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4. El amor

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EL AMOR

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Cada año se graban muchas canciones y se recitan muchos poemas acerca del amor. Continuamente la gente intercambia mensajes y cartas de amor, los cónyuges al casarse se dicen votos de amor, se predican sermones donde se enfatiza la necesidad de que nos amemos los unos a los otros, y se escriben libros en la tentativa de definir qué es el amor.

Sin embargo, la única definición completa del amor la encontramos en Dios. En Jesús tenemos la mejor personificación del amor, y en la Carta de Pablo a los Corintios leemos una bella y profunda descripción del amor:

«El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser.» (1 Corintios 13:4-8).

Dios es amor. Es la fuente de todo amor. Su amor derramado por la humanidad nos permite tener la comprensión de que hay un ser superior, afectuoso y poderoso que rige nuestras vidas. Es a partir del amor que entramos en contacto con Dios.

«Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor. Y nosotros hemos conocido y creído el amor que Dios tiene para con nosotros. Dios es amor; y el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él.» (1 Juan 4:7-8,16).

Toda relación humana en la que hay amor contiene una revelación y una manifestación del carácter de Dios. Todo el amor que existe en lo íntimo de cada ser y en las relaciones humanas es don y expresión de Dios a la humanidad,

Todo el amor que creada y amada por Él. existe en lo íntimo de El amor de Dios se expresa aún en las relacada ser y en las ciones entre personas que no son cristianas. Un relaciones humanas hombre puede amar a una mujer, un padre a un hijo, los hijos a sus progenitores, los amigos es don y expresión pueden amarse y ser más cercanos que un herde Dios a la humani- mano. Pero el amor que sienten viene de Dios, dad, creada y la fuente del amor, que nos humaniza. ¡El amor amada por Él. es la expresión de Dios a toda la humanidad! El carácter de Dios es inmutable. No se contradice, no se ensucia, no traiciona. Por lo tanto, como Él es amor, para que nosotros podamos experimentar el amor es imprescindible que nuestras relaciones sean legítimas y estén bajo la óptica divina. Bíblicamente hablando, Dios no se expresa ni se manifiesta en ninguna situación de incesto, homosexualidad o adulterio. Aunque dos personas que viven en adulterio digan que se aman, no cabe ninguna posibilidad de que Dios esté en medio de ellas ni de ninguna relación contraria a lo establecido como aceptable por Él en su Palabra, por lo cual la considera abominación. En las relaciones ilegítimas, a los ojos de Dios puede haber pasión o deseo pero jamás amor.

El amor emana del mismo Dios, y fue derramado por Él al mundo para que el ser humano desarrolle relaciones aceptables ante Él.

Del mismo modo, el amor está presente cuando nos relacionamos con la naturaleza y con el mismo Creador.

Amar es una decisión

El amor nace en el alma humana. Y tiene dos movimientos distintos: uno de afuera hacia adentro, y otro de adentro hacia afuera.

El primero (de afuera hacia adentro) es fruto de la capacidad humana de aprender a través de las vivencias con el medio. Aprendemos a amar cuando somos amados, cuando el amor del otro coloca en nosotros el fundamento para la construcción de nuestro amor.

Cuando nos involucramos con otros seres sociales que nos aman de a poco vamos apropiándonos de ese sentimiento, internalizándolo y haciéndolo nuestro. Por eso la Biblia dice que Dios nos amó primero. Él

sabía que primero necesitaríamos experimentar el amor divino para luego ser capaces de amarlo a Él.

Lo mismo sucede en una relación afectiva entre padres e hijos. En un primer momento el amor y el cuidado es de los padres hacia los hijos; y luego los hijos también aprenden a demostrar amor por los padres. En los primeros años de vida necesitamos ser amados para luego aprender a amar.

