces es permanecer atentos y preparados, para cuando suceda el acontecimiento del encuentro personal con el Señor en la hora final. Interesa sobre todo permanecer vigilantes con obras de amor y frutos de justicia, mensaje que conserva en el presente toda su actualidad. Hoy como ayer y siempre, la mejor manera de preparar el Adviento consiste en permanecer atentos y estar vigilantes a la Venida del Señor sin bajar la guardia en la práctica del amor cristiano. Como Pablo en la segunda lectura, Mateo nos invita a pertrecharnos “con la armadura de la luz”, que para el creyente no es otra que el cumplimiento fiel de las enseñanzas de Jesús, de las que el evangelista da buena cuenta en su excelente escrito. 13


PARA LA ORACIÓN PERSONAL

1er. Momento: apertura, escucha, acogida… Busco una postura corporal cómoda, y que me permita ir serenándome y centrándome… Puedo cerrar los ojos unos instantes... Tomo conciencia de que estoy en presencia de Dios… Respiro profundamente varias veces... Dejo que el silencio vaya creciendo en mí... Leo y releo la Palabra de Dios (quizá te convenga elegir un solo texto y centrarte en él). ¿Qué dice el texto en sí mismo? ¿De qué habla? ¿Hay algo que me llame la atención en forma especial? ¿Qué preguntas me surgen ante el texto? ¿Qué “me” dice el texto? ¿Cómo “me” veo reflejado en él? ¿Qué ecos, qué resonancias, suscitan en mí estas palabras...? ¿Tiene algo que ver conmigo, con lo que me pasa, con lo que estoy viviendo? ¿Me dice algo acerca de mí mismo? ¿Me aclara algo acerca del misterio que soy yo mismo? ¿Qué siento al respecto? ¿Qué me dice del misterio de Dios? ¿Qué rasgo o aspecto del misterio de Dios se me revela? ¿Qué siento ante eso?

Estoy atento a los pensamientos, sentimientos, ideas, recuerdos, deseos, imágenes, sensaciones corporales… acojo serenamente todo lo que va surgiendo en mí, todo lo que voy descubriendo… En todo ello el Espíritu me hace “ver y oír”… y de alguna manera (que puede resultarme no tan clara en este momento), me hace experimentar el amor de Dios...

2° Momento: diálogo, intercambio, conversación... Hablo con Jesús, como un amigo habla con otro amigo, con plena confianza, con toda franqueza y libertad: le expreso mis sentimientos…, le cuento lo que me pasa..., le manifiesto mis dudas…, le pregunto…, le agradezco…, le pido..., le ofrezco...

3er. Momento: encuentro profundo, silencio amoroso, comunión... Después de haber hablado y de haber expresado todo lo que tenía que decirle al Señor, procuro permanecer en silencio… Trato de estar, simple, sencilla y amorosamente en presencia del Señor... Trato de que cese toda actividad interior, de que cesen los pensamientos y las palabras; a lo sumo, me quedo repitiendo alguna frase que se hubiera quedado resonando en mi interior, o reviviendo alguna imagen que me hubiera impactado especialmente… 14


PARA EL DIÁLOGO ENTRE TODOS

(si ayuda… y si no, podemos hablar de lo que cada uno “ha visto y oído” en el rato de oración personal)

Muchos de los ensayos que se escriben sobre el momento actual insisten en las contradicciones de la sociedad contemporánea, en la gravedad de la crisis socio-cultural y económica, y en el carácter en muchos aspectos decadente de estos tiempos que vivimos. Sin duda, también hablan de fragmentos o “restos” de bondad y de belleza, y de gestos de nobleza y generosidad, pero todo ello parece quedar como ocultado por la fuerza del mal, el deterioro de la vida y la injusticia. Al final, todo son “profecías de desventuras y desgracias”. Se olvida, por lo general, un dato enormemente esperanzador. Está creciendo en la conciencia de muchas personas un sentimiento de indignación ante tanta injusticia, degradación y sufrimiento. Son muchos los hombres y mujeres que no se resignan ya a aceptar una sociedad y un mundo tan poco humanos. De su corazón brota un “no” firme y decidido a todo lo inhumano en cualquiera de sus formas y manifestaciones. Esta resistencia al mal es común a creyentes de cualquier tradición religiosa, ateos y agnósticos. Como decía hace ya algunos años el teólogo holandés E. Schillebeeckx, puede hablarse dentro de la sociedad moderna de “un frente común, de creyentes y no creyentes, de cara a un mundo mejor, de aspecto más humano”. En el fondo de esta reacción hay una búsqueda de algo diferente, un reducto de esperanza, un anhelo de algo que en esta sociedad y en este mundo no se ve cumplido. Es la convicción de que podríamos vivir mejor, de que podríamos ser más humanos, más felices y más buenos en una sociedad más justa, aunque siempre limitada y precaria. En este contexto cobra una actualidad particular la llamada de Jesús: «Estén prevenidos». Son palabras que invitan a despertar y a vivir con más lucidez, sin dejarnos arrastrar o modelar pasivamente por modas, criterios, usos y costumbres, que se van imponiendo sin discernimiento en esta sociedad. Tal vez, esto es lo primero. Reaccionar y mantener despierta la resistencia y la rebeldía. Atrevernos a ser diferentes. No actuar como todo el mundo. No identificarnos con lo inhumano de esta sociedad. Vivir en contradicción con tanta mediocridad y

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falta de sensatez. Iniciar la reacción, aunque sea en el pequeño ámbito de relaciones interpersonales en el que se denvuelve mi vida cotidiana. Nos deben animar dos convicciones. El hombre no ha perdido su capacidad de ser más humano y de organizar una sociedad más digna y aceptable. Por otra parte, el Espíritu de Dios sigue actuando en la historia y en el corazón de cada persona. Es posible cambiar el rumbo equivocado de este “mundo desbocado” en el que vivimos. Lo que se necesita es que cada vez haya más personas lúcidas que se atrevan a introducir sensatez en medio de tanta locura, serenidad en medio del vértigo, sentido ético en medio de tanto vacío de valores, calor humano y solidaridad en el seno de tanto pragmatismo sin corazón.

