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Editor Responsable: Enrique Juan Faustín Coordinación Periodística: Guillermo Alonso Diseño Gráfico: Paula Azcue Producción Editorial: Eugenio Valentini Fotografía y Publicidad Titulo Original: Historia de los Olimpias de Oro Copyright © Enrique Juan Faustín Derechos reservados para todos los países del mundo: Enrique Juan Faustín Libro de edición argentina. Impreso en Argentina Esta edición se terminó de imprimir en el mes de mayo de 2011 en los talleres gráficos Galt Printing S.A. Faustin, Enrique Juan Historia de los Olimpias de oro / Enrique Juan Faustin ; dirigido por Guillermo Alonso. - 1a ed. Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Enrique Juan Faustin Editor, 2011. 216 p. : il. ; 29,7x21,5 cm. ISBN 978-987-26686-0-0 1. Deportes. I. Alonso, Guillermo, dir. II. Título CDD 796 Fecha de catalogación: 09/03/2011
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ÍNDICE
Prólogo
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Editorial
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Reseña Histórica
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Deportes Automovilismo Juan Manuel Fangio
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Polo Juan Carlos Harriott
20 22
Boxeo Pascual Pérez Luis Federico Thompson Horacio Accavallo Nicolino Locche Carlos Monzón Sergio Víctor Palma Santos Benigno Laciar Pedro Décima Julio César Vásquez
26 28 30 32 36 38 42 44 48 50
Yachting (“Windsurf”) Carlos Espínola
52 54
Golf Roberto De Vicenzo Eduardo Romero José Cóceres Ángel Cabrera
56 58 60 62 66
Remo Alberto Demiddi
68 70
Tenis Norma Baylon Guillermo Vilas Gabriela Sabatini David Nalbandian Juan Martín Del Potro
74 76 78 86 92 96
Rugby Aitor Otaño Hugo Porta Gonzalo Quesada
100 102 106 108
Equitación Carlos Alberto Moratorio
112 114
Hockey Sobre Césped Las Leonas Cecilia Rognoni
116 118 124
Hockey Sobre Patines Daniel Martinazzo
128 130
Natación /Patín /Ciclismo Luis Alberto Nicolao Andrea González Juan Curuchet
134 136 136 136
Patín Nora Alicia Vega
140 142
Ciclismo Jorge Bátiz Marcelo Alexandre Walter Pérez
144 146 150 152
Natación Horacio Iglesias Diego Degano José Martín Meolans
154 156 158 160
Básquet Marcelo Milanesio Emanuel Ginóbili
162 164 168
Atletismo Osvaldo Suárez Juan Carlos Dyrzka Germán Chiaraviglio
172 175 176 178
Volovelismo Rodolfo Hossinger
182 184
Futbol Pedro Dellacha Diego Armando Maradona Oscar Alfredo Ruggeri Carlos Tévez
186 188 190 196 200
Cambio de Planes Luciana Aymar
205 206
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PRÓLOGO Aldo Juncal
Presidente del Círculo de Periodistas Deportivos Llegó el momento de la coronación. El atleta hincha el pecho, crispa los puños y espera anhelante. Luego levanta el trofeo y allí estalla la emoción. Es el fruto de un año de esfuerzo. El reconocimiento a una pasión deportiva.
Este premio y la escuela son los dos grandes orgullos que tiene el Círculo de Periodistas Deportivos. Los dos, pioneros en América. Los dos, creados por un maestro y visionario, José López Pájaro.
Al llegar al país, lo esperará un aeropuerto lleno de cámaras, si lo suyo es un logro “marketinero”, o un íntimo recibimiento de un par de periodistas especializados en ese deporte. El atleta ya está preparado para ello y si no lo está se resigna. Después vendrá la preparación para certámenes futuros. El trabajo silencioso o ruidoso, depende de quien se trate. Pero hay un lapso que cambia todo, que transforma la expectativa, que produce la multiplicación de las cámaras y los aplausos. Llegó el momento del balance deportivo de todo un país. Y los periodistas señalan al elegido. El hombre o mujer que levantará el trofeo final. Primero el de su deporte y después el oro, la síntesis de todos.
La codiciada estatuilla cumplirá en diciembre 56 años, la escuela, en julio llegó a los 50. El Olimpia de Oro fue 11 veces para el boxeo, 8 del tenis, 5 del fútbol, 5 del golf, 4 de la natación, 3 del rugby, 3 del ciclismo, 3 del atletismo, 2 del remo, 2 del patín, 3 del hockey sobre césped, 1 de polo, 1 del hockey sobre ruedas, 1 de la equitación, 1 del automovilismo, 1 del yachting y 1 del volovelismo. Lo que habla de una diversidad ejemplar. El premio no sabe de discriminaciones. Para él da lo mismo un profesional o un amateur, un deportista famoso u otro poco conocido. Lo que le interesa es la marca, el valor deportivo. Por eso recibe el reconocimiento del verdadero protagonista: el atleta.
Volverá a hinchar su pecho y crispar sus puños y cuando escuche su nombre estallará como aquella vez de la coronación. En esta oportunidad sin ropas deportivas. Es una noche de gala, que gracias a él y a todos los atletas se convirtió con el correr de los años, desde 1954, en “LA GRAN FIESTA DEL DEPORTE ARGENTINO”.
Es por eso que nos halaga que esta editorial haya cristalizado esta idea, la de dedicarle un libro a la historia del Olimpia de Oro. Recordemos a través de su lectura a todos aquellos que lo obtuvieron y nuestro agradecimiento también para quienes no llegaron al Oro, pero levantaron con emoción y orgullo la estatuilla de plata.
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EDITORIAL Guillermo Alonso
Cuando en el verano del 2010 “Tito” Faustín me llamó y me dijo que quería hablar conmigo por un proyecto editorial, nunca pensé que terminaría dirigiendo el libro de “Los Olimpias de Oro”, el libro de los ganadores del máximo galardón del deporte argentino, desde que lo obtuviera Juan Manuel Fangio en 1954 hasta Juan Martín del Potro en el 2009. Lo conozco a Tito desde que hace muchos años me entrenó en una Reserva de Pucará. Sabía de su trayectoria en el cine argentino junto a Torre Nilsson y a Leonardo Favio, en el cine publicitario y en su nueva condición de titular de un restaurante céntrico, y recién en la reunión que tuvimos en febrero me enteré que había llegado a un acuerdo con el Círculo de Periodistas Deportivos para editar un libro sobre “los Olimpias”. Me convenció para que lo acompañara en el proyecto con una sola frase: “Es una buena oportunidad para dejar registrada la historia del deporte argentino desde el punto de vista de los premios Olimpia, en un país en el que nos olvidamos fácilmente de nuestra historia”. Ya a cargo del proyecto, le propuse que partiéramos de dos premisas. La primera que el libro no fuese un mamotreto de datos estadísticos que sólo sirviera para algún estudiante de periodismo. Y la segunda, que como se trataba de un libro del Círculo de Periodistas Deportivos, que, a diferencia de lo que se enseña en las escuelas de periodismo, los periodistas que escribieran sobre los ganadores del Olimpia se involucraran en las historias. La gran mayoría de los colegas a los que les pedí colaboraciones entendieron perfectamente cual es el objetivo del libro, han escrito algunas piezas brillantes y han hecho conocer historias que de otra manera hubieran quedado archivadas en la memoria
de unos pocos. Desde ya les agradezco su dedicación y les pido perdón por las innumerables llamadas que les hice con los apuros del cierre. Un especial reconocimiento a Emilio Copolillo Bianco, que no sólo escribió su nota sino que también organizó la mayoría de notas sobre boxeo. Otra característica de este libro es que no es cronológico. Lo hemos dividido por deporte e inclusive, como en la nota “Mar del (Olimpia) Oro” hemos entrevistado juntos a ganadores de diferentes disciplinas. Esa fue la primera nota que realizamos junto a Alejandro Fainstein en marzo en la terraza del Mar del Plata Golf en Playa Grande. Otro tema importante para el libro eran las fotos y fue aquí donde nos abrieron muchas puertas y nos facilitaron muchos archivos. Espero no olvidarme de alguno pero le debemos un agradecimiento a Luis Vinker de La Razón, Agustín Maurín y Claudio Reina de Clarín, Osvaldo Casteluccio de TELAM, Tito Vaccaro del Círculo de Periodistas Deportivos, César Miño y Mari Tévez de El Litoral, Marcelo Nogueira y Alejandro Herms de Olé, Eduardo Ahmar Dakno y Carlos Crusoe de La Nación, Juan Sauro y la Asociació Argentina de Polo, Eduardo Puppo, Ana Saint Jean y Cecilia Chiessa de Topper, Soledad Carranza Casares de Mercedes Benz, Claudio Ribero y la familia Moratorio, Claudia Supertino y Golfstar S.A., Lucas Leonardi y Sebastián Buffa de PreMatch, Julio César del Rivero, Daniel Arcucci, Oscar Pinco, Claudio Federovsky, Juan José Moro, Rodolfo Etchegaray e Isabel Otaño. También debemos agradecer a todos los deportistas que se prestaron sin ningún condicionamiento a las notas que les propusimos. Finalmente, quiero manifestar mi orgullo por haber tenido la posibilidad de dirigir este libro. Buenos Aires, noviembre de 2010.
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RESEÑA HISTÓRICA Así Nació el Olimpia
A mediados de 1954, el Círculo de Periodistas Deportivos se encontraba en una etapa plena de realizaciones. Faltaban pocos meses para que la entidad comenzara a funcionar en su sede propia, un espléndido edificio de la calle Rodríguez Peña, casi esquina Tucumán, y los directivos se disponían a concretar uno de los tantos emprendimientos que tenían en sus planes. Se trataba de una idea que, con el tiempo, llegaría a convertirse en una exitosa realidad. Consistía en la creación de un trofeo destinado a premiar al mejor deportista del año, considerando tanto el rendimiento deportivo cuanto hidalguía exhibida durante las competencias. En el mes de septiembre se definía el nombre del premio y días después, el escultor Mario Chérico era convocado para plasmar la distinción en una estatuilla. Había nacido el OLIMPIA. Claro que aquella primera entrega debía tener un marco adecuado. Se decidió entonces, organizar un “Festival Homenaje al Deportista del Año” (así lo describen las actas de la época) para que en su transcurso fuera presentada la nueva distinción. Y la noche esperada llegó el 3 de diciembre. Tuvo lugar en un ámbito
inmejorable, el Luna Park y permitió adjudicar el primer Olimpia a un indiscutible: Juan Manuel Fangio.
Los otros nombres Del Olimpia
El nombre del trofeo que anualmente entrega el Círculo de Periodistas Deportivos es uno de los más populares entre las distinciones que se otorgan en la Argentina. Sin embargo, la denominación pudo haber sido otra.En los meses previos a la primera de las entregas, los directivos consideraron también los términos “Palma Deportiva” y “Victoria”. Finalmente se decidieron por el nombre “Olimpia”, inspirándose naturalmente en los ideales deportivos propios de la antigua Grecia. A más de medio siglo de aquellos momentos, la vigencia y relevancia de la estatuilla parecen confirmar lo acertado de aquella elección.
El trofeo
La estatuilla es de bronce, con baño de plata para distinguir a la figura de cada disciplina y de oro para premiar al deportista del año. Mide 29,5 cm de alto, sobre una plataforma de madera lustrada de 7,5 cm.
Los Olimpia de Plata
Hasta 1970, solamente un deportista recibió anualmente la distinción pero,
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RESEÑA HISTÓRICA a partir de ese momento, fueron premiados los máximos exponente de cada disciplina, quienes recibieron el Olimpia de Plata. Entre ellos, entonces, fueron surgiendo los ganadores anuales de la estatuilla de Oro.
El Olimpia de Platino
Diego Maradona recibió el único trofeo de Platino, al ser elegido el mejor deportista del siglo XX. Su nombre surgió en una elección en la que compitieron también Guillermo Vilas, Roberto de Vicenzo, Carlos Monzón y Juan Manuel Fangio, a quien, por ajustado margen, se impuso finalmente el gran futbolista.
Así se elige a los mejores
El Reglamento del Olimpia determina que para aspirar al premio, “los deportistas deberán haber cumplido una actuación relevante en su especialidad, dentro del año calendario que se realice la entrega”. Esa actuación deberá complementarse con un “comportamiento ejemplar dentro y fuera del escenario en que desempeñen su actividad”. Los aspirantes “surgirán de la terna previamente elegida para cada deporte, las cuales serán votadas por todos los asociados del Círculo”. Las ternas serán “dadas a conocer quince días antes de la fecha de entrega de los premios”. De cada una de ellas surgirá un vence-
dor “a quien se conferirá un “Olimpia de Plata”, y del conjunto de todos los ganadores de los “Olimpia de Plata” se elegirá finalmente el “Olimpia de Oro”. La votación de los Olimpia se efectúa el mismo día de la entrega y el jurado que se expide al efecto está integrado por la Comisión Directiva del Círculo de Periodistas Deportivos.
Comisión Directiva del Círculo de Periodistas Deportivos.
Presidente: Aldo Juncal; Vicepresidente: Edgardo Gilabert; Secretario: Santiago Castillo; Pro secretario: Jorge Torres; Tesorero: Jorge Croce; Pro tesorero: Jorge Rodríguez; Secretario de Actas: Alfonso Russo; Secretario de Prensa: Ricardo Fioravanti; Secretario de Cultura: Rubén Ataguile; Vocales Titulares: Roberto Gerbasi, Luisa Niglia y Enrique Martín; Vocales Suplentes: Marcelo Baffa, Hernán Castillo, Juan José Pedró y Osvaldo Yankilevich; Revisores de Cuenta Titulares: Alejandro Delgado Morales y Roberto Rolleri; Revisores de Cuenta Suplentes: Horacio Larrarte y Gustavo Zacaniño; Tribunal de Honor, Titulares: Julio C. Arturi, Jorge H. Cereghetti, Rodolfo Etchegaray, Carlos Ferraro y Héctor Rombys; Tribunal de Honor, Suplentes: Oscar Lescano, José Sacco y Juan Sauro. Gerente: Néstor Fredes. Coordinador Editorial: Rafael Vaccaro.
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1954 Juan Manuel Fangio
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Juan Manuel Fangio
Los secretos de un sabio Por Néstor Straimel
1954
La grandeza de un deportista no se mide sólo en títulos. Los cinco campeonatos mundiales de Fórmula 1 de Juan Manuel Fangio son una cifra contundente. Pero más allá de ese logro, el Chueco demostró en otros gestos su talento y su sabiduría. Vale la pena, entonces, meterse en la intimidad de un Grande. Y contar historias en las que me tocaron ser protagonista junto a el Quíntuple. En 1980 se realizó la primera edición del Rally de la Argentina por el Campeonato Mundial. Por una gestión de Fangio, Jorge Recalde consiguió un puesto en el equipo Mercedes Benz, que venía de Alemania con cinco autos del modelo 500 SLC y pilotos de gran categoría. A mí me llamó Recalde para ser su navegante (profesión que durante años combiné con el periodismo). Hubo unos días antes de la carrera una reunión entre los ingenieros que manejaban el equipo, los pilotos y na-
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vegantes, y Fangio. A mi me tocaba la función de traductor, ya que ni Fangio ni Recalde hablaban una palabra en inglés y menos en alemán. Y aquí va el nudo de la anécdota: en un momento Fangio me hizo preguntarle al capo de los ingenieros alemanes ¿con cuánta dureza iban a poner los palieres de los autos?. El alemán me respondió: “Con un 60 por ciento” y yo le trasladé la respuesta al Chueco. Fangio carraspeó y me tiró: “Decile que con esa rigidez los palieres no van a aguantar, se van a romper”. Yo, antes de traducir, le dije a Fangio: “Juan, mire que él es el ingeniero, que deben haber realizado pruebas...” Y Fangio me retó: “Vos decile lo que yo te digo”. Ahí me animé y le trasladé la frase del Quíntuple al alemán. El tipo me miró como para matarme por la irrespetuosidad, lo miró a Fangio como pensando “pobre viejito” y respondió: “No
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“... El Quíntuple se paraba cerca de los Torino y empezaba a cantar tangos. Claro: las letras de aquellos temas del 2x4 no eran las originales. Fangio cantaba, por ejemplo: “Para regular los frenos, chán, chán, sacá la chaveta de la rueda, chán, chán, agarrá la llave 12 y dale para la derecha...”. Ningún alemán, de esos fieros que estaban en la organización de la carrera, se enteró nunca que Fangio, así, colaboraba con sus pilotos...”
se preocupe que los palieres van a aguantar”. Y así terminó la reunión. Al salir, Fangio se me acercó y me dijo al oído: “Te apuesto lo que quieras con un 60 por ciento los palieres se rompen... ya vas a ver. Estos alemanes no conocen los caminos del norte argentino...”. Mis conocimientos mecánicos eran tan pero tan nulos que aquel pronóstico del Chueco quedó pronto en el olvido, tapado por la adrenalina de la carrera. Resultado: en tres de los cinco Mercedes que corrieron se rompieron los pa-
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lieres en la segunda etapa, la primera sobre tierra. Hannu Mikkola y Recalde abandonaron por ese motivo. Bjorn Waaldegard pudo reparar y seguir. Antes de la tercera etapa los otros autos fueron modificados con menor porcentaje de dureza en esos elementos. Aquel “viejito” que nunca había corriendo un rally pero que había manejado viejas cupecitas de TC por Tucumán y Salta, epicentros del rally, me demostró con un simple pronóstico el caudal de su sabiduría. La segunda historia es mucho más
simpática. En 1969 se corrieron las “84 Horas de Nurburgring”, una competencia de larga duración donde los Torinos argentinos hicieron historia. Fangio fue el organizador de la denominada “Misión Argentina” y junto a Oreste Berta, eligieron a los pilotos y diagramaron la estrategia. El reglamento de las 84 Horas determinaba que los pilotos eran los únicos que durante la carrera podían reparar sus autos, y que no podían recibir ayuda externa, ni siquiera con indicaciones. Como algunos de nuestros pilotos eran solamente “chofe-
res”, que no tenían idea de mecánica, a Fangio se le ocurrió un método para ayudarlos sin ser penalizados. El Quíntuple se paraba cerca de los Torino y empezaba a cantar tangos. Claro: las letras de aquellos temas del 2x4 no eran las originales. Fangio cantaba, por ejemplo: “Para regular los frenos, chán, chán, sacá la chaveta de la rueda, chán, chán, agarrá la llave 12 y dale para la derecha...”. Ningún alemán, de esos fieros que estaban en la organización de la carrera, se enteró nunca que Fangio, así, colaboraba con sus pilotos. Es más: los comisarios deportivos aplaudían cuando Fangio terminaba su tanguito y el Torino en cuestión, justo en ese momento, volvía a la pista de Nurburgring. Y para el final queda una perlita, de esas que muchos especialistas conocen pero que no forman parte de
la popularidad de un Quíntuple campeón del mundo. En los años 80 yo trabajaba como especialista en automovilismo de la revista “El Gráfico”. Y un día lo invité a Fangio para que, junto a otros colegas, le hagamos un reportaje extenso. Fueron ocho horas de charla, en cuatro jornadas, donde quedaron registradas (luego volcadas al papel) las mil y una vivencias de Fangio. Pero de todo aquel material a mí me quedó grabado a fuego una definición, que el Chueco tiró “como al pasar” pero que marca, una vez más, su enorme grandeza. A los 47 años Fangio inició en 1958 la que sería su última temporada en la Fórmula 1. Así llegó a Reims, casualmente el circuito donde había debutado en Europa. La primera señal, contó el Chueco, fue la muerte de Luiggi Musso. Y así sigue el relato de
Fangio “De pronto me quedo sin embrague. La Maserati era muy inestable y pensé ¿Para qué seguir? Me fui directo a boxes. Apenas paré se acerca Bertocchi, mi mecánico de siempre, y me pide que continúe. Le digo que el auto no se podía manejar, que los amortiguadores eran raros. Entonces el mecánico me confiesa que habían puesto unos amortiguadores nuevos, holandeses. ¿Por qué?, le pregunté, si los otros andaban perfecto. Es que pagan para que los usemos, me contestó Bertocchi”. En ese momento, Fangio confesó que le vinieron a la mente las imágenes de todos sus amigos pilotos muertos en los últimos años y tomó la decisión de abandonar la Fórmula 1, de dejar para siempre el automovilismo. De transformarse en una leyenda que aun hoy sigue vigente.
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1976 Juan carlos harriott
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Juan Carlos Harriott
“JUAN CARLITOS”, UN 10 EN TODO Juan S. Sauro
1976
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Simplemente, el “Juancarlitos”, que sirvió para definirlo cuando comenzó a asombrar con su juego y que aún hoy sigue siendo la mejor, “la única”, manera de nombrarlo, estaba delineando esa personalidad, que con los años no ha cambiado y, por el contrario, lo ha convertido en sinónimo de polo.
que logró la hazaña de adjudicarse 20 campeonatos argentinos, contando el primero en 1956, esos mismos años que lo vieron jugar sin que nunca, desde que los logró un 12 de diciembre de 1961, le quedasen grandes los 10 goles de handicap y que, además, pudo lucir el blasón de haber sido el capitán del seleccionado argentino que logró en 1966 la Copa Sesquicentenario de la Independencia (frente a sus similares de Inglaterra y los EE. UU). la Copa de las Américas también en 1966, 1969 y 1979 en Buenos Aires, y 1980 en San Antonio Texas en EE UU. En suma: fue “el” jugador de polo en un período singularmente brillante en la historia de este deporte en la Argentina, cuando por primera vez pudieron integrarse dos equipos de 40 goles cada uno en 1975, en el “partido del siglo” jugado en la muy bien denominada la Catedral del Polo de Palermo .
Lo es por esos 20 años capitaneando a su Coronel Suárez, equipo con el
Época irrepetible, quizás. Porque si bien ha sido posible que haya habido
Cuando en el deporte, que fue y sigue siendo su pasión, o en la vida misma, se es capaz de llevar adelante con naturalidad, con sencillez y sin alardes, la difícil tarea de ser durante 20 años el “Número 10”, no resulta problemático explicarse el fenómeno Juan Carlos Harriott (h), que jerarquizó la larga nómina de estrellas del polo que hicieron, que Coronel Suárez fuera sede de una singular y atildada línea de juego, que le valió adquirir el derecho a ser reconocida por largos años como la Capital del Polo.
“... Epoca irrepetible, quizás. Porque si bien ha sido posible que haya habido en una temporada, simultáneamente, 12 jugadores de 10 goles, invariablemente faltó o faltará con seguridad un “Juancarlitos” ...”
en una temporada, simultáneamente, 12 jugadores de 10 goles, invariablemente faltó o faltará con seguridad un “Juancarlitos”, el polista que se retiró de la actividad oficial con su 10 de handicap y su modestia lo llevó a solicitar que lo rebajaran a 9, para poder jugar algunos amistosos, algunas copas de entre casa en Coronel Suárez, o los que sin la vanidad a la que tal vez hubiese tenido derecho, jugar apenas como suplente en algún equipo. Indudablemente que los 10 goles de handicap recompensa, premia o acredita a quienes accedieron a la condición de maestros, jinetes sin par, estrategas sutiles y atletas incomparables en el deporte del “riesgo, el ímpetu y la destreza”. Innegablemente el Juancarlitos que siempre vuelve a Palermo, para gozar del deporte al que se brindó to-
talmente, llena todas esas condiciones que hacen del polo el deporte que mejor nos representa en el exterior. En varias oportunidades, fuera de algún partido en cuestión, Francisco E. Dorignac, compañero en las selecciones argentinas, pero su gran rival en los inolvidables duelos que protagonizaron dándole forma al segundo gran clásico del polo argentino, entre sus recordados equipos suarenses y los del legendario Santa Ana, en la verdadera época de oro del polo argentino, el Cacique Frankie, al ser abordado más de una vez por los periodistas luego de una derrota de su equipo frente al de los “coroneles”. no tenía más que argumentar: “¡Qué quieren Uds.! Jugamos contra Juancarlitos…” Así de simple, así de terminante.
Juancarlitos viajaba constantemente en el receso del alto polo de la Argentina, con su increíble radar a cuestas, (que según quienes lo vieron jugar, no lo abandonaba nunca y le permitía anticiparse en todas las jugadas), como una manera de corresponder a las innumerables invitaciones que recibía desde todos los países polistas. Respondía así, con su juego sin igual en los más famosos escenarios mundiales, donde se exhibió con categoría y calidez humano deportiva, títulos y acaparando los trofeos más importantes, por lo que provocó la admiración en los lugares que frecuentaba, convirtiéndose en otro de los excelentes embajadores que ha conformado nuestro polo. Por eso no es casualidad que los here-
Con el multicampeón Coronel Suárez en 1975 23
“... En el caso de Juan Carlos Harriott (h), el premio fue para el polista en toda la línea. Gran jinete, excelente jugador con o sin la bocha, solvencia y potencia sin par, estratega colosal, creador constante, brillante taqueo sin aparatosidad pero altamente positivo, de accionar limpio, caballeresco, capacidad para desnivelar partidos, respetuoso y respetado dentro y fuera de la cancha...” deros deportivos del barón Pierre de Coubertin, ese soñador que en 1896 instauró los primeros Juegos Olímpicos Modernos en Atenas y creyó de verdad en aquello del “deporte por el deporte mismo”, le hayan otorgado el premio que sólo se da a los mejores. Pero a los mejores en serio. Así lo entendió el Círculo de Periodistas Deportivos de Buenos Aires, cuando en 1976 le entregó el Olimpia de Oro, que anualmente otorga al mejor deportista de cada año, habiendo recibido además el Olimpia de Plata en los años 1970, 75, 76, 77 y 78. En el caso de Juan Carlos Harriott (h), el premio fue para el polista en toda la línea. Gran jinete, excelente jugador con o sin la bocha, solvencia y potencia sin par, estratega colosal, creador constante, brillante taqueo sin aparatosidad pero altamente positivo, de accionar limpio, caballeresco, capacidad para desnivelar partidos, respetuoso y respetado dentro y fuera de la cancha, admirado por el orden que imponía en su equipo y por la atención que debían prestarle los adversarios para maniatarlo. En síntesis, el ju-
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gador que siempre deseamos tener en nuestro equipo. El acto de entrega de la distinción acordada a “Juancarlitos” por el Comité Internacional para el Juego Limpio, se realizó el 4 de octubre de 1984 en la Casa de la UNESCO, Place Fontenoy, Salón X en París, poniendo en sus manos el diploma correspondiente el Director General de la UNESCO. Esto es bueno recordarlo ahora que tanto se habla del “fair play”, pero que se lo practica menguadamente. El señor Juan Carlos Harriott (h) está siempre presente, para que nadie olvide ese precepto del buen deporte. También la Comisión de Deportes de la Cámara de Senadores, le entregó en el año 1999 el Premio Delfo Cabrera, destinado a los deportistas de ejemplar trayectoria. El deporte le dio todo cuanto se puede aspirar: ser el mejor en su especialidad. Pero esto no debe hacer que olvidemos lo más importante. El premio que la vida también le otorgó: ser una buena persona. Lo demás, llega por añadidura. Como el agradecimiento
que debe llegarle de toda la gran familia polista, por lo que hizo y por lo que aún, con el ejemplo, puede hacer por el polo argentino. Al tratar de detallar gran parte de los títulos logrados por Juacarlitos, en su larga y exitosa trayectoria, nacional e internacional, aparte de los títulos de selección, es prácticamente imposible de reflejar por la gran cantidad de certámenes de interclubes alcanzados. Indudablemente que los más importantes luego del Campeonato Argentino Abierto se encuentran en el orden local los torneos por la Triple Corona de la AAP (abiertos de Tortugas, Hurlingham y Argentino de Palermo) logrados en 1972, 74, 75 y 1977. El “Inglés” nació en Coronel Suárez, la provincia de Buenos Aires, el 28 de octubre de 1936 y hoy, con sus 74 años, sigue siendo un faro que ilumina al deporte argentino y especialmente a nuestro polo, el mejor del mundo, que él ayudó a construir,, contribuyendo a afianzar la reconocida supremacía internacional de la Argentina en este juego.
