Los Diez Mandamientos son la cristalización de la Ley de Dios. Pero, ¿cómo los aplicamos hoy en día y cómo se relacionan con el evangelio? Philip Graham Ryken cree que los Diez Mandamientos son la expresión de la persona eterna de Dios, y por tanto, de obligatorio cumplimiento hoy en día. En Escrito en piedra, el autor explica el valor de la Ley para nosotros: para convencernos de nuestros pecados, ponerle freno al pecado en la sociedad y enseñarnos como vivir para Cristo. El Dr. Ryken nos ofrece principios básicos para interpretar y poner en práctica la Ley de Dios, y explica las santas palabras mandamiento por mandamiento, ilustrando cada uno de ellos con un relato bíblico y relacionándolo con la persona y obra redentora de Jesucristo.
ESCRITO EN
PIEDRA Los diez mandamientos y la crisis moral de hoy
RYKEN
Este es un libro para ser leído y disfrutado con reflexión. La santidad de Dios y sus normas para la vida están claramente relacionadas entre sí, y la alegría de vivir según la Ley de Dios es vividamente representada. Los lectores se hallarán a sí mismos examinando sus propias vidas, cambiando su manera de ser y regocijándose en la gracia de Dios.
ESCRITO EN PIEDRA
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PHILIP GRAHAM RYKEN es Pastor Principal de la histórica Tenth Presbyterian Church de Filadelfia, U.S.A.
Categoría: Estudios bíblicos, Vida cristiana
P HILIP G RAHAM R YKEN
ESCRITO EN
PIEDRA Los diez mandamientos y la crisis moral de hoy
PHILIP GRAHAM RYKEN
ESCRITO EN PIEDRA © 2005 por Philip Graham Ryken Publicado en español por Editorial Patmos, Miami, Florida EE.UU. Publicado originalmente en inglés por Crossway Books con el título Written in Stone. © 2003 por Philip Graham Ryken A menos que se indique lo contrario, las citas bíblicas se toman de la Santa Biblia, Nueva Versión Internacional (NVI). © 1999 por la Sociedad Bíblica Internacional. Traducido por David Gómez Todos los derechos reservados. ISBN: 1-58802-255-2
CONTENIDO
Prefacio .......................................................................................... 9 1 Escrito en Piedra .................................................................. 11 2 Un artículo multiuso ............................................................ 27 3 Interpretando la Ley de Dios .............................................. 41 4 El priåmer Mandamiento: No tendrás otros dioses ..................................................... 57 5 El segundo Mandamiento: El Dios correcto, de la manera correcta ............................ 71 6 El tercer Mandamiento: Un Nombre sobre todo nombre ......................................... 85 7 El cuarto Mandamiento: Trabajo y Ocio .............................................................. 101 8 El quinto Mandamiento: Respeto a la Autoridad .................................................... 117 9 El sexto Mandamiento: Vivir y dejar Vivir ........................................................... 135 10 El séptimo Mandamiento: La alegría del sexo .......................................................... 151 11 El octavo Mandamiento: Lo que es mío, es de Dios................................................. 169
12 El noveno Mandamiento: Decir la Verdad .............................................................. 185 13 El d茅cimo Mandamiento: Estar satisfecho .............................................................. 201 Epilogo: El prop贸sito de la Ley .........................................215 Notas ...................................................................................229
PREFACIO
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quel que sabe distinguir entre el Evangelio y la Ley debe dar gracias a Dios y saber que él es un teólogo”. Esta declaración de Martín Lutero siempre me da que pensar porque no estoy seguro de que yo pueda hacer tal afirmación. Pocas cosas hay que sean más difíciles de dominar que la enseñanza bíblica sobre la ley en su relación con el evangelio. Mi oración es que a medida que usted vaya leyendo este libro pueda adquirir una visión más clara tanto de lo que Dios demanda en su ley, como de lo que da por medio de su evangelio. La buena enseñanza de la ley y del evangelio nunca ha sido tan necesitada como en la actualidad. Vivimos en una época sin ley, donde el irrespeto a la autoridad ha llevado a un menosprecio generalizado hacia los mandamientos de Dios. La gente se está comportando mal, incluso en la iglesia. Parte del problema es que la mayoría de las personas no saben qué es lo que Dios espera de ellos. Incluso en los cristianos existe una asombrosa falta de familiaridad con la normativa perfecta de la ley de Dios, y por supuesto la situación es peor en la cultura en general. Esta ignorancia contribuye indudablemente a un descenso general de las normas morales en estos tiempos postcristianos, pero hace también mucho daño a nuestra teología. La gente que desconoce la ley de Dios jamás será capaz de ver su necesidad por el evangelio. Como Juan Bunyan lo explicó: “El hombre que no conoce la naturaleza de la ley no puede conocer la naturaleza del pecado. Quien no conoce la naturaleza del pecado no puede conocer la naturaleza del Salvador”. Este libro trata sobre la ley de Dios –específicamente, los Diez Mandamientos- pero también intenta ayudar a la gente a comprender el evangelio. La ley es la que nos muestra nuestra necesidad de la obra salvadora del Jesucristo. Una vez que venimos a Cristo creyendo en el evangelio de su cruz y la tumba vacía, la ley nos muestra cómo
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vivir para su gloria. En las páginas que siguen he tratado de ser práctico, mostrando lo que los Diez Mandamientos significan para la vida diaria. A manera de ilustración, he escogido una historia bíblica que muestra lo que sucede cuando cada mandamiento es roto. He tratado también de ser cristocéntrico, explicando constantemente cómo la ley de Dios se relaciona con la persona y obra de Jesucristo. Como la mayoría de los libros que he escrito, este comenzó en el púlpito de la Tenth Presbyterian Church de Filadelfia. Tengo una gran deuda de gratitud con esta iglesia por sus reuniones, por las oraciones de su congregación, por su estímulo y, en este caso, por sus muchas peticiones de publicación de este material en forma de libro. Desde todo punto de vista, las predicaciones de los Diez Mandamientos fueron una bendición para nuestra iglesia, y nuestra más sincera esperanza es que lo sean también para usted. Debo también agradecer a muchas más personas. Doy muchas gracias a mis amigos de Crossway Books por ayudar a que este libro fuera finalmente publicado (debería mencionar tal vez que este viene de un comentario expositivo mayor de todo el libro de Éxodo, el cual Crossway planifica publicar dentro de la serie Predicando la Palabra). Gracias también a mi hermana Nancy Taylor por su trabajo duro al preparar las preguntas que aparecen al final de cada capítulo. Estoy igualmente muy agradecido con mis amigos Randall Grossman, Jonathan Rockey y David Skeel por sus correcciones a mi manuscrito, con Paul Russell y Danny Bombaro por ayudarme a preparar los índices, y con David Madder por sugerir primero el título Escrito en la Piedra. Pero el mayor de los agradecimientos es para mi esposa Lisa, por su ayuda en el ministerio y, especialmente, por la forma en que organiza nuestro hogar de manera que mi trabajo literario no es un sacrificio para nuestros hijos.
Philip Graham Ryken Filadelfia, Pennsylvania
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Habló Dios todas estas palabras: “Yo soy Jehová, tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre” ÉXODO 20:1-2
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n su libro The Day America Told the Truth (El día que Estados Unidos dijo la verdad), James Patterson y Peter Kim dictaron las normas para los tiempos posmodernos. Ellos observaron que hoy en día “hay una absoluta falta de consenso… Cada quien elabora sus propios códigos morales, sus propios Diez Mandamientos”. Patterson y Kim procedieron a enumerar lo que llamaron los “diez mandamientos reales”, las cuales son según su sondeo, las normas verdaderas por las que las personas rigen sus vidas. Estas reglas incluyen las siguientes: - No veo el propósito de guardar el día de reposo; - Robaré a aquellos que no tienen necesidades económicas; - Mentiré si me conviene, siempre y cuando no cause ningún daño real; - Engañaré a mi cónyuge, después de todo él o ella haría lo mismo si tuviera la oportunidad; - Holgazanearé en el trabajo y haré absolutamente nada durante todo un día cada cinco días.1
Estos nuevos mandamientos se basan en el relativismo moral, la creencia de que somos libres para crear nuestras propias reglas basadas en nuestras preferencias personales. La ley no es algo que venga
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de Dios, sino algo que viene de nosotros mismos. Y nuestras leyes frecuentemente entran en conflicto con las leyes de Dios. No es de extrañar que lo que Patterson y Kim llamaron los “diez mandamientos reales” generalmente viole las leyes de Dios dadas a Moisés: guardar el día de reposo, hacer todo tu trabajo en seis días, no cometer adulterio, no hurtar, no decir falso testimonio, y así sucesivamente. Hemos venido a ser ley para nosotros mismos. Uno podría esperar que la situación sea de alguna forma mejor en la iglesia. Seguramente la propia gente de Dios rinde honor a las absolutas y eternas normas de la ley de Dios. Sin embargo, la iglesia está llena de adoradores que ni siquiera saben los Diez Mandamientos, mucho menos saber cómo obedecerlos. Este problema fue documentado en un reciente informe del Centro de Investigación de la Religión de Princeton. El título dice así: “La Religión está ganando terreno, pero la Moralidad está perdiendo terreno”, y el reporte mostró como un reciente crecimiento en la asistencia a la iglesia y en la lectura de la Biblia ha sido acompañado por un declive simultáneo en 2 la moralidad. ¿Cómo puede ser posible? ¿Cómo puede estar la gente más interesada en Dios y, al mismo tiempo, menos deseosa de hacer lo que Él dice? La única explicación es que la gente no conoce al Dios de la Biblia, porque si lo conocieran, reconocerían la absoluta autoridad de su ley. Respetar a Dios significa también respetar su ley. Siempre que la gente tiene poco respeto por la ley de Dios, como sucede en nuestra cultura, es porque en último caso tienen también poco respeto por Dios.