PROFESIÓN DE FE La fe del Adviento es fe en esperanza: es creer con todas las fuerzas que el Señor vendrá, que está por llegar el tiempo de la liberación plena y definitiva. Creemos que el Señor vendrá: ¡Ven Señor, no tardes! A pesar de que no es fácil encontrar motivos y razones para mantener despierta la esperanza, creemos que el amor misericordioso del Padre todavía está presente en el corazón de muchos hombres y mujeres. Creemos que el Señor vendrá: ¡Ven Señor, no tardes! La muerte temprana, absurda e injusta, de tantos niños que mueren de hambre, grita la cercanía del Salvador que librará al pobre que suplica y al afligido que no tiene protector. Creemos que el Señor vendrá: ¡Ven Señor, no tardes! Cuando tantos viven marginados y en una situación de opresión; cuando tantos están metidos en el pozo ciego de la angustia y la miseria; cuando tantos están solos y abatidos y ya no tienen fuerzas para esperar…

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Creemos que el Señor vendrá: ¡Ven Señor, no tardes! Vendrá el Salvador, vendrá el liberador, como don gratuito del Padre, a restaurar definitivamente la justicia; porque el Señor no es indiferente a la sangre y a las lágrimas, a la opresión y al sufrimiento de los seres humanos. Creemos que el Señor vendrá: ¡Ven Señor, no tardes! Creemos en el Espíritu que da la vida, que transforma la fe en amor y en entrega generosa a los hermanos, y que expresa la fe del Adviento en una oración agradecida; que las comunidades cristianas repiten con la esperanza y las palabras de María. Creemos que el Señor vendrá: ¡Ven Señor, no tardes! Creemos con la fe del Adviento, una fe que impulsa a abrazar la utopía. Creemos que vendrá, por fin y definitivamente, el Reino que Jesús ha inaugurado y que hará posible otra vida. Creemos que el Señor vendrá: ¡Ven Señor, no tardes! Llegará el día en que la justicia correrá como el agua de un río. Creer es poner el hombro y dar una mano, mientras se espera, contra toda esperanza, un mundo nuevo y una vida mejor para todos. Creemos que el Señor vendrá: ¡Ven Señor, no tardes!

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ORACIÓN DE LOS FIELES

A: Con total confianza y movidos por el deseo de “estar prevenidos”, te presentamos, Padre bueno, algunas de las inquietudes que traemos a esta celebración.

A cada intención respondemos: ¡Ven Señor Jesús!

- Por la Iglesia, para que sepa estar prevenida y atenta a los signos de los tiempos, y sea capaz de contagiar entusiasmo por la Utopía del Reino y de animar con su esperanza a todas las personas. Oremos.

- Por los líderes políticos y los gobernantes de las naciones, para que encuentren caminos eficaces para transformar las armas en medios de producción de alimentos y en salud para todos. Oremos.

- Por todos los hombres y mujeres que caminan desesperados por la vida, para que encuentren el apoyo necesario y recuperen la confianza en sí mismos y en la humanidad. Oremos.

- Por todas las personas de buena voluntad, por los sencillos, por los de corazón limpio, para que nunca caigan en la trampa de renunciar a la utopía y a la esperanza. Oremos.

- Por los cristianos, para que no nos dejemos atrapar e inmovilizar por las tentaciones del consumismo, el hedonismo y la indiferencia, y vivamos este tiempo de adviento en actitud de servicio y solidaridad para con los que sufren. Oremos.

- Por todos los que estamos aquí reunidos, para que respondamos a la llamada a estar prevenidos, y nos abramos a la posibilidad de vivir a fondo y en plenitud, mirando la realidad con lucidez y sentido crítico. Oremos.

C: Escucha, Padre bueno, nuestra oración, y ayúdanos a vivir atentos y vigilantes. Te lo pedimos por Jesús, tu Hijo y nuestro hermano. Amén. 18


ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS

Padre Bueno, junto con este pan y este vino que ahora te presentamos, en este tiempo de Adviento ponemos en tus manos nuestra esperanza, y te pedimos que nos ayudes a mantenerla despierta. Que el mismo Espíritu que descenderá sobre estos dones, nos haga estar prevenidos y atentos, para poder reconocerte cuando llegues, y para recibirte con el corazón abierto. Te lo pedimos por Jesús, que a pesar de las dificultades y contradicciones, mantuvo su esperanza siempre despierta. Amén.