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PAscual pérez
1959
LUIS FEDERICO THOMPSON
1966 HORACIO ACCAVALLO 1968 NICOLINO LOCCHE 1972 CARLOS MONZÓN 1980 SERGIO VÍCTOR PALMA 1982-83-84
SANTOS BENIGNO LACIAR
1990 PEDRO DÉCIMA 1994 JULIO CÉSAR VÁSQUEZ
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Pascual Pérez
¡Qué bonito es mi Pascualito! Por Hernán Santos Nicolini
1955
María llamó a Pascual y le dijo que preparara el sulky pues presentía que su hijo estaba por nacer. No se equivocaba, ni bien ingresó al modesto Hospital de Rodeo del Medio, Departamento de Tupungato, Mendoza, llegaba al mundo pesando dos kilos cuatrocientos gramos, Pascual Nicolás. Cuando vio ese capullito blanco, miro a la partera y le preguntó cuanto pesaba, ante la respuesta exclamó: “Que chiquitito pero que bonito es mi Pascualito”. Nadie imaginó que se estaba asistiendo al nacimiento de uno de los deportistas más importantes de nuestra historia, especialmente la relacionada con el boxeo. Fue el único que se consagró Campeón Olímpico en 1948 y Mundial en 1954. Su cuerpo diminuto medía un metro cincuenta y dos centímetros y su peso apenas llegaba a los cuarenta y ocho kilos. En esa época solo había ocho categorías y una sola entidad: la Asociación Mundial de Boxeo, que tenía
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sede en Nueva York. Después de ganarle a Spartaco Bandinelli, representante de Italia, emocionó a los pocos compatriotas que estaban presentes en el Wembley Pool Arena. También el General Perón festejaba en la Casa de Gobierno al enterarse que su deporte favorito ganaba dos medallas, la otra por intermedio de Rafael Iglesias. En 1952 ingresó al profesionalismo. Su entrenador era don Pancho Segura y su manager Lázaro Kozi, un albanés que manejaba los contratos de los más importantes boxeadores profesionales del Luna Park. Después vendrían un collar de victorias por K.O. que llegarían a 18 y que fueron interrumpidas por el veterano Juan Bishop. Por orden del Presidente de la Nación, General Perón, el embajador argentino en Japón, Carlos Quiroz inició las gestiones para que el campeón mundial
“... Mi padre cumplió con su promesa de llevarme a ver la pelea que duró un solo round. Ganó Pascualito. Cuando regresé a mi casa le conté a mi madre la gran emoción que había sentido esa noche...”
de esos tiempos, el japonés Yo-Shio Shirai viajara a Buenos Aires a pelear a diez asaltos sin exponer el título. No fue fácil convencer a los japoneses quienes finalmente aceptaron incluyendo una cláusula por la que el campeón no podía perder por puntos, sólo aceptaban una derrota por K.O. Así fue como el combate terminó empatado en un Luna Park de Buenos Aires, atestado de público que toda la noche alentó a Pascualito, quien cedió tres kilos de ventaja y dieciocho centímetros de altura, lo que le permitía al visitante un alcance de brazos enorme. El empate le abría las puertas para disputar la corona en Japón hecho que ocurrió el 26 de noviembre en el Estadio Korakuen de Tokio. La victoria fue del argentino por puntos y con suma comodidad. Pascual y Shirai se volvieron a enfrentar en Japón el 30 de mayo de 1955 y Pascual volvió a vencer esta vez por K.O. en el quinto asalto. Se sucedieron después una seguidilla de defensas en Argentina. Destaco la que hizo ante el inglés Daidower (fue en el Gasómetro de Avenida La Plata). Mi padre cumplió con su promesa de llevarme a ver la pelea que duró un solo round. Ganó Pascualito. Cuando regresé a mi casa le conté a mi madre la gran emoción que había sentido esa noche. En 1955, el Círculo de Periodistas Deportivos lo premió con el Olimpia de Oro. Desde 1954 hasta 1960 defendió su título en nueve ocasiones, muchas veces como visitante, hasta que el tailandés Pone Kinpecht lo destronó el 16 de abril de 1960 en el Estadio Lumpinee de Bangkok. La revancha fue en Estados Unidos, en el Olimpia Auditórium, donde Pérez perdió por nocaut en el octavo round. De allí en más su carrera deportiva estuvo plagada de derrotas que no pudieron opacar la trascendencia de este diminuto campeón de corazón grande, similar al de un gigante.
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LUIS FEDERICO THOMPSON
UN CAMPEÓN DE ORO Y éBANO Por Emilio Coppolillo Bianco
1959
Muy pocos, sólo los muy optimistas, podían imaginar que en esa noche de diciembre de 1959, el moreno Luis Federico Thompson noqueara al campeón mundial welter, el estadounidense Don Jordan, de paso por Buenos Aires tras noquear en San Pablo al local Fernando Barreto. Y no era que se dudara de la calidad del panameño nacido en Colón y radicado en la Argentina. Sucedía, simplemente, que Thompson había tomado la pelea con ¡sólo 5 días! de anticipación, ya que el lunes anterior al combate en el Luna Park se había presentado en Tucumán enfrentando a Juan Carlos Velárdez, festival que por la lluvia no pudo realizarse el sábado. Permiso especial mediante, Thompson subió al ring como partenaire del campeón del mundo y se bajó del mismo consagrado como un boxeador de una jerarquía que excedía las fronteras de nuestro país. Tan formidable su exhibición como
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electrizante su nocaut en el cuarto round, con Jordan volando literalmente de un extremo a otro del ring, imagen inmortalizada en la lente de los reporteros gráficos y de las filmadoras blanco y negro de la época. Tan formidable y electrizante su triunfo como para ganarse masivamente el corazón de los aficionados al deporte en general, en un momento en el que el majestuoso Juan Manuel Fangio ya le había dicho adiós al automovilismo, el fútbol restañaba sus heridas tras el desastre de Suecia y el boxeo sólo exhibía como campeón del mundo al gran Pascualito Pérez. Tan formidable y electrizante su victoria, como el impacto que produjo en mi corazón su triunfo en la primera pelea por radio que escuché (por entonces tenía 6 años), acompañado por mi padre, un promisorio peso welter amateur que nunca decidió su paso al profesionalismo.
“... Tan formidable su exhibición como electrizante su nocaut en el cuarto round, con Jordan volando literalmente de un extremo a otro del ring, imagen inmortalizada en la lente de los reporteros gráficos y de las filmadoras blanco y negro de la época...”
En ese instante “El Negro” Thompson se transformó en mi primer ídolo deportivo y casi me desmayo cuando semanas después reconocí su figura imponente en un baile de carnaval en un club de barrio de La Paternal. Cálido y afectuoso como la primera vez que pisó la Argentina para pelear con José María Gatica hasta el último de sus días en nuestra tierra, la tierra que lo enamoró y en la que formó una familia, me alzó en brazos y me hizo sentir como un campeón saludando en el Luna en una noche de gloria. También me dejó su autógrafo, el primero y más querido de los que recibí. No imaginaba, entonces, que la aventura de la vida iba a llevarme a ser un periodista especializado en boxeo, momento en que pude detenerme con más tranquilidad a analizar las pocas
imágenes que quedan de sus peleas. Y fue así como REDESCUBRÍ a este colosal boxeador que fue Thompson y fue así como la razón confirmó a la emoción. Luis Federico Thompson fue, sin dudas, el mejor welter que existió en la Argentina. De una contextura física envidiable, caminaba el ring como nadie y su manejo del tiempo, la distancia y las combinaciones fue casi perfecta. Boxeaba con estilo pero también tenía corazón. Por eso empató y perdió cerradamente con el cubano Benny Kid Paret -el mismo que falleció tras ser noqueado por Emile Griffith-, la segunda de ellas en una sangrienta y vibrante pelea, de las mejores por el campeonato mundial welter celebradas en la década del ’60 en los Estados Unidos. Thompson fue de esa clase de boxea-
dores que supera a su record, de por sí extraordinario. Su calidad fue más que sus 148 victorias en 177 peleas, sus títulos argentino y sudamericano, sus triunfos ante Cirilo Gil o Jorge Fernández , o sus destacadas actuaciones ante Paret y el fenomenal cubano Luis Manuel Rodríguez. “Como Monzón, nunca recibía dos veces el mismo golpe”, me dijo alguna vez el colega Julio Ernesto Vila, una auténtica Biblia de este deporte. Y creo que esa es la mejor definición de la inteligencia superior de un moreno que logró lo que muy pocos pudieron en tres siglos de pugilismo moderno: HIZO DEL BOXEO UN ARTE, aunando la belleza con la eficiencia. Luis Federico Thompson, grande en época de grandes, un campeón de oro y ébano.
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Horacio Accavallo
Horacio, el amigo ejemplar Por Carlos Irusta
1966
ALLÁ POR 1961, comencé el primer año del secundario en el Nacional Mariano Moreno. Hijo de un entrenador de boxeo (don Carlos) no me extrañó que mi viejo me mandara al gimnasio del Luna para echar físico (cosa que nunca se logró). Perdón por la referencia tan personal, pero es la manera de introducir el tema. Mi padre compartía un pequeño camarín con Juan Carlos Pradeiro. En esa época, ya había aparecido Juan Carlos Lectoure. Había pequeños camarines para los técnicos y un largo vestidor para los boxeadores, aunque las figuras solían cambiarse, justamente, con sus técnicos. Por ese entonces, Horacio Accavallo ya era una figura, porque había realizado una excelente campaña en Italia. Volvió a la Argentina, se puso como siempre a las órdenes de Juan Aldrovandi y comenzó su carrera a la
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corona nacional. Por ese entonces, Aldrovandi debió viajar con un equipo amateur a Bolivia y entonces fue Pradeiro quien lo entrenó, por lo que terminamos cambiándonos juntos... Pradeiro, después de cada entrenamiento, le hacía un “tecito” porque ya entonces tenía problemas para dar la categoría. Así lo conocí y así nos hicimos amigos. Cuando combatió por el campeonato argentino con Carlos Rodríguez –un estupendo peleador, que recibió más golpes de la vida que del ring- Horacio se sacaba fotos, celebrando con todos. Hasta me dedicó una y todo, qué tal. Accavallo fue el primer campeón mundial de Tito Lectoure. Llenaba el Luna. “A mi público lo inventé yo”, me dijo una vez. “Cuando entraba a un restaurante iba a una mesa, me presentaba y le daba la mano a todos: sabía que, cuando yo peleara, iban a tener ganas
“... Accavallo fue el primer campeón mundial de Tito Lectoure. Llenaba el Luna. “A mi público lo inventé yo”, me dijo una vez. “Cuando entraba a un restaurante iba a una mesa, me presentaba y le daba la mano a todos: sabía que, cuando yo peleara, iban a tener ganas de verme. Es más, me pasaba las horas frente al teléfono. Discaba cualquier número, me presentaba y le daba charla al que atendiera. Seguro que también esa persona, hombre o mujer, iban a comprar entradas para mis peleas”...”
de verme. Es más, me pasaba las horas frente al teléfono. Discaba cualquier número, me presentaba y le daba charla al que atendiera. Seguro que también esa persona, hombre o mujer, iban a com-
prar entradas para mis peleas”. Zurdo, pícaro, inteligente, veloz y de manos pesadas, había sido –ya se sabe- fakir de circo, ciruja y hasta jugador de fútbol allá en Villa Diamante.
Fue un muchacho de barrio toda la vida, el del ojo rápido para descubrir algún nuevo negocio. Cuando fue a Tokio y ganó el campeonato mundial en 1966 (por puntos ante Katsuyoshi
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Takayama, 1° de marzo) ya había vencido a varios peces gordos como Ramón Arias, Júpiter Mansilla, Demetrio Carabajal y hasta al propio Salvatore Burruni, que había sido campeón del mundo. De Japón trajo un montón de
relojes nuevos para venderlos uno a uno. Se lo mostraba al candidato y cuándo éste ingenuamente le preguntaba si se lo podía vender, Horacio le decía: “Lo lamento, es el único que me queda” (El tipo picaba el doble...
¡Y Horacio se lo vendía!)
lando a todo su coraje. Con el rostro deformado por los golpes, Horacio dejó en claro cómo se defiende una corona. La balanza pudo más y se retiró con el título. En el 67, cansado de sufrir con el peso, colgó los guantes con una campaña de 75 ganadas (34 KO), 6 empatadas y sólo dos perdidas, una con Salvatore
Burruni (Italia, 1959) y otra con Kiyoshi Tanabe en Japón (1967). O sea que como profesional jamás perdió en la Argentina. Puso una cadena de negocios, llevó la cuenta exacta de los cientos de robos que sufrió y fue muy amigo de Tito, tanto que Lectoure murió un primero de marzo, la misma fecha en que Horacio fue campeón.
Le decían “Roquiño”, los amigos le decimos Horacio y el público lo recuerda siempre con una frase que es difícil aplicar a muchos boxeadores: -Se retiró a tiempo, terminó bien.
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Realizó tres defensas en el Luna, dos con Hiroyuki Ebihara y una ante Efrén “Alacrán” Torres, un mexicano que lo tuvo por el suelo y al que le ganó ape-
Horacio, el fakir, el ciruja, el del corazón enorme y los golpes certeros no sólo ganó en el ring, ganó en la vida.
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Nicolino Locche
El intocable mendocino
Más torero que boxeador Por Horacio Pagani
1968
Si no mataba una mosca, Nicolino. Lo suyo era la cara opuesta del boxeo, la buena cara. Porque siempre jugaba con fuego. De puro Intocable, claro. Arriba del ring, al lado de los puños adversarios, con la guardia baja, invitándolos a lanzar para ridiculizarlos con un esquive imperceptible, con una mueca, con un giro. Y también en la vida jugó con fuego. En las noches largas y con el cigarrillo traicionero. Ese faso que lo siguió siempre, desde los 13 años, en las furtivas tardes mendocinas, cuando empezaba a calzarse los guantes. Y después, en los vestuarios, ya de profesional, ya campeón mundial. Le gustaba jugar con fuego. En sus descuidos en el gimnasio en su desapego de las disciplinas deportivas. Y quizás, estuvo bien. Porque ni siquiera fue un boxeador Nicolino Locche. Fue una ilusión. Porque no parece cierta su historia a pesar de los 117 triunfos, los 14 empates y las cuatro derrotas, en sus 18 años como profe-
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sional. A pesar de los 10 campeones mundiales que enfrentó en el ring, con o sin títulos en juego. Lo verdadero fue su incomparable comunicación con la gente, el milagro de transformar ese costado de crueldad que envuelve al boxeo. Porque fue capaz de dominar el instinto primario de los otros, el regocijo por los golpes destructores, por el nocaut inminente. Y les hizo gritar “ole” y festejar los esquives y aplaudir de pie, como si fuera una oración necesaria frente a un redentor. No debía ser boxeador, Nicolino. Si no mataba una mosca, ni siquiera con esos brazos gruesos y macizos que parecían rellenos de algodón. Apenas 14 veces le levantaron la mano antes del final en 136 peleas. Si no sabía pegar. Sus golpes eran imperfectos, los aplicaba con el revés del guante, como si fueran zarpazos. Nunca se supo, realmente, si no sabía pegar o no quería hacerlo, que su duende no se lo permitía porque lo suyo estaba en otra
“Lo llamaron “El Intocable” por su capacidad defensiva”
“... Si no mataba una mosca, Nicolino. Lo suyo era la cara opuesta del boxeo, la buena cara. Porque siempre jugaba con fuego. De puro Intocable, claro ....”
parte: en el arte de no dejarse pegar. Hay imágenes paralizadas en el tiempo que lo definen: parado de frente, ligeramente encorvado, con las piernas apenas flexionadas, con los guantes apoyados sobre sus rodillas, la mirada fija hacia adelante, con el cuello, la cintura y los hombros preparados. Y los reflejos encendidos. Para que los golpes rivales pasaran de largo. Lo más cerca posible, pero sin tocarlo. Si parecía más un torero que un boxeador. Cada tanto un arrebato ofensivo para sumar los puntos imprescindi-
bles, disimulando el escaso respaldo físico. Y, mientras, los guiños, las sonrisas, los pasitos rápidos amenazando el ataque que no se cumplía. Una vez quiso ser campeón mundial, Nicolino. Y, entonces, se hizo boxeador de golpe. Llevó todo lo suyo a Japón pero también lo otro, lo que se le reclama a los boxeadores comunes: buena preparación, actitud ofensiva, combinaciones de ataque. Y levantó un monumento al boxeo contra Paul Fují, el 12 de diciembre de 1968. Fueron nueve asaltos perfectos en los que le dio al
entonces campeón una clase de boxeo inolvidable hasta que --destruido psicológicamente--no quiso seguir. Después siguieron cinco defensas. Se fue y volvió. Y la gente lo siguió para armar, cada vez, una complicidad única. Por eso fue Olimpia de Oro en 1968. Y por eso se lo recuerda con una sonrisa. Si era Intocable. Parecía una ilusión. Y, según parece, las ilusiones también mueren. Nicolino Locche murió el 7 de setiembre de 2005, derrumbado por el cigarrillo, cinco días después de haber cumplido 66 años.
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Carlos Monzón
Paga 2 con 10, decile que venga Por Ernesto Cherquis Bialo
1972
Tito Lectoure me pedía garantías de algo que yo no podía darle. El quería saber si Carlos Monzón iba a ser el ganador del Olimpia de Oro de aquel 1972 y la cuestión venía desde hacia un año o acaso dos. Monzón había ganado el campeonato del mundo peso mediano el 7 de noviembre de 1970 en Roma frente a Nino Benvenuti. Estaba claro que a pesar de la conmoción que tal logro había provocado, aquel 1970 resultaba demasiado fáctico para darle, apenas 45 días después, el Olimpia de Oro. Pero grande fue, luego, nuestra decepción, la de la prensa, el ambiente y el propio protagonista: Monzón no había obtenido la estatuilla en 1971, pese a que había defendido su corona en Montecarlo, imponiéndose por knockout en tres round, otra vez, a Nino Benvenuti; y haberla retenido, en una memorable, tensa y ríspida pelea, ante Emilie Griffith por knock out técnico en el décimo cuarto asalto en una inolvidable
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tarde-noche (el combate comenzó a las 19.42) del Luna Park. Cuando Monzón, junto a su maestro de toda su vida Amilcar Brusa y Tito Lectoure, se retiraba de la fiesta del Olimpia de 1971 –año en que creyó que había hecho mérito para ganarlo y no se lo dieron– me dijo “a mi no me invité ‘má, que no vengo”. Brusa y Lectoure acompañaron la decepción. Pero esto es así. Probablemente, algún otro deportista, también esa noche, pudo haberse sentido frustrado. Es comprensiblemente lógico, casi legítimo ilusionarse, sobre todo bajo emoción. Yo estaba de acuerdo con la queja de Monzón. Sobre todo, a diferencia de otros deportistas, la gloria dura o puede durar sólo hasta la próxima pelea. Se es y se deja de ser por un fallo arbitral, por una herida, por un error del referí, por la ocasional con-
Ernesto Cherquis Bialo anuncia un nuevo triunfo de Carlos Monzón
dición de visitante. Esto es, no hay un campeonato, un torneo, una temporada... En el boxeo todo es hoy. Pascual Pérez, Horacio Acavallo y Nicolino Locche pudieron disfrutarlo porque la ocasión hizo que cada uno lo recibiera el año de la hazaña res-
pectiva: 1955, 1966 y 1968. No obstante, guardábamos la esperanza que en 1972 Monzón pudiera mantener su corona Mundial de peso mediano, la categoría más difícil de sostener para un boxeador sudame-
ricano. Porque es prototípica del hombre occidental –1,80 y no más de 72,400 Kg., “patrimonio“ histórico del pugilismo norteamericano: Sugar Ray Robinson, Jake LaMotta, Rocky Graciano, Carl Bobo Olson, entre otros. Sólo algunos europeos pudieron insertar-
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“... Tener un campeón mundial de peso mediano argentino significaba para nuestro boxeo alcanzar un sueño...”
se por poco tiempo como Marcel Cerdan y el propio Benvenuti. Tener un campeón mundial de peso mediano argentino significaba para nuestro boxeo alcanzar un sueño. O sea, que Monzón no había logrado el Olimpia de Oro en el ’70, año en el que lo consiguió. Tampoco en el ’71, tras dos defensas exitosas. ¿Llegaríamos a diciembre del ’72 con Monzón campeón del mundo? ¿Y Reutemann? ¿Y Vilas? ¿Qué nos dejarían los Juegos Olímpicos de Munich? Así, llegó diciembre del ’72, con Lectoure queriendo saber -porque Brusa lo presionaba- si valía la pena que Monzón viniera otra vez desde Santa Fe para la fiesta. “Si le dan el Olimpia de Oro viene, si sólo le dan el de Plata lo recibo yo”, me decía Tito. Traté de indagar y fue en vano. Pero me arriesgué. Y respondí con insensata inseguridad: “es número puesto, paga 2 con 10, decile que venga”. Ese año, Monzón le había ganado a Denny Moyer, Jean Claude Bouttier, Tom Bogs y Benny Briscoe. Fue una fiesta espectacular. Tras recibir el Olimpia de Oro, Monzón me confesó que era uno de los días más felices de su vida. Igual que Brusa. Igual que Tito. Igual que yo...
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Sergio Víctor Palma
UN REVOLUCIONARIO ESPECIAL Por Osvaldo Príncipi
1980
Sergio Victor Palma fue uno de los revolucionarios más atractivos que consagró el boxeo argentino en los últimos 50 años. Sobrevivió, en la vida y en el ring, con su propuesta de cambio y superación permanente convirtiéndose en un referente, siempre vigente, para todo tipo de tema a tratar ligado al ring y las conductas humanas. Conformó una línea media “Quijotesca” en la apertura de los años ’80, junto a Gustavo Ballas y Santos Laciar, firme y determinante , que modificó el modo y la manera de cómo llegar a pelear, a partir de entonces, por parte de los argentinos por el titulo mundial ; frescos, jóvenes y plenos. Algo distante al fogueo pleno de sus gloriosos antecesores como Pérez, Accavallo, Locche, Galindez, Monzón, Castellini, etc. Su proceso de campeón mundial que comenzó en 1980 y culminó en los días finales de la Guerra Malvinas en 1982
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tuvo un recorrido sostenido, continuo y de corte feroz. Brindó dos de las mejores exhibiciones, de pelea cuerpo a cuerpo, que se pudieron ver en el Luna Park en su último tiempo en sus retenciones mundialistas ante el dominicano Leo Cruz y el tailandés Vilchit Muangroiet. En batallas inolvidables, por la tensión expuesta para combinar la técnica y la explosión al máximo voltaje. Y ello fundamentó que su distinción como Olimpia de Oro fuese respetada y admirada. Fui partícipe activo de su crecimiento y su consagración. Marcó un recambio de figuras en el boxeo nacional y en la bancada de prensa que vestía el ringside del Luna Park. Junto a Enrique Martín, Walter Vargas, Carlos Losauro, Walter Nelson, Adrián Villegas, “El sordito” Fernández , entrábamos en aquel tiempo que nos permitía tener a un campeón mundial de nuestra generación. Al que podíamos tutear con
Palma descarga su presión ofensiva sobre el panañeno Ulises Morales, en su primera defensa mundialista en 1980 en el Luna Park
“Brindó dos de las mejores exhibiciones, de pelea cuerpo a cuerpo, que se pudieron ver en el Luna Park...” mucha más firmeza que a los otros campeones. A los que les pedíamos una nota…y una foto. Hizo lo que quiso o lo que pudo, con la fama y con su tiempo de campeón. Fue el deportista que más dinero “dilapidó” en educación y cultura. En poesía y declamación. En música y en teatro, junto a Osvaldo Terranova. Fue el campeón mundial de las bolsas millonarias en la época de la plata dulce. También debió pelear ante eso.
Siempre dio más de lo que recibió. Arriba y abajo del ring. Y éste ha sido su gran secreto de vida. Quizás, el hallazgo de una paz interior que nunca le quitó de encima una sonrisa de tapa de revista. En las buenas y en las malas. Rompiendo las reglas de redacción cerraré en primera persona mi recuerdo sobre Sergio. Es un orgullo para la generación nacida en 1956 tenerlo en nuestras filas y archivar cada una de las credenciales sus
peleas mundialistas. Fue un campeón bueno, duro y creíble. Creció a la sombra del puertorriqueño Wilfredo Gómez, y ello le quitó el reconocimiento internacional que mereció. Fue un gran deleite cubrir todas sus peleas mundialistas en Argentina y en ellas corroboré que cuando un hombre confía en su guapeza y en la fuerza de su mente es casi imposible quitarlo de camino. Sergio siempre supo como ir y hasta donde llegar.
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Santos Benigno Laciar
El campeón mundial más joven del boxeo argentino Por Walter Nelson
1982 1983 1984
La triple corona de los Olimpia dio el reconocimiento y el prestigio que tienen los campeones silenciosos. Es que Falucho Laciar, fue un talentoso como Ballas, Nicolino, Sacco, Tyson; por citar algunos boxeadores a nivel mundial. Lo suyo siempre, fue sacrificio, constancia, disciplina y permanente aprendizaje. Fue el campeón mundial más joven en la historia del boxeo argentino, con tan solo 22 años. El 28 de marzo de 1981 le gana por K.O. en Soweto, en suburbios de Sudáfrica a P. Matelula, capturando el primer Olimpia de oro en 1982. El 6 de junio de 1981 lo pierde en el Luna en un fallo escandaloso ante L. Ibarra, el ring se llena de monedas, reprobando la victoria del panameño. Había que revertir la situación, Tito Lectoure tuvo mucho que ver en la reconquista. Ibarra pierde el título en la primer defensa ante J. Herrera, mexicano.
