Santa Inés. La persistencia de la memoria en la periferia del centro de Bogotá

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DEMOLICIÓN DEL ANTIGUO HOSPITAL SAN JUAN DE DIOS. VISTA DEL PATIO NORORIENTAL DEL CLAUSTRO HOSPITALARIO UBICADO EN LA ESQUINA DE LA CALLE 10 CON CARRERA NOVENA. CA. 1940. FOTOGRAFÍA DANIEL RODRÍGUEZ. COLECCIÓN MUSEO DE BOGOTÁ - IDPC.

MATADERO PÚBLICO EN SANTA INÉS. CA. 1926. FONDO LUIS ALBERTO ACUÑA. COLECCIÓN MUSEO DE BOGOTÁ -

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Para esta publicación se usaron las tipografías

Roc Grotesk y Source Serif Variable

SANTA INÉS

LA PERSISTENCIA DE LA MEMORIA

EN LA PERIFERIA DEL CENTRO DE BOGOTÁ

PARTITURA URBANA

DIEGO ROMERO SÁNCHEZ

MONASTERIO DE SANTA INÉS EN SU UBICACIÓN DE LA CALLE 11 CON CARRERA CUARTA, POSTERIOR A SU DESTRUCCIÓN DURANTE EL BOGOTAZO. 1948. SOCIEDAD DE MEJORAS Y ORNATO DE BOGOTÁ. ARCHIVO JOSÉ VICENTE ORTEGA RICAURTE. XII-975C.

PROGRAMA DE MANO

El documento que usted está a punto de leer es una partitura urbana.

Se trata de una composición elaborada con notas procedentes de fuentes diversas. Fue configurada por parte de un arquitecto-músico-bogotano, a quien el tema de las repeticiones, los hechos urbanos y las presencias que permanecen en el espacio a pesar de las drásticas transformaciones físicas de esta ciudad, lo obligaron a configurar sus sentidos en torno a paisajes multisensoriales, chillidos, oscuridad y el rítmico golpe de la piqueta demoledora en un barrio periférico del centro histórico de Bogotá: Santa Inés.

El tema de este libro es la persistencia de la memoria y dadas las afinidades del autor con la ciudad arquitectónica y el estudio de las polifonías, se encuentra organizado bajo una estructura musical clásica que dialoga con Bogotá, la historia, la periferia, la ausencia, las huellas y el patrimonio cultural. Por este motivo, vale la pena aclarar lo siguiente: los sonidos a los que recurre el autor como eventos de ciudad no se suceden según una armonía tonal, la estructura musical a la que estamos acostumbrados en la gran mayoría de la música occidental y popular, pues la ciudad aparece en este libro tan inasible, que esa armonía no da cuenta de la complejidad del espacio que es la capital del país. - 1 -

Quien se acerque a esta publicación podrá preguntarse por qué escribir un poema sinfónico para la narración de lo más tenebroso de una ciudad si puede tener la estructura de un corrido, una ranchera, una electrocarrilera o una bella pieza de death metal. Pues bien, así como en una misa de Réquiem en una marcha fúnebre, o como Modest Mussorgsky en Cuadros de una exposición, cuando escribió la Promenade en memoria de su amigo desaparecido; la estructura narrativa propuesta para esta publicación busca ensalzar la memoria dramática de Santa Inés de forma clara, a través de tres lecturas recogidas en cada una de las variaciones musicales que constituyen los capítulos.

Para entablar relaciones claras entre los nombres musicales de los capítulos de la presente publicación y los contenidos del libro sobre Santa Inés, a continuación —y como una suerte de guía para aquellas personas que no se encuentran familiarizadas con la música académica— se presenta de forma sintética e indicativa una caracterización general de los movimientos musicales presentes y su tempo (velocidad) correspondiente. Cada inicio de capítulo tendrá señaladas las pulsaciones por minuto (ppm) que, en el contexto de la música, indican la velocidad de cada uno de los movimientos. En el contexto del presente título, la velocidad señala el contenido de cada uno de los capítulos: - 3 -

► Obertura: fragmento musical que se ejecuta al inicio de una composición. Constituye la introducción del presente título.

► Andante: es el tema principal de la composición. Su tempo moderado hace referencia a cómo la memoria en Santa Inés se ha construido paso a paso.

► Adagio: primera variación, de tempo lento. Profundiza en las lentas estructuras espaciales que se han configurado en torno a Santa Inés durante cuatro siglos de existencia física.

► Allegro ma non troppo: es la segunda variación de la composición. Alegre, pero no mucho, es decir, no demasiado rápido, señala cómo las imágenes y los significados que se han forjado en torno a Santa Inés han sido, aunque variables, no particularmente felices.

► Prestissimo: la tercera variación, es el tempo más veloz de la música académica. De forma análoga a los tiempos veloces que irrumpen en una narración, indica cuáles son las acciones que han sido llevadas a cabo en Santa Inés que han buscado transformar su tempo.

► Coda: sección que concluye el discurso musical, a modo de epílogo, y da cuenta de las resonancias del pasado en el presente de Santa Inés.

A quien lea esta publicación: esta es una invitación a escuchar la persistencia de la memoria de Santa Inés que, cuidadosamente, se ha compuesto para su lectura. - 4 -

PRESENTACIÓN

PRÓLOGO

OBERTURA

La vocación, la connotación y las irrupciones en la nebulosa de Santa Inés

Estructura narrativa: variaciones musicales sobre un mismo tema

ANDANTE

La memoria reverbera en diferentes objetos en el espacio

La memoria está en el péndulo entre la transformación y la permanencia

La memoria resuena en las formas de pensar y leer la ciudad

La memoria se reproduce en la particularidad de los lugares

La composición de una armonía para un nuevo arte de la memoria

ADAGIO

Cuando los cantos de flautas se transformaron en sonidos de armaduras

Después, los sonidos de armaduras se transformaron en cantos litúrgicos

Cuando las campanas de Santa Inés sonaron por primera vez

Los estruendos del dolor en el San Juan de Dios

Cuando sonaron fusiles en la Huerta de Jaime

¡Silencio! La patria necesita sus propiedades

Un constante y bullicioso barullo en el mercado

Una armonía cada vez más compleja y en ebullición

Cacofonías en el cada vez menos borde occidental

El establecimiento de una gramática de sonidos predeterminados

ALLEGRO MA NON TROPPO

Las imágenes del arte de la memoria: del santoral a los desheredados

Imágenes agentes: los desheredados de la tierra

Un lugar de la ciudad con olor de santidad

Un lugar de la ciudad de singular fealdad

Una incipiente salubridad frente

a una fealdad apabullante

Un lugar de la ciudad de infecciones y putrefacción

Un lugar de la ciudad de construcciones lamentables

Las imágenes literarias de los desheredados

PRESTISSIMO

Orden

Escasez

Arremetidas

Proyectos urbanos

Fuego

Planes urbanos

Polémicas

Aceleración final

CODA

Resonancias in crescendo de un lugar de martirio

La memoria del Cartucho: entre la desaparición y la conmemoración

El Bronx y la amnesia de la economía naranja

El enmascaramiento mnémico de la renovación urbana

La memoria de los desheredados y el derecho a la ciudad

La ciudad histórica contra la demolición amnésica

La lectura de Santa Inés a partir el arte de la memoria

PRESENTACIÓN

La ciudad se despliega históricamente ante nuestros ojos a través de persistencias y desapariciones. La persistencia de la materia, mediante edificaciones, monumentos y objetos de otros tiempos, es la que quizás, desde el ámbito de la conservación del patrimonio cultural y a manera de documento, nos permite más fácilmente interpretar el pasado. Existe otro tipo de persistencias, como la de las prácticas culturales que se sostienen, se legan y se heredan de unas generaciones y colectivos a otros. Sin embargo, cuando en la ciudad la materialidad se transforma al punto de la desaparición física y a pesar de esto percibimos algo que se mantiene de forma constante en un lugar, surge la pregunta acerca de qué es lo que persiste finalmente allí. Sin materia, sin ancla aparente.

En el caso de Santa Inés, ubicado en la periferia del centro histórico de Bogotá, que hasta la década de 1960 fue llamado barrio y que es heredero de un nombre alusivo a una iglesia colonial derrumbada a mediados de siglo XX con el fin de darle paso a la apertura de la carrera 10.ª, lo que persiste es la memoria de lo marginal.

Bajo el ritmo que marcan distintos movimientos propios de la música académica, Diego Romero Sánchez, arquitecto y músico, nos propone una partitura urbana de Santa Inés con giros, sobresaltos, ritmos, vocaciones, connotaciones e irrupciones para leer este lugar desde inicios de la fundación de la ciudad hasta el día de hoy. Reflexiones acerca del derrumbamiento, las propuestas de tabula rasa desde el urbanismo y la demolición como estrategia de cambio de la percepción de un lugar se enfrentan a una memoria persistente y presente de un sector ligado desde la Colonia a ser vertedero de los ríos contaminados de la ciudad céntrica; a ser reconocido como lugar infecto; a contener el hospital, el matadero, la morgue, la Plaza Central de Mercado, las chicherías, las pensiones; y, más recientemente, en nuestra historia contemporánea, los expendios de droga,

varias tiendas de artículos robados y la figura del Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses.

Reconocer este péndulo de las permanencias y las transformaciones, así como de la historia pasada y las memorias que persisten, es clave fundamental para acercarnos de otra manera a los barrios de la ciudad y a las percepciones que tenemos de estos. A veces, el ímpetu de la renovación y el cambio nos impide identificar con claridad la memoria de los lugares, por lo que estos terminan resultando incomprensibles para nosotros.

Desde el Sello Editorial del IDPC, y en alianza con el programa de Maestría en Historia y Teoría del Arte, la Arquitectura y la Ciudad de la Universidad Nacional de Colombia, publicamos este título con el propósito de generar nuevas reflexiones, en el ámbito del patrimonio cultural, sobre la vida de barrio en Bogotá. Investigaciones y estudios de este tipo son una invitación a pensar nuevas herramientas que nos permitan aproximarnos a Bogotá y a sus proyecciones de cambio, sin darles la espalda a la historia, la memoria, las tensiones y el desarraigo. Esto, con miras a concebir y vivir en una ciudad en la que, cada vez más, sintamos la cohesión social, la convivencia resulte más amable y segura, y donde los intereses propios y comunitarios sean los que primen, superando las exclusiones históricas que persisten en nuestra memoria territorial.

Instituto Distrital de Patrimonio Cultural

PRÓLOGO

¿Qué queda en la ciudad cuando un lugar ha desaparecido?

Esa pregunta, tan de ciudadano latinoamericano, es la que se hace Diego Romero en este trabajo. Su respuesta, aparentemente sencilla, se dice fácilmente: queda la memoria del lugar.

Del antiguo barrio de Santa Inés no subsiste ningún vestigio arquitectónico, ni siquiera el nombre: hoy suele denominarse a ese sector como el de San Victorino, de límites difusos. Sin embargo, la connotación del lugar, su sentido, su significado profundo, persisten. Ha sido, por siglos, un pedazo de la ciudad que ha albergado a los “desheredados de la tierra”, los vagabundos, los menesterosos, los que no tienen nada que perder. ¿Y esa terca permanencia dónde reside? No está en los recuerdos de los ciudadanos actuales, ni en los vestigios urbanos o arquitectónicos. Está en un uso, en un significado, en una costumbre, en un carácter, en unos olores, en unos sonidos o en huellas físicas casi invisibles; eso, tan sutil e intrigante, es lo que podemos llamar la memoria del lugar.

Contra la terca permanencia de este carácter, nada han valido los embates sucesivos, cada vez más drásticos y agresivos, de las administraciones municipales, que sueñan con cambiar ese significado y construir un nuevo frente de “desarrollo”. Al cabo de un tiempo, cuando ya han pasado los fuegos artificiales de lo novedoso, el lugar vuelve a adquirir su auténtica vocación. ¿Por qué?

Los físicos nos están hablando de la memoria de la materia y de cómo una ola gigante en medio del océano, después de haber sido cortada por un gran barco o una isla, se vuelve a reconfigurar intacta. Los biólogos nos hablan de la continuidad genética y se la atribuyen a la memoria de los genes. Los médicos nos hablan de virus que “comunican” sus experiencias a otros virus, aun a grandes distancias, y que el sistema inmunológico son

nuestras células que recuerdan lo que nos ataca y cómo reaccionar para defendernos. Todas las formas de inercia que existen en el universo son formas de la memoria.

Hacer aterrizar ese hermoso misterio a nuestra ciudad de Bogotá es lo que hace este libro. Consciente de que memoria y recuerdo no son lo mismo, en una historia de larga duración es necesario remontarse a los orígenes del lugar y usar distintos recursos nemotécnicos a partir de las interrupciones de la ola de la memoria. Las realidades sutiles se resaltan cuando uno atiende a su nacimiento y a su muerte.

Pero, para el ambicioso investigador que acecha tras la sencillez natural de Diego Romero, ese reto no era suficiente. Deseaba encontrar la forma óptima de contarlo, de construir una narración que permitiera hacerlo comunicable y comprensible. Y aquí apela a la música —a las formas de la música— para elaborar una estructura que sustente una historia aparentemente desparramada a lo largo del tiempo.

Durante la pandemia del Covid 19, Diego Romero logró, con la paciencia obligada, componer esa narración. Suplió las dificultades de acceso a archivos con tiempo para pensar. Y eso, pensar detenidamente, es indispensable en un proceso de indagación muchas veces acosado por el vértigo de los datos y los plazos.

Se encuentra usted, lector, con un trabajo excepcional cocinado en el nicho académico de la Maestría en Historia y Teoría del Arte, la Arquitectura y la Ciudad, de la Facultad de Artes de la Universidad Nacional. Es un texto bien pensado y hermosamente construido que esperamos les depare el sentimiento de sorpresa, respeto y admiración que la ciudad de Bogotá suscitó en su autor.

OBSERVA

VISTA AÉREA DE LA PLAZA CENTRAL DE MERCADO DE BOGOTÁ Y DEL SECTOR DE SANTA INÉS . HACIA EL ORIENTE SE
LA PLAZA DE BOLÍVAR. CA. 1930. SOCIEDAD DE MEJORAS Y ORNATO DE BOGOTÁ. ARCHIVO JOSÉ VICENTE ORTEGA RICAURTE. II-158A

OBERTURA

El tema de Santa Inés es la memoria, lo demás son variaciones = 80 ppm

A pesar de los cambios que la urbanización moderna ha introducido en el paisaje y en la arquitectura, nuestras viejas ciudades y pueblos conservan huellas que, si las miramos con atención, nos permiten reconocer el cauce de la quebrada en el trazado sinuoso de la calle, los linderos de antiguas estancias en el contraste de los estilos y épocas de las construcciones de barrios contiguos o, en fin, lugares mencionados en viejos documentos que han quedado fijados en los nombres. Al examinar esos rastros, la cara del pasado se revela fantasmal, a veces admirable, a menudo horrenda, intrigante siempre. [1]

1 Jaime Salcedo Salcedo, «Un vestigio del cercado del señor de Bogotá en la traza de Santafé», Ensayos. Historia y Teoría del Arte n°20 (2011): 155.

¿DÓNDE ESTÁ SANTA INÉS?

En el centro de Bogotá, en la antigua localidad de Santa Fe, al occidente de la localidad de la Candelaria, en la actual Unidad de Planeamiento Local del Centro histórico.

¿DE DÓNDE VIENE SU NOMBRE?

Del monasterio de Santa Inés de Montepulciano, un convento femenino de clausura dominicana, de la Orden de Predicadores, fundado en el siglo XVII en la ciudad.

¿AÚN EXISTE ESTE CONJUNTO CONVENTUAL?

No, el claustro cedió su lugar para la construcción del nuevo edificio de la Imprenta Nacional en 1933, mientras que la iglesia fue demolida en 1957 para continuar la carrera Décima hacia el sur.

ENTONCES, ¿DÓNDE ESTABA SANTA INÉS?

En la esquina suroccidental de la carrera Décima con la calle 10ª, frente a la Plaza Central de Mercado, en diagonal al monasterio de La Concepción, dos cuadras al oriente del río San Francisco.

¿Y QUÉ QUEDÓ DE SANTA INÉS TRAS SU DEMOLICIÓN?

El nombre de un barrio, fotografías, ilustraciones, obras de arte, relatos e, inclusive, fragmentos materiales. Pero, sobre todo, quedó una memoria del lugar que persiste.

Al igual que el resto de ciudades latinoamericanas, Bogotá es una ciudad que cambia constantemente. Podemos dejar de pasar por una calle durante un par de años y, al recorrerla nuevamente, ver su paisaje urbano completamente transformado. Las casas desaparecen para dar paso a nuevos edificios, más altos, más modernos. Las tiendas, las cafeterías y las panaderías son otras. Además, cada tanto, algún burgomaestre tiene la brillante idea de talar sus árboles. «Es normal. La transformación está en la esencia de la ciudad», dirán algunos expertos.

IGLESIA DE SANTA INÉS DONDE SE APRECIA LA REMODELACIÓN DE LA FACHADA QUE TUVO HACIA 1938 LUEGO DEL INCENDIO DE 1936. FOTOGRAFÍA PAUL BEER. COLECCIÓN MUSEO DE BOGOTÁ - IDPC.

Esta idea, decididamente promovida a lo largo del siglo XX, ha justificado la pérdida de múltiples arquitecturas del escenario de nuestra ciudad, que van desde construcciones anónimas hasta hechos urbanos relevantes que recordamos con cierta nostalgia, como la desaparición del convento de Santo Domingo, el Hotel Granada, el Instituto Pedagógico en la Avenida Chile, el Parque del Centenario o el Monumento a los Héroes, entre otras innumerables arquitecturas que han configurado, históricamente, diversos lugares bogotanos.

En el sector que nos interesa, dos decididas intervenciones demolicionistas en la historia reciente de la ciudad trataron de transformar radicalmente dos caóticos y dantescos lugares que albergaron algunos de los horrores más vergonzosos de la metrópolis contemporánea: el Cartucho y el Bronx (también conocido como la L). La primera obra, en los albores del tercer milenio, entre 1998 y 2004, se llevó por delante dieciséis manzanas de la Bogotá histórica del barrio Santa Inés, para dar espacio al parque homónimo, «el de mostrar», pues ¿cómo era posible que ese horror estuviera a pocas cuadras del centro de poder político colombiano? No habían pasado veinte años de esa primera arremetida cuando se intervino de forma análoga el Bronx, ahora acompañado de una propuesta de renovación urbana en el Voto Nacional, a una cuadra del borde occidental del fantasmal parque. Tampoco habían pasado quince años de la inauguración de ese céntrico vacío urbano cuando, en 2017, se vio la necesidad de rediseñar y reconstruir el parque, ahora circundado por una reja verde que lo aísla de los peligros que lo acechan. A su vez, y en perspectiva de futuro, en esta misma zona se llevará a cabo el Proyecto Ministerios [2] al occidente de la carrera Décima, el

2 Este proyecto, llevado a cabo por la Agencia Nacional Inmobiliaria, surgió a partir del plan parcial de renovación urbana Ciudad CAN, donde se planteó centralizar todos los ministerios en el centro, cerca del Gobierno nacional. En 2014, se llevó a cabo un concurso de arquitectura que tuvo como ganadora la propuesta de los arquitectos Juan Pablo Ortiz y Taller 301. En 2024, no ha iniciado su construcción, exceptuando algunas expropiaciones y demoliciones.

cual eventualmente consolidará a través de una nueva imagen el centro del Gobierno nacional, mientras, hacia el sur del parque Tercer Milenio, se demuele el también histórico barrio San Bernardo con el fin de hacer «renovación urbana».

Estas importantes intervenciones en el barrio no configuran las primeras ocurridas en Santa Inés, pues la iglesia y el claustro ya se habían demolido. En esta última fecha se irrumpió el sector para abrir la Décima, la carrera de la modernidad. ¿Fueron grandes pérdidas? Para los nostálgicos de la desaparición de iglesia y el claustro: quizás, pues el barrio ya estaba en un estado verdaderamente decadente a finales del siglo XX y la prioridad era sanear este tétrico y central lugar de la ciudad. Lo cierto es que, como ya se mencionó, en 2016 y contra todos los pronósticos, la misma operación

EL PARQUE TERCER MILENIO. FOTOGRAMA DE CARTUCHO. 2017. ANDRÉS CHAVES. DOCUMENTAL (FRAGMENTO).

HOTEL GRANADA. CA. 1940. FOTOGRAFÍA DANIEL RODRÍGUEZ. COLECCIÓN MUSEO DE BOGOTÁ - IDPC.

DEMOLICIÓN DEL HOTEL GRANADA. 1953. FOTOGRAFÍA SAÚL ORDUZ. COLECCIÓN MUSEO DE BOGOTÁ - IDPC.

se tuvo que repetir en el Bronx. La pregunta central que surge ante esto es ¿por qué pese a todos los esfuerzos institucionales por transformar esta zona de la ciudad a inicios y mediados de siglo XX, siguió persistiendo este carácter marginal de degradación y miseria en pleno siglo XXI? ¿Por qué pese a las diferentes intervenciones hechas a lo largo de su historia, persisten no sólo los síntomas que se quieren sanear, sino también las formas de eliminarlos?

En las ciudades latinoamericanas vivimos en el eterno presente generado por las rápidas transformaciones. Sin embargo, aunque muchas veces no sea evidente, la ciudad es histórica: de ahí que conserve una memoria que le es intrínseca. El problema de la larga duración se manifiesta espacialmente en la ciudad como un asunto histórico, entendido desde su carácter espacial y geográfico [3]. Las inercias propias de la ciudad, que constituyen permanencias de larga duración, incluyen «la traza urbana, la vocación urbana y el sentido vital de la calle» [4]

El devenir y el progreso han relegado un sinfín de arquitecturas, cuya presencia ahora se hace visible sólo a través del recuerdo. En ese sentido cabe preguntarse ¿cuáles son las presencias, los elementos de la ciudad que permanecen cuando la arquitectura desaparece y, en muchos casos, la modernización de la ciudad deja, como residuos, ruinas de vocación efímera? [5] Pese a que la arquitectura en nuestra ciudad parezca ser una mera circunstancia, quedan vestigios de otro tipo. En Santa Inés, las huellas físicas sobre el territorio pueden haberse borrado, aunque aún son visibles

3 Daniel Hiernaux, «Paisajes fugaces y geografías efímeras en la metrópolis contemporánea», La construcción social del paisaje (Madrid: Biblioteca Nueva, 2007).

4 Marina Waisman, El interior de la historia (Bogotá: Escala, 1993), 63.

5 La tesis de David Barbosa, «La ruina efímera como artefacto y posibilidad de construcción de ciudad con sentido de lugar» (Universidad Nacional de Colombia, 2018), es un trabajo que permite comprender el carácter y el sentido de los vacíos urbanos que relegan las obras de modernización en la ciudad contemporánea.

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las presencias humanas y las memorias particulares de este lugar, que se constituyen como presencias de larga duración. Uno de los problemas para abordar la presente investigación es que la materia que configuraba Santa Inés ya no está presente en el espacio urbano. No obstante, existen huellas de diverso tipo y, en muchas ocasiones, son humanas: constituyen imágenes que transmiten significados particulares asociados a este lugar. En ese sentido, la ciudad conserva en su memoria otras formas de presencia, más allá de los hechos físicos evidentes que otorgan a los lugares de la ciudad un carácter, una vocación, un sentido. La aproximación a este lugar de la ciudad debe ser necesariamente histórica, porque los procesos de transformación han dejado huellas, aunque indelebles, imperceptibles. Sin una lectura hacia el

pasado el análisis de este lugar no daría cuenta de su complejidad como hecho urbano, teniendo en cuenta, además, que este ha sido un lugar más o menos habitado desde los primeros siglos de existencia de la ciudad.

Para entender esas resonancias de la historia en la Bogotá del presente se ha recurrido al concepto de memoria. ¿Qué es la memoria de la ciudad? ¿Está asociada a la idea de materialidad? ¿A su ubicación? ¿O al significado común construido socialmente? La ciudad está viva, por esta razón la memoria de la ciudad hace referencia a una relación de sentido que configura el carácter de un lugar construido históricamente. Las diferentes temporalidades urbanas establecen un diálogo entre la larga duración de las estructuras —los ritmos que permanecen— y la corta duración de las coyunturas —los tiempos de ruptura—. En este caso, se asumirá el pasado vivo de las largas duraciones en el presente como memoria, pues la mayoría de las realidades materiales y formales en Santa Inés han desaparecido y, por tanto, las realidades que persisten no son completamente evidentes. La que se plantea aquí es una forma de entender la ciudad del presente, cuyas formas de presencia más incuestionables han sido borradas y, por lo tanto, su lectura histórica —hacia el pasado— se hace particularmente difícil. Sin embargo, en el caso de Santa Inés, se trata de una memoria que persiste en el tiempo.

La vocación, la connotación y las irrupciones en la nebulosa de Santa Inés

La organización formal y material de la arquitectura y la ciudad que se configuró en torno a Santa Inés desde el siglo XVII contribuyó a la construcción de una memoria particular relacionada con su condición de borde, constituida en una larga duración a partir de diversos hechos, acontecimientos, prácticas y significados que se han acumulado a lo

largo de su historia; pero también, de diferentes intentos de transformar su carácter. Cada uno de estos episodios configura un conjunto de eventos acumulados que han construido la memoria de Santa Inés. Existe la idea de que el Santa Inés era un barrio muy elegante, que se degradó cuando las élites bogotanas huyeron despavoridas del centro tras el 9 de abril de 1948. Sin embargo, esta idea contrasta con la hipótesis central de esta investigación: en Santa Inés se construyó una memoria del lugar de los desheredados de la tierra [6] de larga duración, que persiste.

La lectura del lugar se puede abordar a través de la vocación (las lentas estructuras espaciales y las actividades que estas soportan, la connotación (los significados que se han construido sobre el espacio en Santa Inés) y las irrupciones (los intentos de transformación de la forma física de Santa Inés y de su contenido social y económico), así como a través de las presencias y los eventos acumulados históricamente en este espacio. Al respecto, es importante señalar que una presencia puede ser un objeto o una huella (de índole material o inmaterial), que resulta propia de un ser o un lugar. En el caso de la ciudad la presencia puede ser percibida, pues permanece en el tiempo definiendo el carácter y la experiencia del espacio. Entonces, ¿cómo se configuró en torno a Santa Inés una memoria de larga duración asociada a los desheredados de la tierra?

La motivación principal de esta publicación es transmitir qué de la ciudad del pasado se hace presente hoy, teniendo en cuenta la exaltación por lo nuevo y la transformación del tiempo, en un caso tan polémico como el de la renovación urbana en Santa Inés. La transformación se plantea como condición inherente a lo que se ha denominado la construc-

6 Si bien este concepto se explica con mayor profundidad en Allegro ma non troppo, hace referencia a los diferentes sujetos que se han constituido como grupo social excluido de las hegemonías sociales en Bogotá a lo largo de su historia (mendigos, enfermos, habitantes de calle, etc.).

ción de la ciudad moderna. Por otro lado, esta investigación también busca comprender el fundamento histórico en el espacio de la emergencia de fenómenos contemporáneos asociados a la miseria en torno a Santa Inés como hecho periférico del centro de Bogotá. Este fundamento histórico busca profundizar, en particular, en aquellos lugares que son objeto de continuos intentos de transformación, que llevan al desarraigo de sus comunidades y suponen un desgaste para la ciudad.

La duración de los fenómenos en la historia pone de manifiesto la tensión entre lo que cambia y lo que permanece, y esto se manifiesta en todos los ámbitos de la cultura (el lenguaje, las costumbres, la geografía o las arquitecturas). Por ejemplo, el nombre Santa Inés es una manifestación de una presencia de larga duración pese a las transformaciones: el lenguaje es, en tanto toponimia, una forma de presencia duradera. Quienes lean este texto seguramente hayan encontrado cierta ambigüedad de la referencia de Santa Inés como topónimo en Bogotá. Teniendo en cuenta que esta indefinición es de alguna manera histórica, se deja en claro que para esta publicación no se ha definido un límite geográfico concreto del lugar en la ciudad.

Lo que sí se puede señalar con contundencia en este título, es que Santa Inés es un nombre que en sus orígenes correspondió con el lugar que ocupó el conjunto conventual de las monjas dominicas en el siglo XVII en Santa Fe de Bogotá, para luego ser asumido como topónimo de un barrio del centro de la ciudad. Antes de la década de 1960, no existía referencia a este entramado de presencias urbanas como «barrio Santa Inés». Recurrir a una unidad urbana, como puede ser la delimitación administrativa-religiosa de los primeros siglos luego de fundación de la ciudad referida a la parroquia, no es suficiente, pues las presencias que se configuraron en torno a Santa Inés durante su historia se localizaron en las parroquias de la Catedral, en San Victorino y en Santa Bárbara.

En el caso de Santa Inés, resulta pertinente utilizar el concepto de nebulosa [7] para construir el entramado espacial de relaciones y de procesos en el lugar, cuyos límites no son fácilmente identificables.

La delimitación temporal también resulta nebulosa en la presente investigación. Si bien se hace particular énfasis en los años limítrofes de las presencias del conjunto conventual de Santa Inés (1645, año de su primera fundación y 1957, año definitivo de la demolición de la iglesia para la apertura de la carrera Décima), existen eventos anteriores necesarios para comprender la caracterización del borde occidental de la ciudad histórica, así como otros de la ciudad actual que se presentan como reverberaciones de otro tiempo. Además de la etapa del convento de Santa Inés, otras duraciones relevantes son la del Hospital San Juan de Dios (1723-1926), la de la Plaza de Mercado (1864-1954), la de la Carnicería (siglo XVII a la década de 1920), la de la Escuela de Medicina (1868-1927) y la de los ríos San Francisco y San Agustín, que funcionaron como alcantarillas de la ciudad desde el siglo XVIII, hasta la canalización en las primeras décadas del siglo XX. Desde la perspectiva de la larga duración se obviarán algunos detalles en esta narración, para enfatizar en las continuidades, por ser las que perduran.

Las presencias en Santa Inés configuraron una constelación armónica de eventos que funcionarían como fundamento histórico para la posterior emergencia de graves procesos de decadencia social y urbana, como el de la Calle del Cartucho y el del sector del Bronx, que no tenían antecedentes en terribilidad en la historia de la ciudad; es decir, una nebulosa de presencias de diversa índole que contribuyeron a la configuración de una memoria localizada de carácter ate-

7 Margareth da Silva Pereira, «Inocência e reflexividade: ou notas sobre as construções narrativas da história da arquitetura e do urbanismo», En Experiências metodológicas para compreensão da complexidade da cidade contemporânea, ed. por P.Berenstein y F. Dultra (Salvador: EDUFBA, 2015).

rrador. Sin embargo, este libro no pretende ahondar en estos sucesos. Los fenómenos del Cartucho y del Bronx tienen sus propias lógicas, asociadas en gran medida a la delincuencia y al narcotráfico como fenómenos sociales, económicos y políticos. Lo que se busca es indagar acerca de cuáles fueron las condiciones espaciales previas que sirvieron de soporte para la existencia de un fenómeno propio de las últimas décadas del siglo XX. La historia de Santa Inés incluye la presencia de comercio, chicherías, hospitales, cadáveres y ríos como alcantarillas. La versión contemporánea da cuenta de la existencia de tiendas de artículos robados, expendios de droga, propuestas de renovación urbana y de ser la zona de la ciudad donde se ubica el Instituto Nacional de Medicina legal y Ciencias Forenses.

Para la reconstrucción de la memoria de Santa Inés se acudió a crónicas, novelas, artículos de prensa y revistas, cartografía histórica, informes oficiales y licencias de construcción, entre otras. El aporte de la perspectiva de la historia espacial [8] permitió reconstruir el espacio en distintas facetas —ya fuera desde el uso de cartografías históricas, o bien de nuevas cartografías— para entender la memoria del barrio como un fenómeno localizado.

Santa Inés es un lugar histórico de la ciudad de larga duración. Por esta razón, la narración histórica supone un escenario no solo para la comprensión de procesos del pasado, sino de trasfondos con repercusiones en el presente denso de la historia.

8 Richard White, «What is Spatial History?», Spatial History Lab, https://web. stanford.edu/group/spatialhistory/media/images/publication/what%20is%20 spatial%20history%20pub%20020110.pdf

PLAZA DE MERCADO DE LA CONCEPCIÓN, AL FONDO SE PUEDE APRECIAR PARTE DEL CONVENTO DE SANTA INÉS. CA. 1900. FONDO LUIS ALBERTO ACUÑA. COLECCIÓN MUSEO DE BOGOTÁ - IDPC.

Estructura narrativa: variaciones musicales sobre un mismo tema

La búsqueda de formas alternativas para narrar Santa Inés llevó a plantear la analogía con la forma musical referida al uso de variaciones sobre un mismo tema. Se trata de un recurso que permite expresar los problemas relacionados con el tiempo y la memoria. La música y los sonidos, así como los olores, son potentes activadores de la memoria.

Las variaciones sobre un mismo tema comprenden una forma musical que se ha utilizado durante muchos siglos en la música occidental académica. Consiste en la definición de una idea musical formada por uno o más temas. A este tema se le hacen diferentes variaciones en términos de los elementos del lenguaje musical (melodía, ritmo, armonía, tempo, modo). La estructura que define el tema con sus variaciones está definida por una repetición que necesita de la activación de la memoria para su comprensión [9].

La forma musical del tema con variaciones es una estructura arquetípica y no exclusiva del lenguaje de la música. Está presente en diversos ámbitos poéticos de muy diferentes momentos de la historia. Por esa diversidad de posibilidades y de perduración es que resulta tan pertinente la analogía de esta forma con la estructura narrativa de Santa Inés. La narratividad musical es relevante por su estrecha relación con la memoria. La memoria se vincula con la idea del eterno retorno, de la permanencia, y la música tiene implícita esta condición, pues su estructura melódica y armónica se construye a partir de los mismos elementos: las notas musicales, las escalas, las estructuras rítmicas y las tonalidades. Cada composición musical es un eterno retorno a la idea musical primigenia que se manifiesta a través de su

9 Una obra ejemplar compuesta a partir de esta estructura son las Variaciones Goldberg de J. S. Bach, de 1741, en la que, en cada variación, se repite la secuencia melódica del bajo presentada en el aria —la estructura—.

forma general. En ese sentido, la narrativa musical asume el problema de la temporalidad en la repetición y en el establecimiento de secuencias. [10] De esta forma, la narrativa musical se entiende a partir de arquetipos narrativos emotivos, cuyo significado se ha construido a través de la repetición y su impresión en la memoria, como ha sucedido en Santa Inés.

A medida que una pieza musical avanza, el paradigma de la memoria —de lo que ya ha sonado—y el paradigma de las expectativas, —de lo que va a sonar— junto con la subida o caída de tensiones y la sensación de finalización, constituyen los elementos narrativos fundamentales. Este recurso del paradigma de la memoria y de las expectativas se pone de manifiesto en las diferentes variaciones de la publicación: quien lea este libro quedará con la expectativa de entender algunos aspectos que serán recordados en distintos momentos de la narración.

Teniendo lo anterior claro, el trípode de este título para leer la memoria de Santa Inés —vocación, connotación e irrupciones— se asume narrativamente a partir de tres variaciones sobre un mismo tema, para lo que vale la pena recordar lo explicado en el programa de mano

La noción de orden urbano que permite el soporte espacial de la memoria se manifiesta en las tres variaciones [11] sobre Santa Inés. Tanto la vocación, como la connotación y las irrupciones, dan cuenta de la pervivencia de larga duración

10 Acerca de la narrativa en música, consultar Fred Everett Maus. «Music as Drama», Music Theory Spectrum 10 (1988); «Music As Narrative», Indiana Theory Review 12 (1991); «Narrative, Drama, and Emotion in Instrumental Music» The Journal of Aesthetics and Art Criticism, 55, n°3 (1997).

11 La estructura de estas tres variaciones como formas de conocer la memoria de Santa Inés es análoga a la que Juan Carlos Pérgolis plantea en Las otras ciudades: fantasía (la dimensión literaria que se estudia en la connotación), utopía (las ideas de ciudad que intentaron llevarse a cabo en las irrupciones) y realidad (la vocación de los lugares de la ciudad). Ver Juan Carlos Pérgolis, Las otras ciudades (Bogotá: Editorial Universidad Nacional, 1995).

TONALIDAD DE SOL MAYOR. COMPÁS DE 3/4. TIPOS DE ORNAMENTACIÓN: MORDENTES, APOYATURAS, NOTAS DE PASO Y BORDADURAS.

EL TEMA CONSTANTE DEL BAJO, DESCRITO POR LA SECUENCIA MELÓDICA SOL, FA#, MI, RE, SI, DO, RE, SOL, DETERMINA LA SECUENCIA ARMÓNICA DE LA COMPOSICIÓN (I, V, V7, V, I, II, V7, I).

PRIMERA VARIACIÓN

EL COMPÁS Y LA TONALIDAD SE MANTIENEN. AUMENTAN LAS NOTAS Y LA VELOCIDAD, MANTENIENDO LA ESTRUCTURA ARMÓNICA.

CUARTA VARIACIÓN

LA TONALIDAD SE MANTIENE, PERO EL COMPÁS CAMBIA A 3/8. ORNAMENTACIÓN: NOTAS DE PASO, EXCLUSIVAMENTE.

PRIMEROS OCHO COMPASES DE ALGUNAS PIEZAS DE LAS VARIACIONES GOLDBERG, BWV 988, DE J. S. BACH. ELABORACIÓN DEL AUTOR

ARIA
BAJO

de esos procesos en este sector del centro histórico de Bogotá. Este libro es un recorrido urbano, histórico y de memoria, que desde una estructura musical invita a explorar las diferentes permanencias y transformaciones de la historia bogotana manifestadas en un lugar periférico de la ciudad histórica ►

ANDANTE

La memoria de santa Inés es un documento en el territorio = 76 ppm

La memoria es el espacio donde suceden las cosas por segunda vez.

La memoria es una estructura temporal. El problema de la memoria es el tiempo. El problema de la duración es el tiempo.

La narratividad de la historia tiene que ver con el tiempo.

La música está definida por una secuencia temporal.

La persistencia va más allá de un tiempo lineal y causal.

La temporalidad inherente a la memoria manifiesta el problema de la presencia y de la duración.

La dimensión temporal, en relación con la permanencia y la duración, remite necesariamente al problema de la memoria.

La memoria, si bien tiene que ver con el tiempo, se manifiesta en el espacio. La duración de las cosas se entiende en el espacio. Los cambios que implican la desaparición recurren a una forma de presencia que no es necesariamente evidente. La memoria implica una información duradera que se conserva en el espacio. La memoria es, entonces, un documento en el territorio.

ARS MEMORIAE. TEATRO SECUNDARIO. 1619. ROBERT FLUDD

La memoria reverbera en diferentes objetos en el espacio

Para entender las presencias y los eventos acumulados en Santa Inés a lo largo de su historia y cuyas reverberaciones se manifiestan en el presente, se ha recurrido al concepto de memoria.

La memoria es una facultad que permite establecer vínculos temporales, haciendo presente contenido del pasado, mediante su retención y posterior reproducción y recuerdo. Como sustantivo, memoria es una palabra de la que se recogen, en el diccionario de la Real Academia Española, catorce acepciones como palabra simple y veintidós como parte de palabras compuestas. Esta característica polisémica da cuenta de la diversidad de horizontes que ofrece su estudio, tanto en disciplinas de las ciencias como de las artes. La arquitectura y la ciudad no son escenarios ajenos a la memoria, pues esta puede estudiarse en muy diversas frecuencias y duraciones.

Una de las dimensiones que habitualmente se asume en la relación entre memoria y arquitectura es aquella relacionada con la construcción de monumentos y otro tipo de lugares conmemorativos que, posteriormente, en muchos casos, habremos de ver sacralizados en ruinas [12]

Pierre Nora ha estudiado a profundidad este aspecto en los denominados lugares de memoria, explorando las complejas relaciones que existen entre historia y memoria [13]. En el tiempo presente, son sobresalientes los discursos en torno a la memoria que reivindican la construcción de un lugar relevante en la historia de diferentes grupos sociales, parti-

12 Gaston Gordillo, Rubble: The Afterlife of Destruction (Durham: Duke University Press, 2014), 9.

13 Pierre Nora, Pierre Nora en Les lieux de mémoire (Montevideo: Trilce, 2008).

PLACAS CONMEMORATIVAS UBICADAS EN EL LUGAR DONDE JORGE ELIECER GAITÁN FUE ASESINADO. 2018. FOTOGRAFÍA HANZ RIPPE. IDPC

cularmente en episodios hegemónicos y violentos, teniendo en cuenta su condición de víctimas [14]. Desde esta perspectiva, existe una línea de investigación en torno al papel del arte y de la arquitectura como poéticas de la memoria en la creación de estos nuevos lugares conmemorativos [15], en consonancia con su historia y sus territorios:

Existen ejemplos desde la arquitectura y el arte que han enfrentado de manera excepcional el papel de la memoria. Son intenciones arquitectónicas que construyen una narrativa, donde algunas directrices son deliberadamente escogidas y presentadas por los arquitectos y artistas, conexas con tiempos pasados, que traen al presente impresiones sensoriales [16].

Sin embargo, fuera del ámbito de la conmemoración, que en el espacio de Santa Inés resulta ausente [17], dos perspectivas se vislumbran particularmente nítidas para comprender la energía mnémica acumulada en lugares de la ciudad en

14 Para profundizar en este aspecto en el caso colombiano, consultar Los «teatros» de la memoria, ed. por Luis Gonzalo Jaramillo y Manuel Salge Ferro (Bogotá: Universidad de los Andes, 2012).

15 En Fragmentos, Doris Salcedo (2018) asumió el carácter del antimonumento para conmemorar la firma del acuerdo de paz entre las FARC y el Gobierno colombiano a partir de las armas fundidas entregadas por la antigua guerrilla.

16 Camilo Isaak, «Sobre la memoria y la arquitectura: construir la ausencia», Dearq 18, 80-87. El autor menciona seis monumentos contemporáneos a las víctimas del Holocausto: el Memorial de los Niños del Yad Vasehm (Moshe Safdie, 1987), el Museo Judío de Berlín (Daniel Libeskind, 19931998), Stolpersteine (Gunter Demnig, 1997), el Monumento a los Judíos Asesinados en Europa (Peter Eisenman, 1998-2005), el Memorial a los Romaníes y Gitanos Asesinados por el Nacionalsocialismo (Dani Karavan, 2012) y el Memorial a las Víctimas de la Masacre de Noruega (Jonas Dahlberg, 20142015).

17 Sin embargo, en la coda, se presentan al lector las diferentes obras que Mapa Teatro llevó a cabo entre 2001 y 2011, tras la demolición del barrio Santa Inés, y los nuevos intentos de construir memoria en este espacio de la ciudad.

función del tiempo. Es decir, la ciudad entendida como un artefacto de memoria, concepto que para este caso bien puede explicarse a través de la idea de la memoria acumulada como información, expuesta por Luis Fernández-Galiano en El fuego y la memoria [18], y la relación de lugares e imágenes en un orden espacial, estudiada por Frances Yates en El arte de la memoria

Para Fernández-Galiano, la materia, tras someterse a la acción de fuerzas externas, se convierte en el soporte de huellas, que configuran un registro histórico de dicha acción en el tiempo. De esta manera, la materia es un potente contenedor de información acumulada a lo largo de la historia, como sucede con la memoria de los computadores, con la inteligencia artificial o con los organismos biológicos. La energía que intercambian los diferentes sistemas termodinámicos se almacena en la materia como información que es recordada, pues «se almacena indistintamente como forma (organización material del espacio) y como información (organización mental del mismo espacio)» [19]: Es decir, es memoria.