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ORACIÓN DE ACCIÓN DE GRACIAS

Prefacio de la plegaria eucarística C: El Señor esté con ustedes R: Y con tu espíritu C: Levantemos nuestros corazones R: Los tenemos levantados hacia el señor C: Demos gracias al Señor, nuestro Dios R: Es justo y necesario

Todos juntos: Realmente es justo y nos hace bien bendecirte, Dios de la esperanza, porque en tu Hijo Jesús, nuestro hermano, nos invitas a estar prevenidos y a vivir con lucidez, abandonando «las obras propias de la noche» y vistiéndonos «con la armadura de la luz», para esperar tus visitas. Te damos gracias, también, porque nos has creado para que podamos conocerte, amarte y vivir siempre contigo. Muchas veces has ofrecido tu amistad a los hombres y por medio de los profetas nos has enseñado a esperar en tus promesas. Y cuando llegó el tiempo, que tu pueblo había deseado tanto, nos mandaste a tu único Hijo para que, por Él, con Él y en Él, todos pudiéramos vivir como hijos tuyos. Cuando Él vuelva al final de la historia, reunirá a todos los seres humanos para celebrar la fiesta de la vida en la felicidad de tu casa, Padre. Por eso estamos contentos y te damos las gracias, y nos unimos ahora a todos tus amigos a través de los tiempos, para cantarte, llenos de alegría: Santo, Santo, Santo… 20


Celebrante: Santo eres, en verdad, Dios nuestro, Señor de la Esperanza y fuente de toda plenitud. Derrama tu Espíritu abundantemente sobre este pan y este vino ( + ) que aquí te presentamos, y sobre esta comunidad que se reúne en el nombre de Jesús, el Crucificado-Resucitado. Él mismo, la noche en que iba a ser entregado, estando a la mesa con sus amigos tomó un pan, te dio gracias, lo partió y se lo dio diciendo: Tomen y coman todos de él, porque esto es mi cuerpo que se entrega por todos. De la misma manera, después de comer, tomó una copa, dio gracias y se la pasó diciendo: Tomen y beban todos de ella, porque esta es la copa de mi sangre; sangre de la Alianza nueva y eterna, que será derramada por ustedes y por todos los hombres y mujeres para el perdón de los pecados. Hagan esto en memoria mía. Y desde entonces, éste es el Misterio de nuestra fe.

Todos: Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor Jesús!

Celebrante: Al proclamar la Resurrección de tu Hijo y expresar nuestro deseo de que Él vuelva pronto, te damos gracias una vez más, Padre bueno, al comenzar este tiempo de Adviento, porque a pesar y más allá de todas las dificultades y contradicciones, mantenemos despierta la esperanza, y seguimos aguardando la plena liberación. 21


Tú eres el Dios de las promesas, Tú nos empujas hacia lo que se añora, hacia el futuro, hacia lo porvenir. Y el futuro absoluto eres Tú: Tú eres la Vida y la Plenitud que anhelamos. Y tu Hijo Jesús, en cuyo nombre estamos aquí reunidos, es el camino que nos conduce a Ti. Recordamos ahora su muerte, su resurrección y su ascensión a tu derecha. Y al recordar, nos atrevemos también a soñar, en este tiempo de esperanza, con el advenimiento de una humanidad nueva, transida de Espíritu y reconciliada plenamente; y con ese otro mundo posible conforme a tu promesa, anunciada desde antiguo. Y al soñar, tenemos presente que el fundamento de nuestra esperanza es la visita que Tú nos hiciste en la historia a través de tu Hijo Jesús. Envíanos tu Espíritu, para que sepamos vivir la Utopía del Reino con la misma pasión y radicalidad con que Jesús lo hizo, comprometidos a fondo en nuestro ámbito familiar, profesional y político. Haz que seamos capaces de vivir en una sana tensión y con una esperanza activa, mirando con lucidez y sentido crítico los problemas del mundo, y en comunión fraternal con todos. Acuérdate de tu servidor el Papa Benedicto, y de nuestro obispo Carlos: ayúdalos a estar prevenidos, y a mantener despierta su esperanza para confirmar nuestra fe. Acuérdate también de nuestros hermanos y hermanas que ya han muerto, y cuyos corazones sólo Tú conociste a fondo; admítelos a contemplar la luz de tu rostro y llévalos a la plenitud de la vida en la resurrección. 22


Y, cuando termine nuestra peregrinación por este mundo, recíbenos también a nosotros en tu Reino, donde esperamos gozar todos juntos de la plenitud eterna de tu gloria. Te lo pedimos…

Levantando el pan y el vino consagrados

Por Cristo, con él y en él, a ti, Dios Padre misericordioso, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos. Amén.

ORACIÓN FINAL Al terminar nuestra celebración te damos gracias una vez más y te bendecimos, Dios de la esperanza indestructible, porque en la venida de Jesús, tu Hijo y nuestro hermano, realizas la utopía del profeta: el inicio de una paz estable y duradera entre todos los pueblos. Somos plenamente concientes de que todavía falta mucho para que se logre esa paz; pero por eso mismo te pedimos que nos ayudes a estar prevenidos para no caer en el escepticismo y la indiferencia ante la marcha del mundo, ni dejar que nuestro corazón se endurezca quedándonos sólo en quejas amargas y en condenas estériles. Enséñanos a mirar la realidad con lucidez y sentido crítico, a fin de percibir los signos de los tiempos y reconocer tus continuas visitas, para poder ser artífices de paz e instrumentos de reconciliación en nuestros ambientes, asumiendo desde nuestro lugar la apasionante tarea que nos confías: el adviento inacabado de una humanidad y un mundo nuevos. Te lo pedimos por el mismo Jesús, nuestra paz. Amén. 23