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El 1ro. de mayo de 1982 nunca pasará inadvertido para los argentinos, en plena guerra de Malvinas, Falucho hizo flamear victoriosa la bandera argentina en la calurosa y humilde Mérida recuperando la corona. Fue K.O. en el décimo cuarto round, el segundo Olimpia de oro en el 83 ya era un secreto a voces. Vinieron las defensas de la corona mosca al legado que dejaron el Gran Pascualito y Accavallo empezaba a ser cumplido por Falucho. Paralelamente se creaba la categoría SemiMosca. Mandrake Ballas sería el primer campeón mundial. Falucho con F. Guardane, su amigo y apoderado, Horacio Bustos, Roberto Puchatte, sus primeros técnicos, Marcelo Tofano y el desaparecido tempranamente e inolvidable Alcides Rivera. Después Tito negociando las peleas, empezaban por madurar la posibilidad de meterse en la lucha por ganar el título mundial SemiMosca. A todo esto, 1984 marcó un hito
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“Fue el campeón mundial más joven en la historia del boxeo argentino, con tan solo 22 años...” sin precedentes. !!!!!!!! fue elegido para quedarse con el Olimpia de oro, tercero consecutivo, nunca hasta ahora igualado. El gran Willy Vilas lo ganó tres veces también, en forma alternada. El gran Falucho, de voz imperceptible y aflautada, ya estaba en la galería de los grandes deportistas argentinos de todos los tiempos. Junto a Fangio, Vilas, Monzón, Maradona y De Vicenzo. Las luces de las marquesinas nunca le importaron, sabía bien quien lo quería y como lograrlo. La frutilla del postre estaba por venir. El 16 de mayo de 1987 en Reims, la capital del cham-
pagne, a 200 kilómetros de París, fue de punta y terminó siendo banca. Le ganó por K.O. al mexicano Gilberto Román ganándole el título mundial SemiMosca. Para la nota que tiene que reflejar la campaña de Falucho por la obtención de los tres Olimpia de oro, este logro quizás esté de más. Pero se han preguntado, alguna vez los amantes del boxeo, si alguien tan humilde y chiquito en estatura, y gigante en el corazón, podía llegar tan lejos. El tiempo será testigo, la gloria se busca y concreta con hechos, las palabras sobran, Falucho es ejemplo a seguir.
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Pedro Décima
LA CONSAGRACIÓN DE LA HUMILDAD
1990
Un renovado soplo de aire fresco para el boxeo argentino, tan necesario como esperado, resultó la consagración del tucumano Pedro Rubén Décima como campeón mundial supergallo CMB, tras vapulear sin piedad al estadounidense Paul Banke y concretar así una de las actuaciones más brillantes que recuerde el pugilismo nacional en combates de jerarquía. Aquel atardecer en Los Ángeles, Décima boxeó y pegó, atacó y contragolpeó, anticipó y combinó sus manos hasta destruir al campeón, quien pareció una sombra sobre el ring desde el primer campanazo, tal vez por el efecto retardado de sus anteriores batallas; quizás por un entrenamiento deficiente (él mismo reconoció que casi no había guanteado en las semanas previas) o acaso por el esfuerzo que le demandó encuadrarse dentro de los límites de la división, luego de subir tres veces a la balanza. Como nunca por aquellos tiempos,
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Por Enrique Martín un challenger argentino llegó tan bien preparado a una pelea de título, tanto física como técnicamente. Como nunca en mucho tiempo, una victoria se adivinó, se presintió desde los primeros movimientos, no sólo para los doscientos argentinos que asistieron al gigantesco Great Western Forum, sino también para los otros seis mil espectadores presentes en la obra cumbre del pugilista nacido en la pequeña ciudad norteña de Villa Benjamín Aráoz, 26 años antes de aquel día emblemático para su vida deportiva. No extrañó entonces la impresionante definición, un tremendo nocaut en el cuarto asalto, después de tres espectaculares caídas del ex monarca, que sacó patente de guapo al levantarse dos veces, para tumbarse, finalmente destruído en su esquina, ante una infernal seguidilla de impactos, lanzados con potencia, velocidad y precisión. Décima, radicado en esa época en
“Una victoria que enalteció a su propietario, espejo de tenacidad, modestia y amor propio. Un silencioso que todavía se sonrojaba al escuchar un aplauso o al leer su nombre impreso en letras de molde...”
la localidad bonaerense de Del Viso, ex caddie de golf, eximio dibujante, tímido hasta la médula y destacado representante olímpico en 1984, consumó así su mejor desempeño, anticipado con creces dos años antes cuando ganó seis peleas en Estados Unidos, conducido por el entrenador Miguel Díaz, un porteño que llevaba dos décadas radicado en Las Vegas, y que regresó al país triunfalmente con Décima y su cinturón, para luego retornar a su lugar de trabajo, donde hoy continúa enhebrando éxitos y reconocimientos múltiples. Para Díaz fue aquella una experiencia impagable, así como para Juan Carlos Lectoure, que vio consagrarse a uno de sus pupilos más queridos, justo en el momento en que su estrella (la de Tito) parecía declinar frente a la aparición de nuevos promotores con chapa internacional, y a despecho de haber conseguido –con la del tucumano- doce de las catorce coronas mundiales profesionales que acreditaba la Argentina en ese momento (todas menos las de Pascual Pérez y Miguel Ángel Cuello). El emocionado abrazo de Lectoure con Décima, con Díaz y también con el veterano técnico Oscar Rodríguez –entrenador del tucumano cuando se encontraba en Buenos Aires- redondeó sobre el cuadrado una noche de oro para el boxeo nacional, quizás un tanto olvidado por la prensa deportiva a comienzos de la última década del siglo, a caballo de reiterados traspiés internacionales y del interés despertado por otras actividades, especialmente las que comenzaron a contar con mayor respaldo publicitario y comercial. La irrupción de Décima equilibró por un momento el centimetraje, dada la calidad y contundencia de su triunfo, logrado en el terreno más difícil y frente a un rival muy bien conceptuado. Una victoria que enalteció a su pro-
pietario, espejo de tenacidad, modestia y amor propio. Un silencioso que todavía se sonrojaba al escuchar un aplauso o al leer su nombre impreso en letras de molde. Alguien que alcanzó el éxito, sin ruido, casi en puntas de pie, en una primavera que, seguro, jamás olvidará. La inmensa ciudad de Los Ángeles,
surcada por mil autopistas y perforada por mil rascacielos; colorida, multirracial y agotadora, resultó digno y paradójico marco para un tipo tan introvertido como Décima. Tan frío y cortante que era necesario verlo en acción para descubrir su caparazón y entender una vez más que el boxeador se expresa con los puños, pero también siente con el corazón.
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Julio César Vásquez
La soledad Del guerrero otoñal Por Walter Vargas
1994
Empiezo a escribir estas líneas y ya mismo reparo en una redonda casualidad: hoy, 21 de abril de 2010, se cumplen exactamente tres años de la anécdota que pensaba referir cuando me encargaron trazar una suerte de perfil de Zurdo Vásquez. (Por cierto, hay apodos de semejante vigor que terminan por aplanar las respetables pero metálicas razones de la cédula. Decir Julio César Vásquez no es lo mismo, ni por asomo, que decir el Zurdo Vásquez, y ya). Esa noche, 21 de abril de 2007, la Hiena Barrios se aprestaba a pelear en el Luna Park con un ignoto oriental que se caería no bien recibiera un par de sopapos. Un rato antes, urgido yo de una humana micción, me despisté, y así de despistado, en lugar de meterme en los baños para el público fui a dar con uno de los vestuarios destinados a los boxeadores. Allí mismo me encontré con un escena que me pasmó. Vásquez, que había perdido en uno de los preliminares,
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serenamente se duchaba sin asistentes a la vista, sin allegados, sin parientes, sin amigos. Solo. Y cuando digo solo, es solo, solo de toda soledad. La soledad del campeón en decadencia. La soledad del guerrero otoñal. La soledad de un hombre digno. Confieso que me envolvió una mezcla de tristeza y pudor de la que intenté salir preguntándole cómo se sentía. Y el Zurdo me dijo que estaba conforme, que había hecho una buena pelea, pero que su rival (un tal Domínguez) era muy joven para él, que aunque los golpes cada vez le dolían un poco más todavía pensaba seguir en carrera. Me hablaba, el Zurdo Vásquez, mientras el agua se deslizaba por su magullado cuerpo, ajeno a cualquier atisbo de exaltación o de atribulación. Como quien se siente afuera de las cosas y afuera de sí mismo. Le extendí la mano, él respondió el saludo con la mansa cordialidad con que lo había hecho todas y cada una
de las veces que habíamos conversado, y volví a mi butaca reparando, justamente, en ese sello fundacional y primordial. Vásquez fue, es, un tipo firmemente apegado a un horizonte que hizo un culto de la sobriedad y la moderación. Para bien o para mal. Para bien y para mal. He allí su ley. Muchos años antes, poco menos de 21, allá por junio de 1986, el Zurdo había debutado como profesional. ¿Dónde? En el Luna. Recuerdo que esa semana alguien me había hablado del inminente desembarco en Baires de un santafecino que, decían, le habían
dicho al confidente, era un verdadero perro de presa, un toro, uno capaz de pegar como una mula. Así que atraído por aquella vigorosa semblanza zoológica fui a ver una módica pelea de 6 rounds. Uno de esos aperitivos que por lo corriente les interesaban apenas a los allegados de los interesados directos y a un puñado de fundamentalistas de la popular, y no bien sonó la campana y vi a Vásquez abalanzarse sobre su adversario (uno de los Chancalay) se me volvió claro que el tipo podía tener rasgos de perro, de toro, de mula, pero que antes que eso expresaba los modos de un búfalo. Un cuerpo lanzado
hacia delante sin preámbulos ni remilgos. Un cuello con solidez e ínfulas de Partenón. Una mirada amenazante. Un resoplido que inquietaba y distraía hasta a los vendedores de café. Esa noche el Búfalo Vásquez, perdón, quiero decir el Zurdo Vásquez, consumó la primera de sus 68 victorias. Para qué abundar sobre su posterior grandeza como campeón del mundo. Uno de los diez más grandes de los nacidos por este confín. Repongo, eso sí, la marca su orillo: un hombre manso que arriba del ring supo devenir feroz como el que más.
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1996 Carlos EspĂnola
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(Windsurf)
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CARLOS ESPÍNOLA
Fuera de la competencia, siempre mantuvo un bajo perfil, indiferente a las conquistas y logros que supo conseguir
La fortaleza mental de “Camau”
Por Claudio Federovsky
1996
La primera imagen que se me viene a la memoria al repasar los privilegiados momentos que pude vivir cerca de Camau Espínola en el acompañamiento de sus cinco campañas olímpicas, está centrada en una modesta vivienda de la calle Bundarra, en Double Bay, una de las bellísimas bahías que ofrece Sydney, la majestuosa ciudad australiana que albergó a los Juegos en el año 2000. Hasta allí había llegado, junto con los productores y técnicos de Canal 9 con quienes llevábamos adelante la cobertura periodística para la Argentina, a partir de un guiño de Mariano Galarza (amigo, cuñado y una especie de vocero de Camau) que me dio las coordenadas para poder meterme en la intimidad de quien, horas antes, se había colgado en el pecho su segunda medalla olímpica. En la casa que se había elegido, cercana al lugar de competencia, alejada del “ruido” de la Villa Olímpica, sólo había un grupo de varones, relajados, felices,
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con una copa de champagne para brindar, pero en el marco de mucha tranquilidad. Recuerdo que alguien me dijo “esta es una casa en Paz”. No sé si fue el profe Bambicha (algo así como el “Jefe” de la misión), o el “Bata” García Velazco, otro ex gran windsurfista que ahora oficiaba de director técnico. Tal vez haya sido Santiago Lange, que por entonces jugueteaba con su hijo Yago, el más pequeño de la “troupe”, y con el que Espínola recién empezaba a pergeñar lo que sería el futuro de ambos: aunar esfuerzos y capacidades para formar un poderoso tándem en la Clase Tornado. Debíamos hacer un “falso vivo” para la TV con Espínola interactuando con Quique Wolf que estaba en Buenos Aires. La toma hubo que repetirla un par de veces y eso no alteró, en lo más mínimo, la postura de un gran campeón que ese día, mostraba la misma postura que cuando lo había conocido, allá por 1991 en los Panamericanos de La Habana, o con la que me encontré días después de su asunción como in-
Espínola, concentrado en la tarea. Su fortaleza mental constituyó un elemento determinante en toda su carrera deportiva
“Fuera de la competencia, siempre mantuvo un bajo perfil, indiferente a las conquistas y logros que supo conseguir”. tendente de su Corrientes natal, con el deporte ya como una hermosa vivencia, pasada, que ahora sólo se observa en el espejo retrovisor. Se lo veía sereno, calmo, moderadamente feliz, agradecido de su equipo de trabajo y, reiterando una y otra vez el esfuerzo de cuatro años de duros sacrificios -aunque sin quejas- para poder llegar a esa coronación. Lejos había quedado en el tiempo aquella Laguna Totora, referencia obligada ante la clásica pregunta por sus comienzos deportivos. Y sus escapadas al río, ya en tiempos de la secundaria, para poder navegar. Alguna otra vez, creo que fue en Barcelona, en la previa a su debut olímpico junto a su hermana María Inés, y mientras contemplábamos la seguridad en la Marina por la presencia del Príncipe Felipe de Borbón, que también
competía, me contó que en su afán de poder encarar “seriamente” el yachting competitivo había decidido terminar la escuela de noche para, de día, sembrar algodón y ganarse unos pesos. Así fue haciendo su propio camino. Hoy, sus logros, lo ubican en un lugar único en la historia del deporte argentino. Nadie como él, ha conseguido cuatro medallas olímpicas, incluida la de los Juegos Olímpicos de Atlanta que le valió ese Olimpia de Oro de 1996 relegando a figuras como José Cóceres, Sebastián Porto, José Luis Chilavert o José Meolans. Y lo más valorable es que todo lo consiguió en voz baja, sin grandes estridencias, sumándole a su talento, método y constancia. Como para que con el tiempo su nombre no sólo sea sinónimo de éxito, sino de modelo a seguir.
Federovsky con Camau Espìnola
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1967-70 Roberto de vicenzo 1989 EDUARDO ROMERO 2001 JOSÉ CÓCERES 2007 ÁNGEL CABRERA
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ROBERTO DE VICENZO
El gran seductor del golf Por Federico Marina Fox
1967 1970
Roberto De Vicenzo asegura que hace falta una gran ambición de logro y mucho sacrificio para lograr grandes metas pero al mismo tiempo dice que una buena relación con los demás es fundamental para la vida. Roberto ha sido un gran observador que ha sabido aprender tanto adentro como afuera de la cancha lo mejor de los demás. Es un gran agradecido de las personas que le ayudaron a abrirse camino.
cena. Una costumbre que se entiende a la luz de la historia de Delia, quien fuera la hija del conserje cuando ella y Roberto se conocieron.
Con tan sólo 8 años se acercó al Ranelagh Golf Club para ganarse unos pesos sin imaginar que ese lugar, ese club, terminaría siendo como su propia casa.
Habiendo recorrido el planeta varias veces en sus cincuenta años de carrera confiesa que sólo ha estado en canchas de golf, hoteles, restaurantes y aeropuertos.
A los 87 años vive con su mujer Delia a unas pocas cuadras del club y todas las mañanas va al club a cruzarse con los socios y a buscar su almuerzo. Más tarde, cuando no tiene otros compromisos, vuelve al club y después de darse una vuelta con su carrito y jugar unos hoyos en la cancha que lleva su nombre se vuelve a su casa con la
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Su sabiduría de vida lo destaca. Su picardía lo hace interesante. Su sentido del humor lo hace divertido. Es un gran seductor que cautiva a la gente como nadie. Sus anécdotas recorren el mundo y sus consejos son recordados por todos.
Presidentes y famosos de todo el mundo han querido conocerlo y compartir con él una vuelta de golf. Le ganó a varios de los mejores de la historia de este deporte. Desde Sam Snead hasta Arnold Palmer y Jack Nicklaus. Ganó más torneos que cualquie-
“Con tan sólo 8 años se acercó al Ranelagh Golf Club para ganarse unos pesos sin imaginar que ese lugar, ese club, terminaría siendo como su propia casa.” ra de ellos. Con doscientos treinta y un victorias en su carrera es el máximo ganador de la historia. Ganó el British Open, cuatro títulos mundiales, nueve victorias en Europa, seis en el PGA, seis en la gira Seniors (para mayores de 50), doce en Super-Seniors (mayores de 60), sesenta y tres victorias en Sudamérica y Centroamérica, nueve títulos del Abierto, dieciséis Campeonatos de Profesionales, cinco Torneos de Maestros, diecinueve Campeonatos Regionales. Si no ganaba, quedaba cerca (siempre). Compitió hasta los 71 años. Marcó el record de varios campos y de muchos torneos. En nueve oportunidades logró jugar rondas de 9 hoyos en -9 (nueve golpes bajo el par). No fue una casualidad que ganara el British ya que en seis ocasiones anteriores finalizó entre los tres primeros. Nicklaus confesó que la presencia de De Vicenzo en un torneo siempre era una presión.
nombrado Miembro Honorario de la Royal & Ancient. Para entrar al Salón de la Fama, cada cinco años se presenta una terna y votan los que ya fueron elegidos. Y los únicos miembros honorarios de la R&A anteriores a él eran Tony Jacklin, Kel Nagle, Jack Nicklaus, Gary Player y Peter Thomson, después nombraron a otros. El golf siempre se destacó por la importancia del cumplimiento de sus reglas y De Vicenzo se convirtió en el mayor exponente de esa virtud en el mundo por la honra con la que aceptó la penalidad por un error en su tarjeta que le quitó la posibilidad de jugar un desempate para conquistar el Masters de Augusta del 68.
mundo pero en el formato individual De Vicenzo les ganó a todos. El Chino Fernandez, quién en esa ocasión formó equipo con Roberto recuerda esa experiencia como una de las más gratificantes de su carrera. La conquista de un mundial en suelo argentino lo hizo acreedor de su segundo Olimpia.
Fue nombrado Socio Honorario Vitalicio de una innumerable cantidad de clubes.
Reconocido en todo el mundo, De Vicenzo ha valorado las distinciones en su país y especialmente los Olimpia por tratarse de un premio votado por los periodistas.
Ganó apenas como para llevar una vida cómoda. Los premios eran de poca importancia. Mientras que un Major hoy paga un millón de Euros, cuando ganó el British en el 67 apenas se hizo acreedor de un cheque por seis mil dólares.
En 1967 ganó el British Open, el torneo de golf más tradicional de este deporte. Cuando lo ganó estaba sólo y esa noche salió a comer con el único argentino que se encontraba allí. Pero al pisar suelo argentino fue recibido con bombos y platillos y al haberse convertido en el primer argentino en ganar un Major ese año le adjudicaron su primer Olimpia.
Recibió muchísimas distinciones entre las que se destacan haber sido elegido para el Salón de la Fama del Golf de la PGA de Estados Unidos y ser
En 1970 la entonces conocida como “Copa Canadá”, que era el Campeonato Mundial, se jugó en Argentina. Ese torneo convocó a los mejores del
En el 2007 el Chino Fernandez fue condecorado con la medalla de oro de los premios Delfo Cabrera en el Senado de la Nación y en su discurso y con lágrimas de emoción simbolizó a todos los deportistas en la persona de Roberto De Vicenzo quién se encontraba presente y fue ovacionado por el público.
La relación con Roberto ha sido para mí la mayor gratificación que me ha dado el golf y el ejercicio del periodismo. Muchos cafés y horas de charla nos convirtieron en grandes amigos. Estar con él se convirtió en algo natural y el intercambio de opiniones pasó a ser tan familiar que he llegado a sentirme como conversando con mi abuelo. Y esa virtud que tiene siempre, y con todos, es la que le vale el título de “Maestro”.
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EDUARDO ROMERO
Un Gato entre los Hoyos Por Carlos Comerci
1989
Fue una de las grandes postales de su vida aquel día de 1989 cuando los periodistas deportivos lo distinguieron con el Olimpia de Oro al Gato Romero. En las horas previas a la premiación nadie podía presagiar semejante desenlace. Y eso lo incluía al propio Romero. Competir por el Oro se trataba de algo lejano, casi inalcanzable. Toda vez que las dos estrellas rutilantes del deporte nacional, Maradona y Gaby Sabatini, también iban por el mismo objetivo. Pero el triunfo del cordobés de Villa Allende en el trofeo Lancome de Francia, trascendió la mera estadística de un éxito deportivo. Porque a partir de ahí todos los que nos dedicamos hace años al periodismo de golf advertimos que se estaba en presencia del sucesor del Chino Fernández. El eterno correntino que había retomado años antes el camino internacional forjado por el Maestro De Vicenzo. A Romero le temblaron las piernas cuan-
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do transito los metros que lo separaban del Olimpia de Oro, según me confesó. La misma sensación que tuvo de adolescente cuando ataviado con otra indumentaria, y en compañía de un bombo, se presentó ante sus vecinos de Villa Allende en el Club Quilmes. En esos años Romero hacia la tercera voz de un conjunto folklórico apadrinado por los Trovadores de Córdoba. Un tiempo después su papá Alejo casi lo conminó a trabajar en una carpintería con el propósito que al menos aprendiera un oficio dado que había resuelto abandonar el colegio secundario. Hasta que se fue a Salta a dar rienda suelta a su auténtica vocación: convertirse en un profesional de golf. Recuerdo que se trataba de un muchacho bastante introvertido cuando su rostro comenzó a aparecer en el circuito profesional. Claro que a poco de conversar con él surgía de manera espontánea esa gracia natural tan típica
“... el triunfo del cordobés de Villa Allende en el trofeo Lancome de Francia, trascendió la mera estadística de un éxito deportivo...” de los habitantes de su provincia. Pero el Gato además de deleitarnos con sus ocurrentes cuentos y anécdotas también comenzó a ganar. Primero en el Gran Premio La Cumbre de 1983; para más tarde consagrarse en el mítico trazado del Olivos frente al experimentado Florentino Molina en el torneo de Profesionales de esa temporada. Ya a esa altura nos demostró a todos que su capacidad como jugador no era ningún cuento. La poderosa pegada de Romero y esa tendencia natural a sacar la pelota baja resultaba la combinación ideal como para triunfar en Europa. También se atrevió a los campos estadounidenses. Allí poco lo conocían. Hasta que los más encumbrados del PGA Tour comprobaron su enorme potencia. En un torneo viéndolo pegar Tiger empezó a mover la cabeza como no creyendo lo que veía. Cómo puede ser que este hombre con cuarenta y ocho años le pegue tan fuerte a la bola, comentó en voz alta. Mañana mismo me traes los documentos, le dijo de manera categórica. Hasta que terció Steve Williams, el caddie de Tiger. El
neocelandés le había llevado los palos al Gato durante las temporadas 83 y 84 y sabía que no mentía su edad. Ya para Tiger no era uno más del circuito. Cada vez que lo veía se detenía a conversar algunos minutos con él. Algo bastante infrecuente en el número uno del mundo. Entre ellos ya había bastante confianza. La suficiente como para que el Gato ensayara alguna de sus típicas ocurrencias. Estaban jugando juntos en Alemania la tercera vuelta de un torneo en dónde el Gato era protagonista con vueltas de 68 y 70. Hasta que en un alto del juego lo encara y lo interroga. “Es verdad que no podes comer chocolate porque si lo haces te mordes los dedos”. Tiger, algo confundido, recién finalizada la vuelta advirtió la humorada. De inmediato lo fue a buscar para reírse juntos. A punto tal que en la actualidad cada vez que lo cruza al cordobés le dice: “Mirá que no como chocolate, eh”. El pibe de Villa Allende forjado como hombre primero y como jugador después por su padre Alejo, resultó aquel año 89 el segundo golfista en la historia en recibir un Olimpia de Oro, a pesar de los monstruos sagrados del deporte nacional que también aguardaban su instante de gloria.
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JOSÉ CÓCERES
El olimpia de la selva chaqueña Por Luis Frydel
2001
Marcada como nunca antes. Teñida por la realidad de un país por entonces en su peor crisis en décadas, la entrega de los Olimpia a nuestros mejores deportistas de 2001 es la recordada por haber sido llevada a cabo fuera del cierre del año en consideración. El deporte y su gran fiesta anual, como todo ámbito sin excepciones en nuestro territorio, caía en penurias al verse obligado a la postergación. El pánico bancario, el “Corralito” que desplumó a los argentinos, los saqueos, los cacerolazos, la represión y hasta la muerte de decenas de personas en medio de un estado de sitio de treinta días decretado por un presidente de la Nación que terminó su gestión escapando en helicóptero, llevaron a marzo, como una materia pendiente, la esperada distinción del Círculo de Periodistas Deportivos. Salpicada la sociedad toda por el triste récord de cinco Jefes de Estado en siete días, no quedaba otra alternati-
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va. De aquél “acostumbrado” diciembre se pasó a la espera de que llegue el sábado 23 de marzo de 2002 para tal efecto, el de dejar consagrado a juicio del más prestigioso de los jurados al mejor de la temporada. Y el nombre de José Cóceres sonó en el escenario donde año a año confluyen los protagonistas más relevantes del deporte nacional, montado en esa ocasión en el CeNARD. El tozudo chaqueño pasaba a ser parte de la posta con la que el golf escribía su presente en el historial del máximo galardón. Antes, el incomparable Roberto de Vicenzo, dos veces (1967 y 1970), y Eduardo Romero (1989). Hoy, ya una cuaterna que suma orgullosa a Ángel Cabrera (2007). Sus méritos del año, el haberse inscripto como doble ganador en el exigente PGA Tour con los títulos en el Worldcom Classic de Hilton Head y en el National Car Rental de Disney
“Para ganar el Olimpia de Oro, el chaqueño José Cóceres necesito ganar dos torneos del PGA Championship en 2001.”
World, en Orlando, un halago que un argentino había logrado solo una vez, en 1957, con el “Maestro” De Vicenzo triunfando en el Colonial de Texas y en el All American de Chicago. En su primera consagración en suelo norteamericano, 33 años después de la del propio Roberto en su último festejo por el tour regular estadounidense (Houston ‘68), Cóceres deslumbró tras otra postergación, la generada por la
llegada de la noche que interrumpió en el segundo hoyo su desempate con Billy Mayfair. La mañana del lunes trajo lo esperado, su victoria tras otros tres hoyos de mano a mano y también las fotos en el green del 18 con la funda de una almohada como bandera: “A mi familia, a mis amigos, y a todos los argentinos. Un millón de gracias.” Más allá de relegar por un golpe a Davis Love III y de ver al gigante Tiger
Woods concluyendo 16º, en su segundo gran golpe en el más grande de los circuitos, José se alzó con otro halago, el de convertirse en el primer golfista extranjero en vencer en la tierra del célebre Mickey Mouse. Allí, el discurso de ganador recordó que en la Argentina se brindaba esa misma jornada por el Día de la Madre. Junto a esos trofeos la preciada estatuilla del Oro luce hoy en un sitio de privilegio en su casa del Barrio Obrero
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“Un pueblo lejano, el suyo. Un juego que amamos, el golf. Una certeza enorme, la mía, de que en su nombre hay más que un deportista que sabe de triunfos”.
presentaron alguna vez al país”, dice. En algún lugar de La Verde, en la selva chaqueña, está su origen. Familia numerosa y pobre pero solo en lo económico. Cuando por allá por sus 18 años, le tocó viajar a Buenos Aires para ganar un Nacional de Caddies jugado en el Golf Club General San Martín, su vida comenzó a cambiar. Antonio Fernández, hermano del “Chino” Vicente Fernández, le abrió las puertas de su casa para ayudarlo. Estaba en el umbral del profesionalismo y el ganar le valió la invitación al Abierto del Sur a jugarse en Mar del Plata, torneo al cual no pudo asistir: José, acudía al llamado del Servicio Militar. Es clase ‘63 al igual que yo, que también sé en carne propia de aquellos tiempos en los que la salida a ser jugador rentado pasaba por destacarse en esos nacionales. El me lo recalca hoy, bien pasados esos años, la suerte que tuvimos de no haber ido a Malvinas... Este tiempo y desde hace tiempo, vuelve a cruzarnos la vida. Con su quehacer de jugador de relieve, su menester de figura, y mi carrera de periodista deportivo paralela a la de profesor de un deporte que nos apasiona.
de Los Cardales. Luciana Aymar, mejor jugadora de hockey sobre césped del mundo ese año (15 votos ante los 17 de Cóceres en la compulsa decisiva), Pablo Chacón, José Meolans y Juan Román Riquelme, marcaron la puja en aquella elección. “El premio de uno es un premio para todos los deportistas”, manifiesta Cóceres
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siempre y en un sentido bien lejano a la demagogia. Lo siente, se enorgullece de aquellos pares que como él destinan tiempo y dinero para caridad. Y es más, se los agradece. “La gente buena generalmente no está en la política, y quienes sí están deberían escuchar más a menudo a quienes a través del deporte representan o re-
Un pueblo lejano, el suyo. Un juego que amamos, el golf. Una certeza enorme, la mía, de que en su nombre hay más que un deportista que sabe de triunfos. Es que apenas instantes después de que el Olimpia que nos ocupa llegara a sus manos, su corazón generoso volvió a dar señales, posando -con el premio- en sostén de un cartel sobre su pecho, en apoyo a los trabajadores de la revista El Gráfico, amenazados entonces por el cierre de su fuente laboral. Como si en las canchas no hubiera sido suficiente su demostración de carácter para merecer semejante distinción, del mismo modo y por la dudas, volvió a poner de manifiesto el suyo al recibirla cercado de aplausos. José Cóceres, golfista de cuerpo y alma.