La segunda forma de obtener amor no comienza en el otro sino en nosotros mismos, va de adentro hacia afuera, a partir de la acción del fruto del Espíritu. Es un resultado de nuestra voluntad, una toma de de- Aprendemos a amar cisión, una elección racional y lógica. Por eso es cuando somos posible que una persona que nació en un ho- amados, cuando el gar en el que había desamor aprenda a amarse, construyendo una autoestima positiva a partir amor del otro del amor de Dios derramado en su alma y de coloca en nosotros la disposición personal de amarse a sí mismo — el fundamento para que es un mandamiento de Dios: «Amarás a tu la construcción de prójimo como a ti mismo» (Mateo 22:39b). nuestro amor.

El amor humano, engendrado por el fruto del Espíritu, es una decisión que se debe tomar. Podemos decidir volver a amar a una persona que nos ha herido en una relación conyugal, por ejemplo, o lograr restaurar puentes de afecto con personas que nos hirieron mediante el desamor o la indiferencia.

Por otro lado, cuando el fruto del amor no se riega o desarrolla puede disminuir su intensidad. En un matrimonio, si uno de los cónyuges resuelve no alimentar más el amor por el otro ese amor este puede aún acabarse. De modo semejante, un individuo puede decidir no amar El amor humano, más a sus hijos, a sus padres, a sus amigos o a sí engendrado por el mismo, alejándose de Dios, por no alimentar el fruto del Espíritu, es fruto esperado. una decisión que se

El amor es un fruto del Espíritu que debe- debe tomar. mos buscar en Dios a diario con anhelo y determinación. Experimentar y obtener el amor es una decisión personal, un mandamiento divino, algo que es factible hacer, ya que Dios no nos pide que hagamos nada que no podamos realizar.

«Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán

todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros.» (Juan 13:34-35).

El amor de Dios nunca falla, nunca se equivoca, nunca se acaba. Pero nuestro amor, al ser un fruto, debe ser deseado, nutrido y regado continuamente en nuestro interior a fin de que no muera.

Muchos creen que, por el hecho de ser cristianos, el amor de ellos no se enfriará. Lastiman a muchas personas por años, dejan de expresarles afecto, no oran para dar un mejor fruto del Espíritu, ¡y no comprenden que deben tomar la decisión de sentir amor por los demás!

Dios nos dona su amor, pero la adquisición y la administración de esa virtud nos corresponden a nosotros. Si tú no la administras bien, tomando la decisión de mantener encendida la llama del amor en ti, los problemas cotidianos, las frustraciones, las heridas causadas por los demás y los conflictos en las relaciones pueden sofocar y hacer morir tu amor. Por otro lado, aunque tu amor se acabe hay una fuente, que es Dios, en la que puedes buscar una nueva dosis que encienda tu corazón.

Tanto el amor que aprendimos y asimilamos de los demás, como el que surge a través de un proceso de decisión personal promueven actitudes amorosas en los individuos. El amor se expresa a través de actos generosos que promueven el crecimiento y la correc-

Nuestro amor debe ción: un matrimonio se abraza porque se ama, transformarse en ayudamos a nuestro prójimo porque lo amamos, hechos. castigamos a nuestros hijos cuando actúan mal porque así alimentamos nuestro amor por ellos. Dios nos amó, y ese amor lo llevó a entregar a su Hijo por nosotros. Si Él solamente nos hubiese amado sin haber hecho nada con ese amor hoy no tendríamos la redención como resultado de la muerte de Cristo.

«En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados.» (1 Juan 4:9-10).

«Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad» (1 Juan 3:18).

Nuestro amor debe transformarse en hechos. El que ama debe aprender a demostrar sus sentimientos y a manifestárselos a quienes ama. Muchos matrimonios se aman pero han perdido hace tiempo el hábito de acariciarse el uno al otro y de decirse «te amo».