SUGERENCIAS PARA SEGUIR TRABAJANDO EN LA SEMANA

PARA REFLEXIONAR

1. Adviento..., ¿una espera inútil? Hoy comenzamos el tiempo de Adviento. La frase parece de rutina, como un boletín informativo de la radio o la televisión; una frase más de tantas que se dicen para cubrir un espacio sin que nadie se sienta cuestionado o preocupado por la misma. En efecto: ¿es de interés público que a partir de hoy llamemos adviento a estas cuatro semanas que preceden a la fiesta de Navidad? ¿Se trata de una noticia histórica, como cuando se anuncia el comienzo de una conferencia internacional, o la feria del libro o la temporada de playa? Increíblemente el interés suele radicar en que para muchos adviento y Navidad sugieren el pensamiento de las vacaciones invernales en el hemisferio Norte y veraniegas en el del Sur. ¡Triste paradoja! Lo que debiera ser un tiempo tenso, de extrema vigilancia interior, de proyectos históricos, se ha transformado en tiempo de descanso, de relax, de despreocupación. Y lo que la liturgia pretende celebrar como el principio de un nuevo año -pues con el adviento comienza el año litúrgico- y, por lo tanto, de nuevas iniciativas y proyectos, se ha transformado en el final bullicioso del año viejo, tiempo en que todos olvidamos los sinsabores pasados para, al menos, terminar en paz y felicidad, es decir, sin preocupación alguna. Así adviento, por esas ironías a las que ya nos hemos acostumbrado, se ha transformado en una verdadera contradicción: - cuando el mundo y los hombres dan por finalizado un año, nosotros decimos que lo comenzamos; - cuando todos hablan de descanso y vacaciones, nosotros pretendemos hablar de planes y proyectos divinos; - cuando todos se disponen a celebrar el nacimiento de Jesús, en gran medida como una fiesta semi-pagana, nosotros anunciamos hoy que debemos esperar a Jesús que está para venir... En síntesis: ¿tiene todavía algún sentido que llamemos a estas semanas tiempo de adviento, es decir, de expectativa de una próxima llegada de alguien que está a punto de hacerse presente? ¿Y qué pueden significar los textos que hoy hemos leído o escuchado, a primera vista tan anacrónicos y utópicos? Será muy difícil que hoy podamos dar respuesta a estos y a otros interrogantes, pero no está de más que, 24


al menos, los dejemos planteados con la suficiente sinceridad como para darnos cuenta de que es hora de que dejemos de hacer el ridículo. Fue el ridículo lo que hicieron los contemporáneos de Noé cuando comenzó a llover por largos días. Les faltó perspicacia e intuición como para darse cuenta de qué tiempo se les venía encima... Es esto lo que nos debe preocupar: ¿qué tiempo histórico se nos viene encima a los hombres y mujeres del siglo veintiuno? ¿Qué significan nuestros tiempos litúrgicos, nuestras fiestas, nuestras palabras y ritos en el contexto de este tiempo que estamos viviendo? ¿Estamos preparados para afrontar ese tiempo o temporal, aunque sea metiéndonos en un arca? Porque el mundo sigue adelante y navega hacia un rumbo que quizá no corresponda al de nuestras consabidas frases. Efectivamente, sería muy cómodo decir hoy: «Adviento es tiempo de esperanza. Los cristianos esperamos la venida del Señor. Mantengámonos vigilantes y atentos, pues el Señor, el Hijo del Hombre, llegará en cualquier momento y cuando menos lo pensemos». Desde niños escuchamos estas y otras expresiones similares, y los que las repiten también las escucharon de niños, y así sucesivamente hasta perdernos en el tiempo. Entretanto, el invitado no llega, pero tampoco eso ya nos preocupa. Seguimos con nuestro rito: lo invocamos, leemos algunos textos más o menos hilvanados, decimos que llegó pero que está por llegar, y seguimos adelante para celebrar el tiempo siguiente, que puede ser de Epifanía o de Cuaresma, poco importa. Nosotros hacemos el rito, hacemos que celebramos algo, sin perder la amarga sensación de que todo es lo mismo, siempre la misma rutina, los mismos gestos, las mismas palabras. Y la vida sigue adelante... Y nosotros detrás. Muy detrás.

2. Adviento: ¿tiempo o actitud? Nadie duda de que la historia es sabia maestra y que siempre es bueno recordar sus lecciones. Por eso mismo la conocemos tan poco y tan poco nos interesa. Aprender sus lecciones puede suponer que tengamos que cambiar muchos de nuestros conceptos y, lo que es más serio aún, cambiar nuestras actitudes y nuestros hechos concretos. ¿Cómo y cuándo comenzó esto del Adviento? Sin pretender ser exhaustivo, será interesante que nos limitemos a señalar algunos datos altamente significativos. a) Durante los dos primeros siglos del cristianismo, y a partir de la muerte de Jesús, los cristianos vivieron convencidos de que efectivamente les correspondía