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áNGEL CABRERA
El Pato que se calzó el saco verde Por Marcos Virasoro
2007
El abrazo con su gente, la eterna sonrisa de felicidad y el puño en alto son imágenes que nos recuerdan la hazaña conseguida por Ángel Cabrera allá por junio de 2007. Oakmont Country Club es una cancha en donde sólo se han consagrado grandes campeones y allí el “Pato”, aquel humilde chico que creció en las calles de Villa Allende dijo presente y dejó su sello imborrable en el US Open, el torneo que todos los estadounidenses quieren ganar. Desde sus comienzos Cabrera era reconocido como un chico con un gran futuro. No sólo su potencia era alabada como su gran virtud, sino también la facilidad para pegarle a la pelota, con un swing tan natural. Como todo golfista argentino tuvo que luchar mucho para hacerse su lugar y con el pasar de los años fue superando etapas. Primero jugó en Argentina, pasó por Sudamérica y luego de varios intentos llegó a Europa, donde su amigo Eduardo Romero le dio una gran mano. Allí
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el cordobés comenzó a mostrar sus credenciales al mundo. Las victorias estaban rondando, pero tuvo que ser en Buenos Aires donde consiguió su primer título del European Tour, era el comienzo de una carrera llena de grandes títulos. En 2005 ganó el PGA de Europa, el segundo torneo más importante del Viejo Continente y ese fue el salto de calidad que necesitaba para creer más que nunca en sus condiciones. Su talento ya lo habían llevado a jugar su primer Major en 1997 en Royal Troon, Escocia, y allí sintió que esos torneos estaban hechos a su medida. En ningún otro evento sentía las sensaciones que experimentaba en los Majors y se prometió a si mismo luchar para conseguir uno de ellos. En 1999 estuvo cerca, cuando se jugó el Open Británico en Carnoustie, quedó cuarto, a un golpe del playoff de desempate, en el recordado evento del francés Jean Van de Velde, pero que fi-
“Haber compartido esta fiesta junto a él que fue nuestro gran Maestro (por Roberto De Vicenzo), hace que esta noche sea completa”.
nalmente ganó el escocés Paul Lawrie. El 2007 no había comenzado de la mejor manera en cuanto a resultados y el cordobés estaba preocupado por su nivel. Así llegó a Oakmont, en Pensilvania, en pleno verano norteamericano. El US Open se caracteriza por presentar campos extremadamente difíciles donde los jugadores tienen que mostrar lo mejor de ellos para poder tener éxito. Allí se diferencian los talentosos del resto. Y allí fue donde Ángel Cabrera decidió demostrarle al mundo del golf que él había nacido para ser un nombre grande en la historia de este deporte. Cuatro rondas sensacionales, una lucha palmo a palmo con los mejores
jugadores del mundo y una victoria espectacular que hizo que todo el país hablara por lo menos un día de golf, algo increíble en este país futbolero. Pero no quedó allí su demostración de 2007, a su primer Major le sumó otros cuatro títulos esa temporada para ser sin duda el Mejor Deportista del Año, a pesar de luchar con otros grandes candidatos. “Es una de las cosas más importantes que jamás logré, es muy lindo tener el reconocimiento por tantos esfuerzos que uno ha hecho durante toda su carrera, ya que no es cosa de todos los días ganar un Major”, me decía alguna vez charlando acerca de los reconocimientos que había tenido. Aquel día de fines de 07, otro grande
del golf mundial, Roberto De Vicenzo, acompañó la entrega de la estatuilla de oro “Haber compartido esta fiesta junto a él que fue nuestro gran Maestro, hace que esta noche sea completa”, decía Cabrera. El año pasado hizo todo lo posible para ganarlo nuevamente. En abril de 2009 se calzó el Saco Verde, luego de ganar el Masters de Augusta, y así quedó en la historia del deporte argentino, como el único jugador en ganar dos Majors. “Sino hubiera sido por la excelente temporada que tuvo Del Potro, era mío nuevamente, pero igual no cierro la puerta, quien sabe si no va a venir otro más”, me dijo Cabrera con la misma sonrisa que tenía cuando ganó en Oakmont. Yo le creo.
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1969-71 alberto demiddi
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ALBERTO DEMIDDI
¡¡Qué título, Rodolfo!! Por Rodolfo Etchegaray
1969 1971
Pocos como él fueron destinatarios de tantos calificativos. La lista es interminable. Sólo mencionaremos algunos. Perseverante, tenaz, capaz, aguerrido, dedicado, talentoso, protagonista, titánico, estoico, artífice, estrella, astro, bizarro, valeroso, denodado, esforzado, arrojado, bravo, valiente, dinámico, descollante, sobresaliente, diletante, vital… Cualquiera de estas denominaciones, en las diferentes etapas de su trayectoria, le cuadraban. En diciembre de 1964, en el legendario diario “El Mundo” dijimos de él: “Apareció como un meteoro. De la noche a la mañana, no era ni Amadeo (Carrizo) ni el “Nene” (Sanfilippo), pero se habló de él. Y si bien se lo rebautizó con un cambio de vocales del apellido y diciéndole rosarino, cuando en realidad es porteño, Alberto Demiddi hizo valer esa difícil y a la vez “rara” disciplina bogadora. Sabemos que no es necesario aclarar que es un remero
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y que, tras sacar tarjeta de bueno en el renombrado escenario inglés de Henley on Thames, ratificó en Tokio sus méritos al conquistar un cuarto puesto – honrosísimo – luego de una labor destacada y consagratoria”. La nota se tituló “El hombre del año” que Demiddi agradeció con un: ¡Qué título, Rodolfo! Cabe recordar que Demiddi nació el 11 de abril de 1944 en el Hospital Rivadavia, de Buenos Aires. El padre, Alberto – la madre, Sarah Gabay. Se trasladaron luego a Rosario. A los 4 años, practicó natación en N.O. Boys, donde el papá era entrenador. Más tarde, fue 5º en el ránking cadete detrás, nada menos, que de Nicolao y Pepe y practicó varios deportes. Se volcó al remo aconsejado por el presidente Sivieri, del Regatas Rosario. Trabajó en un banco y se entrenaba tres horas diarias, al salir del empleo. Tal vez la evocación del nacimiento y posterior desarrollo del remo, avale la mane-
El remo se difunde y es deporte olímpico y, al decir de Pierre Coubertin significa “La más bella gimnasia que pueda concebirse”.
exponente. La reseña de sus logros lo certifica plenamente: Regatas oficiales: Ganadas 178; campeón argentino por excelencia del 62 al 73 (18) y Rioplatense (6); campeón sudamericano single y 8 (9); campeón panamericano (3) single y ocho (`67 Canadá y `71 Colombia); Henley (1) y 2 segundos puestos. Campeón Europeo (2) campeón del mundo (1); representante olímpico (4º Tokio – 64, 3º México – 68 y 2º Munich – 72)
En la Argentina, fue “cosa de ingleses” en el bajo de la Recoleta, entre la niebla del Riachuelo o en el Tigre. Hasta que, en 1873, tiene su bautismo oficial en la regata que contó con la presencia del entonces Presidente de La Nación, don Domingo Faustino Sarmiento, quien proféticamente dijo: “Ojalá lograse entrar en la juventud argentina la imitación de este ejemplo”. Afortunadamente así pasó y mucho tiempo después la Argentina tuvo en Alberto Demiddi a su máximo
LOS OLIMPIA Demiddi obtuvo dos Olimpias de Oro. En 1969, avalado por la obtención del campeonato europeo, en Austria (algo así como un campeonato mundial). Designado por la C.D. del Círculo y teniendo como oponente al polista Juan C. Harriot. En 1971, donde acumuló triunfos significativos – Campeón Panamericano en Colombia y Europeo en Dinamarca y vencedor en Henley – se alzó con la máxima distinción, superando en la votación a Oscar Panno
ra de ser y sentir de quienes lo practican.
maban encadenados.
EL REMO Desde los tiempos más remotos, el hombre recorrió los cursos de agua. Su ingenio lo llevó a imaginar, primero, y a concretar, después el elemento apropiado. Ahuecó troncos y se dejó llevar por la corriente. También se ayudó con un implemento y, sin saberlo, creó el remo… Realidad y fantasía se unen en imágenes y épicos relatos de bravos argonautas en busca del Vellocino de Oro. Asirios, babilonios, egipcios, fenicios, griegos, romanos (Remo fue el primer rey) bogaron intensamente ya sea en facetas exploratorias, comerciales o guerreras. Griegos y romanos encararon competencias deportivas que se entremezclaran con los relatos de la Eneida de Virgilio, o La Odisea, de Homero. Los venecianos hicieron famoso, en la “Gran Regata”, el Bucintoro, una embarcación accionada por 200 remeros. Sin olvidar las galeras impulsadas por esclavos o por condenados, que re-
En 1715, en Inglaterra, comienzan a realizarse regatas. Nace, más tarde, la famosa competencia entre Oxford y Cambridge. Surgen Henley y Yale versus Harvard, en EEUU.
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“Caricaturas realizadas por Alberto Demiddi, una de si mismo y la otra de Rodolfo Etchegaray”
(Ajedrez), Emilio Dyrzka (Atletismo), Oscar Ibáñez (Básquetbol), Nicolino Locche (Boxeo), Ernesto Contreras (Ciclismo), Carlos D´Elia (Equitación), Guillermo Saucedo (Esgrima), Omar Pastoriza (Fútbol), Vicente Fernández (Golf), Ernesto Barreiros (Hockey sobre césped), Gustavo González (Natación), Jorge González (Pato), Arnaldo Olite (Pelota), Francisco Dorignac (Polo), Alejandro Travaglini (Rugby), Guillermo Vilas (Tenis), Héctor Sanguinetti (Tiro) y Martín Costa (Yachting). Cabe agregar la obtención de dos Olimpias de Plata en 1970 y en 1973 y otras distinciones como: Fundación Helms (EEUU) – Mejor Deportista Sudamericano de 1971. Joven sobresaliente, Cámara Júnior (1968, Rosario) y 1970 (Buenos Aires). Timón Gaucho (Liga Naval Argentina), 1970. ¿POR QUÉ LOS DOS OLIMPIA DE ORO? 1969 - Campeón Europeo en el lago
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Wörther de Klagenfurt – Austria. Aclamado por el público. Las espectadoras femeninas le otorgaron el título de “uno de los muchachos más glamorosos” de la competencia (25 años). Y él dijo: “Fue el momento más maravilloso de mi carrera”. Lo escoltaron el alemán oriental Jochen Bhömer (Rep. Democrática Alemana), Jochem Meissner (Rep. Federal Alemana – Alemania Occidental), Keneth Dwan (Gran Bretaña), Taroslav Hellebrand (Checoslovaquia), Henry Ian Wienese (Holanda). Todos con un currículo excelente. Sacó dos largos de ventaja, a pesar del viento en contra, y después de una regata “conservadora” al inicio. A los 1000, ½ bote de ventaja y a los 1500, uno, tripulando un bote Stämpfli. El propio constructor Alfred Stämpfli y el entrenador y maestro Mario Robert, fueron su respaldo técnico. Tiempo
ganador: 7m. 45s. 79/100. 1971 - En la cumbre, el “Gringo”, arrasó con los títulos. Ganó en Henley sobre el gigante norteamericano Jim Dietz, por más de 2 largos. Rey de los Diamond Challenge Culls. Había competido (64 y 66) dos veces, sin éxito. La tercera fue la vencida. En los Juegos Panamericanos de Calí (Colombia) también se impuso. Y revalidó su título europeo, en el lago Bagsvaerd, en Dinamarca (con récord) venció al alemán oriental Götz Daeger. En 1973 se retiró de la práctica activa, pero no abandonó el Remo. Su experiencia la volcó como entrenador. El 25 de octubre de 2000, a los 56 años, falleció tras sufrir las dolorosas alternativas de un cáncer. Estaba casado con Silvia Sivieri y era padre de Agustín, Alexis, Andrés, Alejandro y Alberto.
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1962 NORMA BAYLON 1974-1975-1977 gUILLERMO VILAS 1987-1988 GABRIELA SABATINI 2005 DAVID NALBANDIAN 2009 JUAN MARTÍN DEL POTRO
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NORMA BAYLON
LA PRIMERA MUJER OLIMPIA DE ORO
1962
El anuncio sorprendió a muchos, y es que algo histórico había ocurrido. Nadie podía negar que el premio estaba en buenas manos, pero era difícil no notar la gran diferencia que existía entre el ganador de ese año (1962) con los de los anteriores. Norma Baylon logró lo que ninguna otra deportista había conseguido hasta el momento: por primera vez en la historia el Círculo de Periodistas Deportivos eligió a una mujer como “Deportista del Año”. Su pasión por el tenis empezó cuando era chiquita, al principio practicaba con una paleta de ping pong, pero a los 6 años su padre le regaló una raqueta y comenzó a llevarla al tradicional Buenos Aires Lawn Tennis Club todos los fines de semana. La pequeña se pasaba horas peloteando sola contra la pared, lo que le permitió desarrollar una técnica extraordinaria. Un día su padre decidió jugarle un parti-
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Por Alberto Marcolini do y quedó completamente sorprendido por el nivel de su hija. Lo primero que dijo al llegar a su casa y ver a su esposa fue: “mañana mismo le pongo un entrenador, creo que va a ser una posible campeona”. A los 8 años estuvo a las órdenes de Ramillón, profesor francés, entrenándose también con los profesores Moya y Cerdá. La obsesión por el entrenamiento fue algo que siempre caracterizó a Baylon. A los 12 años el médico le prohibió seguir jugando al tenis ya que “se había pasado de revoluciones” de tanto practicar y le había agarrado una taquicardia. Tras pasar un año sin tocar la raqueta pudo volver a jugar. Tiempo después entrenaría con hombres para exigirse todavía más. Su peculiar personalidad la transformaba de una mujer tranquila fuera de la cancha a una terriblemente agresiva dentro de ella. Baylon, suele recordar con una sonrisa la vez que convenció a la alemana Edda Budin de dejarse ga-
“En el primer partido del campeonato del Río de la Plata yo tenía que jugar contra Edda, que tenía alrededor de 6 años más que yo, y mi papá me había prometido que si le ganaba un game, y me portaba bien dentro de la cancha me iba a regalar uno de los nuevos billetes de 5 pesos que habían salido”.
nar un game: “En el primer partido del campeonato del Río de la Plata yo tenía que jugar contra Edda, que tenía alrededor de 6 años más que yo, y mi papá me había prometido que si le ganaba un game, y me portaba bien dentro de la cancha me iba a regalar uno de los nuevos billetes de 5 pesos que habían salido. Antes del partido fui al vestuario y se lo conté a Edda. En el partido me iba ganando, 6/0 y 3/0…. Y yo la miraba fijo.. el billete de 5 pesos.. 4/0…5/0, Edda sacó ese game, hizo 2 dobles faltas, mandó una pelota por encima del alambrado, la otra la enchufó en la red… y yo gané mi game y mis 5 pesos”. 1962 fue un año muy importante en su carrera ya que, además de ganar el Olimpia, ganó el Campeonato de la
República, en el cual venció en semifinales a René Schurman, (número 5 del mundo en ese momento) tras ir perdiendo 6/0 y 3/0, y en la final a Vera Sukova en un partido que duró alrededor de 4 horas. Ese torneo le abriría las puertas al tenis internacional. Tras retirarse, vivió muchos años en Lima y al regresar decidió pasar una tarde sentada en las gradas del Buenos Aires Lawn Tennis Club para comprobar que allí se encontraban todos sus recuerdos. Actualmente vive en Buenos Aires, trabajando como empleada de la Asociación Argentina de Tenis, donde muchas veces hace de intérprete de jugadores extranjeros que llegan al país, por sus conocimientos de inglés y alemán.
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GUILLERMO VILAS
El inventor del Tenis Por Juan José Moro
1974 1975 1977
No es la intención comenzar por el final. El que tampoco está escrito, aunque no ha faltado quien augurara un pronóstico dramático. Aquellos que piensan que los grandes deportistas, los números uno indiscutibles, siempre están propensos a ser protagonistas de un desenlace negativo. Si bien es cierto que no faltan ejemplos ilustrativos, este no ha sido, ni será, el caso de Guillermo Vilas. A fines del 2008 viajamos al Calafate para el lanzamiento de una exposición de pinturas que tenían como orientación temática, los mejores triunfos del tenista marplatense, y que varios pintores argentinos habían tenido la oportunidad de plasmar. Me pidieron hablar y escribir sobre Guillermo y la frase final fue que tratándose de Vilas, lo mejor aun estaba por venir. A Guillermo lo ví por primera vez en el Náutico, en el verano posterior al di-
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ciembre del Orange Bowl. Estaba junto a Ricardo Cano, en el patio central, donde los aros harían pensar a cualquier desprevenido visitante que no es el tenis sino el básquetbol, uno de los dos deportes principales del club marplatense. No recuerdo las palabras, pero sí los gestos de curiosidad de quienes, veraneantes o socios, decían con sus rostros que estaban frente a un ser especial. En ese momento ignoraba que esa tarde de verano, sería determinante en los cambios que mi profesión y mi vida, tendrían tiempo después. Verlo perder en dos tiempos frente a Orantes en Roland Garrós de 1974, fue el comienzo de una idea, la de seguir el circuito de tenis, que causó el asombro y la reprimenda de un compañero de Radio, Julio César Calvo, quién dictaminó que tenía que ver a un especialista: “Pero, ¿vos sos loco? Como vas a hacer para viajar? Yo creo que a vos te van a encerrar antes. Y además, ¿quien te va a financiar?”.
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Las palabras del amigo que ya no está, estaban desprovistas de egoísmo. El pensaba con mucha lógica, que no había manera de viajar por el Mundo, transmitiendo o informando sobre un deporte que no fuera el fútbol, y mucho menos el tenis, elitista y nada popular. Y quien lo afirmaba, era socio, luego dirigente, y jugador, nada menos que del Temperley Lawn Tenis. Cuando Guillermo comenzó a ganar y a asombrar al Mundo, no fue uno más. Siempre dio más de lo que se espera-
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ba y que no era poco. Su irrupción en 1974, un mes después de aquella eliminación parisina, fue tan contundente como sorpresiva. Fue ganar y ganar hasta alcanzar el Grand Prix. Un jugador eficaz y correcto, que era capaz de ceder un punto que los jueces habían marcado para el rival. Por primera vez en la Argentina, aquellos aficionados a deportes más populares, como el fútbol, el automovilismo y el boxeo, comenzaban, sin saber las reglas, a hablar de tenis. Perdón, a hablar de Vilas,
un muchacho argentino, que jugaba tenis. Es que más que los triunfos, salir en la tapa de “El Gráfico” era diplomarse como deportista de elite. En el año en que tenía que preparar, convencer y tramitar, todo lo relativo a la misión que me había impuesto para 1975, Vilas me lo facilitaba sembrando de soja, un campo a veces árido, a veces inundado, pero en ningún caso fértil. Vilas ya era un comienzo de realidad en aquella primera visión internacio-
“Un jugador eficaz y correcto, que era capaz de ceder un punto que los jueces habían marcado para el rival. Por primera vez en la Argentina, aquellos aficionados a deportes más populares, como el fútbol, el automovilismo y el boxeo, comenzaban, sin saber las reglas, a hablar de tenis”.
nal grande en París. Que para mí, fue mucho más fugaz que para él. Solo hubo una nota para Rivadavia, que nunca supe si la “pasaron al aire”, porque se estaba en las vísperas de un Mundial de fútbol, nada menos, el de Alemania, que me permitió esa pasada por Paris. El tenis no era un deporte de masas y los interesados, muy pocos en relación con la avidez de fútbol. Claro que no tuvo que pasar mucho tiempo, antes que José María Muñoz no me permitiese un minuto de silencio si es que Vilas jugaba una final. Fue como si estuviese preparado. El fútbol y su fiesta máxima, ya eran un fresco recuerdo, cuando Guillermo registraba su segundo nacimiento, en Gstaad, el primer eslabón de una cadena de 62 coronas. Fue ganar un torneo, el primero, y luego los triunfos vinieron en serie. El tenis comenzaba a diplomarse en la Argentina y mi sueño, loco, impensado, comenzaba a adquirir cierta cordura y factibilidad. Hasta un domingo que cumplía con la conexión en la transmisión de fútbol en el desaparecido Estadio San Martín de Mar del Plata, es muy posible que fuera Kimberley el equipo que representaba a la ciudad en el Campeonato Nacional , y en la cabina estábamos con el Cholo, nervioso y expectante, y más que por los posibles goles de Davino y Valiente, nos ocupábamos de la conexión con Estados Unidos. Guillermo le había Ganado la final a Nastase y era impostergable “sacar a Guillermo al aire”. Y el gran Gordo Muñoz, que antes del partido había conectado a la Fragata Libertad con la Base Marambio y el vestuario de River, ahora disfrutaba con el hijo campeón y un padre incontenible de
felicidad, unidos a través de la Radio. Como para decirle a Calvo, “che Gordo…a ver si te animás a decirle a Muñoz que lo mío es una locura”. Los viajes se transformaron en rutina. La “campaña” se financiaba con los sponsores, que auspiciaban los flashes desde el exterior. Diario La Nación y Banco de Quilmes y luego La Nación y Ford, permitían los viajes y los costos de línea telefónicas. No había celulares y todas las llamadas se hacían con el servicio de operadoras. Era Vilas y Vilas y un poco de Ganzábal y otro tanto de Ricardo Cano. Pero el único que casi siempre llegaba hasta el fin de semana era Guillermo. Una necesidad extrema, porque sin el ídolo incipiente, cual sería el interés del oyente. El “gran público” aún no sabía mucho de Borg, de Connors y Cía, como hoy, si no hay argentinos en un torneo, saben de Federer, de Nadal o de Murray. Si Guillermo perdía en las rondas iniciales, algo que rara vez ocurría, como aquella primera vuelta en Wimbledon, había que hamacarse para cumplir con los avisadores y para mantener el interés del oyente. Y Rivadavia, la Radio del tenis, no era una radio más. Era la época en que aún no se habían lanzado las FM y la “Emisora del Deporte en la República Argentina” como decía siempre Muñoz, tenía el 70 % por ciento de la audiencia. Jamás hubo ni habrá semejante predominio mediático radial y ello ayudó a que Vilas y el tenis llegaran a un público masivo y deportivamente futbolero. La campaña al borde del court fue un goce casi constante, claro que también estaban los partidos, duros, ganados después de mucho sufrimiento, o derrotas que dolían, que daban
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“... Incluso hoy sigo escuchando una frase remanida. “Vilas era el producto del esfuerzo. No tenía tanto talento, pero que garra, ¿no?”¿Se puede ganar 62 torneos, entre ellos 4 Grand Slams sin tener talento?...” rabia, si del otro lado estaban Solomon, Ramírez, Higuera, sobre todo Connors, que ofuscaban a Guillermo cuando le ganaban y terminaron provocando una úlcera de duodeno en mi estómago, receptor de todos los nervios, por las vicisitudes, las de los partidos y las demoras en las comunicaciones. Pero las satisfacciones eran abrumadoramente superiores, en cantidad como en calidad. Al margen de las estadísticas de un deportista enorme, gigante, estaban las formas. Esa entrega con que Vilas se brindaba en cada partido, que dejaban, sin ningún caso que pudiera justificar la regla que dice que siempre hay excepción a la misma, la absoluta seguridad, que ante una eventual derrota, el tenista siempre había dado todo de sí. Nunca existió un partido en que Vilas hubiese jugado a desgano o viéndose superado disminuyera el esfuerzo. No se que hubiese pasado con las reglas actuales que obligan a todo tenista “solicitado” a presentarse en conferencia de prensa, so pena de verse obligado a abonar una multa de diez mil dólares. Es posible que Gui-
Guillermo Vilas con Juan José Moro
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llermo hubiera pagado más que una. Más de una vez se fue presuroso del Estadio, no por mal perdedor, que no lo era en absoluto. Pero le daba rabia perder, era el orgullo el que le provocaba no querer ver a nadie. O al menos, a los pocos periodistas que pudiéramos andar por allí. Sucedía rara vez, cuando quizá el entendía que no había cumplido consigo mismo. Ese mismo temperamento es el que provoca hoy la admiración de quienes han visto sus clínicas. Por ejemplo en San Miguel de Tucumán, en el 2008, tras varias dilaciones y amagos de cambios de escenarios por breves lluvias, una vez comenzada, casi a las 11 de la noche, la que se suponía la definitiva prueba, otra lluvia, en este caso persistente, hizo que en un momento los organizadores, bajo sus paraguas, le pidieran que la diera por terminada. Guillermo, viendo la cantidad de chicos, algunos llegados desde Santiago del Estero, lejos de acatar la sugerencia, respondió con firmeza: “No me voy hasta que el último de los niños haya jugado un par de puntos”. Las estadísticas no vienen al caso.
“El partido más emocionante no fue solo uno. Sería empequeñecer semejante campaña.” Los números están al alcance de cualquier convocatoria a Internet. Vale el concepto. Incluso hoy sigo escuchando una frase remanida. “Vilas era el producto del esfuerzo. No tenía tanto talento, pero que garra, ¿no?”¿Se puede ganar 62 torneos, entre ellos 4 Grand Slams sin tener talento? ¿Que es el talento? ¿O que es la técnica? Cuantas veces hemos escuchado lo mismo: “¡Que voluntad la de Guillermo; con eso suplió no tener tanta técnica!…” ¿No hay que tener una técnica extraordinaria para colocar 30 Pelotas en un solo punto, casi en el mismo lugar, sobre una y otra línea, o colocar un pase lateral en la mitad del espacio entre el adversario y la línea, o impactar un smash de revés ganador inoperable y los mil ejemplos más?. Es la confusión entre “juego lindo” o “juego bien”.