EL SEÑOR TU DIOS Si la ley viene de Dios, entonces el mejor lugar para comenzar a comprender la ley es con Dios mismo. Es así como comienza exactamente el libro de Éxodo la presentación de los Diez Mandamientos, también conocidos como el Decálogo, es decir “diez palabras”: “Habló Dios todas estas palabras” (Éxodo 20:1). Para tener una idea de quién es Dios, es de utilidad recordar la situación. Dios estaba hablando a los israelitas mientras se encontraban reunidos a los pies del monte Sinaí. Éxodo 19 describe cómo Dios descendió sobre la montaña con gran poder y gloria, con truenos y relámpagos, humo y fuego. A los israelitas se les prohibió acercarse bajo la pena de muerte. Estaban ante la presencia del increíble y
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todopoderoso Dios, quien vive en perfecta santidad. Obviamente, lo que tenga que decir un Dios como este demanda nuestra más completa y cuidadosa atención. Lo que recibimos en el monte Sinaí no fue simplemente la ley de Moisés, sino la ley de Dios, hablada en la revelación de su gloria. Como Isaías escribiera luego: “Jehová se complació por amor de su justicia en magnificar la Ley y engrandecerla” (Isaías 42:21). Aunque Dios mostró su gloria en el humo y el fuego en la montaña, Él hizo una revelación mayor de su deidad cuando comenzó a hablar. Dios dijo: “Yo soy Jehová, tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre” (Éxodo 20:2). Este versículo es a veces llamado el prefacio o prólogo de los Diez Mandamientos. En él Dios defiende su autoridad como legislador. ¿Qué le daba el derecho a Dios de decirle al pueblo qué hacer? En palabras del Catecismo Menor de Westminster, “El prefacio de los diez mandamientos nos enseña que siendo Dios el Señor y nuestro Dios y Redentor, estamos por tanto, obligados a guardar todos sus mandamientos” (P. 44). Dios es el Señor. Aquí Dios usa su nombre especial para el pacto, Yahvé. Él es el gran YO SOY, el soberano y Todopoderoso Señor. Él es el supremo, preexistente, eterno e inmutable Dios, quien se ató a sí mismo a Abraham, Isaac y Jacob, con la promesa irrompible de su pacto. Además, Él es nuestro verdadero Dios, “Yo soy Jehová, tu Dios”, dice. De manera sorprendente, usa la segunda persona del singular, lo que indica que Él tiene una relación personal con cada persona en particular de su pueblo. Esta relación personal es también una relación salvadora, porque Dios dice: “Yo soy Jehová, tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre” (Éxodo 20:2). Este es el resumen de todo lo que había pasado hasta el momento en el Éxodo. Dios estaba recordando a los israelitas que Él no era sólo su Dios, su Señor, sino también su Redentor. Y fue con base a esto que Dios dio su ley para sus vidas. Fue privilegio único de Israel recibir la ley directamente de Dios. Lo que Dios dijo a Israel es básicamente lo mismo que dice a cada creyente en Cristo: “Yo soy Jehová, tu Dios, que te saqué del Egipto de pecado, donde eras esclavo de Satanás”. Por medio de la obra salvadora de Jesucristo, quien fue crucificado y resucitado, Dios es nuestro soberano Señor y verdadero Salvador, y por lo tanto tiene el derecho de reclamar autoridad legal sobre nosotros. La ley viene de Dios, quien es nuestro Señor y Salvador.
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DIOS Y SU LEY Si la ley viene de Dios, entonces debe reflejar su carácter divino. Esto es lo normal en las normas y regulaciones en general: Estas revelan algo del creador de la regla. Como ejemplo, consideremos las amplias regulaciones federales que rigen el acceso de minusválidos a los edificios públicos. ¿Qué nos dicen estas leyes acerca de la sociedad que las hizo? Nos dicen que los estadounidenses desean incluir a los minusválidos en los eventos ordinarios de la vida pública. La ley siempre revela el carácter del legislador. Esto fue especialmente verdadero en el monte Sinaí, en donde cada uno de los Diez Mandamientos fue impreso con el ser y los atributos de Dios Todopoderoso. Siendo así, ¿qué nos dice cada ley acerca del Dios que las dio? El primer mandamiento dice: “No tendrás dioses ajenos delante de mí” (Éxodo 20:3). Obviamente, el Dios que dio este mandamiento es celoso; Él no compartirá su gloria con otro dios. Esto es así, porque Él es el único y verdadero Dios. Todos los demás dioses son impostores. El primer mandamiento anuncia la soberanía única de Dios, quien es el único que puede decir: “Yo soy el Señor, y no hay ningún otro” (Isaías 45:18b NVI). Esto también indica su omnipresencia, porque nos dice que no tengamos otros dioses “delante de él”, es decir, “en su presencia” (este punto es desarrollado en el Capítulo 4). El segundo mandamiento es: “No te harás imagen ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra” (Éxodo 20:4). Este mandamiento trata de adorar al Dios correcto de la manera correcta. Dios se niega a ser adorado por medio de las imágenes. Esto demuestra que Él es espíritu, que no tiene forma física. La mención del cielo y de la tierra también demuestra que Él es el Creador. Uno de los problemas de los ídolos es que estos confunden al Creador con su creación. El mandamiento habla también de la misericordia y justicia de Dios: “No te inclinarás a ellas ni las honrarás, porque yo soy Jehová, tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen, y hago misericordia por millares a los que me aman y guardan mis mandamientos” (Éxodo 20:5-6). El Dios que dio la ley es un Dios que hace distinciones morales absolutas. Él castiga a los pecadores mientras que, al mismo tiempo, ama a generación tras generación de la gente que ha escogido salvar.
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El tercer mandamiento trata de honrar el nombre de Dios: “No tomarás el nombre de Jehová, tu Dios, en vano, porque no dará por inocente Jehová al que tome su nombre en vano” (Éxodo 20:7). La amenaza incluida en este mandamiento revela que Dios espera ser obedecido. Aquellos que rompen su ley serán tenidos por culpables. El mandamiento en sí mismo muestra que Dios es honorable y, por lo tanto, merece ser tratado con respeto. Incluso su nombre es santo. El cuarto mandamiento dice: “Acuérdate del sábado para santificarlo. Seis días trabajarás y harás toda tu obra, pero el séptimo día es de reposo para Jehová, tu Dios” (Éxodo 20:8-10a). Este mandamiento revela que Dios es soberano sobre todos los eventos de la vida diaria. Él es Dios cada día de la semana. Hay una relación explícita también entre lo que es ordenado y quien da la orden, entre Dios y su ley: “porque en seis días hizo Jehová los cielos y la tierra, el mar, y todas las cosas que en ellos hay, y reposó en el séptimo día; por tanto, Jehová bendijo el sábado y lo santificó” (Éxodo 20:11). Se nos ha ordenado trabajar y descansar porque servimos a un Dios trabajador que también descansa. Los primeros cuatro mandamientos rigen nuestra relación con Dios, mientras que los siguientes seis corresponden a nuestra relación los unos con los otros. Pero incluso estos mandamientos se basan en varios atributos divinos. El quinto mandamiento es sobre respetar la autoridad: “Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en la tierra que Jehová, tu Dios, te da” (Éxodo 20:12). Lo que yace detrás de este mandamiento es la propia autoridad de Dios como nuestro Padre. Este es también el primer mandamiento con promesa, la promesa de una larga vida en la tierra, lo cual demuestra cuán generoso es Dios para proveer a su gente. El sexto mandamiento es: “No matarás” (Éxodo 20:13). Esto nos recuerda que Dios es el Señor y dador de la vida. Él prohíbe la toma de una vida inocente porque Él es un Dios dador de vida. Por otro lado, el mandamiento preserva su soberanía sobre el final de la vida. Él es Señor sobre la muerte y sobre la vida. El séptimo mandamiento es uno que todos conocen: “No cometerás adulterio” (Éxodo 20:14). ¿Qué nos dice esto de Dios? Nos dice que Él es un Dios de pureza y fidelidad, un Dios que espera que su pacto sea mantenido. También nos dice que Él es un Dios de alegría, porque este mandamiento preserva al sexo para el matrimonio.