Hay personas que atravesaron su adolescencia con gente rencorosa o que recibieron escaso afecto en su infancia. Existen hijos que nunca oyeron una expresión de afecto de parte de sus padres, y que en su infancia no lograron comprender que el hecho de haber sido sustentados afectiva y financieramente eran demostraciones de amor. Pasaron la vida esperando palabras afectuosas, abrazos y besos de parte de sus padres, pero sus expectativas se vieron frustradas.

Otros escucharon muchos «te amo» de parte de sus padres o familiares quienes, luego, abusaron sexual y emocionalmente de ellos. Muchas veces personas así solo logran aprender a manifestar afecto a partir de una vivencia con el Dios amoroso y comprensivo. Necesitan experimentar el verdadero amor divino para luego poder aprender a manifestar y expresar su amor por los demás.

Aprendemos a expresar amor a través de la relación con el otro. Una esposa cariñosa enseña a su marido a ser más cariñoso. Un hombre que expresa palabras de amor a su esposa también le enseña a ella a hacerlo. Los hijos enseñan a los padres, los abuelos a sus nietos, y los hermanos a sus hermanos. El amor engendra amor. Cuánto más amados seamos más amaremos. Y cuanto más amemos más seremos amados.

El mismo Dios, que es la fuente del amor, nos ama a todos con amor infinito y comprometido, buscando nuestra salvación y felicidad. Cuanto más amemos a Dios más Él nos amará. No solo con un amor universal, sino con un amor singular, íntimo y personal.

Las distintas caras del amor

En la Biblia la palabra amor se traduce como afecto o caridad. En castellano utilizamos la misma palabra para referirnos a diferentes variantes del término. Pero en el griego se utilizan distintas palabras: Ágape, Filia, Eros y Storge. El amor ágape En los textos bíblicos encontramos muchas veces la palabra ágape para referirse al amor divino, expresado en su total complejidad a través de la muerte de Jesús en la cruz. Revela el amor de Dios para la salvación de la humanidad, sirviendo como modelo para el amor humano.

Es ese amor el que nos capacita para amar la obra misionera, la obra de Dios, a los pecadores, a los niños de la calle, a los mendigos, a nuestros compañeros de trabajo o de escuela, y a la mayoría de las personas con las que nos relacionamos. Es ese el amor que sentimos por los miembros de la iglesia, y que podemos desarrollar aún por nuestros enemigos.

El amor filia Se puede traducir la palabra phileo como hermandad o filiación.

El amor filia es el que se produce en las relaciones con aquellas personas que nos agradan. Es un amor comprometido, amigo, dador.

Se puede ver en la dedicación de los padres hacia sus hijos, en la entrega del propio cuerpo que brinda una madre al hijo que está engendrando o en el tiempo que los padres invierten jugando y conversando con sus hijos.

Es un amor que genera vínculos, y que muchas veces está sostenido por los lazos sanguíneos. Es el caso del amor entre padres e hijos. Un hijo puede amar, honrar y respetar a sus padres ausentes, abusadores, indiferentes o infieles. Otras veces son los hijos los que se equivocan, sin embargo los padres los aman con amor incondicional, como aquellas madres que lloran por sus hijos en la puerta de las cárceles. Lamentablemente, vemos cada vez con menor frecuencia ese tipo de amor entre los her-

Es a través de la manos. Puede que se peleen, no se entiendan convivencia con y ocasionalmente se lastimen, pero siempre serán hermanos y por lo tanto deben amarse nuestros hermanos durante toda la vida. en el hogar, cuando Muchas veces los hermanos que más discusomos pequeños, ten son los que más se aman. Eso se produce que aprendemos a cuando los padres tienen una actitud pacificaconvivir con nuestros dora, y de ese modo los hijos aprenden a expares, a intercambiar presarse, a compartir y a competir de forma saludable. y a negociar el afecto Es a través de la convivencia con nuestros y los objetos. hermanos en el hogar, cuando somos pequeños, donde aprendemos a convivir con nuestros pares, a intercambiar y a negociar el afecto y los objetos. Más tarde expresamos ese amor cuando comenzamos a tener una mayor relación con nuestros pares y con algunos amigos más cercanos, sea del trabajo o de la iglesia —que se vuelven muchas veces más allegados que nuestros propios hermanos.