El arte de la memoria, por su parte, comprende los lugares y las imágenes que se imprimen en la memoria. Frances Yates menciona cómo constituyen el fundamento de la técnica mediante la cual se enseña a memorizar. En su libro homónimo de 1966, estudió y escribió la historia de este arte, desde su origen en la Antigüedad clásica, hasta el siglo XVII. Conforme los libros impresos se fueron estableciendo como el principal soporte físico de la memoria y, más aún hoy en

18 Fernández-Galiano examina la historia del espacio térmico en arquitectura a la luz de la termodinámica y la ecología. Pone de manifiesto cómo la arquitectura y la ciudad suponen sistemas termodinámicos abiertos que intercambian materia y energía con el exterior, pues «[l]a arquitectura puede entenderse como organización material que regula y ordena flujos energéticos; y al propio tiempo, e inseparablemente, como organización energética que estabiliza y mantiene formas materiales». Luis Fernández-Galiano, El fuego y la memoria (Madrid: Alianza, 1991), 24.

19 Fernández-Galiano, El fuego y la memoria, 78.

No se olvide nunca que la materia también recuerda, también archiva información. Los estratos recuerdan las edades geológicas, los anillos del árbol recuerdan primaveras y otoños, el montículo arqueológico recuerda el paso de las culturas y el rostro es la memoria de la biografía. El edificio construido recuerda hábitos de vida y procesos productivos, contiene información sobre vicisitudes históricas, forma el soporte material de la memoria colectiva.

[FERNÁNDEZ-GALIANO, EL FUEGO Y LA MEMORIA, 78-80]

día, en que cantidades que escapan a nuestro entender de bits de memoria informática almacenan todo tipo de información, la antigua ars memoriativa se mantiene en silencio por su irrelevancia. Sin embargo, Yates da cuenta de cómo «en el mundo antiguo, carente de imprenta, sin papel en el que tomar notas o en el que mecanografiar conferencias, el adiestramiento de la memoria era de extraordinaria importancia» [20].

El origen del arte de la memoria se encuentra en el relato del poeta griego Simónides de Ceos, quien fuera salvado de morir por causa del tejado que se derrumbó sobre todos los asistentes a un banquete que daba Scopas, un noble de Tesalia, en su casa. Los cuerpos de todos los asistentes, muertos, quedaron desfigurados e irreconocibles. Sin embargo, el poeta pudo identificarlos, pues recordaba la posición en que los invitados estaban dispuestos en el banquete, poniendo de manifiesto que «una disposición ordenada es esencial para una buena memoria» [21]. Si bien la tradición reconoció a Simónides de Ceos como el fundador del arte de la memoria, no se han encontrado escritos de su autoría sobre esta materia [22].

Las imágenes [23] constituyen el otro elemento necesario del arte de la memoria. Estas imágenes pueden ser cosas o

20 Frances Yates, El arte de la memoria (Madrid: Siruela, 2005), 20.

21 Yates, El arte de la memoria, 17.

22 Fueron los textos De oratore, de Cicerón, Instituto oratoria, de Quintiliano, y el anónimo ad C. Herennium libri IV las tres fuentes latinas del arte de la memoria que tuvieron una influencia significativa en los siglos posteriores. En estos textos, se describen técnicas para que el joven estudiante de retórica desarrolle sus habilidades para recordar. La importancia de la creación de una sucesión ordenada de lugares (loci) ―ficticios o reales― destaca en el texto de Quintiliano, pues «los loci permanecen en la memoria», es decir, pueden ser utilizados, posteriormente, para recordar materiales diferentes. Esta idea permitió la composición de arquitecturas que funcionaron como dispositivos de memoria artificial durante el Renacimiento, como en el Teatro de la Memoria de Giulio Camillo y el sistema del teatro de la memoria de Robert Fludd.

23 En un sentido más literal de la palabra imagen, Ilan Vit explora cómo la arquitectura ha sido soporte de imágenes a lo largo de la historia, en el

palabras. Para los autores de las tres fuentes latinas del arte de la memoria, es importante asociar imágenes agentes a los lugares, es decir, de excepcional belleza o fealdad singular: «imágenes sorprendentes y desacostumbradas, hermosas o deformes, cómicas u obscenas» [24].

Entender la ciudad como el soporte espacial para la memoria que se configura a través de una sucesión ordenada de lugares, a través de un recorrido, es un aporte fundamental de lo estudiado por Yates, pues «sabemos por experiencia que un lugar convoca asociaciones en la memoria» [25]. A su vez, la información contenida en la materia como memoria ―aporte de Fernández-Galiano― puede ser entendida como las imágenes persistentes asociadas a una secuencia ordenada de lugares: la ciudad. Los lugares guardan imágenes, y cuanto más excepcionales sean esas imágenes, más logran perdurar en la memoria.

Considerando la necesidad de un orden espacial para la memoria en el espacio de la ciudad, se desprende la pregunta sobre el orden urbano: ¿de qué manera cada lugar de la ciudad con un carácter particular está asociado con imágenes que lo caracterizan y lo diferencian dependiendo de su posición en una sucesión ordenada de lugares? Es decir, ¿cuáles son las relaciones de sentido particulares que, históricamente, conserva cada lugar respecto del resto de lugares de la ciudad?

La memoria del lugar se propone entonces, como un concepto que hace referencia a la información contenida históricamente en cada lugar particular de la ciudad. Es decir, se entiende como un estado durativo acumulado y persistente

artículo «Ars memoriativa o la manera de reconocer lugares con memoria» (sin publicar). Los monumentos suponían verdaderos lugares de memoria en la Antigüedad, pues la escritura en sus superficies era la única que no era para un público reducido.

24 Yates, El arte de la memoria, 27.

25 Yates, El arte de la memoria, 43.

en el tiempo, a través de la asociación de lugares e imágenes. La memoria de la ciudad, de esta manera, implica un vínculo temporal entre el pasado y el presente. Esta perspectiva busca comprender la dimensión histórica de la ciudad y de la arquitectura desde el horizonte de la larga duración; es decir, la memoria como proceso intelectual no es fundamental en este caso, pues el fenómeno excede la duración de una generación y el interés fundamental no es el de comprenderlo como un relato que se manifiesta en la memoria colectiva [26]. El horizonte de análisis no es precisamente subjetivista [27], es materialista, si se quiere, en tanto se privilegia la complejidad del soporte físico del lugar teniendo en cuenta su larga duración: es en el espacio que se manifiesta la memoria como realidad material tangible [28]. No es tarea fácil dilucidar si la memoria de los lugares se construye por el sentido que se les da o por la misma potencia de las cosas. En cualquier caso, es evidente que los lugares conservan una memoria que les es intrínseca, sobre todo en Santa Inés, donde la memoria no se ha creado, al menos intencionalmente.

La memoria está en el péndulo entre la transformación y la permanencia

¿Qué valor tiene la memoria de la materia en un caso como el de Santa Inés, definido por sucesivas demoliciones, en el que ya no hay edificaciones que funcionen como soporte material de información acumulada históricamente ―aunque sí existan imágenes que funcionen como una recolección del

26 La contradicción que existe entre el lugar de memoria en torno a Santa Inés y su historia, que ya se ha manifestado en la obertura, es algo que se quiere exponer a lo largo de esta investigación.

27 Denise Jodelet, «La memoria de los lugares urbanos», Alteridades 20, n.o 59 (2010). En este artículo, la autora presenta un panorama general de los tipos de relaciones que se pueden establecer entre la memoria y los lugares de la ciudad en las ciencias sociales.

28 David Harvey, «Space as a Key Word» Spaces of Global Capitalism: Towards a Theory of Uneven Geographical Development (Nueva York: Verso, 2006).

lugar? [29]―. En Santa Inés sí persisten prácticas asociadas que se conservan como imágenes humanas. Las personas, también como sistemas termodinámicos abiertos, intercambian materia y energía con la arquitectura a través de las relaciones sociales que establecen, pues son quienes construyen, definen, delimitan y practican el espacio. Por otro lado, la relación del edificio construido con su ambiente [30] pone de manifiesto la producción de una memoria del lugar a partir de los flujos energéticos entre ambos, que pueden conservarse, así la forma del edificio ya no persista.

Las ciudades se construyen y se destruyen sobre sí mismas constantemente: la duración, la durabilidad y lo móvil [31] de sus arquitecturas dan cuenta de este carácter de la ciudad en el tiempo. Al respecto, Françoise Choay reflexiona sobre conservación y demolición como constitutivas de todo proceso urbano: «(…) demoler y conservar son, conjuntamente, partes integrantes del proceso de edificación en su función fundamental» [32]. Sin embargo, destaca los argumentos falsos con apariencia de verdad que se producen como actitudes irreflexivas y exacerbadas de cada una de estas condiciones. El que podría denominarse sofisma de la demolición ocurre en el caso de las ciudades latinoamericanas, que viven en una constante y exacerbada exaltación por la transformación.

La demolición implica una reconfiguración material del espacio construido, motivada por muy diversas causas: el prin-

29 Shelley Hornstein, Losing Site: Architecture, Memory and Place (Farnham: Ashgate, 2011), 3.

30 Fernández-Galiano, El fuego y la memoria,159-161. Esta lectura se privilegia mediante la metáfora biológica, entendiendo los lugares a partir de poblaciones de edificios. Según el autor, la metáfora biológica y la metáfora mecanicista son las dos grandes metáforas de la arquitectura.

31 Hornstein, Losing Site: Architecture, Memory and Place, 82.

32 Françoise Choay, «De la démolition», en Métamorphoses parisiennes (París: Pierre Mardaga, 2006), 17. «[...] demolir et conserver sont ensamble parties intégrants du procès d’edification dans sa function fondatrice». La traducción es nuestra.

cipio de la entropía, un transcurso irreversible, un principio de ruina y degradación de la materia produce la obsolescencia de arquitecturas y otro tipo de construcciones; densificación y verticalización, construcción de nuevas formas: en definitiva, querer algo nuevo.

La celebración estética de la transformación, por un lado, y la concepción de la inestabilidad como una enfermedad que debe ser curada a través de una tabula rasa, por el otro, son las dos actitudes que Jorge Francisco Liernur denomina una liquidación del tiempo en las ciudades latinoamericanas.

Ambas actitudes implican asumir el tiempo de una ciudad como un presente continuo sin ningún otro referente la vincule con el pasado y con la historia; en ese sentido, «la metrópolis contemporánea se concibe como un repositorio de marcas en continua transformación; ninguna huella puede aspirar aquí por propio derecho a una legítima permanencia porque, extremada la lógica de lo nuevo, ningún valor la separa de las restantes». [33]

La arqueología a la que José Ignacio Cabrujas se refiere en “La ciudad escondida” es la que aquí se propone y permite leer las marcas en continua transformación y a cuya legítima permanencia no pueden aspirar. En tanto potencia de las cosas, la memoria del lugar pone de manifiesto la existencia de estados en los que se establece un vínculo temporal entre el pasado y el presente, que no resultan particularmente evidentes. Ese vínculo pone de manifiesto el carácter permanente o mutable en cada uno de esos fenómenos localizados, estableciendo la continuidad o la ruptura entre el pasado y el presente. De esta manera, la memoria, como información contenida, puede dar cuenta de las permanencias y de las transformaciones de las presencias de la arquitectura y del espacio urbano en el tiempo.

33 Jorge Francisco Liernur, «El tiempo en las manos. Pasado, presente y futuro en la arquitectura de las ciudades latinoamericanas», en Escritos de arquitectura del siglo 20 en América Latina (Madrid: Tanais, 2002), 210.

Vivo en una ciudad nueva, siempre nueva, siempre reciente, que solo puede conocerse a través de una nueva arqueología […]. La arqueología a que me refiero es la del derrumbe. Porque así como hay personas que proclaman con orgullo pertenecer a un pueblo de grandes constructores, me atrevo a exhibir hasta con cierta jactancia, que provengo de un pueblo de grandes «derrumbadores», un pueblo demolicionista que hizo del escombro un emblema. Ese es el paisaje que he visto, por no decir, que en el fondo, mis ojos no han visto ningún paisaje.

JOSÉ IGNACIO CABRUJAS «LA CIUDAD ESCONDIDA», CARACAS (CARACAS: FUNDACIÓN POLAR, 1988), 9-10

Permanencia y transformación son antónimos. Sin embargo, la relación que se establece entre permanencia y transformación es al final un problema de lectura, en el que no es posible ver una dimensión sin la otra. Es decir, en esas lecturas se debe tener en cuenta que lo que se transforma da cuenta de lo que permanece. En nuestro caso, las transformaciones en Santa Inés son evidentes: la búsqueda de las permanencias en Santa Inés tiene en cuenta, como ya se ha manifestado, las imágenes que se han asociado históricamente (y se siguen asociando) a este lugar de la ciudad, en relación con el resto de la ciudad en términos de un orden urbano particular.

El vínculo entre el pasado y el presente, en el péndulo entre la permanencia y la transformación, plantea la pregunta de qué significa la presencia. Presencia y presente son palabras que encierran diversas acepciones, vinculadas, por un lado, con la existencia de algo en el espacio y, por el otro, vinculadas con la idea del tiempo. La etimología de ambas palabras remite a un «estar adelante», es decir, sobresalir en el conjunto de las cosas que se perciben al mismo tiempo. Sin embargo, resulta interesante la quinta acepción de presencia del diccionario de la RAE, «[m]emoria de una imagen o idea, o representación de ella». La presencia implica un ser y estar en el mundo en un espacio y un tiempo, de una manera particular.

La memoria del lugar es una forma de presencia que está en la ciudad ―presente―, además de los edificios, las calles y otros objetos que configuran su carácter en el tiempo.

La memoria del lugar en Santa Inés es una resonancia de la presencia de su arquitectura borrada del espacio de la ciudad. Dar cuenta de las transformaciones en Santa Inés, exclusivamente, no tiene mayor mérito. Sin embargo, es imposible entender las transformaciones sin las permanencias. Así como lo ausente da cuenta de lo presente, lo que se transforma da cuenta de lo que permanece. La demolición, como transformación de la forma de la ciudad en algunos casos, no solo no significa una transformación de la infor-

mación contenida en la arquitectura sino la acumulación de nueva información, sobre todo cuando la actitud de demoler se repite constantemente; es decir, la demolición da cuenta de las imágenes particulares que se asocian a un lugar de la ciudad y ponen de manifiesto los profundos y constantes deseos por su transformación.

La

memoria resuena en las formas

de pensar y leer la ciudad

En el péndulo entre la transformación y la permanencia, diferentes arquitectos y teóricos del siglo XX reaccionaron frente a la pretensión de tabula rasa, demolición y arquitectura universal del primer movimiento moderno, para reconocer el lugar, la ciudad histórica y su memoria, como elementos importantes a la hora de pensar la ciudad del futuro.

En el contexto de este horizonte teórico, Christian Norberg-Schulz, a partir de la filosofía de Heidegger, construye una metodología de análisis de las ciudades a partir de su genius loci, el concepto romano que hace referencia al espíritu guardián de los lugares que los acompaña desde el nacimiento hasta la muerte y determina su carácter o esencia [34]. Este espíritu está definido por las cualidades particulares de cada lugar, tiene su origen en la geografía y se potencia en la construcción de obras de arquitectura. Para Norberg-Schulz, el sentido de la construcción de lugares supone que los hombres se identifiquen con un espacio y puedan orientarse. En el caso de Santa Inés, la relación oriente-occidente y la retícula cartesiana, definida por la presencia de los cerros orientales, determinan la estructura de lugar que permite la orientación

34 Christian Norberg-Schulz, Genius Loci. Towards a Phenomenology of Architecture (Nueva York: Rizzoli, 1980), 18. «Genius loci is a Roman concept. According to ancient roman belief every “independent” being has its genius, its guardian spirit. This spirit gives live to people and places, accompanies them from birth to death, and determines their character or essence».

UNA CRUZ
NÚMERO

en Bogotá y que pone a este lugar en una posición particular de lo que se entiende por centro.

Por otro lado, el locus es la «singular relación existente entre edificios y situaciones locales» [35]. Está conformado por la arquitectura, las permanencias y la historia, y constituye el «principio característico de los hechos urbanos» [36]

Desde una perspectiva latinoamericana, para Beatriz García Moreno, la arquitectura con sentido de lugar es

un sentido de pertenencia en cuanto parece convertirse en representante de la identidad de un pueblo, remitirse a un mundo local, configurado por una historia específica, enmarcado dentro de ciertos límites geográficos, económicos, políticos y/o culturales que se han ido conformando y transformando a través del tiempo, en contraposición con un mundo de pretendidos lenguajes conceptuales universales, enmarcados en diferentes paradigmas de pensamiento, donde las particularidades del hecho concreto parecen minimizarse hasta desaparecer [37].

La relación más importante entre la memoria del lugar y la tríada genius loci-locus-sentido de lugar es la enfática consi-

35 Carlos García Vásquez, Teorías e historia de la ciudad contemporánea (Barcelona: Gustavo Gili, 2016), 122.

36 Aldo Rossi, La arquitectura de la ciudad (Barcelona: Gustavo Gili, 1982), 226-227. Rossi comprende los elementos de la forma urbana como permanencias de diverso tipo, destacando particularmente la persistencia de los trazados y del plano de la ciudad. A su vez, señala que «la ciudad misma es la memoria colectiva de los pueblos; y como la memoria está ligada a hechos y a lugares, la ciudad es el locus de la memoria colectiva».

37 Beatriz García Moreno, Región y lugar en la arquitectura latinoamericana contemporánea (Bogotá: Centro Editorial Javeriano, 2000), 35.

deración de las cualidades particulares de los lugares; y el vínculo entre el espacio y las personas que lo habitan, visto desde una comprensión histórica. En Santa Inés, un lugar en el que ha primado una poética completamente deslocalizada, destructora, motivada por sus deseos de transformación radical, su memoria busca comprender las fuerzas propias de la ciudad histórica.

La historia es constitutiva e inherente de la memoria que aquí se propone. Por esta razón, escribir el relato histórico a partir de las tres variaciones de la memoria propuestas resulta fundamental.

En la ciudad contemporánea existen diferentes formas de permanecer. Así como el río sigue siendo el mismo río, la ciudad sigue siendo la ciudad y cada ciudad sigue siendo ella misma; es decir, la ciudad como ciudad implica una dimensión de larga duración como primer escenario de permanencia. En el caso bogotano, esa condición se manifiesta, particularmente, en la definición de sus límites y sus bordes desde su fundación hasta el siglo XIX. La pervivencia de las toponimias y de la relación con la geografía son manifestaciones de esa larga duración. Las permanencias justamente implican un juego de distintas temporalidades y duraciones de los elementos que conforman el espacio urbano. Por su parte, la lectura a través de lo que permanece, permite establecer diversas duraciones en un mismo tiempo: es decir, pone en evidencia el carácter histórico de la ciudad. De esta manera, ¿qué lecturas se deben tener en cuenta para escudriñar las capas de la memoria del lugar en Santa Inés? ¿Cómo se puede conocer la información acumulada en su ámbito? Si la ciudad es carne y piedra, como sugiere Richard Sennett, las permanencias del escenario urbano se pueden entender según esas dos dimensiones: en permanencias morfológicas, de piedra, y permanencias socioculturales, de carne; ambas configuran permanencias socioecológicas («formas de pensar, instituciones, estructuras de poder y redes de relaciones sociales, así como objetos materiales como

la propia ciudad») [38]. Es decir, la analogía de lo propuesto de forma previa a partir de lugares e imágenes adquiere resonancia en esta dimensión de análisis.

En Santa Inés, aparte de su posición en relación con el resto de la ciudad ―histórica―, las permanencias de piedra no son más que un fantasma. Las huellas de trazados, tejidos, tipologías y lenguajes arquitectónicos [39] son menos que evidentes, sin embargo, aún son visibles, por ejemplo, los rieles del tranvía de la calle Décima. Las prácticas y los personajes de la cotidianidad, como parte de permanencias de carne, son también fenómenos en transformación constante; sin embargo, también se pueden leer las permanencias en esta frecuencia.

La memoria se reproduce en la particularidad de los lugares

Numerosos y diversos casos de persistencia de memoria de los lugares se pueden encontrar en ciudades de todo el mundo. La lectura histórica de sus permanencias, de larga duración, puede corroborar el argumento que se ha presentado a lo largo de este capítulo. No obstante, vale la pena destacar que no existen numerosos estudios sobre la persistencia de lugares e imágenes en lugares concretos, más allá de las permanencias arquitectónicas o morfológicas que puedan encontrarse.

Santa Inés es uno de esos casos en el que se asocian, de manera histórica, lugares con imágenes particulares. En la Bogotá de hoy en día, la zona de los almacenes de música en la carrera 7ª en Chapinero, los talleres mecánicos y de bicicletas en el Siete de Agosto, la prostitución en el barrio Santa Fe, las telas

38 David Harvey, «Mundos urbanos posibles», en Lo urbano en 20 autores contemporáneos (Barcelona: Edicions UPC, 2005).

39 Manuel de Solá-Morales, «Contra el modelo de metrópolis universal», en Lo urbano en 20 autores contemporáneos (Barcelona: Edicions UPC, 2005).

PLAZA DE BOLÍVAR. 1961.

FOTOGRAFÍA

SAÚL ORDUZ.

COLECCIÓN

MUSEO DE BOGOTÁ - IDPC

en el Policarpa, como sucedía en las calles de las ciudades medievales en las que se agrupaban los gremios, han constituido memorias características cuya resonancia el tiempo se encargará de comprobar. En las zonas más antiguas de la ciudad, este carácter es aún más evidente: en cada uno de los costados de la Plaza de Bolívar se mantiene una vocación particular: al occidente, antes estaba el cabildo y hoy la alcaldía; al sur estaba antes la sede de la Real Audiencia, que albergaba el palacio virreinal durante el siglo XVIII, y hoy está el capitolio; al oriente se construyó la catedral y, tiempo después, el palacio arzobispal. Es importante tener en cuenta que, si Santa Inés es resultado del orden urbano, se debe poner en relación con esa sucesión ordenada de lugares; es decir, con lo que ha sucedido en el resto de la ciudad.

La composición de una armonía para un nuevo arte de la memoria

Frente a la persistencia de su memoria, Norberg-Schulz narra cómo el gueto de Praga, que se localizaba al noroccidente de la ciudad antigua, fue demolido a partir de 1893 por sus condiciones de barrio bajo, aun siendo una de las partes más características de la ciudad [40]. Sin embargo, y como se lee en la página opuesta, Franz Kafka menciona cómo la presencia del carácter perdido del lugar es, inclusive, más real que las condiciones que se lograron configurar a partir de una idea específica de ciudad, desde ese momento.

El arte de la memoria que se propone para Santa Inés permitirá entender las imágenes guardadas en los lugares que se han transformado o que han desaparecido. Esto se realizará a través de la lectura de la memoria en estos lugares. Así como menciona Yates al hacer referencia al Teatro Globo de Shakespeare: «[l]a arquitectura imaginaria del arte de la memoria ha conservado la memoria de un edificio real, pero hace tiempo desaparecido» [41], las variaciones de la memoria de Santa Inés permitirán reconstruir los lugares que desaparecieron pero que resuenan en el presente.

De la misma forma en se demolió el gueto de Praga, Santa Inés se ha demolido y se seguirá demoliendo, y la experiencia de recorrer sus lugares parece no haber desaparecido. Los lugares infectos cerca del San Francisco y el San Agustín, el Hospital San Juan de Dios, las chicherías en torno a la Plaza Central de Mercado, el matadero, el trasegar del tranvía, los pasajes, las pensiones y las personas que los habitaban desde el siglo XVII son más reales que el vacío paisaje que ocupa hoy el Parque Tercer Milenio, frecuentado por sus antiguos moradores. En Santa Inés pareciera no haber un espíritu del lugar, sino el demonio maldito de ser la perife-

40 Norberg-Schulz, Genius loci. Towards a Phenomenology of Architecture, 85.

41 Yates, El arte de la memoria, 12.

Aún habitan en nosotros, las esquinas oscuras, los callejones misteriosos, las ventanas ciegas, los patios sucios, las ruidosas tabernas y las pensiones ocultas. Caminamos por las calles amplias de la nueva ciudad, pero nuestros pasos y nuestras miradas son inciertos. Temblamos internamente como solíamos hacerlo en las viejas y miserables calles. Nuestros corazones aún no conocen nada con claridad. El viejo y antihigiénico gueto nos resulta mucho más real que los nuevos entornos higiénicos. Caminamos como en un sueño, y solo somos un fantasma de los tiempos pasados.

LA TRADUCCIÓN FUE REALIZADA POR EL AUTOR PARA ESTA PUBLICACIÓN. EL ORIGINAL SE ENCUENTRA EN: G. JANOUCH, GESPRÄCHE MIT KAFKA (FRANKFURT AM MAIN, 1951), 42. CITADO EN CHRISTIAN NORBERG-SCHULZ, GENIUS LOCI. TOWARDS A PHENOMENOLOGY OF ARCHITECTURE,109, ASÍ: «THEY ARE STILL ALIVE IN US, THE DARK CORNERS, THE MYSTERIOUS ALLEYS, BLIND WINDOWS, DIRTY COURTYARDS, NOISY TAVERNS AND SECRETIVE INNS. WE WALK ABOUT THE BROAD STREETS OF THE NEW TOWN, BUT OUR STEPS AND LOOKS ARE UNCERTAIN. WE TREMBLE INWARDLY AS WE USED TO DO IN THE OLD MISERABLE LANES. OUR HEARTS KNOW NOTHING YET OF ANY CLEARANCE. THE UNSANITARY OLD GHETTO IS MUCH MORE REAL TO US THAN OUR NEW HYGIENIC SURROUNDINGS. WE WALK ABOUT AS IN A DREAM, AND ARE OURSELVES ONLY A GHOST OF PAST TIMES»

CARRERA ONCE CON CALLE DÉCIMA AL COSTADO OCCIDENTAL DE LA PLAZA DE MERCADO CENTRAL. CA. 1940. FOTOGRAFÍA DANIEL RODRÍGUEZ. COLECCIÓN MUSEO DE BOGOTÁ – IDPC

ria del centro de poder en un país en conflicto; de la misma forma, no ha habido sentido de lugar, sino contrasentidos e irrupciones de todo tipo.

Con la memoria como fondo y tema central, en los siguientes capítulos se reconstruirán las permanencias de Santa Inés a partir de la lectura de las tres variaciones de la memoria que se han definido: la vocación ―los lugares―, la connotación ―las imágenes―, y las irrupciones ―intentos de transformación de los lugares y de las imágenes―. De esta manera, la memoria de Santa Inés es un documento en el territorio bogotano ►

ADAGIO

La vocación en Santa Inés es una relación gramática de elementos: de religiosa a asistencial, pasando por la comercial y la de matadero = 66 ppm

La vocación es la voz interior, esa que clama constantemente a dar un sentido particular a la vida. La vocación se manifiesta, en un primer momento, en el llamado que Dios hace a los hombres para la vida religiosa. En la ciudad, la vocación está definida en una estructura espacial que se extiende en el tiempo, hacia un futuro más o menos lejano. Ahora bien, cada uno de los fragmentos de ciudad está definido por una secuencia espacial de vocaciones diversas, bien convergentes, bien divergentes, que constituyen aquello que los caracteriza. La ciudad, como lugar centrípeto de subjetividades de todo tipo, da lugar a vocaciones quizás no infinitas, pero sí numerosas, propias

de la complejidad de la vida urbana. La vocación de los lugares permanece a través de su memoria, inclusive cuando las aparentemente duraderas estructuras físicas que la soportan se transforman o desaparecen. Las vocaciones de la ciudad que permanecen permiten hacer evidentes lecturas históricas de la ciudad, más allá de su arquitectura y, en general, de lo construido. Los profundos y a veces poco evidentes vínculos que se configuran en una estructura espacial construyen, así, un entramado característico de vocaciones en la ciudad. La vocación es, por consiguiente, una relación gramática de elementos.

La vocación es la potencia interna de las cosas. Su etimología refiere al sustantivo latino vocatio, que traduce «acción de llamar»: por esta razón, se entiende como la voz interior que motiva en un sentido particular. La vocación en la ciudad se configura a través de las prácticas que se llevan a cabo en cada uno de sus lugares: arquitecturas y espacios abiertos de todo tipo, en escalas, proporciones y formas muy diversas. Así como hay personas que reciben el llamado de servir a Dios o de ser grandes artistas, científicas o deportistas, la vocación también es el llamado que tienen los lugares de la ciudad para ser soporte de usos, actividades y prácticas particulares.

En la lectura de la memoria de Santa Inés, entendida como la información acumulada a través de la asociación de lugares e imágenes, la vocación es la primera variación. Como se mencionó en Andante, la vocación está determinada a partir de la posición de los lugares en una secuencia ordenada, la estructura que constituye el sustento espacial para la asociación con imágenes y otros significados. De esta manera, la relación entre lugares y usos, prácticas y actividades, es aquello que permite comprender la estructura subyacente que constituye el fundamento espacial para la vida urbana. A su vez, la lectura histórica de esas relaciones particulares entre actividades, usos y prácticas y lugares de la ciudad, que dan cuenta de su carácter, permite comprender esta dimensión de la memoria. Los límites entre los diferentes lugares urbanos se definen según las variaciones de su carácter, que los particulariza y al mismo tiempo, los sitúa en el conjunto de lugares que define una secuencia ordenada: la ciudad en su conjunto.

Invitamos a quienes nos leen a hacer un recorrido a través de los paisajes sonoros asociados a los diferentes lugares de la ciudad, y cómo estos dan cuenta de vocaciones diversas en el transcurso de su historia.

PORTADA DE SANTA INÉS. 1947. ANÓNIMO. COLOMBIA. PAÍS DE CIUDADES. 1947. EDITORIAL ANTENA

Cuando los cantos de flautas se transformaron

en sonidos de armaduras

La estructura de los lugares de la Santa Fe colonial, su orden urbano, de la cual Santa Inés formó parte en sus primeros siglos de presencia física, se estableció a partir de los límites que aportó la geografía y a través de la retícula que se implantó para la definición de la traza de la ciudad. Así como sucede con el genius loci, la geografía constituye las condiciones fundantes para la construcción de la memoria de la ciudad y el elemento primigenio de la vocación de sus lugares, y es a partir de la geografía que se establece un orden urbano particular.

El lugar escogido para la fundación de Santa Fe discurre de oriente a occidente desde los cerros, una instancia de referencia hacia la sabana, su horizonte, y tanto el cauce de las fuentes de agua como los vientos siguen esta dirección. El sitio más favorable para establecer Santa Fe estaba ocupado por el cercado del cacique Bogotá, localizado «en el parteaguas de los dos ríos que se unen más abajo […], es decir en el altozano, la mejor localización para la plaza y la iglesia de un poblado, porque a partir de allí las aguas lluvias tienen tres vías de desagüe» [42]. Lo favorable de un lugar para establecer una nueva fundación incluía «[l]a consideración de los vientos predominantes, de la constelación celeste, de la situación de la ciudad respecto del sol y del agua» [43], criterios que compartían tanto españoles como muiscas con un sentido religioso y formaban parte de antiguas tradiciones. En ese sentido, si la fundación se hizo, efectivamente, a través de esa transición del cercado a la plaza, Santa Fe comenzó su existencia a partir de una memoria heredada de la construcción de un lugar prehispánico, principalmente porque en dos

42 Jaime Salcedo Salcedo, «Un vestigio del cercado del señor de Bogotá en la traza de Santafé», Ensayos. Historia y Teoría del Arte n.° 20 (2011): 187.

43 Jaime Salcedo Salcedo, Urbanismo hispanoamericano siglos XVI, XVII y XVIII (Bogotá: Pontificia Universidad Javeriana, 2018), 53.

momentos diferentes la geografía sugirió una ubicación más propicia para llevar a cabo la construcción de un lugar.

La traza constituye el segundo elemento esencial para la configuración de la estructura de la ciudad. La retícula cartesiana no solo implica la geometría fundamental de su forma, sino una representación de una serie de ideas, pues «al tiempo que es funcional incorpora nociones nacidas en los niveles más profundos de la mentalidad católica medieval» [44]. Las personas que llegaron a tierras americanas, entre ellas el adelantado Gonzalo Jiménez de Quesada, fueron quienes lograron materializar diversas ideas sobre la forma de construir ciudades: «[c]onquistadores, pobladores, alarifes y jumétricos [geómetras] trasladaron a América un rico bagaje teórico, que comprendió influencias del Antiguo Egipto, los fueros castellanos, las urbes cuadradas mallorquinas y la ciudad mística dividida en cuatro barrios autosuficientes del franciscano Eiximenis» [45]. No sería sorpresa ninguna que la concepción de la ciudad como artefacto para el arte de la memoria hubiera constituido un criterio para las nuevas fundaciones americanas, en parte si se consideran los influjos del pensamiento europeo del momento. Siguiendo la idea de que, en el arte de la memoria artificial tomista «no hemos de ir necesariamente a la busca de figuras puestas sobre lugares diferenciados al estilo clásico, sino que tales figuras pueden ir en un orden regular de lugares» [46], se podría decir que, como concepción ideal de la ciudad [47], la traza cartesiana constituye el orden regular de lugares para la disposición de imágenes, y esta idea, en el ámbito de la concepción ideal de la ciudad. Si bien esta hipótesis es sugerente, no es el propósito de esta investi-

44 Germán Mejía Pavony, La ciudad de los conquistadores 1536-1604 (Bogotá: Pontificia Universidad Javeriana, 2012), 124.

45 Manuel Lucena, A los cuatro vientos: las ciudades de la América hispánica (Madrid: Marcial Pons, 2006), 68.

46 Yates, El arte de la memoria, 12.

47 El duodécimo volumen de Lo crestià de Francesc Eiximeniç, obra redactada entre 1379 y 1392, está dedicado al gobierno de las ciudades y las comunidades en novecientos siete capítulos, entre los que se incluye lo relativo a la forma correcta de la ciudad.

gación corroborarla, e insistimos en que esta analogía entre lugares e imágenes hace referencia a lugares encontrados, producto de la construcción de la ciudad en el tiempo y de la información que ha guardado.

Después, los sonidos de armaduras se transformaron en cantos litúrgicos

Una vez fundada Santa Fe se llevó a cabo la repartición ordenada de lugares a través de la adjudicación de solares a los conquistadores, a los poderes civiles y eclesiásticos y posteriormente, al establecimiento de las órdenes religiosas. Cada uno de los lugares que se fueron construyendo en la ciudad constituía su carácter a partir de su posición en la traza y según las referencias a los límites definidos por la geografía. De esta manera, durante el siglo XVI se fueron conformando las cuatro parroquias que supusieron el orden fundamental de la ciudad colonial: la Catedral, en torno a la Plaza Mayor; las Nieves, al norte del río San Francisco; Santa Bárbara, al sur del río San Agustín, y San Victorino hacia el occidente. En ese sentido, a partir de las diversas consideraciones que se tenían para la disposición de los diferentes lugares de la ciudad, que dependían de la conveniencia geográfica de su establecimiento y de la cercanía a ciertos espacios, a cada lugar de la ciudad le correspondía una imagen particular que lo caracterizaba.

La vida de la ciudad se fue gestando en torno a las cuatro parroquias y los lugares religiosos que se fueron fundando impregnaron de su carácter a los espacios que incorporaron al tejido urbano. Este carácter se manifiesta, fundamentalmente, en ser el centro de la vida urbana, imprimiendo sentido de pertenencia [48] con el lugar en el que se habitaba:

48 Germán Mejía Pavony y Fabio Zambrano Pantoja, «La parroquia y el barrio en la historia de Bogotá», en Textos 9. Escritos de historia y teoría 2 (Bogotá: Maestría en Historia y Teoría del Arte y la Arquitectura. Facultad de Artes. Universidad Nacional de Colombia, 2003), 56.

La parroquia estaba definida por las actividades que se realizaban en los edificios religiosos. Alrededor de ellos se generó una vida urbana de mucha intensidad, lo cual producía diversas dinámicas de sociabilidad citadina. Es decir, los edificios religiosos calificaban el espacio urbano de su entorno. Por ejemplo, un convento era, entre otras cosas, centro de servicios financieros y de mercado, lo que animaba la vida urbana de la calle donde estuviera, pues los censos, las capellanías y las hipotecas, construían una compleja trama que vinculaba a los feligreses con el convento [49].

Santa Fe creció, en un primer momento, en dirección sur-norte, a través del eje definido por la Calle Real entre la Plaza Mayor y la Plaza de las Hierbas, al norte del río San Francisco, donde se menciona la presencia de una zona de mercado de origen prehispánico. Este río suponía una frontera que se superó con la construcción del puente de San Miguel, para conectar la calle Real hacia la ciudad más allá de su ribera norte. El carácter diverso de los fragmentos de ciudad entre ambos costados, las parroquias de la Catedral y las Nieves, se pone de manifiesto en la discontinuidad en el trazado de las actuales carreras. La continuación hacia el sur de la calle Real, la calle de la Carrera, vinculaba la parroquia de la Catedral con el convento de San Agustín en la parroquia de Santa Bárbara, atravesando la otra frontera entre ambas parroquias, el río San Agustín, sobre su puente homónimo. Por otro lado, en torno a la plaza de San Victorino se configuró un área de ocupación importante, vinculada a la parroquia de la Catedral a través del Puente de San Victorino en la actual

49 Ver Mejía Pavony y Zambrano Pantoja, «La parroquia y el barrio en la historia de Bogotá, 48.

VOCACIONES EN TORNO A SANTA INÉS EN TIEMPOS DE LA COLONIA. COMPOSICIÓN ELABORADA POR EL AUTOR. PLANO GEOMÉTRICO DE SANTA FE DE BOGOTÁ. 1814. VICENTE TALLEDO Y RIVERA. COLECCIÓN SERVICIO HISTÓRICO MILITAR

calle 12, mientras el crecimiento hacia occidente se limitó a los dos costados del Camellón de Fontibón, la vía de comunicación de la ciudad hacia el río Magdalena. El río San Francisco, que discurre de oriente a occidente, dibuja una curva en este punto para dirigirse hacia el sur, configurando en este caso, un límite de la ciudad construida entre oriente y occidente.

En este momento de la narración, es preciso mencionar que las referencias de los nombres de las calles que en esta variación se presentan provienen del libro Calles de Santa Fe de Bogotá de Moisés de la Rosa [50], una investigación que formó parte de las publicaciones que llevó a cabo el Concejo de Bogotá con motivo de la celebración del cuarto centenario de la fundación de la ciudad en 1938. Moisés de la Rosa se valió principalmente de documentos notariales para determinar los antiguos nombres de las calles de la ciudad, para así construir la cartografía de sus toponimias en las parroquias y los barrios santafereños. Además de dar información de su ubicación, en muchos casos, consigue transmitir el carácter de las calles y de los lugares que las configuraban.

En conclusión, la estructura de la ciudad, en sentido oriente-occidente, estuvo determinada por la pendiente que

50 Moisés de la Rosa, Calles de Santafé de Bogotá (Bogotá: Ediciones del Concejo, 1938).

ELABORACIÓN DE NATALIA ACOSTA A PARTIR DEL PLANO DE LUIS CARLOS JIMÉNEZ TITULADO “CRECIMIENTO URBANO DE BOGOTÁ D.E”, 1989. SI BIEN ESTE PLANO INVOLUCRA LAS REFORMAS URBANAS DEL SIGLO XX, DA CUENTA DE CÓMO LA URBANIZACIÓN EN TORNO A SANTA INÉS COMENZÓ EN EL SIGLO XVII Y CONCLUYÓ EN LAS ÚLTIMAS DÉCADAS DEL SIGLO XIX

establecía el curso de los ríos y de los vientos y por la relación con el territorio, que se extendía más allá de la parroquia de San Victorino. La relación norte-sur entre la Catedral, las Nieves al norte y Santa Bárbara al sur constituyó una continuidad definida por las calles Real y de la Carrera. La Catedral se configuró como el principal centro, Las Nieves como un segundo centro hacia el norte (con su correspondiente arrabal hacia occidente), mientras que Santa Bárbara y San Victorino fueron, esencialmente, arrabales, hasta bien entrado el siglo XIX. Los ríos San Francisco y San Agustín supusieron los límites geográficos que soportaron la configuración de las parroquias, al mismo tiempo que dificultaron la construcción de un tejido urbano continuo. Por otro lado, como es evidente, este orden urbano de la ciudad colonial estuvo determinado por la presencia de lugares y toponimias de lugares religiosos, que contribuían a la construcción de un carácter particular y distintivo del resto de lugares de la ciudad.

Cuando las campanas de Santa Inés sonaron por primera vez

La ciudad fue paulatinamente convirtiéndose en sede de espacios monásticos, que «contribuirían a su demarcación urbanística, separada de otros territorios aledaños y en especial rurales» [51]; es decir, cerca de los arrabales. El espacio entre los ríos San Francisco y San Agustín, previo a su desembocadura y posterior curso hacia el occidente, se dispuso, en ese sentido, como una margen de la ciudad. En esta zona, al occidente de la actual carrera décima, existía un barranco [52] hacia la ribera del San Francisco que acentuaba esta condición limítrofe, y fue en este borde occidental de la

51 Óscar Londoño, «Habitar el claustro. Organización y tránsito social en el interior del monasterio de Santa Inés de Montepulciano en el Nuevo Reino de Granada durante el siglo XVIII», Fronteras de la Historia 23, n.° 1 (2018): 191. 52 Julián Vargas Lesmes, Historia de Bogotá. Conquista y Colonia (Bogotá: Villegas Editores, 2007), 103.

IGLESIA DE LA CONCEPCIÓN. 2024. FOTOGRAFÍA: CAMILO RODRÍGUEZ-IDPC

parroquia de la Catedral donde se fundó el monasterio que otorgaría en la segunda mitad del siglo XX la toponimia característica a este lugar de la ciudad: Santa Inés.