El partido más emocionante no fue solo uno. Sería empequeñecer semejante campaña. La tranquila tarde parisina de Roland Garrós quizá pecó de ser demasiado previsible. Aunque apabullar de tal manera a un adversario de categoría no ha sido muy común en las finales de Roland Garrós. La final del US Open era distinta. Por el rival y todo lo que generaba. Para Guillermo fue el triunfo preferido. Para mi, una prueba tanto o más difícil. Estar todo el tiempo en el limite del reglamento, con un teléfono de línea y un cable de casi 100 metros, parapetado detrás de una columna , casi sobre la línea lateral en su cruce con la de fondo, para llevar el único relato que en directo llegó a la Argentina con el triunfo de Vi-
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las en Forest Hills. Varios años después le oiría decir a Maradona: “… veníamos en el micro después de jugar, y decidimos estacionar al borde del camino para escuchar el final”. Fue el gran momento de un año espectacular. Vilas fue por enésima vez tapa de EL GRAFICO. El tenis alcanzaba el pico máximo de popularidad de la era no mediática. Regresamos juntos en el mismo vuelo de Aerolíneas Argentinas y no había
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tanta gente en Ezeiza como la que se merecía semejantes logros. Vilas era el mejor jugador del Mundo en esa temporada y por varios cuerpos. Firmó decenas de autógrafos. Aunque no más que los que tuvo que firmar hace un año, cuando espontáneamente en Aeroparque, tuvo que quedarse más de una hora en el mismo lugar para retribuir tanta demanda. Habían pasado 32 años. En este caso se habían agregado las cámaras digitales y los teléfonos móviles.
Las fotos reemplazan a los autógrafos. Que distinto hubiese sido para mí, en los tiempos de Guillermo, la utilización de un celular al costado de Forest Hills. Que repercusión hubiese tenido Vilas, hoy, con todos los partidos en directo por TV, internet y la interacción universal. Pero el ídolo sigue creciendo. Familia, descendencia, escuelas, museos, homenajes, reconocimientos y proyectos. El futuro le sigue perteneciendo. Difícil hacerle el aguante.
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GABRIELA SABATINI
Juego estilizado, talento innato, tenis mágico
1987 1988
Gabriela Beatriz Sabatini es sin dudas la más grande tenista argentina de todos los tiempos. Gaby fue galardonada por el Círculo de Periodistas con dos Olimpias de Oro, en 1987 y 1988, como la mejor deportista argentina de esos años, además de obtener 10 Olimpias de Plata.
lleno de orgullo y agradecimiento”. Sobre el significado que le dio a cada uno de esos premios, Gaby afirmó: “Cada uno fue especial. Hoy son un lindo recuerdo de una etapa de mi vida que quedarán conmigo. Ser reconocida en el país es siempre muy lindo”.
Gaby nos contó lo que sintió al recibir cada uno de esos galardones: “Sentí una emoción muy grande al haber sido elegida entre tantos deportistas de calidad que tiene nuestro país que estaban nominados”.
Dueña de un juego estilizado, como su figura; de toques sutiles; de una técnica depurada y con un talento innato, hizo gala a lo largo de toda su carrera de un tenis mágico, con su toque sutil. Tuvo una muñeca plagada de talento que tanto deleite le dio en su época de tenista profesional a sus ‘fans’, no solo argentinos, sino de tantos otros lugares alrededor del mundo.
Acerca de sus expectativas de entonces, y la sensación de ser reconocida en nuestro medio, la mejor raqueta femenina de nuestra historia, respondió: “No los esperaba y siempre fueron una hermosa sorpresa. Los años que gané los Olimpia de Oro había muchos que se lo merecían, y el ser elegida me
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Por Oscar Pinco
Y todo ello envuelto en su ‘packaging’ exultante de ‘típica morocha argentina’, que tantos suspiros cosechó. Gabriela nunca fue considerada una
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jugadora temperamental, de garra. Pero atención: no se llega a ser la número tres del mundo, a ganar dos Masters, el Abierto de EEUU., una medalla de plata en los Juegos Olímpicos, sólo por tener un tenis espléndido . . . También hay que tener esa cuota de decisión por querer ganar, y determinación por imponerse. Es que para acercarse a la gloria hay que tener en forma constante una llama encendida. Es el “Fuego Sagrado” de los grandes campeones. Nació el 16 de mayo de 1970 en Bue-
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nos Aires y vivió en el barrio porteño de Villa Devoto, en esas casas típicas de pasillo largo, donde en el fondo vivían los Sabatini, y al frente los Garófalo, su tío, el hermano de Bety, la mamá. A los seis años agarró la primera raqueta, en el frontón del Club Atlético River Plate, donde su hermano “Ova” se estaba destacando, y el ojo clínico de su primer profesor, Daniel “Palito” Hidalgo, descubrió su talento y la integró a la escuelita de tenis de River. A los 12 años, esmirriada y con dos
colitas características, ganó en 1982 el Mundialito Infantil en Caracas, y empezó a anticipar que un proyecto de gran tenista empezaba a asomar. Al volver, le hice una nota en el Diario La Prensa, logrando esas “medallas invisibles” que solo recuerda uno y sirve íntimamente para acariciar el ego, ya que vislumbramos que podía estar naciendo un monstruo, y le dedicamos las ocho columnas, todo lo ancho de una página sábana, en la que seguramente habrá sido la primera nota importante que le dedicaron en
un medio de difusión nacional. Con edad de Infantil la empezaron a hacer participar en los torneos metropolitanos y nacionales, pero en la categoría de Juveniles, con chicas entre cuatro y seis años mayores. Una de sus primeras víctimas, en el Buenos Aires Lawn Tennis Club fue Gabriela Castro, que con 16 años no daba crédito de haber perdido ante una niñita de 12. Un año después, en 1983, tenía que jugar en Mar del Plata contra Mariana Pérez Roldán. Tarde gris y destemplada en el Country del Waterland. Charlábamos con Osvaldo, el padre, cuando interrumpe Bety, la madre, y le dice preocupada que Raúl Pérez Roldán, padre de su oponente y reconocido entrenador, le estaba dando instrucciones a su hija, cosa que reglamenta-
riamente el ‘coaching’ esta prohibido, y don Sabatini, con sonrisa canchera y seguro, le respondió a su esposa: “Dejalo, las va a necesitar”. Sobre fin de octubre de ese año, la Argentina vivía un hito trascendente: se volvía a la democracia por el camino de las urnas. En el Buenos Aires Lawn Tennis Club se jugaba el legendario Campeonato Río de la Plata. La cordobesa Ivana Madruga era la número uno de la Argentina. La pequeña Gaby, ya convertida en promesa del tenis argentino, compite entre las mayores, y sorpresa tras sorpresa, llega hasta la final. En el match decisivo, una afección intestinal obliga a la jugadora de Río Tercero a abandonar el court central, y tras los 15 minutos reglamentarios no puede volver a la cancha por lo que debería dársele el partido por perdido. Gabriela habla con su padre
y deciden que van a esperar a la N° 1 todo lo que necesite para recuperarse, en un ejemplo de respeto, dignidad deportiva, y ‘Fair Play’. Finalmente, Madruga se repuso, y le terminó ganando esa final a la niñita, que con esas grandes actitudes empezaba a convertirse en una “grande”. Se empezaban a avizorar viajes más seguidos, y si bien a la jugadora se le cubrían los gastos por hospitalidad, en esa etapa de júniors no se gana dinero en las competencias, ya que no son rentadas, pero había una preocupación de la familia para acompañarla, apoyarla, contenerla, y no dejarla sola. Pero se trataba de una familia de clase media, y esa erogación no podían asumirla. Una marca deportiva, Depor Hit, había revolucionado con el color.
“... con tan solo 14 años, Gaby triunfa en Juniors de Roland Garros, y en otros nueve torneos de esa gira, convirtiéndose en Campeona Mundial Juvenil en singles y dobles”.
Además, su mentor Ricardo Malagreca y sus hermanos, eran de River, y la vestían a Gaby desde sus épocas de la escuelita de tenis del club, y por entonces no usaba ni pollerita, sino unos shortcitos. Entonces, ellos deciden hacerle un contrato de esponsorización, que les permitió a los Sabatini seguir a su hija a gran parte de esas primeras giras. Al año siguiente, en 1984, con tan solo 14 años, Gaby triunfa en Júniors de Roland Garrós, y en otros nueve torneos de esa gira, convirtiéndose en campeona mundial Juvenil en singles y dobles. Representantes de distintas empresas de marketing deportivo se acercan a Osvaldo porque tienen mucho interés en contratar a la nena. Había que ser frío y no apresurarse, ni tampoco creérsela antes de tiempo. Entonces, entra en escena el coach chileno Patricio “Pato” Apey, que más que ser un buen entrenador, tenía muy buenos contactos en el área comercial, tanto con sponsores como
con los organizadores de torneos, y con él empezaron a dar los primeros pasos en el mundo profesional.
paña al país Martín Jaite, y el proyecto Sabatini empezaba a transformarse en realidad.
Se organiza un torneo en el Buenos Aires, al que se le pone la “Copa Norma Baylon” (la otra tenista ganadora del Olimpia) con la intención de juntar la historia, homenajeando a la ex jugadora que todavía vivía en Perú, y el futuro, encarnado en este proyecto de gran jugadora, para que gane aquí su primer certamen de la WTA (Women’s Tennis Association), pero la campeona resultó la tucumana Mercedes Paz, su compañera de giras en la primera etapa de su carrera.
Había que ser cautos y no “almorzarse la cena”, aunque parecía que Dios era argentino y había dotado a esa niñita de Devoto de una magia muy especial, cambiándole la varita por una raqueta con la que desplegaba un tenis de enormes matices y buena técnica, que empezaba a sorprender al mundo en 1985, con tan solo 14 años con la calidad de su juego.
El tenis argentino estaba en baja, Guillermo Vilas con 33 años seguía jugando, pero alejado de los primeros planos; Batata Clerc en el tobogán de su carrera. Los periodistas de tenis empezaron a impulsar torneos de menor importancia, y así poder “inventar” nuevos valores. Fue así que se impulsó a Horacio de la Peña, regresó de Es-
Con 15 años recién cumplidos, se convertía en la jugadora más joven en llegar a las semifinales de un Grand Slam, en Roland Garrós, el torneo francés más importante del mundo sobre polvo de ladrillo, y entonces solo pudo detener su marcha la enorme Chris Evert. El futuro ya era presente, la promesa se convirtió en realidad. Varias semanas antes del certamen parisino, en el torneo de Hilton Head
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“Fue entonces que el hijo de Cronos pensó que el elegido tenía que reunir la condición de perdurar en el tiempo, de quedar en el recuerdo aún después de varios años de abandonar la práctica activa, de transformarse en un verdadero mito. La elección recayó en esta tenista, de la lejana Argentina, en el extremo sur del continente sudamericano”.
en Estados Unidos, había llegado a su primera final, arrancando en el puesto 38 del ránking, eliminando en esa misma semana a la morena Zina Garrison (9º del mundo), a Pam Shriver (5º) y a la búlgara Manuela Maleeva (4º), perdiendo la final ante la misma Chris Evert. Finalmente, el máximo galardón del deporte argentino lo obtuvo en 1987, año que se metió en el sexto lugar del ránking de la WTA, y conquistó tres torneos: Pan Pacific (Tokio); Brighton (Gran Bretaña); y Buenos Aires, sucediendo como Olimpia de Oro nada menos que a Diego Armando Maradona. En 1988, su segundo Olimpia de Oro fue incontrastable: ese año fue la vuelta del tenis a la competencia Olímpica, y en los Juegos de Seúl, la Argentina volvió al medallero de la mano de Gabriela, ya que obtuvo la presea de plata, accediendo a la final en donde perdió con su eterna rival, la alemana Steffi Graf, ante quien también cedería en la final del US Open, en Flushing Meadow (su primera final de un Grand Slam). En esa temporada ganó en Boca Ratón, Roma, y Montreal, adjudicándose también su primer Masters de Nueva York
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(volvió a hacerlo por segunda vez en 1994), en el legendario Madison Square Garden, y además llegó a otras tres finales, cayendo en las instancias decisivas de Hilton Head, Amelia Island (ambas ante Martina Navratilova), y Los Angeles (ante Chris Evert). En 1990 en Nueva York, logró su único y anhelado título de Grand Slam, cuando en la final del Abierto de Estados Unidos superó a Steffi Graf, por 6-2 y 7-6 (7-4 en el tie break). Sabatini fue la jugadora que más veces le gano a la alemana: 11 en total. Sin embargo Steffi le arruinó la fiesta al tenis argentino de consagrar un campeón en Wimbledon: en 1991 estuvo a un punto de conquistar el plato de campeona en el césped del All England, pero la alemana consiguió darlo vuelta. El Foro Itálico –tal vez por las raíces de su apellido- la adoptó como “ídola” local, y Sabatini conquistó el Abierto de Roma en cuatro oportunidades (1988, 1989, 1991 y 1992) y el corazón de los italianos: Gabilandia titulaban los medios romanos. Otros de sus títulos más importantes son Boca Ratón (1988, 1990 y 1991);
Amelia Island (1989, 1991 y 1992); Key Biscayne (1989); Sydney (1992 y 1995) y Buenos Aires (1986 y 1987). En total, sobre 213 certámenes oficiales jugados de la WTA, ganó 27 torneos en single, llegó a otras 28 finales, y alcanzó 57 veces las semifinales. En sus 11 años de carrera profesional ganó un total de 632 partidos oficiales. El máximo lugar en el ránking mundial (WTA) fue la tercera posición, a la que accedió en tres temporadas: 1989, 1991 y 1992. En 2006 se convirtió en la segunda persona de Argentina en ingresar al selecto grupo que integran el Salón de la Fama del Tenis, en Newport, Rhode Island, Estados Unidos, 15 años después que el legendario Guillermo Vilas lo hiciera en 1991. Sus ganancias en premios oficiales, acumularon 8.785.850, a los que hay que sumarles suculentos ingresos por exhibiciones, más los enormes contratos por publicidad, que incluso siguieron acumulándose después de su retiro, debido a su muy buena imagen, a tal punto que tiene su propia línea de perfumes, y en su momento salió al mercado una muñeca con su nombre y figura. La precocidad con la que llegó al mundo
del tenis profesional hizo que su desgaste en la actividad le quitaran motivación e incentivos, es por eso que también de manera prematura, con tan solo 26 años de edad, decidió retirarse del circuito profesional, hecho que anunció el 24 de octubre de 1996, luego de su última participación en el Master de Nueva York, en el mismo Madison Square Garden que la vió coronarse “maestra” en dos oportunidades. En la cima del monte Olimpo, a 2980 metros por encima del mar Egeo, Zeus, el padre y rey de los dioses y los hom-
bres, el que gobernaba los fenómenos naturales del cielo apoyando a los guerreros y defendiendo el orden, cavilaba. La idea de los dioses del Olimpo era que tenían que crear un nuevo ídolo del deporte (Figura de un dios al que se adora. Persona o cosa excesivamente amada o admirada), alguien que además de talento sea admirado como un ejemplo de comportamiento y dedicación, y tenga un carisma especial, aunque de pocas palabras y sin altisonancias. Fue entonces que el hijo de Cronos
pensó que el elegido tenía que reunir la condición de perdurar en el tiempo, de quedar en el recuerdo aún después de varios años de abandonar la práctica activa, de transformarse en un verdadero mito. La elección recayó en esta tenista, de la lejana Argentina, en el extremo sur del continente sudamericano. Y luego de su elección se fue recitando Desiderata -del latín desiderata “cosas deseadas”-: “Anda plácidamente entre el ruido y la prisa, y recuerda que paz puedes encontrar en el silencio…”
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david nalbandian
El regreso del tenis al oro
2005
No sería inédito para el tenis, pero la lejanía de la última vez (1988) hizo que la expectativa creciera como nunca. Esa velada, el mayor galardón deportivo nacional podía quedar en manos de un cordobés que había hecho madrugar a muchos ganando partido tras partido en Shanghai. El Masters, que tantos buenos recuerdos generó siempre desde aquel inesperado triunfo insignia de Guillermo Vilas en Melbourne, en 1974, se inclinó otra vez para un argentino: David Nalbandian. Doblegar en una sola semana a los mejores del mundo no es poca cosa. Y él lo consiguió con su habitual carga de calidad, ratificando su paso por la historia como uno de los mayores estrategas que se hayan visto a nivel mundial. El broche contra el suizo Roger Federer, el Nº 1, contó con todos los ingredientes posibles: desde una casi inapelable caída ajustada a una “resurrección” emotiva; de ser dominado a un dominio absoluto y un final
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Por Eduardo Puppo agónico e imprevisible. Es inevitable recordar el resultado: 6-7 (4), 6-7 (11), 6-2, 6-1 y 7-6 (3) para David. Quizás, el repaso de esas imágenes imperecederas llevó a que fuera elegido por encima de los demás grandes atletas. El Olimpia de Oro, es lógico, siempre suena grande para quienes cotidianamente entrenan con pasión y gastan las pocas horas de descanso para conseguir una mejor marca o afiatar sus músculos a la exigencia. Todos ellos se merecen ser Olimpia, pero los premios siempre están destinados a los mejores y, en definitiva, se compite para eso, sobresalir entre los pares. Nalbandian tenía una posibilidad de re capturar el trofeo dorado para el tenis. En 2004 no lo había conseguido Gastón Gaudio, campeón de Roland Garrós, el máximo logro individual en este deporte (¡un título de Grand Slam!), en una decisión que el “Gato”
“Doblegar en una sola semana a los mejores del mundo no es poca cosa. Y él lo consiguió...”
”Típico gesto ganador de David, acá en Queens”
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no tomó con agrado. Y la “revancha” estaba a la vuelta de la esquina, por más que ni el protagonista se sentía seguro: “Sabía que esa noche tenía que pelear el Olimpia de Oro con otros deportistas, porque varios habían tenido grandes actuaciones; realmente no tenía la seguridad de ganarlo. Pero sí tenía la convicción de llevarme el de plata en tenis, especialmente por lo que conseguí sobre final de 2005”, comentó para esta obra.
“Pegando de revés en Shangai”
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David estaba propenso a recibir el cariño de la gente. Y el abrazo eterno con su mamá, Alda, a un costado del court central chino, fue suficiente prueba. Cuando regresó al país tuve la oportunidad de organizarle la conferencia de prensa post triunfo. David llegó con lo justo al hotel elegido y, detrás de la cortina del escenario, pude darle un abrazo más cercano al padre-hijo que al periodista-jugador, dándole las gracias por regalarnos semejante título.
El, que tantas veces se escondió en su coraza, también agradeció por el apoyo mediático, nuestra obligación al fin de cuentas. Recuerdo que me pidió que no deje de atender a nadie, pero tratando de acelerar las notas porque tenía vuelo inmediato para Córdoba. “Estoy a tu disposición”, me dijo, y salimos a la sala, atiborrada, para la conferencia general. Como me sucedió con
Gaudio, cuando hice la misma tarea al llegar de París un año antes, sentí que los grandes éxitos conllevan un denominador común: la receptividad para prestar mayor atención a la prensa. Sinceramente, de no haber tenido tantas experiencias con esta camada -incluido Guillermo Coria, Guillermo Cañas y Juan Martín Del Potro- hubiera apostado todo lo contrario. David no fue la excepción y es lo que rescato de ese instante, su humildad para
responderle a todos con la misma intensidad. Volviendo a los Olimpia y al momento esperado, no tengo dudas que las figuras de Norma Baylon, Guillermo Vilas y Gabriela Sabatini -los tres Olimpia de Oro en tenis hasta entonces-, alinearon simbólicamente sus raquetas en la atmósfera de la entrega para que el tenis volviera a sonar fuerte: “Cuando mencionaron mi nombre fue una gran sorpresa, algo muy
lindo para mi. A cualquier deportista, cuando comienza a realizar buenas campañas, lo incentiva el reconocimiento. Y el Olimpia siempre fue uno de esos premios que uno ve desde chico que ganan los grandes de cada deporte. Lo considero algo especial porque significa que uno fue el deportista más importante del año en su país. En 2005 representó un gran cierre para mi”. No fue para menos: el tenis, con total justicia, había reconquistado el oro.
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Juan martín Del potro
La torre de tandil Por Marcelo Gantman
2009
La primera vez que escuché hablar sobre Juan Martín Del Potro fue en un casamiento de un colega. La segunda vez fue porque quería pedirme disculpas por un episodio muy gracioso que se dio durante una entrevista radial. En aquel casamiento había gente vinculada al tenis: profesores, entrenadores y periodistas. Era diciembre de 2000 y en esa curiosidad tan urgente que tenemos por saber quienes vendrán detrás de los que están, un profesor dijo que en Tandil existía un chico llamado Del Potro que jugaba de manera impresionante. Palabra que no dice mucho pero explica bastante. Ahora caigo en la cuenta de que para entonces Del Potro, que todavía no era Delpo, tenía apenas 12 años. Pocas veces el pronóstico coincide con la realidad, mucho más si hablamos de personas y no del clima. En este caso el futuro se dio tal cual lo pintaban. Mi primer encuentro cara a cara con Del Potro tuvo lugar seis años más tarde del
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casamiento donde escuche su nombre por primera vez. El tandilense estaba cerca del ingreso a la zona de jugadores de la Copa Telmex en 2006. Era como ver un Obelisco móvil bajo el palco oficial del Buenos Aires LTC. Unos días antes había ganado su primer partido oficial en ATP en Viña del Mar sobre el español Albert Portas y buscamos entrevistarlo en La Pelota No Dobla, el programa que hacíamos todas las tardes en Rock & Pop. La producción lo ubicó en el hotel. Antes de salir al aire, me contaron, se escuchaban muchas voces en la habitación. Y durante los pocos segundos que duró la charla, también. -Hola, ¿Juan Martín? -No me jodan che, ya me tienen cansado, dijo y cortó el teléfono. Nos miramos sorprendidos en la mesa y enseguida, ventajas de la radio en FM, el operador puso una canción. Minutos después, Del Potro estaba en línea de nuevo y aclaraba la situación:
“... Todavía no tenía ese juego brutal y descarnado. Esa violencia encausada para destrozar rivales sin piedad. Ya llegaría”.
-Disculpen, pero creí que me estaban haciendo una joda de Tenis Pro. Se la pasaron toda la tarde con eso, como gané mi primer partido. Así que pensé que eran ellos que seguían. Tenis Pro, el programa de televisión comandado por Mariano Zabaleta y Juan Ignacio Chela, era todo un hallazgo del momento: jugadores mostrando su tiempo libre en los hoteles y “off court” con cámaras que accedían a los lugares donde el ojo del fanático de tenis (y la prensa especializada) jamás ingresa. Del Potro supuso que era “víctima” de una ocurrencia de esas. No conforme con esa disculpa radial, ante mi presentación, Del Potro volvió
a ese hecho y nuevamente aclaró lo que ya estaba aclarado. Un rasgo de su personalidad ya asomaba a partir de esa situación: humilde, ubicado y dueño de una sencillez que en el tenis se paga. Todavía no tenía ese juego brutal y descarnado. Esa violencia encausada para destrozar rivales sin piedad. Ya llegaría. Del Potro no es de nadie en especial. No lo descubrió ningún periodista, salvo los registros que existan de los diarios y otros medios de Tandil. No hay quien pueda adjudicarse su aparición como ha sucedido con otros tenistas exitosos. ¿Por qué la aclaración? Porque Del Potro rompió un esquema definitivo del tenis argentino. Un tenista gigante (1,98 metros),
planteando un juego letal en canchas de cemento y que esquivaría cada vez que pudiera el polvo de ladrillo. De hecho ha jugado poco y nada en Buenos Aires porque el calendario lo llevaba a otros torneos sobre superficies rápidas, más aptas para su desarrollo. Fue buena la elección. Del Potro tuvo en 2009 su Olimpia de Oro por una temporada que en realidad se inició en 2008. Para cuando se jugaba Roland Garrós ese año, Delpo sentía que no lograba estar a la altura de las expectativas. Meses después hilvanó cuatro títulos seguidos (Stuttgart, Kitzbuhel, Los Angeles y Washington) para empezar un crecimiento imparable hasta ganar al año siguiente el US Open y luego llegar a la final del Masters de
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“Del Potro rompió un esquema definitivo del tenis argentino. Un tenista gigante (1,98 metros), planteando un juego letal en canchas de cemento y que esquivaría cada vez que pudiera el polvo de ladrillo”.
Londres. Ya había abandonado su figura que lo asemejaba a una especie de Menotti adolescente, con su cuerpo que se bamboleaba y su pelo llovido, para transformarse en un tenista más armado y con un corte de pelo que lo
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volvió más duro en su expresión. La última vez que lo ví con fiereza fue antes del Olimpia de Oro. En Londres, afirmado como top five, ganándose el favoritismo de los ingleses contra Niko-
lai Davydenko. Un tandilense amante de los asados en el campo y entre amigos, convertido en un ícono global. Ahora se habla de Juan Martín Del Potro en todos los casamientos.
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1965 AITOR OTAÑO 1985 HUGO PORTA 1999 GONZALO QUESADA
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aITOR OTAÑO
el gran capitán Por Guillermo Alonso
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Dentro de la historia de los Olimpia de Oro, el de Aitor Otaño tiene sus controversias. Primero la cuestión del nombre. En los listados de este premio figura “Aitor” Otaño siendo que el nombre de quien fuera capitán de Los Pumas era Bernardo, y Aitor -el más querido en vasco- el nombre que sus padres quisieron ponerle al nacer pero que fue rechazado en el Registro Civil por “extranjerizante”. Lo curioso es que años después Otaño conoció en un restaurante a un jefe paellero que le puso Aitor a su hijo presentándose en el Registro Civil con un recorte de diario y afirmando que “si el capitán de Los Pumas se llama Aitor, mi hijo también puede llamarse así”. La otra controversia la plantean algunos de los integrantes de Los Pumas que viajaron a Sudáfrica en 1965, insistiendo que el Olimpia fue para el “equipo”, pero Otaño hizo sus merecimientos en esa gira para ser galardonado en forma individual, como
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por ejemplo haber marcado siete tries, algo inaudito para un segunda línea. La ceremonia de entrega del Olimpia se realizó en mayo de 1966 en la Sede del Círculo, en una ceremonia presidida por José López Pájaro, donde Otaño recibió la estatuilla de manos del ganador del año anterior, el capitán Carlos Moratorio, medalla de plata en equitación en los Juegos Olímpicos de Roma, con la presencia de su mujer, Isabel, de su hermano Pedro y de un par de amigos. Fue el primer Olimpia que recibiera el rugby y así lo reflejó en ese momento la revista “Tercer Tiempo”: OTAÑO ES OTRA VEZ EL SÍMBOLO. Resulta muy alentador para todo el rugby argentino que Bernardo Aitor Otaño haya merecido –como símbolo de Los Pumas- el honor de ser elegido por el Círculo de Periodistas Deportivos de la Capital Federal como “deportista del año” en 1965. Ello lo hace acreedor al Trofeo Olimpia que en otras oportunidades
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“Fue el primer Olimpia que recibiera el rugby y así lo reflejó en ese momento la revista “Tercer Tiempo”: OTAÑO ES OTRA VEZ EL SÍMBOLO.”
ganaron grandes figuras de nuestro deporte como Juan Manuel Fangio, Pedro Dellacha, Juan Dyrzka, etc….Aitor es el símbolo de lo que fue el rugby argentino en 1965…No hay ninguna duda que el trofeo Olimpia no podía haber caído en mejores manos… Felicitaciones Aitor”. Tuve la suerte de jugar con Aitor varios en años en la primera de Pucará y posteriormente, meses antes de su muerte acaecida en 1985, presentar “Anecdotaño” el libro en el que reflejé tanto su grandeza deportiva como humana. Fue un jugador que imponía su carácter a rivales y compañeros, ganándose el mote de “El Gran Capitán”. Fue entrenador de Los Pumas, dirigente y reconocido en el todo el rugby del mundo. Siempre lució con orgullo haber sido el Primer Olimpia del rugby argentino.