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El octavo mandamiento dice así: “No hurtarás” (Éxodo 20:15). El Dios que da este mandamiento es nuestro Creador y Proveedor. Obedecer este mandamiento significa reconocer en última instancia que todo le pertenece a Él y que, por lo tanto, no tenemos el derecho de tomar algo que Él ha dado a otra persona. El noveno mandamiento trata sobre decir la verdad: “No dirás contra tu prójimo falso testimonio” (Éxodo 20:16). Este mandamiento viene del Dios de la verdad, quien es verdadero en todo lo que Él es, dice y hace. Las Escrituras dicen: “el que es la Gloria de Israel no mentirá ni se arrepentirá” (1 Samuel 15:29a). El décimo mandamiento es sobre contentamiento: “No codiciarás” (Éxodo 20:17a). La codicia es consecuencia del deseo de poseer lo que Dios no nos ha dado. Como el octavo mandamiento, para obedecer este mandamiento es necesario tener fe en la providencia de Dios. Dios nos manda a no codiciar porque podemos confiar en que Él nos dará todo lo que verdaderamente necesitemos. Él es nuestro proveedor. Un atributo divino más es revelado por medio de los Diez Mandamientos como un todo, y tal atributo es el amor. Cuando Jesús resumió la ley de Dios, dijo: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente”. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:37-39; cf. Deuteronomio 6:5; Levítico 19:18; Romanos 13:9). En otras palabras, los Diez Mandamientos pueden ser reducidos a dos mandamientos: Amar a Dios y amar al prójimo. Todos ellos tratan sobre el amor. Amamos a Dios adorándolo y usando su nombre de manera adecuada. Amamos a nuestros padres tratándolos con respeto. Amamos a nuestro cónyuge siendo fiel a ellos. Amamos a nuestro prójimo al proteger su vida, respetar sus bienes y decir la verdad acerca de él. El Dios que dio estos mandamientos es un Dios de amor, que quiere que le amemos a Él y que compartamos su amor con otros. Como dijo Jesús: “El que tiene mis mandamientos y los guarda, ese es el que me ama” (Juan 14:21a; cf. 1 Juan 5:3a). Si esto es verdad, entonces no podemos separar la ley de Dios del amor de Dios. Para resumir, los Diez Mandamientos revelan el carácter de Dios. Revelan su soberanía, celo, justicia, santidad, honor, fidelidad, providencia, veracidad y amor. Cuando vemos cómo Dios se ha manifestado a sí mismo dentro de su ley, se hace obvio que no podría habernos dado otros mandamien-
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tos diferentes a los que nos dio. Los Diez Mandamientos expresan la voluntad de Dios para nuestras vidas porque están basados en su carácter. Esto ayuda a responder un antiguo dilema, uno que Platón expresó en uno de sus famosos diálogos: ¿Dios ordenó la ley porque 4 la ley es buena, o la ley es buena porque fue ordenada por Dios? La respuesta es: ambas. La ley, con toda su bondad, brota del carácter bondadoso de Dios. La ley es buena porque Dios es bueno, y su bondad penetra cada aspecto de su ley.
NUNCA MORIRÁ El hecho de que la ley de Dios expresa el carácter de Dios tiene muchas implicaciones. Una de ellas es que cuando rompemos la ley de Dios estamos ofendiendo directamente a Dios. Adorar a otro dios es negar la soberanía de Dios; usar incorrectamente su nombre es negar su honor; robar es negar su providencia; mentir es negar su veracidad; y así sucesivamente. Cada violación a la ley es una ofensa contra el carácter santo de Dios. Otra implicación de la relación entre nuestro Señor y su ley es que la ley es perpetuamente obligatoria, es para todas las personas en todos los lugares y en todos los tiempos. Soberanía, justicia, fidelidad, veracidad y amor son los atributos eternos de Dios. Él habría de privarse a sí mismo de su divinidad para salvarlos. Deberíamos esperar, por lo tanto, que la ley que expresa sus atributos eternos tenga también validez eterna. Esto quizás explique por qué Dios fijó los Diez Mandamientos en piedra, escribiéndolos con su propio dedo (Éxodo 31:18; 32:16). A. W. Pink comenta lo siguiente: Su carácter único aparece primero en que esta revelación de Dios en Sinaí –la cual serviría para todas las eras venideras como la gran expresión de su santidad y la suma de los deberes del hombre- fue acompañada por un fenómeno tan inspirador y sobrecogedor que la misma manera en que fueron publicadas muestra claramente que Dios mismo dio al Decálogo una peculiar importancia. Los Diez Mandamientos fueron pronunciados por Dios con voz audible, con los añadidos temibles de nubes y oscuridad, truenos y relámpagos y el sonido de una trompeta, y estas fueron las únicas partes de la Revelación Divina que fueron dichas, por lo
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ESCRITO EN PIEDR A tanto ninguno de los preceptos ceremoniales o civiles fueron distinguidos. Aquellas Diez Palabras, y sólo ellas, fueron escritas por el dedo de Dios sobre tablas de piedra, y sólo ellas fueron depositadas en el arca sagrada para su protección. Por lo tanto, en el honor único conferido en el Decálogo mismo podemos percibir su extrema importancia primordial en el gobierno divino.5
Los Diez Mandamientos fueron escritos en piedra porque estarían vigentes por toda la eternidad. ¿Cuándo estaría permitido adorar a otro dios, usar mal el nombre de Dios, mentir, asesinar o robar? Nunca, porque estas cosas son contrarias a la naturaleza misma de Dios. Una manera de probar que la ley de Dios es eterna es demostrar que estaba en vigencia aun antes de que Dios la escribiera. Éxodo 20 es descrito algunas veces como “la entrega de la ley”. Sin embargo, estas leyes ya habían sido dadas. Los mandamientos que Dios dio a Moisés en el monte Sinaí no eran nuevos; de hecho, eran tan viejos como la raza humana. Sabemos esto por las historias de la Biblia, en las cuales Dios frecuentemente reprendió y castigó a la gente por romper estas mismas leyes. Hay claros ejemplos de ruptura de los mandamientos antes en el Éxodo. Las diez plagas que Dios envió a Faraón fueron el castigo directo por la idolatría de Egipto, la cual violaba el primer y segundo mandamientos (Números 33:4). El éxodo personal de Moisés fue consecuencia de su violación al sexto mandamiento (Éxodo 2:11-15). En la zarza ardiente Dios enseñó a su profeta a honrar su nombre (Éxodo 3:1-15), de manera muy similar al tercer mandamiento. Dios reveló el principio del día de reposo en el cuarto mandamiento dando el maná por seis días y no siete, y aquellos que fallaron en seguir las instrucciones apropiadas sufrieron por su desobediencia (Éxodo 16). Así que en varios momentos el éxodo presupuso la existencia de la ley de Dios, incluso antes de que los israelitas llegaran al monte Sinaí. Encontramos el mismo principio en cuanto al trabajo en el libro de Génesis, el cual contiene muchas historias sobre gente rompiendo la ley de Dios. Cam, el hijo de Noé, fue maldecido por deshonrar a su padre (Génesis 9:18-28). Caín fue condenado por ser asesino (Génesis 4:10-12), los Sodomitas por adúlteros (Génesis 19:24-25), Raquel por ladrona (Génesis 31:19-32), Abraham por mentiroso (Génesis 20), y la esposa de Lot por ser una mujer codiciosa (Génesis 19). Dios
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siempre ha tratado con personas a base de su ley. Ciertos mandamientos habían sido revelados a ellos, y si estos no habían sido escritos todavía, sí lo habían sido sobre las tablas de sus corazones (véase Romanos 2:14-15). La ley moral de Dios se remonta al jardín del Edén, donde (junto con otros varios mandamientos referentes a la sexualidad, el descanso y el trabajo) Dios dijo a Adán y a Eva que no comieran del árbol del conocimiento, del bien y del mal. Los teólogos discuten sobre si nuestros primeros padres conocían o no alguno de los Diez Mandamientos. La Biblia simplemente no lo dice. Pero ya sea que Dios haya o no revelado alguno de sus mandamientos específicos, Adán y Eva se regían bajo sus principios básicos: amor a Dios y amor el uno por el otro. Ellos estaban obligados a respetarse el uno al otro, a cuidar de sus vidas y a decir la verdad, la clase de conducta que luego sería exigida en el monte Sinaí. En su primer pecado, Adán y Eva llegaron a violar casi todas las diez reglas básicas de Dios. El tomar la fruta prohibida fue un robo, estimulado por un deseo codicioso y basado en una mentira sobre el carácter de Dios. Comer la fruta fue una forma de tener otro dios. Fue también un intento de asesinato porque aquello llevó la muerte a toda la raza humana. Desde el comienzo nuestros primeros padres debían obedecer los principios básicos de lo que los teólogos llaman “la ley de la creación” o “la ley natural”. Para resumir, la ley de Dios ya existía mucho antes de que los israelitas llegaran al monte Sinaí. ¿Qué eran, entonces, los Diez Mandamientos? Piense en ellos como en una copia fresca. Ellos eran una reedición, en formato reducido, de la voluntad de Dios para la humanidad. Como Peter Enns dijera: “La ‘entrega’ de la ley en el Sinaí no es la primera vez que Israel escucha de la ley de Dios, sino la codifica6 ción y promulgación explícita de aquellas leyes” Esto es completamente lógico cuando recordamos que los Diez Mandamientos expresan el carácter de Dios, el cual no cambia.