Es conveniente hablar de vocación referida a esta zona de la ciudad porque, según se ha mencionado, la primera presencia evidente e identificable en este lugar es religiosa, definida por la fundación del primer convento femenino de Santa Fe en 1595, el Monasterio de la Concepción, que había comenzado su construcción en 1583. Mientras la fundación de conventos masculinos se financiaba con recursos eclesiásticos, la fundación de conventos femeninos se debía llevar a cabo del producto de obras pías impulsadas por laicos y, en ese momento, no había recursos suficientes para construir en la ciudad un número considerable. Finalmente, tras un proceso de décadas que buscó el nacimiento del monasterio de Santa Inés, caracterizado por cierta tensión institucional, económica y de voluntades con la fundación del convento de Santa Clara, que abrió sus puertas en 1630, el 19 de julio de 1645 continuaron los cánticos que ya habían iniciado las monjas concepcionistas. Santa Inés de Montepulciano, el nuevo monasterio femenino de clausura de la orden de pre-

IGLESIA DE SANTA CLARA. 1971. FOTOGRAFÍA SAÚL ORDUZ. COLECCIÓN MUSEO DE BOGOTÁ - IDPC

dicadores [53], se fundó y se estableció en la manzana contigua al sur de la Concepción, configurada por las calles de Santa Inés, la Concepción, los Chorritos de Santa Inés y San Romualdo. El fundador, que era el donante de la propiedad donde se iba a construir el convento [54], fue Juan Clemente de Chávez y, tras su muerte, en torno a 1629, prosiguió las labores su hermana Antonia de Chávez [55]

Para comenzar sus actividades, la construcción del convento debía tener ya terminados «sus altares, ornamentos y sacristía, rejas, coros, tornos, locutorios, puerta seglar, vivienda, dormitorios, refectorio, enfermería, oficinas y cercas» [56], lo necesario para una vida de clausura. Juan Flórez de Ocáriz describe la entrada de las tres monjas que provenían de la Concepción al nuevo monasterio:

[…] con repique de campanas y música de ministriles pasaron a la nueva iglesia, donde hicieron oración, y volvieron a dar la obediencia al Ordinario, y de allí a su portería, en que repitieron la acción de obediencia tercera vez, y entraron por la puerta reglar que cerró por dentro la madre Beatriz de la Concepción, con lo cual el Provisor declaró estar hecha la fundación de convento de religiosas y quedar en clausura; y fue en 19 de julio de 1645 [57].

53 El adjetivo relativo a la orden de predicadores es «dominico» o «dominicano», en honor a su fundador, santo Domingo de Guzmán.

54 Sofía Brizuela, «¿Cómo se funda un convento? Algunas consideraciones en torno al surgimiento de la vida monástica femenina en Santa Fe de Bogotá (1578-1645)», Anuario de Historia Regional y de las Fronteras 22, n.° 2 (2017): 172.

55 Sobre la fundación del monasterio de Santa Inés de Montepulciano, consultar los trabajos de Sofía Brizuela, «¿Cómo se funda un convento?»; y Londoño, «Habitar el claustro».

56 Londoño, «Habitar el claustro», 192-193.

57 Juan Flórez de Ocáriz, Genealogías del Nuevo Reino de Granada. Tomo I

Por pleitos legales, las monjas fueron evacuadas quince años después de la fundación del convento, y todo lo que se había construido tuvo que ser demolido [58]. El arzobispo de Santa Fe, Juan de Arguinao, quien provenía de Lima, conoció la situación de las inesitas compró los terrenos y «les ofreció de nuevo edificar la iglesia y convento con todas sus oficinas» [59], propiciando la construcción de una nueva fábrica de mejores condiciones. A pesar de tener toda una serie de méritos, el arzobispo era muy humilde y de «corazón generoso» [60], pues después de la construcción del convento, fue su principal benefactor durante mucho tiempo: por esta razón, se le considera su segundo fundador. El esplendor material y espiritual del convento se dio en los años en que Arguinao fue arzobispo de la ciudad, entre 1661 y 1678 [61].

La arquitectura de Santa Inés se dispuso a través del tipo propio de la arquitectura religiosa conventual femenina de la América Hispánica, por lo que la memoria acumulada se manifestó desde un primer momento en su organización particular. La iglesia era de una sola nave a la que se accedía transversalmente, con elementos de cantería en las portadas y ornamentos florales y geométricos en su interior. La vida conventual de clausura se llevaba a cabo en un claustro de dos plantas, la primera adintelada y la segunda con arcadas de medio punto rebajadas. Alrededor del claustro se dispusieron sus diferentes estancias: refectorio, oratorios, dormitorios y otros espacios para el servicio. El coro se vinculaba directamente con el monasterio y

(Madrid: Joseph Fernández de Buendía, impresor de la Real Capilla de su Magestad, 1674), 136.

58 Pedro Andrés Calvo de la Riba, Vida, y admirables virtudes de la Venerable Madre Sor Maria Gertrudis Theresa de Santa Inés (Madrid: Imprenta de Phelipe Millán, 1752), 39.

59 José Manuel Groot, Historia eclesiástica y civil de la Nueva Granada. Tomo 2 (Bogotá: Ediciones ABC, 1953), 531.

60 Groot, Historia eclesiástica y civil de la Nueva Granada, t. I, 231.

61 Sor Ma. Angélica de San José, OP. «El monasterio dominicano de Santa Inés de Bogotá en tiempos de la exclaustración», Los dominicos y el Nuevo Mundo. Siglos XVIII y XIX. Actas del IV Congreso Internacional, Santafé de Bogotá, 6-10 septiembre de 1993, ed. por José Barrado Barquilla OP (Salamanca: Editorial San Esteban, 1995), 38.

estaba separado del resto de la nave por la reja y la cratícula, la abertura por donde las monjas recibían la comunión. Sobre la construcción de los diferentes elementos de la iglesia, Flórez de Ocáriz escribe lo siguiente:

[…] el dinero de la obra, con que se consiguió ahorro en él y de tiempo y acabar con toda perfección la capilla mayor y dos tercios del cuerpo de la iglesia, que es de alegre vista y buena disposición en tamaños y altura, con techos dorados y tabernáculo de cuatro órdenes en alto y cinco en ancho, de muy buena obra, con bustos de santos y pinturas; cuatro altares, dos hermosas puertas con clavazón de bronce en dos suntuosas portadas de primorosa labor de cantería; púlpito dorado con imágenes de media talla, confesonarios, comulgatorio y dos tribunas que sostituyen como encima de las sacristías, que son en proporción a los demás y a costa de la piedad y limosnas magníficas del Arzobispo maestro don fray Juan de Arguinao [62].

Pedro Andrés Calvo de la Riva, confesor de Sor María Gertrudis Teresa de Santa Inés, priora del convento que se destacó por llevar una vida venerable, describió exhaustivamente el espacio construido por Juan de Arguinao, de quien también exalta sus innumerables virtudes. Calvo de la Riba expresa, con la misma floritura, las condiciones materiales y formales de la fábrica promovida por Arguinao. Tanto en la iglesia («Por su heroyca [sic] humildad, no quiso poner sus Armas en el frontispicio de sus grandes portadas. Siendo dos de primo-

62 Flórez de Ocáriz, Genealogías del Nuevo Reino de Granada, 149.

rosa cantería, podian servir de blasòn a su liberalidad, en tan rico, y hermoso templo») [63], como en el convento («Quien magnifico empezó tambien la Fabrica de su Convento, con quatro Claustros, y corredores de arqueria altos, y baxo, Dormitorio, Celdas, y Porteria, y demás Oficinas») [64]. Mediante el uso de términos como «adorno» y «hermosura», se pone de manifiesto cómo la arquitectura de este período definía su carácter a través de un particular énfasis en el ornamento. En el texto, a su vez, se narra la erección de una torre para las campanas. Sin embargo, no existen registros de la mencionada torre: en las noticias del terremoto del 12 de julio 1785 [65], no se reportan daños en Santa Inés; a su vez, Pedro María Ibáñez señala que no existe noticia alguna de la construcción de esa torre [66]. La celebración de los oficios litúrgicos constituyó un paisaje sonoro característico en el mundo interior del convento, pues Arguinao «[l]as compró Organo, y otros Instrumentos musicos, teniendo asalareado Maestro de Musica, para que enseñase à las Religiosas el Canto Llano, y de Organo, para que con más devoción, y consonancia celebráran los Oficios Divinos, y Horas Canonicas» [67]. Una vez Santa Inés se situó en la ciudad, su presencia comenzó a resonar durante siglos.

La configuración de una toponimia a partir de este conjunto conventual no es casual, pues «[a]unque desde una perspectiva actual resulta difícil imaginarlo, las monjas, en muchos sentidos, fueron el centro de la vida urbana». [68]

Tres de los cuatro conventos de clausura femenina que existieron en Santa Fe hasta el siglo XVIII, La Concepción, Santa

63 Calvo de la Riba, Historia singular de la vida, 41.

64 Calvo de la Riba, Historia singular de la vida, 41.

65 «Aviso del terremoto sucedido en la ciudad de Santa Fe de Bogotá el día 12 de julio del año de 1785» http://babel.banrepcultural.org/cdm/ref/collection/p17054coll26/id/2808

66 Pedro María Ibáñez, Crónicas de Bogotá tomo I (Bogotá: Ediciones ABC, 1945), 113, (nota a pie de página número 6), acceso en http://babel.banrepcultural.org/cdm/ref/collection/p17054coll10/id/2400

67 Calvo de la Riba, Historia singular de la vida, 41.

68 Cristina Ratto, «La ciudad dentro de la gran ciudad. Las imágenes del convento de monjas en los virreinatos de Nueva España Ay Perú», Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas, n.° 94 (2009): 92.

RECONSTRUCCIÓN DE LA IGLESIA Y DEL CLAUSTRO DE SANTA INÉS DE MONTEPULCIANO. ESTA RECONSTRUCCIÓN, QUE SE HA REALIZADO A PARTIR DE PLANIMETRÍA, ALGUNAS FOTOGRAFÍAS Y DEL ANÁLISIS DE LA ARQUITECTURA MONÁSTICA DE LA COLONIA, ES ESENCIALMENTE IMAGINARIA Y PRETENDE MOSTRAR CÓMO PUEDE HABER SIDO LA ARQUITECTURA DE ESTE CONJUNTO RELIGIOSO. ELABORACIÓN DE PLANIMETRÍA: JORGE ALARCÓN

FACHADA SOBRE LA CARRERA DÉCIMA
PLANTA BAJA

FACHADA SOBRE LA CALLE. RECONSTRUCCIÓN DE LA IGLESIA Y DEL CLAUSTRO DE SANTA INÉS DE MONTEPULCIANO

CORTE TRANSVERSAL. RECONSTRUCCIÓN DE LA IGLESIA Y DEL CLAUSTRO DE SANTA INÉS DE MONTEPULCIANO

CORTE LONGITUDINAL. RECONSTRUCCIÓN DE LA IGLESIA Y DEL CLAUSTRO DE SANTA INÉS DE MONTEPULCIANO

IGLESIA DEL CARMEN. ESTE TEMPLO SE ENCONTRABA SOBRE LA CARRERA QUINTA EN LA ESQUINA NOROCCIDENTAL DEL DESAPARECIDO MONASTERIO DE SAN JOSÉ. S.F. PAUL BEER. COLECCIÓN MUSEO DE BOGOTÁ

Clara y Santa Inés, se situaron en la parroquia de la Catedral, hacia el occidente, a excepción del Monasterio de San José de las madres carmelitas, que estaba hacia el oriente, en la margen izquierda del río San Agustín. Los conventos femeninos se ubicaron en lugares menos destacables que los masculinos Santo Domingo y San Ignacio, e inclusive, San Francisco y San Agustín, que se construyeron sobre el mencionado eje norte-sur definido por las calles Real y de la Carrera.

Santa Inés se situó en el límite occidental de la parroquia de la Catedral. La zona dispuesta más hacia el occidente de ese límite correspondía a la parroquia de San Victorino, que abarcaba todas las manzanas desde la que fue la carrera 11 hacia abajo. Se ha mencionado ya la presencia destacable de una barrera natural que separaba dos de sus zonas: las dos riberas del río San Francisco. En la mencionada carrera 11 comenzaba una zona particularmente suburbana de esta parroquia que, separada por el río San Francisco, estaba únicamente vinculada por el puente de San Victorino en la actual Calle 12; por lo tanto, se encontraba en una situación de continuidad más clara con la parroquia de la Catedral. Por otro lado, esta zona configuraba el borde occidental que recibía las aguas lluvias, los desechos y las emanaciones que provenían del oriente de la ciudad.

El convento de Santa Inés se fundó en el momento de mayor actividad constructora en Santa Fe, la primera mitad del siglo XVII, en el que se construyeron diez obras públicas, diecinueve edificios religiosos y seis civiles [69]. Entre las mencionadas obras públicas se encuentra la carnicería [70] y su plazuela contigua, la principal de las tres con las que contaba la ciudad (las otras dos, de menor tamaño, se situaban en las Nieves occidental y en Santa Bárbara). La carnicería constituía una presencia fundamental situada a tres cuadras de Santa Inés, en la parroquia de San Victorino junto al río San Francisco, en el límite del borde que se ha venido mencionando a lo largo de esta variación. La ubicación de la carnicería en este lugar no es casual, si se tiene en cuenta su carácter arrabalero, limítrofe entre la ciudad construida y el mundo rural. Los animales, que estaban en las fincas de la sabana, se conducían hasta la carnicería a través del puente de San Victorino y por las calles contiguas al San Francisco. Una vez se mataban, la carne se distribuía hacia el resto de la ciudad por las calles cercanas. A su vez, los gallos también hicieron presencia en esta zona de la ciudad. La gallera vieja y la gallera nueva estaban a escasas tres cuadras de Santa

Inés hacia el sur, según aparecen en los registros de sus calles homónimas (calle Octava entre carreras Décima y Once y carrera Novena entre calles Séptima y Octava, respectivamente). Por otro lado, existe evidencia de la existencia de presidios urbanos sobre la calle del Hoyo de San Victorino (actual calle Octava), al oriente de esta carnicería [71], en tiempos coloniales.

Una presencia religiosa que fue itinerante en la nebulosa de Santa Inés es la de la ermita de las Cruces, construida en 1655

69 Vargas Lesmes, La sociedad de Santa Fe colonial, 97.

70 En la historiografía y en las fuentes del siglo XIX y anteriores aparece el término «carnicería» para hacer referencia al espacio de la ciudad donde se mata y se desuella el ganado para abastecer a la ciudad, mientras en el siglo XX predomina el uso de «matadero». En este relato, se utilizarán ambos términos como sinónimos, privilegiando el uso del término predominante en cada momento.

71 Moisés de la Rosa. Plano de San Victorino, s. p.

en la ribera norte del río San Agustín, sobre la calle de los Votos (la que fuera la carrera 11 antes de la demolición del barrio a comienzos del siglo XXI). Esta ermita fue uno de los lugares religiosos de Santa Fe situado más hacia el occidente que Santa Inés, junto con la iglesia de San Victorino y el tardío monasterio de los capuchinos, que se terminó de construir en 1791 [72] y albergó el primer hospicio de la ciudad [73]. Si bien la ermita se trasladó en las primeras décadas del siglo XIX a su ubicación actual, donde se convertiría en parroquia con el paso de los años, los nombres antiguos de muchas de sus calles cercanas (las Cruces, Cruces viejas, Cruz verde, Camarín de las Cruces) hacían resonar su presencia perdida.

Los estruendos del dolor en el San Juan de Dios

Después de vivir un profuso tiempo de construcción durante el siglo XVII, la ciudad inició el siglo XVIII con una única obra de importancia: la construcción de la nueva sede del Convento Hospital de San Juan de Dios para ampliar su capacidad, entre 1723 y 1739 [74], en toda la manzana configurada por las calles de San Juan de Dios, de la Enfermería, de San Rafael y de los Dolores. El hospital de San Pedro, que hasta ese momento se había situado en la manzana de la catedral, en su parte posterior, pasó a ser administrado por los padres hospitalarios, quienes le darían su nuevo nombre. La presencia de la principal institución de asistencia de la historia de la ciudad, a dos cuadras de Santa Inés, sería el primordio de la construcción de una vocación hospitalaria, de caridad y posterior beneficencia y asistencia, en esta zona de la ciudad. Se sabe que las monjas de Santa Clara iban a

72 Vargas Lesmes, La sociedad de Santa Fe colonial, 112.

73 Groot, Historia eclesiástica y civil de la Nueva Granada, 11.

74 Estela Restrepo Zea, Historia del Hospital San Juan de Dios 1635-1895. Una historia de la enfermedad, pobreza y muerte en Bogotá (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2011), 63.

PLANO DE LA PRIMERA PLANTA DEL HOSPITAL E IGLESIA DE SAN JUAN DE DIOS. 1922. FRANCISCO SAMPER. INFORME QUE RINDE LA JUNTA GENERAL DE BENEFICENCIA A LA ASAMBLEA DEPARTAMENTAL. BOGOTÁ. IMPRENTA DE LA LUZ. 1922. ANEXOS AL INFORME QUE RINDE LA JUNTA

ayudar al San Juan de Dios, sin embargo, no hay noticia de que así lo hicieran las monjas de Santa Inés.

Las reformas del virrey Manuel Guirior de 1774 implicaron modificaciones en el orden de la ciudad. Con la división por barrios del mismo año, mientras las parroquias de San Victorino y Santa Bárbara se convertían en barrios conservando sus límites anteriores, las Nieves se dividió en las Nieves oriental y occidental y la antigua parroquia de la Catedral se dividió en cuatro barrios: la Catedral, San Jorge, el Príncipe y Palacio. Santa Inés se ubicó en los límites del barrio de Palacio, mientras el San Juan de Dios quedó en el barrio de San Jorge. En ese momento, ya había una creciente preocupación por la acumulación de basuras e inmundicias en las calles, acentuada por la presencia de chicherías. Se prohibía botar basuras en las zonas céntricas y se obligaba a que se arrojaran en los arrabales. Sin embargo, pese al escaso alcantarillado, había conciencia del beneficio de la inclinación de oriente a occidente para el desagüe de las aguas de los caños. Por tanto, no es casualidad que por esta condición geográfica y por las alcantarillas que supusieron San Francisco y San Agustín, con el tiempo, se hayan convertido rápidamente sus bordes en zonas infectas.

San Victorino era, al final del siglo XVIII, una parroquia con un gran número de manzanas deshabitadas. De las sesenta cuadras conformaban las 32 manzanas de la parroquia, «cinco que limitaban los costados de la plazuela de San Victorino y cuatro los orientales y del norte de las plazuelas de la Carnicería y Huerta de Jaime, no tenían nombres particulares; cinco, o sea los de las calles Décima y Once, entre la antigua Ronda del Río (actual carrera 12-B) y la plazuela de Jaime y una de la carrera 11, entre calles 12 y Ronda del río, quizás tampoco los tenían por ser callejones anónimos y extramuros» [75]. De este carácter suburbano da cuenta la presencia de casas de paja en la calle Honda de San Victorino (carrera

75 De la Rosa, Calles de Santa Fe de Bogotá, 248.

RECONSTRUCCIÓN DEL ESTADO DEL BARRIO DE SAN VICTORINO HACIA EL AÑO DE 1800. CARLOS A. PARDO. CALLES DE SANTAFÉ Y BOGOTÁ. MOISÉS DE LA ROSA. 1938. EDICIONES DEL CONCEJO

13 entre calles 11 y 12): [76] ni el tejido ni las manzanas en este borde occidental se hallaban particularmente formados. ¿Por qué esta zona, pese a estar particularmente cerca de la Plaza Mayor, no se consolidó urbanamente durante estos primeros siglos de existencia de la ciudad? Porque la memoria de la construcción de un lugar de borde, marginal, pervivió durante todos esos años.

Cuando sonaron fusiles en la Huerta de Jaime

La estructura de la ciudad que se había establecido a través de la retícula cartesiana persistió como presencia fundamental a lo largo del siglo XIX, pues «[c]iertamente, desde los cerros, la ciudad aparecía delineada como si fuera un tablero de ajedrez» [77], De esta forma, se acentuó el orden urbano que se había implantado, con su correspondiente secuencia de lugares, mientras se vivían lentas transformaciones de la larga duración que había caracterizado a Santa Fe durante los años de la colonia. Aparte de las transformaciones políticas y sociales de ese momento, son destacables aquellas relacionadas con la transformación de la geografía de la Sabana de Bogotá y la adaptación a otro tipo de actividades agropecuarias. Por otro lado, en ese sentido transformador, el siglo XIX fue un siglo de considerable densificación de la ciudad, pues si bien la población se multiplicó por cinco, el área construida de la ciudad solamente se duplicó, «la ciudad se hizo más compacta. En ella desaparecieron los pocos lugares libres de construcción, además de incorporar en forma definitiva los antiguos arrabales de la ciudad» [78], haciendo de esta manera, que «[…] la mayor actividad constructiva se sintiera primero sobre los abundantes lotes que

76 De la Rosa, Calles de Santa Fe de Bogotá, 257-258.

77 Germán Mejía Pavony, Los años del cambio. Historia urbana de Bogotá 1820-1910 (Bogotá: Centro Editorial Javeriano, 2000), 141.

78 Mejía Pavony, Los años del cambio, 298.

al interior de la ciudad eran utilizados como huertas, y en la progresiva división de las pocas viviendas que inicialmente estaban comprendidas en cada una de las manzanas que componían el área urbana» [79]

Este fenómeno del aumento de la densidad urbana ocurrió, efectivamente, en el borde occidental de la ciudad. La cartografía histórica resulta tan ambigua como el carácter urbano de esta zona, pues algunos señalan las manzanas construidas y otros como huertas. Los planos de Richard Bache (1822-1823), José María Lanz (¿1824?), Agustín Codazzi (1849) e Isaac Holton (1853) muestran a esta como una zona característicamente suburbana, mientras el de Vicente Talledo y Rivera (1810) junto con el resto de planos de siglo, particularmente a partir de 1853, representan manzanas construidas [80] que siguen el trazado reticular implantado desde tiempos coloniales. Esta información contrastante demostraría cómo, a lo largo del siglo XIX, este borde se fue haciendo más denso. Los espacios monásticos, según el «Plano Topográfico de Bogotá y sus alrededores» dibujado por Agustín Codazzi en 1849, manifestaban este doble carácter, pues toda la manzana de Santa Inés pertenecía al convento, constituyendo la huerta una parte importante. De igual manera sucedía en los espacios de La Concepción y Santa Clara. A su vez, el espacio entre el borde occidental hacia el sur, hasta Tres Esquinas, estaba ocupado por huertas.

John Farfán, en su investigación acerca de la transformación de los ejidos de occidente, señala cómo en el siglo XIX ya había un carácter diferenciado de los lugares de la Bogotá de entonces. Aunque menciona que «[…] al contrario de lo que podríamos pensar por el artículo de Ospina, los arrabales paupérrimos de la ciudad no se encontraban propiamente al occidente de la ciudad, próximos a los ejidos, sino al oriente, norte y sur, es decir en la falda de los cerros orientales y en los sectores de San

79 Mejía Pavony, Los años del cambio, 300-301.

80 Marcela Cuéllar Sánchez y Germán Mejía Pavony, Atlas histórico de Bogotá 1791-2007 (Bogotá: Planeta, 2007).

Diego y Santa Bárbara» [81], es relevante revisar lo que sucedía en el borde occidental, porque aparte del carácter arrabalero, el potente límite geográfico del río San Francisco configura, además, una alcantarilla, un lugar infecto.

El artículo «¿Estamos en creciente o en menguante?», publicado en el periódico El Símbolo el 31 de mayo de 1865, es producto de la polémica que existía en ese momento respecto de la concepción sobre el crecimiento de la ciudad, en términos de población y de área urbanizada. La ciudad, aunque parecía conservar una imagen estática, veía cómo muchos de los lugares de sus antiguas parroquias se transformaban profundamente:

Ha de saber, pues, Silvio que los límites de esta ciudad no son hoy los mismos que a principios de este siglo. Una gran parte del barrio de San Victorino que se extiende largo trecho en todas direcciones es enteramente nuevo, y a fines del siglo pasado no pasaba de las casas llamadas de Ugarte y de la iglesia de los capuchinos… Por el norte llegaba la población hasta el convento de San Diego, y no existían hace treinta años la multitud de casas que hoy se extienden hasta la quinta de Tequenusa, y diseminadas por las colinas de San Diego. Por el oriente todas las faldas de los cerros están llenas de casitas que no existían ni en tiempo de la verdadera Colombia; y el camino que conduce de la ciudad a La Peña está, de diez años a esta parte, literalmente cu-

81 John Farfán, Del ejido a la urbanización. Transformaciones socio-espaciales en Bogotá, 1847-1922 (tesis de la Maestría en Historia y Teoría del Arte, la Arquitectura y la Ciudad, Universidad Nacional de Colombia, 2018), 57.

bierto de casas, humildes, pero que no por eso dejan de ser casas…

Por el sur la ciudad llegaba el año de 25 hasta la iglesia misma de Las Cruces. Hoy se ven esparcidas alrededor de ellas en todas direcciones multitud de casas pajizas que forman un verdadero barrio nuevo; tanto que se ha solicitado ya hace algún tiempo que esa parte se erija en parroquia, como igualmente ha sucedido con la parte que se llama Las Aguas, por no poder ya atender los señores curas de la Catedral a desempeñar con desahogo su ministerio… Agreguemos a esto que todas las orillas o rondas de los riachuelos de San Francisco y San Agustín han sido ocupadas en ese tiempo por un inmenso número de casas, miserables la mayor parte, por en fin, habitadas por racionales como los que habitan en el corazón de la ciudad. Agreguemos aún, que una gran parte de las manzanas o cuarteles de la ciudad, aun las centrales, eran hace veinte años solares inútiles y baldíos, que hoy están convertidos en habitaciones más o menos elegantes y cómodas… [82]

El mencionado carácter distintivo de los lugares de la ciudad se puede entender desde diferentes escalas. Por ejemplo, que cada calle tuviera un nombre particular en cada cuadra durante la colonia y en la primera mitad del siglo XIX daba cuenta de esa aura particular con cierto color inconexo, que

82 «¿Estamos en creciente o en menguante?», El Símbolo, n.° 56, 31 de mayo, 1865, citado en Mejía Pavony, Los años del cambio, 317.

DE ARRUBLA CALLE 8, CUADRA 13

DE CALDAS CALLE 7, CUADRA 10

DE URIBE CARRERA 13, CUADRA 4

DE LA LIRA CARRERA 12, CUADRA 2

DE RICAURTE CARRERA 11, CUADRA 4

DE CÓRDOBA CARRERA 10, CUADRA 6

se manifestaba, ciertamente, de otras maneras. En 1818, según el plano de Francisco Javier Caro, había tres puentes sobre el río San Francisco (Las Aguas, San Francisco y San Victorino, considerablemente distantes entre sí), y cuatro sobre el San Agustín (Ermita, Lesmes, San Agustín y del Quartel, correspondientes a las actuales carreras Quinta, Sexta, Séptima y Octava). Esta frecuencia se alteró por la idea de continuidad y de un orden urbano considerablemente más cartesiano en los tres cambios de los nombres de las calles que tuvieron lugar en 1849, 1876 y 1886. Los puentes que se fueron construyendo durante esos años permitieron el acento de una continuidad más definida entre los diferentes barrios. Según la cartografía histórica, a medida que se fueron construyendo los puentes que comunicaban la ciudad en sentido sur-norte, el único puente que seguía existiendo hacia el occidente era el puente de San Victorino en la calle 12.

En el proceso de expansión urbana de la ciudad hacia sus periferias, se estableció la Plaza de los Mártires en la antigua Huerta de Jaime, en la ribera occidental del San Francisco, durante la segunda mitad del siglo XIX; no deja de ser llamativo que esta fuese la única huerta de la zona nominalmente reconocida. Por haber sido el lugar en el que se fusilaron a varios líderes de las guerras de independencia, se escogió para construir un lugar de memoria, de representación de la historia patria. Sin embargo, en este lugar existía una vo-

PLAZA Y OBELISCO A LOS MÁRTIRES A FINALES DEL SIGLO XIX. EL GRÁFICO. 22 DE JULIO DE 1922

cación hospitalaria anterior, pues se conoce la existencia en este espacio de la ciudad de una casa que funcionaba como lazareto, que fue adaptada como hospital para los enfermos de las guerras de independencia en 1818, [83] justamente.

¡Silencio! La patria necesita sus propiedades

Las profundas transformaciones sociales que se vivieron en la ciudad a lo largo del siglo XIX implicaron tensas relaciones con la estructura de la propiedad de la tierra. Los bienes de la iglesia católica significaban para el incipiente Estado posibilidades de crecimiento económico en el marco del naciente capitalismo, por un lado, y espacios para la construcción del estado y su representación, por otro. En ese sentido, la desamortización de bienes de manos muertas, que llevaron a cabo los gobiernos liberales en Colombia durante la década de 1860, implicó una transformación de la vocación en el escenario urbano. En Santa Inés, las monjas fueron exclaustradas en 1863, y tanto el claustro como la iglesia pasaron a ser controlados por el Estado, junto con otras 84 propiedades urbanas y rurales [84]. Al año siguiente, las inesitas compraron una casa en la calle 11 para poder continuar su vida monástica, aunque muchas se fueron a Cuba y no pudieron regresar sino hasta 1878 [85]. De esta manera, los antiguos claustros de las órdenes religiosas comenzaron a ser sede de edificios públicos: ministerios, congreso, cuarteles y facultades de la recién creada Universidad Nacional.

83 Roger Pita Pico, «Los hospitales militares y la atención a combatientes y heridos en las guerras de independencia en Colombia», Medicina 41, n.°2 (2019): 175.

84 Informe del ajente jeneral de bienes desamortizados e inventario de los mismos (Bogotá: Imprenta de Gaitán, 1872).

85 Sor Ma. Angélica de San José, «El monasterio dominicano de Santa Inés», 393.

El claustro de Santa Inés se convirtió en la primera sede de la Escuela de Medicina de la Universidad Nacional, a partir de 1868, tras haber sido adecuado para este propósito. No es casual que esta tipología claustral proveniente de la vocación religiosa se haya destinado a un edificio universitario. El tipo propio de su arquitectura ya se había escuchado en Santa Fe para la educación en varios casos, como el edificio de las aulas de los jesuitas, el claustro universitario de los agustinos o el claustro del Rosario de los dominicos. Sin embargo, Santa Inés era el lugar indicado para establecer la Escuela de Medicina, pues era esencial su cercanía con el hospital. No se trata de un centro universitario cualquiera, se trata de un espacio con vocación de hospital.

La relación consonante entre San Juan de Dios y Santa Inés se hizo evidente y manifiesta a partir de ese momento, pues la nueva Escuela de Medicina tendría al Hospital San Juan de Dios como escenario fundamental de formación académica. Los historiadores de la medicina denominan «escuela anatomoclínica» a la enseñanza que se implementó en el país en ese momento, consistente en el estudio de los cadáveres de los hospitales y sus patologías, aunando ciencia con práctica clínica. El vínculo institucional entre la Universidad Nacional y el San Juan de Dios permaneció durante más de cien años, hasta el cierre del hospital a inicios del siglo XXI, inclusive en todos los diferentes espacios que tanto escuela como hospital fueron ocupando, en muchas ocasiones distantes entre sí. En el espacio urbano que nos reúne, este vínculo acentuó la vocación hospitalaria y de la salud que se había iniciado hacía más de un siglo. A partir de entonces y hasta la tercera década del siglo XX, el claustro de Santa Inés albergaría los espacios de la Escuela de Medicina y Ciencias Naturales de la Universidad Nacional, en sus diferentes momentos administrativos.

PLAZA CENTRAL DE MERCADO. CA. 1930. FONDO LUIS ALBERTO ACUÑA. COLECCIÓN MUSEO DE BOGOTÁ - IDPC (IMAGEN INTERVENIDA A COLOR).
PLAZA CENTRAL DE MERCADO. AL FONDO PUEDE APRECIARSE EL EDIFICIO DE LA IMPRENTA NACIONAL. 1945. FOTOGRAFÍA DANIEL RODRÍGUEZ. COLECCIÓN MUSEO DE BOGOTÁ - IDPC

Un constante y bullicioso barullo en el mercado

En la misma década de 1860, de transformaciones de una vocación religiosa a una estatal-institucional, el borde occidental experimentó la consolidación de una vocación comercial, que ya existía en las calles cercanas a San Victorino desde tiempos coloniales, a partir de la construcción de la Plaza de Mercado [86], inaugurada en 1864, en el antiguo huerto de la Concepción que Juan Manuel Arrubla hubiera comprado en 1849 para ser la nueva sede del mercado de la ciudad. Una relación de sentido se puede entretejer entre el fundador del convento, Luis López Ortiz, y la vocación mercantil de este lugar: la memoria del rico mercader de ultramarinos [87] se manifestó 250 años después de su fundación en la construcción del lugar dedicado al comercio de víveres y todo tipo de enseres. La construcción de la plaza de mercado involucró la separación de las dos manzanas que ocupaba el convento de La Concepción, al desligar su antiguo huerto. Esta separación generó la apertura de una nueva calle, la calle de la Ropa, que acrecentó la continuidad espacial entre Santa Inés y San Juan de Dios, al hacer por primera vez continua la que posteriormente sería carrera Décima, entre calles 10 y 11.

Además de la característica confluencia de proveedores, vendedores, compradores y todo tipo de personajes que constituyen su cotidianidad, en torno al mercado se desarrollaron actividades que tenían relación con la itinerancia y, sobre todo, con modos de vida asociados al pasado indígena y a la ruralidad: chicherías y galleras. En el entorno de esta plaza, en las calles 10 y 11 y la carrera 11, Ricardo Moreno destaca una presencia de importante de chicherías; también en la carrera 11 y en el cauce del San Francisco, y continuando

86 La biografía de la Plaza Central de Mercado de Bogotá está ampliamente desarrollada en el libro de William García Ramírez, Plaza Central de Mercado. Las variaciones de un paradigma, 1849-1953 (Bogotá: Pontificia Universidad Javeriana, 2017).

87 Vargas Lesmes, La sociedad de Santa Fe colonial, 107.

ARRIBA: CARPINTERÍA DE LEOVIGILDO GALARZA. S.F. SOCIEDAD DE MEJORAS Y ORNATO DE BOGOTÁ. ARCHIVO JOSÉ VICENTE ORTEGA RICAURTE. XVI 1258A

ABAJO: VIVIENDA Y TIENDA, UBICADAS EN LA ESQUINA DE LA CARPINTERÍA DE LEOVIGILDO GALARZA. S.F. SOCIEDAD DE MEJORAS Y ORNATO DE BOGOTÁ. ARCHIVO JOSÉ VICENTE ORTEGA RICAURTE. XVI 1258B

por la carrera 13 hacia el sur. El orden de la ciudad significaba controlar el consumo de chicha, un problema con el que la ciudad estuvo luchando desde las reformas borbónicas. La conciencia del problema de higiene y salubridad que implicaba la presencia de chicherías en la ciudad se acentuó, justamente, por la densidad en la ciudad, que aumentaba rápidamente. De esta manera, se establecieron sucesivos perímetros de prohibición del consumo de chicha [88], siempre delimitando fuera de las manzanas centrales su expendio. Las chicherías, además, significaron lugares de encuentro político. El asesinato de Rafael Uribe Uribe se planeó en las chicherías de la nebulosa de Santa Inés; además, en el número 162 de la calle 9 estaba el taller de carpintería de Leovigildo Galarza, uno de los autores del magnicidio [89].

Una armonía cada vez más compleja y en ebullición

En las últimas décadas de la segunda mitad del siglo XIX, se fue conectando el borde occidental con el resto de la parroquia de San Victorino a través de la construcción de los puentes sobre el insalubre San Francisco. La versión de 1894 del Plano Topográfico de Bogotá de Carlos Clavijo muestra cómo el tejido urbano se había cosido con la construcción de esos puentes sobre todas las calles que conectaban ambas riveras de los dos ríos, que se construyeron en este período (aparte del Puente de San Victorino). A su vez, la ciudad se expandía: por ejemplo, las manzanas hacia el occidente de la Plaza de los Mártires están dibujadas a partir de calles trazadas con líneas punteadas, es decir, para ese momento, no se habían urbanizado. El directorio de Cupertino Salgado de 1893 [90]

88 Ricardo Moreno, La ciudad de los enchichados (Bogotá: Fundación para el Desarrollo Audiovisual y Cultural El Criollo Producciones, 2019), planos 1, 3 y 4.

89 Moreno, La ciudad de los enchichados, 34.

90 Cupertino Salgado, Directorio general de Bogotá, año IV-1893 (Bogotá: Imprenta de la Luz, 1893).

COMERCIO E INDUSTRIA IGLESIAS

INSTITUCIONES DE ASISTENCIA Y SANIDAD HOTELES

EDUCACIÓN EDIFICIOS PÚBLICOS

PRESENCIAS EN LA NEBULOSA DE SANTA INÉS EN LA DÉCADA DE 1890. ELABORACIÓN DEL AUTOR A PARTIR DEL DIRECTORIO GENERAL DE BOGOTÁ. 1893. CUPERTINO SALGADO Y PLANO TOPOGRÁFICO DE BOGOTÁ. 1894. CARLOS CLAVIJO. ARCHIVO GENERAL DE LA NACIÓN

da cuenta de cómo, en torno al Río San Agustín y a la carrera Caldas, la densidad habitacional era aún bastante baja y en las que no aparecen registrados usos aparte de habitación. Sin embargo, en el plano de Clavijo se registran algunas fábricas de velas y de jabones sobre el San Francisco.

Los lugares en torno a Santa Inés y a la plaza de mercado eran ya para este momento bastante concurridos. El directorio de Cupertino Salgado recoge la presencia de tiendas en el claustro de Santa Inés, de origen colonial, cuya relación con la calle, hacia la fachada, no interfería con el desarrollo de la vida de clausura. Si bien la desamortización supuso un silencio, una pervivencia de la vocación religiosa se manifestó en la apertura del monasterio de las Bethlemitas en la manzana de Santa Inés, detrás del antiguo claustro, en las últimas décadas del siglo XIX. Las hermanas bethlemitas llegaron a Colombia a finales del siglo XIX, y en Bogotá establecieron su colegio en el número 213 de la carrera Décima [91] La vocación educativa se potenció con el Colegio de las Bethlemitas y el Colegio Pestalozziano de Eva de Gooding, ambos señalados en el plano de Carlos Clavijo.

Si bien en la versión del Plano de Clavijo del 94 no se señalan las chicherías, a diferencia de su primera versión del 91, sí aparece la gallera de Carlos Abondano en el 214 de la carrera Décima, diagonal a Santa Inés. La presencia institucional se sigue poniendo de manifiesto con la paradójica presencia de la dirección de la Policía Nacional sobre la calle Décima en la manzana de Santa Inés. Mientras la carnicería de la ciudad permanecía en el lugar que había ocupado desde el siglo XVII, en 1893 se inauguró el moderno pabellón de carnes en la misma manzana, sobre la carrera 11, buscando regular la proliferación de carnicerías por la ciudad con los problemas de salubridad que este comercio implicaba; por esta razón, se expidió el Acuerdo 7 de 1895, que definió un cuadrilátero

91 Véase https://www.bethlemitaspscj.org.co/quienes-somos/historia-bethlemitas/

EL PUENTE URIBE SE ENCONTRABA UBICADO EN EL ACTUAL CRUCE DE LA CALLE SEXTA CON CARRERA TRECE. S.F. SOCIEDAD DE MEJORAS Y ORNATO DE BOGOTÁ. ARCHIVO JOSÉ VICENTE ORTEGA RICAURTE. IV 261

TIENDAS Y HOTELES EN LA ZONA DE SANTA INÉS. IMAGEN 1 Y 2: FRENTE DEL ALMACÉN ERNESTO CASTELLANOS R EN LA CALLE 12. 1921 Y DEL ALMACÉN EL OTRO MUNDO EN LA CALLE 12. 1921. ALMANAQUE DE LOS HECHOS COLOMBIANOS O ANUARIO COLOMBIANO ILUSTRADO. TERCER AÑO 1920-192

IMAGEN 3: ANUNCIO DEL LLAMADO NUEVO HOTEL FRENTE A LA IGLESIA DE SANTA INÉS. DIRECTORIO GENERAL DE BOGOTÁ. 1893. CUPERTINO SALGADO.

PLAZA DE MERCADO DE CARNES, LOCALIZADA EN LA ESQUINA DE LA CARRERA 11 CON CALLE NOVENA. CA. 1900. FONDO ERNST RÖTHLISBERGER. CAJA 1 CARPETA 3. ÁLBUM FOTOGRÁFICO. ARCHIVO CENTRAL E HISTÓRICO. UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA. SEDE BOGOTÁ

de prohibición de venta de carnes (entre las carreras 4 y 13 y calles 4 y 22). En el ámbito de la vocación hospitalaria, se señala también en el plano el Hospital Militar en la cuadra 11 de la calle Quinta, en el lugar que luego fuera asilo de locas en 1937.

El trasegar del tranvía fue una de las presencias urbanas fundamentales que definió el carácter de la calle Décima durante la primera mitad del siglo XX. A partir de 1884, comenzó a funcionar el primer tranvía de la ciudad. La construcción de la línea del tranvía entre la plaza de Bolívar y la Estación de la Sabana en 1892 aportó a la condición itinerante del lugar, en su paso constante, cotidiano y sonoro pasando por la Plaza de los Mártires y luego frente a la plaza Central de Mercado y al antiguo claustro de Santa Inés y su iglesia.

Santa Fe fue una ciudad que no sobrepasó sus límites históricos hasta bien entrado el siglo XIX, una gran parte del tiempo en el que la iglesia y el claustro estuvieron construidos. En definitiva, la urbanización del borde occidental entre los ríos San Francisco y San Agustín es tardía, en el sentido de que está a escasas tres cuadras de la plaza de Bolívar: esta tardanza da cuenta de un lugar poco propicio para una vida urbana adecuada, higiénica y salubre, configurado esencialmente como margen no solo de la ciudad como hecho construido, sino de su centro, la plaza Mayor. El borde occidental se estableció como un lugar de tradición hospitalaria, de plaza de mercado, de matadero, contiguo a una barriada que se había acentuado, donde a finales de siglo XIX parecía insoportable. De esta manera, se fue conformando la definitiva vocación de la zona para tiempos posteriores.

Cacofonías en el cada vez menos borde occidental

El siglo XX comenzó con la guerra de los mil días. Durante estos años, en los que la Universidad Nacional estuvo cerrada, Santa Inés funcionó como cuartel. A partir de ese momento, se llevó a cabo la definitiva consolidación urbana de este borde occidental entre los ríos San Francisco y San Agustín, sobre todo tras su canalización. Durante las primeras décadas del siglo XX, se construyó un gran número de habitaciones en las riberas de los ríos mientras, en el resto de la ciudad, por la densidad poblacional y las diferentes medidas higienistas, se dejó de habitar en tiendas. También se construyeron barriadas hacia el oriente, en las faldas de los cerros orientales, configurando la posterior y problemática presencia de habitaciones infectas sobre el Paseo Bolívar.

La vocación hospitalaria se amplificó en las primeras décadas del siglo XX con la construcción del Hospital de San José a partir de 1905, en el eje definido por la calle 10 hacia el occidente, en la antigua Plaza de Maderas (luego plaza España). También destacó la presencia del Hospital Barberi en la calle de las Cunitas, desde 1896 hasta su traslado en 1906 al nuevo Hospital de Maternidad en La Hortúa [92]. A su vez, en 1909, se adaptó la casa n°11 de la carrera 12 para albergar el hospital de mujeres atacadas de enfermedades venéreas [93] Estas presencias dan cuenta de cómo la primigenia vocación del San Juan de Dios fue haciendo eco en toda esta zona.

En la Memoria del Ministerio de Instrucción Pública al Congreso de 1912 se describe, para ese momento, qué espacios de la Escuela de Medicina están en Santa Inés y cuáles están en

92 Alfonso Vargas Rubiano, «Conferencia “José Ignacio Barberi”. Las etapas prenatales del Hospital de La Misericordia», Revista de la Facultad de Medicina (Universidad Nacional de Colombia) 44, n.°3 (1996).