Entre los cónyuges se transforma en un amor responsable debido al compañerismo y la amistad que son fundamentales para una adecuada interacción conyugal. Es el amor el que garantiza que haya unidad y cooperación, el que hace que los cónyuges se vuelvan cómplices, que se defiendan el uno al otro y que sean socios a tal punto que logran concretar juntos sus proyectos de vida.

A través del amor filia el matrimonio adquiere respeto por la individualidad, por la vida profesional y por el ministerio del otro. Es el amor que hace que los cónyuges no compitan, sino que sumen competencias y habilidades, desarrollando una unidad que los ayudará a superar los obstáculos de la vida conyugal, profesional y personal.

El amor eros El amor eros surge en las relaciones con las personas del sexo opuesto. Une a un hombre con una mujer, y solo es posible dentro de una relación heterosexual sana. Adquiere plenitud solo en el matrimonio, pues en él, a través del acto sexual, los cónyuges pueden expresarse todo el afecto que sienten el uno por el otro.

Esta forma de amor es muy importante. Pero en nuestro medio está distorsionada a raíz de un movimiento de erotización de las personas y los objetos. Aún a los niños se los ha involucrado, ya que desde temprana edad se estimula errónea y precozmente su sexualidad a través de expresiones, ropa, música y bailes indecentes. Cuando la erotización es precoz y está mal encaminada deja de ser saludable y se vuelve patológica, generando pedófilos y gente con compulsión al sexo, formando personas carenciadas e inconsecuentes en el plano de las relaciones.

Cuando en el matrimonio se realiza el acto sexual con amor eso une a los cónyuges y hace que sean cautivados el uno por el otro. Es allí cuando tener sexo se transforma en hacer el amor.

Cuando en el matrimonio se realiza el acto sexual con amor eso une a los cónyuges, y hace que sean cautivados el uno por el otro. Es allí cuando tener sexo se transforma en hacer el amor.

«Sea bendito tu manantial, y alégrate con la mujer de tu juventud, como cierva amada y graciosa gacela. Sus caricias te satisfagan en todo tiempo, y en su amor recréate siempre.» (Proverbios 5:18-19).

El hombre no piensa en casarse para tener una esposa: se casa principalmente para tener una mujer amorosa y femenina, una amante que lo trate con reciprocidad, le proporcione caricias y lo trate con cariño. En cambio la mujer se casa para tener un marido, un compañero, un esposo —y hasta puede olvidarse de que tiene un hombre a su lado que quiere ser tratado como un «macho» y ser deseado sexualmente como hombre. Cuando una esposa no se da cuenta de eso, y trata a su esposo solo como cónyuge y no lo honra o desea como hombre, puede peligrar su matrimonio.

Las mujeres no son máquinas programadas para ordenar la casa y cuidar de los hijos. Les agradan las sorpresas, el cariño, los elogios sinceros y la mirada embobada de su marido cuando ellas se arreglan. Quieren contraponer sus tareas con momentos de placer y sonrisas al lado de un esposo que está de buen humor.

Del mismo modo, los maridos no solo son proveedores financieros o padres de los hijos que engendraron juntos, sino que necesitan ser tratados como novios, sintiéndose privilegiados por el amor y la atención, por los besos y los abrazos de la mujer que se arregla para ellos. Los maridos deben aprender a volver a sonreír, enamorándose todos los días de la esposa divertida y de buen humor con la que se casaron.