LA LEY DE CRISTO ¿La ley sigue siendo obligatoria hoy en día? Esta es una pregunta vital. ¿Tienen los Diez Mandamientos alguna relevancia permanente para los cristianos y la cultura en la cual vivimos? Una vez que entendemos la relación entre nuestro Señor y su ley, esta pregunta es fácil de responder: Sí, la ley de Dios sigue siendo obligatoria hoy en día. Las
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normas de Dios no han cambiado, así como su carácter tampoco ha cambiado. Como Ted Koppel, de la cadena ABC, dijo en su ahora famoso discurso de graduación en la Universidad de Duke: “Lo que Moisés trajo del monte Sinaí no fueron las Diez Sugerencias… son mandamientos. Son, no eran.”7 Algunas personas niegan que la ley de Dios esté vigente hoy en día. Esta afirmación es hecha obviamente por muchas personas no cristianas, quienes son ley para sí mismos. Mucha gente en nuestras iglesias, sin embargo, presta poca atención a la ley de Dios. Esto se debe en parte al caos de la cultura que nos rodea, pero también se debe a la forma en que algunos cristianos leen la Biblia. Después de todo, en el Nuevo Testamento se encuentran una serie de afirmaciones que parecieran dejar de lado la ley del Antiguo Testamento. Por ejemplo, según Juan, “la Ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo” (Juan 1:17). Asimismo, el apóstol Pablo escribió: “El pecado no se enseñoreará de vosotros, pues no estáis bajo la Ley, sino bajo la gracia” (Romanos 6:14), y “Pero ahora que ha venido la fe, ya no estamos bajo un guía [la ley]” (Gálatas 3:25; cf. 5:18). Afirmaciones similares a estas parecieran sugerir que la ley de Dios ha sido sustituida. Por otra parte, el Nuevo Testamento también parece afirmar que la ley sigue vigente. Dice que “más fácil es que pasen el cielo y la tierra, que se frustre una tilde de la Ley” (Lucas 16:17). Este no es momento apropiado para dar una exposición completa de todo lo que la Biblia dice sobre la ley de Dios, pero es de vital importancia comprender que una de las razones por las cuales el Nuevo Testamento habla de la ley de diferentes maneras es porque existen diferentes tipos de ley. Aquí deberíamos al menos hacer una distinción entre tres tipos de ley: la moral, la civil y la ceremonial. Todas estas fueron dadas en el Antiguo Testamento, algunas veces intercaladas. Para poder entender claramente la ley –y finalmente el evangelio- deben ser distinguidas cuidadosamente, viéndolas a través del lente claro de la persona y obra de Jesucristo. “Es de suma importancia”, escribe Ernest Reisinger, “discernir las diferencias entre la ley ceremonial, la cual correspondía a la adoración de Israel y prefiguraba a Cristo; la ley civil o judicial, la cual detallaba los deberes de Israel como nación (estas tienen sus raíces en la ley moral, particularmente en la segunda tabla); y la ley moral, por medio de la cual el Creador gobierna la 8 conducta moral de todas las criaturas en todos los tiempos.”
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La ley moral está resumida en los Diez Mandamientos. Es el modelo recto y eterno para nuestra relación con Dios y con otros. La ley civil consistió en las leyes que gobernaban a Israel como nación bajo Dios. Esto incluye pautas para hacer la guerra, restricciones en el uso de la tierra, regulaciones para las deudas, penas por violaciones específicas del código legal de Israel. La ley ceremonial consistió en las regulaciones para celebrar varios festivales religiosos (por ejemplo, Éxodo 23:1419) y para adorar a Dios en su santuario (p. ej. Éxodo 25-30). Esta incluía leyes para alimentos limpios e inmundos, instrucciones para la pureza ritual, pautas para la conducta de los sacerdotes y, especialmente, instrucciones para la presentación de sacrificios y todo el sistema sacrificial (véase Levítico). Dios dio reglas detalladas que comprendían aspectos específicos como quién debía cortar el cuello de qué animal y cómo debía hacerlo, y qué debía hacerse con la sangre. La ley ceremonial ya no está en vigencia, ha sido abrogada. Esto es así porque todas sus regulaciones apuntaban hacia Jesucristo. En lo que se refiere a las ceremonias del Antiguo Testamento, las Escrituras dicen, “Todo esto es sombra de lo que ha de venir; pero el cuerpo es de Cristo” (Colosenses 2:17; cf. Hebreos 10:1). Esto es más obviamente verdadero en lo que se refiere a los sacrificios. Ahora que Cristo se ha ofrecido a sí mismo como el sacrificio expiatorio completo por el pecado, no habiendo necesidad de ningún otro más. Continuar siguiendo las viejas ceremonias sería negar la suficiencia de su obra en la cruz. Uno de los errores de la perspectiva teológica conocida como dispensacionalismo es imaginar que las viejas ceremonias y sacrificios 9 serán reinstalados en Israel. Pero el sistema sacrificial ha sido abolido por Cristo, y las únicas dos ceremonias que siguen en vigencia –el bautismo y la Cena del Señor- están centradas en la cruz. La ley civil también ha expirado, pero por una razón ligeramente diferente. La iglesia no es un estado. Tenemos un rey (es decir, Cristo), pero su reino es espiritual. Por lo tanto, aunque las leyes civiles del Antiguo Testamento contienen principios que son útiles para gobernar naciones hoy en día, el pueblo de Dios no está obligado ya a seguir tales regulaciones específicas. El error básico de la perspectiva teológica conocida como teonomía (o “reconstrucción cristiana”) es imaginar que las leyes civiles de los tiempos de Moisés deberían ser puestas en uso hoy en día en el país. Esto es a lo que algunas personas se refieren cuando hablan de restaurar un “Estados Unidos cristiano”. Pero, como Calvino reconoció, este acercamiento a la política es
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“peligroso y sedicioso” porque, al igual que la ley ceremonial, la ley 10 civil ha sido abrogada por Cristo. hoy, el pueblo de Dios es gobernado por la disciplina eclesiástica, la cual se basa en la ley moral y tiene consecuencias espirituales más que civiles. La distinción entre estos tres tipos de ley –la moral, la civil, y la ceremonial- nos ayuda a comprender los que el Nuevo Testamento nos enseña sobre la ley de Dios. La ley ceremonial y la ley civil fueron tipos y figuras que apuntaban hacia la cruz y el reino de Cristo. Ahora que Él ha venido, éstas han sido puestas a un lado, y esta es la razón por la cual el Nuevo Testamento algunas veces parece menospreciar tanto a la ley. Como hemos visto, lo que sigue aun en vigencia son las ordenanzas y la disciplina de la iglesia, las cuales son un eco de la ley ceremonial y la ley civil, respectivamente. El Nuevo Testamento también rechaza completamente la idea de que podemos ser justificados al mantener la ley. Es en este sentido que ya no estamos más “bajo la ley” (Romanos 6:14; Gálatas 5:18). Nuestra salvación no depende de nuestra habilidad para obedecer la ley. Como veremos en el próximo capítulo, no somos capaces de cumplir toda la ley y, por lo tanto, no podemos ser declarados justos en base a ella (Romanos 3:20). Dado que nuestra inclinación natural es pensar que sí podemos ser salvados por nuestra propia obediencia, la Biblia condena todo intento de usar la obediencia a la ley de Dios como una manera de justificarnos a nosotros mismos. Lo que en Nuevo Testamento nunca hace, sin embargo, es declarar un final a la ley moral de Dios como norma para nuestras vidas. Sigue siendo, en palabras de la Confesión de Fe de Westminster “una regla perfecta de rectitud” (19.II), o como Calvino la llamó, “la verdadera y 11 eterna regla de rectitud”. De manera similar, Ernest Reisinger describe la ley moral como “el modelo eterno de conducta moral correcta – 12 un estándar objetivo de rectitud”. Esto tiene sentido cuando recordamos la estrecha relación entre la ley moral y el carácter del Señor que la dio. La ley moral es tan eterna como lo es Dios. Asimismo, el carácter de Dios es también el carácter de su Hijo Jesucristo. La Biblia enseña que “El Hijo es el resplandor de la gloria de Dios, la fiel imagen de lo que él es” (Hebreos 1:3a NVI). Jesús es uno y el mismo con el Dios que reveló su ley a Moisés; la ley expresa el carácter del Hijo, así como expresa el carácter del Padre. Por lo tanto, tratar de separar al Dios que dio la ley del Dios que mostró su gracia en el evangelio sería prácticamente igual a dividir la Trinidad.
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El Hijo es tan soberano, celoso, dador de vida, fiel, verdadero y amoroso como el Padre se reveló a sí mismo en los Diez Mandamientos. Dada la relación estrecha entre Dios y su ley, y entre el Padre y el Hijo, no es de extrañar que Jesús advirtiera: “No penséis que he venido a abolir la Ley o los Profetas; no he venido a abolir, sino a cumplir, porque de cierto os digo que antes que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la Ley, hasta que todo se haya cumplido” (Mateo 5:17-18). Claramente Jesús se refería a la ley moral, al menos en parte, porque luego continuó diciendo: “De manera que cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos muy pequeños y así enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos; pero cualquiera que los cumpla y los enseñe, este será llamado grande en el reino de los cielos” (Mateo 5:19). La ley de Moisés no es sólo la ley de Dios, es también la ley de Cristo.