93 Archivo General de la Nación, Sección República, Fondo Ministerio de Obras Públicas, Negocios Generales Varios, Segundo semestre, 1909, tomo 3, folio 70.

VISTA DE BOGOTÁ DESDE LOS CERROS EN LA CUAL SE PUEDE VER QUE LA ZONA HACIA EL OCCIDENTE DE SANTA INÉS APARECE AÚN PARTICULARMENTE DESHABITADA. CA. 1880-1890. ÁLBUM DE FOTOGRAFÍAS COLOMBIE. COLECCIÓN BIBLIOTECA NACIONAL DE FRANCIA. DEPARTAMENTO DE FOTOGRAFÍA Y GRABADOS

San Juan de Dios. En Santa Inés «están instalados los laboratorios de Química Mineral, Química Orgánica y Biológica, Histología, Farmacología y Bacteriología», entre otros espacios académicos. Por su parte, en el Hospital San Juan de Dios «se dan las enseñanzas prácticas de Anatomía, Medicina Operatoria, Anatomía Patológica y de Clínicas. Estas últimas se dan en las enfermerías del Hospital, con las que nada tiene que hacer, como locales, la facultad […]». Por otro lado, con la construcción del Hospital de la Misericordia, se empezó a dictar allí la Clínica Infantil. El mencionado informe también da cuenta de la crisis de sanidad que había entonces, pues «la deficiencia del Hospital es notoria, tanto para el número de los enfermos que solicitan entrada como para la enseñanza» [94] En 1909 fueron entregados los nue-

94 Memoria del Ministerio de Instrucción Pública al Congreso de 1912 (Bogotá:

vos anfiteatros del Hospital San Juan de Dios, cuyos planos para su construcción habían sido aprobados desde 1902 [95] tras las quejas que implicaba el tráfico de cadáveres entre San Juan y Santa Inés. La crisis de sanidad intentó solucionarse con la construcción del nuevo edificio para la Escuela de Medicina en Los Mártires, que se llevó a cabo en un local a cargo del ministerio de guerra [96]. A partir de 1919, la Escuela de Medicina tendría varios espacios en diferentes lugares de la ciudad:

El edificio para la escuela práctica se construyó en un lote de la plaza de Los Mártires pero solo empezó a funcionar a comienzos de 1919. Tenía cuatro anfiteatros y una máquina refrigeradora de cadáveres a la que fueron trasladados los cadáveres provenientes del HSJD [Hospital San Juan de dios]. Para transportarlos, más adelante fue necesario adquirir un vehículo. Hacia 1920, la Facultad de Medicina tenía tres sedes, el Claustro de Santa Inés —donde funcionaba el Laboratorio de Química, la Biblioteca y el Salón Rectoral—, el HSJD y el nuevo edificio de Los Mártires [97].

Algunos cambios importantes en la concepción del centro de la ciudad y de su imagen urbana se comenzaron a gestar en las décadas de 1920 y 1930. En 1926 se cerró definitiva-

Imprenta Nacional, 1912), 167.

95 Carlos Arturo Florido Caicedo, «La anatomía en la Facultad de Medicina», Facultad de medicina. Su historia. t. II, ed. por Juan Carlos Eslava Castañeda et al. (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2018), cap. I, libro electrónico.

96 Alberto Escovar Wilson-White, et al., Gaston Lelarge, itinerario de su obra en Colombia (Bogotá: Instituto Distrital de Patrimonio Cultural, 2018), 166.

97 Florido Caicedo, “La anatomía en la Facultad de Medicina”, cap. I.

HOSPITAL SAN JOSÉ. 1946. FOTOGRAFÍA DANIEL RODRÍGUEZ. MUSEO DE BOGOTÁ - IDPC

mente el Hospital San Juan de Dios [98]. La manzana en la que había funcionado durante casi 200 años se despojó de su vocación de hospital, pues en ese mismo año se inauguró su nueva sede en La Hortúa. En el proceso de expulsión del centro de la ciudad de las instituciones de beneficencia (el hospicio, los asilos) y el matadero, durante la década de 1920, muchos de los centros de asistencia se establecieron en Sibaté. Por otro lado, el nuevo matadero se construyó en la Aduanilla de Paiba entre 1925 y 1929, una zona periférica por la calle 13 hacia el occidente, donde también funcionó la Casa de Corrección entre 1905 y 1935, «en una vieja casona ubicada en los extramuros» [99]. Sin embargo, como se ha

98 Eduardo Posada, «Apostillas: Hospital San Juan de Dios», Boletín de Historia y Antigüedades 15, n.°173 (1926).

99 Ximena Pachón. «La Casa de Corrección de Paiba en Bogotá», en Historia de la infancia en América Latina, coord. por Pablo Rodríguez y María Emma Mannarelli (Bogotá: Universidad Externado de Colombia, 2007).

puesto de manifiesto hasta ahora, la vocación hospitalaria pervivía: por ejemplo, «[p]uede considerarse como de asistencia pública el servicio que presta una botica gratuita que para el público tiene establecida la benéfica Sociedad Central de San Vicente de Paúl, en la Calle Décima» [100].

En 1917, año del terremoto en el que se vieron afectados tanto el conjunto de Santa Inés como el Hospital San Juan de Dios [101], se inauguró la línea del tranvía por la carrera Décima hacia el sur, pronosticando en el tiempo inmediato la transformación del paisaje urbano y la aparición y desaparición de nuevos usos en el borde occidental de la ciudad histórica. En 1918 se construyó el barrio Liévano, en el entorno de la canalización de la desembocadura de los ríos San Francisco y San Agustín. En 1926 se inauguró el Laboratorio Nacional de Higiene, obra del arquitecto José María Coral [102], construido entre 1920 y 1925, evocando la memoria sanitaria de este lugar. A su vez, en un fragmento del antiguo lote del matadero, se construyó el nuevo edificio para la Escuela de varones de la calle 7 con carrera 12, un proyecto de Pablo de la Cruz construido entre 1925 y 1927 [103] por la Casa Ulen & Co., una compañía estadounidense que llevó a cabo diferentes obras en Colombia durante la década de 1920. En ese mismo año de 1927, cuando la Escuela de Medicina ya estaba instalada en su nuevo edificio en Los Mártires, se trasladó la Imprenta Nacional al edificio de Santa Inés, después de haber estado en el claustro de Santa Clara entre 1894 y 1914 y, a partir de ese año, en una casa en la calle Décima entre carreras Octava y Novena.

100 Registro Municipal de Higiene (Bogotá), numero extraordinario, 20 de julio, 1919, 35.

101 J. B. R., «Crónica del colegio», Revista del Colegio del Rosario (1917): 575.

102 Carlos Niño Murcia, Arquitectura y Estado (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2019), 138.

103 Juan Carlos Gómez, «La firma Pablo de la Cruz y Cía., 1921-1931», en Pablo de la Cruz (Bogotá: IDPC, UNAL, 2019), 159.

En 1929 la Secretaría de Obras Públicas y Municipales elaboró el Plano de la Ciudad de Bogotá [104], que representa fragmentos de la ciudad por planchas y muestra su estructura predial. El fragmento que corresponde a parte importante de la nebulosa de Santa Inés muestra tipos de predios bastante heterogéneos. En las manzanas orientales, hay predios que rondan casi los 20 metros de frente, provenientes de la estructura predial de tiempos coloniales. Hacia el occidente, el ancho de los predios se va reduciendo considerablemente, llegando a un promedio de 7 metros en su mayoría, e inclusive menos. Además, quince tiendas aparecen en la manzana de Santa Inés sobre la carrera Décima y la calle Novena, y veintitrés predios de no más de 2,5 metros de frente se disponen frente al cauce del río San Agustín, entre carreras Novena y 12. La subdivisión de la manzana colonial dio lugar «[…] a un nuevo tipo de lote más pequeño y de proporción alargada (1:3 o 1:4) […] Este mismo lote, de unos diez metros de frente por unos treinta de fondo, en promedio, será también el predominante en las áreas nuevas que se desarrollan por expansión del área urbana ocupada» [105].

A su vez, existe la referencia de los denominados pasajes en esta zona de la ciudad. Silvia Arango describe en qué consistía este tipo de distribución de vivienda:

Una de las modalidades arquitectónicas que se realizaron con la solución de vivienda para niveles de ingresos muy bajos fueron los pasajes, que consistían en un conjunto, generalmente cerrado por una puerta o verja, con una serie de piezas alineadas a lado y lado y cocinas, lavaderos y sanitarios comu-

104 Julio Carvajal León, et al., Secretaría de Obras Públicas y Municipales, Plano de la ciudad de Bogotá (1929), plancha n.o 8, Museo de Bogotá. 105 Silvia Arango, Historia de la arquitectura en Colombia (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2019), 199.

TRABAJOS DE CANALIZACIÓN DEL RÍO SAN AGUSTÍN EN EL BARRIO LIÉVANO. 1918. SOCIEDAD DE MEJORAS Y ORNATO DE BOGOTÁ. ARCHIVO JOSÉ VICENTE ORTEGA RICAURTE. IX-696
PLANO DE LA CIUDAD DE BOGOTÁ. PLANCHA NO. 8. 1929. SECRETARÍA DE OBRAS PÚBLICAS Y MUNICIPALES. COLECCIÓN MUSEO DE BOGOTÁ - IDPC

1. PLAZA DE BOLÍVAR

2. IGLESIA Y HOSPITAL SAN JUAN DE DIOS

3. PLAZA CENTRAL DE MERCADO

4. PASAJE MERCEDES-GÓMEZ

5. ANTIGUO TRAZO DEL RÍO SAN FRANCISCO

6. PLAZA DE SAN VICTORINO

7. PARQUE DE LOS MÁRTIRES

8. IGLESIA DE LA CONCEPCIÓN

9. IGLESIA DE SANTA INÉS

10. IMPRENTA NACIONAL

11. PLAZA DE MERCADO DE CARNES

12. LABORATORIO NACIONAL DE HIGIENE

13. ESCUELA SANTA INÉS

14. ESCUELA DE MEDICINA

AEROFOTOGRAFÍA DE LA ZONA DE SANTA INÉS (DETALLE). 1936. INSTITUTO GEOGRÁFICO AGUSTÍN CODAZZI. VUELO 46-197

BARRIO LIÉVANO. 1918. SOCIEDAD DE MEJORAS Y ORNATO DE BOGOTÁ. ARCHIVO JOSÉ VICENTE ORTEGA RICAURTE. IX-696D

ESCUELA DE SANTA INÉS UBICADA EN LA CALLE SÉPTIMA CON CARRERA DOCE. 1927. MEMORIA MUNICIPAL DE BOGOTÁ CORRESPONDIENTE AL BIENIO DE 1925 A 1927. BOGOTÁ. IMPRENTA MUNICIPAL

EL CLAUSTRO DE SANTA INÉS PERMANECE A LA DERECHA SOBRE LA CALLE 10, AL FONDO SE VE LA DESAPARECIDA TORRE DE LA CONCEPCIÓN Y EN PRIMER PLANO A LA IZQUIERDA LA PLAZA CENTRAL DE MERCADO. 1929. INDEX COLOMBIA. ANUARIO ILUSTRADO E INFORMATIVO DE LA REPÚBLICA

CLAUSTRO COLONIAL – ANTIGUO CONVENTO DE SANTA INÉS. CA. 1945. ROBERTO PRADA O.P. HISTORIA DE UN CONVENTO. BOGOTÁ. IMPRENTA SALESIANA. 1945

nes. Una familia ocupaba uno o dos cuartos y compartía los servicios con otras diez o quince familias. Los intentos contemporáneos de diseñar inquilinatos poseen, pues, un antecedente histórico en estos pasajes [106]

En 1930, los padres redentoristas llegaron a Bogotá y se establecieron en la iglesia de Santa Inés tras ser cedida por la arquidiócesis [107] Los padres redentoristas se harían cargo de la iglesia hasta su demolición.

En 1937 se estableció el Asilo de locas en Ningunaparte, «una vieja casona que sirvió de polvorería en la época de la Colonia, ubicada en la calle quinta con carrera doce, donde permaneció hasta 1980» [108]. Resulta interesante que, mientras la mayoría de instituciones de beneficencia había empezado a trasladarse desde el centro a otros lugares periféricos, inclusive fuera de Bogotá, aún se escogiera un lugar tan central para un establecimiento de este carácter. La carnicería, que fue escenario de imágenes sonoras y olfativas particularmente aterradoras, permanecería hasta la década de 1920, y tendría unas resonancias evidentes de las imágenes en torno al expendio de carne y del oficio carnicero. Posteriormente, en 1940, se estableció la sede de Medicina Legal en un fragmento del lugar que ocupaba el matadero municipal hasta hacía una década, contigua al mencionado Colegio de la Calle Séptima. La vocación carnicera persistió en el sentido de ya no realizar cortes de animales sino de personas.

La estructura del lugar de Santa Inés, definida como margen urbano que se fue modificando durante el siglo XIX, no se transformó completamente hasta que, primero, se construyó la Avenida 7 de agosto (carrera 13) a finales de la década de

106 Arango, Historia de la arquitectura en Colombia, 207.

107 Véase https://www.señordelosmilagros.org/nuestra-parroquia/nuestra-historia/

108 Periódico UN, diciembre, 2019, 20.

1910 y se urbanizó la hacienda de La Estanzuela, al occidente del borde occidental, primero al sur de la calle 6 en 1922 [109] y, posteriormente, en los años 40, hacia la Calle Décima. En 1919, se planteaba la posibilidad de urbanizar la hacienda y de construir el mercado central y el matadero en este lugar [110]. Sin embargo, esta iniciativa «no se pudo llevar a cabo por el excesivo costo de saneamiento del predio» [111]. Este barrio se convertiría en la segunda mitad del siglo XX en una zona de inquilinatos [112]. Si bien aún persisten dudas acerca de esta tardía urbanización, Luis Carlos Colón y Germán Mejía dan algunas explicaciones al respecto:

Las zonas bajas, tradicionalmente vinculadas con la agricultura pero contaminadas por las aguas servidas de la ciudad (lo que probablemente les hizo perder valor para la explotación agrícola), fueron objeto de un proceso de especulación resultado de la necesidad de encontrar una inversión segura para evitar la devaluación del papel moneda [113].

109 Luis Carlos Colón Llamas y Germán Mejía Pavony, Atlas histórico de barrios de Bogotá (Bogotá: IDPC-UN), 139.

110 Registro Municipal, segunda época, año XLII, n.o 1386, 22 de febrero, 1919, 3428.

111 Registro Municipal, segunda época, año XLII, n.o 1393, 12 de julio, 1919, 3546.

112 Información procedente de una conversación con el profesor Luis Carlos Jiménez Mantilla, de la Escuela de Arquitectura de la Universidad Nacional de Colombia, en marzo de 2020, a partir de un estudio de urbanismo que se hizo en la década de los ochenta.

113 Colón Llamas y Mejía Pavony, Atlas histórico de barrios de Bogotá, 21.

El establecimiento de una gramática de sonidos predeterminados

El siglo XX trajo consigo una transformación de la concepción del orden urbano en la ciudad histórica, cuya vocación estaba determinada por la memoria que implicaba actividades particulares asociadas a lugares específicos. A partir de los años 40, la vocación se comienza a definir previamente a través de la destinación de grandes zonas de la ciudad para ciertas actividades (como lo que había ocurrido con el traslado del hospital San Juan de Dios a La Hortúa, que dio pie a la consolidación de un centro hospitalario importante), a través del zoning, uno de los principios funcionales del urbanismo moderno, que destina grandes áreas de la ciudad a actividades y usos específicos.

En el plano de zonificación de Bogotá del Acuerdo 21 de 1944, a la zona de Santa Inés se le asignó el valor A2, correspondiente a la zona comercial que se configuró como periferia en torno a las zonas cívico-comerciales del centro. En ese mismo se fue configurando la idea de «centro histórico», que tiene antecedentes en la definición de ciertos límites para la prohibición de ciertas actividades (consumo de chicha o expendio de carne). A partir de esa idea de «centro histórico», lo que se quiso fue establecer una prohibición de la demolición y de la construcción de cierto tipo de arquitecturas de ciertas características, con valores estéticos asociados particulares. A su vez, lo que evidencian los límites definidos de la ciudad, en torno a la presencia legal de las chicherías y de los límites de la prohibición del expendio de carne, es que, efectivamente, desde el siglo XIX se ha querido construir la imagen del centro según parámetros de elegancia e higiene —física, social y moral—, libre de las prácticas propias de la vida rural y de los sectores bajos de la sociedad. Santa Inés, en esencia, es una zona que es y no es centro.

La segunda mitad del siglo XX trajo consigo nuevas denominaciones de barrios para las zonas del centro de la ciudad. En el plano de 1958 se hace una mención de La Candelaria, un topónimo que no había excedido el ámbito del mundo interior del monasterio de los padres candelarios, pero que comenzó a configurar los límites para la creación de un centro histórico [114]. En el caso de Santa Inés, con la apertura de la carrera Décima y la avenida Caracas en el centro de la ciudad, se configuró una nueva entidad urbana a la que, posteriormente, se la conocería como barrio Santa Inés, cuyos límites actuales están definidos por esas avenidas. La primera mención de Santa Inés como barrio que aparece en la cartografía de Bogotá es en el plano «Bogotá» de 1966, de

114 María Clara Vejarano, «Bogotá 1940-2000. Uma interpretação das raízes e consolidação de um urbanismo antirreformista e conservador. Planejamento urbano geral para a cidade e políticas de patrimônio urbano para o centro tradicional» (tesis del Doctorado en Urbanismo de la UFRJ, 2016).

ASILO DE LOCOS EN NINGUNA PARTE O MIRAFLORES, EL CUAL SE ENCONTRABA SITUADO ENTRE LAS CALLES 4 Y 5 Y LAS CARRERAS 11 Y 13. S.F.. SOCIEDAD DE MEJORAS Y ORNATO DE BOGOTÁ. ARCHIVO JOSÉ VICENTE ORTEGA RICAURTE. IX, N° 688A

Luis Carlos Ortiz. No es ninguna sorpresa que esta zona de la ciudad se haya excluido desde un primer momento de los lugares de la ciudad histórica cuya arquitectura valía la pena ser conservada. Sin embargo, sería también esta exclusión un factor importante del devenir del barrio Santa Inés durante la segunda mitad del siglo XX.

En este capítulo, se han puesto de manifiesto las duraciones de las actividades propias de la vida urbana que, hasta el comienzo de la expansión de la ciudad, se llevaron a cabo en los límites definidos de la ciudad histórica: en ese sentido, la ciudad como ciudad implica un fenómeno de larga duración. A su vez, la construcción del orden urbano durante estos siglos permitió la construcción de una secuencia de lugares diferenciados que albergaron imágenes de diversos tipos con diversos significados.

En tanto diversas presencias y lugares que configuraron una nebulosa en torno a Santa Inés, existe una persistencia de múltiples vocaciones que dan cuenta de la complejidad de la ciudad histórica, y esta zona en particular, la definida por el borde occidental entre los ríos San Francisco y San Agustín, estaba relacionada con la ciudad desde su fundación. Por ejemplo, el hecho de que solo haya habido un hospital durante los primeros siglos de la ciudad da cuenta de una vocación de carácter duradero y persistente en el lugar. En nuestro tiempo, en un escenario de permanencia material de rupturas, la vocación de los lugares puede relacionarse con lo que se denomina «patrimonio inmaterial», aquel relacionado con las prácticas, principalmente aquellas relacionadas con el comercio en San Victorino.

En ese sentido, las vocaciones en torno a Santa Inés fueron primero religiosa y conventual, luego hospitalaria y, posteriormente, educativa y comercial, enmarcadas en una noción espacial de borde urbano. La persistencia de la memoria del lugar de los desheredados puede encontrar en esas vocaciones primordios particulares: por ejemplo, mientras el claustro

de Santa Inés fue sede de la Escuela de Medicina, albergaba en sus espacios el anfiteatro, en el que iban a parar los cuerpos de las personas que no tenían la posibilidad de una tierra para su sepulcro. Las calles más cercanas a la Plaza de San Victorino y a la Plaza Central de Mercado se han caracterizado por manifestar una vocación predominantemente comercial, manifestada en la presencia de pasajes (Rivas, Mercedes, Gómez y Hernández), que va atenuándose hacia el sur. Esa vocación comercial del lugar, a su vez, genera una condición de itinerancia de los habitantes urbanos en este lugar, inclusive después del cierre de la plaza en 1954.

La vocación religiosa que caracterizó a este lugar de la ciudad desde su construcción se fue silenciando en la medida en que el Monasterio de Santa Inés se trasladó a otros lugares: desde 1868 hasta 1948 en la calle 11 en la manzana que hoy ocupa la Biblioteca Luis Ángel Arango; luego en el

PLANO DE BOGOTÁ D.E. EN EL QUE POR PRIMERA VEZ SE MENCIONA SANTA INÉS COMO BARRIO. 1966. LUIS CARLOS ORTIZ. CAJA DE CRÉDITO AGRARIO DEPARTAMENTO DE RELACIONES PÚBLICAS. COLECCIÓN ALFREDO BARÓN LEAL

parque de Chapinero y, desde 2013, se fue de la ciudad para asentarse en la zona rural de Tenjo. Esta vocación terminó definitivamente cuando los padres redentoristas se trasladaron al lote que Roma les autorizó comprar en el nuevo barrio de La Soledad. Con la demolición de la iglesia de Santa Inés en 1957, desaparecieron los cantos religiosos que, durante tres siglos, habían resonado en la esquina de la carrera Décima con calle Décima.

El entramado de presencias que a lo largo de esta variación se ha presentado, es la base histórica que permitió la denominación de barrio Santa Inés en la segunda mitad del siglo XX. De esta manera, las presencias más duraderas —la iglesia y el claustro de Santa Inés, los ríos San Francisco y San Agustín, la carnicería, el Hospital San Juan de Dios y la Plaza de Mercado— fueron las más resonantes para la construcción de la memoria particular de este lugar de la ciudad. A su vez, la configuración de un borde urbano en tanto margen (¿zona marginal?) se entiende en función de la larga duración de los límites de la ciudad colonial, que se extendieron hasta finales del siglo XIX y, en el caso de Santa Inés, hasta la urbanización de la finca La Estanzuela, situada inmediatamente al occidente, a partir de la década de 1930. Las largas duraciones de los siglos de la Santa Fe colonial dan cuenta de esa estructura del lugar que ha permitido la permanencia de algunos elementos de la ciudad colonial en los siglos XX y XXI. De esta manera, la vocación implica una relación gramática de elementos.

La secuencia de lugares ubicada en la estructura definida por la traza y la geografía que se ha expuesto en este capítulo constituye el soporte espacial de diferentes imágenes. A partir de esta relación gramática de elementos que configuran los lugares en torno a Santa Inés, invitamos a quien nos lee a escuchar las imágenes contenidas en ellos en la siguiente variación, Allegro ma non troppo ►

ALLEGRO

MA

NON TROPPO

La connotación es una repetición de arquetipos narrativos: Santa Inés como el martirio corpóreo de la ciudad = 120 ppm

La connotación es un significado adyacente que se asocia a algo. El problema de la connotación implica entender valores e ideas puestas en algo, como si de un ornamento se tratase.

En la ciudad, podemos encontrar cierta connotación sobre cada uno de sus lugares, porque constantemente se emiten juicios apreciativos de su carácter. Un lugar puede ser lindo o feo, divertido o aburrido, recomendable o no recomendable, bueno o malo: cada uno de los matices de cualquier rango dicotómico de valor. La connotación también implica la presencia de cierto tipo de personas y de actividades en la ciudad, precisando una dimensión sensorial e intuitiva

importante: los sentidos se adelantan a lo que allí puede ocurrir. Esas experiencias compartidas por los habitantes urbanos, tanto sensibles como imaginadas se reproducen constantemente en diversos soportes: desde el relato voz a voz hasta los grandes medios de comunicación y los libros impresos. Por todo esto, la connotación es una repetición de arquetipos narrativos.

La connotación es un significado añadido indirecto. Su etimología remite al sentido de señalar o marcar; en ese sentido, esta variación de la memoria adquiere relevancia en su carácter simbólico, pues hace referencia a la valoración y al sentido de los lugares de la ciudad, más allá de su dimensión formal y funcional, aquella que se ha explicado en Adagio. Por tanto, lo simbólico de este análisis implica la comprensión de las imágenes contenidas en Santa Inés y de sus significados asociados. Si nos adherimos al sentido que Norberg-Schulz da a la palabra significado, que consiste en lo que el objeto reúne, [115] en la ciudad los lugares reúnen objetos, entendidos como presencias de diverso tipo, y personas, quienes construyen

115 Christian Norberg-Schulz trabajó el concepto de significado en distintos momentos de su obra teórica: Intentions in Architecture: Towards an Integrated Theory of Architecture. Cambridge: The M.I.T. Press, 1968. Intentions in Architecture, Meaning in Western Architecture o Architecture, Meaning and Place. Su sentido lo retoma en Genius loci. Towards a Phenomenology of Architecture (Nueva York: Rizzoli, 1984), 5.

sentidos de los objetos; de esta manera, la connotación es un significado que implica características que pueden muchas veces no ser físicamente evidentes. Esa reunión de sentidos implica la construcción de significados particulares, que se repiten y, por tanto, se imprimen en la memoria.

La dimensión ético-estética del valor, vinculada a un juicio moral, está considerablemente presente en la concepción sobre los lugares de los habitantes de nuestra ciudad: numerosas descripciones hablan de la nebulosa de Santa Inés como un lugar de degradación, podredumbre, miseria, fealdad, un foco de infección donde poco o nada es rescatable.

En tanto arquetipos narrativos, interesa, justamente, escuchar la repetición de esas valoraciones en las mencionadas descripciones para comprender una de las voces de la memoria contenida en el borde occidental de la ciudad histórica. Si bien muchas de esas descripciones corresponden a la segunda mitad del siglo XX, es nuestro interés, efectivamente, recurrir a relatos más antiguos, para entender la connotación que se ha grabado en esta memoria de larga duración.

Invitamos a quien nos lee a escuchar las imágenes contenidas en los paisajes sonoros de la secuencia de lugares que se presentó en Adagio, y a descubrir cómo estas imágenes dan cuenta de significados particulares y persistentes. En este capítulo, se escucharán cacofonías, ruidos estremecedores y chillidos aterradores. A su vez, la fuerte carga sensorial de la connotación de este lugar transformará, en algunos casos, los paisajes sonoros en fuertes y desagradables imágenes olfativas, acompañadas de una tenebrosa oscuridad.

Las imágenes del arte de la memoria: del santoral a los desheredados

En Adagio, ya se ha mencionado cómo la ciudad concebida como artefacto para el arte de la memoria es un criterio que pudo haber sido considerado en las nuevas fundaciones americanas. En el caso santafereño-bogotano, esa hipótesis se refuerza si se tiene en cuenta que una vez los lugares de la ciudad quedaron dispuestos en una secuencia ordenada, definida por su posición respecto de la geografía y de la traza cartesiana, se llenaron de santos, vírgenes, cristos, alegorías y todo tipo de representaciones pictóricas y escultóricas de la imaginería cristiana, al mismo tiempo que los mencionados lugares de la ciudad quedaron embebidos de su presencia en sus respectivas toponimias. La preeminencia de las imágenes humanas que Grecia transmitió a Roma para el arte de la memoria, en el caso del espacio de la ciudad colonial, se habría manifestado en esas representaciones de los personajes de la iglesia.

El tímpano de la iglesia de La Bordadita, del claustro dominico del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, es un gran ejemplo de la disposición de imágenes religiosas volcadas hacia el espacio de la ciudad. Cinco figuras representativas de la Orden de Predicadores, la Virgen y el Niño, fray Cristóbal de Torres, santo Domingo de Guzmán, santa Catalina de Siena y santo Tomás de Aquino, contribuían a la construcción del carácter particular de este lugar.

Sin embargo, si el arte de la memoria implicaba la construcción de una secuencia de lugares en el espacio de la ciudad, las imágenes humanas podrían también haber correspondido, justamente, a sus habitantes. La necesidad de imágenes agentes, «de excepcional belleza o fealdad singular, […] sorprendentes o desacostumbradas, hermosas o deformes,

MEJÍA. IDPC cómicas u obscenas» [116], habría logrado su cometido con las diferentes escenas que se configuraron en el espacio de la capital. La sociedad colonial tenía una taxonomía de individuos tan diferenciada que podría haber permitido recordar muy diferentes materias, asociando la diversidad de personajes a su presencia en cada uno de los lugares de la ciudad. Por lo tanto, la configuración de un lugar de los desheredados de la tierra involucra la asociación con imágenes humanas de fealdad singular.

Para comprender la connotación, a lo largo de esta variación se expondrán las imágenes producidas en el espacio monástico de Santa Inés y sus significados asociados. A su vez, se explorará una relación de sentido entre esa imaginería y los significados asociados a los desheredados en este lugar de la ciudad. En muchos casos, las imágenes humanas serán sobrepasadas por imágenes sensibles muy poderosas, casi dantescas, asociadas a los diferentes lugares infectos en esta nebulosa de Santa Inés.

116 Yates, El arte de la memoria, 27.

TÍMPANO DE LA IGLESIA DE LA BORDADITA. 2012. FOTOGRAFÍA MARGARITA

Imágenes agentes:

los desheredados de la tierra

Después de haber mencionado superficialmente este concepto al inicio de esta publicación es momento de explicar a quienes se ha decidido llamar desheredados de la tierra. No es tarea fácil definir a un segmento tan grande y amplio de la historia de nuestra sociedad. Sin embargo, resulta esclarecedor recurrir al concepto de «sujeto excluido», construido por Ángela Robledo y Patricia Rodríguez a partir de las relaciones de poder que propician su emergencia en Bogotá, desde una perspectiva genealógica: llámese a este sujeto «[…] perezoso y suelto, en la ciudad dual; inútil y subversivo, en la ciudad mestiza; vago e improductivo en la ciudad compacta; y por último, «ñero», «desechable», habitante de calle, en la ciudad fragmentada» [117]. Esta lectura permite entender, fundamentalmente, que la presencia de estos sujetos tipificados y la estructura que sustenta sus representaciones constituye una permanencia en la historia de nuestra ciudad. Sin embargo, la noción de desheredados incluye también, además de ese sujeto excluido, a quienes han sido maldecidos con alguna enfermedad contagiosa y todo tipo de miserables y desvalidos [118]: personas para quienes se han constituido mecanismos e instituciones de control (asilos, hospicios, hospitales), enmascaradas en los conceptos de caridad, beneficencia o asistencia social, y cuya presencia, aparentemente, resulta incómoda para otras esferas de la sociedad. En este capítulo, resulta bastante acertado hablar de marginalidad, pues el borde occidental fue durante muchos años su margen, su límite, donde se dispuso todo un entramado de lugares infectos, los únicos que tienen permitido habitar los desheredados de la tierra.

117 Ángela María Robledo Gómez y Patricia Rodríguez Santana, Emergencia del sujeto excluido. Una aproximación genealógica a la no-ciudad en Bogotá (Bogotá: Pontificia Universidad Javeriana, 2008), 13.

118 Estela Restrepo Zea describe estos sujetos de manera más cercana a lo que se pretende en esta tesis en el artículo «Vagos, enfermos y valetudinarios. Bogotá: 1830-1860», Historia y Sociedad n.°8 (2002).

DESHEREDADOS DE LA TIERRA, A PARTIR DE LOS DIFERENTES CALIFICATIVOS QUE APARECEN EN EL ARTÍCULO «VAGOS, ENFERMOS Y VALETUDINARIOS. BOGOTÁ. 18301860» DE ESTELA RESTREPO ZEA Y DE DOS ILUSTRACIONES DE JOSÉ MARÍA ESPINOSA TITULADAS EL BOBITO SUSUMAGA (1852) Y SOLO EN EL MUNDO PALATÍN LOCO. (CA. 1845). COLECCIÓN BIBLIOTECA NACIONAL DE COLOMBIA

La presencia de los desheredados es un problema sociológico cuya complejidad merece un análisis mucho más profundo que el planteado en esta investigación: por el momento, interesa entender su presencia como una constante que se repite en los discursos sociales plasmados en diversas fuentes. A su vez, también interesa ver que hay lugares de la ciudad que son particularmente habitados por los desheredados, siendo el mejor ejemplo el Hospital San Juan de Dios, contribuyendo fuertemente a su connotación, a través de la asociación con significados negativos.

Un lugar de la ciudad con olor de santidad

El uso del término desheredados de la tierra resulta propicio si se tiene en cuenta que, a los pocos años de la fundación de Santa Inés, las monjas fueron desalojadas y obligadas a mendigar por la ciudad: «la priora y religiosas, quienes privadas de sus rentas y destruido su monasterio, pues se le mandaba demoler con su iglesia, se veían en el caso de pedir limosna […]». [119] Aparte de la imagen de mendicidad, producida por las vicisitudes económicas de la existencia primera del conjunto monástico, la apertura del monasterio de clausura de Santa Inés de Montepulciano en 1645 se llevó a cabo a través de una imagen fundante. Santa Inés es el nombre de dos santas de la Iglesia Católica. La primera es la mártir romana del siglo IV, quien fuera degollada por mantenerse virgen y firme en la fe cristiana. A su vez, Inés de Montepulciano [120] es una de las santas de la Orden de Predicadores. Fue una abadesa dominica que vivió entre 1268 y 1317 en Italia, para ser finalmente canonizada en 1726. Si bien la intención del fundador Juan Clemente de Chávez fue la de construir un convento con advocación a Inés de Montepulciano, por no haber sido reconocida su santidad en ese momento, para el convento se adoptó la iconografía de Santa Inés mártir, el cordero. Es importante señalar que cada comunidad religiosa constituía imágenes espirituales identitarias que la diferenciaban del resto de comunidades. [121]

La fundación de monasterios de monjas implicaba una obra de piedad y redención de los pecados del resto del mundo, al igual que «la asistencia a los pobres, el otorgar limosnas, eri-

119 Groot, Historia eclesiástica y civil, 531.

120 La traducción de esta ciudad italiana de la Toscana como Monte Policiano es común en algunos textos.

121 Sofía Brizuela, «¿Cómo se funda un convento? Algunas consideraciones en torno al surgimiento de la vida monástica femenina en Santa Fe de Bogotá (1578-1645)», Anuario de Historia Regional y de las Fronteras 22, n.° 2 (2017): 167.

gir capellanías, fundar cofradías, hospitales […], en favor del aumento de la piedad y la fe en la comunidad» [122]. Santa Inés, primero como espacio monástico, luego como espacio universitario-hospitalario y luego como barrio de la ciudad, sería, efectivamente, el nombre del lugar de redención de los pecados de la ciudad.

Los conventos femeninos se destinaban para albergar a mujeres de la élite del momento. Sin embargo, su funcionamiento implicaba la existencia de una estructura piramidal jerarquizada, reflejo de la estructura social, compuesta por monjas de velo negro en la cúspide, más abajo monjas legas, y hacia la base mujeres pobres y esclavas que hacían las labores del servicio: en realidad, en los conventos habitaban mujeres de todas las extracciones sociales, constituidos como lugares donde guardar su moral. Sin embargo, como sucedía en el resto de la ciudad, «no todo era recogimiento y sentido estricto en la vida. En su gran mayoría, los santafereños no cumplían con el precepto del matrimonio y llegaron a desarrollar un submundo en lugares poco controlados» [123]. Hubo momentos en la historia del monasterio en los que «la desmesura y la libertad […], representadas en los grandes gastos de las celebraciones religiosas, la salida y entrada de algunas de las mujeres, especialmente esclavas y seglares, que habitaban los claustros, habían creado una sensación de desorden» [124]. Resultaba particularmente inquietante la presencia de mujeres seculares, pues muchas veces las monjas insistieron en que no se las dejara entrar al convento [125]. La necesidad evidente de mantener una imagen social, moral y religiosa elitista contrastaba con la posibilidad de que muchos conventos obtuvieran algunas rentas de prostíbulos [126], como parte de las propiedades sobre las que tenían dominio en la ciudad y en su territorio.

122 Brizuela, «¿Cómo se funda un convento?», 167.

123 Vargas Lesmes, La sociedad de Santa Fe colonial, 3.

124 Londoño, «Habitar el claustro» 200.

125 Londoño, «Habitar el claustro», 207.

126 Conversación con la profesora María del Pilar López Pérez, del Insti-

Pese a todas las licencias que se dieron en el convento en diferentes momentos, se promovía decisivamente un ideal de santidad, no solo entre las religiosas, sino en la sociedad en su conjunto, representado en las narraciones hagiográficas de las vidas ejemplares. Una de estas es la de Sor María Gertrudis Teresa de Santa Inés, conocida como el Lirio de Bogotá, quien murió en olor de santidad tras haber vivido los martirios de haber estado posesa por el demonio durante 40 años. Sor Gertrudis nació en Pamplona (actual norte de Santander) en 1668, ingresó a Santa Inés en 1684 y murió en Santa Fe en 1730. Pese a que el proceso que buscaba su santificación, esperado con gran entusiasmo en la década de 1940 no prosperó [127], Sor Gertrudis es una de las figuras que la comunidad de Santa Inés aún lleva en su memoria como ejemplo de vida.

Las imágenes pictóricas conformaron una parte fundamental de los significados contenidos en Santa Inés mientras fue sede del monasterio. Incluso hoy en día, la colección pictórica de Santa Inés, conservada en su mayoría en el Monasterio de Santa Inés en Tenjo, es única en el patrimonio colombiano, al estar conformada por más de 200 obras [128]. nº1 (2018), 200. Entre estas pinturas destacan el ciclo pictórico de la vida de Santa Inés de Montepulciano, posiblemente elaborada para conmemorar su canonización en 1726 (si bien no se sabe con certeza cuándo fue elaborada) y la colección de las Monjas coronadas muertas, que «retrata a las difuntas religiosas más virtuosas de la institución durante los siglos XVIII y XIX» [129]. Sor María Gertrudis Teresa aparece

tuto de Investigaciones Estéticas de la Facultad de Artes de la Universidad Nacional de Colombia, quien ha estudiado las herencias de bienes muebles entre las mujeres en tiempos de la Colonia.

127 Roberto Prada OP, Historia de un convento 1645-1945 (Bogotá: Tipología Salesiana, 1945).

128 Olga Isabel Acosta Luna y Laura Liliana Vargas Murcia, «Imágenes sobrevivientes. Reflexiones sobre la colección pictórica del monasterio de Santa Inés de Montepulciano de Santafé de Bogotá», Boletín de Monumentos hHistóricos, tercera época, n.°40 (mayo-agosto 2017).

129 Olga Acosta y Laura Vargas, Una vida para contemplar. Serie inédita: vida

SOR GERTRUDIS TERESA DE SANTA INÉS. 1730. ANÓNIMO NEOGRANADINO. ÓLEO

SOBRE TELA. COLECCIÓN DEL BANCO DE LA REPÚBLICA

retratada dos veces en esta serie [130], en un caso visiblemente más joven que en el otro. La exaltación de la muerte, presente en esta serie, es el epítome de una vida de martirio.

El martirio era la forma en que la corporeidad se vinculaba «[…] con la experiencia mística, enriqueciendo su espiritualidad: trances, enfermedades y mortificaciones, aparecieron en la escena, una ascesis que se entendía más desde el sufrimiento del cuerpo» [131]. Sin embargo, lo que se buscaba con ese sufrimiento era la expiación de un pecado compartido a

de Santa Inés de Montepulciano, O.P. (Bogotá: Ministerio de Cultura, 2012), 43.

130 Para profundizar en la dimensión pictórica de estos retratos, consultar Myriam Ximena Hernández Daza, «El retrato de sor María Gertrudis Teresa de Santa Inés, un testimonio de la voluntad de Dios» (tesis de Historia del Arte, Universidad de los Andes, 2014).

131 Jaime Humberto Borja, «Cuerpo y mortificación en la hagiografía colonial neogranadina», Theologia Xaveriana 57, n.°162 (abril-junio 2007), 262.

través de un sacrificio personal para el bienestar del cuerpo social. De la misma forma en que Gertrudis de Santa Inés se mortificaba, también «intercedía con oraciones por unos ladrones condenados a muerte» [132]; es decir, perseguía la redención de los pecados del mundo. El martirio también implicaba la negación de cualquier tipo de estímulo agradable y una tajante negación del placer. Los libros de vidas ejemplares «[…] instruían cómo se podía disfrutar que se hablara mal de uno mismo; alegrarse de la comida desabrida y escoger la menos gustosa, escuchar con agrado los ruidos desagradables, o por caridad oler los olores desagradables de los enfermos» [133]

Sor María Gertrudis Teresa de Santa Inés murió con olor de santidad, tratando de expiar los pecados del mundo, tan presentes en la sociedad santafereña. Si en muchos casos las vidas ejemplares pretendían acercarse a los hábitos y circunstancias de los menos favorecidos, se podría decir que los desheredados de la tierra son mártires del cuerpo social. De alguna manera, la sociedad católica-barroca-colonial y sus resonancias en tiempos más cercanos se basan en la idea del martirio y del sufrimiento como mecanismos para la purificación del alma. No es casualidad, por tanto, que uno de los lugares de la nebulosa de Santa Inés reciba el nombre de Los Mártires, por los héroes que se sacrificaron por el nacimiento de nuestra patria.

132 Hernández Daza, «El retrato de sor María Gertrudis Teresa de Santa Inés», 266.

133 Hernández Daza, «El retrato de sor María Gertrudis Teresa de Santa Inés», 276-277.

Un lugar de la ciudad de singular fealdad

El antecedente de mendicidad que vivió el monasterio quince años después de su fundación se puede asociar, justamente, a la connotación de martirio de este lugar. Si bien las imágenes del martirio o de las monjas muertas pueden considerarse como bellas imágenes, con su muerte están redimiendo la fealdad de la sociedad por la cual se están sacrificando. El martirio es el antecedente para la configuración de otra serie de imágenes que se caracterizaron por ser lo contrario a agradables en torno a este feo lugar de la ciudad.

Umberto Eco recopiló en la Historia de la fealdad un amplio repertorio de imágenes de la historia del arte que representan lo feo. El sufrimiento del martirio, en particular el de Cristo, contiene deformidades que implican una fealdad característica, junto con «[…] imágenes de la muerte, del infierno, del diablo y del pecado […]» [134]. Si en estos casos la fealdad se trata de un asunto teológico, la fealdad en la ciudad es un problema sociológico. Por ser el lugar de exaltación del martirio, Santa Inés no es un lugar bello, sino feo. Es el infierno, y hay monstruos. Suciedad, enfermos en el San Juan de Dios, mendigos, borrachos en las chicherías, prostitutas obscenas. Un lugar donde la muerte ha triunfado para salvar al mundo. Si lo feo es necesario para constituir la bella armonía del universo, lo mismo sucede en la ciudad, donde los espacios necesarios para la vida de su comunidad incluyen espacios para albergar horrores.