Elogia más los pequeños gestos de atención y de cariño cotidianos. Sonríe más, y si es necesario vuelve a reír todas las veces que tu marido te cuente el mis-

Si estás casado debes mo chiste. Los hombres necesitan del compadarle importancia al ñerismo, y si las esposas no están dispuestas sexo, entendiéndolo a reírse con ellos terminarán abriéndose con otros hombres que no siempre serán buenos como un acto que amigos. deben construir a Recuerda siempre que cuanto más cariño diario con tu cónyuge, y afecto tú le brindes a tu cónyuge más deseos y como un espacio en tendrá de volver a casa. Y cuanto más lo sael que las almas se tisfagas sexualmente de mejor humor estará y más cariñoso será. tocan, se complemen- Por lo tanto invierte en lencería, asegúratan y se satisfacen. te siempre de tener privacidad en tu cuarto (¡aunque haya niños pequeños en la casa!), y conversa mucho con tu cónyuge para que el sexo entre ustedes, que es un gran regalo de Dios, sea satisfactorio y dador de amor para ambos.

Lamentablemente, son muchos los matrimonios que ven el sexo como algo mecánico y carnal, y así pierden la oportunidad de construir el amor eros y de renovar el deseo y el amor conyugal a través del acto sexual.

Muchos matrimonios buscan ayuda terapéutica porque no sienten más atracción el uno por el otro. Noto que los casados no interpretan el sexo como la expresión máxima del amor que se le puede dar a la otra persona. Dejan de darle importancia a las caricias, al enamorarse a diario dentro del matrimonio y a tener actitudes placenteras hacia el otro. Pierden la creatividad en la práctica sexual, dejan de respetar los deseos y sentimientos de su cónyuge, y hacen de la relación sexual un acto egoísta que daña las emociones, y, como consecuencia, también causa dolor físico.

Cultiva el amor eros en tu relación conyugal, pues se trata del amor dado por Dios para el placer y la felicidad matrimonial. Es a partir de la ausencia de este amor que se generan muchas carencias y se cometen muchos adulterios. Por lo tanto, si estás casado debes darle importancia al sexo, entendiéndolo como un acto que deben construir a diario con tu cónyuge, y como un espacio en el que las almas se tocan, se complementan y se satisfacen.

Oren juntos por sus hijos, por los compromisos financieros, por los vínculos de afecto, por la construcción de una admiración recíproca y para que el deseo sexual permanezca. ¡Dios quiere hombres y mujeres felices!

El amor storge El amor storge es el que se produce en las relaciones con las personas con las que tenemos un compromiso. Se trata del amor en acción, sacrificial, comprometido, que garantiza provisión de afecto y de cuidados.

Ese amor se traduce en hechos. El amor storge en los padres se traduce en el cuidado esmerado de su bebé, en la atención de la salud de sus hijos, en tener el calendario de vacunación al día, en llevarlos al médico y al dentista, y en proporcionarles los cuidados básicos, como la alimentación, el cambio de pañales y la ropa.

Los padres que aman deben demostrar su amor jugando con sus hijos, acompañándolos en su desempeño escolar, estudiando junto con ellos, conociendo a sus amigos, elogiando sus trabajos, controlándolos para que no se droguen y estando atentos a sus compañías.

Entre los hermanos ese amor promueve la lealtad, la amistad, el respeto por las diferencias y la duración de los vínculos de afecto, que hará que se mantengan unidos a lo largo de la vida. En los hijos, el amor storge los

motiva a ayudar en las tareas del hogar y en las finanzas cuando fuere necesario, y los impulsa a respetar las reglas de la casa y a honrar a sus padres.

En la mujer el amor storge hace que sea una esposa dedicada a la casa, al marido y a los hijos, traduciéndose en atención, cuidados y cariño. Al fin y al cabo, el amor storge implica actitudes muchas veces sacrificadas pero que producen en la familia una complicidad y unidad necesaria para la felicidad de todos.

