Santiago desde el Aire

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FOtografÍa Aérea / GUY WENBORNE FOTOGRAFÍA EN Tierra / MARCOS MENDiZÁbal

SANTIAGO DESDE EL AIRE Primera edición: diciembre de 2014 Registro Propiedad Intelectual: 246486 ISBN: 978-956-8743-02-4 Este libro ha sido realizado gracias al aporte de Entel, a través de la Ley de Donaciones Culturales y el apoyo de la Corporación del Patrimonio Cultural de Chile Fotografías aéreas: Guy Wenborne Fotografías en tierra: Marcos Mendizábal

Dirección general: Soledad Rodríguez-Cano Dirección de arte: Rosario Garrido Diseño y diagramación: Max Grum Textos: Soledad Rodríguez-Cano, Marcial Echenique, Roberto Merino, Francisco Brugnoli, Pablo Allard Edición de textos: Renato Bernasconi

Edición limitada. Prohibida su venta Impreso en Chile por Ograma Impresores


PRÓLOGO 07 00. TERRITORIO El valle de Santiago / Soledad Rodríguez-Cano 09 - 25 01. URBANISMO Urbanismo a vuelo de pájaro / Marcial Echenique 27 - 63 02. PERSPECTIVAS Miradas y reflejos de Santiago / Roberto Merino 65 - 95 03. FORMAS Retrato de ciudad / Francisco Brugnoli 97 - 131 04. VISTAS Santiago desde Santiago / Fotografías Marcos Mendizábal 133 - 149 05. LUCES El futuro presente de Santiago / Pablo Allard 151 - 178

Fotografías inéditas tomadas entre enero y septiembre del 2014.


PRÓLOGO

El libro Santiago desde el aire es un una invitación a mirar la ciudad desde una perspectiva diferente. A través de sus páginas y gracias al trabajo de Guy Wenborne en el aire y Marcos Mendizabal en tierra, se presenta un material de gran espectacularidad, que no busca otra cosa que darnos un respiro para mirar, indagar y escudriñar la ciudad que habitamos. Ambas miradas funcionan como un complemento y nos dan una idea no solo planimétrica sino también tridimensional de los espacios y edificios en que transcurre nuestro diario vivir. Mirar desde arriba nos ayuda a conocer el lugar en que vivimos, trabajamos, soñamos y envejecemos, así como a dimensionar su tamaño y sus distancias, sus conexiones y su entramado. Santiago es una ciudad compleja, inserta en un escenario geográfico único, a los pies de la cordillera y sembrada de cerros isla que de alguna manera determinan su contorno, como ocurre con aquellos juegos de niños en que unimos puntos para formar una figura. Tener una perspectiva, una distancia de la realidad cotidiana, se convierte en última instancia en una invitación a mirar la ciudad como conjunto. Desde el punto de vista del urbanismo y de la arquitectura, del transporte y la conectividad o del patrimonio y la cultura, no tiene sentido invocar sus temáticas por separado. Están todas conectadas. La ciudad es un ente vivo –armónico o no–, pero vital, que requiere de una mirada integral para su funcionamiento. Desde el aire, todo se ve pequeño e insignificante, pero al acercarnos podemos sentir el pulso de la ciudad y dimensionar la importancia relativa de cada elemento que la compone. En esta edición comenzamos el recorrido a través de su territorio y su inserción geográfica. El valle de Santiago presenta, desde la altura, vistas impresionantes

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que pocos tenemos la oportunidad de ver y que nos sorprenden por su belleza. La perspectiva aérea nos permite observar también sus límites y contrastes. Estas imágenes se complementan con interesantes relatos de cronistas que describen este valle en distintas épocas. El segundo capítulo lo dedicamos al urbanismo, comenzando por el punto de partida, la Plaza de Armas, para dar una mirada a la parte más antigua de la ciudad, el triángulo fundacional, que tiene su vértice en la Plaza Italia y su base en la Autopista Central. En este capítulo, Marcial Echenique, arquitecto y urbanista, nos hace un recuento del desarrollo urbano de Santiago desde su fundación, lo que nos da una idea de cómo se produjo el crecimiento de la trama de la ciudad. A través de la pluma del escritor y cronista Roberto Merino, quien nos pone al tanto del recientemente descubierto pasado incaico de la ciudad, buscamos entender cómo ha cambiado la perspectiva de quienes habitamos Santiago. Esta se alimenta del juego que existe entre la horizontalidad de toda ciudad y las alturas que desde siempre han gozado sus habitantes, primero por la presencia de sus diferentes cerros y luego por la construcción de torres y de edificios cada vez más altos. La dinámica que se produce entre la fotografía y la ciudad es analizada por Francisco Brugnoli, artista visual y director del Museo de Arte Contemporáneo. Desde una perspectiva estética e histórica observamos la ciudad desde las formas y la relación que se establece entre el objeto retratado y el observador. Esta aproximación viene desde una mirada más racional y analítica, con imágenes cercanas y lejanas, con tramas y juegos de formas no siempre reconocibles.

Por último, Pablo Allard, arquitecto y urbanista, presenta una concepción más global sobre Santiago en la actualidad e intenta visualizar lo que podría venir en el futuro. En su artículo destaca el surgimiento de un nuevo ciudadano más informado y proactivo, y la importancia de que la ciudad sea vista como un conjunto que debe ser atendido en su totalidad, para lograr mejorar la calidad de vida de quienes la habitamos. Agradecemos a todos quienes hicieron posible el desarrollo de este libro. En primera instancia a Entel y la Corporación de Patrimonio Cultural de Chile, quienes creyeron en este proyecto y le dieron su decidido apoyo. Especialmente a Guy y Marcos por su comprometido trabajo, y a Marcial Echenique, Roberto Merino, Francisco Brugnoli y Pablo Allard, quienes aceptaron la invitación a mirar Santiago desde el aire.


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TERRITORIO

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EL VALLE DE SANTIAGO

Soledad Rodríguez-Cano

El valle de Santiago se presenta como un escenario extraordinario, dado el marco que imponen los tres sistemas de relieve que lo definen: la imponente Cordillera de los Andes, que actúa como una muralla por la uniformidad de su altura; el valle o depresión intermedia, que debido al movimiento de sedimentos de épocas glaciales se encuentra sembrado de cerros aislados, llamados “cerros isla”, como el Huelén o Santa Lucía, la Guaca o Navia, el cerro Renca y el Blanco, entre otros; y la Cordillera de la Costa, que también presenta alturas elevadas, dando al valle un contorno muy definido. Parte de su vida se nutre de los ríos que lo atraviesan, todos los cuales desembocan en el Maipo, que recorre más de 250 kilómetros. Entre los afluentes, como el Clarillo o el Colorado, el Mapocho es el más relevante para la ciudad. Aunque hoy solo lo vemos como un débil hilo de agua, fue un actor determinante en el desarrollo de Santiago. Es un eje fundamental de su estructura y en el pasado también determinó el crecimiento y la forma que adquirió la trama urbana, debido al brazo de río que al secarse dio origen a la Cañada, actual Alameda. Desde la fundación de Santiago, diferentes cronistas han celebrado los elementos que componen el valle elegido por

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Pedro de Valdivia para instalar la ciudad que se erguiría como la capital del nuevo reino. El mismo conquistador y luego sacerdotes, viajeros, comerciantes y diplomáticos se sirvieron de sus alturas naturales para narrar el impacto que les producía la cordillera nevada y la ciudad. La perspectiva que ofrecían el cerro Santa Lucía, el San Cristóbal o los altos de Peñalolén, activó la imaginación de escritores y artistas que pintaron y describieron la ciudad y su entorno geográfico. Existen notables registros gráficos tomados en altura como el cuadro Vista de Santiago desde Peñalolén, de Alejandro Ciccarelli; o la pintura de Giovatto Molinelli Antigua Cañada de Santiago, que registra el oriente de la ciudad decimonónica desde el cerro Santa Lucía; o el óleo de Mauricio Rugendas Vista de Santiago desde el cerro Santa Lucía. Pedro de Valdivia, en una carta escrita al Emperador Carlos V, no escatimó elogios para describir el lugar que había elegido para fundar la ciudad: «Esta tierra es tal que para vivir en ella y perpetuarse no la hay mejor en el mundo. Dígolo porque es muy llana, sanísima, de mucho contento. Tiene cuatro meses de invierno no más, que en ellos, si no es cuando hace cuarto de luna, que llueve un día o dos, todos los demás hacen tan lindos

soles, que no hay para que llegarse al fuego. El verano es tan templado y corren tan deleitosos aires, que todo el día se puede el hombre andar al sol, que no le es importuno. Es la más abundante de pastos y sementeras, y para darse todo género de ganado y plantas que se puede pintar; mucha y muy linda madera para hacer casas, infinidad otra de leña para el servicio dellas y las minas riquísimas de oro, y toda la tierra está llena de ello, y donde quiera que quisieren sacarlo allí hallaran en qué sembrar y con qué edificar y agua, leña y yerba para sus ganados, que parece que la crió Dios a posta para poderlo tener todo a la mano» (Carta de Pedro de Valdivia al Emperador Carlos V, 4 de septiembre de 1545). Un siglo más tarde, el sacerdote jesuita Alonso de Ovalle también dedicó un capítulo de la Histórica relación del Reino de Chile a describir Santiago y sus bondades. Una parte del texto, por ejemplo, habla del río Mapocho: «Por la banda norte, baña esta ciudad un alegre y apacible río, que lo es mientras no se enoja, como hace algunos años, cuando el invierno es muy riguroso y llueve, como suele, porfiadamente, cuatro, ocho y tal vez doce y trece días sin cesar; que en estas ocasiones a acontecido salir por la ciudad y

hacer en ella muy grande daño, llevándose muchas casas, de que aún se ven hoy las ruinas en algunas partes» (Alonso de Ovalle. Histórica relación del Reino de Chile. Roma: F. Caballo, 1646, págs. 152-153). A fines del siglo XIX, Benjamín Vicuña Mackenna rescató la Historia general de el Reyno de Chile escrita a mediados del siglo XVII por otro jesuita, Diego de Rosales (1601-1677). En ese contexto, el Padre Rosales describe también el lugar donde se construyó la ciudad con gran colorido: «Planto Valdivia su campo en el valle del Mapocho, que propiamente se llama Mapuche, que quiere decir Valle de gente, por la mucha gente que en él avía, y de ay tomó el Río ese nombre: más los españoles y el tiempo a corrompido el vocablo y en lugar de Mapuche le llaman Mapocho. Dió vuelta al valle mirando los asientos y la hermosura de sus campañas y llanura, que es de los mejores y más fértiles valles del Reyno, fecundado de un río que liberal reparte sus aguas por diferentes sangrías para que todos rieguen sus sembrados. (...) Hazen muro a este hermoso valle de Mapocho por la parte oriente la cordillera nevada, que se ve toda blanca de nieve en imbierno y por partes en verano, y al poniente las cuestas


Llegamos por fin á la cumbre, y aparecieron los Andes en su nevada majestad, dominando los numerosos cordones de los cerros más bajos; pero no habíamos llegado aún al sitio más bello” .

asperas de Poangue, Caren y Lampa, cuyos pies se puede decir que calzan oro fino, por ser de tan ricos quilates el que se hallan en sus minas, de que se sacó mucho quando se labraban» (Diego de Rosales. Historia general de el Reyno de Chile. Obra compilada por Benjamín Vicuña Mackena, Valparaiso: Imprenta de El Mercurio, 1877, pág. 384). Así también, una serie de extranjeros dedicaron líneas en sus escritos a lo largo del siglo XIX para elogiar la belleza del valle de Santiago. Aquí recogemos dos: un trozo del texto de María Graham, notable viajera y cronista que describió Valparaíso y Santiago, dejando un diario de sus experiencias que es un inestimable testimonio de la época, y por otra parte, las palabras de un anónimo oficial de marina que recorrió toda Sudamérica en las primeras décadas del siglo XIX, dejando un relato muy vívido de los procesos de independencia que entonces se vivían. José Toribio Medina, quien tradujo las crónicas del oficial, presume de haber desenmascarado al viajero, consignándolo como Richard Longeville Vogel. Tras un periodo de residencia en Valparaíso, María Graham decide viajar a Santiago y luego de una larga y cansadora marcha, pasa la cuesta de Lo Prado y cuenta:

«Llegamos por fin á la cumbre, y aparecieron los Andes en su nevada majestad, dominando los numerosos cordones de los cerros más bajos; pero no habíamos llegado aún al sitio más bello (...) Los elevados cerros que rodean la ciudad y la cadena de montañas más espléndida del mundo, la cordillera de los Andes, coronada de nieve, en sus cimas que parecen llegar al cielo y sus obscuras quebradas en que flotan densas masas de nubes, ofrecían á mi vista una escena como jamás había contemplado antes. En el primer plano hay abundancia de bellos árboles; con un río el paisaje habría sido perfecto. (...) el valle de Santiago se extiende hasta las montañas, á cuyos pies se despliega la ciudad con sus blancas torres, y da á todo el conjunto un carácter especial que lo distingue de los demás bellos paisajes de Chile, en que la ausencia de habitaciones humanas imparte cierto sello de melancolía sobre la naturaleza» (María Graham. Diario de su residencia en Chile (1822) y de su viaje a Brasil (1823). Madrid: Editorial América, 1916, págs. 248-249). Similar descripción hace el oficial de marina que escribe su diario entre 1821 y 1829:

«Al llegar a la cumbre de la Cuesta de Prado se ofrece de repente al viajero una de las vistas más maravillosas que probablemente haya en el mundo. La llanura bien cultivada de Santiago aparece a sus pies, cubierta de arboledas y regada por los ríos Mapocho y Maypú y otros riachuelos que bajan de las montañas. (...) En el extremo más lejano se puede ver la ciudad misma, perceptible, a la distancia de treinta millas, por el número de sus blancas torres y campanarios, y circundada por pequeñas aldeas y quintas. El fondo de este precioso escenario lo forman los majestuosos Andes, alzándose con todo su esplendor en inmensos semicírculos, dejando reducidos a cumbres insignificantes los cerros más altos que se levantan entre ellos y el valle» (Richard Longeville Vogel. Memorias de un oficial de marina inglés, al servicio de Chile durante los años 1821-1829. Santiago: Imprenta Universitaria, 1923, págs. 83-84). Durante el siglo XIX también se desarrolló en Chile un estudio sistemático y científico de la geografía del país. Para lograr este objetivo las autoridades contrataron naturalistas y científicos extranjeros que realizaron completas expediciones por el territorio. Algunos de ellos dedicaron páginas a describir

las características del valle de Santiago, pero desde una perspectiva formal y denotando un estudio serio. Entre estos destacan personajes notables como Claudio Gay e Ignacio Domeyko. A esta tendencia se suma un chileno, Recaredo Santos Tornero, destacado intelectual vinculado al mundo de las letras y los libros, quien sorprendió en 1872 con su completa obra Chile Ilustrado, un álbum con una visión descriptiva del país. En esta obra Tornero dice: «La ciudad vino a quedar situada en la región central del país, en un hermoso valle que se extiende de Norte a Sur, i que tiene en la dirección de Oriente a Poniente una pendiente de uno a dos por ciento. Su terreno es de formación moderna, i del llamado de acarreo, compuesto de cascajo mas o menos grueso, el que está cubierto por una capa de tierra vejetal, cuyo espesor aumenta continuamente con los sedimentos depositados por las aguas que riegan los terrenos. La estensa llanura en que está la ciudad solo se encuentra interrumpida por colinas o cerros de poca elevación, que la rodean por todas partes i contribuyen a darle un pintoresco aspecto. Esos cerros son los siguientes; en el llano: el de Colina, al Norte, que tiene una elevación de 1,018 metros sobre el nivel del mar; el de Renca, al Nor-oeste, con una elevación de 880

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metros; el de San Cristóbal, al Nor-este, con una elevación de 847 metros; el de Santa Lucía, situado en el medio de la población, con una elevación de 627 metros (...) en seguida el cerro del Plomo, que es uno de los más hermosos panoramas que se ven desde la ciudad, coronado en todo tiempo de nieve i cuya altura alcanza a 5,433 metros; después el cerro de Peñalolén, visible también desde la ciudad, i que tiene una elevación de 3,245 metros» (Recaredo Tornero. Guía descriptiva del territorio de Chile, de las capitales de provincia i de los puertos principales. Valparaíso: Librerías y agencias de El Mercurio, 1872, págs. 2-3). Con el paso del tiempo se hace cada vez más difícil encontrar textos que hablen sobre el territorio de una manera descriptiva y no científica. En la mirada de los visitantes y los cronistas de fines del siglo XIX y principios del XX va perdiendo espacio el territorio y va ganando la construcción del paisaje urbano. Al parecer, ya no era tan relevante describir la cordillera como lo era hablar de la ciudad y el funcionamiento de una trama que sorprendía a algunos cándidos, como el embajador británico Horace Rumbold, quien comenta:

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«Una primera visita a la ciudad de Santiago no deja de ser motivo de agradable sorpresa para un europeo inteligente (…) En verdad uno no espera encontrar a 30 leguas en el interior, al pie de los Andes, una ciudad de alrededor de 160.000 almas con edificios públicos tan magníficos, mansiones particulares tan imponentes y paseos tan excepcionalmente bellos. Quizás lo que más impresiona a un extranjero, después de la situación realmente admirable de la ciudad, es la atmósfera de holgura aristocrática y de reserva que reina allí». (Horace Rumbold. Le Chili; rapport de M. Horace Rumbold, ministre de la Grande-Bretagne à Santiago, sur le progrès et la condition générale de la république. París: Typographie Lahurre, 1877, pág. 45). Pero esta ingenua descripción no era compartida por todos; otros se escandalizaban de la suciedad y abandono en que se encontraba la mayor parte de la ciudad. Hay relatos sorprendentes por su crudeza sobre la calidad ambiental de Santiago, entre ellos el de Juan Gabriel Serrado, autor de Visita a Chile en 1895, publicado en 1898, y el de Albert Malsch titulado Le dernier recoin du Monde. Deux ans au Chili, publicado en Ginebra en 1907.

A lo largo del siglo XX existen múltiples relatos sobre Santiago, sus calles, sus habitantes, barrios y edificios, pero pocos describen el entorno geográfico con la viveza de los cronistas del pasado. De alguna manera, los hombres somos los espacios que habitamos y, a la vez, estamos inspirados por ellos. La ciudad que hoy se muestra como una urbe moderna y donde se levantan edificios cada vez más altos, le está dando la espalda a su entorno. Es difícil tratar de revivir las vistas que nos relatan los cronistas: si nos detenemos en la Plaza de Armas, apenas vemos la cordillera entre los espacios que dejan los edificios y la densa contaminación opaca los colores de la ciudad. Pero a veces logramos conectarnos con esa sensación de sorpresa y encanto y podemos sentir lo que percibieron los cronistas, cuando logramos contemplar los Andes tras un día de lluvia. Esta ciudad tiene una historia que contar, pero también un insospechado futuro por construir. Lo auspicioso que sea el porvenir depende de lo que sus habitantes hagamos de ella. Karl Brunner, destacado ingeniero, arquitecto y urbanista austríaco, gran promotor de la modernización del urbanismo para Santiago, escribía en los años treinta:

(María Graham) «El estudio de la actualidad urbanística y de la transformación necesaria de la ciudad de Santiago constituye una tarea de aspecto favorable e inspira toda confianza en el futuro desarrollo de la ciudad. Tanto la situación geográfica y pintoresca, con que la naturaleza ha distinguido a Santiago, como su estructura fundamental y las obras, con que los hombres han sabido complementar esta hermosura, facilita a las futuras generaciones sus desvelos destinados a mejorar y completar la obra hasta llegar a conseguir una ciudad modelo, que podrá causar los celos de muchas ciudades» (Karl H. Brunner. Santiago de Chile, su estado actual y futura formación. Santiago: Imprenta La Tracción, 1932, pág. 11).



Centros de ski La Parva y El Colorado. Comuna de Lo Barnechea.

Centro de ski La Parva. Comuna de Lo Barnechea. 17

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Sector pre cordillerano El Arrayan. Comuna de Lo Barnechea.

Caj贸n del Maipo. Comuna San Jos茅 de Maipo. 19

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Cuenca del río Maipo, límite sur del valle de Santiago.

Plantaciones de viñas en el valle del Maipo. 21

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Vista desde el oriente hacia el poniente del valle de Santiago.

Panorรกmica del Cerro de Renca, cerro isla que presenta la mayor altura del valle. 25

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01.

URBANISMO


URBANISMO A VUELO DE PáJARO Marcial Echenique

Orígenes

Santiago fue fundada el 12 de febrero 1541 por el conquistador español de origen extremeño Pedro de Valdivia, en la relativamente plana cuenca del río Maipo, rodeada por montañas y con abundante agua del río Mapocho. Fue trazada en forma de damero por el alarife Pedro Ruiz de Gamboa, conteniendo 126 cuadras de 120 x 120 metros cada una, entre el río Mapocho y uno de sus brazos: la Cañada (actual Alameda), lo que permitió una gran flexibilidad, ya que todas sus manzanas pudieron recibir cualquier función (residencial, religiosa, comercial, etc.), además de admitir el crecimiento ordenado en las cuatro direcciones a través de la prolongación de sus calles. La traza en forma de damero ha sido utilizada en todos los países para planificar las ciudades desde el tiempo de los griegos y los romanos, pasando por los reyes y señores feudales ingleses y franceses y, finalmente, sería muy utilizada por las potencias coloniales de España e Inglaterra. Siempre el damero se origina a partir de la plaza del mercado –lugar de intercambio comercial–, único espacio que no se construye. A su alrededor se localizan otras funciones de intercambio asociadas a bienes espirituales (templo) y protección militar (gobierno). Es así como la Plaza Mayor (actual Plaza de Armas), además de acoger el intercambio de productos, también sirvió

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como espacio para procesiones religiosas y ejercicios militares, tal como las ágoras de la antigua Grecia o los foros romanos. Las edificaciones alrededor del espacio de intercambio comercial fueron destinadas tanto al uso religioso (Catedral) como al de gobierno (originalmente el Cabildo y actualmente la Municipalidad). La situación actual de la Plaza de Armas presenta la Catedral y el Palacio Arzobispal en el costado poniente. En el costado norte se encuentran los edificios del Correo (donde estaba la residencia de los gobernadores), el Museo Histórico Nacional (antiguo edificio de la Real Audiencia) y la Municipalidad de Santiago (anteriormente el Cabildo). En los costados oriente y sur se encuentran edificios posteriores dedicados al comercio y oficinas. La transformación de la Plaza Mayor desde su función original comienza con la República, cuando se transforma en un espacio arbolado –siguiendo la moda europea– y se desplazan las funciones comerciales a una nueva área en la ribera del Mapocho. El Centro

Como en toda ciudad creciente, las actividades de servicios centrales de Santiago se fueron especializando y así nuevos espacios emergieron para albergar funciones comerciales mayoristas, como La Vega, y minoristas, como el Mercado

Central, el cual se techó en 1872 con una estructura metálica prefabricada en Gran Bretaña. Las funciones más especializadas del comercio, específicamente la que se lleva a cabo en la bolsa de valores, se desplazaron a un edificio encargado al arquitecto francés Emile Jequier en 1913. Actualmente, parte de las funciones comerciales especializadas se han desplazado al oriente del centro, a edificios en altura con clara influencia norteamericana. Asimismo, en 1846, los servicios de gobierno se trasladaron al Palacio de la Moneda, diseñado por el gran arquitecto italiano Joaquín Toesca e inaugurado en 1805. También se reubicaron otras instituciones republicanas, como el Parlamento, que se trasladó en 1868 a un nuevo edificio del Congreso diseñado por el arquitecto francés François Brunet de Baines, ubicado en los terrenos aledaños a la antigua Iglesia de la Compañía, la que había sido completamente demolida tras el trágico incendio de 1863, dejando así espacio para los jardines que rodean el edificio. Los Tribunales de Justicia, por su parte, se trasladaron en 1911 a un edificio diseñado por el arquitecto francés Emilio Doyére. Estos dos últimos edificios, junto al de la antigua Real Aduana (actual Museo de Arte Precolombino), constituyen un ejemplo extraordinario de diseño urbano, generando una plaza y jardines cívicos. La ciudad colonial se caracterizó por la construcción de edificios de uno o dos pisos de fachada continua alrededor

de la manzana, albergando patios interiores con árboles frutales, cuya forma es de origen andaluz. Ya en la República, la influencia francesa se empezó a sentir con edificaciones singulares para uso público, tal como el Congreso Nacional y el Teatro Municipal, ambos diseñados por Brunet des Baines, la Biblioteca Nacional y Palacio de Bellas Artes, proyectado por Jequier. En los años treinta del siglo pasado, el gran urbanista austríaco Karl Brunner hizo una contribución trascendental a Santiago con el diseño del Barrio Cívico y el plan del centro. El Barrio Cívico es tal vez la intervención urbanística más importante de Santiago. Como se puede observar, el Palacio de la Moneda fue ampliado para albergar las funciones del Presidente de la Nación con una nueva fachada hacia la Alameda y dos nuevas plazas: la de la Constitución al frente del palacio y la actual Plaza de la Ciudadanía en la parte posterior. El palacio y las plazas están rodeados por edificios altos que albergan diferentes funciones del ejecutivo, formando un cajón espacial de gran impacto visual. El eje constituido por las plazas se alarga a través del Paseo Bulnes, la que recuerda a los ejes barrocos de Roma y París. El plan de Brunner para la ciudad limitaba la altura de los edificios, lo que le dio al centro una continuidad formal que aún se puede observar. Desgraciadamente, esta reglamentación fue abandonada hacia finales del siglo pasado,


Mirando hacia el futuro, es de esperar que la ciudad de Santiago ocupe la gran cuenca del Maipo, solo limitando su crecimiento en extensión por las cadenas montañosas que rodean el valle”.

desvirtuando el plan. Aún más, con la política de subsidio a la remodelación del centro, grandes torres habitacionales han sido construidas, creando un caos visual, con una tipología edificatoria muy poco apropiada a la trama de las calles. Afortunadamente, en la parte céntrica algunas vías han sido transformadas en paseos peatonales que han hecho del casco antiguo un lugar de gran calidad compartido por todas las clases sociales. Parques y paseos

La creación de paseos y parques durante el siglo XIX fue mejorando la calidad ambiental de Santiago. Así, el paseo al borde del Mapocho se transformó primero a partir de los tajamares de 1792 y luego con la canalización del río en 1891, permitiendo posteriormente la construcción del Parque Forestal, diseñado por el paisajista francés Jorge Dubois con motivo del centenario de la Independencia. Previamente, en 1842, la Quinta Normal –lugar que originalmente fue de experimentación agrícola– se convirtió en el primer parque público de América, diseñado por el naturalista francés Claudio Gay. Allí se desarrollaron el primer jardín botánico, el primer zoológico, diversos museos y la Exposición Internacional de Santiago en 1875. Desgraciadamente, una parte del parque fue expropiada para la construcción del conjunto habitacional Villa Portales en 1960.