Es necesario comprender esta característica de fealdad bajo la lectura de una sociedad impregnada de una moralidad católica profundamente arraigada. Los desheredados de la tierra, en el caso bogotano, no están representados en el arte (salvo algunas excepciones) sino que forman parte de la representación de un sistema social en el escenario urbano, en el que las diversas subjetividades que habitaban el espacio de la ciudad colonial estaban claramente jerarquizadas. Por

134 Umberto Eco, Historia de la fealdad (Barcelona: Lumen, 2007), 52.

ejemplo, «[l]a ciudad resultó ser, desde sus comienzos, un atractivo lugar para la gran cantidad de transeúntes que venían de los alrededores, quienes finalmente se instalaban en ella como mendigos» [135]

Eco nos recuerda cómo «[y]a hemos visto que la enfermedad lleva consigo la fealdad» [136]. El Hospital San Juan de Dios, como principal institución de asistencia de la ciudad a lo largo de su historia, era uno de los principales lugares donde se albergaba la fealdad. Vergonzantes, enfermos y locos, «discriminados según su condición social, recibían la ayuda espiritual requerida para alcanzar la templanza, como los cuidados corporales necesarios para restaurar su complexión» [137]. El San Juan de Dios se ubicaba cerca del borde occidental de la parroquia de la Catedral. En ese sentido, no sorprende que la parroquia de San Victorino haya sido el lugar para hospedar en 1795 a Ignacio Bermúdez, un presunto lazarino que provenía del Socorro [138]. Un lazarino constituía un enorme foco de infección, pues la lepra era una enfermedad epidérmica, y la ciudad no podía correr el riesgo de que sus emanaciones corrompieran a su población: se destinó que hacia el occidente estaba el lugar más adecuado para ubicarlo, al igual que la mencionada casa que funcionaba como lazareto cerca de la Huerta de Jaime. Así como hay lugares infectos, quienes habitan estos espacios se definen bajo ese mismo calificativo. Si la pretensión de santidad que existía implicaba prácticas y hábitos como las de los desheredados, estas personas suponen una suerte de mártires de la sociedad.

En una ciudad llena de fealdad, las reformas borbónicas de finales del siglo XVIII buscaron, entre otras cosas, la limpieza,

135 Robert Ojeda Pérez, Ordenar la ciudad: reforma urbana en Santafé de 1774 a 1801 (Bogotá: Archivo General de la Nación, 2007), 85.

136 Eco, Historia de la fealdad, 302.

137 Restrepo Zea, «Vagos, enfermos y valetudinarios», 30-31.

138 Archivo General de la Nación, Sección Colonia, Fondo Lazaretos, leg. 34, ff. 12- 26 (1795-1796).

LA VERGONZANTE. FRANCISCO DE PAULA CARRASQUILLA. PAPEL PERIÓDICO ILUSTRADO. 15 DE NOVIEMBRE DE 1881

teniendo en cuenta que, para ese momento, la capital estaba más densa y poblada, y el aseo se convirtió en un asunto de preocupación predominante. Las basuras que se arrojaban constituían un grave problema; la medida que se tomó fue la de obligar a las gentes a sacarlas a los arrabales para que no permanecieran en las zonas céntricas. El problema de higiene de la ciudad fue descrito por el regidor don Manuel de Hoyos en una carta enviada al virrey, quien enfatizaba en la presencia del aire corrompido que infestaba la ciudad:

Hago presente a V[uestra]. E[xcelencia]. que las casas y calles están llenas de inmundicias, o por mejor decir, convertidas en muladares que apestan; que los cerdos y demás animales corren en manadas por las calles principales; que por las noches no se puede caminar sin tropezar a cada paso con los burros que hacen su alojamiento, o en los zaguanes o junto a las paredes, que es por donde se camina para aprovechar mejor el piso. Los perros incomodan de noche, no menos que de día, habiendo llegado el caso de acometer uno al señor don Juan Martín, superintendente de la Real Casa de Moneda con grave peligro de su salud. Los carros y maderas arrastrados por las calles y las perjudiciales chicherías han arrancado las piedras de las calles, dejando el piso desigual e incómodo, a lo que también ha contribuido la frecuencia con que se abren las cañerías y el poco discernimiento con que esto se ejecuta, causándoles un considerable quebranto a los vecinos que gastaron su dinero en los empedrados, y a mí el dolor de ver in-

troducido el desorden, detenido mi trabajo y aún perdidos muchos pesos que invertí en estas obras por el bien público. Por último, concluyo manifestando a V[uestra]. E[xcelencia]. que la salud pública padece mucho con este abandono, pues respirándose un aire corrompido, no es posible dejar de contraerse muchas enfermedades, y aún las fiebres que han ocurrido en los días pasados se atribuyen a otra causa, de que probablemente resultarán peores consecuencias, si la autoridad de V[uestra]. E[xcelencia]. no pone término a tan grave mal, haciendo que los cuerpos encargados de la policía salgan del letargo en que yacen [139]…

Por otro lado, las chicherías eran no solo un lugar de divertimentos clandestinos sino un foco de infección desde el siglo XVII [140]. Su presencia caracterizaría muchas de las calles de la ciudad hasta el siglo XX, embebidas en un aire de todo tipo de emanaciones y humores que se depositaban a su alrededor.

La implantación de un nuevo orden urbano impulsado por las reformas borbónicas era necesario, como ya se ha puesto de manifiesto, por el crecimiento de la población de la ciudad. En este momento también crecieron los arrabales, «conjuntos de ranchos agrupados alrededor de una pulpería o de una capilla» [141], donde vivían los más pobres, en contraste con el centro de la ciudad, en donde «algunas calles alineaban las casas de las familias más importantes y otras reunían a los comerciantes o artesanos de un mismo ra-

139 Archivo General de la Nación, Sección Colonia, Fondo Milicias y Marina, tomo 130, f. 481, citado Vargas Lesmes (2007), 121, La sociedad de Santa Fe colonial.

140 Vargas Lesmes, La sociedad de Santa Fe Colonial, 20.

141 Ojeda Pérez, Ordenar la ciudad, 59.

mo» [142]. El crecimiento del borde occidental, en un entorno de ríos como alcantarillas, miasmas contagiosos y matadero, sería habitado por desheredados.

Una incipiente salubridad frente a una fealdad apabullante

Una ciudad que debe lidiar con los problemas de higiene y salubridad, con basuras e inmundicias en las calles y emanaciones que hacen su aire más denso, no puede recibir otro calificativo que no sea «fea». Y esa es la Bogotá del siglo XIX, el siglo de la connotación, de diversos problemas sociales, políticos y también de higiene. Sin embargo, esta no es ninguna sorpresa, pues el crecimiento demográfico y la densificación de la ciudad acarrearon también el aumento de la suciedad y la densificación de las inmundicias, lo que ocurría en todas las ciudades decimonónicas. Además, «[c]on el argumento de que las costumbres de los pobres conspiraban contra la higiene pública, entre los años 60 y 80 del siglo XIX, la administración les delegó —por la fuerza— gran parte de las tareas de aseo de la capital» [143]. La presencia de enfermos en el San Juan de Dios potenciaba enormemente la fealdad. Las enfermedades circulaban libremente por sus calles. Soluciones definitivas, sin embargo, no se harían tangibles sino hasta el siglo XX.

Los desheredados de la tierra caracterizarían los espacios de la ciudad que medianamente podían habitar, acentuando las diferencias del carácter entre los lugares más céntricos de la ciudad y sus periferias. El entorno de Santa Inés no era ajeno a su presencia, puesta como una imagen característica, pues el San Juan de Dios, ahora Hospital de Caridad, continuaba como el principal centro de asistencia de la ciudad. Como lugar de margen y desecho, el borde occidental de la ciudad es preciso para que los desheredados de la tierra lo ocupen.

142 Ojeda Pérez, Ordenar la ciudad, 59.

143 Restrepo Zea, “Vagos, enfermos y valetudinarios”, 260.

Por otro lado, el paisaje sonoro en la carnicería, de bramidos y chillidos de animales agonizantes, era casi tan aterrador como los malos olores que producía la carne podrida. Una imagen de cómo podría haber sido este lugar de la ciudad la transmite el cuento «El matadero» [144], del argentino Esteban Echeverría, escrito entre 1838 y 1840. En este relato, el escritor elabora una alegoría política del conflicto entre federales y unitarios que vivía Argentina bajo el régimen de Juan Manuel de Rosas a partir de una descripción un tanto caricaturesca de lo sórdido del matadero de Buenos Aires.

Es fundamental entender todas las teorías higienistas desarrolladas a lo largo del siglo XIX para comprender la vocación sanitaria. La tríada higiene moral-física-social, manifestada en la tríada conceptual aseo, salubridad y ornato, se manifestaba constantemente en las negativas descripciones que se hacían de la ciudad y en las soluciones que se planteaban para los problemas que se identificaron a lo largo de la mencionada centuria. Aseo, salubridad y ornato son los valores que pone de manifiesto Vicente Lombana en su Informe del gobernador de Bogotá a la cámara de provincia en su reunión ordinaria de 1849 [145]. Este informe presenta una descripción de los focos de infección de la ciudad, entre los que se encuentran los hospitales, los ríos y las cárceles, siendo la peor de la provincia la de Bogotá, situada contigua al actual claustro de San Agustín («[h]acinados los infelizes presos en un local incómodo, estrecho, insalubre i a medio construir, sufren todos los rigores del hambre, del desamparo i de la desnudez, careciendo hasta de aire respirable […])» [146] Algunas de las soluciones propuestas por Lombana se expondrán en Prestissimo.

144 Esteban Echevarría, «El matadero», Biblioteca Virtual Universal (2003), https://www.biblioteca.org.ar/libros/70300.pdf

145 Vicente Lombana, Informe del gobernador de Bogotá a la Cámara de Provincia en su reunión ordinaria de 1849 (Bogotá: Imprenta del Neo-granadino, 1849), 28.

146 Lombana, Informe del gobernador de Bogotá, 18.

La diferencia entre el matadero bogotano con el argentino descrito por Esteban Echeverría no debía ser mayor: un espacio lleno de cuchillos, vísceras y sangre que discurre hacia el San Francisco. Hombres degolladores y perros hambrientos que esperan que algún pedazo de animal muerto caiga al suelo para poder ser devorado. Todo un repertorio de prácticas de la muerte. Este lugar era, además, otro lugar de martirio: el de los animales. Imágenes tan dantescas no podrían ser eliminadas del espacio urbano tan fácilmente, teniendo en cuenta, además, que la presencia del matadero en este lugar de la ciudad fue de tres siglos. Según se ha mencionado en Adagio, la imagen del oficio carnicero perviviría en este lugar con la construcción del Instituto Colombiano de Medicina Legal, cuya presencia continúa hasta nuestro tiempo.

EXPENDIO DE CARNES. CA. 1940. FOTOGRAFÍA DANIEL RODRÍGUEZ. COLECCIÓN MUSEO DE BOGOTÁ - IDPC

Lombana, sobre el Hospital de Caridad (San Juan de Dios), mencionaba el inconveniente de tener que albergar al número creciente de mendigos:

La indebida retencion de lo que a la casa se debe, ha producido i está produciendo, entre otros inconvenientes, el de tener que dar puerta a los infelices que quieren dejar la casa, i que cerrarla a los que van a buscar en ella un asilo contra la desgracia, plagando de esta suerte a la capital de mendigos […]. [147].

Al igual que en tiempos coloniales, en el siglo XIX Bogotá fue destino de todo tipo de menesterosos y bandidos. Lombana puso de manifiesto la necesidad de «[r]ecojer esos focos ambulantes de infeccion que vagan por las calles con el nombre de mendigos […]». [148] Por esta razón, en 1849 se creó la Sociedad Filantrópica, «destinada especialmente a sostener los fueros i derechos de las clases menesterosas i desvalidas de la sociedad, contra las vejaciones, estafas i extorciones que contra ellas se cometen». [149] En ese mismo sentido, en 1855 se construyó la Casa de Refugio, también llamada Hospicio, sobre la carrera Séptima entre calles 18 y 19; esta institución funcionaba como Real Hospicio desde 1777 en San Victorino, administrada por los padres capuchinos, aunque ese mismo año se trasladó a Las Nieves. A su vez, en 1857 se fundó la Sociedad Central de San Vicente de Paúl.

Miguel Samper escribió en 1867 La miseria en Bogotá, dando una explicación de sus causas y planteando algunas soluciones, con un sentido eminentemente político. Samper menciona cómo la miseria está presente en muchos escena-

147 Lombana, Informe del gobernador de Bogotá, 11.

148 Lombana, Informe del gobernador de Bogotá, 28.

149 Lombana, Informe del gobernador de Bogotá, 13.

rios de la sociedad, como en las habitaciones paupérrimas donde habitan sujetos miserables, más allá de la evidente mendicidad de las calles:

Pero no todos los mendigos se exhiben en las calles. El mayor número de los pobres de la ciudad, que conocemos con el nombre de vergonzantes, ocultan su miseria, se encierran con sus hijos en habitaciones desmanteladas, y sufren en ellas los horrores del hambre y la desnudez. Si se pudiera formar un censo de todas las personas a quienes es aplicable en Bogotá el nombre de vergonzantes —entre las cuales no faltan descendientes de próceres de la Patria— el guarismo sería aterrador y el peligro se vería más inminente. Las escenas que pasan en esas familias a quienes el pudor mantiene encerradas, que se alimentan como por milagro, o que perecen de hambre, antes que salir a importunar en las calles, conmoverían el corazón de todos aquellos que directa o indirectamente han contribuido a crear esta situación. ¡Cuánto saben a este respecto las caritativas señoras y los que manejan los escasos fondos de la Sociedad de San Vicente de Paúl! Un rápido examen de sus cuentas nos ha permitido levantar en parte el velo que cubre tanta miseria; circunstancia que no es acaso extraña al propósito que nos ha puesto la pluma en la mano [150].

150 Miguel Samper, La miseria en Bogotá (Bogotá: Colseguros, 1998), 8.

ASILO. S.F. FOTOGRAFÍA DANIEL RODRÍGUEZ. COLECCIÓN MUSEO DE BOGOTÁ - IDPC.

BOCETOS DE PERSONAJES TÍPICOS DE BOGOTÁ. CA. 1870 -1887. ALBERTO URDANETA. BIBLIOTECA NACIONAL DE COLOMBIA

Por otro lado, Samper destaca las circunstancias que han llevado al aumento de la mendicidad, como la desamortización de bienes de manos muertas que expulsó a las hermanas inesitas de su antiguo recinto:

La ley y las nuevas costumbres políticas han venido a aumentar el número de los vergonzantes. Las religiosas que fueron arrojadas a la calle en 1863, después de haber sido despojadas de cuanto tenían; los sacerdotes regulares y los que servían beneficios o fundaciones dotados con rentas de los bie-

nes llamados desamortizados; los enfermos que en número de más de doscientos eran constantemente asistidos en el Hospital de la ciudad, y que no hallando el remedio de sus dolencias no pueden trabajar y se convierten con sus familias en mendigos; en fin, los numerosos empleados cesantes, así civiles como militares, a quienes el espíritu de partido arroja sin piedad de sus empleos; todas estas clases han venido, más o menos, a pesar con sus necesidades sobre los recursos de la sociedad en general [151].

Existían muchas facetas de esta fealdad en Bogotá. José María Cordovez Moure relata las peleas de gallos que se llevaban a cabo en las fiestas carnavalescas en diferentes lugares de la ciudad, como San Victorino y, sobre todo, hacia las periferias orientales. Esas fiestas eran, para Cordovez Moure, realmente feas. Por otro lado, señala cómo vivir a la orilla de los ríos no era solo un martirio sensible sino un riesgo inminente. Un fuerte aguacero seguido de una grave inundación ocurrió el 6 de noviembre de 1872, afectando a muchas casas de la parroquia de Santa Bárbara:

En la orilla Sur del río San Agustín, frente al cuartel, había unas pocilgas miserables, construidas sobre terreno más bajo que el nivel del río: naturalmente quedaron inundadas. Allí vivía Piñeres, postrado en el lecho del dolor y en tan lastimosa situación, que ya no podía darse cuenta de lo que pasaba en la ciudad. La avenida alcanzó a empapar el colchón en que reposaba: pocas

151 Samper, La miseria en Bogotá, 8.

GALLEROS. CA. 1860-1885. RAMÓN TORRES MÉNDEZ. GRABADO DE LITOGRAFÍA SOBRE PAPEL. COLECCIÓN BANCO DE LA REPÚBLICA. AP1331

pulgadas más que hubiera subido el agua, habrían bastado para ahogarlo [152].

En una de estas casas se encontraba el desventurado Piñeres, de quien se narran sus últimas y trágicas horas de vida después de la destrucción de su hogar. Las imágenes de los desheredados y de las inundaciones iban en conjunto cuando de las habitaciones insalubres en las orillas de los ríos se trataba, constante que se repetiría hasta bien entrado el siglo XX.

152 José María Cordovez Moure, Reminiscencias de Santafé y Bogotá (Bogotá: Imprenta de El Telegrama, 1892), 100.

Un lugar de la ciudad de infecciones y putrefacción

En 1886 se creó la Junta Central de Higiene, que continuaba con la constante búsqueda de implementar medidas de higienización en la ciudad que había iniciado con las reformas borbónicas. No es difícil imaginar que en los últimos años del siglo XIX la ciudad vivía una crisis sanitaria sin precedentes. Max Hering construye un panorama olfativo de lo que ocurría en Bogotá en 1892 que, en esencia, olía a mierda: […]. Los tufillos eran tan penetrantes que un viajero, ante tanta hediondez, alguna vez dijo que si le tocara recetar algo al universo enfermo, empezaría con una medicación para Bogotá. La fetidez era un «escarnio de la higiene» porque provenía de los «excrementos públicos, de la descomposición de materias orgánicas, de las letrinas y excusados privados, del mal sistema de alcantarillas, de la proximidad de los cuarteles y del Hospital Civil [y] de los retretes públicos». El olor parecía tan intenso que incluso se describía para verlo. En un intento por conciliar teorías miasmáticas y microbiológicas se planteaba una traducción de sentidos, el cambio se lograba mediante la representación del mal olor como «polvillos que flotaban en la atmósfera». Ese olor, en teoría solo visible gracias al polvo, transportado por el aire y, a veces, como veneno por insectos, especialmente por moscas, era lo que los bogotanos respiraban [153].

153 Max S. Hering Torres, 1892: un año insignificante. Orden policial y desor-

El olor era el principal estímulo sensible que daba cuenta de la salubridad de un lugar. O insalubridad, en el caso bogotano. Sin embargo, Hering da cuenta de cómo «no todos los sectores de Bogotá eran tan lúgubres; su epicentro, el barrio La Catedral (San Pedro y San Pablo), ajeno a estas incomodidades». Tampoco eran lúgubres la Calle Real ni Chapinero con su ambiente sosegado, «[n]o todo era mal olor, no todo era enfermedad» [154]. Entre estos lugares, por supuesto, no se encontraba el borde occidental. Por un lado, el matadero continuaba emanando sangre y putrefacción. La proliferación de carnicerías en la ciudad [155] llevó a que en 1895 se promoviera el límite de prohibición de expendio de carne en las zonas centrales de la ciudad, gracias a la inauguración del moderno pabellón de carnes dos años antes: el olor de la carne podrida resultaba insoportable. Por otro lado, las chicherías de la plaza de mercado estaban a la orden del día con las inmundicias de los borrachos y el relajamiento de la higiene moral. A su vez, la presencia de fábricas de velas y de jabones en la ribera oriental del San Francisco permite imaginar una atmósfera de residuos industriales bastante desagradable.

Las imágenes de oscuridad también estaban presentes en la nebulosa de Santa Inés. En 1895, según el Prontuario de Disposiciones de Policía [156],el borde occidental no se caracterizaba por la iluminación nocturna que proveía la presencia de focos eléctricos, como sí sucedía, en justas proporciones, en las manzanas orientales de la Catedral. No es extraño que estos lugares infectos de fatal olor, literalmente, estuvieran acompañados de una particular penumbra y oscuridad aterradora. La atmósfera de todos esos lugares infectos que están hacia el límite occidental de la ciudad para ese momento

den social en la Bogotá de fin de siglo (Bogotá: Crítica, 2018), 19.

154 Hering Torres, 1892: un año insignificante, 20-21.

155 García Ramírez, Plaza Central de Mercado de Bogotá, 70.

156 Antonio María Osorio, Prontuario de las disposiciones de policía que deben conocer los empleados subalternos de este ramo (Bogotá: Imprenta Nacional, 1895), 297-301.

LOCALIZACIÓN DE LOS FOCOS ELÉCTRICOS, ELABORACIÓN DE DANIELA GARCÍA A PARTIR DEL PLANO TOPOGRÁFICO DE BOGOTÁ. 1894. CARLOS CLAVIJO Y DEL PRONTUARIO DE LAS DISPOSICIONES DE POLICÍA QUE DEBEN CONOCER LOS EMPLEADOS SUBALTERNOS DE ESTE RAMO. 1895. ANTONIO MARÍA OSORIO

se constituye en torno a los ríos, que bajaban cada vez más llenos de todo tipo de residuos.

Por otro lado, las actividades propias de la Escuela de Medicina implicaban un trasegar constante de cadáveres entre el Hospital San Juan de Dios y el Claustro de Santa Inés, según lo señala el informe del ministro de instrucción pública de 1898 [157]. La exaltación de la muerte que se había instituido en la imaginería colonial ahora se veía constantemente en el entorno de Santa Inés. Si bien se mencionó en Adagio que ese problema se solucionó, no es de fácil olvido la terrible y poderosa imagen de un lugar que se caracteriza por el tráfico de cadáveres. Cadáveres que fueron cuerpos pertenecientes a personas que, generalmente, no tenían un lugar donde caer muertas.

La descripción de las fiestas carnavalescas que hace Cordovez Moure, mencionada anteriormente, hace referencia a distintas periferias de la ciudad que ciertamente tenían una connotación negativa, hacia las zonas altas en Egipto, hacia el norte en San Diego y hacia el sur en las Cruces. Esta connotación es persistente en otras fuentes diversas durante los siglos XIX y XX. Sin embargo, ya se ha mencionado cómo la reiterada mención a la necesidad de saneamiento de las zonas altas hace referencia a su cercanía a las fuentes de agua que abastecían a la ciudad, principalmente en torno al Paseo Bolívar. Esta repetición, que en algunos casos implica cierta ausencia de descripciones, no debe impedir pensar en el borde occidental como un lugar infecto por excelencia. En el siglo XX, la connotación de este borde occidental ya es verdaderamente explícita.

La prostitución estuvo presente en Bogotá desde su fundación. Las mujeres públicas eran llevadas a las cárceles santafereñas en los tiempos de la colonia. Sin embargo, fue con el advenimiento del higienismo que se hicieron los primeros recuentos sistemáticos de la prostitución en Bogotá. Andrés Olivos Lom-

157 Informe del Ministro de Instrucción Pública de 1898 (Bogotá: Imprenta Nacional, 1898), 21.

bana construye un panorama de esta práctica en la ciudad entre 1886 y 1930, basándose en diferentes informes, como el Decreto 35 de 1907 [158] y el documento Estudio sobre la prostitución en Bogotá [159] de 1924, que brindan información de cuáles eran los lugares de la ciudad en los que se llevaba a cabo esta actividad. El autor menciona cómo «[c]on base en las direcciones de las casas y tiendas, se puede establecer que los lugares de prostitución se concentraban en las carreras 7ª, 8ª y 9ª, y en las calles 6ª, 7ª y 10ª» [160]. Si bien no es ninguna sorpresa que en la nebulosa de Santa Inés estuviera, justamente, esta concentración de casas de prostitución, es interesante que, a diferencia de los límites de prohibición de chicherías y del expendio de carne, en torno a las manzanas centrales, el perímetro de prohibición que estableció el Decreto 35 de 1907 estaba configurado enteramente en Las Nieves.

En 1912, con la construcción del nuevo anfiteatro de la Escuela de Medicina, ya no se vivía cotidianamente el tráfico de cadáveres entre el San Juan de Dios y Santa Inés. Sin embargo, lo que provocó este nuevo anfiteatro fue que aumentara la condición infecciosa del hospital: «[l]as enseñanzas de los cuerpos prácticos se dan en los anfiteatros, situados en el patio sudoeste del Hospital, los que por su acumulo en un pequeño espacio y en un solo cuerpo de edificio, son verdaderos focos de infección para los que los frecuentan y para los enfermos de las enfermerías vecinas, a pesar de los cuidados de aseo que se tienen en ellos» [161]. Las emanaciones de estos lugares infectos no podían sino generar un entorno absolutamente putrefacto.

158 La tesis «La prostitución en Bogotá a través del Decreto 35 de 1907», de Juan Felipe Otero Alvarado, profundiza sobre este asunto (tesis de Historia, Pontificia Universidad Javeriana, 2018).

159 E.R.T., Estudio sobre la prostitución en Bogotá (Bogotá: Editorial Minerva, 1924).

160 Andrés Olivos Lombana, Prostitución y «mujeres públicas» en Bogotá, 1886-1930 (Bogotá: Pontificia Universidad Javeriana, 2018), 230.

161 Memoria del Ministerio de Instrucción Pública al Congreso de 1912 (Bogotá: Imprenta Nacional, 1912), 167-168.

RÍO SAN FRANCISCO CON PUENTE DE CALDAS. A LA IZQUIERDA, EL MATADERO PÚBLICO. EL GRÁFICO. 18 DE AGOSTO DE 1917

Lo infeccioso de los lugares en torno a los ríos hacia el occidente era cada vez más explícito y problemático. Una serie de fotografías tomadas por la municipalidad, acompañadas de un texto descriptivo breve, muestran el carácter de ocho «lugares infectos» en torno a los ríos San Agustín y San Francisco. La relación de esos lugares infectos era, justamente, consecuencia de la presencia de letrinas públicas que se habían instalado en las márgenes de los ríos. Las descripciones que acompañan las imágenes refieren «muladares» de «olor no calificable»: es decir, la mierda se queda corta para expresar lo inefable de esta experiencia sensible, tan supremamente desagradable.

Si bien en los años subsiguientes se llevó a cabo la canalización de los ríos, sobre todo del San Agustín entre carreras 11 y 13, los doctores Tiberio Rojas y Pedro María Ibáñez señalaban en 1919 la condición aún infecciosa y de emanación nauseabunda de los ríos como alcantarillas de depósito de todo tipo de desechos; describen, en particular, las letrinas instaladas en el río San Agustín. Los problemas del mal olor se vendrían a solucionar con la canalización de los ríos, pero su memoria se manifestaría eventualmente en el futuro.

LOCALIZACIÓN DE LOS LUGARES INFECTOS SOBRE EL PLANO BOGOTÁ, ELABORACIÓN DEL AUTOR. BOGOTÁ. 1923.
MANUEL RINCÓN. COLECCIÓN MUSEO DE BOGOTÁ - IDPC

FOTOGRAFÍAS 1 A LA 8 CON DESCRIPCIONES DE LUGARES INFECTOS CERCA DE LOS RÍOS SAN FRANCISCO Y SAN AGUSTÍN, ANTES DE SER CANALIZADOS. FUENTE: ARCHIVO DE BOGOTÁ

En Bogotá las aguas de las alcantarillas que entran a los lechos de los ríos dentro del perímetro de la ciudad van cargadas de innumerables desperdicios orgánicos de toda clase, arrastran corchos, papeles, legumbres, cabellos, etc. A veces las aguas de los ríos se detienen o se estancan, como sucede al presente en Bogotá en la calle 6ª, entre las carreras 10 y 11, donde desaguan los wáter closets de los cuarteles, formándose allí una verdadera laguna de aguas infectadas: en ellas la fermentación es activa; en su superficie se forman burbujas innumerables producidas por los gases que llegan a su superficie; allí se ven materias negras infectas que no desaparecen de esa localidad sino mediante las grandes lluvias, única época en que no se perciben olores tan nauseabundos.

TIBERIO ROJAS A. Y PEDRO M. IBÁÑEZ, «CONTRIBUCIÓN

Las imágenes de oscuridad de esta zona de la ciudad no habían cambiado en 1918. De este carácter da cuenta el acta de la sesión del 17 de abril de 1918 de la Sociedad de Embellecimiento de Bogotá, que menciona cómo, a través del oficio 12, los dueños de los almacenes de la calle de San Miguel, entre la carrera Octava y la Plaza de Mercado, solicitan mayor alumbrado público para evitar los frecuentes robos [162]

Un lugar de la ciudad de construcciones lamentables

La epidemia de gripa de 1918 fue la punta del iceberg de los problemas de sanidad de Bogotá. En el mismo año en el que ocurrió este trágico episodio, un artículo publicado en El Tiempo el 7 de noviembre recoge las impresiones negativas de Laureano Gómez cuando visitó el Paseo Bolívar, un lugar con vivienda —obrera— de malas condiciones de habitabilidad y aseo, emplazada en lugares igualmente deplorables. En este artículo también se menciona lo indignante que es que haya barriadas tan miserables cercanas al centro de la ciudad: es posible que se trate de la nebulosa espacial de Santa Inés.

[…] A nuestro modo de ver esa necesidad, en que va envuelta la defensa de la vida, la moralidad y el decoro de miles de personas, es más urgente, más inaplazable que la de catequizas en lejanas selvas unos centenares de indígenas menos desvalidos, menos desgraciados, mil veces menos expuestos al pecado y al crimen que esos miles de proletarios amontonados en tugurios infectos a pocas cuadras del Capitolio Nacional [163].

162 Archivo Sociedad de Mejoras y Ornato de Bogotá, Acta de la sesión del 17 de abril de 1918, libro 2.

163 «La cuestión social», El Tiempo, noviembre, 1918, 2.

En 1919 se constituyó la Junta de Saneamiento de Bogotá, en la que se planteó una división de la ciudad en varias zonas para poder atender a los menesterosos. Esta división transversal se hizo a partir de calles y barrios (San Façon, Paiba, San Victorino y Ricaurte).

La memoria del agua se manifestaría nuevamente en 1932, cuando los ríos ya habían sido canalizados casi en su totalidad. El aguacero que cayó el 19 de noviembre de 1932 [164] fue la catástrofe, y la prensa, justamente, hace mención del episodio de 1871 narrado por Cordovez Moure. Este aguacero ocasionó la muerte de 7 personas y el derribo de muchas construcciones cerca del San Francisco y en La Jangada (calle Primera con carrera Sexta, en Las Cruces), entre ellas el Hotel Lafayette en la calle 14 con carrera Novena (sobre la recién construida Avenida Jiménez). En la zona de Santa Inés, una casa situada en la carrera 12 entre calles 10 y 11, una casa en la calle 11 entre carreras 12 y 13 y varias casas en la carrera 12 entre calles 11 y 12 quedaron absolutamente destruidas, según muestran las fotografías en la prensa. Si bien a lo largo del San Francisco se presentaban frecuentes inundaciones, las imágenes de la inundación son potentes y quedaron en la memoria de este lugar de la ciudad:

SIETE CADÁVERES DE LAS VÍCTIMAS DE

LAS INUNDACIONES DE AYER HAN SIDO ENCONTRADOS BAJO LOS ESCOMBROS

Hay sí que hacer una observación. Los daños sufridos ayer no se registraran en una ciudad con buenos servicios de alcantarillado y construcciones bien hechas. Periódicamente, a cada invierno fuerte se repiten en las mismas partes los mismos desastres. La experiencia no sirve aquí de nada. Vuel-

164 El Tiempo, noviembre, 1932, 1 y 9.

ve la época de verano, y las márgenes del San Francisco y del San Agustín y los sitios sometidos a inundaciones vuelven a ser ocupados por gentes pobres, humildes trabajadores que son las víctimas de su imprevisión y de la del municipio, que no ordena la desocupación de todos estos lugares, el derribo de las edificaciones allí construidas y las obras de defensa necesarias. El municipio no ha construido sino colectores, que tan pronto como la lluvia sale del nivel normal, se revientan.

De los sectores afectados por el desastre, se reseñaba el desastre ocurrido en la Calle del Cartucho [165]:

En la calle llamada del «Cartucho», o sea carrera 12, entre las calles 11 y 12, el desastre fue completo. Todas las casas de esa vía se inundaron y la mayoría de ellas tuvieron derrumbamientos que hacen precisa una reconstrucción total. En la calle del «Cartucho» vivía gente muy pobre y por lo tanto la tragedia es mucho más dolorosa. Más de 20 familias quedaron en absoluta miseria.

165 La ubicación de la Calle del Cartucho presentada en el periódico no corresponde con lo señalado por Moisés de la Rosa en Calles de Santafé de Bogotá, donde la ubica en la carrera 12 entre calles 10 y 11.

Las imágenes literarias de los desheredados

Las narraciones literarias aportan una dimensión esencial de la complejidad de la ciudad, sobre todo cuando de comprender las imágenes contenidas en sus lugares se trata. Las fuentes literarias son fundamentales para entender la connotación, sobre todo si se entiende como la repetición de arquetipos narrativos, que aparecen una y otra vez en diferentes textos. La novela urbana que se escribió a partir de la década de 1920, en estrecha relación con el periodismo, se consolidó como un género que da cuenta de la vida urbana bogotana [166]. En este apartado, nos detendremos en las descripciones que hicieron José Antonio Osorio Lizarazo y Manuel Zapata Olivella de este, nuestro borde occidental.

José Antonio Osorio Lizarazo era periodista y novelista: por esta razón, sus narraciones muchas veces están en el límite entre ambos tipos de relato [167]. Esa es la estructura que se sigue en La cara de la miseria, un recorrido ficticio por las instituciones de beneficencia de la ciudad y otra serie de lugares que configuran «la cara de la miseria» bogotana: el manicomio de hombres y de mujeres, el panóptico, asilos de mujeres, el ancianato, el cementerio, las chicherías del Paseo Bolívar, el hospicio y la cárcel de menores en Paiba. Además, describe la presencia de personajes como limpiabotas, revendedores de casas de empeño, rateros, ladrones, estafadores y toda clase de lumpen urbano. Muchas de las instituciones que visita serán desocupadas en esta década. El tono de Osorio Lizarazo en la narración es de denuncia de la precariedad que se vive en muchos lugares de la ciudad. En esta narración destacan mismos los vergonzantes que Miguel Samper había descrito en 1867, que viven en diferentes

166 Andrés Vergara Aguirre, Historia del arrabal. Los bajos fondos bogotanos en los cronistas Ximénez y Osorio Lizarazo, 1924-1946 (Medellín: Editorial Universidad de Antioquia, 2014), 55.

167 Algo similar sucedía con los escritos de José Joaquín Jiménez y Felipe González Toledo, de este mismo período.

«pasajes» en la ciudad. Osorio Lizarazo hace una exhaustiva descripción de estas formas de habitación:

Ahora vamos a pasear un poco por entre la miseria. La miseria urbana, que es tan horrible y tan monstruosa. Vamos a ver esos antros de pobrería donde se aglomeran familias enteras con sus chiquillos, sus perros, sus cerdos y sus harapos. Vamos a contemplar las fauces hambrientas de esos pobres perros que no tienen segura la comida. Y vamos también a escuchar los gruñidos de los cerdos enflaquecidos por las privaciones, que moran dentro de las mismas pocilgas donde viven sus amos. Vamos a escuchar los cantos triunfales del gallo, los anuncios ruidosos de las gallinas, los murmullos trémulos de las palomas, los gritos de los niños sucios y todos esos ruidos confusos, todas esas voces multiformes de la fauna que se aglomera en los sitios denominados en el argot bogotano pasajes [168].

Además de los pasajes reseñables, como el Paúl (hoy Rivas), de la Flauta, Copete, Perú o Medellín, muchos de ellos se encontraban, según el mismo Osorio Lizarazo, en la ribera del San Francisco al occidente, en nuestro borde occidental:

Abajo, el que fue río San Francisco, corre en ondas negras, perezosamente, a perderse por la oscura boca de la alcantarilla. Las riberas abruptas se han poblado de casitas.

168 José Antonio Osorio Lizarazo, La cara de la miseria (Bogotá: Talleres de Ediciones, 1926), 119.

PASAJES DEL CENTRO DE BOGOTÁ. S.F. FOTOGRAFÍA DANIEL RODRÍGUEZ. COLECCIÓN MUSEO DE BOGOTÁ

Casas hechas con restos de derribos, cuyos agujeros se han cubierto con pedazos de tablas, con latas, con cartones, alojan una población de miserables. Por la orilla del río un agente de policía ambula con la misma pereza con que corren las aguas negras. Y desde las puertas de las chozas, donde se desarrolla una enfermiza actividad, arrojan sobre el transeúnte aguas sucias, basuras, trapos, cosas informes, que van a encargar más la decrepitud del río y que esparcen por el ambiente un fuerte olor a amoníaco [169].

En uno de estos pasajes, el Pasaje Hernández, tenía lugar el decadentismo y el hedonismo de la vida bogotana de la década de 1920: era el epicentro del consumo de toda suerte de drogas químicas que, según el autor, se conseguían clandestinamente en las farmacias de la ciudad.

En La casa de vecindad, Osorio Lizarazo narra la historia de un tipógrafo que queda desempleado y comienza a habitar un inquilinato cerca de Los Mártires. En esta casa de vecindad, de un piso, con varios patios y habitaciones, ocurren la vida de desheredados y vergonzantes. Diversas presencias urbanas se manifiestan a lo largo del texto, como los expendios clandestinos de chicha y los restaurantes baratos cerca de la plaza de mercado: «Todavía no habían cerrado todas las asistencias que están cerca de la Plaza de Mercado. Y tenía una hambre!... Comí con treinta centavos y guardé veinte para hoy» [170]. Es importante mencionar que, en 1936, la Sociedad de Mejoras y Ornato estaba preocupada

169 Osorio Lizarazo, La cara de la miseria, 119.

170 José Antonio Osorio Lizarazo, Casa de vecindad (Bogotá: Editorial Minerva, 1930), 249.

por el estado del Parque de los Mártires, del que se dice estaba muy descuidado. [171]

La capacidad descriptiva de Osorio Lizarazo aporta enormemente a la comprensión del carácter de la ciudad en todos sus escritos. En el artículo «El subway de Bogotá» de 1947, [172] manifiesta lo excesivo que resultaría construir un subway en Bogotá, mientras la ciudad tenía aún graves problemas de higiene. En cambio, dice, deberían solucionarse primero los asuntos más elementales del saneamiento, principalmente, en el entorno de la Plaza Central de Mercado, en el que se encuentra aún en pie la Iglesia de Santa Inés. Osorio Lizarazo establece unos límites, el área comprendida entre las carreras Novena y 14 y entre las calles 12 y Novena, que configuran una nebulosa espacial con condiciones deplorables, con presencia de mendigos que pululan y prostitutas que se exhiben en las calles. La demolición y posterior construcción de vivienda obrera, como El Silencio en Caracas, es la única solución que encuentra para la ciudad.

¿Qué se puede esperar cuando una novela comienza con la imagen de un niño decapitado por un tranvía frente a la iglesia de Santa Inés? La narración de La Calle 10 [173] de Manuel Zapata Olivella es un texto de pretensión realista, heredero de la novela urbana que ya había instituido Osorio Lizarazo, cuya técnica se basó en el behaviorismo de la novelística norteamericana. Zapata Olivella la escribió a partir de registros cinematográficos que realizó recorriendo la calle 10 mientras fue estudiante de medicina de la Universidad Nacional:

171 Sandra Reina Mendoza y Lina Esmeralda del Castillo, La Paz y el Sagrado Corazón. Iglesia del Voto Nacional (Bogotá: Instituto Distrital de Patrimonio Cultural, 2014), 52.

172 José Antonio Osorio Lizarazo, «El subway de Bogotá», El Tiempo, 9 de abril, 1947, 4.

173 Manuel Zapata Olivella, La Calle 10 (Bogotá: Casa Editorial El Tiempo, 2003).

Había en la novelística norteamericana el interés de que el autor se inmiscuyera lo menos posible en el relato y que asumiera la postura de un simple camarógrafo que miraba los hechos sin intervenir en una forma decisiva en el pensamiento de los personajes, que en cierta manera continúa siendo la actitud del escritor latinoamericano de coger los personajes como portavoces de sus propias ideas, de su propia vida y de sus propias experiencias (...) y esto en el caso particular de La calle 10 es muy cierto porque yo cogí mi cámara y la puse en la calle 10 y comencé a filmar durante siete años, durante mis estudios de médico, teniendo como sede la

LOS PRIMITIVOS

CARNAVAL DE ESPÍRITUS

LA ZARPA DE LA JUSTICIA

EL ANILLO DE LA MUERTE

LOS PIES DE LA HUMANIDAD

LOS HIJOS DE NADIE MANSIONES DE POBRERÍA

LA ABSURDA DELICIA

UNA ESCUELA DE CRIMEN

RECORRIDO DE OSORIO

AMOR DE CARIDAD

LOS SUPERHOMBRES

EL GENIO DEL ABISMO (SALTO DEL TEQUENDAMA) LAS INCOMPLETAS

LIZARAZO EN LA CARA DE LA MISERIA SOBRE EL PLANO “BOGOTÁ”. ELABORACIÓN DEL AUTOR. BOGOTÁ. 1923. MANUEL RINCÓN. COLECCIÓN MUSEO DE BOGOTÁ
(PAIBA)
LOS VAMPIROS
PARTITURA DE CIUDAD A PARTIR DE «EL SUBWAY DE BOGOTÁ» DE JOSÉ ANTONIO OSORIO LIZARAZO. ELABORACIÓN DEL AUTOR

FOTOGRAMAS DE REEL N°4 – OCEANIA, DE MRS. J. SHIPLEY DIXON EN TORNO A LA PLAZA CENTRAL DE MERCADO. EN ESTOS FOTOGRAMAS SE CAPTURA EL TRASEGAR DE TODO TIPO DE PERSONAJES URBANOS EN ESTE LUGAR, CARACTERIZADO POR SU AJETREO COTIDIANO. 1940. UNIVERSITY OF PENNSYLVANIA MUSEUM OF ARCHAEOLOGY AND ANTHROPOLOGY (PENN MUSEUM). HTTPS://ARCHIVE.ORG/DETAILS/ UPENN-F16-0691_REEL_4

facultad de medicina que estaba en la calle 10, rodeada de prostíbulos, de plazas de mercado, de tranvías, de iglesias, etc. Todo esto está en La calle 10 fotografiado y fue un primer intento de la nueva novela, como lo dice Gochum, en la novelística colombiana [174].

La Calle 10 relata diversas situaciones que sucedían sobre esta vía al occidente de la Plaza de Bolívar, principalmente en torno a la Plaza Central de Mercado. Si bien se trata de una obra literaria, las escenas son absolutamente verosímiles, pues se construyen en lugares concretos de la ciudad o, al menos, inventados a partir de condiciones y características de Bogotá del momento de la narración, la década de 1940. El clímax del relato ocurre cuando sucede una revuelta popular similar al Bogotazo, cuyo epicentro es la plaza de mercado.

Esta novela transmite de manera clara las imágenes del entorno inmediato de Santa Inés antes de su demolición y aporta a la transmisión, de forma cinematográfica, de las terribles condiciones de este lugar de la ciudad. Además de configurar una nebulosa espacial para ese momento, contribuye a identificar y caracterizar a los desheredados de este lugar: los personajes que habitan la Calle Décima son una clara representación de los desheredados que habitaban este sector en la década de 1940.