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HUGO PORTA
“¡Vamos nene!” Por Jorge Búsico
1985
“Sabía que Gabriela Sabatini y yo éramos los dos candidatos al Oro. Cuando me lo dieron, le dije a Gaby que ella iba a tener muchísimas más oportunidades de ganarlo, y que, en cambio, esa era la única para mi”. Hugo Porta, arquitecto de profesión, gloria del rugby argentino, no se equivocó en el pronóstico de aquella noche de fines de 1985. En efecto, la tenista obtuvo el Olimpia de Oro en 1987 y 1988. Y él no lo volvió a alzar, pese a que al año siguiente obtuvo su primer campeonato con Banco Nación. Lógico, en el 86 nadie podía quitárselo a Diego Maradona. El apertura legendario de Los Pumas tuvo, en 1989, otra oportunidad, también de la mano del campeonato de su Banco Nación, pero no estaba en Los Pumas, por diferencias con el entrenador de entonces, Rodolfo O’Reilly, quien, curiosamente, fue quien le entregó, como secretario de Deportes de la Nación, el Olimpia de
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Oro en esa inolvidable velada en el Luna Park. “Claro que no me lo voy a olvidar más”, dice Porta, quien con los años entabló una buena amistad con Sabatini, producto de la pasión que ambos tienen por la bicicleta. Incluso, a comienzos del 2010 protagonizaron juntos una carrera por los alrededores de Ciudad del Cabo, en Sudáfrica, donde el 10 del rugby fue una estrella bastante antes de que Carlos Menem lo designara como embajador en ese país, allá por 1991. “Fue una noche muy emocionante. Yo admiraba a todos los que ya habían ganado ese premio. Incluso, una noche lo perseguí por todos lados a Monzón para pedirle un autógrafo”. Porta recuerda que compartió la mesa junto a su mujer, Analía, y Aitor Otaño, quien en 1965 había recibido el Olimpia por aquella leyenda que forjaron Los Pumas en Sudáfrica.
“Fue una noche muy emocionante. Yo admiraba a todos los que ya habían ganado ese premio. Incluso, una noche lo perseguí por todos lados a Monzón para pedirle un autógrafo”.
Ovacionado por todos, pero más que nada por un grupo de fanáticos suyos y del rugby que lo vivaron con extensos “¡Vamos, Nene!”, la celebración de Porta continuó hasta bien tarde en un bar al lado de sus amigos de Banco Nación, club del cual hoy es el presidente. ¿Pero qué fue lo que llevó a los miembros del Círculo de Periodistas Deportivas a ponerlo en un podio al que subieron nada menos que glorias como Juan Manuel Fangio, Maradona, Roberto De Vicenzo y Guillermo Vilas? Una soberbia temporada con Los Pumas, que volvían a jugar en la Argentina después de cuatro años. Las series jugadas en Ferro, seguidas por una multitud en las tribunas y a
través de la televisión, dejaron dos mojones: la primera victoria contra Francia y la única vez que Los Pumas no perdieron con los All Blacks. En ambas, Porta resultó desequilibrante, gracias a sus dotes de estratega, de capitán y de su botín de oro. El 22 de junio del 85, el apertura clavó 3 penales, 2 conversiones y un drop para la victoria ante los franceses por 24-16. Y el 2 de noviembre de ese mismo año, acertó 4 penales y 3 drops para anotar todos los puntos del 21-21 con los neocelandeses. También en ese 1985, el prestigioso seminario francés Midi-Olympique lo eligió como el mejor rugbier del mundo. Porta, en aquellos tiempos, ya era un
fenómeno del rugby mundial. Indiscutido. Invitado a cuanto seleccionado se formaba en el exterior y halagado por colegas y periodistas. “De todos modos, yo creo que mi mejor momento fue por el 77. Ahí estaba en mi plenitud física, aunque después lo que me ayudó fue la experiencia”, explica Porta, quien ya había ganado el Olimpia de Plata por rugby en 1975, 1977, 1978, 1980 y 1982. Pero el hombre nacido un 21 de septiembre de 1951 no quiere dejar pasar un concepto para el final: “El rugby es un juego de equipo, y yo sin mis compañeros nunca podría haber llegado donde llegué”.
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GONZALO QUESADA
“Speedy Gonzalo” Por Ramiro Quesada
1999
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En el año 1999 me toco la suerte de poder viajar junto con toda mi familia al Mundial de Gales, acompañar a Gonza y vivir muy de cerca todo lo que paso con este equipo. Recuerdo especialmente la noche anterior al partido inaugural del Mundial, grabé varias notas, abracé a muchos deseándoles la mejor de las suertes, y al despedirme de mi hermano también le pedí unas palabras para mi primer programa de radio. Con la humildad que lo caracteriza, Gonzalo Quesada me respondía “esperamos hacer un buen papel, y en lo personal andar derecho con el pie”, la historia dice que este equipo finalizo 5to del RWC, que lucho y enfrento todas las adversidades y que “el Queso” terminó goleador del Mundial, “Botín de Oro”. Los Pumas debutaban frente al seleccionado local en el imponente Millenium Stadium de Cardiff, con los nervios, fortaleza del grupo humano y la emoción de estos jóvenes jugadores
argentinos de salir a la cancha y vivir la gran fiesta de abrir el RWC 1999, y sentir locura de 80.000 fanáticos del Dragón rojo alentando a Gales. Gonzalo, “Speedy Gonzalo” como lo apodaban los medios locales por el tiempo que se tomaba concentrado para cada patada, volvió con un premio muy difícil de conquistar sumado a que Los Pumas se despidieron del Mundial en Cuartos de Final, y que refleja el sacrificio y preparación individual de tantas prácticas y años de patada en la cancha 1 de Hindú Club en Don Torcuato, y sin dudas, tener una mentalidad ganadora a prueba de balas. Hablar o escribir de los logros de tu hermano mayor en un medio de comunicación es bastante particular, pero poder describir la excelente persona, humildad y toda la preparación que hay detrás de cada logro de Gonzalo, es un orgullo para toda nuestra familia, y un reconocimiento de los valores rugbísticos que nos inculco nuestro
Fue goleador a pesar de los pocos tries que marcó el equipo
“El mundial fue la conclusión de un ciclo de varios años importantísimos y llenos de recuerdos imborrables.”
viejo, el “Bebe” Quesada, y para mi vieja, “Moni”, que nos apoyaron y formaron en casa. Para recordar en este libro a los grandes deportistas argentinos, entrevistamos a Gonzalo Quesada y sus vivencias de todo lo que paso en el Mundial de Gales 1999. Contame que significo el Mundial de Gales 1999 en tu carrera como apertura de Los Pumas? Creo que el mundial fue un momento increíble e inolvidable obviamente en mi carrera y en mi vida. Pero sobre todo porque fue la conclusión de un ciclo de varios años importantísimos y llenos de recuerdos imborrables. En el año 92’ había debutado en primera, en el 93’ subimos a primera división con un grupo de amigos, con
solo 18 años. También en esa época aparecieron las convocatorias a los Pumitas M19, a Argentina M21, giras y demás, fueron años muy fuertes a nivel rugby. Pero a partir del 96’ donde nos toca salir campeones por primera vez con Hindú y donde me puse por primera vez la camiseta de Los Pumas, hasta ese fin del año 1999 fue un ciclo impresionante. Todo un proceso de cambios en el rugby argentino con Los Pumas como bandera, sumados sobre todo a años de vivencias increíbles en el club, me toco ser parte de grupos donde se vivieron cosas muy fuertes. Hindú pasaba de ser un equipo que desde mediados de los años 80 hasta el 92’, no lograba buenos resultados,
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a convertirse de a poco en uno de los clubes metidos todos los años entre los líderes del torneo de la URBA y del Nacional de clubes. Todo un Club vivía una linda transformación guiada por el espíritu de ese plantel superior que iba contagiando las divisiones juveniles. Con cada vez más chicos que se sumaban y con esa cultura y espíritu de club que ganaba en intensidad año tras año gracias a personas importantes que lo iban trasmitiendo. Un espíritu de cuerpo que siempre había existido en Hindú, pero que exploto en esos años. Al mismo tiempo del 96’ al 2000 Los Pumas eran actores principales de un fuerte cambio en las ideologías y filosofías de nuestro rugby. Luego de buenos resultados en el 96’, campeones del Torneo Panamericano y una exitosa gira el Reino Unido, hubo una gira durísima a Nueva Zelanda en junio del 97’ y fue el punto de partida de un cambio radical en las condiciones de preparación del seleccionado. Y seguramente el punto de partida del exitoso Mundial 1999 también. ¿Como viviste la premiación personal? ¡haber sido Goleador del Mundial y
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Olimpia de Oro en 1999! Creo que esos premios son solo el reflejo de la conclusión de un ciclo fortísimo a nivel emociones. Y a ambos los he considerado siempre como premios colectivos, a todo el grupo, a un reconocimiento para un grupo de jugadores que había puesto el rugby argentino y la camiseta de Los Pumas en lo más alto del rugby mundial. Ser goleador, fue la prueba que nuestro equipo y sobre todo el pack de forwards era capaz de someter y dominar todo lo que se le ponía adelante y generar penales. Yo tenía la suerte y el placer de ser el encargado y responsable de transformar esa dominación en puntos. El Olimpia, fue una manera de la parte del periodismo de comunicar el sentimiento general de la gente en Argentina, de todos aquellos que se habían identificado con este equipo Puma, con todas las adversidades que se habían vivido los meses previos a la partida a Gales y como se habían sobrepasado, gracias a un espíritu de equipo y apoyado en valores de entrega y solidaridad. Más allá de haberlo recibido en persona, es un premio a todo ese grupo.
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1964 CARLOS ALBERTO MORATORIO
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CARLOS ALBERTO MORATORIO
El capit{an Moratorio y su caballo “Chalán” tal como saliera publicado en la tapa de la revista “El Gráfico”
MORATORIO Y SU ENTRAÑABLE AFECTO POR CHALáN Por Hernán Ceres
1964
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Corría el año 1964. Los directivos del Círculo de Periodistas Deportivos, fieles a los postulados que se habían fijado diez años antes para otorgar el premio Olimpia a los deportistas argentinos, resolvieron colaborar económicamente para la presentación de éstos en los Juegos Olímpicos de Tokio. Para ello se confeccionaron distintivos que, además de llevar grabados los cinco anillos olímpicos, tenían escrito el lugar y la fecha del evento. Los distintivos en cuestión se ofrecieron durante meses en cines, teatros y estadios deportivos, por parte de los propios deportistas, con quienes colaboraron artistas y periodistas. De esa forma. Aunque lo recaudado no fue mucho sirvió para engrosar lo previsto para el viaje de los 102 atletas, 6 de los cuales eran mujeres, que nos representaron en los Juegos que se celebraron en la capital japonesa. El saldo de la actuación argentina no
fue muy satisfactorio, dado que sólo consiguieron una medalla de plata y ocho diplomas. La presea plateada correspondió al segundo puesto logrado por el capitán Carlos Alberto Moratorio quien con su caballo Chalán logró esa ubicación en la prueba completa de tres días, de equitación, que hasta la fecha constituye la única medalla obtenida por la equitación en la historia del olimpismo argentino. Ello le significó a Moratorio, un joven militar oriundo de La Paz, Corrientes, que por entonces contaba 35 años, que el CPD le confiriera el Olimpia de 1964. Por esa época, el Círculo otorgaba solamente un Olimpia por año – a partir de 1970 comenzaron a entregarse Olimpia de Plata y Oro – y ello tenía lugar el día 24 de mayo del año siguiente, concordando con el aniversario de la fundación de la Institución. A quien esto escribe, integrante de la Comisión Directiva de aquel año 1965, le cupo el
honor de entregar al capitán Moratorio el preciado galardón, en una ceremonia que contó con la presencia de un reducido grupo de familiares y amigos y un grupo no muy numerosos de periodistas, la mayoría de ellos directivos. El escaso fervor popular que concitaba la equitación y el hecho de haber un solo premiado, además de ser víspera de feriado, restaron la posibilidad de una concurrencia más numerosa. Con el propósito de destacar el hecho en la Sección Deportes de “CLARIN” donde yo trabajaba por aquel entonces, concerté una cita con el capitán Moratorio para unos días después. El encuentro tuvo lugar en el departamento que él ocupaba entonces en la calle Coronel Díaz casi esquina Santa Fe, en pleno Barrio Norte de la Capital. Los datos que me proporcionó referidos a la actividad deportiva que desarrollaba desde tiempo atrás y que le habían permitido ganar varios concursos hí-
picos, sumados a la proyección de la película de los Juegos de Tokio, que me hizo ver rato después, me posibilitaron la confección de una nota rica en anécdotas. Lo que más me conmovió fue la referida al interés puesto por los japoneses para comprarle a Chalán, y a su respuesta negativa: -No hubiera sido justo que a ese noble caballito de nueve años, que me había brindado la mayor satisfacción de mi vida, yo lo dejase morir en Japón – me dijo. A partir de entonces los triunfos del capitán Carlos Alberto Moratorio se fueron sucediendo. En 1966 obtuvo medalla de oro en el primer Campeonato Mundial de Prueba de Tres Días (Eventing World Championship) realizado en Burghley, Inglaterra. Allí se consagró campeón mundial de la prueba individual y subcampeón de la prueba por equipos, siempre montando a Chalán. Hasta el año 2008 fue el único iberoamericano en haber logrado ese campeonato.
Durante muchos años Moratorio fue un infaltable asistente a la entrega de los premios Olimpia. Su sencillez y su proverbial deferencia para responder a todas las convocatorias que le formulara el Círculo de Periodistas Deportivos, lo convirtieron en una presencia obligada en las premiaciones anuales. El 7 de marzo de 2010 me sorprendió la noticia de su fallecimiento. Días antes, al encontrarme con Justo Albarracín, integrando ambos el Jurado de los Premios Konex 2010, este destacado jinete me había hecho saber que Moratorio se había trasladado a Tandil, en la Provincia de Buenos Aires donde atendía una Escuela de Equitación que había instalado. Mientras pienso en la grandeza de la hazaña que le valió el Olimpia 1964, imagino un paraíso celestial donde Moratorio y Chalán se hayan reencontrado y derribadas las barreras del lenguaje, comenten las incidencias de los Juegos Olímpicos de Tokio.
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2000 las leonas 2002 cecilia rognoni 2010 Luciana AYMAR
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Las LEONAS
el primer equipo olimpia de oro
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Todo cambió una noche de Sydney. Las caras tristes, alguna lágrima y toda la frustración. Y la bronca, por sobre todas los sentimientos. El enojo porque un error propio en la interpretación del reglamento modificaba la historia. Entonces, de pasar a la segunda fase con chances ciertas de llegar a la final olímpica teniendo en cuenta los resultados conseguidos en la primera parte del torneo, las chicas de la Selección argentina de hockey sobre césped estaban, de pronto, ante la obligación de ganar todos los partidos que quedaban. Por eso había ese cúmulo de sensaciones en ese puñado de departamentos que ocupaba la misión argentina en aquella villa Olímpica. Atrás habían quedado las victorias frente a Corea y Gran Bretaña y las derrotas ante Australia y España. Ahora el seleccionado debía afrontar un campeonato diferente en inferioridad de condiciones porque los puntos imaginados
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Por Mariano Ryan no servían y porque había que ganar o ganar los tres partidos siguientes para pensar en una final. Para colmo, el equipo que Sergio Vigil había moldeado desde su llegada a la dirección técnica tres años antes no había aparecido en su plenitud: la defensa había ofrecido grietas en el debut frente a las coreanas y en el choque contra las australianas, las grandes favoritas para ganar la medalla de oro; Luciana Aymar, todavía lejos de convertirse en una mega estrella del hockey mundial, no había podido sacarse los nervios de su primera cita olímpica; Karina Masotta no aparecía en su plenitud como lo había hecho seis años antes en su explosiva irrupción en el Mundial de Dublín; Soledad García estaba atada por la presión; y, por último, Vanina Oneto, la enorme goleadora, no había podido marcar y eso, más algunas indicaciones tácticas que la hacían mover lejos del círculo, la tenían muy preocupada y al borde de la desesperación...
“...Vanina Oneto, la enorme goleadora, no había podido marcar y eso, más algunas indicaciones tácticas que la hacían mover lejos del círculo, la tenían muy preocupada y al borde de la desesperación...”.
Pero esa noche todo cambió. El grupo decidió unirse, charlar, discutir, mirarse cara a cara. Había una sola salida: ganar esos tres partidos siguientes. Pero nadie podía asegurar que eso pasaría. Entonces alguien tiró la idea: “¿Y si le ponemos la leona a la camiseta?” Todas se miraron. Una a una. De frente. Una sonrió. La otra la imitó. Una respondió afirmativamente. La otra la
siguió. Y de pronto esas 16 jugadoras, todavía empapadas en sudor tras la injusta derrota contra España, estuvieron de acuerdo. “Sí, es el momento de usarla”, dijeron al mismo tiempo para que apareciera la leona. Esta leona: “Para hacer el logo nos juntamos con Margarita, la cuñada de ‘Cachito’ Vigil”, contó más de una vez Inés Arrondo, la autora intelectual del símbolo
que desde hace una década acompaña al equipo nacional. “Yo me senté a hacer unos dibujos y luego los retocamos con ella. Estaban buenos porque no es fácil dibujar a una leona, darle las características. En general, en toda la documentación que hay aparecen las leonas descansando porque ellas son las que cazaban para darles de comer a sus cachorros. También había
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unos murales que me habían gustado mucho y bueno... Junté todo eso y salió la leona que no está sentada ni atacando sino preparándose...” A los pocos días salieron a jugar contra Holanda, que todavía no era el gran cuco del siglo XXI pero ya imponía respeto con muy buenas individualidades y un poderío económico que la hacía un adversario aún más complicado. Sin embargo las chicas argentinas salieron a atacarlas desde el principio y con dos goles de García y uno de Aymar lograron la victoria por 3 a 1. -¿Qué se pusieron en la camiseta? -Es una leona. Desde ahora la vamos a lucir en todos los partidos. Ese diálogo entre los periodistas y cada una de las jugadoras se multiplicó en la zona mixta del parque Olímpico de Sydney. Al día siguiente, los diarios, las radios y los noticieros de la TV hablaban de Las Leonas. Una historia había comenzado. China fue el siguiente rival y la magia
de Aymar y García (autora de un golazo, eludiendo a cuanta china se le puso en el camino en un “rush” impresionante que arrancó en la punta izquierda y terminó en un mano a mano con la arquera) fue demasiado para la velocidad de un equipo que terminó rindiéndose por 2 a 1. Faltaba Nueva Zelanda, el último obstáculo antes de tener una revancha frente a las australianas en el esperado duelo decisivo. Fue el día de los goles, fue el día de Oneto, fue el día de la clasificación. Al mismo tiempo que muy cerca de allí el seleccionado de voleibol eliminaba a Brasil -nada menos que a Brasil- y pasaba a las semifinales de la mano del talento de Milinkovic y la jerarquía de Conte, Las Leonas despachaban con siete gritos a las neocelandesas que terminaron suplicando por el final porque no podían soportar semejante paliza. Fueron siete, se dijo, pero pudieron ser más. Oneto se sacó el gusto con cuatro conquistas, Rognoni aportó otras dos y Masotta hizo el último con un “fierrazo” a media altura. En el banco, Vigil se abrazaba con Gabriel Minadeo, su ayudante técnico. A su
lado, Claudia Médici, la jefa de equipo, sonreía y buceaba en su memoria si ella, notable jugadora de esa misma Selección, había vivido una experiencia similar adentro de la cancha. Más allá estaba Luis Barrionuevo, “el mejor preparador físico del mundo”, según el propio Vigil, orgulloso de sus chicas y a quienes les había tocado el corazón y el alma con un cuento relatado la noche anterior. Era cierto: Las Leonas habían llegado a la final olímpica, la primera de la historia para el hockey argentino, y la chance de conseguir la primera medalla de oro para el país después de 48 años estaba latente. Sin embargo, enfrente se plantó una Australia formidable, dirigida desde afuera por Ric Charlesworth, uno de los mejores jugadores australianos de todos los tiempos, y desde adentro por Alyson Annan, una de las mejores jugadoras de todos los tiempos. Australia, empujada por su gente, fue mucho más ante un seleccionado que nunca “se la creyó”. Y esa falta de iniciativa lo perjudicó y le hizo perder los primeros 35 minutos en los que las campeonas
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“... De a una primero y todas juntas después. Unidas por esas leonas que estallaban desde cada corazón celeste y blanco. El recibimiento en Ezeiza fue apoteótico. Nunca en la historia un seleccionado femenino había sido recibido de esa manera.” olímpicas hicieron un monólogo. La recuperación de la segunda mitad no alcanzó y el gol de Oneto sólo sirvió para decorar el resultado definitivo. Sin embargo, habría plata argentina en el podio. Y sólo ese “detalle” daba para el festejo. Claro que primero las chicas lloraron cuando se decretó el final del juego. Pero enseguida, después de los abrazos y de los consuelos, comenzaron a saltar. De a una primero y todas juntas después. Unidas por esas leonas que estallaban desde cada corazón celeste y blanco. El recibimiento en Ezeiza fue apoteótico. Nunca en la historia un seleccionado femenino había sido recibido de esa manera. Abundaron los periodistas, los camarógra-
fos y los fotógrafos mezclados con los familiares y los amigos. Sobraron los curiosos que querían ver de cerca a ese grupo de chicas que habían obligado a extender cada madrugada o a adelantar alguna mañana. Después llegaron los reconocimientos, las invitaciones a los programas de TV, las producciones fotográficas. Y el Olimpia de oro en otra noche soñada. Lejos de una cancha de hockey, sobre un escenario, Las Leonas recibieron el reconocimiento que coronó un año inolvidable. Una temporada extensa que se había iniciado en el verano con dos Torneos Cuatro Naciones en Mar del Plata y en Buenos Aires donde se habían acumulado triunfos ante Estados Unidos, España y Nueva Ze-
landa que hicieron presagiar que algo bueno estaba por pasar. El equipo se fue armando allí y Vigil, de apoco, fue probando, experimentando y sacando conclusiones para elegir a las 16 mejores que irían a Sydney. El siguiente test fue el Trofeo de Campeones de Amstelveen en el que Argentina terminó en la cuarta posición pero donde el técnico terminó de pulir hasta el último detalle en aquellas tres derrotas, dos triunfos y un empate contra Sudáfrica del torneo holandés. Esa fue la última estación antes de Sydney, esa fue la última parada antes de llegar a la gloria. Una gloria que no se escudó en el resultado sino en el simple (y gran) hecho de tomar un nombre para ser reconocidas a lo largo de los tiempos.
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CECILIA ROGNONI
orgullo de olimpia Por Mariano Ryan
2002
Por aquellos tiempos, no hacía falta siquiera hablar con ella para notar que estaba feliz. Que la vida le sonreía. Que todo lo que tocaba o miraba o palpaba llevaba el brillo más hermoso. Su sonrisa, esa sonrisa de dientes blancos debajo de la piel casi siempre dorada, hacía todo más evidente. “Estoy super feliz”, decía y no se cansaba de decir Cecilia Rognoni en aquel 2002 inolvidable. Para ella y para Las Leonas... La gran defensora del seleccionado nacional había tenido un año excelente. Había sido una de las figuras del equipo de Sergio Vigil que llegó a la final del Trofeo de Campeones de Macao, cuando Argentina cedió recién en los penales frente a China luego de empatar 2 a 2 un partido que se le había complicado muchísimo por la mejor adaptación de las locales al calor y la humedad intensos. Ella había jugado como lo que aun es -una Leona- y se recuerda su máscara para proteger una molesta fractura. Enseguida llegó
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el Mundial. Y la gloria. Y en el camino, una tras otra, actuaciones convincentes, sólidas, firmes, seguras. Incluso anotándose en el marcador como en la goleada (5 a 1) del segundo partido frente a Ucrania. Pero a ella le faltaba todavía el reconocimiento individual. Ese que llegó primero cuando la Federación Internacional de Hockey (FIH) la eligió la Mejor Jugadora del año. Y ese que se completó cuando dos años después de haber subido al escenario para llevarse el Olimpia de oro con Las Leonas de plata de Sydney, volvió a ser el centro de las miradas para ganar el mismo premio pero ella sola. “Estoy super feliz”, insistía por aquellos días Rognoni. “Estoy tratando de disfrutar todo esto. Siempre se dice que cuando viene algo malo, luego aparece lo bueno” señaló recordando aquella suspensión que le dio la propia FIH cuando le arrojó un bochazo a un árbitro durante los Juegos Panamericanos
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“... Estoy tratando de disfrutar todo ésto. Siempre se dice que cuando viene algo malo, luego aparece lo bueno”.
de Winnipeg 99. “Estoy super feliz”, repetía por aquel tiempo Rognoni. “Vivo el mejor año de mi vida. Esto es un sueño. Quizá lo más lógico hubiese sido que le den el Olimpia de Oro a Las Leonas, a todo el equipo, como pasó con el seleccionado de basquetbol con el Olimpia de plata. Pero todavía no caigo con este premio. Aunque creo que en el futuro voy a darle la real
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dimensión que posee”. “¿Cómo recordarás en ese futuro este año?” , se le preguntó. Y ella respondió: “Va a ser un año que me va a quedar grabado, va a ser increíble: el año en que me recibí de licenciada en Turismo además. Y el año en el que me consagré campeona del mundo y gané el Olimpia. No sé qué más puedo pedir”.
1978 daniel martinazzo
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DANIEL Martinazzo
el deporte mÁs bello que existe Por Mario Lucero
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Apenas faltaban siete minutos para que la final del Mundial de Hockey sobre patines entre Argentina y España terminara en San Juan… España atacaba con furia sobre el arco argentino y desde el fondo del área nacional, una camiseta celeste y blanca emergió a toda velocidad llevando el bochin… con elegancia pero con decisión, un delgado delantero sacaba fuerzas de flaquezas y encaraba al arco contrario, cuando en la mitad de la cancha dos españoles simultáneamente salieron a su paso… pero dueño de una habilidad y una técnica envidiable, los eliminó levantando el bochin y saltando sobre la cruz de palos puesta sobre su camino. Con determinación, siguió su vertiginosa carrera, pero supo frenar en seco entrando al área cuando el eficiente defensor español Vilapuch salió a cruzarlo con violencia…no lo alcanzó y pasó de largo quedado desparramado en la pista… después… toda la belleza, la plasticidad y la elegancia llenaron el estadio, cuando el delantero argen-
tino giraba y se arqueaba entero hasta doblar las bandas celestes y blancas de la casaca pegada a su cuerpo… y, acariciando con el stick el bochin, lo impulsó hacia la red en la imagen mas bella que haya recorrido el mundo del hockey… mientras el grandísimo arquero hispano, Carlos Trullos, hacía un vano esfuerzo para llegar al ángulo que Daniel había elegido… El grito emocionado… los brazos en alto… 10.000 almas de pie con la garganta enrojecida haciendo vibrar el cemento… el abrazo con los compañeros y la Copa del Mundo que empezaba a ser Argentina. Era noviembre de 1978. Argentina salía Campeón Mundial de Hockey sobre patines en San Juan y el mundo entero hablaba de aquel flaquito habilidoso que con su magia había encantado a propios y extraños escribiendo su nombre con mayúsculas en el cuadro de honor del deporte argentino.