Otro hito, el cerro Santa Lucía, fue embellecido por el gran intendente de Santiago Benjamín Vicuña Mackenna en 1872. Por su parte, el Parque Cousiño (actual Parque O’Higgins), diseñado por el paisajista francés Guillermo Renner, inaugurado en 1873 y financiado por Luis Cousiño, también se ha deteriorado con la invasión de edificios, especialmente con el estadio multipropósito techado. Nuevos jardines se desarrollan en el siglo XX, entre los que destacan el Parque Japonés (actual Balmaceda), inaugurado en 1929 y proyectado por el paisajista austríaco Oscar Prager, y el Parque Bustamante. Uno de los mayores adelantos en Santiago fue la transformación del cerro San Cristóbal en el Parque Metropolitano, proyecto comenzando en 1908 con la instalación de la estatua de la Virgen y consolidado con la construcción del funicular en 1925 y la arborización masiva, la que ha significado un auténtico pulmón verde para la ciudad. Expansión residencial

La ciudad colonial se expandió durante la República en todas direcciones por efecto del crecimiento económico. Los barrios periféricos albergaron las residencias de las clases media y obrera, aunque los miembros de esta última se hacinaron en los llamados “conventillos” del centro de la ciudad. La expansión periférica se aceleró con la mejoría de los transportes, especialmente con la introducción del tranvía eléctrico

en 1900. Las clases más acomodadas se trasladaron desde el centro a las nuevas comunas del oriente, donde adoptaron el estilo de vida de la ciudad-jardín, inicialmente desarrollado en Inglaterra y rápidamente expandido por Norteamérica. Este proceso de sub-urbanización se vio estimulado por el uso de los automóviles, que facilitaron el éxodo de la población residencial desde las áreas centrales a la periferia. Como se puede observar en las fotografías, las áreas suburbanas contienen barrios de altos ingresos con grandes casas y jardines, barrios de ingresos medios cuyas viviendas cuentan con jardines más pequeños y barrios de ingresos bajos cuyos residentes solo cuentan con patios. En los últimos años, con el crecimiento de la congestión vehicular y los incentivos fiscales para la construcción en altura en las comunas centrales, estas han recuperado en parte la población perdida. También durante el siglo XX la inmigración del campo a la ciudad generó una gran masa de población urbana de bajos ingresos que ocupó, con gran precariedad, una parte de la periferia urbana, dando lugar al surgimiento de las poblaciones “callampas” y las “tomas” ilegales en forma de “campamentos”. Estas han sido progresivamente eliminadas con programas habitacionales de diversa índole, desde operaciones de autoconstrucción que con los años se han transformado en barrios consolidados, hasta soluciones de bloques de vivienda estatal en altura.

Los límites al crecimiento urbano, impuestos en varios periodos, produjeron un aumento del valor de los terrenos al interior de la ciudad y, por lo tanto, incentivaron la construcción en altura. Si bien con eso se ahorra suelo, se disminuye la calidad de las viviendas, ya que estas no cuentan con jardines de uso privado y, por tanto, carecen de espacio para su expansión. También incentivaron la ex-urbanización de la periferia en forma de parcelas más allá de los límites, en algunos casos con una calidad de urbanización muy precaria. La construcción de autopistas concesionadas permitió el acceso a estas áreas lejanas. Nuevas centralidades

El proceso de sub-urbanización y el uso extensivo de los automóviles han desplazado el comercio hacia la periferia, dando origen a los malls que se localizan en puntos de gran accesibilidad vial y ofrecen estacionamientos para los vehículos. También los colegios, centros deportivos como el Club de Golf Los Leones y otros servicios se desplazaron hacia los lugares de alto poder de consumo. Pero lo más espectacular son los nuevos centros de empleo de servicios. Se puede observar la concentración de oficinas de alta dirección en el área denominada “Sanhattan”, cuyo símbolo más potente es la torre Costanera Center –el edificio más alto de América Latina–. En tanto, surgen nue-

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vos conjuntos de oficinas más apartados, tales como Nueva Las Condes y la Ciudad Empresarial. Otras actividades de servicios metropolitanos han existido por muchos años, tales como cementerios, estadios y otros servicios deportivos. El desarrollo del aeropuerto en la comuna de Pudahuel ha transformado el área en un nuevo polo de desarrollo de servicios. El proceso de industrialización ha creado nuevas áreas donde se localizan las grandes fábricas y los depósitos de mercancías. Generalmente se instalan en lugares de buena accesibilidad vial, ya que necesitan camiones para abastecerse de los insumos necesarios y para distribuir sus productos. La descentralización y traslado hacia la periferia de los lugares de empleo, ya sea la industria manufacturera o la de servicios, ha transformado a Santiago en una ciudad policéntrica, es decir, con muchas centralidades que distribuyen el tráfico vehicular y contribuyen a mitigar la congestión. Transporte

Durante la época colonial, el trazado en forma de damero con calles ortogonales permitió la circulación peatonal y de los vehículos de tracción animal. Algunas de las calles céntricas se han transformado en paseos peatonales con gran calidad ambiental al estar arborizadas y contar con mobiliario urbano.

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Durante la época republicana la ciudad se expandió con calles reticulares pero sin el rigor de la trama colonial. El primer intento de integrar la ciudad a través de una red legible fue el plan propuesto por el intendente Vicuña Mackenna en 1875, el cual intentó construir un camino de cintura alrededor de Santiago de la misma forma en que el barón Haussmann lo hizo en París. Ya en el siglo XX, las calles suburbanas construidas no tienen la misma continuidad, generando barrios que se “cuelgan” de las vías troncales que unen los pueblos periféricos con la capital. El primer plan metropolitano de 1960 propuso una trama radio-concéntrica con un eje norte-sur y el anillo de circunvalación Américo Vespucio, el cual tardó más de cincuenta años en implementarse. Finalmente, una nueva trama intercomunal, planificada en 1995 por el presente autor y constituida por autopistas concesionadas al sector privado, refuerza el anillo de circunvalación y los ejes existentes con nuevas vías, como General Velásquez en el caso del eje norte-sur y Costanera Norte y Kennedy en el caso del eje oriente-poniente, además de los accesos del norte (Ruta 5 y Ruta 57 Los Libertadores), del sur (Ruta 5 y Nuevo Acceso Sur), del poniente (Ruta 68) y sur-poniente (Ruta 78). Estas han sido construidas en su mayoría, aunque la vía orbital propuesta que rodearía a la ciudad no se ha implementado aún.

Santiago cuenta ahora con un sistema de transporte expreso para vehículos motorizados que une a las distintas comunas en un todo integrado. Como se puede observar, las intersecciones de las vías expresas siempre producen un gran impacto visual. El crecimiento económico del país ha sido un factor importante en el aumento del tráfico vehicular, especialmente automóviles, aunque también de autobuses y camiones, todos ellos esenciales para el traslado de los pasajeros y las mercancías. Sin esta movilidad, el crecimiento se estancaría y por eso es necesario proveer vías expeditas, además de alternativas de transporte público para llegar a los centros congestionados. El transporte público se desarrolló en forma importante con la introducción de los tranvías eléctricos en 1900, que llegarían a contar con casi cien kilómetros de líneas. Los tramos hacia el oriente y el sur de la ciudad fomentaron la sub-urbanización de Santiago en esas direcciones. La introducción de vehículos de transporte público a motor permitió que “góndolas” y “micros” captaran nuevos pasajeros y expandieran la ciudad hacia los cuatro puntos cardinales. Después de la Segunda Guerra Mundial se introdujeron los trolley-buses que desplazaron a los tranvías. Finalmente, la construcción del Metro a partir de 1970 le dio a Santiago un sistema de transporte público de calidad. Alrededor de los grandes ejes de transporte, tanto vial como público, se desarrollan edificios en altura, para aprove-

char la gran accesibilidad que estos ejes otorgan a los sitios colindantes. Así, la forma urbana de Santiago ha sido y seguirá siendo condicionada por los sistemas de transporte que se desarrollen, tanto de índole público como privado. Mirando hacia el futuro, es de esperar que la ciudad de Santiago ocupe la gran cuenca del Maipo, solo limitando su crecimiento en extensión por las cadenas montañosas que rodean el valle. La capacidad de la parte plana de la cuenca es suficiente como para aumentar en cincuenta por ciento la población actual de la ciudad, aún suponiendo que las densidades medias continúen decreciendo a medida que el ingreso aumenta, como ha sucedido en los países más desarrollados. Protegidos y arborizados, los cerros “isla” de la cuenca serán los hitos más prominentemente verdes del gran valle urbanizado.


Vista al triangulo fundacional limitado por el r铆o Mapocho, la Alameda y la carretera Panamericana. Comuna de Santiago.

Plaza de Armas, desde donde se traz贸 la ciudad fundada el 12 de febrero de 1541. Comuna de Santiago. 33

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Barrio Cívico planificado por el urbanista Karl Brunner en los años 30. Comuna de Santiago.

Palacio de La Moneda, obra del arquitecto italiano Joaquín Toesca. Comuna de Santiago. 35

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Antiguo edificio del Congreso Nacional, sede desde 1876 hasta 1973. Comuna de Santiago.

Trama del plano damero, en la que se distingue el edificio de la Bolsa de Comercio. Comuna de Santiago. 37

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Teatro Municipal de Santiago, diseñado por el arquitecto Francisco Brunet des Baines en 1857. Comuna de Santiago.

Iglesia y convento de San Francisco, ubicado en la Alameda. Este es el monumento arquitectónico más antiguo que se conserva en la ciudad. Comuna de Santiago. 39

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Vista al centro fundacional de Santiago en la que se ven de izquierda a derecha: el Teatro Municipal, la Plaza de Armas con los edificios que lo circundan, el Ex- Congreso Nacional, el Palacio de Tribunales y el Palacio de La Moneda en el Barrio CĂ­vico.


Cerro Santa Lucía, llamado Huelén antes de la llegada de los Españoles, convertido en paseo en 1875. Comuna de Santiago.

Parque Bustamante inaugurado en 1945. Comuna de Providencia. 43

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Cerro San Crist贸bal convertido en Parque Metropolitano de Santiago a principios del siglo XX.

Santuario de la Inmaculada Concepci贸n del cerro San Crist贸bal. La imagen es obra del escultor italiano Ignacio Jacometti. 45

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Vista panorámica en la que se aprecia la construcción en altura que se ha desarrollado en el centro histórico de la ciudad. Comuna de Santiago.

El río Mapocho es uno de los ejes vertebrales de Santiago, en la imagen se aprecia en el costado sur, el Parque Forestal, la Estación Mapocho y el Parque de los Reyes. 47

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Panamericana o Ruta 5 Sur con Av. Santa Isabel. Vista al Palacio CousiĂąo. Comuna de Santiago.

BasĂ­lica de Los Sacramentinos, obra del arquitecto chileno Ricardo Larrain Bravo, en calle Arturo Prat con Av. Santa Isabel. Comuna de Santiago. 49

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El Parque Almagro está limitado por el Palacio Cousiño y la Basílica de Los Sacramentinos. Es un espacio de 12 hectáreas, convertido en parque en 1983. Antiguamente no era más que un potrero de murallones a un costado del mercado de San Diego.


Conjunto Virginia Opazo, dise単ado por Luciano Kulczewski en 1943, a pasos de la Alameda, entre Republica y Av. Espa単a. Comuna de Santiago.