Osorio Lizarazo nos recuerda algo fundamental: que la ciudad no es solo los lugares más representativos de la memoria honorable de una sociedad. Es también la ciudad de los miserables:

174 José Luis Garcés González, Manuel Zapata Olivella, caminante de la literatura y la historia (Bogotá: Ministerio de Cultura, 2002), 104-105, citado por Lida Marcela Pedraza Quinche, «En Bogotá no mataban a nadie, menos a un político como Gaitán», El Espectador, octubre, 2016, //www.elespectador.com/noticias/cultura/en-bogota-no-mataban-a-nadie-mucho-menos-a-un-politico-como-gaitan/

PLAZA DE MERCADO

CANTINA DE ENFRENTE

HOTEL DEMOCRACIA

POCILGA

SÓTANO

TIENDAS
SANTA INÉS
CIRUGÍA ANFITEATRO
CHOZA DE ADOBE
OFICINA DE POLICÍA
CHICHERÍA DE TOMASA
HOTELUCHO MÁS CERCANO
PALACIO
PROSTÍBULO
FACULTAD DE MEDICINA
CALLEJÓN

También eso es la ciudad. Todas esas casas pequeñas, cuyas paredes de bahareque han visto morir de hambre a sus habitantes y los han impulsado al crimen, forman parte de la ciudad. Lo mismo que aquellas miserias que se recogen en los hospitales, en los asilos de incurables y de mendigos. Lo mismo que todos los entes amorfos que se mezclan con los habitantes de la urbe y pasean por las calles centrales, ocultando su impudicia bajo grasientos vestidos. Lo mismo que aquellos grupos que se han clasificado por sí mismos o que han sido clasificados por las leyes que defienden a la sociedad. Lo mismo que todos los miserables y que todos los vagos. Eso también es la ciudad, que reviste nuevos aspectos [175].

Santa Inés fue el lugar del martirio social, donde se depositaron los lugares más incómodos, pero profundamente necesarios para el funcionamiento del cuerpo social que es la ciudad en su conjunto (el Hospital San Juan de Dios, las alcantarillas, la carnicería, el mercado). El borde occidental se configuró como una pieza urbana de connotación negativa, pero de gran utilidad para el resto de la ciudad.

Las imágenes del cuerpo mártir permiten construir relaciones de sentido con cierto tipo de personajes de la vida urbana. La memoria del martirio que llevó a cabo Sor Gertrudis de Santa Inés permaneció como el barrio de la ciudad que viviría el martirio corpóreo de la ciudad de ser el lugar de los desheredados de la tierra, una forma de martirio diferente a la pro-

175 Osorio Lizarazo, La cara de la miseria, 8.

movida para alcanzar la santidad. Sería demolido en la segunda mitad del siglo XX, tras múltiples intenciones de hacerlo.

Esta metáfora da cuenta de cómo, al igual que hay ciertos cuerpos que se martirizan para la salvación del mundo, hay lugares que sirven como depósitos de lo terrible para el funcionamiento del resto de la ciudad, y ese es el caso de Santa Inés. En su memoria, se están expiando los pecados de una sociedad desigual y en conflicto en un lugar particular de la ciudad, a través de formas ásperas de autoviolencia, de privación del placer y de exaltación de lo desagradable. La historia de Santa Inés es la historia de la fealdad en el caso bogotano, que se ha puesto de manifiesto en momentos muy diferentes de su historia. Por las razones aquí expuestas, la connotación es una repetición de arquetipos narrativos que se imprimen en la memoria.

En conclusión, las licencias de la vida monástica, las imágenes del martirio, el lugar de la posesión demoníaca, los enfermos, los cadáveres, los malos olores, la suciedad, la carne podrida y las inmundicias de las chicherías y las que arrastraban los ríos, poblados de habitaciones miserables, contribuyeron a construir una memoria del lugar llena de imágenes negativas. Tras haber sentido las diferentes imágenes sensoriales de la connotación, invitamos a quien nos lee a escuchar los tiempos veloces que intentaron transformar las imágenes contenidas en este lugar de la ciudad en la próxima y última variación, Prestissimo ►

PRESTISSIMO

Tiempos veloces que irrumpen en una narración: arremetidas de la renovación urbana en la periferia del centro histórico = 200 ppm

Irrupciones. Velocidad. Aceleración. Demoler. Destruir. Construir. Transformar. Cambio. Acción. Nuevas imágenes. ¿Conservar? Nada permanece. Todo es móvil. Nada sigue igual. Todo cambia. Y ojalá cambie. Porque es horrible. Eso hay que tumbarlo. Para hacerlo elegante. Digno de una ciudad moderna. ¿Los pobres? A las periferias. El centro tiene que ser de mostrar. Eficiencia. ¿La historia? No importa. No existe. ¿Era feo? Hay que tumbarlo de nuevo. ¿Cuál es el tiempo en la ciudad? El eterno presente. Son solamente los tiempos veloces que irrumpen en una narración.

Prestissimo es la variación de la memoria de Santa Inés que expresa lo más característico de su historia. Como en toda narración, el clímax llega con la velocidad, y el clímax en Santa Inés se ha definido, justamente, por sus irrupciones. El drama se devela en un momento de aceleración; es entonces cuando sucede lo fundamental de nuestra historia.

Para comprender el fenómeno urbano, generalmente se recurre a análisis formales, funcionales, de sus habitantes y de algunos significados que dan cuenta de su carácter, y eso es lo que se ha hecho en Adagio y en Allegro ma non troppo. Sin embargo, la pretensión de transformar la imagen y el contenido del borde occidental de la ciudad histórica es una constante que se ha repetido durante años y, pese a haberse llevado a cabo en varias ocasiones, sus resultados no han sido los esperados. El ciclo de transformación y persistencia de antiguas imágenes de fealdad son un eterno retorno, la persistencia de su memoria.

No es posible comenzar este capítulo, como sucedió en los tres anteriores, ofreciendo una definición claramente acotada de lo que significa la palabra irrupción; sin embargo, en este caso, es importante esbozar un panorama de cuál es el sentido que tiene esta

palabra cuando hace referencia a las intervenciones que se hacen en la ciudad. La pretensión transformadora de la realidad está en la esencia del urbanismo, del gobierno urbano y del proyecto urbano desde sus orígenes. La ciudad como lugar centrípeto de subjetividades diversas implica la existencia de cierta entropía que hace necesaria la definición de un orden particular, que suele ser posterior a la ciudad construida históricamente: de ahí que sea necesario, efectivamente, intervenir en la ciudad que ya existe. A lo largo de la historia del urbanismo, las ideas de cómo transformar la ciudad se han situado en el péndulo entre el reconocimiento de la historia y la exaltación de lo nuevo: ejercicios de lectura y reescritura del espacio urbano. [176] Por tanto, si bien Le Corbusier planteó la demolición de prácticamente la ciudad entera con el Plan Piloto en 1951 (ya lo había hecho en pleno centro de París en 1925, ¿cómo no hacerlo en el villorrio bogotano?), esa era una idea de ciudad que resonaba con el entusiasmo y el optimismo característico del primer movimiento moderno de los CIAM.

La exaltación de la tabula rasa se vio reevaluada por las reflexiones en torno al

176 Mario Gandelsonas, «La ciudad como objeto de la arquitectura», en Lo urbano en 20 autores contemporáneos, ed. por Ángel Martín Ramos (Barcelona: Edicions UPC, 2005).

sentido de la arquitectura y de la ciudad sustentada en el reconocimiento del lugar como construcción particular e histórica (la producción teórica que ha sido mencionada en Andante). Si bien en nuestra realidad del demolicionismo latinoamericano el péndulo es confuso, en este momento de la historia se reconoce un poco más el valor de la ciudad histórica como patrimonio de nuestra sociedad. Pero la ciudad se sigue ensañando con Santa Inés, haciendo grandes esfuerzos para cambiar su imagen y su contenido constantemente. Las diferentes intervenciones que se han planteado en este espacio de la ciudad han tenido como objetivo borrar cualquier tipo de memoria, bajo la bandera de la transformación de su carácter. Estas intervenciones han sido disrupciones temporales rápidas, deseos de transformar a profundidad tanto la vocación como la connotación del lugar que provienen de las imágenes asociadas que se han guardado históricamente.

Invitamos a quien nos lee a escuchar el sonido de la piqueta demoledora que ha fantaseado con transformar las imágenes y los lugares del borde occidental de la ciudad histórica. Escucharemos los antecedentes de este fenómeno tan particular, la construcción de un lugar en contrasentido, que las fuerzas internas de la ciudad se resisten a cambiar.

Orden

En Allegro ma non troppo, se ha mencionado cómo Santa Inés comenzó su historia con una demolición inminente, cuya memoria se vendría a manifestar en varias ocasiones. La primera fábrica de la iglesia que se construyó tuvo que ser demolida por pleitos legales, para luego ser salvado el convento y ser reconstruida una fábrica de mejores condiciones, gracias al benevolente Juan de Arguinao. Esa historia ya la conocemos. Sin embargo, en el siguiente fragmento se hace referencia a la reparación de la que tuvo que ser objeto la iglesia por problemas constructivos:

Reconocióse después deslince en parte de la obra por culpa del artífice, y a causa de no ser fijo el suelo de la cepa y cimientos, y flaqueado éstos en el último del edificio que halló menos firmeza para asentar con el peso. Reparóse con fortificación de entrepaños y estribos al claustro y dos arcos torales a trechos de 150 proporción en el cuerpo de la iglesia. [177]

La entropía que caracteriza a toda organización formal hace necesarios influjos constantes. La arquitectura «[…] necesita de un suministro continuo de materiales y energía que le permitan reconstruir su forma». [178] Fernández-Galiano denomina a estos influjos energía de mantenimiento (servicios) y energía de construcción (reparación). Si bien esta energía de construcción contribuye a la persistencia de las formas materiales, y por tanto el mantenimiento no constituye una irrupción en sentido estricto, la necesidad de mejorar las condiciones materiales de un lugar sí forma parte de las intenciones transformativas, sobre todo en estos

177 Flórez de Ocáriz, Genealogías del Nuevo Reino de Granada, 149.

178 Fernández-Galiano, El fuego y la memoria, 24.

CAMPANAS DE LA IGLESIA DE SANTA INÉS. 1954. FOTOGRAFÍA DANIEL RODRÍGUEZ. COLECCIÓN MUSEO DE BOGOTÁ - IDPC

primeros años de existencia física del conjunto monástico de Santa Inés. Justamente para eso eran útiles las cofradías, «cuya finalidad primordial fue impulsar la construcción y mejoramiento de templos, ermitas y capillas destinadas a diversas devociones específicas» [179].

Durante los años de la ciudad colonial, los lentos tiempos permitieron la continuidad en el espacio de la ciudad de ciertas formas y estructuras, que como Santa Inés, estuvieron definidas por su simultánea transformación-permanencia, producto de los necesarios influjos de energía de mantenimiento y construcción. Sin embargo, durante los últimos años del siglo XVIII, ocurrió la primera gran irrupción en la historia de la ciudad: las Reformas Borbónicas, que tenían como objetivo general controlar las prácticas de la población, a través de la transformación del orden urbano manifestado en aparatos de control y vigilancia e instituciones de reclusión [180], con la creciente necesidad de construir infraestructura para el saneamiento de una ciudad que generaba cada vez más residuos. La implantación de esta nueva forma de manejar la ciudad y la necesidad de reparar muchos de los edificios que se vieron afectados tras el terremoto de 1785 promovieron la presencia del ingeniero militar Domingo Esquiaqui en Santa Fe quien, además de llevar a cabo las obras de reconstrucción tras el terremoto de la mayoría de edificios religiosos, dirigió la construcción de otras múltiples de carácter civil, como el cementerio [181], aparte de haber dibujado el primer plano que se tiene de la ciudad, justamente, para poder controlarla desde una comprensión cartesiana de su espacio.

179 Vargas Lesmes, La sociedad de Santa Fe colonial, 102. 180 Ojeda Pérez, Ordenar la ciudad.

181 Sobre la obra de Esquiaqui, consultar Ricardo Andrés Blanco Quijano, «La materialización del proyecto borbónico en la obra de Domingo Esquiaqui en Santafé de Bogotá 1784-1794» (tesis de la Maestría en Conservación del Patrimonio Cultural Inmueble, Universidad Nacional de Colombia, 2018).

Aunque no hay noticia de ninguna intervención de Esquiaqui cerca de Santa Inés, sí existe la referencia de la polémica por la apertura de su alcantarillado [182], en comunicación hecha el 8 de octubre de 1789. Este sería el primer vestigio efectivo que plantearía la necesidad de transformar este lugar. A su vez, en otro documento de 1785, la priora del monasterio pone de manifiesto la falta de rentas para construir los andenes de las calles [183]. El viajero estadounidense Isaac Holton nos cuenta a través de sus relatos de 1853, décadas después, que «no hay nada peor que pasar por el frente de un convento de monjas porque nunca construyen aceras decentes» [184]. Por otro lado, Fray Domingo de Petrés, el arquitecto capuchino que trabajó en las obras más importantes de los últimos años de la colonia, dirigió la construcción de la cañería nueva de San Victorino [185]. Aunque no existe mención en la prensa de daños en Santa Inés durante el terremoto de 1785 [186], situación que podría haber implicado trabajos de Esquiaqui, sí existe la mención de una posible intervención que Domingo de Petrés pudo haber hecho en Santa Inés [187].

La transformación del sentido del orden urbano y de la limpieza daba un vuelco a las prácticas de la ciudad. En ese momento, también se llevó a cabo la construcción de los primeros enlosados a partir de 1789, que «traía consigo el in-

182 «Convento de Santa Inés: comunicación sobre el alcantarillado de él», Archivo General de la Nación, Sección Colonia, Fondo Milicias y Marina, leg. 133, n.° de orden 127, f. 687 (1789).

183 «Manuela Nicolasa de Sanmiguel, priora del monasterio de Santa Inés de Santa Fe; aduce la crisis fiscal de él, para no construir los andenes del mismo», Archivo General de la Nación, Sección Colonia, Fondo Milicias y Marina, leg.136, n.° de orden 016, ff 137-138 (1795).

184 Isaac Holton en Mejía Pavony, Los años del cambio 2000, 313-314.

185 Restrepo Zea, 272.

186 «Aviso del terremoto sucedido en la ciudad de Santa Fe de Bogotá el día 12 de julio del año de 1785». También revisar Gazeta de Santa Fe de Bogotá Capital del Nuevo Reyno de Granada, n.°1, 31 de agosto, 1785, Imprenta Real de D. Antonio Espinosa de los Monteros.

187 Germán Mejía, «Santafé en el siglo XVIII, aires de transformación», en Fray Domingo de Petrés en el Nuevo Reino de Granada (Bogotá: Instituto Distrital de Patrimonio Cultural, 2012), 36.

menso beneficio de los desagües, indispensables para evacuar toda suerte de aguas sucias y desechos» [188]. Robert Ojeda Pérez hace referencia de un caso en el que la policía urbana, que debía matar a todos los animales callejeros, asesinó a un hombre e hizo pasar el homicidio como si lo hubieran confundido con un perro. En la mencionada declaración, se hace referencia a asuntos como la recolección de basuras y el alcantarillado como hechos fundamentales para la constitución de un orden particular:

Con este tipo de declaración, además de poder observar un sentido de orden y limpieza urbano, se puede apreciar también que la ciudad tuvo espacios de basura en varios lugares establecidos, pues siempre se acostumbraba dejar que el agua lluvia se llevara los desperdicios hacia las fuentes de los ríos, aprovechando la falda de la montaña, lo que explica la presencia referida en la declaración de una canal en medio de la calle [189].

Escasez

El orden urbano que intentó implantarse a finales del siglo XVIII hizo eco durante todo el siglo XIX, un tiempo en el que, según se ha mencionado, se caracterizó por la escasez de recursos que impidió llevar a cabo grandes transformaciones. Mientras tanto, la población de la ciudad crecía, se hacía cada vez más densa y afloraban todo tipo de problemas sociales e higiénicos. Las irrupciones en el siglo XIX hacen referencia a la gestación de importantes iniciativas que, si bien no se concretaron, pusieron de manifiesto la

188 Vargas Lesmes, La sociedad de Santa Fe colonial, 99-100. 189 Ojeda Pérez, Ordenar la ciudad, 153.

necesidad de hacer cambios en la ciudad que garantizaran la salubridad y la higiene.

En cualquier caso, las mejoras en los edificios de la ciudad continuaron llevándose a cabo. Vicente Lombana, en su informe de 1849, menciona algunas reformas llevadas a cabo en el San Juan de Dios, el entonces llamado Hospital de Caridad, haciendo evidente la necesidad de sacar a los indigentes para convertirlo en escuela de medicina. Más allá del mantenimiento, se pretende cambiar la imagen del lugar, de alguna manera.

Entre las diversas mejoras introducidas recientemente en el Hospital de Caridad, la más positiva consiste, sin duda alguna, en las dos magníficas hornillas de reverbero que acaban de montarse con sus competentes baterías de cocina, para el servicio de las dos enfermerías. Resta ahora proveer de agua permanente al establecimiento, montando el número de bombas que fuere suficiente para su servicio.

La idea de establecer una sala de maternidad i de mejorar el tratamiento de los locos, es altamente filantrópica, i estoi dispuesto a favorecerla hasta donde lo permitan mis facultades. Con tal objeto i con el de salvar este único asilo de los indigentes [sic], de la segura ruina que le amenaza, os ruego que soliciteis del próximo congreso la derogatoria de la lei de 27 de mayo de 1846, que contra todo principio de equidad i de justicia desapropió a los enfermos pobres de la provincia de la mayor i mejor parte del

Hospital de Caridad que les pertenece por fundaciones particulares, para convertirla en escuela de medicina sin la prévia indemnización que presupone el artículo 102 de la Constitucion [190]

Lombana, además, plantea la necesidad urgente de sacar los focos de infección del espacio de la ciudad:

Finalmente, se necesita para proporcionar aires puros a los habitantes de esta ciudad, situar fuera de ella las cárceles, los hospitales, las tenerías, las carnicerías, las piaras de cerdos i todos los fócos de infeccion, cuia idea podrá llevarse fácilmente a efecto sobre el plano de la nueva ciudad que bondadosamente ha ofrecido trazar el Sr. Poncel cuando concluya sus trabajos el Señor Codazzi [191].

Además, el gobernador saliente insiste en la necesidad del aseo de las calles y casas centrales:

Una vez determinado que el depósito de las basuras se haga sobre los rios, viene a ser impracticable el aseo de las casas i calles situadas en el centro i en los extremos de la población. Mas no es esta la única dificultad con que hai [sic] que batallar. Teniendo aquellos dos riachuelos tan poco caudal de aguas, las basuras no podrán ser arrastradas por ellas; i siendo esto así habrá que sacarlas

190 Lombana, Informe del gobernador de Bogotá, 9.

191 Lombana, Informe del gobernador de Bogotá, 30.

de una de tres maneras: por medio de carros, a mano, o aumentando las aguas de los ríos, sea ocasionalmente reteniéndolas por medio de esclusas colocadas en la parte alta de la ciudad, o sea de una manera permanente incorporandoles otras vertientes [192].

También Lombana da cuenta de la situación de oscuridad de muchas de sus calles:

Ademas de estos inconvenientes, la Ordenanza no ha satisfecho la necesidad que la capital tiene de un alumbrado sistemático, decente, uniforme i bien distribuido, a fin de que las calles mas retiradas estén tambien alumbradas, porque es en ellas donde particularmente hai [sic] mas riesgo de que se cometan crímenes a favor de la obscuridad [193].

Para la obtención de rentas, Lombana sugiere que «[…]los terrenos vacantes en las orillas de los rios, que pudieran cederse en propiedad a los que quieran tomar a su cargo la canalizacion, que en mi concepto debe ser una obra correlativa de la de las esclusas» [194].

La construcción del Parque de los Mártires fue una de las pocas irrupciones que se llevaron a cabo en la nebulosa de Santa Inés durante la segunda mitad del siglo XIX, desde su creación en 1850, pasando por la construcción del monumento conmemorativo en 1880 hasta la construcción de la Basílica del Voto Nacional [195]. Este parque significó la

192 Lombana, Informe del gobernador de Bogotá, 29.

193 Lombana, Informe del gobernador de Bogotá, 31.

194 Lombana, Informe del gobernador de Bogotá, 32.

195 Reina y Del Castillo, La Paz y el Sagrado Corazón

OBELISCO A LOS MÁRTIRES. CA. 1910. FONDO LUIS

ALBERTO ACUÑA. COLECCIÓN MUSEO DE BOGOTÁ - IDPC

TEMPLO DEL SAGRADO CORAZÓN O IGLESIA DEL VOTO NACIONAL. 1930. APORTANTE LUIS PANTALEÓN GAITÁN SALAZAR. COLECCIÓN ÁLBUM FAMILIAR MUSEO DE BOGOTÁ - IDPC

constitución de un espacio republicano para la sociabilidad burguesa en los límites de la ciudad construida hasta el momento. A lo largo de su existencia, hay múltiples referencias de la necesidad de su transformación, pues se construyó en un entorno ligeramente hostil: por ejemplo, el antecedente de la casa que funcionaba a comienzos de siglo como lazareto no es un buen referente de un lugar para sacar a pasear a la burguesía criolla. Esta transformación paisajística del espacio de la ciudad se vio en Santa Inés, donde fueron sembrados eucaliptus en el patio del antiguo claustro a comienzos de la década de 1880 [196].

196 Hugo Delgadillo, El Parque del Centenario. Transformación urbana, itinerario y significado (Bogotá: Instituto Distrital de Patrimonio Cultural, 2019), 194.

En 1855, Juan Manuel Arrubla, recordado como el principal impulsor de la construcción de obras civiles durante el siglo XIX, propuso canalizar el río San Francisco desde más arriba de la actual carrera 7ª hasta la Plaza de San Victorino, entre otras cosas, para solucionar el problema de salubridad que implicaba que se hubieran constituido como alcantarillas a cielo abierto en medio de la ciudad.

Sabemos que el señor Juan M. Arrubla, que tan incansable i solicito se ha mostrado por mejorar el aspecto i la arquitectura de nuestra capital, se propone acometer una empresa que será, sin disputa, de la mayor utilidad. El Sr. Arrubla ha propuesto al Cabildo de Bogotá lo siguiente: Canalizará el rio San Francisco, desde mas arriba del puente del mismo nombre, hasta cerca del de San Victorino, por medio de altos i sólidos muros: cubrirá l canalizado con una gran bóveda i terraplén al nivel de las calles adyacentes [197].

Aparte de la constitución de los primordios del higienismo, durante el siglo XIX se creó la policía de la ciudad en 1877. A su vez, Higinio Cualla propuso la creación de un barrio para pobres en 1889 (idea que se materializaría con los barrios obreros en las primeras décadas del siglo XX) y en 1892 se demolieron barrios insalubres en el occidente de la ciudad, por ser menos numerosos que los que había hacia el oriente, [198] como las barriadas en torno al Paseo Bolí-

197 «Revista Industrial», El Neo-Granadino, n.°355, octubre, 1855, 2-3.

198 Concejo Municipal de Bogotá, 1892, 11, citado por Luis Carlos Colón Llamas, «Ingeniería, medicina y urbanismo: el papel de las ideas higienistas en los cambios urbanos de Bogotá en la primera mitad del siglo XX», en La Hegemonía Conservadora, ed. por Rubén Sierra Mejía (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2017), 455.

var, que se sanearon después. Es posible que la prensa y el gobierno de la ciudad haya prestado más atención a esos focos insalubres hacia el oriente porque se situaban cerca de las fuentes de agua que iban a abastecer la capital; los focos de infección hacia el occidente, por su ubicación geográfica, no implicaban la transmisión de la infección hacia otras zonas.

En la mencionada conferencia del ministro Insignares a la Academia Nacional de Medicina de 1898, recogida en el «Informe del ministro de Instrucción Pública al Congreso de la República de 1898», se pone de manifiesto la necesidad de trasladar el anfiteatro anatómico del San Juan de Dios, que crea una atmósfera viciada perjudicial para los estudiantes de Medicina, «[y]a que no ha sido posible haber establecido el Hospital de San Juan de Dios en otro lugar, á pesar de la amenaza que, por su colocación y malas condiciones higiénicas, ese antiguo establecimiento de Beneficencia hace constante mente á la salud general de esta población» [199] Este traslado traería, para el ministro Insignares, la mejora de las condiciones sanitarias del hospital y de la ciudad.

Por otro lado, la predisposición a la transformación y a la amnesia es una patología cultural de la sociedad bogotana, según Cordovez Moure. Este trastorno potenciaría la construcción de esa ciudad moderna que tanto se anheló durante el siglo XX:

199 Informe del Ministerio de Instrucción Pública al Congreso Nacional en sus sesiones de 1898 (Bogotá: Imprenta Nacional, 1898), 17-26.

En todos los países se conservan ciertos usos y costumbres tradicionales que nada ni nadie pueden reformar, quizá para rendir tributo de piadoso recuerdo a los que nos precedieron en el camino de la vida, en este valle que, con ser de lágrimas, no deja de tener momentos de goces más o menos puros y tranquilos, que nos arraigan al terruño en que nacimos. Pero, por causas que no podemos explicarnos satisfactoriamente, esta regla universal ha tenido y tiene aún su excepción en la que fue Santa Fe y hoy se llama Bogotá. Es posible que el carácter pacífico y dócil de los habitantes de esta altiplanicie haya contribuido en mucho para hacer de ellos una especie de materia plástica como la cera, que recibe la impresión de lo último que se le graba, dejando desaparecer la anterior imagen que existía en ella.

Arremetidas

Si el siglo XIX es el tiempo de la connotación, el siglo XX es el de las irrupciones: nunca se había visto tal velocidad de transformación en la historia de Bogotá. Todo lo sucedido durante las últimas décadas de 1800 fue el caldo de cultivo para lo que ocurriría durante las primeras de 1900: profundas aceleraciones disruptivas, necesarias como producto del crecimiento de la población y de la expansión urbana. A partir de este momento, el gobierno de la ciudad se centró en la implementación de diferentes medidas higienistas, muchas enfocadas al tratamiento del agua (desinfección y protección de las fuentes de agua, construcción de acueductos, alcantarillados y letrinas en las márgenes de los ríos, la canalización de los ríos) combinadas con la desodorización del espacio público (con ideas que aún mezclaban preceptos de las teorías miasmáticas con las teorías microbianas de la enfermedad) [200] y en la construcción de barrios obreros que suplieran la demanda habitacional producto de la imposibilidad de habitar en tiendas. En ese mismo sentido, sanear la ciudad implicaba también la implementación de medidas que garantizaran la higiene moral de su población, principalmente la de los pobres. Con la corriente de estas transformaciones, uno de los lugares más dantescos de la ciudad a tres cuadras de Santa Inés, el matadero público, fue objeto de una reforma estructural en 1902 [201]

Por otro lado, las reformas en Santa Inés que se señalan en el Informe del Ministerio de Obras Públicas de 1911 reiteran la frecuente y necesaria práctica constructiva del mantenimiento, como se ha mencionado anteriormente. El influjo de energía de construcción permitía la permanencia de un hecho arquitectónico de más de dos siglos en el escenario urbano:

200 Colón Llamas, «Ingenieria, medicina y urbanismo»

201 García Ramírez, Plaza Central de Mercado, 67.

Escuela de Medicina – Está situado el edificio de la Escuela en la calle 10, entre las carreras 10 y 11, y en él se han hecho las siguientes mejoras:

Se arregló parte del enmaderado de un salón; se blanquearon seis salones, los corredores y las columnas; se enlucieron algunas paredes; se cementó el piso de dos salones, adaptándolos para clases; se abrieron huecos en otros salones para darles luz y ventilación, colocándoles sus respectivas puertasventanas; se reconstruyó un tabique de ladrillo; se hizo un techo de chusque, y unas gradas de ladrillo para comunicar dos piezas. Como algunas paredes amenazan ruina, hubo necesidad de construir unos machones de ladrillo tolete dentro de ellas, construcción que ascendió á diez y ocho y medio metros cúbicos. Se enlucieron dos tabiques y el techo, lo mismo que los blanqueamientos, en una extensión de ochenta y dos metros cuadrados; se hizo un pavimento en ladrillo tablón (diez y seis metros cuadrados). Todas estas reparaciones se hicieron para aprovechar una pieza que no prestaba servicio alguno y estaba en completo abandono, y para situar allí un laboratorio. Por último, se entablaron los corredores oriental y sur del patio principal, en una extensión de doscientos siete metros cuadrados. El costo de estas obras asciende á la suma de $1,005 oro [202].

202 Informe del Ministerio de Obras Públicas (Bogotá: Imprenta Nacional, 1911), 122-123.

DE LA FIESTA DE INAUGURACIÓN DE LOS PRIMEROS PABELLONES DE LA FACULTAD

MEDICINA

RELACIÓN
DE
A CARGO DE GASTON LELARGE. 1918. EL GRÁFICO, SERIE XLIII, AÑO VIII, VOL.9. NÚM. 424, 27 DE JULIO DE 1918
ESCUELA DE MEDICINA. 1975. FOTOGRAFÍA GERMÁN TÉLLEZ. COLECCIÓN MUSEO DE BOGOTÁ - IDPC

Pese a los esfuerzos para garantizar su buen funcionamiento, la Escuela de Medicina resolvió definitivamente trasladarse a su nuevo edificio en el costado sur del Parque de los Mártires, un accidentado proyecto iniciado por Gaston Lelarge, intervenido por Pablo de la Cruz y terminado por Casanovas y Mannheim.

Mientras se llevaban a cabo esfuerzos para conservar algunos edificios, la ciudad continuaba con el ímpetu de sanear todo el espacio urbano, enfocado en transformar las imágenes olfativas que lo caracterizaban. Los esfuerzos del higienismo se centraron, justamente, en desodorizar el espacio urbano. La canalización de los ríos San Francisco y San Agustín significaba un esfuerzo prioritario en este sentido. La idea que Juan Manuel Arrubla hubiera presentado de manera visionaria en 1855 se materializó definitivamente en la década de 1920. Los primeros momentos de la canalización de los ríos habían iniciado a partir de 1881, cuando se llevó a cabo el amurallamiento del primer tramo del río San Agustín frente a la iglesia y los cuarteles [203]. En 1887 también se amuralló el primer tramo del río San Francisco entre los puentes de Cundinamarca y San Francisco [204] (entre carreras Séptima y Octava). En 1911 se tiene la primera noticia de la canalización del San Agustín desde la Plaza de Ayacucho hasta la carrera Novena [205], mientras que en 1917 se llevó a cabo la canalización del San Francisco en el tramo comprendido entre calles 11 y 12, a lo largo de la carrera 12. En 1924 ya se había completado la canalización del mencionado río entre carreras Quinta y Octava, y el tramo entre calles 7 y 11 se completó entre 1927 y 1929. El orden en el que se llevó a cabo la canalización no fue coherente con las técnicas de ingeniería, pues se tendría que haber empezado por la cuen-

203 Delgadillo, El Parque del Centenario, 25.

204 Delgadillo, El Parque del Centenario, 26.

205 María Clara Torres, «El alcantarillado de Bogotá, 1886-1938: institucionalización de un problema ambiental» (Tesis de Maestría en Medio Ambiente y Desarrollo, Universidad Nacional de Colombia, 2009), 41, citada por Delgadillo, El Parque del Centenario, 26.

DE COLECTORES DEL RÍO

CONSTRUCCIÓN
SAN FRANCISCO. CA. 1910. FONDO LUIS ALBERTO ACUÑA. COLECCIÓN MUSEO DE BOGOTÁ - IDPC

ca alta del río: esta incoherencia procedimental llevó a que se desbordara el río en múltiples ocasiones [206].

A través del Acuerdo 31 de 1917, se denominaría Avenida Jiménez de Quesada a la nueva calle que ocuparía el espacio en superficie del trazado del río San Francisco. Esta avenida se constituyó como un importante centro financiero y de comercio de la ciudad hasta la Plaza de San Victorino, luego llamada Plaza de Nariño, donde se conectaría con la Avenida Colón (antiguo Camellón de Fontibón, actual calle 13). Sin embargo, el tramo del río hacia el sur de esta plaza, justamente el más cercano a Santa Inés, «fue reemplazado por una calle demasiado estrecha para cumplir con las condiciones de una avenida monumental; ubicada en una zona cuyas características sociales no eran las de orgullo ni las de mostrar […]» [207]. El contraste entre la nueva avenida y «[el] comercio informal y las actividades «ocultas» que tenían lugar pocas cuadras al occidente de la gran Avenida» [208] era considerable. La memoria de un lugar infecto y anodino no se transformaría, desligándolo del proyecto que valía la pena hacer visible, de la misma forma en que Arrubla lo había planteado hacía 70 años.

Proyectos urbanos

Cuando la ciudad se quitó el cinturón que contenía su crecimiento y empezó a expandirse a través de urbanizaciones, un curioso proceso de adecuación urbana se llevó a cabo en el borde occidental, siempre tan cercano al centro, pero de ambiguo carácter urbano. En el punto en el que confluyen los ríos San Francisco y San Agustín, cerca del matadero, se promovió una transformación para contribuir al mejora-

206 María Atuesta Ortiz, «La ciudad que pasó por el río. La canalización del río San Francisco y la construcción de la Avenida Jiménez de Quesada en Bogotá a principios del siglo XX», Territorios n.°25 (2011): 200.

207 Atuesta, “La ciudad que pasó por el río”, 205-206.

208 Atuesta, «La ciudad que pasó por el río», 206-207.

miento estético de la ciudad, justamente auspiciada por la Sociedad de Embellecimiento: el barrio Liévano [209]. Esta irrupción se valió de un lugar horrendo, justamente donde estaban los lugares infectos que han sido descritos en Allegro ma non troppo, aprovechando el proceso de canalización de los ríos para llevar a cabo una operación de carácter inmobiliario. Las revistas de la época exaltaban la construcción de las nuevas calles con amplios perfiles con faroles de alumbrado eléctrico [210],el Bulevar Manuel José Mosquera y el Bulevar Francisco José de Caldas [211],configuradas por arquitecturas ciertamente elegantes.

Muchos de los proyectos que se hicieron entre 1916 y 1926 fueron firmados por el ingeniero Manuel Rincón, quien también elaboró el Plano de Bogotá de 1923. Las fachadas de estas casas, de dos pisos, estaban decoradas con todo tipo almohadillados, rejas y yeserías. La composición estaba organizada a partir de uno o dos patios, en torno a los que se disponían los diferentes espacios que, en su mayoría, incluían baño, salón para el piano y habitaciones para el servicio. A su vez, fue en el ámbito de esta intervención que se construyó el mencionado Laboratorio Nacional de Higiene en 1926, proyecto de José María Coral, según los mismos principios estéticos de esta arquitectura: la afrancesada mansarda puesta sobre un volumen achaflanado configuraría un hito en este conjunto edilicio. La intervención que terminaría convirtiéndose en el barrio Liévano fue impulsada por Liévano Hermanos, [212] una sociedad conformada por Félix,

209 Aunque no hemos encontrado una cronología exacta, al igual que con «barrio Santa Inés», la denominación «barrio Liévano» es posterior a la construcción de este conjunto urbano. Sin embargo, para dar cuenta del carácter unitario de esta irrupción, hemos decidido referirnos a ella, justamente, como barrio Liévano.

210 Registro Municipal, año XLIII, n.o 1409, 27 de diciembre, 1919, 3809.

211 Sin embargo, el nombre de estas calles ya aparecía en la cartografía de años anteriores.

212 Pese a que la Sociedad de Embellecimiento aparece como promotora de esta intervención, ninguno de los hermanos Liévano Danies fue miembro de número de esta sociedad ni asistió a sus reuniones durante los años en los que se llevó a cabo la construcción del barrio Liévano.

LABORATORIO NACIONAL DE HIGIENE. 1926. SOCIEDAD DE MEJORAS Y ORNATO DE BOGOTÁ. ARCHIVO JOSÉ VICENTE ORTEGA RICAURTE. IX-695B

Enrique y Nicolás Liévano Danies, los hijos del reconocido ingeniero Indalecio Liévano Reyes y de su esposa Margarita Danies [213]. Esta sociedad, posteriormente, formaría parte de la Compañía de Desarrollo Urbano, una empresa dedicada al negocio inmobiliario en nuevos barrios de la ciudad, en la que justamente figuraría Nicolás Liévano como gerente en 1920. El tesorero de la junta de canalización durante esos años era, justamente, Nicolás Liévano.

De forma sincrónica a la construcción del barrio Liévano, se llevó a cabo la construcción de la Avenida 7 de Agosto (carrera 13), desde la calle sexta hasta Tres Esquinas en la Hortúa. La avenida posteriormente se prolongaría hasta el Luna Park, el nuevo espacio de divertimento urbano que la Compañía de Desarrollo Urbano construyó con propósitos inmobiliarios. El tranvía de oriente, que iba desde la calle 10 hasta el puente Restrepo, se emplazó también por esta avenida [214]. El 28 de septiembre de 1918, Cromos publicó una nota acompañada de una serie de fotografías que mostraban la prometedora transformación de este lugar, mientras aún se construía la canalización del río San Agustín:

AVENIDA 7 DE AGOSTO

La Sociedad de Embellecimiento ha resuelto acometer la construcción de una gran avenida que se denominará 7 de agosto, y se propone terminarla para el centenario de la batalla de Boyacá. El sitio elegido es hoy el más falto de higiene y de estética que hay en Bogotá. La avenida tendrá nueve cuadras de largo y un

213 Juan Carlos Gómez, «La rueda de la fortuna en Bogotá. Parques de diversiones y renta urbana en el Lago Gaitán y el Luna Park» (Tesis de la Maestría en Historia y Teoría del Arte, la Arquitectura y la Ciudad, Universidad Nacional de Colombia, 2012), 106.

214 Almanaque de los hechos colombianos o Anuario Colombiano Ilustrado, tercer año, 1920-1921, 484.

ancho mínimo de veinte metros. Partirá del Puente Núñez para terminar en Tres Esquinas, y dos plazoletas adornadas adornarán sus extremos.

Para esta obra se ha solicitado el apoyo de los gobiernos nacional, departamental y municipal y de todos los vecinos del barrio que va a ser directamente favorecido. Es de esperarse una magnífica esplendidez en la ayuda particular y oficial.

Poco conocida es de los habitantes del centro de la ciudad la región vecina a la que se va a embellecer la nueva avenida. Para nosotros ha sido una verdadera sorpresa el adelanto de ese barrio y lo será para muchos lectores de Cromos con sólo ver las ilustraciones de esta página [215].

La primera acepción de avenida que aparece en el Diccionario de la RAE es «creciente impetuosa de un río o arroyo» [216] No sería extraño que a esta nueva calle de la ciudad se le haya dado este nombre, teniendo en cuenta las inundaciones que tenían lugar en esta zona cuando crecía el cauce de los ríos, como el episodio narrado por Cordovez Moure y expuesto en Allegro ma non troppo. De hecho, en el mismo 1918, la Sociedad de Embellecimiento discutía en sus reuniones la necesidad de mejorar la condición de esta vía, llena de zanjones y charcas, para contribuir a su higienización y facilidad para el tráfico [217].

215 «Avenida 7 de agosto», Cromos 6 , n.o 133, 28 de septiembre, 1918, 181.

216 Diccionario de la Real Academia Española, https://dle.rae.es/avenida

217 Archivo Sociedad de Mejoras y Ornato de Bogotá, Acta de la reunión del 18 de abril de 1918 de la Sociedad de Embellecimiento, libro 2.

La arquitectura del barrio Liévano [218] se corresponde con las formas del período de la historia de la arquitectura colombiana que ha sido denominado por la historiografía como «arquitectura republicana». Esta arquitectura se caracterizó por la combinación de un repertorio de elementos formales, provenientes de la arquitectura europea, que permitieron la construcción de una imagen urbana de elegancia, «de sentimiento urbano, de espíritu cosmopolita y de sentido de actualización» a partir de su «cáscara ornamental» [219]. Silvia Arango señala la emergencia de esta arquitectura como «un fenómeno social, un acontecimiento colectivo convertido en impulso estético» [220] que se vivía como «voluntad de estilo». Este ímpetu se ponía de manifiesto en diferentes facetas de la cultura urbana del momento, como en la moda, y «[a]sí era también la arquitectura: decoración, adorno, gesto, estilo. En un amplio movimiento que incluye a todas las clases sociales, las ciudades cambian su faz; literalmente no queda rincón sin decorar […]» [221]

En la nebulosa de Santa Inés, no fue solo el barrio Liévano el escenario donde se pudo explayar este espíritu estético. Proyectos nuevos, adecuaciones y remodelaciones de fachadas fueron el producto de este impulso de estilo sustentado en un lenguaje que permitía su reproductibilidad: «arquitectos menores o maestros de obra, armados de un repertorio fácil de imitar, podían vestir de “lenguaje republicano” a la arquitectura» [222] En ese sentido, actividades de borde propias de este sector de la ciudad se revistieron de ornamento: sobre la Calle Décima, una gallera dentro de una casa, en el número 292, o un proyecto de edificación de talleres y vivienda para Colombo Ramelli en el número 379 que, pese a ostentar

218 Secretaría de Obras Públicas, Archivo fotográfico de Silvia Arango (1980).

219 Arango, Historia de la arquitectura en Colombia, Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2019, 189.

220 Arango, Historia de la arquitectura en Colombia, 246.

221 Arango, Historia de la arquitectura en Colombia, 198.

222 Arango, Historia de la arquitectura en Colombia, 189.

PLANO NOLLI DE LA NEBULOSA DE SANTA INÉS, A PARTIR DE LAS PLANCHAS 8 Y 10 DEL PLANO DE LA CIUDAD DE BOGOTÁ Y DE LAS PLANTAS DE LAS LICENCIAS DE CONSTRUCCIÓN DE LA SECRETARÍA DE OBRAS PÚBLICAS. PLANO DE LA CIUDAD DE BOGOTÁ. 1929. COLECCIÓN MUSEO DE BOGOTÁ - IDPC.

* EL LISTADO DE LICENCIAS DE CONSTRUCCIÓN ENTRE 1914 Y 1926 EN TORNO A SANTA INÉS Y SU UBICACIÓN EXACTA PUEDEN CONSULTARSE EN EL ANEXO DE LA PUBLICACIÓN.

CASA GERMÁN PENAGOS

CONSTRUCCIÓN CARLOS GARCÍA

FACHADAS DE LAS LICENCIAS DE CONSTRUCCIÓN DE LA SECRETARÍA DE OBRAS PÚBLICAS Y MUNICIPALES

CASA MANUEL G. GONZÁLEZ
CASA LUCÍA MOLINA
CASA RICARDO ACEVEDO BERNAL
CASA CALDERÓN
TALLER RAMELLI
EDIFICIO BOTERO
CASA LEOPOLDO CASTAÑO
CASA MELQUÍADES ROBAYO
CASA PALOU
CASA JUSTO POSADA
CASA ARTEAGA
CASA VILLAVECES

una elegante fachada, se componía de un gran galpón con pequeñas habitaciones para obreros. Varios garajes para carros sobre la carrera 12 y algunos pasajes cerca de Los Mártires se construyeron decorosamente. Aunque la mona se vista de seda, mona se queda.