LA MANERA CORRECTA DE VIVIR A lo largo del resto de este libro nos centraremos en la ley moral de Dios. Una forma de probar que esta ley sigue en vigencia es demostrar como, de una u otra forma, todos los diez mandamientos originales son repetidos en el Nuevo Testamento, ya sea por Jesús mismo o en la enseñanza de sus apóstoles. Cuando el Nuevo Testamento enumera los pecados que llevan a la condenación, o los hechos de obediencia que agradan a Dios, algunas veces estos son seguidos por un resumen de los Diez Mandamientos (p. ej. Mateo 15:19; 19:17-19; Romanos 7:8-10; 1 Corintios 6:9-10; 1 Timoteo 1:9-11; Apocalipsis 21:8). Pero los mandamientos son tratados también individualmente. El primer mandamiento nos ordena no tener otros dioses. Jesús hizo esencialmente lo mismo hablando de sí mismo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por mí” (Juan 14:6; cf. Hechos 4:12). El segundo mandamiento prohíbe la idolatría. Juan dijo: “Hijitos, guardaos de los ídolos” (1 Juan 5:21). El tercer mandamiento nos dice que debemos honrar el nombre de Dios, que es exactamente lo mismo que Jesús nos enseñó a orar: “santificado sea tu nombre” (Mateo 6:9b). El cuarto mandamiento es sobre trabajar y descansar. Como creyentes en Jesucristo estamos llamados a trabajar de corazón en todo lo que hagamos (Colosenses 3:23). Estamos también llamados a reconocer que Jesús es Señor del día de reposo (Mateo 12:8) y que existe un “un reposo para el pueblo de Dios” (Hebreos 4:9).
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Los primeros cuatro mandamientos tratan sobre amar a Dios, pero ¿qué hay de amar al prójimo? En el quinto mandamiento estamos obligados a honrar a nuestros padres. Este mandamiento es repetido por el apóstol Pablo: “Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres, porque esto es justo. ‘Honra a tu padre y a tu madre’” (Efesios 6:1-2a). Sin siquiera cambiar el sexto mandamiento, Jesús aclaró su verdadero propósito espiritual cuando dijo: “Oísteis que fue dicho a los antiguos: ‘No matarás’, y cualquiera que mate será culpable de juicio. Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio” (Mateo 5:21-22a). Jesús hizo lo mismo con el séptimo mandamiento: “Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón” (Mateo 5:28). Sobre el octavo mandamiento, el Nuevo Testamento dice: “El que robaba, no robe más, sino trabaje” (Efesios 4:28a). Con respecto al noveno mandamiento, las Escrituras dicen: “No mintáis los unos a los otros” (Colosenses 3:9a). Finalmente, el décimo mandamiento prohíbe la codicia, la cual el apóstol Santiago condena diciendo: “Pedís, pero no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites” (Santiago 4:3). ¿Es la ley obligatoria hoy en día? ¡Por supuesto que lo es! Como lo demuestra toda la Biblia, los Diez Mandamientos nos muestran la manera correcta de vivir. Estos están basados en la rectitud de Dios, lo cual explica por qué el Nuevo Testamento tiene tantas cosas positivas que decir sobre la ley de Dios. “¿Debemos entonces invalidar la ley?” pregunta el apóstol Pablo. “¡De ninguna manera! Más bien, confirmamos la Ley” (Romanos 3:31). Luego continúa describiendo los mandamientos como algo “santo, justo y bueno” (Romanos 7:12) e insiste que él no está “sin ley de Dios, sino bajo la ley de Cristo” (1 Corintios 9:21). Hemos hablado suficiente de la ley, pero ¿qué hay del evangelio? Intentaremos dar una mayor respuesta a esta pregunta en los capítulos siguientes, pero la respuesta básica va como sigue: Es la ruptura de la ley la que nos permite ver nuestra necesidad del evangelio. Mientras más claramente vemos lo que la ley de Dios nos exige, más se hace obvio que no estamos en capacidad de cumplir sus mandamientos, lo cual es la razón exacta de por qué necesitamos el evangelio. No podemos ser salvos por medio del cumplimiento de la ley porque no la cumplimos. ¡Pero Jesús sí! Él cumplió toda la ley en nuestro nombre. Perfectamente. Pero más aun, en su muerte en la cruz él sufrió el castigo que nosotros merecemos por nuestro fracaso en obedecer la ley de Dios. Por lo tanto, todo aquel que cree en
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Jesucristo será salvo porque él cumplió la ley y por su sufrimiento padecido. Como creyentes en Jesucristo, ¿debemos seguir cumpliendo la ley de Dios? Sí. La ley moral expresa la voluntad recta y perfecta de Dios para nuestras vidas. Jesús nos mandó obedecer la ley, no como un medio de justificación ante Dios, sino como una forma de agradar a Dios quien nos ha hecho justos ante Él.
PREGUNTAS PARA ESTUDIAR 1. ¿Cuántos de los Diez Mandamientos puede usted enumerar (¡sin hacer trampa!)? 2. ¿Qué nos dice el prólogo “Yo soy Jehová, tu Dios” acerca de Dios y de su relación con su pueblo? 3. ¿Qué nos dicen los cuatro primeros mandamientos sobre el carácter de Dios? 4. Lea cada uno de los Diez Mandamientos y explique como cada uno de ellos se relaciona con la ley de amar a Dios y a nuestro prójimo. 5. ¿Cómo sabemos que las leyes de Dios son eternas, de obligatorio cumplimiento antes y después de que fueron dadas? 6. Algunos cristianos se apoyan en el Nuevo Testamento para decir que ya no necesitan obedecer los Diez Mandamientos. ¿Por qué esto es falso? 7. ¿Podemos ser justificados por la ley? ¿Por qué sí o por qué no? 8. ¿Cuál es el propósito de la ley? 9. ¿De qué manera Jesús cumplió toda la ley de Dios? 10. “Siempre que la gente tiene poco respeto por la ley de Dios… es porque en último caso tienen también poco respeto por Dios”. ¿Qué áreas en su vida tienen acciones y actitudes que reflejan un alto respeto por Dios y su ley, específicamente, los Diez Mandamientos? ¿Qué áreas de su vida necesitan aún algún trabajo?
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Pero sabemos que la Ley es buena, si uno la usa legítimamente 1 TIMOTEO 1:8
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os consumidores estadounidenses tienen una fascinación con los artículos multiuso. Consideremos el extraordinario éxito de la navaja suiza del ejército. Junto a una ordinaria navaja, este hábil artilugio viene con un mondadientes, unas pinzas, un par de tijeras, un par de destornilladores, una lima, una sierra y un sacacorchos. La herramienta es una navaja, pero es también mucho más: una herramienta indispensable para realizar aparentemente cualquier tarea. Al igual que una herramienta todo-en-uno, la ley de Dios es un artículo multiuso. Esta importante verdad ayuda a explicar por qué la Biblia habla de la ley en tantas formas diferentes. Dios tiene más de un propósito para su ley, y lo verdaderamente importante es saber cómo usarla. Como el apóstol Pablo observó, “la ley es buena, si uno la usa legítimamente” (1 Timoteo 1:8). En este capítulo se consideran tres maneras de utilizar la ley de Dios: Primero, la ley enseña al pueblo redimido de Dios como vivir para la gloria de Dios; segundo, la ley restringe el pecado en la sociedad; y tercero, la ley muestra a los pecadores su necesidad de un Salvador. Para decir lo mismo de una manera ligeramente diferente, la ley es un mapa (guía nuestra conducta), un bozal (evita que hagamos cosas malas) y un espejo (nos 1 muestra nuestro pecado).