Barrio Concha y Toro, conjunto urbano construido a principios del siglo XX con calles cortas y curvas en torno a la plazoleta de la Libertad de Prensa. Comuna de Santiago. 53

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Vista del río Mapocho a la altura de Mercado Central. La estructura de este edificio fue fabricada en Gran Bretaña y traída a Chile en 1872. Comuna de Santiago.

Centro Cultural Estación Mapocho, espacio cultural que funciona en lo que fuera hasta 1987 una estación ferroviaria. Comuna de Santiago. 55

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La Vega Central es un mercado ubicado en la ribera norte del rĂ­o Mapocho, que fue inaugurado en 1916. Comuna de Recoleta.

Iglesia y convento de la Recoleta Dominica que actualmente alberga un conjunto de museos pertenecientes a la DIBAM. Comuna de Recoleta. 57

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Vista de la Quinta Normal. En primer plano Av. Matucana y el Museo de la Memoria, la Biblioteca de Santiago, Matucana 100 y el MAC.

Vista del Club Hípico y el Parque O’Higgins en el sector sur de la Comuna de Santiago. 59

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Museos y parque de la Quinta Normal, creada en 1842. Comuna de Santiago.

Fachada de la Estaci贸n Central de Santiago, construida en 1897. Comuna de Estaci贸n Central. 63

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02.

perspectivas


miradas y reflejos de santiago Roberto Merino

Nuestra experiencia común de la ciudad está determinada por la horizontalidad. Reconocemos –en virtud de la pronunciada pendiente de Santiago– un “arriba” y un “abajo” en la distribución de los barrios, pero esta categoría se da en la continuidad de un mismo plano psicológico. Las calles se articulan para nosotros como una sucesión de tramos y de cruces. En pocos casos este punto de vista se modifica en nuestros desplazamientos diarios. La Avenida Santa María, cuando se interna en Vitacura, proporciona un panorama total de la línea del río y de la Costanera, de los parques adyacentes, de las aglomeraciones de nuevos edificios. Ingresando desde el sur por la Autopista Central, en días despejados, obtenemos igualmente una perspectiva de la ciudad mirada a la distancia. Desde las alturas de Peñalolén vemos por las noches a la ciudad convertirse en una extensión vibrátil de pequeños puntos oscilantes color yodo y rectas amarillas. Pero la mayor parte del tiempo nos movemos en una proyección visual de veinte o cincuenta metros. En esto inciden el smog, el polvo en suspensión (el antiguo, endémico de este lugar) y la sobrepoblación automotriz. Para observar –en los barrios viejos– el prodigio rectilíneo del trazado en damero, hay que esperar alguna ocasión de radical inactividad, un paro general, una alteración de la normalidad. Desde 1908 la idea viva de la altura está dada en Santiago por la presencia lumínica de la Virgen del Cerro San Cristóbal, puesta ahí en un momento en que este era aún una mole deforestada. La Virgen –que conmemora el quincuagé-

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simo aniversario del Dogma de la Inmaculada Concepción– fue fundida en París. Su base de piedra es holandesa. Como sea, la imagen ejerce sobre Santiago una especie de tutela efectiva. La vemos desde las lejanías del poniente, desde Ñuñoa, desde la explanada de la Estación Mapocho. A veces, cuando la nubosidad baja oculta el entorno del cerro, parece una aparición suspendida en el cielo. Desde el pedestal de la Virgen es posible contemplar el plano de la ciudad hasta sus deslindes. Pero esta operación involucra un acto de voluntad especial. La cumbre del San Cristóbal, y de todos los cerros urbanos y suburbanos, solo la alcanzamos en momentos excepcionales. La mayor parte de los miradores corresponde a lugares que están fuera de nuestros itinerarios cotidianos. Ignoro si los ciclistas que todos los fines de semana invaden el cerro ejercen alguna clase de observación panorámica, o si bien todos sus esfuerzos están puestos en el puro esfuerzo de la ascensión. Cuando viajamos en avión, lo primero que hacemos al despegar es tratar de reconocer a través de la ventanilla algo de la ciudad de todos los días. Es difícil. Se diría que levantando radicalmente el punto de vista se abre un paisaje toralmente inadvertido. Vemos planos, líneas geométricas, sembradíos rectangulares, tipos de suelo. En un momento intermedio logramos identificar autos en movimiento por las carreteras, pero luego todo se vuelve abstracto, como si lo que se despliega ante nuestros ojos fuera una realidad secundaria, encriptada en la que estamos acostumbrados a percibir. Se nos aparece el paisaje en su dimensión vegetal y

mineral. Solo desde este punto de vista severamente alzado se puede fundamentar el verso de Neruda: “Pampas planetarias”. Lo planetario tiene como condición sine qua non la distancia del observador. Borges, siempre pendiente de los datos menores de la experiencia, consideraba prodigioso el hecho de que –al volver a Buenos Aires en vuelo nocturno– esa acumulación ilimitada de luces se convirtiera rato después en una ciudad tridimensional. Contar con una perspectiva aérea y satelital de Santiago es obviamente una posibilidad relativamente reciente. No obstante, me da la impresión de que la ciudad como extensión o totalidad tenía más presencia entre nosotros en tiempos previos a la aviación. Cualquier viajero decimonónico de paso en Santiago, que se animara a escribir sus diarios de viaje, consideraba necesario describir la “espléndida vista” obtenida desde el peñón del Santa Lucía. La primera casa de dos pisos que hubo en Santiago perteneció al conquistador Francisco de Aguirre y estaba frente a la esquina suroriente de la Plaza de Armas. Suponemos que su balcón fue el primer espacio desde el cual se podía mirar la incipiente aldea desde una altura mediada, pero los testimonios del siglo XVI suelen eludir estos detalles encomiables. Los cronistas se atenían a dar cuenta de usos y costumbres, hechos policiales e históricos. Ignoramos si alguna vez De Aguirre se dio un tiempo para la reflexión o la retrospección acodado en la baranda de su balcón. Los documentos nos informan de otras cosas: tasaciones, herencias, actas y obli-

gaciones. En una oportunidad específica, la casa de Francisco de Aguirre fue usada de cárcel y de patíbulo con el objetivo de neutralizar una conspiración. Santiago fue durante los siglos siguientes la ciudad de las torres. Pequeñas torres adosadas a las casas coloniales, denominadas “el alto”, pero sobre todo torres de iglesias. Incluso el paisaje urbano ya registrado por la fotografía nos entrega una imagen de la ciudad totalmente determinada por las torres. San Francisco, San Juan de Dios, San Diego, en la línea de la Alameda. Y hacia el centro: los Agustinos, la Merced, Santo Domingo. Torres más allá del río, en la Cañadilla o Independencia. Fermín Vivaceta, el primer arquitecto chileno, fue un soñador de torres. Desde mucho antes de contar con las facultades para ejercer su profesión ya fantaseaba con diseñar esos estrechos espacios verticales en los que confluyen las aladas campanas y las aladas palomas. Finalmente, ya consolidado su tremendo prestigio, sus ensoñaciones se hicieron realidad. Se encargó de levantar las torres de San Agustín, de San Rafael, de la Recoleta Franciscana, del convento de las Monjas Rosas. Y acaso la más significativa: la de San Francisco, que había dejado inconclusa Toesca. Es interesante en este sentido revisar las anotaciones de María Graham. La viajera inglesa vino desde Valparaíso en agosto de 1822, a caballo, y entró a Santiago por Pudahuel. El día 24 escribe: «El panorama que se divisa desde el paso de Pudahuel es bellísimo. Mirando a través del río, cuyas escarpadas laderas adornan grandes árboles, el valle de Santiago se extiende hacia las montañas, a cuyos pies se despliega;


Sólo desde este punto de vista severamente alzado se puede fundamentar el verso de Neruda: “Pampas planetarias”. Lo planetario tiene como condición sine qua non la distancia del observador”. y la ciudad, con sus blancas torres, da a todo el conjunto un carácter especial que lo distingue de los demás bellos paisajes de Chile, en que la ausencia de moradas humanas imparte cierto sello de melancolía sobre la naturaleza». El breve párrafo sirve para hacerse una idea del paisaje general de Santiago mirado desde un campo medianamente cercano: al fondo la cordillera –simbólica y geográficamente el elemento definitorio– y esas torres blancas que parecían enfatizar discretamente la presencia de la ciudad. Hay que pensar en el ritmo de esta experiencia y en el silencio que la circunda. Hay que trasponerse por un instante, en un ejercicio de imaginación, a agosto de 1822. Invocar ese pequeño conglomerado humano, recogido y blanquecino, como si fuese un fantasma. Es de agradecer el párrafo de María Graham –como los de otros viajeros con alguna sensibilidad visual–. Redactado en tiempos prefotográficos, nos permite tener una imagen de la apariencia del espacio urbano en el que vivieron nuestros antepasados. Hay un segundo momento, verificado dos días más tarde, en que Graham hace la visita vespertina a una de las atracciones notorias de la ciudad de entonces: el peñón del Santa Lucía. En este caso su mirada rota en 180 grados, entregándonos una visión expansiva del Santiago de la naciente República. «Desde el Santa Lucía –escribe– veíamos todo el valle de Santiago hasta la cuesta de Lo Prado; el llano de Maipo, que iba a perderse en el horizonte; la nevada cordillera; y a nuestros pies la ciudad, sus jardines,

sus templos y su magnífico puente, todo iluminado por los rayos del sol que, al ocultarse, proyectaba esos mágicos efectos que los poetas y los pintores se complacen en describir. ¿Pero qué pincel y qué pluma podrán darnos una pálida idea de los Andes iluminados por los últimos rayos del sol? Yo los contemplaba Till the place became Religion, and my heart run o’er In secret worship. Las campanas de San Isidro vinieron a sacarme de mi contemplación, y me hicieron volver los ojos hacia la pequeña iglesia, sobre la cual se cernía una inmensa y negra nube. De sus puertas salía una larga y negra procesión de sacerdotes, que comenzaban una rogativa de nueve días a San Isidro y al Apóstol Santiago, patrono de la ciudad, para pedirles lluvia». Tiempo después, otro viajero inglés, Charles Darwin, describe su entrada a Santiago “desde lo alto”, esta vez desde la cordillera. Anota en Viajes de un naturalista: «Atravesamos una pequeña cadena de colinas que separa a [el llano de] Guitrón de la gran llanura en que se encuentra Santiago; y desde lo alto de esta cadena el espectáculo es admirable: una llanura perfectamente plana cubierta en parte por bosques de acacias; a lo lejos, la ciudad adosada a la base de los Andes, cuyos picos nevados reflejan todos los tintes del sol poniente. A primera vista se ve que esta llanura representa un antiguo

mar interior. Al llegar al llano, lanzamos nuestras cabalgaduras al galope y entramos en Santiago antes que cierre del todo la noche». Una escueta mención indica que Darwin hizo el ascenso del Santa Lucía, al parecer una actividad que se solía recomendar a los extranjeros en tránsito. Según Darwin subir al cerro y mirar la ciudad desde su cima «es una especie de placer continuo». El Santa Lucía es el promontorio fundacional de Santiago. Una famosa pintura de Pedro Lira representa a Pedro de Valdivia en compañía de Francisco de Villagra y de otros conquistadores en el momento mítico, en el ritual de la fundación. El enfoque de Lira va de poniente a oriente, y al fondo de su pintura se alcanza a divisar la cumbre nevada del Cerro El Plomo. Los arqueólogos Stebherg y Sotomayor –del Museo de Historia Natural– han revelado recientemente los resultados de una larga investigación. Su hipótesis –fundamentada en los escritos de Gerónimo de Vivar, en las actas del cabildo, en documentos comerciales, en trabajo en terreno, en mapas– sostiene que había en Santiago una ciudad inca bastante consolidada al momento de la llegada de Valdivia. Esto expresado en términos básicos. Una ciudad con caminos, sistemas de riego, agricultura, instituciones. La elección de este enclave para la formación de una ciudad habría entonces sido iniciativa de los incas, no de Valdivia. Lo que es significativo para nuestras especulaciones tiene que ver con las rectas trazadas entre las cumbres de Santiago y de sus alrededores, según la disposición inca sacralizante del espacio geográfico. «Los límites exteriores de la cuenca del Mapocho-Maipo

