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Lección

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2. La plenitud de los tiempos.

Pablo revela que el plan divino es hacer que todas las cosas converjan en Cristo (1.10). Eso incluye todo lo que fue creado por Cristo, para Cristo y lo que subsiste en Cristo (Jn 1.1-3; He 1.2, 3). Implica decir que todo el universo, cielos y tierra estarán sometidos a la autoridad y soberanía de Cristo (Ro 14.11; 2 Co 10.5). En este sentido, la ruptura provocada por el pecado de Adán es restaurada completamente en Cristo. Esta declaración no tiene connotación universalista, la idea de que al final todos serán salvos, sino que finalmente todo será como Dios planeó: Cristo la cabeza de la Iglesia y también la cabeza del Universo (1.21-23). La dispensación o la administración de este plan tendrán lugar en la plenitud de los tiempos (1.10). Aquí, la palabra griega para “tiempos” no es chronos, que contiene la idea de cronología, sino kairos, que se refiere al tiempo divino previamente determinado para que todas las cosas estén bajo el dominio de Cristo (Hch 1.7). 3. Alabanza de su gloria. El apóstol pone de relieve que las bendiciones son destinadas a los creyentes judíos y gentiles – la Iglesia. Pablo cambia del pronombre “nosotros” (él y los judíos) al “también vosotros” (los gentiles), indicando que en Cristo los creyentes de ambos pueblos son herederos de la promesa (1.11-13). Él ratifica igualmente que el propósito de la elección no es otro sino alabar y glorificar a Dios (1.12, 14). Eso señala no solamente adorarlo con palabras y acciones, pero también llevar a otros a hacer lo mismo (1 P 2.12). Por consiguiente, todo lo que somos, hacemos o poseemos viene de Dios, pues comienza en su voluntad y culmina en su gloria (Hch 17.28).

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III –EL ESPÍRITU SANTO, ARRAS DE NUESTRA HERENCIA

El Espíritu Santo desempeña un importante papel en el plan de salvación ideado por Dios Padre. 1. El sello del Espíritu Santo. Aquel que oye la Palabra de Dios – el Evangelio de salvación – y que a través de la fe, se rinde a Cristo, recibe el sello del Espíritu Santo en el momento de la conversión (Tt 3.5-7). En los tiempos bíblicos, el sello era usado como señal de propiedad y posesión personal. Al conceder el Espíritu Santo al creyente, Dios identifica a los que pertenecen a Cristo, pues el Espíritu testifica de aquellos que son hijos de Dios (Ro 8.9, 15, 16) y el maligno no los toca (1 Jn 5.18). De esta forma, la tercera persona de la Santísima Trinidad tiene el papel fundamental de regenerar, purificar y santificar al pecador (1 Co 6.11). Él es quien convence al ser humano del pecado, de justicia y de juicio (Jn 16.7, 8); y que también produce en el creyente la verdadera relación con Dios por medio del fruto del Espíritu (Gá 5.22, 23). 2. Las arras de nuestra herencia. El término griego arrabon puede ser traducido como “depósito”, “arras”, “garantía” o incluso “primera parcela” (1.14). La palabra tiene origen semítico y era usada en las transacciones comerciales para asegurar el precio o garantizar el pago de algo. Pablo enseña que el Espíritu Santo es el depósito que garantiza nuestra herencia en Cristo (2 Co 1.21, 22). Todo eso significa que aquel que tiene el sello del Espíritu Santo tiene garantizada la salvación (1.14). Eso no quiere decir que el creyente está salvo para siempre, independientemente de su conducta, sino que la redención está asegurada para los elegidos en Cristo que permanecen fieles (Mt 24.13).

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