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NOS ENSEÑA COMO VIVIR Puede resultar sorpresivo descubrir que los Diez Mandamientos no comienzan con la ley, sino con el evangelio: “Habló Dios todas estas palabras: ‘Yo soy Jehová, tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre’” (Éxodo 20:1-2). Como hemos visto, estos versículos enseñan que la ley viene de Dios, el gran Dios del pacto que reveló su gloria en la montaña. ¡Y este gran Dios es un Dios que salva! Al principio del capítulo 20 Dios resume toda la épica aventura del éxodo en dos cortas frases: “que te saqué de la tierra de Egipto, [y] de casa de servidumbre”. Dios estaba recordando a su pueblo las buenas nuevas de su salvación. Por siglos habían languidecido bajo la opresión de Faraón. Al enviar terribles plagas, abrir el mar, salvarlos por medio de la sangre de un cordero, y darles pan en el desierto, Dios liberó a su pueblo. Su liberación fue el gran evento salvador del Antiguo Testamento. Casi inmediatamente después de liberar a su pueblo, Dios les dio su ley. El orden es importante: primero el evangelio, después la ley. Como el teólogo holandés Jochem Douma escribió en su exposición maestra de Éxodo 20: “Los mandamientos siguen al evangelio de libe2 ración inmerecida”. Muchos cristianos creen que la ley se opone de algún modo al evangelio. Asumen que en el Antiguo Testamento la salvación vino por la ley, mientras que en el Nuevo Testamento la salvación viene por la gracia. Pero la verdad es que la salvación siempre ha sido por gracia, y que la ley y el evangelio trabajan juntos a favor de la salvación en ambos testamentos. La gracia del evangelio nunca ha sido opuesta al uso apropiado de la ley. Vemos a la ley y el evangelio trabajar juntos en Éxodo, el cual contienen tanto el más claro ejemplo de salvación por la gracia del Antiguo Testamento como la presentación más completa de la ley de Dios. Es importante notar que Dios no dio a Israel los Diez Mandamientos hasta llegar al capítulo 20. Los anteriores capítulos 1 al 19 cuentan la historia de la salvación por gracia, cuando Dios cumple su promesa del pacto de sacar a Israel de Egipto. Luego viene el capítulo 20, en el que Dios da a su pueblo una ley por la cual vivir. La ley era para aquellos que ya había sido redimidos. El tema recurrente de Éxodo es que el pueblo de Dios es salvo para la gloria de Dios. El problema con Faraón y los egipcios no fue simplemente
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que estuviera mal que tuvieran esclavos, sino que ellos estaban evitando que los israelitas sirvieran a Dios. Con el éxodo hubo un cambio de amos. El pueblo de Dios fue liberado de su esclavitud a Faraón para servir al Dios viviente y verdadero, no como esclavos capturados, sino como hijos e hijas liberados. La ley que Dios les dio al momento de su emancipación no fue una nueva forma de esclavitud, sino una carta de libertad. Fue sólo porque el pueblo de Dios había sido salvo por gracia que eran ahora libres para vivir por la ley del pacto. Habían sido redimidos; por lo tanto, no tendrían otros dioses, ni harían ídolos, y así sucesivamente. Dios no liberó a su gente para que hicieran lo que quisieran, sino para que pudieran vivir para Él. Esta fue la razón de ser del éxodo. Moisés continuó diciendo al Faraón: “Deja ir a mi pueblo, para que me sirva en el desierto” (Éxodo 7:16). Este es uno de los usos más importantes de la ley: enseñar a la gente que ha sido redimida cómo vivir para la gloria de su Dios. El pueblo de Dios siempre debe recordar la conexión existente entre la gracia de Dios y la ley de Dios. En el libro de Deuteronomio Dios dio a los padres de Israel las siguientes instrucciones: Mañana, cuando te pregunte tu hijo: “¿Qué significan los testimonios, estatutos y decretos que Jehová nuestro Dios os mandó?”, dirás a tu hijo: “Nosotros éramos siervos del faraón en Egipto, y Jehová nos sacó de Egipto con mano poderosa. Jehová hizo delante de nuestros ojos señales y milagros grandes y terribles en Egipto, contra el faraón y contra toda su casa. Y nos sacó de allá para traernos y darnos la tierra que prometió a nuestros padres. Jehová nos mandó que cumplamos todos estos estatutos, y que temamos a Jehová, nuestro Dios, para que nos vaya bien todos los días y para que nos conserve la vida, como hasta hoy”. – 6:20-24
Cuando los hijos de Israel preguntaran por qué debían obedecer la ley de Dios, sus padres debían contarles una historia. La única manera en que podrían entender el significado de la ley era conociendo su contexto, cuál había sido la experiencia del éxodo, la historia de su salvación. Primero el evangelio, luego la ley. La relación entre la ley y el evangelio en el éxodo fija (o tipifica) el patrón para un propósito de la ley en la vida cristiana: la ley enseña al pueblo redimido de Dios cómo vivir. Nosotros también tenemos una
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historia que contar, la historia de nuestra redención en Cristo Jesús. La historia comienza con nuestra esclavitud del pecado. Nos encontrábamos en una esclavitud espiritual tan grave que no teníamos posibilidades de escapar de ella. Pero Dios nos libró del pecado y de Satanás a través de la obra salvadora de Jesucristo. Su muerte y resurrección fueron nuestro gran éxodo, nuestra emancipación. Ahora que hemos recibido la gracia de Dios en el evangelio, ¿qué viene a continuación? ¿Estamos en libertad de vivir como queramos? ¿Podemos ser salvos y seguir llevando una vida pecadora? ¡Por supuesto que no! Lo que estamos en libertad de hacer es vivir de una forma que agrade a Dios. Martín Lutero explicó una vez este principio a uno de sus estudiantes. Lutero había estado hablando acerca de la gracia libre de Dios para los pecadores, como nuestra salvación no descansa en nuestras buenas obras sino en la obra salvadora de Jesucristo. “Si lo que usted dice es verdad”, objetó el estudiante, “¡entonces podemos vivir como queramos!” Lutero replicó “Sí. ¿Entonces qué 3 quieres?” Lo que Lutero dijo al estudiante se apega perfectamente a las Escrituras. El apóstol Pedro dijo: “Actuad como personas libres, pero no como los que tienen la libertad como pretexto para hacer lo malo, sino como siervos de Dios” (1 Pedro 2:16). Porque hemos sido liberados por la gracia estamos obligados a amar y obedecer a Dios. El apóstol Pablo añadió que estamos también obligados a amar a nuestros semejantes: “Vosotros, hermanos, a libertad fuisteis llamados; solamente que no uséis la libertad como ocasión para la carne, sino servíos por amor los unos a los otros” (Gálatas 5:13). Nótese lo que Pedro y Pablo están diciendo en estos versículos: Nos dicen que debemos amar a Dios y a nuestros semejantes, que es lo mismo de lo que los Diez Mandamientos tratan. Pablo hace esta conexión explícita cuando dice a continuación: “porque toda la Ley en esta sola palabra se cumple: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’” (Gálatas 5:14). Por supuesto, Pedro y Pablo estaban simplemente repitiendo lo que Jesús dijo cuando resumió la ley en dos Grandes Mandamientos: Amar a Dios y amar al prójimo (véase Mateo 22:37-40). Jesús también dijo: “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Juan 14:15). El evangelio de Jesucristo nos obliga a obedecer la ley de Dios. Como creyentes, estamos llamados a vivir de una manera que agrade a Dios, lo cual quiere decir vivir de acuerdo a sus normas perfectas. Las reglas de Dios no han cambiado, como si de alguna forma su
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gracia hubiera redefinido su rectitud. Por el contrario, como vimos en el capítulo anterior, la ley moral expresa el carácter verdadero de Cristo. Bajo la hábil dirección del Espíritu Santo, sigue siendo nuestra guía y maestra. El puritano Tomás Watson escribió: “La ley moral es la copia de la voluntad de Dios, nuestra guía espiritual; nos muestra qué 4 pecados evitar y qué deberes cumplir”. Siguiendo la misma línea, el obispo anglicano J. C. Ryle dice: “No existe mayor error que suponer que un cristiano no tiene nada que ver que la ley y los Diez Mandamientos, porque no puede ser justificado al obedecerlos. El mismo Espíritu Santo que convence al creyente de pecado por medio de la ley y le lleva a Cristo para justificación, siempre le llevará al uso espiritual de la ley como una guía amistosa en la búsqueda de la santifica5 ción”. La ley es útil para instruirnos en rectitud. Nos ayuda a conocer lo que es agradable a Dios. Nos muestra cómo vivir.
RESTRINGE EL PECADO EN LA SOCIEDAD Existe un segundo uso de la ley que también es mencionado en Éxodo 20. Dios usa la le para restringir el pecado en la sociedad humana. Los mandamientos de la ley, con su acusación de culpa y amenaza de castigo, desaniman a las personas en cuanto a pecar contra Dios. La ley no evita por completo que las personas pequen, por supuesto, porque no puede cambiar nuestra naturaleza pecaminosa, pero en cierta medida la ley sí sirve para restringir nuestro pecado. Dios quiso que la ley tuviera este efecto restrictivo sobre Israel. Cuando el pueblo recibió los Diez Mandamientos, respondieron con temor y temblor. Se sintieron sobrecogidos por Dios y por el poder dominante de su voz, pero Moisés les aseguró que la ley de Dios era en realidad para el beneficio de ellos. Les dijo: “No temáis, pues Dios vino para probaros, para que su temor esté ante vosotros y no pequéis” (Éxodo 20:20). La ley era en parte un elemento disuasivo. Tenía el propósito preventivo de mantener al pueblo de Dios lejos del pecado. La amenaza del castigo de la ley mantenía la perversión del pueblo bajo control. Calvino comparó este uso de la ley con la brida que controla a un caballo rebelde: La segunda función de la Ley es, por medio de su denuncia temible y el consiguiente temor al castigo, contener a aquellos que, a menos que sean forzados, no tienen respeto al-
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ESCRITO EN PIEDR A guno por la rectitud y la justicia. Estas personas son reprimidas sin que sus mentes sean internamente movidas y afectadas, sino como si se les colocará una brida, sus manos son refrenadas de actos externos, manteniendo internamente bajo control la perversión que, de otra forma, estallaría violentamente.6
La razón por la cual la ley puede mantener a la gente alejada del pecado es, como vimos en el capítulo anterior, que ella expresa muchos de los atributos de Dios Todopoderoso, como su soberanía y justicia. Por lo tanto, la ley tiene el poder de estimular el temor a Dios y, al mismo tiempo, desanimar todo deseo de pecar contra él. La ley enseña que existe un Dios grande y poderoso que castiga a la gente por sus pecados. Esto tiene el efecto inevitable de advertirnos que no debemos pecar contra él. La ley sigue teniendo este efecto restrictivo hoy en día, razón por la cual muchos cristianos están a favor de colocar a los Diez Mandamientos en el salón de clases y en la sala de justicia. Vivimos en una sociedad crecientemente sin ley. Los efectos de esto se ven en la escuela, donde los maestros casi siempre lidian con problemas de conducta y frecuentemente con la amenaza real de la violencia. Los efectos también se ven en las cortes de justicia, donde los jurados deben enfrentar crímenes atroces y los jueces luchan para saber lo que la justicia demanda. Necesitamos una guía moral y ¿qué mejor guía que los mandamientos de Dios escritos en piedra? Existen algunas razones para ser escépticos acerca de cuánto bien haría esto. Siempre existe el riesgo de que poner la ley de Dios en edificios públicos la trivialice, así como Dios es trivializado cuando su nombre es colocado en las monedas y billetes estadounidenses. ¿Colocar simplemente los Diez Mandamientos hará que la gente respete a Dios y a su ley? Hasta cierto punto sí, pero lo que la gente realmente necesita no es sólo la ley, sino el evangelio. ¿De qué servirá que las personas sepan lo que Dios exige de ellas a menos que el Espíritu Santo les haga capaces de cumplir tales exigencias? Más un, como veremos en un momento, uno de los propósitos principales de la ley es demostrarnos que somos incapaces de obedecerla. Por lo tanto, más que mantenernos alejados del pecado, colocar los Diez Mandamientos en la pared nos mostrará fundamentalmente lo pecadores que en realidad somos.