–escriben Stheberg y Sotomayor–, estuvieron delimitados por w’akas [espacios sagrados] de gran eficiencia simbólica. Los límites norte y sur estaban cerrados por los cordones transversales de Chacabuco y Angostura, y debieron ser traspuestos por el Qhapac Ñan [Camino del Inca] a través de un portezuelo o puerta (punktu). En ambos extremos se eligieron sendas cavernas para representar allí lo más sagrado y testimoniar con ello su pertenencia al Tawantinsuyu [territorio del imperio inca]. El límite oriental, por su parte, estuvo determinado por el Cerro El Plomo, en cuya cima se emplazó un importante adoratorio solar». Prosiguen los investigadores: El Plomo, la montaña del cordón cordillerano más visible desde Santiago, «y sobre todo desde el centro administrativo incaico, fue sede de la ceremonia estatal más importante: la Capacocha», un rito que se ponía en funcionamiento cuando se consideraba que la vida del inca estaba en peligro. De la cámara de piedra de la cumbre fue extraído en 1952 el cuerpo de un niño inca entregado en sacrificio, conocido como la Momia del Cerro El Plomo. Se supone que el niño caminó en compañía de adultos desde el Cuzco, viaje que tendría que haberse realizado en el lapso de un año. El cuerpo fue descubierto por baqueanos de la cordillera y más tarde adquirido por el Museo de Historia Natural. Otros cerros de importancia para la espacialización simbólica de los incas son: el Cerro Navia (o Huaca), el Blanco y, por cierto, el Santa Lucía. Los arqueólogos señalan que hay una coincidencia notable entre la geografía de El Cuzco y la de Santiago antiguo: ambas ciudades aparecen fundadas en un promontorio-isla, rodeado por dos brazos de

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un río. El Santa Lucía está conformado por rocas escarpadas y agrietadas (como es evidente hasta la fecha de su restauración, 1872). Es posible, según el mismo estudio, que esta condición distintiva –los cerros del entorno aparecían cubiertos de vegetación– haya incidido en que los incas, adoradores de las rocas, lo eligieran como lugar sagrado. Tenía, además, cavernas, como puede apreciarse hasta hoy, accidentes geográficos igualmente privilegiados por los incas en la medida en que se las consideraba un conducto al mundo subterráneo. Es igualmente sincrónico el hecho de que los incas hayan establecido en el Santa Lucía un observatorio, fundamental para el desarrollo de un calendario agrícola. Siglos más tarde –por iniciativa de O’Higgins, tardíamente implementada (1852)– se levantó en el cerro –con asesoría norteamericana– un observatorio astronómico en el mismo lugar. Se puede considerar que este mirador estelar –fomentado especialmente por el sabio polaco Ignacio Domeyko– está en la base de la astronomía chilena. La función de observatorio del Cerro Santa Lucía, en todo caso, trascendió a los siglos y a las culturas distintas: observatorio del universo y del valle del Mapocho, de los cerros acordonados al poniente y al oriente. En el Cerro San Cristóbal hubo igualmente un observatorio astronómico, construido en 1903 como sucursal sur del Observatorio de Lick, de California. Desde este lugar –destinado a estudiar el curso del sol– se descubrieron unas 250 estrellas binarias. Irradiado por la luminosidad nocturna de la Virgen, el San Cristóbal se convirtió, luego de su forestación y recuperación –empresa ardua en la que fue fundamental Alberto

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Mackenna–, en el nuevo punto de mira de Santiago. Punto de mira y centro de la vida social, dispersada en sus salones de baile, en su roof garden y en su famoso restaurant. Benjamín Velasco, memorialista del cerro, dejó registradas, junto a algunas consideraciones extravagantes, las observaciones del paisaje urbano que se podían efectuar desde el San Cristóbal a fines de los años veinte: «Solo, en la hermosa terraza del restaurant del cerro. Lejos de los boticarios, de los bomberos, de los compañeros de oficina, de los vacunadores, de los ciclistas, de los preceptores, de los literatos, de los críticos, de los inspectores de tranvías, de los políticos, de los lateros, de los cojos, sentado ante una mesita frente a un vaso de granadina … qué bien me siento en plena cumbre, respirando el aire purísimo que es privilegio de esta altura incomparable! «Son las seis de la tarde de un día de trabajo. Ningún majadero llega a importunarme. Anegadas de luz las pupilas, extiendo y regocijo la mirada por sobre el vasto panorama que se divisa y que, lejos, recortan los horizontes que van cambiando de color a medida en que el sol avanza en su órbita. El paisaje es único desde aquí. La Gran Ciudad, por todos lados. Los edificios de la metrópolis, contemplados desde esta eminencia, parecen casitas de juguetes, y los tranvías y autos semejan insectos –coleópteros o dípteros– que van arañando el suelo de las calles. Las gentes no se alcanzan a ver». Y, una vez más, la ineludible cordillera: «El sol va declinando, pero, en cambio, los majestuosos picachos de la cordillera de los Andes brillan con sucesiones de matices, como

si se encargasen de recoger las gradaciones de la luz … bajo el inmenso palio de la tarde que agoniza». Luego menciona, con adornado estilo, alamedas solitarias, el Parque Forestal, un tren lejano, el polvo de la ciudad, el Santa Lucía a lo lejos, el manicomio, la “Mansión de los Muertos” hacia el norte. La escena termina con la audición (no se sabe si imaginada o vivida) del Angelus. A la llegada de la oscuridad del anochecer se encienden la Virgen y las luces de Santiago. Epílogo

El Santiago que conocimos desde la cumbre del Santa Lucía, hace cuarenta años, era achaparrado y, en opinión de casi todo el mundo, triste. Hacia el sur se extendían las casas de un piso, de dos pisos a lo más, en una progresión gris uniforme que se perdía en unos cerros cafés. Las únicas alturas reconocibles las constituían el edificio de la Endesa, las torres de San Borja, las torres de Seminario con Bilbao. Hacia el poniente, todavía las cúpulas y las torres de las iglesias aparecían como hitos de la construcción vertical. Los llamados rascacielos en los años veinte –el edificio Ariztía, el edificio de la mutual de la Armada, en el centro– no tenían más de doce pisos. Nunca subimos al Manquehue, mucho menos al Plomo, al Provincia, La Cruz, San Ramón, Punta de Damas. Nos acostumbramos a vislumbrar estas cumbres en el invierno, cuando la nieve nos retenía la mirada más de lo habitual. Para alturas bastaba con el Santa Lucía, con el San Cristóbal, con alguna azotea circunstancial. Durante décadas, toda visión panorámica de Santiago

fue desde el Santa Lucía o desde el San Cristóbal. En algún momento se usó el techo del Palacio Urmeneta para lograr una vista más o menos abierta de la parte oriental de la ciudad, que incluía al propio Santa Lucía. En los años sesenta se construyeron las torres de Tajamar, una demorada promesa de modernidad que amplió el espectro visible de Santiago hacia “los cuatro vientos”. Cada década ha tenido sus edificios símbolos de lo que Maurais llamaba “la evasión hacia lo alto”. Entre los sesenta y los setenta fue la torre Entel y el fallido Santiago Centro. Al final del decenio apareció la torre Santa María. En los noventa la de la Telefónica, visible desde todo Santiago. Más tarde vino el Titanium –que pasó la prueba del terremoto del 2010– y ahora el Costanera Center. Los edificios altos –los “colmenares humanos”, según Joaquín Edwards Bello– rinden casi siempre como fantasías infantiles de las sociedades que los promueven. Cumplen, además, la misión de compactar el espacio habitable. Y habría una tercera función: la de constituirse en observatorios. Siempre está abierta la posibilidad de trepar a una azotea y quedarse contemplando –hasta donde se pierde la vista– el complicado paisaje santiaguino, demasiado extenso, demasiado seco y profundo.


Parque Balmaceda, diseĂąado por Oscar Prager en la dĂŠcada de 1930. Comuna de Providencia.

Vista al barrio Pedro de Valdivia Norte y al Parque de las Esculturas, museo al aire libre inaugurado en 1986. Comuna de Providencia. 71

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En 1932, Ricardo Lyon Cousiño promovió la creación de un club de golf en los faldeos del cerro San Luis. Así nació el Club de Golf Los Leones, en las 72ha de terrenos que formaban parte de los fundos San Luis y Santa Julia. A los poco años, en 1946, se concreto el loteo de la ladera sur del cerro que hoy se encuentra cubierto de casas.


Vista hacia el nor-oriente, con los ejes Los Leones y Tobalaba, lĂ­mite de las comunas Providencia y Las Condes.

Torres de Carlos AntĂşnez e Iglesia de nuestra SeĂąora de la Divina Previdencia. Comuna Providencia. 75

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Vista hacia el sur-oriente con el rĂ­o Mapocho y el desarrollo inmobiliario que caracteriza al sector por sus modernos edificios. Comuna de Las Condes.

Barrio Nueva Las Condes al costado del Parque Araucano. Comuna de Las Condes. 79

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Avenida Pdte. Kennedy con Américo Vespucio. Comuna Las Condes.

Terreno y edificio de la Escuela Militar diseñado por Juan Martínez en 1943. Comuna de Las Condes. 81

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Sector norte de Santiago, con vista al Hip贸dromo y al Estadio Santa Laura. Comuna de Independencia.

Panamericana Norte con Vespucio Norte Express. Intersecci贸n de las comunas de Quilicura, Huechuraba y Conchal铆. 85

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Terrenos aledaĂąos al aeropuerto de Santiago. Comuna de Pudahuel.

Aeropuerto Internacional Comodoro Arturo Merino BenĂ­tez, inaugurado en 1967. Comuna de Pudahuel. 87

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Avenida Tobalaba y Canal San Carlos con vista hacia las comunas de La Reina y PeĂąalolĂŠn. 89

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Vista hacia el oriente desde Peñalolén. A la derecha Comunidad Ecológica.

Parque y Viña Cousiño Macúl. Comuna Peñalolén. 91

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Estadio Municipal de Puente Alto. Comuna de Puente Alto.

Feria libre. Comuna de La Florida. 93

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Esquina de las calles Yungay y Esperanza, a la izquierda se ve la iglesia San Juan Bautista. Comuna de Santiago.

La Villa Los Presidentes en Av. Grecia, es un conjunto de blocks de 4 pisos, que fue un hito en la década del 60 al incorporar las áreas verdes en el diseño. Comuna de Ñuñoa. 95

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03.

FORMAS

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EL retrato de LA ciudad Francisco Brugnoli

Siempre nos cautiva, de una manera que podríamos llamar misteriosa, contemplar fotografías de ciudades, ver aquello por donde nuestra cotidianidad trascurre indiferentemente, de pronto separado de nosotros, apareciendo como algo extraordinario, mostrando los mismos edificios, el mismo pavimento de sus calles, aquellos árboles de la plaza y a lo mejor hasta alguien a quien nos parece reconocer. Todo ahí grabado para ahora ser contemplado en otro tiempo. Es esa condición de atemporalidad la que nos atrae de las fotografías distintas o anteriores a nuestra memoria, haciéndose mayor aún si corresponden a otras ciudades. Allí, a la atemporalidad se suma otro factor, el de un misterio propio de la fotografía, el de la ubicuidad. Algo así como una prolongación de nuestra mirada privada, pero sin ninguna otra sensorialidad, algo como ver no viendo, sumergiéndonos en el vértigo de su simetría entre fantasía y realidad. Es esta experiencia la que nos intriga de este extraño binomio de fotografía y ciudad, especialmente cuando el objeto retratado es exactamente nuestra urbe, exhibiendo la regularidad de su ordenación original o la perfección que muestran sus edificios lejos de la contingencia ciudadana. Entonces ¿desde dónde viene todo esto? ¿Por qué es así y no de otra manera? ¿Por qué la fotografía puede apasionarnos hasta la obsesión?

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¿Solo para interrumpir nuestra vida diaria y liberarla de todas las dificultades que nos impone una ciudad que parece obligarnos a habitarla sin plenamente hacerlo? Sin duda este binomio vive su vértigo desde el inicio de la fotografía, en los profundos principios de la modernidad, cuando un joven arquitecto hiciera un agujero en las puertas del Duomo de Florencia y recibiera, en un espejo, la luz que lo cruzó del exterior, trayendo con ella el reflejo del edificio del Baptisterio ubicado en la plaza de enfrente, imagen que luego fijara cuidadosamente con pintura. Si por fotografía debemos entender una “grafía de la luz”, nos encontramos con un aparato destinado a ello que justamente opera con una imagen de ciudad, la que además servirá para la demostración más espectacular de la historia sobre la relación entre arte y ciencia, como lo fue la perspectiva, hecho que cambiará radicalmente nuestra representación de mundo, al hacer coincidir la experiencia concreta de la realidad, por parte de una nueva sociedad bastante pragmática, con su representación y su historificación, cautivando al mundo europeo e iniciando con esto un cambio cultural de proporciones. El aparato que utilizara Brunelleschi, un simple soporte de madera para apoyar el espejo, se transformará en la

famosa cámara oscura, dispositivo que tiene en Canaletto el Joven una aplicación ejemplar, ya que gracias a su cuidadoso y detallado registro de Varsovia, esta pudo ser reconstruida después de la Segunda Guerra Mundial. Pero nosotros debemos el ejemplo más próximo a la expedición de Malaspina, la cual, por encargo real en las postrimerías del Imperio, recorría las colonias de América haciendo un detallado levantamiento, el que incluía el uso de este aparato. De ahí provienen las primeras imágenes fidedignas de nuestra ciudad, sin duda un antecedente importante para esta publicación. Sin embargo, el surgimiento de la burguesía y la necesidad de auto celebración de su triunfo determinarán el uso de este dispositivo para su representación en el tiempo por medio del retrato, y así fue incluso durante el desarrollo de los primeros materiales sensibles a la luz, que llegaron para garantizar una representación más allá de toda debilidad de la mano o subjetividad del fotógrafo. Pero será Niépce quien, por medio de un proceso físico químico inédito y disponiendo su cámara frente a la ventana de su taller, fotografiará los techos de Gras, volviendo así al origen de la historia y, al reconocerse a esta como la primera fotografía, dará el salto hacia la fotografía contemporánea.