Para los maridos, ese amor es el que ameniza la tarea de ser proveedores administrativos y afectivos. En el primer caso el marido logra administrar y gobernar su casa con disposición y competencia, ayudando en las tareas domésticas y compartiendo las responsabilidades que tienen ambos con los hijos. Como proveedor afectivo, se vuelve hábil para jugar, abrazar, alentar y elogiar a su esposa e hijos, viviendo con ellos con entendimiento, y siendo cariñoso y justo en el trato hacia su familia.

El amor storge es, sin dudas, el que conlleva más trabajo y es generalmente el primero que se termina en una relación. Hay muchas personas que declaman su amor a los demás, pero cuando deben transformarlo en acciones no lo hacen.

Amar de verdad da trabajo.

¿Amar o agradar?

Las palabras cambian con el tiempo su significado y valor. La palabra marginal, que significa estar al margen, hoy se utiliza en otro contexto y tiene otro significado. Otras, como ignorante, por ejemplo, que se refiere a alguien que no conoce determinado tema, evidencia cuán versátil es el lenguaje. Sin

Amar es una decisión embargo, existe otra palabra, cada vez más racional de proveer usada, pero que trae confusiones sustanciaafecto; se trata de un les cuando se vacía o diluye su precioso sig nificado. Me refiero a la palabra amor. acto importante, partici- Muchos dicen que aman a su padre, a pativo y consciente. su cónyuge, a su madre, a sus hijos y a sus

Amar es difícil e implica amigos. Pero, con la misma intensidad y trabajo, y muchas veces naturalidad, dicen también que aman una amamos a personas que torta de chocolate, una marca de auto, un plato de strogonoff, un centro comercial o no nos agradan ni son una marca de ropa. dignas de admirar. A decir verdad, estamos sustituyendo la palabra agradar o admirar por amar. Nos

agrada o nos gusta una comida, un lugar, un clima o un tema musical. Podemos admirar a un personaje de dibujos animados o un cuadro de un artista. Podemos juzgar interesante una película o un libro.

Amar es una decisión racional de proveer afecto; se trata de un acto importante, participativo y consciente. Amar es difícil e implica trabajo, y muchas veces amamos a personas que no nos agradan ni son dignas de admirar. Lo hacemos porque sabemos que es lo correcto, porque es un mandato divino, porque decidimos amar en vez de odiar o guardar rencor y así amargar nuestra existencia.

Sí, amar es diferente de gustar.

Hay personas que no nos agradan: padres ausentes, familiares abusivos, vecinos problemáticos, parientes o compañeros de trabajo envidiosos, chismosos, egoístas o malos. Otros se esmeran por destruirnos, calumniarnos y perseguirnos, convirtiéndose en nuestros enemigos, devolviéndonos mal por bien. De ellos hasta podemos admirar su tenacidad o disciplina, pero no nos gusta lo que hacen o dicen. Gusta de las cosas.

Sin embargo, aún a nuestros enemigos po- Ama a las personas. demos decidir amarlos, como dice la Biblia, sin ponernos a su altura, denigrarlos ni desearles el mal. Nuestro afecto debe ser superior a la mezquindad del otro, y no debe estar subordinado al merecimiento ajeno. Amamos para no sufrir odios e iras.

Ama a las personas aunque no te agraden sus actos.

Gusta de las cosas. Ama a las personas.

Esfuérzate para que te agraden las personas, y cuando se torne difícil convivir con ese disgusto no permitas que este te consuma. Decide amar a pesar de.

La difícil decisión de amar

Cabe destacar una vez más que amar es una decisión. Es decidir alimentar el afecto por una persona a pesar de que no te agrade demasiado. Y es solo a través del amor como fruto del Espíritu que podemos amar a nuestros enemigos, a las personas que nos lastimaron, a los familiares que nos maltrataron o a aquellos que no merecen nuestro amor.