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No obstante, y aparte de todo asunto constitucional referente a la separación entre la iglesia y el estado, colocar los Diez Mandamientos es una buena y piadosa idea. Los mandamientos vienen de la Palabra de Dios, la cual nunca falla en cumplir su propósito (Isaías 55:11). Además, es bueno que la gente sea confrontada con una norma absoluta de lo bueno y lo malo, dada por un Dios de verdad y justicia. La propia existencia de los Diez Mandamientos declara que daremos cuenta a Dios de todo lo que hagamos o dejamos de hacer. Esto sin duda alguna explica porqué existe tanta oposición a la exposición de los Diez Mandamientos. La gente se siente incomoda frente a la idea de que Dios les diga qué hacer; y por esto tratan de ignorar sus mandamientos, frecuentemente con éxito. En el caso Stone versus Graham, la Corte Suprema de los Estados Unidos rechazó la idea de que los Diez Mandamientos tuvieran lugar alguno dentro de la educación secular. La Corte razonó lo siguiente: El propósito preeminente de colocar los Diez Mandamientos en las paredes del salón de clases es claramente de naturaleza religiosa. Los Diez Mandamientos son indudablemente un texto sagrado… y ninguna declaración legislativa de un supuesto propósito secular puede ocultarnos tal hecho. Los mandamientos no se limitan a posibles asuntos seculares, como honrar a los padres, el asesinato u homicidio, el adulterio, el robo, el falso testimonio y la codicia. Más bien, la primera parte de los mandamientos se refieren a deberes religiosos de los creyentes: Adorar a Dios el Señor solamente, evitar la idolatría, no usar el nombre del Señor en vano, y observar el día de reposo.7
Ya sea que la justicia haya tomado o no la decisión correcta con relación a este asunto constitucional, está en lo cierto en cuanto a lo que los Diez Mandamientos hacen: Nos confrontan con nuestro deber hacia Dios así como hacia nuestros semejantes. Es bueno que la gente sea confrontada, porque la ley de Dios tiene la habilidad de restringir el pecado en la sociedad. Los cristianos que desean exponer los Diez Mandamientos tienen el instinto correcto. Aunque la ley por sí misma no puede salvar, sí sirve para promover una sociedad justa. La ley de Dios instruye a la conciencia, de manera que cualquiera que lee los Diez Mandamientos tiene un mayor sentido de lo que Dios exige y de lo que Dios prohíbe. Este conocimiento de Dios y su ley puede man-
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tener a la gente alejada del pecado. A medida que la ley de Dios –con todas sus amenazas y castigos- se filtra en la ley de la tierra, disuade a la gente de cometer pecados especialmente destructivos.
REVELA NUESTRA NECESIDAD DE UN SALVADOR Hasta ahora hemos considerado lo que ley es capaz de hacer. Enseña al pueblo redimido de Dios cómo vivir para la gloria de Dios, y restringe el pecado en la sociedad. Pero hay todavía una cosa más que la ley no es capaz de hacer y es traer la salvación completa y definitiva. La ley carece de poder a este respecto porque es debilitada por la naturaleza pecaminosa (véase Romanos 8:3). Sin embargo, a pesar de esta carencia de poder para salvar sigue siendo útil porque nos demuestra que necesitamos de alguien más para salvarnos. Este es, quizás, el uso más importante de la ley: mostrar a los pecadores su necesidad de un Salvador. Para ver como la ley hace esto es necesario comprender que Israel fue obligado a mantener la ley perfectamente. Hay muchas indicaciones de esto en el Éxodo. Una aparece en el capítulo 24, cuando los israelitas prometen obedecer la ley de Dios. Después que Moisés leyó el Libro del Pacto, la gente dijo: “Obedeceremos y haremos todas las cosas que Jehová ha dicho” (v. 7). Los israelitas estaban obligados a obedecer toda la ley de Dios por su propia promesa. Para decirlo de otra forma, estaban obligados a mantener el pacto de Dios. Moisés luego les dijo: “Y él [Dios] os anunció su pacto, el cual os mandó poner por obra: los diez mandamientos, y los escribió en dos tablas de piedra” (Deuteronomio 4:13). Los israelitas estaban obligados a mantener la ley de Dios no sólo porque lo habían prometido, sino porque esto era lo que requería su salvación: perfecta obediencia a la voluntad revelada de Dios. En un sentido, por supuesto, los israelitas ya eran salvos. Habían sido liberados de Egipto. Sin embargo, esta no había sido su salvación completa y definitiva. Fue tan sólo una liberación terrenal y Dios había planificado que ellos pasaran la eternidad con él en el cielo. Pero para que los israelitas pudieran alcanzar tal destino, debían cumplir completamente con los requerimientos justos de la ley de Dios. Como Moisés luego les recordó: “Jehová nos mandó que cumplamos todos estos estatutos… Y tendremos justicia cuando cuidemos de poner por obra todos estos mandamientos delante de Jehová, nuestro Dios, como él
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nos ha mandado” (Deuteronomio 6:24a-25). Dios les dice de nuevo: “Por tanto, guardaréis mis estatutos y mis ordenanzas, porque el hombre que los cumpla, gracias a ellos vivirá” (Levítico 18:5). Jesús hizo la misma declaración más tarde: “si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos” (Mateo 19:17b). Para ser rectos delante de Dios, los israelitas debían mantener su ley; y si ellos hacían esto serían salvos por siempre. ¡El problema fue que no pudieron mantenerla! De hecho, no pasó mucho tiempo desde que Dios les dijo que no tuvieran otros dioses o que no hicieran ídolos cuando ya habían hecho un becerro de oro (Éxodo 32). Esto demuestra que a pesar de toda su utilidad para enseñarnos cómo vivir, la ley no tiene el poder para transformar nuestra naturaleza pecaminosa. En lugar de ello, la ley es como un espejo que muestra cada espinilla en el rostro de alguien, muestra cuán pecadores somos realmente. Aun peor, la ley fue un medio para provocar nuestro pecado. El apóstol Pablo discutió esto en Romanos 7. Primero puntualiza lo que hasta ahora hemos estado haciendo, es decir, que la ley revela nuestro pecado. Dice: “Pero yo no conocí el pecado sino por la Ley” (Romanos 7:7b). Entonces, usando los diez mandamientos como ejemplo, Pablo continúa explicando que en cierta forma la ley sirve, de hecho, para estimular el pecado: “tampoco conocería la codicia, si la Ley no dijera: ‘No codiciarás’. Pero el pecado, aprovechándose del mandamiento, produjo en mí toda codicia” (vv. 7c-8a). Es bastante malo que la ley provoque pecado, pero la situación es aun más grave, porque el pecado lleva a la muerte. Pablo continua diciendo: “porque sin la Ley, el pecado está muerto. Y yo sin la Ley vivía en un tiempo; pero al venir el mandamiento, el pecado revivió y yo morí. Y hallé que el mismo mandamiento que era para vida, a mí me resultó para muerte, porque el pecado, aprovechándose del mandamiento, me engañó, y por él me mató” (vv. 8b-11). Romper la ley lleva a la muerte. Esto sería ya bastante malo, pero créalo o no, la situación puede empeorar todavía más, porque aquellos que pecan y mueren están malditos por Dios. Como dicen las Escrituras: “Todos los que dependen de las obras de la Ley están bajo maldición, pues escrito está: ‘Maldito sea el que no permanezca en todas las cosas escritas en el libro de la Ley, para cumplirlas’” (Gálatas 3:10). Entonces, esta era la situación: El pueblo de Dios estaba obligado a mantener una ley que no podían obedecer. En lugar de darles una