Más adelante, Primoli se extasía en las estructuras de la Torre Eiffel, pero principalmente fotografiando la ciudad desde la altura y, aún más, dirigiendo desde sus miradores el lente hacia un globo aerostático que sobrevuela París. La fotografía así no solo se reencuentra con su historia, sino que se reconoce ella misma como un invento moderno, fotografiando a la misma modernidad, fotografiándose, podríamos decir, a sí misma, como metáfora de un autorretrato que viene a interrumpir el retrato de los nuevos héroes del progreso. Así, la ciudad constituirá un género especializado, toda una historia que no podemos evitar como asociación con la experiencia cumplida ahora por Wenborne y Mendizábal. Por su parte, nuestro Santiago también nace en los orígenes de la modernidad. Su trama armónica se debe a su fundador, quien testimonia su orgullo al autodefinirse como “jumétrico en el trazar”. El extremeño sería el responsable de una trama rigurosamente modulada en el número tres, la que alcanzará hasta la cantidad de sus lotes y fechas de fundación, y que es coincidente con el blasón de los Valdivia y, curiosamente, con la suma de letras de su nombre. Curioso también es el origen de su orden inspirado en el trazado de Santo Domingo, la primera ciudad española en el continente, que asombra a sus visitantes y a los adelantados que llegan


Mientras las fotografías de Guy Wenborne nos permiten reconocer la historia de la ciudad y sus contrastes para entregarnos una visión inevitablemente seductora, las de Marcos Mendizábal nos hablan de una involución, pero que en el viaje al pasado, como reconstrucción de la mirada, parecen buscar el ideal que abrió su camino”. para incrementar las conquistas de la corona, quienes fascinados por su perfección la replicarán muy pronto con ventaja. Este asombro es debido a que en Europa no hay ciudades así reticuladas, aunque será el mismo Brunelleschi quien ofrecerá las bases de la nueva ciudad en su orden regular, en cuyo centro deberá estar la plaza y, frente a ella, los edificios de gobierno. Pero curiosamente, las ciudades latinoamericanas tienen un origen anterior a esto, que se encuentra en una de las ciudades militares romanas que aún subsistían en España, Santa Fe, donde sirvió el fundador de la ciudad de Santo Domingo. Pero también se debe considerar que Pedro de Valdivia acompañó a Carlos V en la guerra de Italia y debió haber visto, en Milán, los cristalinos dibujos de la ciudad ideal de Filarete, y que algo de esa visión geométrica pudo haberse guardado en su imaginario para reaparecer a su paso por Santo Domingo. Es interesante constatar la fuerte pregnancia de este diseño en la expansión de Santiago hasta los años cuarenta, cuando su crecimiento progresivo la lleva a alejarse de la jerarquía del centro, amenazando su regularidad, la que sin embargo siempre y porfiadamente reaparece, condición que en la fotos de Wenborne reconocemos en el diseño tardío de la circunvalación Américo Vespucio, cuyo centro virtual busca la

coincidencia con nuestro centro histórico, precisamente con la Plaza de Armas. Este año pudimos apreciar una prueba de la persistencia de su orden como referente en una parte de la muestra de Patrik Steeger en el Museo de Arte Contemporáneo, quien puso a disposición del público cortes precisos y pequeños de distintos diseños de molduras pintadas de blanco, las cuales eran tomadas por el público para crear formas en el piso negro del hall central y cuyo resultado eran pequeñas ciudades que contaban con una plaza en el centro, o más frecuentemente, con una torre cuya simbología fálica sin duda alude al poder. En el año 2002, el MAC ofreció al país su primera selección de la Bienal de São Paulo, ocasión en la que se contactó a Guy Wenborne para solicitarle una fotografía para la portada del catálogo. Esta fue justamente una imagen aérea de Santiago ordenada por el eje de una transitada avenida; sin embargo, la distancia entre ella y el visor de la cámara, además de su color azul, la alejó de todo reconocimiento inmediato, obligando al espectador a indagarla, sin lograr obtener nunca la información tranquilizadora que buscaba. Tiempo después, con motivo de la invitación que nos formulara Régis Durand, entonces director del Museo Jeu de Paume –por él dedicado a la fotografía–, para realizar una curatoría de fotografía chile-

na integrada a la suya llamada “Signes d´Existence”, pienso nuevamente en Wenborne, de quien escojo un grupo de fotografías aéreas de accidentes geográficos que nos ofrecían, por lo no visto aún, una percepción de la naturaleza antes de convertirse, gracias a nuestra administración cultural, en paisaje, un reclamo de existencias por su extrañeza. La sensación de lo “visto por primera vez” que nos provocan las imágenes ofrecidas en este libro (impresión ocasionada por su lejanía de “lo familiar”), parece delatar la intención de su editora. A nuestro entender, esta sensación es necesaria para detener la mirada e interrogar, en busca de sentido, aquellas fotografías cuyas referencialidades se nos escapan, ocultas por esa cotidianidad agobiante a la que ya hemos aludido. Pero también para descubrir, en otras, ese deseo impuesto por el discurso moderno del progreso que nos lleva, replicando los proyectos de Filarete, a concebir la “ciudad de cristal”, perfecta en su maqueta blanca, olvidando que no podemos entender la urbe sin sus ciudadanos, los que, justamente, por su acuerdo la originan. Eduardo Subirats habría dicho que el vértigo de los futuristas por la aéreo-pintura se debía al afán latente de ver la ciudad sin aquello que la ensucia, la gente, sus habitantes, sin los cuales solo deviene en un objeto sin sentido. De

Chirico nos ofrece en su pintura espacios irreferenciales de ciudad como demostración de que una cadena de recuerdos heredados nos une al mundo, proponiéndonos pensar en la ausencia de uno de los eslabones de esa cadena, lo cual haría que todo aquello siguiera estando allí, pero sin que podamos entender la razón de su existencia. Pero justamente esa misma ausencia nos provoca la necesidad de respuesta, en este caso, sobre la ciudad que hemos construido, la cual tiene un déficit de sentido original: el no haber nacido por el acuerdo de sus habitantes, sino por las necesidades de los conquistadores, hasta el punto que nuestra capital tendría el prestigio de haber sido la única amurallada en la región, evidenciando con esto su contradicción fundacional con gran parte de los habitantes de estos territorios. Antecedente que validaría esta pregunta por el sentido a la que desafían estas imágenes. Las fotografías de Wenborne se realizan desde distintas distancias, de pronto en ellas reconocemos el triángulo fundacional, otro ejemplo del módulo tres de su fundador, mostrando la relación virtual de ese paradigma geométrico de siglo XV, el del triángulo con el cuadrado de cada lote de su retícula. Sin embargo, también podemos descubrir esos dos intentos interrumpidos de romper su paradigma de perfección, el Eje Bulnes y la Remodelación San Borja, demos-

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trando así, en su detención, el poder de la pregnancia del diseño fundante. Pero también vemos a la ciudad rebasando la circunvalación Américo Vespucio hasta convertir su extensión en una textura informe, que finalmente hace insignificante la grilla primera, razón por la cual hasta podemos pensar en la pérdida de su poder paradigmático. Sin embargo, también reconocemos su afán por actualizar permanentemente su significación de poder: ahí está la Torre Entel, precisamente en el encuentro de los dos ejes principales del país, la Alameda Bernardo O´Higgins y la Autopista Central, justamente en la estación de Metro Los Héroes y muy próxima al Palacio de la Moneda, señalando su presencia al constituirse en el epicentro del máximo espectáculo de celebración de cada año nuevo, esa eyaculación fantástica de fuegos artificiales ofrecida como gran catarsis colectiva. Esto lo vemos con claridad, en medio del extendido campo homogéneo de una fotografía nocturna, en la presencia de una explosión de luz. Un punto de luz azul cian que se despliega justamente en el lugar de mayor tensión del encuadre, como prueba irrefutable de su relevancia, al centro de una superficie que de pronto nos fascina en su visón de altura, haciéndonos olvidar lo primero, pero luego también forzándonos a retornar a su llamado. Se trata de una de varias fotografías

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que nos seducen y que, por la fascinación producida, nos reconcilian con nuestra ciudad, muy especialmente aquellas que nos muestran los artilugios y tréboles de las autopistas, pero también la belleza de las tramas, un maravilloso tejido que de ordinario no soportamos. Mientras las fotografías de Guy Wenborne nos permiten reconocer la historia de la ciudad y sus contrastes para entregarnos una visión inevitablemente seductora, de noche y luces, como cumplimiento de ese futuro instalado por la posmodernidad, hasta el punto de provocarnos una irremisible duda sobre lo visto, las de Marcos Mendizábal nos hablan de una involución, pero que en el viaje al pasado, como reconstrucción de la mirada, parecen buscar el ideal que abrió su camino. América entera está plena de pruebas o huellas de ese ideal, o ideales, que la crearon: desde esos seres fantásticos que nos describe Pigafetta hasta los sueños de ciudades como Trepananda o la Cruz del Sur descrita por Dante, o hasta su mismo nombre de persona, todo ello nos habla de haber sido considerada como un vacío a ser ocupado por un imaginario fantástico que podemos incluso datar en los escritos de Plinio. Entonces, precisamente sería el continente de los cristales que la idealidad conforma como objetos de deseos no resueltos. Estas fotografías de nuestros edificios irreco-

nocibles, retraídos hasta la perfección de sus proyectos en el tablero del arquitecto, limpios de toda huella del tiempo y uso, sin rayados, hasta lograr la luminiscencia de su realidad ideal, emplazados en calles donde los pocos habitantes que aparecen ocupan solamente el lugar de esos personajes que se instalan en maquetas para dar cuenta de la escala, inmovilidad necesaria para esa detención de tiempo, justo en el momento de su origen, ese que nos hablaría tan claramente de Filarete, Alberti o Palladio. Todo parece preguntarnos sobre lo que hemos perdido, pero también sobre el temor de una posible inhumanidad a la que toda perfección podría conducir. ¿Podríamos habitar una pintura de De Chirico?, parecen de pronto preguntar estas fotografías. Sin duda, entonces, un placer equívoco también acá, otra señal de la inteligencia que convoca a estos artistas. Pero aún más, la luz, la phos, es ese elemento inalcanzable en su materialidad que la historia del arte siempre ha intentado retener, desde que se entendió la pintura como el instrumento de su captura (haciendo posible la percepción visual de los perfiles y relieves de los cuerpos volumétricos, fenómeno intangible del que también los espacios contenidos de la arquitectura obtienen su sentido fundamental), hasta el logro mayor de ese afán, la fotografía. Es, sin duda, en estos

artistas donde encontramos una celebración de este logro, ella es la protagonista de la obra de ambos, concretamente en su fascinación por parte de Guy Wenborne y en su depurada abstracción que la exige como pensamiento en Marcos Mendizábal.


La Plaza Baquedano es el límite de las comunas de Santiago, Providencia y Recoleta. En el centro de la rotonda se encuentra el monumento al General Manuel Baquedano del escultor chileno Virginio Arias. Esta plaza ha tenido diferentes nombres a lo largo de la historia: Plaza la Serena, Colón y por último Plaza Italia, por la escultura El genio de la libertad, del artista ítalo-argentino Roberto Negri, donada por la comunidad italiana con motivo de la celebración del centenario de la Independencia. 103

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Biblioteca y Archivo Nacional de Santiago, construida en diferentes etapas a partir de 1914, obra del arquitecto Gustavo GarcĂ­a del Postigo. Comuna de Santiago.

Museo Nacional de Bellas Artes y Museo de Arte ContemporĂĄneo en el Parque Forestal. Comuna de Santiago. 105

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Frontis del Club Hípico construido entre 1918 y 1923 por Josué Smith Solar. Av. Almirante Blanco Encalada. Comuna de Santiago.

Pabellón Paris, construido en Francia en 1889 para la Exposición Universal. Actualmente utilizado por el Museo Artequín y ubicado en la Quinta Normal. 107

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Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, inaugurado el a帽o 2010 en Av. Matucana frente a la Quinta Normal.

Detalle de la cubierta de cobre que se instalo durante la remodelaci贸n de la Estaci贸n Mapocho en 1991. 109

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Campus Peñalolén de la Universidad Adolfo Ibañez, obra del arquitecto José Cruz Ovalle.