La imagen de esta importante irrupción en nuestro borde occidental, caracterizada por la construcción de arquitecturas con yeserías, cornisas, rejas ornamentadas y estucados, sería la que permanecería en la memoria de la ciudad, manifestada en los lugares comunes de barrio de élite y otras perogrulladas sin sentido, como que la Calle del Cartucho recibe su nombre de las flores que se ponían en los balcones de las casas de esta anodina calle.

Para dar cuenta de las intervenciones municipales y privadas que se hicieron en esta zona de la ciudad, hemos elaborado un plano con las primeras intervenciones parciales que se llevaron hasta la década de 1920, que incluyen proyectos nuevos, reformas y adecuaciones de fachadas, a partir del Plano de la Ciudad de Bogotá de 1929 y de los planos de las licencias de construcción de la Secretaría de Obras Públicas.

Fuego

Los embates de la municipalidad que buscaban el saneamiento de los sectores más céntricos de Bogotá consiguieron expulsar la mayoría de las instituciones de beneficencia (el Hospicio, el Hospital San Juan de Dios, el Asilo de Indigentes de San Diego, el Asilo de Locas del Aserrío) y el matadero público durante la década de 1920. Lo que Vicente Lombana había planteado en 1849 se hacía realidad setenta años después. En esos años, se remodeló con fugaz éxito la Plaza Central de Mercado, bajo los principios de higiene, elegancia y comodidad de la arquitectura de este momento, inaugurándose el 6 de junio de 1927 [223]. Por

223 García Ramírez, Plaza Central de Mercado, 207.

LA IGLESIA DE SANTA INÉS TRAS EL INCENDIO. EL TIEMPO. 27 DE MARZO DE 1933

otro lado, los habitantes de este lugar solicitaron la pavimentación de calles y la construcción de alcantarillados y canalizaciones [224] ; el consumo de chicha, el comercio de carne y la prostitución se excluían de los sectores más centrales. Mientras el centro estaba saneado, San Diego, Las Cruces, San Victorino y el Paseo Bolívar eran periferias insalubres [225].

Durante esta década, también se hablaba de lo inadecuado que era el local de Santa Inés para llevar a cabo las labores de la Imprenta Nacional, por las inundaciones que ocurrían frecuentemente en sus instalaciones y, principalmente, por su cercanía a la Plaza Central de Mercado. Sin embargo, pocos años después, el deseo de irrumpir se manifestó de manera azarosa a través del fuego, que propició la demolición del claustro que llevaba casi trescientos años en pie (con las intervenciones necesarias para adaptarlo a los diferentes usos que albergó y con los correspondientes flujos de energía de construcción). El incendio que ocurrió en la manzana de Santa Inés el 26 de marzo de 1933 [226] afectó tanto el claustro como el edificio de la Policía Nacional, el colegio de las Bethlemitas y una parte considerable de la iglesia.

A comienzos de la década de 1930, los padres redentoristas, de la Congregación del Santísimo Redentor, tras solucionar un conflicto con las inesitas en el que tuvo que interceder el Vaticano, compraron la iglesia por $10000. Tras el incendio, la nave se restauró cuidadosamente, y hasta 1936 se construyó una desconcertante modificación que consistió en el ensamblaje de un nuevo cuerpo sobre el área que ocupaba el coro de la iglesia antes del incendio, siendo posiblemente ocupado por dependencias curales en varios pisos. Mientras para el sacerdote Roberto Prada era una modernización de

224 Lena Império Hamburger, «Entre el concejo y el vecino: correspondencia y peticiones sobre las condiciones urbanas. 1919-1929» (tesis de la Maestría en Historia y Teoría del Arte, la Arquitectura y la Ciudad, Universidad Nacional de Colombia, 2016).

225 Colón Llamas, «Ingeniería, medicina y urbanismo»

226 El Tiempo, 26 de marzo, 1933, 1.

IMPRENTA NACIONAL. CA. 1940. SOCIEDAD DE MEJORAS Y ORNATO DE BOGOTÁ. ARCHIVO JOSÉ VICENTE ORTEGA RICAURTE. V-360

muy buen gusto, para Emilia Pardo Umaña parecía «un palomar». Esta intervención modificó la fachada de la iglesia hacia la Calle Décima, configurando un nuevo acceso. El nuevo coro se limitó a una estrecha franja en la parte posterior de la nave.

El claustro se demolió inmediatamente después del incendio, pues este antiguo edificio colonial ya no era útil para las actividades de soporte de una ciudad cada vez más moderna. El lote estuvo vacío mientras Pablo de la Cruz, arquitecto asesor de la sección de Edificios Nacionales del Ministerio de Obras Públicas, estuvo a cargo del proyecto para el nuevo edificio de la imprenta nacional. Según Carlos Niño, en este edificio «[el] lenguaje es moderno, pero más simplificado que el de la Biblioteca [Nacional] y de menor interés» [227] Sin embargo, el 27 de enero de 1934, el director de Edificios Nacionales, Jorge Quiñones, escribió un informe de actividades de la sección durante el año anterior al ministro de obras públicas Alfonso Araújo. La comunicación, tal y como se lee en la página opuesta no deja duda de que para Quiñones no era buena idea reconstruir la imprenta en este lugar de la ciudad.

Sin embargo, la construcción del proyecto se llevó a cabo, y el 1 de mayo de 1936 se inauguró el nuevo edificio para la Imprenta Nacional [228]. Todo el influjo de energía de construcción de siglos se perdió en una gran irrupción convenientemente ocasionada por el fuego. Una irrupción que nació con mal augurio.

227 Carlos Niño Murcia, Arquitectura y Estado (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2019), 203-204.

228 El Tiempo, 30 de abril, 1936, 7.

Imprenta Nacional

Insisto en mi idea que te expuse en mi carta de hace varios días. Ayer estuve viendo el sitio de Santa Inés donde se va a hacer el edificio, y para pasar por la acera de enfrente tuve que pasar por entre canastos, montones de basura y varias recuas de mulas, con grave peligro para las espinillas. Por qué no hacemos este edificio donde están las bodegas del ferrocarril del norte, sobre la carrera 13? Nos quedaría sobrando el lote de Santa Inés, que puede venderse y, con su producto, aumentar un poco lo que se dispone para la imprenta. La ley 50 de 1931 autoriza al gobierno para hacer esta operación.

ARCHIVO GENERAL DE LA NACIÓN, SECCIÓN REPÚBLICA, FONDO MINISTERIO DE OBRAS PÚBLICAS, EDIFICIOS NACIONALES. CORRESPONDENCIA BOGOTÁ, PARQUE NACIONAL, LEGAJO 293, FOLIOS 212-213

PLANOS DE SANTA INÉS CON LA REFORMA Y EL EDIFICIO DE LA IMPRENTA NACIONAL. ELABORACIÓN DEL AUTOR

FACHADA SOBRE LA CALLE

FACHADA SOBRE LA CARRERA DÉCIMA

PLANTA BAJA CORTE

Planes urbanos

Ritmos nunca vistos en la ciudad vinieron con los planes urbanos, visiones generales sobre la ciudad que procuraban su correcto funcionamiento a través de su crecimiento y transformación. El nacimiento de la disciplina urbanística en la ciudad tenía un propósito principal: construir una ciudad moderna. El significado que tuvo la modernidad en Bogotá ha sido estudiado a profundidad, por lo tanto, no nos detendremos en este aspecto. Los planes urbanos tenían, por tanto, el propósito de la construcción de una imagen de ciudad específica, y esto implicaba continuar con las políticas de saneamiento que se habían iniciado desde las últimas décadas del siglo anterior. Un caso reseñable ocurrió en 1936, cuando el Departamento Municipal de Urbanismo logró llevar a cabo la solución para una de las mayores preocupaciones en torno a la salubridad y la higiene de la ciudad: el saneamiento del Paseo Bolívar. La modernidad significaba higiene y salubridad.

Alberto Saldarriaga distingue los planes urbanos del siglo XX en tres tendencias: planes de ensanche entre 1925 y 1944, como el Bogotá Futuro, planes reguladores modernos, entre 1938 y 1953, y planes de soporte a la acción financiera e inmobiliaria, desde 1957 [229]. A partir de estos planes, se gestaron las ideas y los proyectos que buscaban de diferentes maneras la modernización del centro de la ciudad y su conexión con el tejido urbano que se había construido con la expansión de la ciudad en las décadas anteriores. En estos planes era explícita la necesidad de construir vías amplias que atravesaran ese centro de la ciudad. Por su carácter totalizador, muchas veces contrario a

229 Alberto Saldarriaga, Bogotá siglo XX. Urbanismo, arquitectura y vida urbana (Bogotá: Departamento Administrativo de Planeación Distrital, 2000), 82-159. , citado en Ana Patricia Montoya y Esteban Armando Solarte, «Construir sobre lo construido. Una idea de ciudad moderna», en Angiolo Mazzoni. Acercamiento de la cultura arquitectónica en Colombia (1948-1963), ed. por Olimpia Niglio (Bogota: Ediciones UTadeo, 2017), 95.

APERTURA DE LA AVENIDA CARACAS. CA. 1944. FOTOGRAFÍA DANIEL RODRÍGUEZ. COLECCIÓN MUSEO DE BOGOTÁ - IDPC

PÁGINAS DOBLES SIGUIENTES: DEMOLICIÓN DEL EDIFICIO SALGADO PARA LA APERTURA DE LA CARRERA DÉCIMA. 1952. FOTOGRAFÍA DANIEL RODRÍGUEZ. COLECCIÓN MUSEO DE BOGOTÁ - IDPC AVENIDA JIMÉNEZ CON CARRERA DÉCIMA. 1966. FOTOGRAFÍA PAUL BEER. COLECCIÓN MUSEO DE BOGOTÁ - IDPC

las dinámicas propias de la ciudad, contadas veces se han llevado a cabo completamente.

En 1939, el Departamento Municipal de Urbanismo, a cargo del ingeniero Joaquín Martínez, elaboró el proyecto de transformación para el sector del mercado central, que planteaba la eliminación del mercado en esta zona de la ciudad [230] .La construcción de un centro cívico implicaba la apertura de las manzanas entre las calles 10 y 11, desde la Plaza de Bolívar hasta la carrera 11. Además, se proponía la apertura de dos calles diagonales, que conectaban el centro cívico con la Plaza de Nariño y con la Avenida 7 de Agosto, respectivamente, rompiendo las manzanas que estaban hacia el occidente de la carrera 11. Este proyecto no construido conservaba la iglesia de Santa Inés.

Lo que buscaban todos los planes era romper el centro, caracterizado por sus estrechas calles de origen colonial que impedían un tráfico fluido. En los planes a partir de 1944, principalmente en el Plan Piloto y en el Plan Regulador, la iglesia de Santa Inés, el último reducto del antiguo conjunto conventual, era un obstáculo para la realización de los planes urbanos.

La apertura de la Avenida Caracas se llevó a cabo a lo largo de la década de 1940. La Avenida, en 1946, se había extendido desde la calle 26 hasta la calle 13. En 1950 alcanzó Tres Esquinas en la Hortúa [231], continuando el eje definido por la Avenida 7 de Agosto. En esta irrupción, la Plaza de los Mártires quedó torpemente dividida en dos. Mientras la Avenida Caracas se abría paso por el centro de la ciudad, una nueva avenida se gestaba cuatro cuadras hacia el oriente.

230 García Ramírez, Plaza Central de Mercado, 221-224. 231 Diego Buitrago, «La Caracas escénica. Una calle bogotana para la sátira, la tragedia y la comedia» (tesis de la Maestría en Historia y Teoría del Arte, la Arquitectura y la Ciudad, Universidad Nacional de Colombia, 2018), 211-214.

Sin duda alguna, la mayor irrupción de Santa Inés a mediados de siglo XX fue la apertura de la carrera Décima. La biografía de esta avenida está narrada con detalle por Carlos Niño y Sandra Reina en el libro La carrera de la modernidad. La Carrera Décima en Bogotá (1945-1960) [232]. El trazado de esta vía implicó la desaparición de edificaciones a lado y lado de la antigua carrera Décima, desde la calle 26 hasta la Avenida Jiménez. Por otro lado, es interesante que, en un principio, el trazado de la avenida, al sur de la Jiménez, contemplara la demolición tanto de San Juan de Dios como de Santa Inés. Sin embargo, al final se decidió afectar exclusivamente el costado occidental. La Iglesia de San Juan de Dios se mantuvo en pie, pero Santa Inés no corrió con la misma suerte.

En 1946, el tercer número de la revista Proa publicó el proyecto de renovación urbana en la zona de Santa Inés «Bogotá puede ser una ciudad moderna-reurbanización de la plaza central de mercado y de las 16 manzanas vecinas» [233], empapándose del entusiasmo que generaba la prometedora construcción de la Avenida Décima. Luz Amorocho, Enrique García, José J. Angulo y Carlos Martínez propusieron la demolición del horrible sector de la plaza de mercado un año antes de que Osorio Lizarazo volviera a plantear de nuevo su necesidad inminente, describiendo detalladamente las escenas que allí cotidianamente ocurrían. Una nebulosa de connotación negativa sobre este lugar era omnipresente para la sociedad bogotana del momento. Sin embargo, tenía un potencial de transformación importante, por estar en el centro de la ciudad: «Sucede que en el centro de la ciudad están sus más desaseados y sórdidos barrios, pero su existencia es una gran riqueza, una estupenda mina que puede y debe ser aprovechada por la colectividad; se llama VALORIZACIÓN» [234]. Para los autores del proyecto, valorizar

232 Carlos Niño Murcia y Sandra Reina Mendoza, La carrera de la modernidad. Construcción de la Carrera Décima. Bogotá (1945-1960) (Bogotá: Instituto Distrital de Patrimonio Cultural, 2010).

233 Proa n.°3 (1946): 15-26.

234 Proa n.° 3 (1946): 16.

SOLUCIÓN DEL PROBLEMA 5. EDIFICIOS PARA VIVIR COLECTIVAMENTE CON ALEGRÍA, CON HIGIENE Y CON OPTIMISMO. PROA NO. 3. 1946. OCTUBRE

SOLUCIÓN DEL PROBLEMA 6. ARQUITECTURA FUNCIONAL PROPIA DE LOS ESPÍRITUS JÓVENES. PROA NO. 3. 1946. OCTUBRE

significa urbanizar en el centro de la ciudad: «[l]a operación para obtener grandes riquezas es sencilla, consiste en valorizar por medio de urbanizaciones oficiales, caracterizadas por anchas calles, algunos sectores de la ciudad» [235]. De esta manera, presentan su proyecto, que busca hacer tabula rasa para construir una serie de barras horizontales sobre una gran área verde, que «no es ni el Parque Monceau, ni el Central Park, ni los Jardines de Palermo» [236]:

PROA con el deseo de colaborar en la empresa «pone en Flandes esta primera pica» y propone: Reurbanizar oficialmente el sector más desaseado, el llamado Plaza de Mercado, comprendido entre las calles 11 y 7ª y entre las carreras 9ª y 12-B. El conjunto son 16 manzanas que claman por demolición, incendio o terremoto. En esos terrenos se puede alojar, en edificios de 4, 6 y 8 pisos, seis veces la población actual, la que para comodidad contaría con higiénicos almacenes y confortables apartamentos, y para su deleite, verdes jardines y alegres y anchas calles; y como emolumento a tan meritoria obra, el Municipio colocaría en su escarcela una bonita millonada [237].

Este ingenuo y optimista urbanismo permite entender cómo, en ese momento, se consideraba necesario una nueva forma urbana para poder transformar las imágenes contenidas en sus lugares. El caricaturesco contraste entre una pesadilla y un sueño, comparando las dantescas imágenes de la plaza de mercado con las limpias imágenes de los mer-

235 Proa n.° 3 (1946): 16.

236 Proa n.° 3 (1946): 21.

237 Proa n.° 3 (1946): 16.

DIBUJO DE LA PLAZOLETA A LO LARGO DE LA CARRERA DÉCIMA CON EL CONJUNTO DE LAS IGLESIAS SAN JUAN DE DIOS, LA CONCEPCIÓN Y SANTA INÉS. 1951. ANGIOLO MAZZONI. MUSEO MART (ITALIA). ARCHIVO ANGIOLO MAZZONI

DIBUJO DE INTERVENCIÓN DEL CENTRO HISTÓRICO SOBRE UN PLANO DE BOGOTÁ. 1948. ANGIOLO MAZZONI.MUSEO MART (ITALIA). ARCHIVO ANGIOLO MAZZONI

cados modernos, reitera cómo las imágenes asociadas al mundo rural también debían transformarse.

Si el proyecto de Proa manifiesta el entusiasmo de la tabula rasa moderna, el plan para el centro de Bogotá de Angiolo Mazzoni, desarrollado entre 1951 y 1953, rescata los valores de la arquitectura histórica -colonial- a partir de la noción de monumento y de su integración a un nuevo tejido urbano. El interés de Mazzoni «no estuvo en la transformación de la ciudad, al contrario, se mantuvo en la observación minuciosa y prudente de la relación espacial de monumentos arquitectónicos como lugares de memoria, donde cobró gran valor la experiencia del habitante». [238] Este plan, que abarca todo el centro de la ciudad, coincide justamente con

238 Montoya y Solarte, «Construir sobre lo construido», 95.

DEMOLICIÓN DE LA PLAZA CENTRAL DE MERCADO. 1952. FOTOGRAFÍA SAÚL ORDUZ. COLECCIÓN MUSEO DE BOGOTÁ - IDPC

los primordios de la configuración de un centro histórico, incluyendo diferentes conjuntos de arquitectura histórica que se ven potenciados por las intervenciones que Mazzoni plantea.

De esta manera, Mazzoni pensó «la Carrera 10ª como eje histórico-artístico de la capital», cuyo remate sería la iglesia de Santa Inés. Una plazoleta y una serie de arcadas para recorridos peatonales la vincularían espacialmente con las iglesias de San Juan de Dios y La Concepción. Mazzoni reconocía el carácter monumental de la arquitectura colonial; sin embargo, no piensa de la misma forma de la arquitectura republicana, cuyo valor de permanecer en el escenario urbano no reconoce (el Palacio de la Gobernación, por ejemplo, le resulta feo).

En 1953 se llevó a cabo la anhelada demolición de la Plaza Central de Mercado, pues el aprovisionamiento de abastos en el centro de Bogotá resultaba cada vez más inoficioso e inoperante. La irrupción que había permitido la construcción del elegante edificio que hoy la ciudadanía añora había dado resultados fugaces. Ese sería el destino de Santa Inés unos años después, tras haber sido objeto de polémicas que abogaban por su conservación. El péndulo entre los ejercicios de lectura y reescritura del espacio urbano estaba presente en Santa Inés.

Polémicas

La dualidad entre el proyecto de Proa y el plan de Angiolo Mazzoni es manifestación de la tensión que se vivía en el ímpetu modernizador de la ciudad en la primera mitad de siglo XX que, justamente, generó una reacción que defendió la arquitectura histórica a partir la década de 1930. Durante la república liberal, entre 1930 y 1946, la polémica entre los liberales y los conservadores utilizó el terreno de la con-

servación de la arquitectura como escenario de discusión política, según menciona Catalina Muñoz, pues «al apoyar las demoliciones en nombre de la modernización, los liberales reclamaban un lugar privilegiado en la historia nacional como los líderes del progreso, legitimando su poder político» [239]. Sin embargo, según la autora, las políticas liberales fueron efectivamente continuistas de las reformas modernizadoras de los gobiernos conservadores. La pregunta por la conservación se hizo efectiva sólo hasta la llegada de los liberales, quienes defendían el progreso de la ciudad frente a los conservadores, que comenzaron a exaltar los vínculos con el pasado hispánico que manifestaba la arquitectura de ese tiempo. La arquitectura colonial entendida como remanso frente a la hipermodernización de la ciudad implica un tono nostálgico evidente.

En efecto, ya había sido demolido el claustro de Santa Clara a comienzos de la década de 1910, y la demolición del claustro de Santa Inés no parece haber generado mayor interés. Sin embargo, la demolición del claustro de Santo Domingo a partir de mayo de 1939 y la de iglesia en 1946 [240] generó un fuerte impacto entre la población. La Academia Colombiana de Historia y la Sociedad de Mejoras y Ornato intercedieron fuertemente por su conservación. La Academia Colombiana de Historia fue fundamental para construir escenarios para la valoración del patrimonio en Colombia [241]. A su vez, en el Registro Municipal, en los años 30, hacían «especiales» sobre la arquitectura colonial de la ciudad, denominados «Es-

239 Catalina Muñoz Rojas, «Redefiniendo la memoria nacional: debates en torno a la conservación arquitectónica en Bogotá, 1930-1946», Historia Crítica, n.°40 (enero-abril 2010), 23.

240 Sobre la demolición del Convento de Santo Domingo, consultar Liliana Rueda Cáceres, Modernización urbana y monumentos históricos. El caso de la demolición del antiguo Convento de Santo Domingo. Bogotá 1925-1946 (Bucaramanga: Ediciones UIS, 2013).

241 Juanita Barbosa, «El papel de la Academia Colombiana de Historia en la Conservación del Patrimonio Cultural Inmueble», Ensayos. Historia y Teoría del Arte n.°24 (2012).

tampas de Santa Fe y Bogotá» [242]. La dimensión de la polémica por la conservación de la arquitectura colonial se hace cada vez más evidente y explícita en diversos escenarios.

El 27 de diciembre de 1932, Karl Brunner, recién llegado a Bogotá, concedió una entrevista a El Tiempo desde su primera posada en el Hotel Pacífico. En esta entrevista, tal y como se lee en la página siguiente, menciona que en la ciudad no existe propiamente ni la arquitectura colonial ni la arquitectura moderna, pero sí una arquitectura bogotana cuyo valor debería garantizar su permanencia.

Si bien Brunner no denomina a la arquitectura bogotana como colonial, en los años posteriores hubo un estudio importante sobre la arquitectura del período colonial y su defensa, principalmente por académicos, historiadores y antropólogos, que vieron en la arquitectura pasada un signo de identidad importante. Este fue el caso de Santa Inés, cuyo valor como arquitectura fue reconocido en diferentes documentos.

Alfredo Ortega, en Arquitectura de Bogotá, menciona la inconveniente verticalización de la ciudad en los años 20, y añora la ciudad de la colonia. Exalta la arquitectura tradicional bogotana -colonial- por sus cualidades vinculadas a un pasado bucólico, rechazando la arquitectura que tiende a verticalizarse en un trazado obsoleto que, no obstante, presenta varias cualidades: «La arquitectura colonial, al huir de la pica demoledora que la persigue de continuo, se ha refugiado en la parte alta de la ciudad, donde pueden verse aún calles de estilo pintoresco, estrechas y sinuosas, sobre las cuales se levantan enormes caserones, de estructura tosca y pesada» [243] Desde la perspectiva de los estilos, en el apartado Portadas y puertas, incluye las de la Iglesia de

242 Ver Registro municipal, año LIII, n.° 7, 15 de abril, 1933; año LVII, n.° 106, 31 de mayo, 1937.

243 Alfredo Ortega, «Arquitectura de Bogota», Anales de Ingeniería, n.os 373 y 374 (1924): 286.

Quiere usted decirnos, doctor, qué impresión le ha causado Bogotá, como ciudad moderna? Francamente, todavía es muy temprano para adelantar concepto alguno sobre este delicado punto. Sin embargo, en los paseos que he venido haciendo he podido observar que, entre todas las ciudades de América que conozco, que son muchas, me parece que Bogotá es la que tiene características más homogéneas y propias. Aquí no existe el estilo propiamente arquitectónico colonial, ni tampoco el moderno. Es una arquitectura que debiéramos llamar bogotana, que se debe indiscutiblemente al clima, altura y características raciales, pero que, en todo caso, debe conservarse y cultivarse como la más apropiada para la ciudad futura, y así deben indicarlo los profesores de la materia, en la Facultad de Ingeniería.

DECLARA QUE HAY

Santa Inés, de las que hace un análisis de su forma e incluye dos fotografías.

Guillermo Hernández de Alba, de la Academia Colombiana de Historia, fue uno de los grandes defensores de la conservación de la arquitectura colonial. En una serie de documentos mecanografiados, Hernández de Alba describe y valora algunas iglesias coloniales de Bogotá, junto con sus calles, pues «[n]ada hay tan amable en una ciudad de ímpetu moderno iconoclasta como sus calles viejas. Las que parecen

PUERTA DE SANTA INÉS. 1924. ALFREDO ORTEGA. ARQUITECTURA DE BOGOTÁ. EDITORIAL MINERVA

ocultarse a la demoledora pica, se refugian en la parte alta y sur de la ciudad antigua, silenciosas, errumbrosas, diríase tendidas, fatigosamente venciendo cuestas y hondonadas […]» [244]. Una de las iglesias que describe es Santa Inés, edificio cuya conservación defendió en múltiples instancias y para lo que escribió varios artículos. Sin embargo, no menciona ni su situación ni sus circunstancias en el escenario urbano bogotano de mediados de siglo XX. De Santa Inés dice lo siguiente:

Su aspecto exterior, como el de Santa Clara, presume de fortaleza. Son dignas de atención las dos portadas de cantería. La arquitectura muestra originalidad por estar sostenida toda la fábrica por dos ámbitos que demarcan al ámbito. La interesante decoración interior es obra de maestros y artesanos conocidos, que labraron en el siglo XVIII el sobrio altar, los florones y veneras del atrayente artesonado, las tallas del revestimiento del arco toral. Un clérigo artista hizo los tableros del púlpito y algunas de las imágenes coloniales. En esta iglesia fue enterrado –el 11 de septiembre de 1808- el sabio naturalista español José Celestino Mutis, de nombre inmortal [245].

La descripción de Hernández de Alba se enmarca en las corrientes de la historia del arte del momento sobre arte colonial, que analizan los elementos formales del arte de manera taxonómica. Francisco Gil Tovar es otro autor que se

244 Guillermo Hernández de Alba, «Arquitectura colonial», Biblioteca Luis Ángel Arango, Libros Raros y Manuscritos, Fondo Guillermo Hernández de Alba, sin fecha, manuscrito.

245 Hernández de Alba, “Arquitectura colonial”.

guía por estos principios estilísticos. A su vez, señala cómo ciudades como Tunja conservan aún un carácter colonial, y sus templos «no sólo no están desplazados y aplastados como los de Bogotá, sino que parecen presidir aún la tranquila vida local» [246]. De Santa Inés destaca estos aspectos:

Ilustración IX. Interior del templo de Santa Inés. Segunda mitad del siglo XVII. Demolido en 1956-57. Bogotá. Los florones del alfarje, obra de los artesanos Marcos Suárez y Francisco de Ascucha, así como el retablo principal de Pérez del Barco, mantienen, dentro de su mudejarismo y barroquismo, el equilibrio renacentista [247].

En este momento, en el que se estaba destruyendo la arquitectura colonial y había tanta polémica entre su conservación y la construcción de la ciudad moderna, no es casualidad que hayan surgido múltiples estudios de arte y arquitectura colonial, como los de Francisco Gil Tovar, Luis Duque Gómez, Guillermo Hernández de Alba y, posteriormente, los de Alberto Corradine y Jaime Salcedo, coincidiendo con el nacimiento de la disciplina de la restauración en Colombia. La restauración surgió al ver cómo diferentes irrupciones promovían la caída de edificios coloniales que, en muchos casos, pretendían cambiar las imágenes que contenían.

246 Francisco Gil Tovar, Trayecto y signo del arte en Colombia (Bogotá: Ministerio de Educación Nacional, División de Extensión Cultural, 1957), 22.

247 Francisco Gil Tovar, Trayecto y signo, 24.

Aceleración final

La última irrupción que se presenta en esta variación es la construcción de la carrera Décima. El edificio de la Imprenta Nacional, que no alcanzó a cumplir 20 años en pie, fue demolido junto con muchos otros para dar paso a esta avenida. La presencia de la iglesia de Santa Inés, sin embargo, era un elemento en tensión con la construcción de esta amplia y moderna vía. La cronología de esta confrontación la relatan con precisos detalles Carlos Niño y Sandra Reina en su libro [248]. Diversas voces sonaron en defensa de esta reliquia colonial [249]: se mencionaba que la iglesia se demolería «porque sí», pues «los monumentos que tienen un valor histórico, mayor o menor, no se tumban» [250]. Se sugería hacer una rotonda que desviara el tráfico, conservando Santa Inés en su centro. Sin embargo, es posible que para los padres redentoristas resultara mejor asentarse en un nuevo lugar alejado de los sensibles inconvenientes que tenía este, nuestro antiguo borde occidental de la ciudad histórica, que recientemente había sido sobrepasado.

La demolición de la iglesia inició el 14 de noviembre de 1956 [251]; sin embargo, lo que permitió detenerla durante un tiempo fue la necesidad que manifestó la Academia Colombiana de Historia, justamente, de encontrar los restos mortuorios de José Celestino Mutis, que se hallaban enterrados bajo el suelo de la iglesia. El arqueólogo Luis Duque Gómez fue el encargado de hacer los levantamientos y excavaciones para encontrarlos. La tumba del Sabio Mutis fue encontrada entre decenas de otras tumbas en febrero de 1957 [252]. De

248 Niño y Reina, La carrera de la modernidad.

249 Guillermo Hernández de Alba, «Cenizas de la patria. La iglesia de Santa Inés», El Tiempo, 12 de septiembre, 1952, 4.

250 Emilia Pardo Umaña, «Las viejas iglesias. El templo de Santa Inés», Intermedio, 25 de mayo,1956, 4.

251 El Tiempo, 15 de noviembre, 1956, 3.

252 Luis Duque Gómez, El descubrimiento de la tumba del Sabio Mutis. Informe sobre las excavaciones practicadas en el antiguo Templo de Santa Inés, prólogo de Guillermo Hernández de Alba (Bogotá: Academia Colombiana

SANTA INÉS. SEMANA NO. 536. 1 A 8 DE MARZO DE 1957

esta manera, la piqueta demoledora llevó a la desaparición de la iglesia de Santa Inés el 3 de abril de 1957 [253], después de tres siglos de presencia física en el escenario urbano. La imagen de esta iglesia colonial modernizada, enfrentándose al ángel de la historia, es la que se ha conservado en la memoria de la ciudad y de sus habitantes.

Cuando en Andante se hacía referencia al carácter móvil de la arquitectura, no se hacía referencia precisamente a casos sonados como el del edificio Cudecom o la casa Santa Clara de Monserrate, que fueron trasladados para dar paso a nuevos espacios para la movilidad vehicular. Se hacía referencia a que, dadas las circunstancias, la arquitectura se transforma muy rápidamente. Sin embargo, el sentido más literal de lo móvil sí ocurre en Santa Inés, pues muchos de los elementos materiales que la constituían se reutilizaron en la iglesia de San Alfonso María de Ligorio para los padres redentoristas y en la restauración que se hizo de la Casa del Florero en 1960 [254].La persistencia de las formas materiales constituye, efectivamente, una forma de persistencia de la memoria.

En 1954, dos años antes de comenzar la demolición de la iglesia, Alfredo Rodríguez Orgaz elaboró el proyecto «iglesia y convento de Santa Inés de los RR PP redentoristas», que se construiría en el lote que Roma autorizó comprar a la congregación en el nuevo barrio de La Soledad. Lo particular de este proyecto, además del clasicismo ecléctico de Rodríguez Orgaz en plena década de 1950 y su construcción en espejo respecto del proyecto, es que en la planimetría se hace explícita la inclusión de varios retablos preexistentes, así como una reconstrucción del arco toral del templo colonial, tal y como se observa en las fotografías de las páginas dobles siguientes [255]. En algún de Historia, 1960).

253 Pardo Umaña, «Las viejas iglesias», 1.

254 Revista del Ministerio de Obras Públicas, Bogotá, 1962.

255 Archivo Alfredo Rodríguez Orgaz, Libros Raros y Manuscritos, Biblioteca Luis Ángel Arango.

momento, la iglesia cambió su nombre a San Alfonso María de Ligorio, en honor del fundador de la congregación del Santísimo Redentor, y se construyó en simetría especular respecto de los planos dibujados por Rodríguez Orgaz. Actualmente está en la memoria de la ciudad que Santa Inés se trasladó a San Alfonso y, efectivamente, ahí se pueden ver los retablos, celosías, dos portadas de piedra, el arco toral y una sutil adaptación de la cubierta del antiguo templo colonial. Si rescatar obras de arte (pinturas, esculturas e, incluso, retablos) puede ser una tarea relativamente sencilla, resulta bastante particular que se hayan recuperado elementos eminentemente arquitectónicos, que constituían parte de la iglesia tanto como sus muros. De esta manera, la iglesia de San Alfonso conserva en su espacio interior la memoria material de Santa Inés, como huellas, rastros o indicios de la presencia de otra iglesia desaparecida. Cuál fue la cronología precisa de este tránsito y sus motivaciones particulares es aún una incógnita porque, actualmente, los padres redentoristas no parecen muy dispuestos a abrir las puertas de su archivo.

La defensa de Santa Inés no prosperó. En 1919, la Secretaría de Obras Públicas Municipales solicitaba a la Sociedad de Embellecimiento su concepto para la demolición de columnas del frontis de la iglesia de Santa Inés para hacer andenes. La Sociedad de Embellecimiento no lo emitió, por «tratarse de destruir una obra antigua, y no creyendo que con la destrucción proyectada fuera a hacerse una labor meritoria para la estética» [256]. Pero en 1956 todo cambió. No fueron las columnas que debían demolerse para hacer andenes, sino la iglesia entera para dejar pasar una avenida de 40 metros de ancho, que permitiera, por fin, el saneamiento de este lugar de la ciudad enmascarado de modernidad. Lo que no se tuvo en cuenta fue la persistencia de una memoria acumulada durante siglos.

256 Archivo Sociedad de Mejoras y Ornato de Bogotá, Acta de la sesión del 19 de agosto de 1919 de la Sociedad de Embellecimiento, libro 4, f. 21.

PÁGINA DOBLE ANTERIOR: ARCO TORAL Y ALTAR MAYOR DE LA ANTIGUA Y DESAPARECIDA IGLESIA DE SANTA INÉS UBICADO AL INTERIOR DE LA IGLESIA DE SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO. 2024. FOTOGRAFÍA CAMILO RODRÍGUEZ – IDPC

PÁGINA OPUESTA: PORTADA DE LA ANTIGUA Y DESAPARECIDA IGLESIA DE SANTA INÉS UBICADA AL INTERIOR DE LA IGLESIA DE SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO Y DETALLE DE UNA COLUMNA. 2024. FOTOGRAFÍA ALFREDO BARÓN. IDPC.

ABAJO: PORTADA DE LA ANTIGUA Y DESAPARECIDA IGLESIA DE SANTA INÉS UBICADA AL INTERIOR DE LA IGLESIA DE SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO. 2024. FOTOGRAFÍA ALFREDO BARÓN – IDPC

El proyecto que significaba la carrera Décima como hecho urbano, configurado por altas torres de volúmenes y líneas puras, no se construyó definitivamente sobre todo hacia el sur de la Avenida Jiménez. Hoy en día existen arquitecturas previas a las que se pretendía construir con la apertura de la avenida, como la iglesia de San Juan de Dios o el Pasaje Rivas, en el costado oriental. Sin embargo, una vez se terminó la avenida, ya no estaban ni el Hospital San Juan de Dios, ni la Plaza de Mercado, ni las Bethlemitas, ni la Imprenta Nacional ni la iglesia de Santa Inés. En todo caso, su presencia ha resonado hasta nuestros días en su memoria contenida en este lugar.

La estructura formal que determinó la arquitectura del conjunto conventual de Santa Inés permaneció sin mayores modificaciones hasta su demolición. Las reformas para el mantenimiento del claustro fueron constantes, si bien se sabe que se hicieron adecuaciones importantes para convertirlo en sede de la Escuela de Medicina y, posteriormente, para hacerlo establecimiento de la Imprenta Nacional. Por otro lado, la modificación más importante de la iglesia de la que se tenga registro fue la desconcertante remodelación de la fachada sobre la calle Décima. La demolición del claustro de Santa Inés no es un caso aislado, pues casi todos los claustros coloniales sucumbieron ante la piqueta demoledora en diferentes momentos de la primera mitad del siglo XX (de los claustros coloniales, solo se conservan las aulas de San Agustín, las aulas de los jesuitas, el claustro del Rosario, el de los candelarios y el de las Aguas). Sin embargo, la demolición de la iglesia fue polémica porque, por un lado, la demolición de los claustros, ya despojados de su antigua vocación religiosa, no generaba controversia ni herejía como la demolición de las iglesias que continuaban siendo casas de Dios; y por otro, todavía traía a la memoria la reciente demolición de Santo Domingo. Si bien la demolición de Santa Inés significó para muchos la pérdida de un edificio colonial de gran importancia, la necesidad de transformar el carácter

de los lugares aledaños se impuso sobre el valor que podía tener una pieza de arquitectura del pasado.

Por supuesto, la memoria de las irrupciones tiene que ver con las formas en las que la ciudad ha lidiado con sus lugares problemáticos, siendo las irrupciones más potentes las llevadas a cabo durante la segunda mitad del siglo XX y los albores del siglo XXI. Estas irrupciones, generalmente, resultan incompletas. Las memorias de la carnicería, del hospital, de los ríos, presencias incómodas, se manifestarían eventualmente, pese a los intentos de eliminarlas, por su larga duración.

Santa Inés se ha configurado como una pieza urbana que resulta incómoda para la planeación de la ciudad. Su ambigua ubicación como periferia del centro la hace objeto de deseos de transformación de su imagen, justamente por su cercanía al centro que sí es «de mostrar», justamente en consonancia con la configuración de un centro histórico. Esta memoria del deseo de transformación de sus imágenes, de su carácter y de su vocación se ha impreso en su historia repetidas veces. ¿Hasta cuándo los tiempos veloces seguirán irrumpiendo en la memoria de este lugar de la ciudad? ►

CODA

La persistencia de la memoria = 80 ppm

Santa Inés continúa en el centro de Bogotá, al occidente de La Candelaria. Ya nadie recuerda de dónde viene su nombre, pues su existencia está puesta en entredicho. Ahora no están ni la Plaza Central de Mercado, ni el Hospital San Juan de Dios, solo quedan la iglesia del monasterio de La Concepción y las imperceptibles huellas del río San Francisco en el trazado de algunas sinuosas callejuelas de San Victorino. Todo se ha demolido. En apariencia, todo ha cambiado. Y, aunque la memoria que se ha querido construir ha buscado dar un nuevo sentido a este lugar vacío, la memoria que se ha acumulado durante siglos en el espacio persiste tercamente.

Resonancias in crescendo de un lugar de martirio

La aparente paradoja de esta historia es que, una vez se demolieron la iglesia y el claustro, se haya comenzado a llamar barrio Santa Inés al borde occidental de la ciudad histórica, del que se ha hablado a lo largo de este texto, ahora configurado por sus nuevos límites con el oriente y el occidente, la Décima y la Caracas. Sin embargo, si se tiene en cuenta cómo las irrupciones han definido en esencia la memoria de este lugar, no resulta tan paradójico. La situación de Santa Inés hacia el occidente permitió construir una relación de sentido entre su nombre y el borde occidental como hecho periférico. En esa vía, en el movimiento final de esta composición estudiaremos las resonancias contenidas en torno a este barrio Santa Inés y otras irrupciones que se siguen planteando en torno a esta nebulosa de la ciudad.

Existe el mito de que el barrio «se dañó» una vez se demolió la iglesia de Santa Inés, como si una maldición hubiera caído por la herejía cometida. Sin embargo, en los anteriores capítulos se ha demostrado cómo la connotación negativa estaba presente desde hacía tiempo. En 1958, San Victorino era descrito como una «zona irredenta» [257]:prostitución, cafés, coperas, hoteluchos donde se llevaban a cabo actividades ilícitas y vida nocturna caracterizaban a las calles cercanas a la antigua plaza, que se había ampliado recientemente. El 6 de marzo de 1959, Agustín Maldonado enviaba al correo de El Tiempo comunicación epistolar en la que ponía de manifiesto la necesidad de sanear toda la «zona negra» de Bogotá, cuyos límites define entre las calles 7 y 13 y entre las carreras 10 y 21 [258]. Ese calificativo perduraría en la prensa bogotana de la década de 1960, bajo una característica

257 Carlos Cabrera Lozano. «San Victorino, una zona irredenta», El Tiempo, 30 de enero de 1958: 9.

258 Agustín Maldonado, «Saneamiento de un Sector», Correo de El Tiempo, 6 de marzo, 1959, 16.

PROCESO DE DEMOLICIÓN DEL BARRIO SANTA INÉS- EL CARTUCHO. S.F. FOTOGRAFÍA: JOHN BERNAL.

noción periférica y arrabalera extendida ad infinitum en el tiempo. En un reporte del 1 de abril de 1967 del mismo periódico, se insistía en su carácter delictivo y en la inminente necesidad de su erradicación:

EN UNO DE LOS MÁS PELIGROSOS

SECTORES DE LA CIUDAD se ha convertido la zona de la carrera 11, entre calles 8ª a 11. La calle 10, de la carrera 11 a la 14 y la calle 9ª, entre las mismas carreras mencionadas, es nido de gentes indeseables, mujerzuelas, raponeros, etc., que urge erradicar, en una campaña de saneamiento indispensable, de un lugar ubicado en pleno centro de la ciudad [259].

La antigua finca de La Estanzuela se había urbanizado desde la década de 1940. Por tanto, la pieza urbana que configuraba históricamente Santa Inés, de carácter de borde y arrabalero, ya no era una periferia de la ciudad construida. En ese sentido, conservaría este carácter periférico con el surgimiento del notorio fenómeno de la Calle del Cartucho, objeto de repetidas denuncias por parte de la prensa a lo largo de la década de los noventa. En 1942, Ximénez escribía una crónica de esta calle: aunque ya habitaban personas miserables, [260] tenía aún «sabor colonial». Sin embargo, toda idea sobre lo colonial debe tratarse con cuidado. Como se ha explicado a lo largo del documento, las calles cercanas al río San Francisco, hacia el occidente, eran característicamente suburbanas hasta bien entrado el siglo XIX.

Algunas voces explican el surgimiento del Cartucho a partir de la apertura de las avenidas Décima y Caracas en el centro

259 «Zona “Negra” en Pleno Centro», El Tiempo, 1.o de abril, 1967, 10.

260 José Joaquín Jiménez, «Relato de la Calle del Cartucho», El Tiempo, 7 de noviembre, 1942, 4 y 6.

ARRIBA: CASAS UBICADAS EN LA CALLE 11 CON CARRERA 11. 2024. ABAJO: ANTIGUA CASA DE SANTA INÉS UBICADA EN LA CARRERA 13 CON CALLE 10. 2024. FOTOGRAFÍAS CAMILO RODRÍGUEZ-IDPC
PLAZA DE SAN VICTORINO. CA. 1930. SOCIEDAD DE MEJORAS Y ORNATO DE BOGOTÁ. ARCHIVO JOSÉ VICENTE ORTEGA RICAURTE. XIV-1095

de la ciudad, vías modernas que se configuraron como fronteras invisibles y habrían fragmentado esta zona rompiendo cualquier posibilidad de continuidad con el tejido urbano contiguo. Otra de las explicaciones que se suelen dar para explicar el deterioro de Santa Inés es el de ser un punto de afluencia de viajeros, promovido por la presencia de una terminal de transportes intermunicipales sobre la avenida Caracas. Por ejemplo, Olga Lucía Pico, antigua habitante del Santa Inés, entrevistada por Ingrid Morris, «recuerda que su tía tuvo un motel y que su mamá le contaba cómo entre los años treinta y los cuarenta, ella, su madre, se crió en el Hotel Doima, que era una residencia de paso a donde llegaban los conductores de las empresas de transporte» [261]. La memoria de itinerancia, que se había configurado desde tiempos coloniales por su relación con el territorio hacia el occidente y por la consecuente presencia de viajeros, de clase baja, se seguía manifestando durante las décadas centrales del siglo pasado.