El amor no pone condiciones. Por eso, no esperes recibir la misma dosis de amor que tú das a quienes amas, sean padres, hermanos, compañeros de trabajo o hermanos de la iglesia. Recuerda que los demás pueden tomar decisiones diferentes de las tuyas (tal vez tus padres continúen

tirándote indirectas, o tus hermanos sigan haciéndote sentir menos, o tu madre no devuelva tus llamados o algunas personas decidan no amarte).

Situaciones generadas por los demás nos afectan, como el rechazo, la traición, la inconsecuencia, la irresponsabilidad, la falta de compromiso, la deshonra, el abandono o la falta de protección parental. Lo que hacen los demás nos afecta, como el desprecio, la frialdad, las palabras y demás hechos que hieren nuestra alma. Por eso es importante que a algunas personas las amemos de lejos, sin tener un contacto frecuente con ellas, sin compartir nuestro día a día, nuestras decisiones ni los momentos importantes de nuestra vida.

Por otro lado, nuestras acciones también pueden afectar a los demás. Una esposa cariñosa puede encender el corazón helado de su marido. Un hijo amoroso puede conmover a una madre distante. Los actos de amor conmueven a las personas impasibles y frías emocionalmente hablando. Nuestro amor puede enseñar a los indiferentes a volverse más afectuosos, y así poder demostrar la veracidad y la espontaneidad de sus sentimientos. En nuestra iglesia hay una familia a la que amo mucho. La hija y la esposa se convirtieron y, luego, el marido comenzó a frecuentar las reuniones. Como tenemos momentos de comunión en los que nos abrazamos, ese hombre, al principio medio desconfiado, comenzó poco a poco a interactuar con los miembros de la iglesia. Cierto día, cuando su hijo mayor llegó a la casa lo recibió con un abrazo, un beso y un «¡Te amo, hijo!». Este quedó tan sorprendido por la nueva actitud de su padre que comenzó a asistir a la iglesia, ¡y se entregó a Jesús juntamente con su esposa!

Sí. El amor conmueve a las personas, transforma el ambiente, derrite la dureza de la vida y la frialdad de los corazones. ¡Aquel que ama refleja a Dios y su eterno, singular e incomparable amor!

Es importante que a algunas personas las amemos de lejos, sin tener un contacto frecuente con ellas, sin compartir nuestro día a día, nuestras decisiones ni los momentos importantes de nuestra vida.

«Dios es amor; y el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él» (1 Juan 4:16b).

«Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias» (Lamentaciones 3:22).

Dios nos ama con un amor inexplicable aunque nosotros no seamos merecedores de su gran amor.

Dios es amor. Nosotros amamos. Y nos resulta difícil decidir amar porque la naturaleza humana es inconstante, egoísta y mezquina. Pero por más difícil y engorroso que te resulte amar a ciertas personas debes hacerlo igual.

Comienza practicando el amor con quienes tú sabes que te aman. Agradéceles por el afecto recibido: a tu esposa por la ropa lavada y por la rica comida, a tus hijos por su obediencia, si vives con tus padres agradéceles por su cuidado y sustento.

Devuelve el amor recibido mediante actitudes amorosas, palabras dulces y elogiosas, abrazos prolongados, y un sentimiento sincero y comprometido, expresado con frases simples como: «¡Te amo!»

Permite que crezca tu amor por las personas que te lastimaron, que no te aman, que son difíciles y complicadas de amar. Ama a tus adversarios y enemigos, manteniendo la debida distancia física, muchas veces amándolos en silencio, pero estando listo para demostrarles tu amor cuando sea necesario, devolviéndoles bien por mal.

Recuerda que amar es un mandamiento divino y, por eso, demanda de cada uno de nosotros la decisión personal de obedecer. Se trata de una relación compleja de conectar decisiones con sentimientos.

Ama porque eres amado por Dios.

Ama para ser amado, y para continuar dando ese fruto, que es la primera y más profunda virtud del fruto del Espíritu.

Por más difícil y engorroso que nos resulte amar a ciertas personas debemos hacerlo igual.

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