Edificio corporativo de Transoceánica obra de la oficina +arquitectos. Comuna de Vitacura. 111

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Fantasilandia, creado en 1977 en 6,5 hectáreas del Parque O’Higgins. Comuna de Santiago.

Jardines y laguna del Parque O´Higgins, diseñado por el paisajista Guillermo Renner en 1872, por encargo de Luis Cousiño Squella. Comuna de Santiago. 113

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Estadio Nacional Julio Martínez Prádanos, ideado por el arquitecto y urbanista Karl Brunner como centro deportivo para la ciudad, inaugurado en 1938. Comuna de Ñuñoa.

Centro de Detención Preventiva Santiago Sur, Ex-Penitenciaría. Comuna de Santiago. 115

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Circos instalados en septiembre de 2014, en Alameda con General Velásquez. Comuna de Estación Central.

Templo Bahá’í de Sudamérica, realizado por la oficina de arquitectura canadiense Hariri Pontarini Architects. Comuna de Peñalolén. 117

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Cementerio General de Santiago, inaugurado en 1821 por Bernardo O’Higgins. Comuna de Recoleta.

El Prado, cementerio inaugurado en 1988. Comuna de Puente Alto. 119

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Observatorio Astron贸mico Nacional (OAN) en el Cerro Cal谩n. Comuna de Las Condes.

Piscina Tupahue en el Cerro San Crist贸bal, enero 2014. 121

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Nudo vial conformado por el cruce de la Autopista Central con Vespucio Norte Express.

Costanera Norte y Autopista Central. 123

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Comuna de Pudahuel.

Comuna de Pudahuel. 125

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Desarrollo inmobiliario. Comuna de Peñalolén.

Edificio Mirador Santa Anita. Comuna de Lo Barnechea. 127

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Canchas de tenis del Estadio Italiano. Comuna de Las Condes.

Canchas de fútbol en Américo Vespucio sector Rotonda Grecia. Comuna de Peñalolén. 129

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Vespucio Norte Express a la altura del aeropuerto de Santiago. Comuna de Pudahuel.

Terreno agrĂ­cola. Comuna de Pirque. 131

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04.

VISTAS


Santiago desde Santiago

Fotografías de Marcos Mendizábal

Mirar desde lo alto siempre nos atrae y nos impresiona. Una vista desde un cerro hacia el valle después de un día de lluvia ofrece un panorama imperdible y Santiago nos proporciona esas vistas naturales desde cada uno de los cerros que están salpicados en el valle. Marcos Mendizábal se propuso dar cuenta de eso recorriendo el San Cristóbal, el Manquehue y el cerro Santa Lucía, así como también aprovechando las panorámicas desde Peñalolén y Renca. Además, buscó las alturas al interior de la misma ciudad, en sus azoteas, las torres de las iglesias o alturas emblemáticas como la Torre Entel, en el centro mismo de la capital. De esa manera nos entrega un mosaico de imágenes a una escala diferente, mostrándonos cómo nos vemos los habitantes de la ciudad en los lugares que transitamos a diario. Las fotografías de Mendizábal nos revelan espacios únicos que vistos a vuelo de pájaro se cargan de una estética diferente. 135

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Detalles de la Plaza de la CiudadanĂ­a desde la Torre Entel.

Cambio de guardia en el Palacio de La Moneda.

Detalle Plaza de la CiudadanĂ­a. 137

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Cambio de guardia en el Palacio de La Moneda.


Cruce calle peatonal Estado con Agustinas, visto desde un dĂŠcimo piso. 139

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Vista desde el Mirador del Santuario Nacional de Maipú, a la celebración de la Festividad de la Virgen del Carmen el 16 de julio de 2014. Comuna de Maipú.

Maratón de Santiago vista desde la Torre Entel. 141

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Mirador del Cerro Santa Lucía.


Vista desde el Cerro San Crist贸bal hacia el Parque Bicentenario.

Vista desde el Cerro San Crist贸bal hacia la Ciudad Empresarial. 143

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Vistas desde diferentes alturas de Santiago: cerro de Renca, San Cristóbal, Quinchamali, Peñalolén, camino Pie Andino. 145

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Museo a cielo abierto en San Miguel, que reĂşne mĂĄs de 4.000 metros cuadrados de arte callejero.

Obras del artista Inti Castro en la salida del metro Bellas Artes. Comuna de Santiago. 147

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PENDIENTE


05. LUCES


El futuro presente de Santiago Pablo Allard

Nadie puede quedar indiferente ante las magníficas vistas de Santiago que presenta este libro. Más allá de la majestuosidad de su entorno geográfico, llama la atención cómo nuestra capital ha crecido, no solo en cantidad y sofisticación de edificaciones e infraestructura, sino también en el número y calidad de sus áreas verdes, arborización y parques. Por otro lado, cuesta encontrar aquellas “poblaciones callampa” que antes caracterizaban nuestros sectores marginales, y no se trata de un sesgo del fotógrafo, sino del resultado de políticas habitacionales que podrían llevarnos a finales de esta década a erradicar la totalidad de los campamentos estructurales en Santiago. A diferencia de nuestros vecinos que se han rendido a las “favelas” en Río de Janeiro o São Paulo, los “ranchos” en Caracas, los “barrios” de Medellín, Bogotá, Lima o las “villas miseria” en Buenos Aires, Chile será hacia finales de esta década el primer país en vías de desarrollo en garantizar el acceso universal a la propiedad de la vivienda para los más necesitados. Pero no nos engañemos, parte importante de esas familias han salido de la informalidad y el barro, pero hoy viven en conjuntos habitacionales alejados de las oportunidades propias de la ciudad y en muchos casos convertidos en guetos que incuban severos problemas sociales cuya integración será clave en los próximos años.

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En las últimas décadas hemos sido testigos de los cambios más radicales vividos por la capital desde su fundación hace casi quinientos años. Desde el Plan Regulador del sesenta y la construcción del Metro, que ya cumplió cuarenta años, hasta las ya citadas políticas de erradicación de campamentos, masificación del acceso a la vivienda y consecuente aparición de la segregación urbana y guetos en los ochenta. Hace treinta años vimos la llegada de los malls, primero en sectores acomodados y luego en los noventa como subcentros urbanos que suplieron la carencia de equipamiento y las demandas de los “nuevos chilenos” de clase media emergente en las periferias de La Florida, Puente Alto, San Bernardo, Maipú, Huechuraba y Quilicura. El cambio de siglo trajo consigo el aumento de la movilidad con el surgimiento de las concesiones de autopistas urbanas; y sufrimos el trauma del Transantiago; el fallido plan de transportes que hasta hoy presenta severos problemas de calidad de servicio. Hoy la postal de Santiago dejó de mostrar el centro o Providencia, aparecen nuevos sectores de oficinas como El Golf o Nueva Las Condes, barrios centrales reviven con el pulso de la nueva “clase creativa” que recupera lugares tan valiosos como los barrios Italia, Lastarria, Yungay o Bellas Artes; y, por otro lado, la pobreza deja de esconderse bajo la

alfombra y se implementan programas para la recuperación de guetos como Bajos de Mena o El Volcán. Así, entonces, el icónico Costanera Center es solo la punta de un iceberg que da cuenta de esta vorágine de planes y proyectos que han cambiado la fisonomía de la capital. Signo de este crecimiento también son la creciente discusión urbana y demandas de calidad de vida, el fortalecimiento de organizaciones ciudadanas y barriales, y una ciudadanía que reconquista los espacios públicos, desde la plaza de la esquina hasta espacios centrales que acogen eventos masivos y movilizaciones sociales. En este contexto, ¿llegará Santiago a ser una mega ciudad? Afortunadamente no. Las tasas de crecimiento demográfico indican que, con suerte, hacia el 2025 la población de Santiago se estabilizará en los ocho millones (hoy ronda los 6,7 millones), salvándonos de problemas de mega ciudades vecinas como São Paulo, Río de Janeiro, Buenos Aires o México, que ya se acercan o superan los veinte millones. Esto implica que tendremos un tamaño perfecto para consolidarnos como uno de los principales centros de negocios de la región, con una masa crítica adecuada para atraer eventos culturales y sociales de calidad, y un emplazamiento que permite capitalizar los atributos de la capital. Situación reconocida en todos los rankings internacionales que

posicionan a Santiago entre las tres mejores ciudades para vivir y hacer negocios en Latinoamérica, y entre las setenta y cinco ciudades más dinámicas del mundo al 2025. Si la población de Santiago no va a crecer significativamente, lo que sí aumentará serán sus ingresos, y por consecuencia, las demandas de suelo y servicios, por lo que la ciudad seguirá creciendo en extensión y en altura. El crecimiento económico y social proyectado llevará a que hacia finales de la década los hogares ABC1 y C2 subirán su participación actual de treinta y tres por ciento a cuarenta y seis por ciento. Esto ya está modificando los patrones de localización de esta “nueva clase media emergente”, consolidando ejes de desarrollo asociados a oferta de transporte hacia Puente Alto, San Bernardo, Maipú y ahora Quilicura, con sus respectivos subcentros en torno a los malls. Esto ya está revirtiendo dinámicas de segregación tradicionales e impulsando el surgimiento de oportunidades de regeneración urbana en comunas pericentrales y periféricas hasta hoy estancadas, como lo pregona con orgullo el hollywoodense cartel de “Renca la lleva” en los cerros de la misma comuna. Pero esta visión optimista del futuro de Santiago presenta grandes desafíos. Como decíamos antes, la experiencia internacional indica que en la medida en que los ingresos de la población aumentan, también aumentará la demanda


Más allá de los problemas y desafíos, algo está pasando en la capital que augura un futuro promisorio para nuestra calidad de vida. No se trata de nuevos proyectos de infraestructura, parques o líneas de Metro –todas necesarias y muy bienvenidas–, sino más bien del surgimiento de un nuevo ciudadano, más informado, más comprometido y más proactivo”.

de espacio; esto es, viviendas más grandes en terrenos más grandes, con más servicios y equipamiento, y por lo tanto, ejerciendo presión para la expansión de la ciudad más allá de sus límites, lo que los norteamericanos llaman “sprawl”. Por otro lado, este mayor enriquecimiento también aumenta la disposición a pagar por mejores ubicaciones en terrenos más centrales o cercanos a los centros de actividad y comercio, produciendo la presión por densidad, que amenaza el carácter y estilo de vida de barrios con la llegada de torres de departamentos y oficinas, tal como vemos en barrios tradicionalmente residenciales de Ñuñoa, Providencia, Santiago Centro, y más recientemente en Recoleta, Vitacura y Las Condes. Si las presiones por crecer en expansión y en altura siguen enfrentándose con la oposición de grupos de interés y vecinos, entonces los santiaguinos tendremos que enfrentar el dilema de cómo acomodar este crecimiento en forma armónica y sustentable. A esto tendremos que agregar el problema del transporte, ya que otro efecto secundario de la prosperidad es el aumento del parque automotriz en la capital y la consecuente congestión. Dado el crecimiento económico y las fallas del transporte público, en unos años no cabrán más autos en la ciudad. Hoy tenemos cerca de un millón cuatrocientos mil vehículos particulares en Santiago, y al 2025 el número se duplicará, llegando a dos millones seiscientos

cincuenta mil. El 2013 se vendieron cerca de trescientos sesenta mil vehículos nuevos en Chile. Esto es, prácticamente mil autos diarios, de los cuales más de quinientos quedan en la capital. Al 2025 se estima que el número de viajes en hora punta en Santiago aumentará, extendiendo las horas de taco hasta cerca de las diez de la mañana, y que se duplicarán los tiempos de viaje para todos quienes circulen en las calles. Pero más allá de los problemas y desafíos algo está pasando en la capital que augura un futuro promisorio para nuestra calidad de vida. No se trata de nuevos proyectos de infraestructura, parques o líneas de Metro –todos necesarios y muy bienvenidos–, sino más bien del surgimiento de un nuevo ciudadano, más informado, más comprometido y más proactivo. Algunos sociólogos se refieren al 2011 como el año en que la ciudadanía recuperó la calle para revindicar reformas políticas. Pero aquí no hablamos de grandes movimientos sociales, por el contrario, se trata de un ejercicio más íntimo, arraigado al barrio y lo doméstico, un emergente “amor por la ciudad” que sin complejos comienza a apreciarse en el ambiente. En un país tan desigual y complejo como Chile, esta mirada optimista de nuestro desarrollo podría pecar de ingenua. Pero más allá de los problemas de seguridad ciudadana, vandalismo e injusticia, estudios recientes indican que los santiaguinos estamos cambiando nuestra actitud hacia