Era Daniel Domingo Martinazzo, un sencillo joven que deslumbraba en las pistas y que había nacido al deporte de los patines en el Deportivo Unión Estudiantil de San Juan, un club de barrio que a lo largo de su historia formó grandísimos jugadores que triunfaron en Europa. Allí en la calle Güemes de la ciudad de San Juan, estaba Daniel en la baranda cuando lo llamaron: “dale que no viene el arquerito… ponete los guantes y vení a atajar” le dijo el técnico de la Mini al pibito de siete años que desde siempre miraba los entrenamientos… lo que no sabía, era que Daniel le salvaría el partido atajando todo lo que le tiraron… Desde ése debut hasta su retiro a los 35 años, nunca dejó de ser el mejor de su equipo. A los 14 debutó en la primera de Estudiantil… ganó todo, torneos locales, argentinos de diferentes categorías y hasta el Mundial del 78 y el de Novara en 1984… Jugó en Italia en Castiglione Della Pescaia y en el Vercelli donde también ganó la Copa Italia y la Liga de la División de Honor. En España jugó en el Liceo de la Coruña, que por entonces se denominaba Caixa Galicia por el patrocinio del banco gallego. Ganó la Liga, la Copa del Rey y la Recopa en varias oportunidades hasta la hora de su retiro en 1993 cuando regresó a la Argentina. Reconocido como el mejor jugador del mundo de la historia del Hockey sobre patines, el mas completo por su contundencia en el arco rival, las decenas de asistencias por partido y una marca de recuperación de la bocha en el medio juego envidiable, solo tuvo al mítico portugués Antonio Libramiento como su competidor en el trono de los mejores. Después del Mundial del 78, Daniel Martinazzo recibió el Olimpia de Oro compitiendo nada menos que con Mario Alberto Kempes, que meses antes se había consagrado campeón mundial de futbol en Buenos Aires, pero la votación de los periodistas deportivos favoreció al sanjuanino que había mostrado con su historia de vida y como jugador, las mayores virtudes. Así Daniel Martinazzo se convirtió en el único sanjuanino y el único jugador de hockey que recibió el galardón.
Hoy lo recuerda diciendo que “con los años, uno lo interpreta como un reconocimiento a la pasión que uno siente por el deporte y como homenaje al hockey que es el juego colectivo mas bello que existe”, aunque en su corazón queda el sentimiento de que al Olimpia “mas lo merecía cuando ganamos el Mundial de Novara del 84”, aunque quien lo recibió fue el Campeón de boxeo Santos Benigno Laciar. Su retiro fue en La Coruña y con todos los honores. “yo no quería seguir jugando porque lo mío es el ataque y me ofrecían jugar como centro y después como defensa para seguir en las pistas, pero yo no se ir para atrás… pre-
ferí jugar 20 o 25 minutos de los 50 que dura el partido, pero atacando y haciendo goles… porque mi filosofía de vida es que uno debe hacer lo que es y no otra cosa…” De aquel jugador exquisito, de impensadas fintas en la pista, dueño de un elegante patinaje, velocidad, habilidad y repentización inusual, hoy queda un dirigente maduro que se siente orgulloso de haberle devuelto al hockey sobre patines “gran parte, sino todo, lo que me dio”. Siente que su labor “está cumplida porque dejé hasta mi piel en la Federación Sanjuanina, mi tiempo, mi ener-
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“...pero mi mayor satisfacción, es que me reconozcan como un sinónimo de mi deporte y que mis 7 hermanos estén conmigo…”
gía, mi familia y hasta mi dinero…” Tras su regreso a la Argentina, hace 17 años, Daniel Martinazzo creó la actual Liga Nacional de Hockey sobre patines y la Copa Internacional de Clubes que lleva 10 años disputándose. Fue presidente de la Federación Sanjuanina durante 12 años hasta el 2.006. En su gestión, los clubes salieron del rojo financiero e hicieron innumerables obras con los beneficios de los mundiales. Creó el programa “El patín va a la escuela” con lo que inundó los clubes de chicos entusiasmados con el hockey y el patinaje, jerarquizó la institución y hasta hizo
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un cambio de estatutos modelo en el país, “sobre tres pilares que son la representación institucional, la participación y la transparencia” y donde para elegir las autoridades, ahora votan hasta los jugadores. En su carrera recibió innumerables galardones y reconocimientos, “pero mi mayor satisfacción, es que me reconozcan como un sinónimo de mi deporte y que mis 7 hermanos estén conmigo…” Es que Daniel empezó su relación con los patines a los cuatro años. “En mi casa nos tropezábamos con los patines de mi hermano Valentín y a los cuatro años, con José (el menor de to-
dos y actual director técnico de la Selección Argentina), nos poníamos un patín cada uno y jugábamos al hockey con unas tablas…” Daniel Martinazzo tiene esa cuna que es la misma que arropó a otro grande de éste deporte que es su hermano Raúl, reconocido por ser quien abrió el camino de Europa para los jugadores sanjuaninos. Hoy su vida transcurre entre un negocio de ropa deportiva y las pistas de hockey y cuando camina por las calles de San Juan, no para de saludar a todo el mundo con su sencillez y su mejor sonrisa.
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1961 LUIS ALBERTO NICOLAO 1998 ANDREA GONZรกLEZ 2008 JUAN CURUCHET
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Mar del (Olimpia de) Oro Por Guillermo Alonso y Alejandro Fainstein
1961
LUIS ALBERTO NICOLAO
1998
ANDREA GONZáLEZ
2008
JUAN CURUCHET
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Cuando nos pusimos a trabajar para concretar la idea del Libro de los Olimpias de Oro, nos dimos cuenta que Mar del Plata, “la feliz” lo era no sólo por ser un inolvidable lugar de vacaciones para algunos o de residencia para otros, sino también por albergar a cinco premiados con el Olimpia de Oro. Guillermo Vilas, es sin duda uno de los grandes deportistas argentinos de todas las épocas, y aunque su residencia es el mundo, su patria chica es Mar del Plata, a la que vuelve cada vez que se encuentra en la Argentina, y en cuyo Museo exhibió sus tres Olimpias de Oro ganados en 1974, 1975 y 1977. Y si bien Vilas fue quien popularizó el tenis, otro residente en esa ciudad, Luis Alberto Nicolao, obligó a todos los jóvenes a intentar nadar en estilo mariposa cuando clavó el record mundial de 100 metros en 57 segundos, lo que le abrió el camino para ganar el Olimpia en 1961. Dos mujeres, dos patinadoras, viven en Mardel y lograron el Olimpia de Oro: En 1995 Nora Vega, y en 1998 Andrea González quien llegó
Luis Alberto Nicolao recibiendo la medalla como ganador e los 100 metros mariposa en el Campeonato Nacional de Japón.
desde el Gran Buenos Aires para afincarse en la ciudad reconocida como una de las ciudades más lindas de la República Argentina. Sus hermosas playas, la calidez de su gente, el precioso puerto, o su tan conocida rambla, entre otras cosas, son lo que provoca que uno no pueda evitar enamorarse de esta ciudad. Dos hombres y dos mujeres hasta que Juan Curuchet compartiera el Olimpia de Oro de 2008 con Walter Pérez tras ganar una medalla dorada en los Juegos Olímpicos. La terraza del Mar del Plata Golf Club, al fondo del green del
hoyo 18 y con su fantástica vista de Playa Grande, del puerto y de la Base Naval nos recibió el viernes 26 de febrero, un día hermoso con un cielo despejado, una temperatura ideal y una tranquilidad que podía hacer olvidar a cualquier persona todos sus problemas. Allí, Andrea González, Luis Nicolao y Juan Curuchet, tres ganadores del Olimpia de Oro, tres que en su época fueron elegidos como los mejores deportistas del país, tres que quedaron inmortalizados en la historia, compartieron sus impresiones sobre el significado de ese trofeo. “El Olimpia es lo máximo a lo
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que aspira un deportista –arrancó Andrea González-; cuando me lo dieron no podía creerlo, entre tanta emoción no entendía nada, recién me di cuenta al otro día, pensar que competí con figuras como Batistuta o Pichot, no creí que fuese a ganar”. Blandiendo en su mano derecha su tan merecido Olimpia de Oro, la ganadora de 11 medallas doradas en mundiales recordó que esa noche, después de los aplausos y cuando le correspondía cumplir con la tradición de que el premiado pronuncie un discurso de agradecimiento, “llegó Maradona y me salvé porque a mi no me gusta hablar en público” recordó entre risas. El año en que Andrea González recibió el Olimpia de Oro fue casi perfecto para ella, ya que obtuvo tres medallas de oro en el Mundial de Pamplona, además de
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cuatro de bronce y triunfó en las catorce competencias en las que se presentó en los Juegos Odesur disputados en Cuenca, Ecuador. La chilena Carolina Santibáñez, rival de Andrea, la definió como una competidora invencible. Para Luis Nicolao: “El Olimpia lo gané hace tantos años, que mejor ni hacer la cuenta… Sin lugar a dudas fue una de las alegrías más grandes que me dio el deporte. Ese año (1961) yo había triunfado en Japón, en mi primera competencia importante, después había pasado por Estados Unidos donde obtuve el segundo puesto en el campeonato de ese país y también gané el campeonato de Hawai. En esa época no existía el deporte como hoy en día que esta subvencionado por el estado o empresas privadas. Era todo a pulmón, mis sponsores
eran una rifa en el club, un asado, una reunión entre amigos.” Deportistas que rompieron records mundiales hubo muchos en la historia, pero encontrar alguno que haya logrado hacerlo dos veces en tres días, es una tarea difícil. Con solo 17 años edad Luis Alberto Nicolao consiguió semejante hazaña. En 1962 el nadador argentino, que venía de realizar el año anterior una gira fantástica por Japón, Hawai, Estados Unidos y Perú, fue invitado por un diario brasileño para batir el record de los 100 metros mariposas que Fred Schmidt tenía con 58,6 segundos. El 24 de abril Nicolao se paró solo frente a la pileta, se zambulló en ella y batió el récord por dos centésimas. Tres días más tarde, el 27 de abril volvería a sorprender a todo
el mundo al superar su propia marca al realizar los 100 metros en 57 segundos. Éste fue uno de los tantos logros de un hombre que además supo conseguir 24 títulos sudamericanos y tres medallas de bronce en los Juegos Panamericanos. El último en manifestarse, Juan Curuchet, recordó que “a pesar de ser grande, nunca perdí la esperanza de ganar el Olimpia de Oro, y me tocó compartirlo con Walter Pérez con quien ganamos la medalla de oro en conjunto (en los Juegos Olímpicos de Pekín 2008). El Círculo lo tomó como el logro más importante del año, incluso más que el fútbol”. Desde la terraza se podía apreciar el desfile de las diferentes embarcaciones, que el día anterior habían parti-
cipado de la regata internacional “Velas Sudamérica 2010”, las cuales esa misma tarde fueron visitadas por las presidentas de Argentina y Chile, Cristina Fernández y Michelle Bachellet. Mientras los barcos pasaban y todo el mundo disfrutaba de una de las imágenes más bonitas del año Nicolao comentó con mucho acierto: “Yo Mar del Plata la elegí porque es una de las ciudades más lindas del mundo para poder criar una familia. Además debe ser una de las ciudades con mejor semillero humano e infraestructura deportiva del mundo.” Tanto Curuchet como González afirmaron con la cabeza las palabras pronunciadas por el nadador, mientras continuaban en silencio apreciando el espectáculo que se desarrollaba frente a sus ojos.
La patinadora aseguró: “Sin lugar a dudas Mar del Plata influyó mucho en mi preparación. Yo nací en José C. Paz y desde que llegué acá fue todo muy lindo, la gente me reconoció mucho y los sponsores empezaron a acercarse. Para mí es mucho más fácil entrenar acá porque la pista queda cerca de dónde vivo entonces puedo trasladarme muy fácil”. Por último el ciclista acotó: “Para mí fue muy especial Mar del Plata, siempre en las ciudades más chicas todo aquello que hacés se realza mucho más. Hay una unión muy linda entre lo que significa Mar del Plata, la gente y nosotros. Además los accesos de rutas son muy buenos y tenemos una gran cantidad de escenarios para practicar el ciclismo”. Por una tarde Mar del Plata fue Mar del Oro.
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1995 nora alicia vega
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NORA aLICIA VEGA
Patinando con amor y entusiasmo Por Alejandro Fainstein
1995
La llama ardió como nunca en la ciudad de Mar del Plata, detrás de ella se podía apreciar una silueta borrosa, la de la mujer que sería elegida como mejor deportista del año. Estaba más que claro, los juegos Panamericanos habían empezado. 1995 no sería un año más en la carrera de la patinadora Nora Alicia Vega. No solo fue elegida para encender el pebetero de los juegos Panamericanos de Mar del Plata, en los cuales ganaría dos títulos, sino que además se le fue otorgado el Olimpia de Oro. El premio fue un merecido homenaje a su extensa trayectoria en la que obtuvo 5 títulos mundiales y 6 panamericanos, entre tantos otros. Finalmente y tras muchos años de haber estado muy cerca de ganarlo, la joven que con solo ocho años se había iniciado en el patín por diversión, disciplina que posteriormente se convertiría en su gran pasión, tuvo su merecido
reconocimiento: “Varias veces estuve cerca de ganar el premio. En 1979, en los Juegos Panamericanos de Puerto Rico, yo venía de ser cuatro veces campeona, algo que hasta el momento nadie había conseguido, fui elegida la segunda mejor deportista de los juegos y además salí campeona del Mundo y tuve un tercer puesto. Justo ese año Maradona salió campeón juvenil y el premio se lo dieron a él. Siempre me sentí muy cerca de ganarlo, pero por una cosa u otra no se daba. Hasta que llegó 1995 donde yo no pensé que lo iba a ganar, pero los Panamericanos de Mar del Plata influyeron y mucho.”, reconoció Nora Vega. Obtener un título del mundo desgarrada, en Italia 1988, otro con apenas 18 años en 1979, son solo algunos de los grandes méritos de una mujer que logró quedar en la historia pese a contar con la gran desventaja de practicar un deporte amateur: “Gané el Olimpia en un época en que había
Mar del Plata la vio campeona en los Panamericanos de 1995 142
más diferencia entre los deportistas profesionales y los amateurs. A veces creo que es más importante destacar aquellos atletas que lo hacen por amor y no por el incentivo del dinero. Fue un premio muy importante para mí”, aseguró la patinadora. Su inmensa capacidad le permitió ganar campeonatos del mundo y títulos panamericanos con más de 30 años, parada en la línea de salida con el cronómetro en la mano, sin la ayuda de todo un equipo como en los deportes grupales, teniendo que vencer a chicas más jóvenes. A los 34 todo el país la reconocería cuando ella ya no lo esperaba. Simpática y cálida a la hora de hablar, Nora Vega demostró que si se practica un deporte con amor y entusiasmo, como ella lo hizo, es posible llegar a lugares inimaginables.
“Su inmensa capacidad le permitió ganar campeonatos del mundo y títulos panamericanos con más de 30 años...”
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1956 jorge bĂĄtiz 1981 marcelo alexandre 2008 walter pĂŠrez
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jorge bátiz
La bicicleta le ganó a la pelota de fútbol Por Julio César del Rivero
1956
Jorge Bátiz es uno de los grandes ídolos del deporte argentino y platense, por adopción. Aunque nació en Tandil hace 76 años, un 8 de diciembre de 1933, desde muy chico se afincó en La Plata y fue aquí donde abrazó sus dos pasiones deportivas : el fútbol y el ciclismo. A los 18 años, cuando jugaba en las inferiores de Estudiantes, decide dejar el fútbol y dedicarse de lleno al ciclismo, actividad que lo llevó a conseguir numerosos e importantes lauros que lo colocaron en la cima del ciclismo platense, nacional e internacional. Entre ellos llegó a ganar, en tres oportunidades, los campeonatos platenses y argentinos los años 1952, 1953 y 1955 año este último en el que también fue campeón panamericano en México. Fue subcampeón del mundo en el año 1955 en Milano (Italia) y volvió a consagrarse subcampeón en 1956 en Copenhague (Dinamarca). Y ganador, nada menos que en cinco oportunidades, de los seis días en bi-
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cicleta en el Luna Park de Buenos Aires. En 1956 recibió una MEDALLA y el OLIMPIA que, en reconocimiento a su trayectoria, le entregó el Círculo de Periodistas Deportivos de Buenos Aires. Fue el primer ciclista argentino en recibir ese trofeo por sobre los mejores deportistas de todas las disciplinas del país. -¿Qué significó para Ud. ese reconocimiento? -Bueno, en realidad, no lo esperaba, lo que pasó es que ví tanta gente, tantos deportistas de primer nivel de aquella época que me parecía mentira, fue un sueño de todas maneras y sobre todo porque me lo entregó el Sr. Pedro Valdés, gran amigo e hincha, en esa época, del ciclismo. Lo que significó una sorpresa muy linda. -En la historia de los premios Olimpia era la tercera fiesta anual y usted se ubicaba entre los mejores del deporte argentino…
“A los 18 años, cuando jugaba en las inferiores de Estudiantes, decide dejar el fútbol y dedicarse de lleno al ciclismo...”.
Siempre con la mirada adelante 147
-Sí, sí. Fue muy importante, ahora me doy cuenta de todo eso, no es cierto? En los Olimpia me habían precedido Pascualito Pérez, gran campeón de boxeo y al que tuve la suerte de conocer y el “gran Fangio”, un símbolo del automovilismo deportivo por aquellos años. Ahí me dí cuenta la importancia que tenía ese premio. En la actualidad, a fin de año, me llegan las invitaciones del Círculo y eso me trae añoranzas porque tengo la sensación de que aún estoy “en carrera”. En el 2004 volví a sentirme reconfortado porque el Círculo me entregó una réplica del Olimpia al cumplir esa Institución cincuenta años de la primera entrega. -¿Qué edad tenía Ud. Jorge cuando recibió el Olimpia en 1956? -Y…era muy joven…tenía 23 años. Pero
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había comenzado desde muy pequeño en esta actividad, en circuitos de tierra, y a los 18 años decidí dedicarme, exclusivamente, al ciclismo dejando mi otra pasión, el fútbol, jugando de backs, en las inferiores de Estudiantes de La Plata. ¿Cree que decidió bien en elegir el ciclismo sobre el fútbol? -En la parte deportiva, sí. Fue muy importante para mí correr en bicicleta, lo que pasa es que son distintas cosas… no? Bueno….hay un beneficio más importante en el fútbol y el ciclismo, por aquel entonces, era más amateur, porque, inclusive muchas veces, tuve que poner plata de mi bolsillo, dependía del sacrificio personal, de amigos y del barrio todo. -¿Qué recuerdos tiene de esos comienzos?
- Tuve la oportunidad de llegar a lo que podría haber sido mi primera olimpíada en Australia pero por problemas políticos no me convocaron. De todas maneras pude seguir mi carrera por Centroamérica encontrando a Fausto Coppi, un ciclista italiano de gran prestigio en esa época, y haciendo dupla con él (ruta, medio fondo y seis días) me sirvió para recorrer el mundo y dar todo lo que tenía. Haberlo conocido fue lo mejor para mí porque me dejó las mejores enseñanzas y cuando no lo tuve más como consejero, porque murió muy joven, seguí su camino. Me ayudó, básicamente, mi naturaleza física, porque me gustaba hacer mucho ejercicio y cualquier deporte afín lo que me facilitó las cosas al tener el cuerpo adaptado a la velocidad. Muchas veces se me hacía fácil ganar
“En sí todas las especialidades del ciclismo son importantes y muy competitivas, pero yo veo que existe un cierto riesgo en una de ellas, que posiblemente antes era menor ”.
en mi condición de “sprinter “ para definir las carreras. -Entonces, Jorge, sus reconocimientos no fueron pocos….Llegó a tener dos subcampeonatos mundiales (Milán en 1955 y Copenhague en 1956 ) precedidos de antecedentes muy importantes en el término de 10 años con tan sólo 28 años de edad… -Sí, sí, a mí se me hizo todo muy rápido .Por eso suelo decir que tenía 24, 25 años y ya me sentía como de más edad, me resultaba fácil ganar las carreras por mi exigente preparación. Pero ahora me doy cuenta que no debe haber sido tan fácil porque se tardó tantos años para conseguir semejante hazaña como la lograda por Gabriel Curuchet y Walter Pérez en los JJ.OO.de Beijing /08. Así que estoy muy feliz con todo lo que viví. -Como figura emblemática del ciclismo, ¿qué mensaje le dejaría a los jóvenes que actualmente practican este deporte en cuanto a sus diferentes especialidades? -En sí todas las especialidades del ciclismo son importantes y muy competitivas, pero yo veo que existe un cierto riesgo en una de ellas, que posiblemente antes era menor. Me refiero a las competencias de ruta. Porque el intenso tránsito actual hace que los ciclistas arriesguen la vida ya desde el momento del entrenamiento. En especialidades cerradas es más simple tanto para entrenar como para competir. Ahora si yo lo tuviera que hacer como hace cincuenta años “no dudaría en correr porque no me importaría el riesgo “. En mi época existían las competencias de “los seis días”, que en Europa todavía siguen siendo muy importantes. Es una de las mejores ya que supone un complemento de parejas que compiten sincronizadamente y no es nada fácil hacerlo. En nuestro país se hace difícil a pesar de que hay muchos ve-
lódromos pero si se implementaran sólo para esta competencia quedarían inhabilitados los circuitos para el resto de las pruebas. La única organización que la podría llevar a cabo es el Luna Park de Buenos aires donde se corrieron los tradicionales seis días. Ahí tuve la oportunidad de hacer diez pruebas seguidas, corrí seis y después fui director técnico en cuatro oportunidades. Por aquel entonces Tito Lecture y el apoyo estatal le dieron una gran mano a esa fiesta del ciclismo. Como estadio, en Buenos Aires, no hay lugar como el Luna Park y en la Provincia de Bs.As. podría ser también Mar del Plata donde ya se ha hecho algo en el gimnasio cerrado pegado al velódromo, pero seguramente los costos son muy altos para tener la infraestructura que se necesita . -Por último, Jorge ¿cómo es su vida actualmente? Por lo que veo rodeado de su familia y de su vitrina cubierta de copas, medallas y trofeos. Y su figura apareciendo en la tapa de las principales revistas y periódicos deportivos de la época (El Gráfico, Mundo Deportivo, etc.) -Todavía sigo ligado al ciclismo de alguna forma y si bien uno añora muchas cosas igual estoy muy conforme porque, pese a mi edad, todavía puedo seguir andando en bicicleta. Este año cumplo 64 años entrenándome y eso me hace sentir bien y me entusiasma para compartir con mis hijos, mis nietos y sobre todo con mi esposa Haydeé. Ella me entiende y es el trofeo más importante que tengo. Café de por medio concluimos este reportaje. Hacía diez años que no lo entrevistaba y, nobleza obliga, quedamos con Jorge Bátiz en encontrarnos nuevamente en los OLIMPIA 2010 y el próximo reportaje ya lo fijamos para dentro de diez años (así es su deseo ).
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MARCELO ALEXANDRE
Herencia de pasión por el ciclismo Por Luis Frydel
1981
Ni el Olimpia de Plata ganado doce meses antes obró para que aquél chico de apenas 18 años llamado Marcelo Alexandre estuviese algo tranquilo, relajado, disfrutando. Por el contrario, pasaba a ser esa nueva ocasión de 1981 la de su mejor año a nivel resultados, tremendamente superiores a todos los de temporadas pasadas. Llegó esa noche al Luna Park (“un estadio enorme”, tal como lo cuenta) sumamente nervioso. No lo había visitado nunca antes. Abreviando, su nombre estaba entre un total de seis deportistas con las mejores posibilidades de ser el elegido para el galardón del Oro, aunque la talla de gigantes de Diego Armando Maradona, Guillermo Vilas, José Luis Clerc, Carlos Reutemann y Sergio Víctor Palma le acotaban la ilusión. Sin embargo, ni eso ni el transcurrir de la velada lograban distenderlo. El nuevo as del ciclismo nacional que
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el 7 de julio de ese año en Leipzig, Alemania, había puesto en alto la bandera argentina, fue recibiendo señales de que podía creer. Los aplausos al recibir el Olimpia de Plata y una posterior felicitación recibida en su mesa, lo hicieron crecer en inquietud. A la postre, sus vibraciones concluyeron cuando con los mejores exponentes de nuestro deporte subidos al escenario retumbó la mención. De un estado de ansiedad mayúscula pasaba a ser el máximo premiado más joven de la historia, halago que aún hoy paladea porque Diego Maradona (1979), José Meolans (1997) y Germán Chiaraviglio (2006) lo fueron con 19 años. Era, también, el triunfo de un deportista luchador y amateur lagrimeando ante los ojos de todos, incluidos los hiperprofesionales del fútbol, el tenis, el automovilismo o el boxeo. Y en cierto modo era, esto en el plano íntimo de su corazón, un premio para tres generaciones de una familia bendecida con la herencia de la pasión por el ciclismo.
Marcelo llegaba ese año con foja de campeón mundial en el kilómetro con partida detenida (1m07s45/100 su marca cuando rodó a la consagración en el estadio Alfred Rosch), triple campeón panamericano en la categoría juvenil, doble campeón Panamericano en la categoría mayor, doble campeón nacional, campeón en varios torneos internacionales y ganador además a nivel nacional de más de 40 competencias. Maradona venía de hacer delirar con su fútbol en Boca, Vilas y Clerc de poner a la Argentina en la final de la Copa Davis, Palma de llevar con autoridad su cinturón de campeón del mundo y Reutemann, de escribir una página dorada con el subcampeonato de Fórmula 1. La votación estuvo reñida entre todos los nombrados hasta que, como se estila, solamente quedaron dos: Reutemann y él. “Mi sensación fue increíble, nunca había pensado que podía ganar ese premio ante tantas figuras, de tanto nombre, todas juntas. Fue una de las noches más importantes a nivel deportivo de mi vida”, resalta quien en su casa de Devoto exhibe orgulloso la distinción junto a la me-
dalla de campeón del mundo y la camiseta utilizada en ese logro. En catarata llegaron enseguida las requisitorias en todos los medios. Hasta una mesa compartida para los almuerzos históricos de la tele con la señora Mirtha Legrand. Y una inolvidable tapa de El Gráfico en pose, con su bicicleta, en medio de Maradona y Tarantini, estrellas ese 1981 en Boca y River, para una fama que en silencio seguiría construyendo por años con nuevos títulos a nivel continental, a través de dieciséis años vistiendo por todo el mundo los colores de la Selección Nacional de ciclismo. A la distancia, puede decirse que Alexandre es también un Olimpia de Oro distinto a muchos, habida cuenta de que en 1990 la Fundación Konex termina enalteciéndolo con su premio de Platino a la Trayectoria en la década, algo solo para unos pocos. Es un tipo distinto así, una vez retirado, cuando durante 12 días de capacitación en Los Angeles integra el selecto grupo de 17 entrenadores entre 160.000 aspirantes de todo el mundo, tras lo cual le llega su graduación de Master Instructor en Spinning, uno de los dos en su clase en
toda Latinoamérica en ese 2005, cosa que habla de su calidad de elegido. Profundo admirador del trabajo en la única forma que lo concibe, intenso y a largo plazo, mis periódicas charlas con él me repiten una grata emoción. Sus palabras destilan el amor por lo que hace, y desde aquella prestación suya que jamás habré de olvidar en 1997 al World Sports Café de La Recoleta, es que como periodista me encontré pasándolo a la galería de mis grandes afectos surgidos en la tarea profesional. Se hizo eco de lo que le proponía, y sin meditarlo mucho, se acercó para poner en mis manos nada menos que la bici con la que giró en el Mundial del ‘85, la misma con la que más tarde ganó el último de sus títulos nacionales de Pista clavando récord en el viejo Velódromo de Palermo, un registro (1m07m53/100) que aún se mantiene en la actualidad. Quizá por este hecho es que yo me sienta unido a él más que por una amistad, compartiendo el ruego de que pronto, si es juntos mejor, podamos recuperar esa pieza única de dos ruedas cuya desaparición nos hirió a ambos.