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vivir un tiempo muy corto, pues el Señor Jesús iba a llegar de un momento a otro como Juez universal, inaugurando una nueva etapa de la historia. Especialmente el primer siglo fue vivido todo él como un gran período de adviento, tomando esta palabra en su sentido más literal: realmente ellos esperaban la venida (adventus) del Señor, venida imprevista, por sorpresa como la de un ladrón. Basta leer someramente los evangelios y las cartas de Pablo como las llamadas cartas de Judas y Pedro para convencerse de ello. El cristianismo nace pendiente de una inminente intervención divina en la historia humana. Es más: el mismo Jesús, al igual que todos sus contemporáneos judíos, parecía estar seguro de que el punto apocalíptico de la historia era algo inminente, a suceder antes de que concluyera esa generación. Por todo eso se comprende cómo no existía una preocupación seria por organizar una Iglesia como la que vendría después, ni era preocupación primordial la liturgia con sus fiestas, y menos los tiempos litúrgicos, de tardía aparición. Aquellos cristianos vivían convencidos de que ese tiempo real de los hombres estaba como un arco tenso para dispararse hacia un acontecimiento definitivo, que si bien ya había comenzado con Jesús, aún no había alcanzado su plenitud. Importante detalle; el tiempo real de los hombres era todo él un tiempo religioso o, si se prefiere, un tiempo litúrgico. En «ese tiempo» esperaban algo nuevo y decisivo. Poco nos importa ahora su error de óptica o su enfoque un tanto estrecho. El dato a recoger es éste: el tiempo religioso era el mismo tiempo de los hombres en cuanto era interpretado desde un ángulo distinto, el ángulo de Cristo Señor y Juez del mundo. Se vivía un periodo histórico en tren de dejarlo muy pronto para comenzar la otra etapa, la definitiva, la de la paz y la justicia universales, tal como Isaías la había anunciado. Así, pues, tanto para Jesús como para los primeros cristianos, el tiempo como realidad material no tenía mayor importancia; sí la manera de asumir ese tiempo; sí la actitud interior con la que se vivía ese tiempo. Y tiempo es historia: actitud con que sabían enfrentar los acontecimientos históricos, profanos por cierto, que se interpretaban como guiados hacia un cumplimiento que les daría sentido definitivo. En otras palabras: no interesaba el tiempo como simple transcurrir de días, sino el sentido de ese devenir constante; no los hechos materiales, triviales por otra parte, sino el sentido, la dirección a que apuntaban... Hacia dónde caminaba la historia. He aquí el gran interrogante, la pregunta clave. A partir de lo dicho, es más fácil comprender el significado del evangelio con el que la liturgia abre el adviento. Cuando se redactó el texto, ya había tenido lugar la persecución de Nerón, y numerosos cristianos, 26


entre ellos Pedro y Pablo, habían caído víctimas del anticristo; ya Jerusalén había sido destruida con la consiguiente masacre judía y ulterior deportación... Todos hechos que obligaban a mirar la historia con mayor preocupación que nunca, tratando de avizorar en el horizonte la alborada que había anunciado Isaías (primera lectura). El evangelio de Mateo, cualquiera que haya sido su redactor final, escribe su texto mirando fijamente los presentes acontecimientos y define una postura, una actitud de adviento: aún hay que esperar en las promesas; no es tiempo de desaliento ni flojedad: «Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor». El evangelio define este tiempo, la vida del hombre, el tiempo de la historia, como un tiempo de «vigilancia», de guardia con los ojos abiertos y las manos tensas. Es un tiempo breve, único, decisivo, trascendental. Un tiempo que no ha resuelto aún sus problemas, tiempo no terminado, no definitivo. Tiempo de hacer como Noé, el hombre previsor de la tormenta y de las lluvias; tiempo de hacer como el dueño que espera la llegada inoportuna del ladrón. En la misma tónica, aunque más moralizante, se mueve el texto de Pablo a los romanos (segunda lectura): falta poco para que se aclare el sentido de esto que estamos viviendo. Vivamos en la luz para que no nos sorprenda la noche. Vistámonos interiormente de Cristo para que nuestro cuerpo sea su epifanía o manifestación luminosa. Resumiendo: cualquiera que haya sido el error de cálculo de los primeros cristianos, hay un elemento que la Iglesia ha recogido como esencial para su existencia: los cristianos debemos mirar este tiempo que hoy viven los hombres con mirada atenta y vigilante, pues en este tiempo (mi tiempo, nuestro tiempo) se manifiesta el Señor. ¿Cómo? Es lo que no se sabe... Posiblemente como un ladrón o una lluvia durante la estación seca: de improviso, sin espectacularidad. Lo que se necesita, entonces, es cierta mirada interior, atenta, profunda, capaz de «meterse dentro del tiempo y de sus acontecimientos» para no perderse en ellos sino para saber hacia dónde va, qué dirección tiene, dónde puede finalizar este proceso... Si estas reflexiones tienen cierta validez, parece lógica la conclusión: adviento no se compone de cuatro semanas; tampoco de un siglo o de cincuenta años. Adviento es una «virtud», llamémoslo así, por la cual somos capaces de interpretar los hechos cotidianos con cierta perspectiva que va un poco más allá de nuestras narices. El cristiano, en sintonía con la concepción hebrea del tiempo, no concibe la historia como un eterno retorno o un ciclo repetitivo y cerrado, sino como una línea abierta hacia adelante. Hay un pasado que es nuestra raíz; hay un presente que es nuestro compromiso; pero hay un futuro que da sentido, es decir, dirección al pasado y al presente. 27