Las feas imágenes humanas del arte de la memoria perduraron pese a la nueva secuencia ordenada de lugares de la ciudad, producto de la expansión urbana y de las transformaciones en la ciudad construida. Santa Inés, que ya había perdido su vocación periférica para ser pleno centro de la ciudad, conservaba una persistente connotación negativa. En ese sentido, durante la segunda mitad del siglo XX se plantearon diferentes iniciativas de transformación de la zona, que incluían, desde luego, proyectos de renovación urbana [262]. En 1972, la manzana de Santa Inés se había demolido por completo y la que ocupaba la Plaza Central de Mercado continuaba vacía [263]. Las irrupciones en Santa Inés han pretendido, justamente, construir un lugar vaciado,

261 Ingrid Morris, En un lugar llamado El Cartucho (Bogotá: Instituto Distrital de Patrimonio Cultural, 2011), 35.

262 Por ejemplo, ver Unidad Coordinadora de Programas Especiales, «Plan Centro», en Programa para la recuperación urbana del sector de San Victorino –Santa Inés (Bogotá: Alcaldía Mayor de Bogotá, 1993).

263 Aerofotografía del vuelo C-1415 de 1972, en Bogotá. Un vuelo al pasado (Bogotá: IGAC y Villegas Editores, 2010), contraportada.

La Plaza de los Mártires, ubicada entre la calle 10ª y la 11 con carreras 13 y 15, era a finales de los años cuarenta, el paradero de buses que llegaban y salían de la ciudad. En 1953 el cronista González Toledo informó que más de doscientos buses entraban diariamente a este lugar de la ciudad. Describió cómo esta cualidad fomentaba la expansión de un conglomerado de servicios de hostería y lugares de piquete, frecuentados por los choferes y viajeros que arribaban a la zona, siendo el ingreso y circulación de viajeros un factor que convertía el territorio en un terreno atractivo para el robo, el embuste y la prostitución.

MARÍA ATUESTA ORTIZ, «LA CIUDAD QUE PASÓ POR EL RÍO», TERRITORIOS N°25 (2011), 204205
“SOPLADERO” O LUGAR DE CONSUMO DE ESTUPEFACIENTES EN EL CARTUCHO. S.F. FOTOGRAFÍA: JOHN BERNAL.

despojado de todo contenido real, transformando radicalmente la vocación y la connotación que lo han caracterizado históricamente.

En los capítulos centrales de esta publicación, se ha estudiado cómo las diferentes presencias en torno a Santa Inés configuraron una constelación de eventos que funcionarían como fundamento histórico para la emergencia de fenómenos complejos que constituyen, esencialmente, el persistente y eterno retorno a los lugares periféricos: las chicherías de antes son las ollas de expendio de estupefacientes actuales en versión metápolis contemporánea del tercer mundo. Las teorías higienistas del siglo XIX y de comienzos del siglo XX se volcaron en la higiene moral y legal, mientras en el presente el saneamiento se sigue repitiendo, enmascarado de «renovación urbana». Santa Inés, durante la segunda mitad del siglo XX, continuó como el lugar del martirio de la ciudad, un martirio extremo, donde todo lo más terrible tenía lugar: refugio de habitantes de calle, consumo de drogas, delincuencia y múltiples violaciones a los derechos humanos. A finales de siglo, esta situación se tornó insostenible para la administración, y tuvo que llevar a cabo lo que se había planteado 60 años antes: su demolición.

La memoria del Cartucho: entre la desaparición y la conmemoración

La intervención en la Calle del Cartucho, demolida junto con el barrio Santa Inés en su totalidad, comenzó con una decisiva arremetida de la fuerza pública llevada a cabo por la primera administración del entonces alcalde mayor de Bogotá Enrique Peñalosa para la construcción del parque Tercer Milenio. Este parque está constituido por 16 hectáreas de las 251 propuestas del polígono del Acuerdo 6 de 1990, que definió las políticas de renovación urbana para Bogotá, las cuales «[…] tenían como fundamento el fomento a la inversión extranjera

PROCESO DE DEMOLICIÓN DEL BARRIO SANTA INÉS- EL CARTUCHO EN PRESENCIA DE POLICÍAS. S.F. FOTOGRAFÍA: JOHN BERNAL.

y el impulso al gran capitalismo» [264]. es decir, gentrificación a través de la construcción de espacios públicos para erradicar el desorden [265]. Los límites de este nuevo equipamiento de escala metropolitana están configurados por la Ccarrera Décima y la avenida Caracas, y las calles Sexta y Novena, si bien las manzanas entre las calles Novena y Décima también fueron parte de la demolición y, aún hoy en pleno siglo XXI, no se han construido completamente. En ese sentido, esta fue una intervención incompleta.

Es difícil encontrar en el repertorio de ciudades latinoamericanas escenarios similares de degradación y violencia que, además, hayan tratado de resolverse a través de irrupciones rápidas y decisivas. La demolición del Cartucho y la construcción del Parque Tercer Milenio no tiene operación comparable en suelo latinoamericano. Es solo superada por la grandilocuente demolición de Kowloon, el hiperdenso vecindario en Hong Kong, en la década de 1990, en donde ahora se emplaza el Kowloon Walled City Park.

El parque Tercer Milenio se comenzó a gestar desde 1998, junto con otras intervenciones que la administración Peñalosa llevó a cabo en el centro de la ciudad: el desalojo de las casetas de la Plaza de San Victorino y la construcción del Eje Ambiental en la Avenida Jiménez. Tras diversos enfrentamientos entre la policía y sus habitantes, se adquirieron los predios y se demolieron todas las construcciones de dieciséis manzanas históricas, a excepción de Medicina Legal y el Colegio Santa Inés, con el pretexto de eliminar la delincuencia y borrar de la memoria de la ciudad uno de los episodios más absurdos de su historia reciente. El parque, en el que

264 Carlos Martín Carbonell Higuera, «El reordenamiento del espacio urbano en el sector de San Victorino y Santa Inés (Bogotá) en relación con las dinámicas de informalidad y marginalidad (1948-2010)», Territorios, n.°24, (2011): 133.

265 Federico Pérez, «Peopling Space: Contemporary Redevelopment in Bogotá», openDemocracy, 2013, https://www.opendemocracy.net/en/opensecurity/peopling-space-contemporary-redevelopment-in-bogota/

difícilmente se encuentran huellas físicas pasadas, se inauguró en 2004. El único rastro de la iglesia de Santa Inés en el espacio físico que ocupaba es el nombre del barrio como unidad de planeamiento zonal -UPZ- de la localidad de Santa Fe, que comprendía la zona de San Victorino, hasta la calle 13, y el mencionado parque, vigente hasta el Plan de Ordenamiento Territorial del 2021 [266]

La violencia que implicó no solo la tétrica historia que tuvo lugar en el barrio Santa Inés, sino también la expulsión de sus habitantes, motivada por el deseo de la ciudad de sanear para construir una imagen particular de ciudad, fue la motivación de Mapa Teatro, dirigido por Heidi y Rolf Abderhalden, para llevar a cabo una conmemoración en torno al Cartucho y al barrio Santa Inés en el momento de su destrucción [267]. Este fue una iniciativa, justamente, en el ámbito de las poéticas contemporáneas de la memoria mencionadas en Andante. El proyecto recibió el nombre de C’úndua, e implicó un proceso de creación intersubjetiva que incorporó a los antiguos habitantes del barrio con sus diversos afectos. Durante cuatro años, Mapa Teatro llevó a cabo «C’undua, un pacto por la vida» (2001), «Prometeo, Acto I y II» (20022003), «Re-corridos» (2003), «La limpieza de los establos de Augías» (2004) y «Testigo de las ruinas» (2005), experiencias retomadas en «Archivo vivo» (2011). Estas obras se valieron de fragmentos materiales, registros filmográficos, relatos y de la participación de personas que contribuyeron a la reconstrucción de la memoria de este barrio, a través de las poéticas de las artes vivas que caracterizan las exploraciones de Mapa Teatro [268]. Sobre «Testigo de las ruinas», Hernando Valencia Villa menciona lo siguiente:

266 Hoy corresponde a la Unidad de Planeación Local (UPL) del centro histórico, de acuerdo con el actual Plan de Ordenamiento Territorial de Bogotá.

267 José Antonio Sánchez, «C’úndua», documento inédito, 2005, http://archivoartea.uclm.es/textos/cundua/

268 Sobre el proyecto C’úndua, consultar Natalia Gutiérrez Echeverri, Ciudad espejo (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2009).

[…] Testigo de las ruinas es antropología moral en estado puro, es decir, recreación reflexiva de las peripecias de los desechables y desheredados de la tierra, atrapados en la vorágine del llamado «desarrollo urbano», que en ciudades como Bogotá y países como Colombia no ha sido otra cosa que un incesante proceso de demolición y de exclusión. Y esta vívida reconstrucción de la destrucción de la calle del Cartucho y del barrio Santa Inés se vale del viejo y del nuevo arte teatral, entendido ante todo como imaginación ética, para contarnos una historia memorable, la de un puñado de testigos de las ruinas cuya dignidad ejemplar desafía nuestras buenas conciencias mucho tiempo después de que se enciendan las luces y caiga el telón.

HERNANDO VALENCIA VILLA, «TESTIGO DE LAS RUINAS», MAPA TEATRO, (MADRID, FEBRERO DE 2008), HTTPS://WWW.MAPATEATRO.ORG/ES/CARTOGRAPHY/TESTIGO-DE-LAS-RUINAS-0

La memoria audiovisual y fotográfica de un lugar se puede emplear para garantizar su persistencia en el tiempo a través de sus registros. Sin embargo, mientras la memoria se reconstruye, las fuerzas internas de la ciudad continúan latentes. Por ejemplo, la persistencia de la memoria comercial que dejó la Plaza Central de Mercado sigue latente en la ciudad, no se logra desprender de esta zona. De este carácter da cuenta el siguiente fragmento de William García:

Como principal plaza de mercado de la ciudad hasta mediados del siglo XX, la plaza central siempre tendió a ejercer un efecto centrípeto sobre los ciudadanos, en particular sobre los comerciantes que veían en la gran afluencia de público una oportunidad para instalar en las inmediaciones nuevos almacenes y negocios, que complementaban y enriquecían la ya amplia variedad de productos que se ofrecían. Lo especial de esta situación era que, si bien el edificio de la plaza central era trasladado de lugar cada cierto tiempo, estos negocios complementarios no fueron reubicados; por el contrario, permanecieron allí, como es el caso de los almacenes que integran los pasajes Mercedes y Rivas, por citar apenas dos ejemplos. Es a través de estas permanencias como es posible rastrear la estela que la Plaza Central de Mercado dejó en su desplazamiento hacia el occidente y que configura su área de influencia efectiva desarrollada en el tiempo [269] .

En 2014 comenzó la construcción de un desconcertante edificio de colores, pensado formalmente como una aglomeración de containers, para albergar vivienda de interés social, en el costado oriental de la Caracas entre calles Novena y Décima. Este lote fue uno de los que se demolieron en la intervención del Santa Inés, que quedaron vacíos durante años. Sin embargo, la pretendida vocación residencial se ha visto frustrada por la memoria comercial de la ciudad, pues los apartamentos ahora se alquilan para bodegas de mercancías de San Victorino. Este edificio, en un tejido denso y muy activo, lleno de gente y de transeúntes, no va a cambiar por sí solo la memoria del entorno que lo caracteriza. Las fuerzas de la ciudad son difíciles de cambiar; esto requiere, muchas veces, de esfuerzos titánicos que resultan insuficientes, pues resulta casi imposible resistir a la memoria de la ciudad. Por otro lado, así como hace 60 años la vocación religiosa desapareció con la demolición de la iglesia de Santa Inés, el colegio Santa Inés, que sobrevivió a la renovación urbana, cerró sus puertas en 2012: de esta forma, la vocación educativa desapareció definitivamente.

Cartucho, un documental dirigido por Andrés Chaves y estrenado en 2017, hace una lectura del Tercer Milenio y de su memoria más reciente. En los lugares que se retratan, viven no solo los fantasmas de los lugares sino los fantasmas de personas que murieron en este espacio de la ciudad y viven latentes, en un tremor frío que recorre un parque vacío que es aún morada de los desheredados. El Tercer Milenio implicó un vaciado de toda forma material que pretendía también el vaciado de su contenido, aunque no ocurriera de esta forma. Por ejemplo, el parque ha sido el espacio que han usado en diferentes ocasiones personas para acampar en la ciudad mientras intentan reclamar por sus derechos despojados [270]. Cuando se demolió el barrio Santa Inés, lo

270 Ver, por ejemplo, «Lo que exigen los desplazados del Parque Tercer Milenio», Semana, 27 de julio, 2009 https://www.elespectador.com/noticias/ bogota/lo-que-exigen-los-desplazados-del-parque-tercer-milenio/. Ver también «El drama de 360 indígenas que amanecieron en el parque Tercer

ARRIBA: RUINAS EN EL BARRIO SANTA INÉS. LUGAR DONDE POSTERIORMENTE SE CONSTRUYÓ EL EDIFICIO “VISTO. CENTRO DE MODA MAYORISTA INTERNACIONAL”. 2005. FOTOGRAFÍA ALFREDO BARÓN LEAL. IDPC

ABAJO: EDIFICIO “VISTO. CENTRO DE MODA MAYORISTA INTERNACIONAL UBICADO EN LA AVENIDA CARACAS ENTRE CALLES 9ª Y 10ª. FOTOGRAFÍA CAMILO RODRÍGUEZ-IDPC

que se pretendía era, efectivamente, borrar la memoria de ese lugar de la ciudad fingiendo que el problema que Bogotá reunía no existía más. Pero esa memoria está en la ciudad, en sus habitantes, y en múltiples imágenes y relatos que dan cuenta de una recolección del lugar pese a su demolición. De esta forma, el parque tuvo que ser objeto de una completa renovación sin que hubieran pasado 20 años de ser inaugurado. Ahora una reja verde que lo circunda lo convierte en un enclave más de la ciudad, protegiéndolo de los peligros que lo acechan.

El Bronx y la amnesia de la economía naranja

Una de las principales motivaciones para llevar a cabo esta investigación fue ver cómo la segunda administración de Enrique Peñalosa, tras un escándalo mediático que anunciaba los horrores de este lugar, llevó a cabo una intervención análoga a la que había hecho en su primera administración en el Cartucho 2.0, el Bronx o la L, a partir de 2016. Algo llamativo fue que, pese a haber sido demostrada la poca efectividad de la demolición del Santa Inés y de la construcción del Tercer Milenio, se pretendiera llevar a cabo una renovación urbana bajo los mismos principios policivos que desean transformar la imagen de este lugar, a una cuadra del mencionado parque. Algo similar ha sucedido con otras zonas en el borde occidental del centro, donde se han demolido antiguos expendios de estupefacientes.

A lo largo de este texto se ha puesto de manifiesto el sustento histórico-espacial de por qué no es ninguna sorpresa que el Bronx fuera un fenómeno análogo y contiguo al Santa

Milenio». Semana, 8 de agosto, 2020 https://www.semana.com/nacion/articulo/el-drama-de-360-indigenas-que-amanecieron-en-el-parque-tercer-milenio/662604/?fbclid=iwar3e1jywlhhb9ovgusq0cy2noc1zahifmsgvkcon4onmpdrlcrx7z28g7jw

EL PARQUE TERCER MILENIO, AÑOS DESPUÉS DE LA DESAPARICIÓN DEL CARTUCHO. FOTOGRAMA DE CARTUCHO. 2017. ANDRÉS CHAVES. DOCUMENTAL (FRAGMENTO).

PARQUE TERCER MILENIO. 2024. FOTOGRAFÍA CAMILO RODRÍGUEZ-IDPC

IMÁGEN DE LA ESQUINA REDONDA Y DE LA ANTIGUA “L” TRAS LAS DEMOLICIONES PARA LA CONSTRUCCIÓN DEL DISTRITO CREATIVO DEL BRONX. 2024. FOTOGRAFÍA CAMILO RODRÍGUEZ-IDPC

Inés. Donde estuvo la antigua Quinta de Segovia y luego el circo de toros en el siglo XIX, cerca de la Escuela de Medicina de comienzos de siglo XX, se repetían los horrores del Cartucho de la década de los noventa. Por lo tanto, la fuerza pública intervino y, posteriormente, se demolió un área equivalente a tres manzanas, hay que decirlo, mucho menor a la del Parque Tercer Milenio.

La Esquina Redonda, la poética de la memoria del Bronx, se ha valido del único edificio que quedó en pie tras la intervención. Una curaduría hecha por el Museo Nacional con sus antiguos habitantes, en la que se hicieron maquetas para reconstruir un espacio de memoria de este lugar, tendrá su nicho en este edificio, mientras el «nuevo Bronx» es el nuevo «distrito creativo» de la «economía naranja». Por su-

puesto, no puede faltar la renovación urbana, con el diseño de equipamientos cuya construcción no ha sido terminada en 2024. Por tanto, lo que le suceda al Bronx aún está por verse. Habría que ver si en este caso, en el que se hace un ejercicio de memoria in situ un poco más consciente, se logra transformar, aunque sea levemente, la memoria del lugar. Sin embargo, es difícil augurar un buen futuro, sobre todo, teniendo en cuenta que la arquitectura que se plantea es una arquitectura amnésica, no una arquitectura que configure un lugar de memoria de lo allí acontecido: «Es tarea de la arquitectura construir la ausencia de los actos que quedarán en el pasado, de aquellos que vivieron y sufrieron el conflicto, de las víctimas. Construir la memoria para los que quedarán, un lugar para que esa ausencia sea evocada y recordada» [271]

El enmascaramiento mnémico de la renovación urbana

Tanto las obras de Mapa Teatro como el ejercicio de la Esquina Redonda son intenciones de construcción de memoria en el sentido más contemporáneo de reparación a las víctimas de una situación conflictiva e inhumana. Sin embargo, sin realmente solucionar el problema de fondo, las circunstancias que propician el surgimiento de ollas, estas poéticas de la memoria enmascaran una realidad tangible mucho menos poética: la de la renovación urbana, el Prestissimo del siglo XXI. Lo que hizo Peñalosa en su segundo mandato fue continuar con la política de renovación urbana que se había planteado desde la década de 1990 [272], privilegiando la ciudad hecha por los grandes constructores y para su beneficio, no el de la comunidad ni el de la ciudadanía.

271 Camilo Isaak, «Sobre la memoria y la arquitectura: construir la ausencia», Dearq, 84.

272 Yency Contreras, Renovación urbana en Bogotá. Incentivos, reglas y expresión territorial (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2019).

El Tercer Milenio es una zona que sigue estando en tensión con otras zonas contiguas. Este es el caso del barrio San Bernardo, previsto como sector de renovación urbana en el Decreto 880 de 1998, que está siendo demolido por completo. Los modernos renders que tanto la administración como las constructoras publican para mostrar el orgullo de la renovación urbana muestran tipologías arquitectónicas similares a las que se planteaban en Proa en 1946, solo que unas cuadras más al sur y de considerable peor calidad.

La intención de construir un «centro histórico» ha significado la paradójica destrucción de muchas arquitecturas históricas, justificada por no corresponder con una imagen urbana lo suficientemente digna para el mercadeo internacional. Ese fue el caso del barrio Santa Bárbara que, tras diferentes iniciativas, fue demolido en la década de 1980 para la construcción de la Nueva Santa Fe, pese a que muchas de las propuestas planteaban la conservación de la arquitectura del barrio.

ANUNCIO PUBLICITARIO DE UN PROYECTO DE URBANIZACIÓN EN EL SECTOR DE SAN BERNARDO. 2024. FOTOGRAFÍA CAMILO RODRÍGUEZ-IDPC

Por otro lado, el Proyecto Ministerios, que busca reunir el poder ejecutivo en torno al centro histórico de poder del gobierno, se plantea sobre el borde oriental del Tercer Milenio. El proyecto plantea cierto respeto por lo que considera valioso, aunque, desde su planteamiento, tiene como objetivo transformar radicalmente la imagen de la ciudad en este lugar, con la construcción de tipologías propias de la ciudad moderna. En ese mismo sentido, la intención de múltiples proyectos, aún vigentes, de transformar la arquitectura de San Victorino y de Las Cruces está presente en las ideas que se tienen de construcción de ciudad hacia el futuro. A su vez, la renovación urbana en Las Nieves es llevada a cabo por constructores privados.

La memoria de los desheredados y el derecho a la ciudad

La ciudad es un escenario de producción y manifestación de subjetividades múltiples. Por esta razón, se hacen visibles grandes brechas sociales, económicas y culturales. Los lugares infectos y otros no lugares se vuelven propicios para ser habitados por los desheredados de la tierra, quienes no pueden acceder plenamente al derecho a la ciudad. Sin embargo, la ciudad también crea las condiciones en las que surge un grupo vulnerable. Bogotá ha evolucionado con un tejido social completamente desgastado, y la renovación urbana no es la solución a este problema.

La ruptura del tejido urbano propicia los lugares para los desheredados de la tierra (los que se podrían denominar «espacios residuales» en la ciudad): el barranco de un río que no se podía cruzar es hoy la reja con cerca eléctrica o los espacios bajo los viaductos de las grandes avenidas, que están en el imaginario de la ciudadanía como espacios de habitación marginales. En la ciudad contemporánea, no solo en los caños, debajo de los puentes vehiculares y viaductos,

BARRIO SANTA BÁRBARA. 1975. FOTOGRAFÍA GERMÁN TÉLLEZ. COLECCIÓN MUSEO DE BOGOTÁ - IDPC

sino en zonas enteras de la ciudad, como Santa Inés, los desheredados encuentran los pocos espacios donde se les es permitido habitar: los únicos de la ciudad en los que pueden acceder al derecho de permanecer en el espacio urbano. En términos del arte de la memoria, la secuencia ordenada de lugares de la ciudad del siglo XXI es bastante diferente a la que existía hasta finales del siglo XIX: es mucho más grande y compleja. En la ciudad contemporánea, se viven las tensiones a otra escala. La ciudad es inasible, y la segregación socioespacial ha llevado a que haya zonas de la ciudad drásticamente diferenciadas. Con la expansión urbana, se construyeron muchos nuevos lugares, pero el orden urbano anterior a la expansión urbana de la ciudad, en el centro, se mantiene como presencia reverberante. La persistencia de la memoria de la ciudad impide que se vacíe el contenido de sus lugares, pese a que sus arquitecturas se transformen y se expanda la ciudad. De esta manera, los desheredados permanecen porque encuentran lugares en los que, históricamente, han podido habitar.

En esencia, lo que ha pasado con el borde occidental de la ciudad histórica es que es centro y no es centro. Es decir, durante mucho tiempo Santa Inés se configuró como un lugar periférico a partir de las condiciones espaciales y geográficas que condicionaron la emergencia de su carácter, como se ha explicado en las tres variaciones del libro, pero con la expansión urbana quedó vinculado a la noción de centro en su totalidad. ¿Por qué no ha cambiado el contenido de sus imágenes asociadas? Porque la memoria de la ciudad que se ha construido durante siglos no se puede borrar de un día para otro.

Las irrupciones en torno al centro de la ciudad se han justificado en un saneamiento y en la construcción de una imagen de ciudad moderna para un modelo de subjetividad muy particular, específico y hegemónico: no la verdulera, ni el mendigo, ni el «habitante de calle». Las expectativas de quienes conciben la ciudad consisten en definir espacios

donde la vida es regulada y decorosa, donde las prácticas imaginadas distan de la realidad de las prácticas de las personas y las comunidades que van a habitar estos espacios. Es por esta, entre otras razones, que la memoria de la ciudad se resiste a cambiar.

¿Cómo debe lidiar nuestra ciudad con la memoria de su fealdad? Hasta que nuestra sociedad no plantee una solución profunda para los desheredados, a partir de diferentes políticas sociales, económicas, que reconozcan su ciudadanía en pleno ejercicio de derecho, la ciudad, de igual manera, va a seguir siendo su albergue. La planeación urbana debe tener en cuenta la disposición de lugares para que los desheredados puedan habitar dignamente.

La ciudad histórica contra la demolición amnésica

La estructura metafórica de querer olvidar y no poder hacerlo se corresponde con las fuerzas de la ciudad que se resisten a su cambio: lo que se ha puesto de manifiesto en Prestissimo. En el caso de Santa Inés, la memoria de la ciudad ha sido más fuerte que las diversas irrupciones que han tratado, a lo largo de su historia, modificarla o borrarla. Considerar su presencia como hecho tangible es una tarea que implica plantear algunas preguntas importantes. Por ejemplo, la pregunta de cuál es el sentido de construir lugares y ciudades, y de cuál es el sentido de demoler por demoler y volver a construir, es relevante en el escenario de las discusiones sobre la ciudad. Antiguamente, y se puede constatar en la ciudad anterior al siglo XX, construir lo más pequeño significaba un gran esfuerzo. Con la aceleración del tiempo en el siglo XX, se ha desvanecido de la memoria el esfuerzo que implicó construir algunas de las arquitecturas más antiguas de nuestra ciudad. Santa Inés, que duró 300 años construyéndose y conservándose para mantenerse

en pie, se demuele en cuestión de días. La arquitectura tiene una vocación de permanencia que se desvanece de manera fugaz.

En ese sentido, la pregunta acerca de la valoración para la conservación de la arquitectura es importante abordarla, sobre todo en casos de fealdad considerable, como Santa Inés. La vocación que configura la memoria de los lugares es importante, pero la estructura material que la soporta también lo es. Profundizar en la historia de la conservación de la arquitectura, desde perspectivas teóricas, éticas y políticas, resulta relevante. En el caso bogotano, sería interesante escribir una historia de la arquitectura teniendo en cuenta lo que se decide demoler y por qué, pues estas transformaciones dan cuenta de ideas de ciudad particulares, sobre todo las que tienen que ver con el valor que se le da al pasado. Un pasado que se manifiesta en la arquitectura que configura históricamente la ciudad:

A través de la arquitectura podemos percibir y entender lo que nos pertenece de nuestro pasado. Para así recordarlo, para «colocarnos en el continuum de la cultura y del tiempo». La arquitectura en su esencia trata con las cuestiones existenciales del ser humano, y en ese sentido, se convierte en depositario de una memoria incorporada en un espacio físico, un recuerdo de un lugar y un tiempo. [273]

En nuestros tiempos, la transformación versus conservación es una bandera política, de manera similar a como lo fue en la década de 1930. Muchas voces aún manifiestan que el progreso, que no se define con exactitud ni a quién

273 Isaak, «Sobre la memoria», 80.

beneficia, es más importante que un edificio de cuestionable valor. Para la construcción de la Primera línea del metro de Bogotá, se demolió en 2021 el también polémico Monumento a los Héroes en la avenida Caracas con calle 80. En nuestro contexto, esta afirmación se puede exacerbar hasta que decidan tumbar el Capitolio. El urbanismo de la renovación urbana, que cree que con grandes intervenciones de tabula rasa se va a transformar el carácter de la ciudad per se, es más ingenuo que el de PROA. O nos cree ingenuos a la ciudadanía, pues los únicos que resultan beneficiados con este tipo de intervenciones son las grandes constructoras.

Para quienes construyen la ciudad desde arriba, no está bien oponerse al progreso, sobre todo de cuando suciedad, horror y fealdad se trata. En ese sentido, y partiendo de la reflexión acerca de quién construye la ciudad, surgen otras preguntas referidas a, por ejemplo: ¿cuáles serían las formas de pensar la necesaria transformación de ciertos lugares de Bogotá? ¿Cómo lidiar, en la vida urbana, con las imágenes que, desde el ámbito distrital, se crean sobre cierto tipo de lugares? ¿Se justifica intervenir en cualquier caso? Lo que demuestran las experiencias recientes en la capital, materializadas en la política de la tabula rasa, como la del Tercer Milenio, es que la renovación urbana no ha traído sino discontinuidades y desarraigo a la ciudad y pérdida de su identidad arquitectónica, social y cultural; además de, por supuesto, el enriquecimiento del gremio de la construcción.

La lectura de Santa Inés a partir del arte de la memoria

En los lugares históricos de la ciudad, se pone de manifiesto el presente denso de la historia. Muchas de las presencias y procesos que tuvieron lugar en Santa Inés, un lugar bogotano cuyos tiempos coinciden con la historia de la ciudad desde su fundación, fueron de larga duración durante los primeros siglos de su existencia. De esa manera, Santa Inés ha conservado una memoria característica que se ha resistido a transformar, pese a las irrupciones llevadas a cabo en su ámbito en el último siglo, el de las rápidas aceleraciones. Un sistema de orientación cartesiano tan claro como el bogotano, propicia que, históricamente, a cada lugar de la ciudad se le asigne un significado particular, a veces, inclusive más allá de su carácter o apariencia física evidente.

El problema de la memoria de Santa Inés no se traduce exclusivamente en el hecho físico presente de la demolición del barrio y de la construcción del Parque Tercer Milenio ni en la demolición del Bronx. Esta es solo una de las sugerencias del presente sobre unos límites nebulosos de un lugar de la ciudad, pues Santa Inés es una pieza urbana que sigue teniendo una relación conflictiva con La Candelaria, que se ha configurado arbitrariamente como el centro histórico bogotano. Otros barrios de la ciudad tienen ese mismo carácter de ser antiguas periferias del centro, como San Bernardo, Los Mártires, Las Cruces o el entorno de la Estación de la Sabana. El occidente de la ciudad, en todo el centro, particularmente debajo de la Caracas (y de la Décima en algunos puntos) tiene imágenes asociadas con el peligro y la delincuencia en la Bogotá del siglo XXI. Ese borde occidental, desde el Santa Fe hasta el San Juan de Dios, tiene un carácter maldito, excluido del centro como realidad urbana «de mostrar». No se llegó a estudiar a profundidad cuál ha sido la relación histórica de esas periferias del centro, sobre todo aquellas situadas hacia el occidente; sin embargo, con-

trastar estos hechos urbanos enriquecería profundamente este análisis, sobre todo porque, tanto como Santa Inés, son hechos urbanos duraderos.

La persistencia de la memoria no deja de ser un concepto bastante metafísico, cuya ontología es difícil de determinar: sin embargo, es posible ver sus consecuencias en el espacio-tiempo de la ciudad. Por otro lado, existe una tensión constante entre la memoria que se quiere construir, manifestada en las poéticas de la memoria, y la memoria de las fuerzas internas de la ciudad. La memoria está atada a realidades materiales y físicas que, en muchos casos, son difíciles de desligar. Además, en la dimensión histórica de la ciudad, la constante geográfica implica una memoria territorial.

IGLESIA DE SAN JUAN DE DIOS. 2024. FOTOGRAFÍA CAMILO RODRÍGUEZ-IDPC

A partir de las diversas y complejas experiencias de Santa Inés, cabe plantear algunas preguntas que, si bien son de difícil respuesta, indagan por el sentido de construir y transformar los lugares de Bogotá, como acciones fundantes del hecho urbano.

En ese sentido,

¿CUÁL ES EL ARTE DE LA MEMORIA QUE QUEREMOS CONSTRUIR en la ciudad del presente?

¿CUÁLES SON LOS LUGARES QUE AMERITAN PERMANECER en la secuencia ordenada de lugares que es la ciudad?

¿LA CIUDAD VA A SEGUIR DEFENDIENDO LA CONSERVACIÓN exclusiva del «centro histórico»?

Pero, por otro lado,

¿CÓMO DEBE ENFRENTAR LA CIUDAD LOS LUGARES de característica fealdad, si se tiene en cuenta, por ejemplo, el persistente fracaso transformador en Santa Inés?

¿EL MERCADO INMOBILIARIO VA A SEGUIR SIENDO PREDOMINANTE en la construcción de una imagen amnésica de los lugares, pese a su dimensión histórica que se resiste a cambiar?

¿SE VA A DEMOLER PARA TRATAR DE TRANSFORMAR la memoria de un lugar, para luego sentir culpa y recurrir a la construcción de poéticas de la memoria, mientras este tipo de operaciones contribuyen a la desterritorialización y desarraigo de múltiples comunidades, mientras los problemas persisten?

En este libro se ha hablado de poéticas de la memoria, de desheredados de la tierra, de higienismo, de vida monástica, de arquitectura republicana. La presencia de estos temas, transversales a Santa Inés, da cuenta de la complejidad que implica la lectura de la ciudad histórica desde sus diferentes capas de memoria. Santa Inés reúne muchos otros proble-

mas: larga duración, transformación, fealdad, demoliciones, periferias, teorías infecciosas. Las fuerzas internas de la ciudad determinan su devenir en el tiempo y en la sociedad, y es menester, por parte de quienes construyen ciudad, escucharlas e interpretarlas. Las implicaciones de considerar la secuencia ordenada de lugares para el arte de la memoria son múltiples, y pueden ser objeto de múltiples investigaciones en el campo de la historia urbana y también para pensar y construir la ciudad.

Esta investigación pone de manifiesto cómo las poéticas de la ciudad y de la arquitectura deben tener en cuenta la dimensión histórica de sus lugares. No solo en un sentido existencial, que es también fundamental, sino en un sentido práctico: es muy difícil luchar contra su memoria. Si las intervenciones que se han hecho a lo largo de la historia hubieran sido más inteligentes en este ámbito, no se habrían llevado a cabo proyectos y planes destructores e incompletos en los que se gasta una gran cantidad de recursos, se desarraiga a poblaciones enteras y no se consigue el ideal de la transformación de las imágenes en esos lugares. Es tarea de la arquitectura y el urbanismo pensar los lugares a través de su carga mnemónica.

De esta publicación queda, sobre todo, el valor de la atenta escucha del sonido de la ciudad, que guarda la memoria más antigua y profunda ►

PLANO DE LA ZONA DE SANTA INÉS EN LA PRIMERA MITAD DEL SIGO XX, A PARTIR DE LA PLANCHA NO. 8 Y LA PLANCHA NO. 10 DEL PLANO DE LA CIUDAD DE BOGOTÁ (SECRETARÍA DE OBRAS PÚBLICAS Y MUNICIPALES. 1929. COLECCIÓN MUSEO DE BOGOTÁ). INTERVENCIÓN DEL AUTOR Y DE NATALIA ACOSTA.

ANEXOS

1. Mapa de localización de las licencias de construcción entre 1914 y 1926 en torno a santa inés.

2. Licencias de construcción de la Secretaría de Obras Públicas de Bogotá entre 1914 y 1926.

2.

LICENCIAS DE CONSTRUCCIÓN -SECRETARÍA DE OBRAS PÚBLICAS [1]

PROYECTO

1 Proyecto de construcción de la fachada

CALLES 5a 6a 7a 8a 9a

Lucía Molina Calle 5 n° 176 15 de junio de 1917

2 Licencia para casa alta Ricardo Acevedo Bernal

3 Casa alta Justo Posada

4 Casa alta Germán Penagos

Calle 5 n° 208 (Bulevar Manuel José Mosquera) 23 de agosto de 1916

Calle 6 (entre 12 y 13 - Bulevar Caldas) 8 de septiembre de 1916

Plantas, fachada, Corte AB

Licencia. Planta alta. Fachada (3)

Manuel Rincón

Ricardo Acevedo Bernal

5 Casa alta Liévano Hermanos

6 Proyecto de edificaciones (casas bajas) Antonio Calderón Arjona

7 Proyecto de edificación de una casita Enrique Duque

8 Dos casas altas Honofre Ruiz

9 Proyecto de una edificación Leopoldo Castaño

Fachada, planta alta, planta baja

Calle 6 y 6bis con la ronda del Río San Agustín (Cra 12 bis) Mayo de 1920 Corte longitudinal por AB. Planta alta, planta baja

Calle 6 con Carrera 12 12 de diciembre de 1916

Calle 6 n° 129 27 de febrero de 1914

Calle 6 n° 166B 23 de enero de 1919

Calle 6 n° 171 a 179 4 de noviembre de 1916

Calle 7 Carrera 11 6 de septiembre de 1918

Manuel Rincón

Fachadas, plantas M. Rincón G. (Desarrollo de Bogotá)

Fachada, corte, planta

Fachada, corte, plantas

Fachada, corte, plantas

Fachada, plantas

Alejandro Manrique

Ignacio Duque

Manuel Rincón (Desarrollo de Bogotá)

Epifanio Rincón

1 Información obtenida a partir del del archivo fotográfico de Silvia Arango de planos de la Secretaría de Obras Públicas.

10 Reforma a la casa Samuel Fonseca

11 Reforma de fachada Julia Sánchez

12 Proyecto de reconstrucción

Daniel Valdiri

13 Casa alta Manuel G. González

14 Edificio Policía Nacional Policía Nacional

15 Demolición de casa anterior y edificación nueva

Julio A. Flórez

16 Casa Belisario Quintana

17 Modificación de fachada Tomás Fernández

18 Gallera dentro de una casa Leopoldo Tocora

19 Proyecto de edificación (talleresvivienda) Colombo Ramelli

Calle 7 n° 159 (entre 13 y 14)

Calle 7 n° 203

Calle 7 n° 271 a 279 con Carrera 12

Calle 8 n° 152A y B (entre 12 y 13)

Julio de 1921 Frente, corte longitudinal, planta

Carlos Julio Rodríguez

Abril de 1923 Fachada J. González Delgado (I.C.)

Agosto de 1923 Cortes. Fachadas, planta (2)

Agosto de 1922 Corte, plantas. Fachada (2)

Calle 9 n° 215 a 215D Noviembre de 1923 Fachada. Plantas. Plantas. Corte.

Manuel M. González

Emiliano SalgadoMiguel Tomás Quijano

Alberto Manrique Martín

Calle 5 Carrera 8, Barrio Santa Bárbara 1 de julio de 1918 Plantas. Fachadas (2) Cipriano Rubio

Calle 10 Cra 16 n° 455 17 de enero de 1917 Planta, corte longitudinal, fachadas Roberto Olarte

Calle 10 n° 389 11 de noviembre de 1919

Fachada Miguel Tomás Quijano

Calle 10 n° 292 4 de octubre de 1917 Planta, cortes

Calle 10 n° 379 Enero de 1920 Plantas. Fachada (2)

Zoilo E. Cuéllar

20 Edificio B. Botero y Cía Calle 11 n° 326 (existe) Noviembre de 1922 Planta. Planta. Planta. Sección transversal. Fachada. (6) Robert Farrington

21 Construcción Carlos García

Calle 11 n° 345 Junio de 1924 Fachada. Planta

22 Proyecto de casa alta Sebastián Daza

23 CasaModificación de fachada

Jesús M. Arteaga

Calle 11 n° 372 (sobre canalización del río San Francisco) 1 de mayo de 1917 Fachada, planta baja. Plantas, corte (2)

Calle 12 n° 301 1 de junio de 1917 Fachada

24 Reconstrucción de casa Alfonso Palou Calle 12 entre

R. J. Cardona (ingeniero). Agencia de construcción

Carreras 11 y 12 23 de abril de 1918 Fachada. Plantas (2) Alberto Manrique Martín

CARRERA 10a

25 Casa alta Ysaac Pulido Carrera 10 n° 130 (entre calles 7 y 8)

22 de diciembre de 1916 Corte, plantas, frente

Ysaac Pulido

26 Reparación de fachada Federico Sheller Carrera 10 n° 194 7 de noviembre de 1919 Fachada ¿Manuel Rincón?

27 Proyecto de casas (reconstrucción) Carlos Faux Carrera 10 n° 272 Diciembre de 1923 Planta baja. Planta alta. Fachada (3) Carlos A. Tapia (Compañía de Cemento Samper)

28 Casa (¿Inquilinato?) Andrés Salgado Carrera 10 n° 385 (entre 14 y 15)

Agosto de 1925 Fachada. Planta (2) J. A. Huyard (levantó)

CARRERAS 11a 12a

29 Modificaciones a casa Pedro Albornoz Carrera 11 n° 8 22 de agosto de 1917 Plantas José M° Corral

30 Reforma a casa baja Custodio Méndez Carrera 11 n° 19 Agosto de 1921 Fachada Constantino León

31 Casa Gustavo Santos Carrera 11 n° 100, 100A y 102 1 de abril de 1917 Fachada, corte, plantas

José M° Corral

32 Proyecto de reforma (alero) Andrés Pombo y hermanos Carrera 11 n° 183 Diciembre de 1922 Fachadas, corte Julio Mendoza R

33 Proyecto de edificación de una casa alta Liévano Hermanos Carrera 12 n° 2 (Bulevar Manuel José Mosquera) 12 de enero de 1918 Fachada, plantas, corte por fachada Rincón & Zerrate

34 Garajes Carrera 12 n° 4

35 Casa alta y 5 apartamentos Rafael Rodríguez

36 Proyecto para la construcción de una casa

Liévano Hermanos

Cra 12 n° 4 (entre calles 4 y 5existe) SB

Bulevar Manuel José Mosquera (Carrera 12) con Calle 5

Enero de 1925 Planta, sección, alzado Diego Tovar

Febrero de 1926 Fachada por la Carrera 12. Planta baja, Planta alta (2)

21 de julio de 1918 Plantas, fachadas

CARRERA 13

37 Proyecto de construcción para una casa Carlos Díaz Carrera 13 n° 28 (entre calles 7 y 8)

Manuel Rincón

27 de junio de 1918 Plantas, fachada, corte J. A. Ferreira

DEMOLICIONES

NEBULOSA DE

INÉS TRAS EL DESALOJO DEL CARTUCHO. FOTOGRAFÍA INGRID MORRIS

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RECURSOS WEB

Hermanas Bethlemitas. https://www.bethlemitaspscj.org.co/quienes-somos/historia-bethlemitas/

PÁGINAS 312-313: PLAZA CENTRAL DE MERCADO. CA. 1930. FONDO LUIS ALBERTO ACUÑA. COLECCIÓN MUSEO DE BOGOTÁ- IDPC

PÁGINAS 314-315: CARRERA DÉCIMA EN CONSTRUCCIÓN. FONDO SAÚL ORDUZ, 1950. COLECCIÓN MUSEO DE BOGOTÁ-IDPC

Este libro se terminó de imprimir a finales de 2024 mientras la piqueta demoledora continúa su arremetida en varias zonas de la ciudad. A pesar de los esfuerzos de transformación desarrollista a ultranza, en muchos de estos lugares la memoria persiste. Sépase escuchar con detenimiento el eterno retorno generado a través de los sonidos que crea esta partitura urbana en pleno siglo XXI en Bogotá.

* Para está publicación se utilizaron las tipografías Roc Grostesk y Source Serif Variable

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