la ciudad. Si el 2006 una encuesta de Chilectra y Feedback acusaba que para los extranjeros residentes en la capital lo peor era la falta de cortesía de sus habitantes, un estudio reciente de IBM que analizó la semántica de cientos de miles de “tuiteos” efectuados en la capital concluyó que hoy la mayoría de las menciones no son quejas, críticas o “troleos”, sino más bien mensajes optimistas, datos y orientaciones. Otro ejemplo es la proliferación de cuentas como @santiagoadicto en Twitter, autodenominada como «un lugar para los que aman Santiago, con datos, picadas y todo lo que ayude a tirarle buenas vibras a esta tremenda ciudad», que ya suma más de cincuenta mil seguidores. En este contexto, las organizaciones ciudadanas están también pasando de la queja y la denuncia a la acción constructiva. Ya no solo fiscalizan a las autoridades de gobierno, municipios o empresas, ahora también se hacen cargo de proponer, innovar y contribuir a la construcción de mejor ciudadanía y mejor ciudad. Así pasamos de organizaciones como “Defendamos la ciudad”, tan representativa del ánimo imperante en los noventa, a “Ciudad emergente”; o de los “Furiosos ciclistas” a los “Happy ciclistas”, por mencionar algunas. Este cambio de paradigma se reconoce en la multiplicidad de iniciativas públicas, privadas o ciudadanas que

apuntan a mejorar nuestra calidad de vida, así como en personas que cansadas de esperar, han decidido actuar en forma proactiva. Tal es el caso de ONGs como “Fundación mi parque”, que articulando los programas de Responsabilidad Social Empresarial y en coordinación con los municipios, recupera sitios eriazos y tierrales de los conjuntos de vivienda social para convertirlos, junto con los vecinos, en parques y plazas verdes y seguras. Así también han surgido proyectos como “Mapocho pedaleable”, que busca aprovechar el lecho latente del río para convertirlo en un paseo que conecte Santiago de oriente a poniente; o los “Malones urbanos” del colectivo “Ciudad emergente”, orientados a sacar a los vecinos de su individualismo y celebrar la vida de barrio rompiendo las barreras de la desconfianza. Organizaciones e iniciativas como estas abundan y aumentan en número, cobertura e impacto. Todas estas propuestas dan cuenta del resurgimiento de una ciudadanía comprometida con su ciudad, que más allá de demandar derechos urbanos, se hace co-responsable de sus deberes y promueve una nueva forma de cultura cívica que tanta falta nos hace. En este contexto, si se toman hoy las medidas adecuadas, Santiago se encuentra en un punto de inflexión en que podría capitalizar sus ventajas competitivas frente al resto de las ciudades globales de la región. Estas medidas son:

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1. Invertir fuertemente en infraestructura de transporte: Metro, trenes de cercanías, teleféricos, autopistas y ciclovías. Corregir las fallas del Transantiago. En este aspecto cabe destacar la incorporación al sistema integrado de transportes de otros modos complementarios al Metro y Transantiago, tales como los trenes de cercanías (como el tren a Rancagua o el anunciado tren a Melipilla); el proyecto del Teleférico Bicentenario, que permitirá conectar el sector de Tobalaba con Ciudad Empresarial en Huechuraba, y otras alternativas como el tren ligero anunciado por la Municipalidad de Las Condes. A ellos se podrían incorporar los trenes de cercanías a Lampa y Til-Til, así como la extensión del Metro hasta el aeropuerto y otros sectores de la capital. En cuanto al Transantiago, no queda otra alternativa que perseverar en la construcción de corredores segregados que permitan mejorar las velocidades y frecuencias de los buses para hacerlos competitivos y confiables, pero entendiendo el diseño de estos corredores como espacios públicos de calidad, con estaciones y zonas pagas dignas y que ayuden a reducir la evasión.

absolutamente viable dado que casi el cien por ciento de los vehículos que circula en la capital tiene TAG. Basta con definir la zona y los horarios de tarificación de manera que no afecte la actividad económica ni a los residentes de las zonas tarificadas. El sector Costanera-El Golf podría cumplir con estas características.

2. Controlar la congestión vehicular con tarificación vial. Esta medida, que forma parte de las soluciones actualmente en discusión por las autoridades, es en términos tecnológicos

4. Enfrentar la contaminación ambiental con la reconversión de la ciudad existente por medio de incentivos a la eficiencia energética e hídrica de edificios y loteos.

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3. Reducir la huella ecológica de áreas de expansión aprovechando el sistema de desarrollos condicionados. Por su parte, la ampliación del límite urbano con la reciente aprobación del Plan Regulador Metropolitano (PRMS 100) habilita territorios que harán posible a mediano plazo que las nuevas periferias acomoden el necesario crecimiento de la ciudad evitando los errores del pasado. Esto será por la vía de mega proyectos que deben garantizar la mitigación de los impactos urbanos, viales y de servicios en base a una compleja metodología. Eventualmente este mecanismo podría simplificarse a condiciones que certifiquen una cierta reducción de la huella ecológica basada en estándares de “carbón neutral”.

Lo más difícil para continuar con la reducción de emisiones y eficiencia en nuestra ciudad es atacar el uso de la leña como combustible para calefacción y regenerar el stock de edificios en las zonas consolidadas de la capital. La cantidad de fuentes fijas de pequeñas pymes o ineficiencias de antiguos edificios de oficinas y departamentos solo puede revertirse con un agresivo set de incentivos tributarios y subsidios para renovar estas estructuras. 5. Revertir el déficit de áreas verdes y parques urbanos. Se estima que Santiago tiene del orden de tres metros cuadrados de áreas verdes consolidadas de acceso público por habitante, muy por debajo de lo que recomienda la Organización Mundial de la Salud (ocho metros cuadrados por habitante). En este sentido, la construcción de parques urbanos como el Parque la Aguada, el Parque Padre Renato Poblete, y el agresivo plan de reforestación urbana, junto a las nuevas áreas verdes consideradas en la actualización del PRMS, pueden revertir esta enorme deuda urbana que la capital tiene con sus habitantes. 6. Recuperar los barrios sociales de la periferia e invertir en la creación y consolidación de nuevos subcentros. Potenciar el espacio público es un atajo para promover la equidad. Por tanto, se debe invertir agresivamente en ba-

jar las condiciones de hacinamiento de miles de bloques de vivienda construidos en las últimas décadas en la periferia, dotarlos de equipamiento social, deportivo y cultural de calidad, e incentivar la instalación de subcentros comerciales y de servicios en estas periferias. Luego de treinta años a la deriva, hoy contamos con una Política Nacional de Desarrollo Urbano, que actualmente está en implementación para corregir los errores y reparar la deuda de inequidad y ambiental que aún carga la capital. Si avanzamos por esta vía, Santiago no será una mega-ciudad, pero llegará a convertirse en una de las ciudades más hermosas, atractivas y con mejor calidad de vida del continente. Junto a una red de centros regionales competitivos y más integrados, la capital y su entorno serán la base del futuro desarrollo económico, social y cultural de nuestro país.


Vista hacia el nororiente a la altura de la Panamericana norte con el r铆o Mapocho. Comuna de Santiago.

Vista hacia el surponiente a la altura de la Estaci贸n Mapocho. Comuna de Santiago. 157

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Vista hacia el norponiente, con el rio Mapocho en primer plano y los cerros San Cristobal y Renca.

Imagen del rĂ­o y sus puentes. A un costado el mall Costanera Center y el edificio Gran Torre Santiago, el edificio mĂĄs alto de SudamĂŠrica. 161

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Detalle de la calle EL Cerro que da acceso al t煤nel San Crist贸bal. Comuna de Providencia.

Av. Apoquindo en el barrio el Golf. Comuna de Las Condes. 163

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Ciudad Empresarial en la Rinconada de El Salto. Comuna de Huechuraba.

Rotonda PĂŠrez Zujovic, importante nudo vial del sector oriente de la ciudad. Comunas de Vitacura y Las Condes. 165

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PanorĂĄmica de la ciudad, con el Aeropuerto Arturo Merino BenĂ­tez iluminado. Comuna de Pudahuel.

Sector de Chicureo en el norte de la ciudad. En la imagen se destacan los cruces de autopistas. Comuna de Colina. 169

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Sector de Chicureo en el norte de la ciudad. Comuna de Colina.

Intersecci贸n de la Costanera Norte con Autopista Central. 171

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Nudo vial de Manquehue con Av. Kennedy. Comuna de Las Condes.

Nudo vial en el que convergen la Costanera Norte, la Autopista Nororiente y AmĂŠrico Vespucio. Comuna de Vitacura. 173

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Fuegos artiďŹ ciales lanzados desde la Torre Entel, el 1 de enero de 2014.

Detalle de los fuegos artiďŹ ciales en la Torre Entel. 175

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Vista panorámica de Santiago el 1 de enero de 2014, en la que se aprecian los fuegos artificiales de la Torre Entel y del cerro Calán.

Detalle de la celebración del Año Nuevo en la Alameda frente al Club de la Unión. Comuna de Santiago. 177

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COLABORADORES

PENDIENTE

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MARCIAL ECHENIQUE

ROBERTO MERINO

FRANCISCO BRUGNOLI

PABLO ALLARD

Es Catedrático Emérito de Urbanismo y Transportes y exDecano de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Cambridge, Inglaterra. Es arquitecto egresado de la Universidad Católica con doctorado en urbanismo en España y postdoctorado en transporte y economía en Inglaterra. Ha sido precursor en la concepción que sostiene que el transporte es el motor del desarrollo urbano, desarrollando pioneros modelos de simulación de usos del suelo y transportes. En las últimas décadas, ha asesorado a los ministros de Obras Públicas y de Transportes de Chile en los programas de concesiones de infraestructura, autopistas y plan Centro Oriente de Santiago, Ciudades Modelo para las capitales regionales y estudio de tarificación vial. Recibió en el año 2000 el premio Nacional de Urbanismo de Inglaterra, otorgado por el Royal Town Planning Institute por su trabajo sobre el Futuro de Cambridge. La Reina de Inglaterra lo condecoró con la Orden del Imperio Británico en 2009, en el Palacio de Buckingham, por su contribución a la planificación urbana y regional.

Es uno de los cronistas urbanos más relevantes de la actualidad. Posee una destacada trayectoria en edición periodística. Ha trabajado en revistas como Paula y Fibra y ha publicado artículos y ensayos sobre literatura y artes visuales en catálogos y suplementos. Ha impartido clases en diversas universidades y actualmente se desempeña como académico de la Facultad de Comunicación y Letras de la Universidad Diego Portales. Es autor de los libros de poesía Transmigración (Ediciones Archivo, 1987) y Melancolía artificial (Ediciones Carlos Porter, 1997). A ello se suma La antología literaria del humor chileno (Editorial Sudamericana, 2003), Luces de reconocimiento: ensayos sobre escritores chilenos (Ediciones UDP, 2008) y los libros de crónicas Santiago de memoria (Editorial Planeta, 1997), Horas perdidas en las calles de Santiago (Editorial Sudamericana, 2000), En busca del loro atrofiado (J. C. Sáez Editor, 2005; reeditado por Mansalva, Buenos Aires, 2012), Todo Santiago: crónicas de la ciudad (Hueders, 2012) y Barrio República, una crónica (Ediciones UDP, 2013).

Es artista visual, Profesor de la Facultad de Artes de la Universidad de Chile y Director del Museo de Arte Contemporáneo de la misma universidad. Entre los años 1980 y 1981 realizó estudios de perfeccionamiento en la Universidad Internacional del Arte de Florencia, Italia. Además cursó estudios en la Universidad de Maryland, Estados Unidos. Ha expuesto sus trabajos de arte en el país y el extranjero. Desde comienzos de los años sesenta, su obra se inscribe en operaciones experimentales. Ha escrito numerosos textos sobre arte y varios de ellos sobre el tema arte-ciudad y también sobre fotografía. Como docente universitario se ha desempeñado, además de en la Facultad de Artes de la Universidad de Chile, en la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la misma y en la Universidad Central. Fue fundador del Taller Artes Visuales TAV y de la carrera de arte de la Universidad Arcis. Ha recibido varias premios y distinciones como artista y académico.

Doctor y Máster en Diseño Urbano de la Universidad de Harvard, EE.UU. Arquitecto y Magíster en Arquitectura de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Consultor en temas de arquitectura y urbanismo, investigador y docente de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Entre 2005 y 2009 fue creador y Director Ejecutivo del “Observatorio de Ciudades UC”, una unidad de “inteligencia territorial”. Ha sido consultor e investigador para el Banco Interamericano de Desarrollo, Banco BBVA y el Harvard Center for Design Informatics. Fue miembro fundador de la iniciativa de vivienda social y “do-tank” ELEMENTAL y Director del Concurso Mundial de Vivienda del mismo nombre. Expositor y actor relevante en debates sobre políticas y proyectos urbanos como columnista semanal por tres años en el diario La Tercera y panelista regular en Radio Duna de Santiago de Chile. Desde 2011 es Decano de la Facultad de Arquitectura y Arte de la Universidad del Desarrollo.



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