Lo dramático -y lo típico del existir humano- es que el futuro es siempre inaferrable. Podemos conjeturar sobre él, pero no tenemos ciencia o revelación divina que nos diga qué será y cómo será. Sí es posible darnos cuenta de que al menos será como nosotros hoy lo preparemos y según cierto proyecto que hoy tengamos. Y es posible que ahora sí estemos tocando el punto doliente de nuestro cristianismo: ¿Qué proyecto de historia tenemos? Pero antes de intentar responder, conviene que escuchemos una vez más a la madre historia. b) A comienzos del siglo cuarto, cambia radicalmente la situación del cristianismo. Constantino, el emperador romano, se hace cristiano y comienza una etapa de favor y protección a la Iglesia. Los tiempos dejan de ser dramáticos; la tienda de campaña de una iglesia peregrina se transforma en una casa de piedra, firme y sólida. El cristiano se va acostumbrando, siglo a siglo y tras cruentos sucesos, a vivir este tiempo como el tiempo último y definitivo, un tiempo con un proyecto acabado, terminado. El tiempo deja de ser adviento, en gran medida al menos, cuando se establece en Europa una cristiandad que se considera a sí misma como el Reino de Dios establecido en medio de los hombres. ¿Qué más queda por esperar? Si esta historia es la última historia divina, si esta Iglesia es la definitiva realidad de Dios, sólo queda una etapa, no histórica, sino trans-histórica: morirse para ir al cielo al gozo definitivo... Más que pedir a Dios que envíe a Cristo como Salvador -pues siempre el hombre necesita crecer en su liberación-, se pide ahora poder salir de esta tierra para ir a Dios. Entretanto, el adviento se establece como tiempo litúrgico: ya no es una actitud permanente con la que se mira la historia como en ascenso creciente; es un pequeño tiempo que se va insertando, poco a poco, en el ciclo cerrado del año litúrgico; tiempo que mira hacia atrás para festejar el nacimiento de Jesús en Belén, el fundador de la Iglesia, el que ha establecido su casa en medio de los cristianos como un reino eterno y definitivo. Así Adviento llega a ser un tiempo anodino, insulso, más una preparación a una fiesta que un compromiso con la historia presente para que dé un paso hacia adelante hacia una forma más perfecta. La ilusión de un Reino de Dios hecho carne definitivamente en el mundo fue maravillosa, pero pasajera... Siglos más y los cristianos descubrimos, mal que nos pese, que la historia sigue su curso inexorablemente y que los hombres elaboran sus proyectos con los cristianos o sin ellos, poco importa. Entre tanto, nosotros todos los años decimos celebrar Adviento..., y es claro ahora que ya ni sabemos qué celebramos ni para qué lo celebramos...

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Leemos los textos bíblicos, escuchamos una predicación más o menos convencional, y volvemos a la rutina sin que «adviento» signifique nada en lo que a nuestra inserción en la historia se refiere. Es cosa de la liturgia; es cuestión de ir a misa o rezar un poco. Por lo demás... no nos dice casi nada, y menos le dice al resto de las personas. La liturgia y la historia siguen cada una su camino como dos rieles paralelos. Y cómo cuesta caminar con un pie en cada riel, sobre todo cuando el movimiento de uno es más rápido y veloz que el otro. Es algo así como sentirse descuartizado entre dos fuerzas: el quietismo cristiano, su marcha lenta y pesada; el dinamismo de la historia, su avanzar constante y casi vertiginoso. ¿Qué puede significar, entonces, que hoy comencemos el tiempo de Adviento?

3. Adviento: tiempo de compromiso histórico Quizá la primera lectura pueda ayudarnos a sacar alguna conclusión final: el autor, que se autodenomina Isaías, hijo de Amós, tiene su propia visión acerca de la historia de su nación. Esa visión es un proyecto conforme al cual funda su fe y su esperanza. Ese proyecto trata de abarcar el hoy, el presente, desde el futuro: «al fin de los tiempos...». No importa si ahora las circunstancias son favorables o adversas, sino darse cuenta de que caminan hacia un final de los tiempos en que el Reino de Dios se establecerá tanto para hebreos como para paganos; Reino de Dios que llega por la interioridad de la ley y de la palabra divina; Reino de Dios que transforma el campo de batalla en un camino de paz y de luz. No interesa preguntarnos si la visión histórica de Isaías fue exacta, si se ha cumplido, si aún se tiene que cumplir, si fue sólo una ilusión. Pudo haber acertado o pudo haberse equivocado, al menos en parte. Pero sí es fundamental que nos demos cuenta de que su fe necesitó una visión de la historia en perspectiva, hacia adelante, tratando incluso de verla desde un final de los días. Fue así como el pueblo hebreo alimentó su fe: no como un conjunto de ritos y creencias más o menos etéreas, sino como una interpretación de la historia que lo llevó a una consecuencia importantísima: su compromiso histórico. Era un pueblo que sabía lo que quería y luchaba por eso que quería. Insistimos: poco importa si su visión fue totalmente exacta y objetiva (¿acaso la tiene alguien?); lo que importa es que tuvieron un plan, un proyecto, una esperanza, un ideal de pueblo... y de esa forma su tiempo histórico transcurrió como un verdadero «adviento»: no como expectación pasiva de los futuros sucesos, sino como entrega activa y hasta violenta en pro de la realización de su proyecto histórico.