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completa y definitiva salvación, la ley exponía su pecado sometiéndolos a la muerte y finalmente a la ira y la maldición de Dios. Juan Calvino escribió que mientras que la ley “muestra la rectitud de Dios, es decir, la única rectitud aceptable para Dios, advierte, instruye y 8 convence y condena también a cada hombre por su propia irrectitud.” Entonces, ¿por qué Dios dio la ley a su pueblo? ¿Por qué les dio algo que no sólo les gobernaría, sino también les condenaría? La respuesta es que Dios les dio su ley para que pudieran creer en su evangelio. Todos los grandes teólogos han comprendido esto. Agustín dijo: “La utilidad de la ley reside en que convence al hombre de su enfermedad y lo mueve a buscar el remedio de la gracia, la cual es en 9 Cristo” Martín Lutero lo explicó de esta forma: “Por lo tanto no abolimos la Ley; pero demostramos su verdadera función y uso, es decir, que es un sirviente más útil impulsándonos a Cristo. Después que la Ley te ha humillado, aterrorizado y aplastado completamente, llevándote al borde de la desesperación, entonces vemos como usar la Ley correctamente; pues su función y uso no es sólo revelar el pecado y la 10 ira de Dios, sino también llevarnos a Cristo”. Juan Calvino lo expresó más simplemente diciendo que “Moisés no tenía otra intención que 11 invitar a todos los hombres a ir directamente a Cristo”. Y Carlos Spurgeon dijo: “Como la fina aguja prepara el camino para el hilo, así también la ley penetrante abre el camino para el brillante hilo platea12 do de la gracia divina”. El plan de Dios fue enviar un Salvador para su pueblo. Primero, sin embargo, debía darles la ley en forma de una alianza en palabras, un pacto que no pudieron guardar. Al revelarles su pecado, esta ley les mostró que necesitaban de un Salvador eterno, y por esto fue necesario un tiempo largo antes de la venida de Cristo. Como nosotros, los israelitas fueron salvados por gracia por medio de la fe. La principal diferencia es que su fe fue en un Salvador que vendría, mientras que la nuestra es en el Dios Salvador que fue ya enviado. Pero, ¿cómo hubieran podido ver los israelitas su necesidad de un Salvador a menos que sus pecados hubieran sido expuestos primero y condenados por la ley de Dios? Esta es la razón por la cual necesitaban de la ley. Ellos la necesitaban para que les ayudara a creer en el evangelio y, de esta forma, la ley de Dios sirvió en última instancia para glorificar la gracia de Dios. Pablo lo explicó de la siguiente forma: “La Ley, pues, se introdujo para que el pecado abundara; pero cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia, porque así como el pecado reinó
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para muerte, así también la gracia reinará por la justicia para vida eterna mediante Jesucristo, Señor nuestro” (Romanos 5:20-21).
USANDO LA LEY HOY Como artículo multiuso, hoy en día la ley de Dios es más útil que nunca. Muestra al pueblo redimido de Dios cómo vivir para la gloria de Dios, y restringe el pecado en la sociedad. Existe una cosa, sin embargo, que la ley no puede hacer y es hacernos justos delante de Dios. No podemos ser justificados por nuestro propio ejercicio de la ley. Si estuviéramos en capacidad de cumplir perfectamente con la ley de Dios, entonces ella podría salvarnos. De acuerdo con la propia Palabra de Dios, la persona que obedece los mandamientos vivirá por ellos (Romanos 10:5; Gálatas 3:12). El problema está en que no podemos mantenerlos. Como dicen las Escrituras: “no se justificará delante de [Dios] ningún ser humano” (Salmo 143:2b). La ley de Dios es la que prueba de que somos injustos: “porque por las obras de la Ley ningún ser humano será justificado delante de él, ya que por medio de la Ley es el conocimiento del pecado” (Romanos 3:20). Puesto que el pecado lleva al juicio, la ley por tanto nos muestra que somos condenados por Dios y que sin su gracia estaremos perdidos por siempre. En uno de sus muchos dibujos de Éxodo, el caricaturista Baloo representa a Moisés dando a Israel los Diez Mandamientos. Con una mirada de consternación, el pueblo dice: “Nosotros estábamos espe13 rando ser aceptados tal como somos”. Esto es lo que siempre esperamos, que Dios nos permita llegar a él “tal como somos”. Sin embargo, porque Dios es santo, él no puede aceptarnos tal como somos y necesitamos saber esto. Es absolutamente esencial que sepamos eso. Debemos vernos a nosotros mismos como realmente somos, razón por la cual necesitamos la ley de Dios, no para salvarnos, sino para mostrarnos lo mucho que necesitamos de un Salvador. Según Martín Lutero, “La verdadera función y uso apropiado y principal de la Ley es revelar al hombre su pecado, ceguera, miseria, debilidad, ignorancia, odio y desprecio a Dios, la muerte, el infierno, el juicio y la bien 14 merecida ira de Dios”. La ley nos muestra estas cosas para que comencemos a buscar un Salvador. Donald Grey Barnhouse lo explicó así: “La ley de Dios es como un espejo. Ahora bien, el propósito de un espejo es revelarle que su cara está sucia, pero no lavar su rostro. Cuando se mira en un
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ESCRITO EN PIEDR A
espejo y ve que su cara está sucia, usted no toma el espejo de la pared y lo frota contra su rostro como si fuera algún agente limpiador. El 15 propósito del espejo es hacerle llegar al agua.” La ley nos ayuda de la misma forma: no salvándonos, sino mostrándonos nuestra necesidad de un Salvador. Esto es así tanto para cristianos como para no cristianos. La ley nos muestra nuestro pecado para que alabemos a Dios por salvarnos por medio de Cristo. Tristemente, la ley de Dios ha caído en desgracia en las iglesias contemporáneas. Ya no es predicada como el modelo eterno de rectitud de Dios o aplicada en su relación completa con el evangelio. No hay duda alguna de que esto es así porque la ley resulta poco atractiva. De hecho, algunas veces enfurece a las personas. Sin embargo, la predicación de la ley es absolutamente esencial para alcanzar a los perdidos. Sólo escuchando la ley de Dios los pecadores pueden ser convencidos de sus pecados y, así, ver su necesidad del evangelio. Un ministro que entendió esto fue Archibald Alexander, uno de los profesores fundadores del Seminario de Princeton. Cuando el hijo del Dr. Alexander fue ordenado para el ministerio pastoral, le dio el siguiente consejo: “Deja que la ley sea proclamada fielmente, como obligatoria para toda criatura y como condenación a cada pecador impenitente, y deja que la total incapacidad del hombre para satisfacer sus demandas se manifieste claramente, no como una excusa sino como una falla; y luego deja que las riquezas de la gracia en Cristo Jesús sean plenamente exhibidas y libremente ofrecidas, y que todos –sin importar su gran pecado- sean 16 urgidos a aceptar el perdón inmerecido y la completa salvación.” Esta es la manera correcta de finalizar este capítulo, con el uso correcto de la ley y con las riquezas de la gracia que Dios ofrece en Cristo Jesús. Mientras más miremos en el espejo de la ley de Dios, más claramente veremos que somos pecadores que necesitan de un Salvador. Una vez que vemos esto, necesitamos mirar a Jesús, quien cumplió completamente con todas las exigencias de la ley de Dios y sufrió el castigo que merecíamos nosotros por nuestro pecado. Hay clemencia para todo aquel que viola la ley y perdón para todo pecador que confía en Jesucristo.
PREGUNTAS PARA ESTUDIAR 1. ¿Qué artículo multiuso compró usted durante el último año? ¿Fue una buena o una mala compra?
Un artículo multiuso
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2. ¿Cuál de los tres usos de la ley –enseñar al pueblo redimido de Dios cómo vivir para la gloria de Dios, restringir el pecado en la sociedad, y mostrar a los pecadores su necesidad de un Salvadores más comúnmente enfatizada en su iglesia? ¿Dónde se enseña esto en su opinión? 3. Dé algunos ejemplos de la gracia trabajando con la ley para salvar a la gente en el Antiguo Testamento. 4. Si la ley es para aquellos que ya han sido redimidos, ¿deberíamos desear o esperar que los incrédulos sigan las leyes de Dios? Explique su respuesta. 5. ¿Cuál es la relación entre nuestra libertad del pecado y nuestra obediencia a la ley de Dios? 6. ¿Cómo ve usted mismo la conexión entre libertad y obediencia en su propia vida? 7. Los israelitas respondieron con miedo y temor cuando escucharon la ley de Dios. ¿Cómo acostumbra responder usted cuando escucha o piensa acerca de la ley de Dios? 8. Defienda una propuesta de colocar los Diez Mandamientos en los salones de clases y los juzgados. ¿Qué alcanzaría con ella? 9. ¿Cómo la ley nos lleva a Cristo? 10. Nombre algunas formas en las que Dios haya usado la ley en su vida.