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Así vuelve a aflorar esa dramática pregunta: ¿Cuál es nuestra visión de la historia? ¿Cuál es nuestro proyecto histórico? Adviento no es un tiempo litúrgico para autoconvencernos de que esperamos lo que en realidad no esperamos. Es sólo una llamada de atención para que descubramos esta dimensión de nuestro tiempo cristiano: su historicidad, su dinamicidad. Ya no podemos, como los primeros cristianos, pensar en que los últimos días están cercanos y que el Señor aparecerá de un momento a otro como Juez universal. Necesitamos, por tanto, reinterpretar los textos evangélicos con una perspectiva mayor que la que tuvieron sus propios redactores. No nos atemos a los detalles propios de una cultura o de una época; descubramos la esencia del mensaje bíblico, esencia que fue predicada por el mismo Jesús como realidad primordial de su Evangelio: eI Reino de Dios ya llega... Busquen el Reino... Pidan el Reino... Luchen por el Reino... En gran medida ese Reino es Jesús, pero aún un Jesús incompleto, un Hijo del Hombre que todavía no abarca a todos los seres humanos. Por eso seguimos esperando que venga el Hijo del Hombre o, si se prefiere, que salga el Hijo del Hombre de la misma tierra. Que emerja ese hombre-total, ese Cristo-universal, engendrado por una humanidad que busca por encima de todas las cosas la verdad, la paz y la justicia. Tenemos las lecciones de veinte siglos de historia como para no repetir errores anteriores: no confundamos el Reino de Dios con un Estado teocrático como pretendían los judíos y, entre ellos, los mismos apóstoles; tampoco lo confundamos con la Iglesia establecida en el mundo, como se pretendió en los siglos de la Edad Media y como aún muchos siguen pretendiendo hoy; tampoco lo identifiquemos con esa teología o aquella filosofía o ese modo de concebir la vida... El Reino no es esto o lo otro; no es el fruto de la ambición de los hombres. Es, precisamente, lo que está más allá, lo que aún queda por alcanzar, lo que viene desde el futuro y que hay que hacer presente. Por esto, veremos que los textos bíblicos de estas semanas nos exigirán una gran apertura a este Reino que ha llegado pero que aún no llegó del todo; que es presencia, pero que también es ausencia; que es luz, pero aún enmarcada entre tinieblas. Entretanto, comencemos por la primera tarea: miremos este tiempo que estamos viviendo. A lo largo de la semana, reflexionando solos o en grupos, nos podemos hacer algunas interesantes preguntas; por ejemplo: ¿Cuáles son los acontecimientos históricos más importantes de este tiempo, tanto en nuestro país como en nuestro continente y en el mundo entero?

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¿Cómo hemos interpretado esos acontecimientos? ¿Nos señalan alguna dirección o rumbo? Vemos que hoy los hombres se mueven y agitan: ¿hacia dónde?, ¿qué buscan?, ¿qué ideales los inspiran? ¿Qué signos del Reino de Dios están presentes en ese agitarse del mundo de hoy? ¿Dónde encontramos signos de unidad, de concordia, de hermandad, de solidaridad, de esfuerzo por la paz, de desinterés, de entrega a los demás, de lucha por los derechos humanos y por una justicia integral? ¿Consideramos que esos signos también están presentes en el cristianismo o que los cristianos estamos comprometidos para ser signos del Reino de Dios? Como cristianos: ¿qué tenemos para ofrecerles a los hombres y mujeres de nuestro tiempo para construir la historia? ¿Somos capaces de dar nuestra propia visión de las cosas como un aporte más en esta gran tarea de hacer realidad ese otro mundo posible con el que Dios sueña y con el que sueñan millones de seres humanos? Esto es Adviento: darnos cuenta de que la historia humana tiene aún por delante un largo recorrido, de quizá miles y miles de años.... que lo logrado por cada generación es sólo un escalón hacia el siguiente; que el hombre puede seguir perfeccionándose más y más. Que nuestro gran pecado, pecado contra la historia, pecado contra el Adviento, es decir: -«Basta, es suficiente, ya está todo dicho, pensado y hecho». Que no nos encerremos entre las murallas de nuestra iglesia, de nuestro convento, de nuestra casa, de nuestro país... Eso produce miopía, y la miopía es muy peligrosa para el espíritu profético, que debe ser el distintivo de los cristianos: ver, ver, ver siempre un poco más lejos, ver más allá de estas coyunturas, ver más allá de las cosas, más allá de cierto arrebato pasional con el que defendemos ciertos intereses nuestros como si fuesen los de Dios. Que no nos suceda, lo dice Jesús, como a aquella gente que vivió en tiempos de Noé: eran miopes... y cuando vino la gran lluvia se encontraron desguarnecidos. ¡Cuidado! Puede que ya esté cayendo agua o haya aires de tormenta... Es Adviento: levantemos la mirada y miremos al horizonte: ¿Qué tiempo tendremos mañana?

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PARA LA ORACIÓN PERSONAL En este primer domingo de Adviento se ofrece una respuesta a las incertidumbres de las personas. El profeta no espera la salvación de los hombres ni de los poderes políticos, sino únicamente de Dios. Esta oferta está acompañada de una invitación al pueblo para que camine a la luz del Señor (1ª lectura). La venida del Hijo del hombre es imprevisible pero cierta y por este motivo condiciona nuestro presente (Evangelio). Quien de verdad cree en él está llamado a una vida nueva y plena, abandonando las obras propias de la noche y vistiéndose con la armadura de la luz (2ª lect).

LEEMOS Y COMPRENDEMOS Para comprender este pasaje evangélico hemos de situarlo en su contexto. Los capítulos 24 y 25 constituyen el quinto y último discurso del Evangelio de Mateo, que suele llamarse discurso escatológico porque habla sobre los acontecimientos últimos y definitivos, sobre el final de la historia y del mundo (eskhaton = último, definitivo). Debido a que habla de la venida definitiva del Hijo del Hombre con poder y gloria recibe, también, el nombre de discurso sobre la parusía («parusía» significa «presencia» y equivale a la venida o manifestación gloriosa y definitiva del Señor). Otras veces, por el lenguaje e imágenes que utiliza, se lo denomina discurso apocalíptico («apocalíptico»: género literario en el que a través de visiones que hablan de tribulaciones y cataclismos cósmicos se nos revela la salvación y se proyecta ansiosamente la mirada hacia el futuro, iunto con el cual se espera la llegada de la liberación de todos los males. • Podemos volver a leer el Evangelio, muy lentamente y tratando de saborear las palabras. Luego, tras unos momentos de silencio, intentamos descubrir qué nos dice el texto. La finalidad del discurso escatológico no es describir el futuro, sino orientar a los discípulos hacia él e invitarlos a vivirlo en actitud alerta y vigilante. La curiosidad por conocer el contenido preciso del futuro, el cómo y el cuándo, no tiene importancia porque no es eso lo que salva. Pero sí es importante que el discípulo sepa el camino que ha de recorrer para no comprometer el futuro. Lo que cuenta, en definitiva, es cómo vivimos aquí y ahora. La pregunta que los discípulos hacen a Jesús «Dinos cuándo va a ocurrir esto y cuál será la señal de tu venida y del fin de este mundo» (que no aparece en el texto que hoy se lee)- resuena a lo largo de todo el discurso. El motivo central no es la destrucción del templo, o de Jerusalén, sino

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la venida de Jesús al final de los tiempos. Mateo se refiere a dicha venida nueve veces en estos capítulos (Mt 24,3.27.30.37.39.50; 25,6.19.31). Es sin duda el tema central, pues esta venida constituye el horizonte de la vida de los cristianos en el tiempo presente. Jesús describe su venida definitiva como «la venida del Hijo del Hombre». La figura del Hijo del Hombre representa en el libro del profeta Daniel (7,13) a los santos del Altísimo, que han resistido en las persecuciones, y que aparecerán gloriosos al final de los tiempos. Después este título se dio a personajes concretos, y es frecuente encontrarlo, en los evangelios, en boca de Jesús. A la luz de la resurrección los primeros cristianos se lo aplicaron a Jesús para resaltar su condición de juez universal y definitivo. Este pasaje responde a la pregunta por el cuándo. El momento es incierto pero llegará, se nos dice. De ahí la insistencia en estar atentos y vigilantes, y de vivir con lucidez.

MEDITAMOS Y ACTUALIZAMOS - «Estén preparados… estén prevenidos…». Ésta es la principal recomendación de Jesús en su discurso sobre el retorno del Hijo del Hombre. Es una llamada a vivir con lucidez, atentos a los signos de los tiempos; a no dejarnos atrofiar por el activismo, la vanidad, la superficialidad y la incoherencia; a despertarnos a la fe con responsabilidad personal y social. Y es que el momento, por una parte, es incierto; no se sabe cuándo será la venida del Hijo del hombre. Pero esta ignorancia sobre el día y la hora ha de conjugarse con la certeza de que el Hijo del Hombre vendrá en el momento más insospechado: llegará en medio de lo cotidiano, como el diluvio en tiempos de Noé, sin señal alguna extraordinaria. ¿Qué significa para mi, concretamente, “estar prevenido/a”? ¿Qué puedo hacer para vivir con más lucidez? - «Sucederá como en tiempos de Noé…». Los dos ejemplos que ilustran esta exhortación insisten en el descuido de los contemporáneos de Noé y del amo de la casa; en la llegada imprevista del diluvio y del ladrón, y en la ruina que provocan ambos acontecimientos. Lo mismo le sucederá a la comunidad cristiana si, confiada en la tardanza de su Señor, se descuida y no vive en tensión de espera, en espera activa y comprometida. ¿Por dónde pasa para mí, en el aquí y ahora de mi vida, esta espera activa y comprometida? - «El Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada». A veces vivimos a la espera de algo

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extraordinario y sólo nos fijamos y estamos atentos a los acontecimientos que parecen romper la normalidad de la vida. Mientras tanto, nos esforzamos por vivir y trabajar -como los contemporáneos de Noé que comían, bebían y se casaban, o los de Jesús que trabajaban en el campo o molían el grano en casa-, pero somos ajenos a lo que acontece desde Dios y a su venida en el diario vivir, a la llegada del Reino que va gestándose muy lentamente y en lo escondido. Vivimos y trabajamos, pero somos ajenos a la injusticia, al anhelo de paz, a la insolidaridad, al sufrimiento de tantos hermanos nuestros, a los dolores de parto del mundo... ¿En qué personas, situaciones o acontecimientos cotidianos de mi vida hoy, puedo percibir la venida del Señor o la llegada del Reino? - «Estén preparados… estén prevenidos…», es la recomendación de Jesús. Esta actitud nada tiene que ver con el indagar curiosamente sobre el cómo y el cuándo; ni con un esperar pasivo que aguarda señales o acontecimientos sorprendentes. Y tiene mucho que ver con un estilo de vida que vive cada instante como don y regalo de Dios; que sigue con atención y mirada crítica los avatares de la historia, tratando de discernir; que no se deja embaucar ni vive alienado ni ajeno a los signos de los tiempos. Es un vivir con lucidez y con hondura, buscando el Reino y trabajando desde el propio lugar por hacerlo realidad. ¿Me intereso realmente por lo que pasa a mi alrededor, en mi ciudad, en mi país, en el mundo? ¿Trato de vivir despierto/a y mirando la realidad de manera lúcida y crítica? ¿Me esfuerzo por percibir los “signos de los tiempos”?

ORAMOS El vivir sin privaciones, la falta de compromisos duraderos, la pérdida de horizonte, la incertidumbre ante el futuro, el desencanto político, la rigidez eclesial y otros factores, están haciendo nacer un hombre, una mujer, una persona sin metas ni referencias, espectadora pasiva de la historia, buscadora de su propia seguridad, individualista e insolidaria… Por eso mismo, le pedimos al mismo Dios que nos abra los oídos y el corazón para escuchar las palabras del Evangelio de hoy y vivir en consecuencia: «Estén preparados… estén prevenidos…». Espontáneamente, con mis propias palabras, y dejando que hable mi corazón: ¿Qué le digo al Señor…?

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BUENA SEMANA!


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