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WALTER PÉREZ
Todos tienen dos piernas Por Adolfo Carrizo
2008
Sin dudas que no es sencillo encontrar la mejor forma de reconocer el esfuerzo que una persona realiza cada día del año, pero menos aún cuando ese sacrificio se multiplica por años. Sin embargo para Walter Pérez existen tres palabras con las cuales se puede identificar ese reconocimiento, Olimpia de Oro, el máximo premio que la prensa argentina le brinda a un deportista cuando la temporada llega a su fin. “El Olimpia es el reconocimiento a que uno hizo las cosas bien durante todo el año” resume el hombre que ganó la estatuilla en diciembre de 2008, si bien Lange, Espínola, Luciana Aymar, Scola, Messi o Del Potro por sólo nombrar a unos pocos, también tenían pergaminos suficientes para el premio mayor, la pareja olímpica compuesta por Walter Pérez y Juan Curuchet estuvo por encima de todos ellos a los ojos de los especialistas. La realidad marca que no sólo los especialistas le dieron la máxima calificación, la gente ya lo había hecho
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mucho antes, desde aquella mañana del 19 de agosto cuando los argentinos se enteraron que en Beijing se había logrado la primera medalla de oro de los Juegos, cuando las bocinas de los autos empezaron a sonar espontáneamente, cuando se los aplaudió al llegar al país y ni hablar de cuando llegaron a Mar del Plata. A la distancia fui testigo de la consagración máxima, por la tele como muchos argentinos que se despertaron para hacer fuerzas por el sueño dorado. Los nervios y la ansiedad fueron aliados hasta que Walter, Juan y el resto de los argentinos desataron el festejo. En un instante transitaron por mi mente los momentos y las charlas compartidas con ellos durante todo el tiempo que se entrenaron en “La Feliz” buscando la mejor puesta a punto aunque el clima no era el adecuado. Reviví sus palabras, como periodista y como amante del ciclismo, jamás prometieron nada, salvo entregar todo
en busca de su sueño. Pero tampoco dudaron de sus posibilidades, sabían que podían lograrlo porque arriba de la bici “todos tienen dos piernas” y en 200 vueltas todo puede pasar. El camino había empezado en Mar del Plata, continuó en San Luis con entrenamientos de hasta siete horas sobre el sillín y se despidió de Argentina en Las Breñas, Chaco. Después vino la gira por Italia, Fiorenzuola y Torino en donde no debían dar ninguna señal de su condición física, a fin de mantener su táctica impecable.
En Beijing llegó la concreción y después fue tiempo para el festejo y el reconocimiento. Indeleble en el recuerdo aparece el recibimiento que tuvieron en Mar del Plata, en donde niños, jóvenes, padres, abuelos, generaciones completas salieron a la calle para brindarles su aplauso, para demostrarles su cariño e idolatría. No faltó nadie y para el menor de los campeones fue sólo el comienzo, su itinerario deportivo lo llevó por distintos lugares del interior en donde cosechó el amor de la gente.
Dentro del calendario de Walter Pérez, diciembre tenía una cita especial, el Olimpia. En 1993 fue ternado por primera vez y al año siguiente logró su primera estatuilla de plata, en donde la prensa lo reconoció como el mejor ciclista, algo que repitió cuatro veces más. Pero esta vez fue diferente, muy diferente, tanto él como Curuchet recibieron el Olimpia de Plata y después cerraron la noche con la estatuilla de oro, destacándose sobre cualquier otro deportista argentino, algo que según Walter “llegó en el momento justo por lo hecho en Beijing.”
Con la camiseta argentina en los Juegos Olímpicos.
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1973 horacio iglesias 1992 diego degano 1997 josĂŠ martĂn meolans
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HORACIO IGLESIAS
En el agua se sintió felÍz Por Eduardo Isaac Alperín
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Una vez, allá por fines de la época del 40 del siglo XX, en un edificio porteño de Melo y Billinghurst había un niño con problemas en su espalda. Los padres consultaron a los médicos y estos les indicaron como solución la práctica de la natación. El niño de siete años se introdujo en el agua como si hubiese nacido en ella, su instinto lo hizo nadar, los dolores desaparecieron, se sintió cómodo y feliz se imaginaba que braceaba en ríos, mares y lagos.
fue cinco veces campeón mundial de aguas abiertas (1967, 1969, 1971, 1972 y 1973), dos veces subcampeón mundial (1968 y 1970). En esa época los títulos en aguas abiertas se lograban mediante los puntos obtenidos en una serie de carreras realizadas en Canadá, Estados Unidos y Argentina, que formaban parte de la World Professional Marathon Swimming Federation (WPMSF), a cuyo Hall de la Fama ingresó´Iglesias en 1968.
Sin darse cuenta, ese pequeño llamado Horacio Iglesias, con pasión, amor, trabajo y sacrificio, transformó aquella imaginación en una realidad, dando el puntapié inicial para que los nadadores de pileta en distancias largas se atrevieron a competir en aguas abiertas. De esa manera escribió a través de sus éxitos, de su modelo y de su conducta ejemplar, la primera parte de un nuevo libro de la natación mundial.
Esas fueron las bases sobre las cuales se asentaron los votos del Círculo de Periodistas Deportivos para hacerlo acreedor al prestigioso Olimpia de Oro en 1973, premio que se otorga en forma anual al deportista más importante del año en la Argentina, al superar al boxeador Carlos Monzón y al entonces incipiente tenista Guillermo Vilas.
Horacio Bernardo Guillermo Iglesias
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El acierto de aquella elección se confirmó treinta años después, cuando el International Swimming Hall of Fame
lo honró en 2003 al designarlo Open Water Swimmer of Honor, pasando a ser el tercer argentino en formar parte del Hall de la Fama de la Federación Internacional de Natación (FINA). Los anteriores fueron Alberto Zorrilla (medalla de oro olímpica 1932) y Jeannette Campbell (medalla de plata olímpica 1936). Horacio, conocido como “El Dorado” (por el famoso pez del río Paraná), fue el precursor de la Hernandarias-Paraná (1963 y 1965) y la Santa Fe-Coronda (1965, 67 y 70). De esas aguas tibias en enero y febrero argentino pasaba a las aguas heladas de los lagos en julio y agosto de Canadá y Estados Unidos. En una oportunidad, cenando en su departamento del séptimo piso de la calle Billinghurst, junto con nuestras esposas, aproveché que había abandonado por el frío en el Lac Saint Jean (1972), para preguntarle como se había dado cuenta que se estaba quedando helado. Aquel hombre de 1,86m de estatura, de cabellos y ojos castaños, de mirada dulce, observó a su mujer Albina, apareció su característica sonrisa y respondió: “Cuando partimos la temperatura era de cinco grados.
Mentalmente te vas adaptando y la misma energía de las brazadas alimenta tu espíritu de lucha. Pero cuando vez que los dedos de las manos se van separando y no lo podes volver a juntar, es que sin advertirlo te vas quedando helado y llegó el momento de dejar el agua”. Durante su carrera de alta competencia (1963-1973) ganó 30 de 48 carreras profesionales, en 11 fue segundo, una vez tercero y abandonó en cuatro oportunidades. Seis veces triunfó en la prueba La Tuque de Quebec, Canadá, carrera en que dos nadadores alternaban el nado en un trayecto circular de 1 milla durante 24 horas. Sus compañeros fueron el egipcio Abou Heif y la holandesa Judith De Nys entre otros. Fue cuatro veces el vencedor de la competencia del Lago St. Jean de Quebec, Canadá, en aguas de temperaturas inferiores a los 10 grados. En una amplia nota publicada en la famosa revista de deportes estadounidense Sports Illustrated, habló del extraño diálogo que mantenía consigo mismo durante las siete u ocho horas de la carrera. Se detuvo y comentó “La natación es como una especie de dro-
ga. Duele, pero no queres parar. Tal vez sea el orgullo. Si los otros siguen, vos seguís también”. Y llevándose la mano a la cabeza agregó “Hay algo raro acá, en la mente de todo nadador de maratón”. Además de haber competido como nadador amateur y profesional, estudió y se recibió de Ingeniero Electromecánico en la Universidad de Buenos Aires, profesión que trabajó, con creces y con mucho empeño, creando su propia empresa. De pronto, el constante luchador se encontró ante una inesperada batalla. Debió enfrentar una cruel enfermedad y lo hizo como si fuera su última competencia, en medio de las heladas aguas canadiense o en el correntoso río Paraná, metiendo brazos, pulmón y brazos. El 25 de junio de 2004, cuando tenía 62 años, acompañado por el calor de su fiel esposa Albina Valle y sus hijos Luciano, Álvaro y Ramiro, intentó dar otra brazada, sin darse cuenta que su fiel corazón había dicho basta, y se encontró nadando en las mansas aguas de la eternidad, rodeado del resplandor del Olimpia de Oro 1973.
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DIEGO DEGANO
El quíntuple campeón mundial de aguas abiertas Por César Miño
1992
Por estar inserta nada menos que en el mayor galardón que otorga el deporte argentino a sus más dilectos exponentes, está claro que la historia de Diego Walter Degano posee la significación de quienes adquirieron el derecho de acceder a un sitial tan privilegiado. El ganador del Olimpia de Oro 1992 nació el 19 de junio de 1968 en la ciudad de Santa Fe y su vinculación con la natación data de los 6 años de vida, cuando comenzó a dar sus primeras brazadas en el natatorio cubierto de Ateneo Inmaculada, hasta que en 1985, por haberse cerrado esa pileta, pasó al Club de Gimnasia y Esgrima, enclavado en 4 de Enero y Juan de Garay de esa capital. Desde entonces, recorrió las diferentes categorías, desempeñándose en pruebas de medio fondo, hasta que a los 19 años decidió incursionar en aguas abiertas, lanzándose a las primeras
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participaciones oficiales en la especialidad que lo marcaría para siempre. El 11 de diciembre de 1988, participando como amateur, ganó su primera Santa Fe-Coronda, la célebre competición que por aquel entonces estaba enmarcada en la Federación de Maratones de Aguas Abiertas y de la que actualmente es uno de los organizadores. Obviamente, esa exitosa irrupción en el atrapante mundo de las competencias de larga distancia signó su futuro, ya que se transformó en referente ineludible de los tiempos subsiguientes. A pura entereza, comenzó a escribir su historia en los mares, ríos y lagos del mundo por los que atravesó, en medio del crecimiento que ostentó la especialidad, el que luego derivó en la incorporación a la Federación Internacional de Natación (Fina) en 1996; desde la que posteriormente
alcanzó el gran objetivo de quedar inserta en el programa olímpico.
que acumulé merecimientos como para ser candidato”.
La mejor manera de intentar explicar como llegó a ser quíntuple campeón mundial de aguas abiertas, es remitirse a sus propias palabras: “creo que el secreto de mis éxitos, estuvo en la capacidad mental natural que siempre tuve para soportar grandes esfuerzos y en la pasión y dedicación que le puse a la actividad en las 6 temporadas en las que competí en el ámbito de Fina”.
Vale precisar, que en la votación final se impuso al atleta Antonio Silio, subcampeón mundial de medio maratón; mientras que en la puja previa también habían sido nominados los tenistas Javier Frana y Christian Miniussi, por la medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de Barcelona ‘92 y Gabriela Sabatini, por haber ganado el Master; el ajedrecista Pablo Zarnicki, campeón mundial juvenil; el golfista Vicente Fernández, por su título en el Abierto de Gran Bretaña; y Daniel Scioli, por haberse consagrado en el Mundial de la Clase II Off Shore.
Ante la consulta respectiva, responde sobre lo acontecido en la temporada ‘92, en la que consiguió el preciado trofeo, instituido por el Círculo de Periodistas Deportivos de Capital Federal: “sin dudas, fue mi mejor año, ya que gané todos los maratones en los que participé (Santa Fe-Coronda, Capri-Nápoles, Lago Magog, Atlantic City -se impuso la australiana Shelley Taylor, quien obviamente puntuó en damas, por lo que Diego fue el mejor en caballeros- y Lago Silvayne). Creo
Por último, asevera con la emoción a flor de piel: “sin dudas, el Olimpia de Oro fue el mejor reconocimiento de mi carrera. Aunque no el mejor logro que obtuve, porque al ser una elección que depende de terceros, se gana o se pierde por la decisión de otros. Es un orgullo que llevaré durante toda mi vida”.
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JOSÉ MARTÍN MEOLANS
Uno de los ganadores más jovenes del Olimpia de Oro Por Jorge Croce
1997
Tarde noche de un sábado del mes de diciembre de 1997 en Buenos Aires. Mientras el sol se disponía a despedirse tras su diario transitar por el firmamento, la luna comenzaba a desperezarse para tomar su lugar. Para muchos, será quizás, una noche de sábado más, en la búsqueda del pasatiempo ideal para vivenciar otro fin de semana. Para otros la ocasión de un merecido descanso; para algunos será una noche especial. Retrocedamos en el tiempo, y detengamos el retraso de las horas, en el 22 de junio de 1978 en la ciudad de Villa Carlos Paz, en la provincia de Córdoba. Un nacimiento ha conmovido a la familia Meolans. Ha llegado un varón y lo han nombrado como José Martín, que a los diez meses ya daba sus primeros pasos, y no mostraba aversión
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al agua, siempre marchando hacia el río vecino a su domicilio, lo que alertó la atención de sus padres, que acudieron a un profesor de natación del lugar, para que le impartiese las primeras nociones de la natación, ese deporte que surgió de manera espontánea con el ser humano, en sus remotos comienzos y descubrió la presencia del vital líquido en los aledaños de sus cuevas. Esas primeras lecciones fueron de rápida asimilación, y la pileta de natación de la casa de su abuelo Eliseo, el sitio preciso para la práctica, el descubrimiento de un futuro, que apoyado en un físico privilegiado para el deporte, y el deseo innato de progreso se trasladó a la Academia de Natación “Gabriel Taborín”, en la capital de la provincia, y que marcó un rápido
“Esas primeras lecciones fueron de rápida similación, y la pileta de natación de la casa de su abuelo Eliseo, el sitio preciso para la práctica, el descubrimiento de un futuro...”
crecimiento que lo llevó a competir en distancias cortas y veloces, en los estilos libre y mariposa, participando a los 17 años en el Campeonato Argentino que tuvo su sede en el club Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires, y mostrando sus valores en el mismo inicio, pues se consagró como el primer nadador argentino en bajar los 50 segundos en la distancia de los 100 metros libres con 49s.86c. Regresemos al comienzo. No es una noche más, como muchos pensaban, esa del mes de diciembre de 1997. Hay que gente que concurre al Luna Park, y no es precisamente, una jornada de boxeo, tradicional cita porteña. Es la Noche Mágica del Deporte Argentino. La Noche de los Olimpia, y allí llega José Martín, con sus entonces 19 años, y aunque observe
todo con cierto dejo de sorpresa, su altura de 1,90 metros y sus bien distribuídos 88 kilos, no lo hacen pasar desapercibido. Saco marrón claro, camisa blanca con cuello desprendido, sin corbata, peinado que finaliza en un mechón rebelde en la frente. Ha sido nominado y aguarda con tensión el veredicto. Si. Esa es su noche. Es el Olimpia de Oro. Uno de los ganadores más jóvenes de la distinción en esa entrega que correspondía a la número 44. Es el cuarto hombre de la natación que eleva el trofeo en el cierre de la fiesta. Luis Alberto Nicolao, Horacio Iglesias, Diego Degano, lo han precedido. Es el comienzo de una carrera promisoria. Y llegarán los títulos: el campeonato mundial en Moscú 2002 (50 m libre); la victoria en la Copa del Mundo de
Río de Janeiro 1998 (50 metros libre); el primer lugar en los Panamericanos de Santo Domingo 2003 (100 m libre); los subcampeonatos mundiales en Hong Kong 1999 y Moscú 2002; las preseas plateadas en Winnipeg 1999; en Santo Domingo 2003, y Río de Janeiro 2007; los bronces en Winnipeg 1999 y Shanghai 2006 y varios records argentinos de extensión en el tiempo. Las medallas de oro de Oporto, en Portugal 2006, siempre en su especialidad de los 50 y 100 metros estilo libre. El doble campeonato de la Liga Nacional corriendo para River Plate. Hasta la decisión más dura: retirarse en enero de 2009, tras competir en los Juegos Olímpicos de Beijing. Fueron casi 25 años en la natación y una permanente presencia a pesar de los contratiempos.
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1993 marcelo milanesio 2003-2004 emanuel ginรณbili
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MARCELO MILANESIO
CUMPLIR EL SUEÑO DEL PIBE
1993
En un apacible día del mes de febrero de 1965, nacía en la localidad de Hernando, al sur de Córdoba, uno de los grandes del básquetbol argentino, Marcelo Milanesio. Fue el 11 de febrero en la capital del maní. Su debut en la Liga Nacional se produjo frente a Pacífico el 26 de abril de 1985, siendo el primer jugador en llegar a los 600 puntos. Estuvo en todas las ediciones de La Liga, siempre en Atenas, ya que nunca cambió de Club. En el Mundial 1986, hacía su debut internacional, enfrentando a Holanda en la Ciudad de Oviedo, España. Como periodista de Radio Rivadavia compartí su debut con mucha expectativa en el Polideportivo Asturiano… y el posterior triunfo frente a los Estados Unidos. Marcelo recuerda ese debut en forma especial con un reconocimiento a Flor Meléndez, uno de los técnicos que lo orientaron en su carrera.
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Por Juan Carlos Aced Encuentro en el archivo de mi grabador diferentes frases que Marcelo pronunció en las numerosas entrevistas que le realicé: ”En el PreMundial de Portland en 1992, en el partido que teníamos que jugar contra el Dream Team de los Estados Unidos, entré a la cancha con mi máquina de fotos y gatillé a Michael Jordan, a Larry Bird, a Scottie Pippen. Fue uno de los momentos más emotivos de mi carrera. Cumplir el sueño del pibe de salir fotografiado con los mejores del mundo”. “Otro de los grandes momentos que viví con el básquet fue en 1997 en París, disputando el Open Mc Donald’s, torneo en el que participaban los Chicago Bulls y en la que logramos la medalla de bronce. Allí también me fotografié en la Torre Eiffel con los famosos de la NBA”. Marcelo jugó 125 partidos con la camiseta argentina transformándose en el
Con la camiseta de Atenas el dĂa de su despedidad del bĂĄsquet 165
Marcelo Milanesio con los Olimpias de Oro y Plata
“Marcelo jugó 125 partidos con la camiseta argentina transformándose en el basquetbolista con mayor presencia durante 16 años”.
basquetbolista con mayor presencia durante 16 años. Obtuvo el premio por la mayor cantidad de asistencias (55) en el Mundial de Canadá ’94. En diciembre de 1993, la entrega de los Olimpia se realizaba el mismo día que el Juego de las Estrellas en Lanús, por lo que tuvimos que salir disparando para llegar al Sheraton. En el mismo auto venía Guillermo Vecchio, quien auguró que esa noche Marcelo ganaría el Olimpia de Oro. Y así fue. Presenciamos el gran momento del jugador de Atenas. Fue un momento formidable como el del 1° de diciembre de 1999 cuando se despidió de la Selección Nacional o cuando ante 8.000 personas que colmaban el polideportivo de Mar del Plata, Argentina ganaba el oro en los Panamericanos de 1995. Jugó 848 partidos en la Liga Nacional
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marcando 10835 puntos siempre con la verde de Atenas. Recibió reconocimientos extra deportivos, premios y homenajes de entidades y fundaciones. Ya retirado, Marcelo Milanesio no se olvida de su amigo y compañero el “Pichi” Campana y junto a amigos, jugadores y periodistas se dedica a pegarle a la pelotita de golf, sin descuidar su restaurant MyM en el Cerro de las Rosas y su trabajo como promotor e imagen de Sancor Cooperativa de Seguros, empresa ligada al deporte argentino. Codiciado por varias marcas deportivas, fue modelo de la Agencia Córdoba Deportes y en septiembre de 2006 desfiló junto a otras figuras del deporte en el Hotel Sheraton a beneficio de una Fundación. Otras frases que surgen del archivo del grabador: “Me siento alejado del básquet, ya que el físico no me deja
jugar, las piernas no responden. Me hubiera gustado ser DT y también formar jugadores jóvenes”, “Otro recuerdo imborrable es el quinto título que ganamos frente a Boca 111 a 90 en un Luna Park colmado por más de 10.000 personas.”, o “Todo el deporte, todos mis actos, toda mi vida la comparto con Zarina, mi esposa, y con Alexia y Maira, ellas son mis alegrías” Se despidió una noche en el Carlos Cerutti de Córdoba venciendo a Estudiantes de Olavaria por 87 a 81, logrando su séptimo título junto a grandes jugadores como Leo Gutiérrez y Walter Herman y festejando a puro baile con la “Mona” Jiménez. Milanesio: Un ganador en la vida, está en el hall de la fama y en la historia grande del básquet. Un gran tipo, un gran profesional, ejemplo del deporte.
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MANU GINÓBILI
Manu con la camiseta de la Selección Argentina
Es un orgullo haberlo ganado dos veces Por Miguel Romano
2003 2004
“Lamentablemente nunca voy a poder estar en una fiesta donde se entreguen los Olimpia, a no ser que se cambien las fechas”, decía Manu Ginóbili con algo de resignación y refiriéndose a la tradición del Círculo de Periodistas Deportivos de celebrar el acontecimiento a fines de diciembre, cuando la NBA está en pleno desarrollo y con partidos casi cada uno o dos días, que hacen imposible siquiera un viaje relámpago. Así ocurrió las dos veces que lo ganó: en 2003, luego de conseguir su primer título con San Antonio Spurs (final contra New Jersey) en su temporada de debut, y en 2004 (compartido con Carlitos Tévez) por su sobresaliente actuación en los Juegos Olímpicos de Atenas, donde la selección argentina logró la medalla de oro y el escolta bahiense fue elegido el mejor jugador del certamen (MVP). Logros jamás soñados por el básquetbol. Una pantalla gigante, ubicada en un
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extremo del salón del hotel Sheraton, proyectó la imagen de Manu, desde un estudio de televisión de San Antonio, en cada oportunidad que se quedó con la estatuilla dorada. Sus palabras se escucharon con admiración y el aplauso sostenido hizo pensar que el premio, en ambas oportunidades, resultó absolutamente merecido. Su papá Jorge (“Yuyo”, para los amigos) y su hermano Leandro, fueron los orgullosos receptores de aquellos reconocimientos a un joven que deslumbró al mundo con su coraje y talento, incluido el selecto ambiente de la NBA. Kobe Bryant dice: “Ese chico es muy malo”, hablando de lo peligroso que le resulta tenerlo como rival. “Es el jugador más competitivo que he dirigido”, afirma su técnico en los Spurs, Gregg Popovich. Durante muchos años el básquetbol esperó deseoso que una estatuilla dorada reposara en mano de uno de sus representantes. Sin embargo, recién
“Yuyo” Ginóbili recibe el Olimpia de Oro de su hijo.
en 1993, durante el apogeo de la Liga Nacional y cuando Atenas de Córdoba reinaba en el país, llegó el primer gran premio: fue para Marcelo Melanesio, el mágico base que tantos años brilló también en la selección nacional con la mítica N° 9. Como habrá sido la ansiedad por empuñar el Olimpia que tenía el deporte de los cestos que aquella noche se produjo una de las anécdotas más increíbles de las fiestas de los Olimpias. Milanesio tenía que participar del certamen de triples en el Juego de las Estrellas que se realizaba en el estadio de Lanús y, de allí, viajar urgentemente hasta el Sheraton para recibir el trofeo de plata y luego, si se daba (la votación fue reñida) el de oro. Los horarios, según las transmisiones de televisión de ambos acontencimientos, no daban mucho margen, sólo media hora. Por eso, Coco Bello, intimo amigo del base cordobés y chofer del automóvil que trasladaría al jugador, se tomó el trabajo de calcular el día anterior cuánto demoraba en unir ambos puntos. Así fue como en medio hora Milanesio ganó espectacularmente el torneo de triples en Lanús y
los dos Olimpias en el centro. El traje se lo puso arriba del auto, mientras Coco volaba por las avenidas tratando de llegar a tiempo. Las malas lenguas completan la historia afirmando que Marcelo ni siquiera se baño para recibir el esperado premio. Hoy la expectativa del básquetbol es diferente. Muy diferente porque es casi imposible que lo consiga un jugador de la Liga Nacional y porque nunca un NBA argentino podrá disfrutar de la gran fiesta. La sonrisa del vencedor sólo podrá verse en una pantalla gigante. Se sabe que esa ausencia entorpece las posibilidades de volver a obtenerlo. La fiesta no es completa si el mejor no toma la estatuilla sobre el escenario, frente a las cámaras de televisión. En Atenas 2004, vale recordarlo, la Argentina venció en cuartos de final a Grecia, ante 12.000 enfervorizados hinchas griegos; en semifinales superó nada menos que a la armada norteamericana con un casi Dream Team y en la final aplastó a la gran potencia italiana. En esa epopeya, Manu fue el goleador, el líder y la figura. Fue quizá el mejor Manu que se haya visto, con-
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“Más allá de si pude ganar alguno más, me gustaría estar en una fiesta alguna vez porque me parece que se vive un lindo clima de camaradería con el resto de los atletas. Ojalá pueda ir cuando me retire”
fiado, dominante, ganador. De aquella noche recuerdo que al salir del estadio, como dos horas después de la conmovedora coronación y tras hacer notas y enviar algo de material, me encontré en el desolado playón con un desorientado Ginóbili. El dueño del básquetbol olímpico había perdido el micro que debía trasladarlo a la Villa Olímpica. Dicen que cuando la delegación argentina estaba sobre el vehículo, Rubén Magnano exclamó: “¡Estamos todos!”. Alguien, sin mala intención, se supone, en medio de la locura que era ese ómnibus, respondió “¡Siiii!. Sólo cuando llegaron a la Villa advirtieron que Manu no estaba. Dos voluntarios lo vieron desorientado en el playón de estacionamietos y le preguntaron si quería que lo llevaran. Cuando Manu llegó a la Villa el carnaval ya estaba en marcha y la pelota del partido, que él había guardado en un bolso, ya no estaba. La perdió en esa noche de locura, de ensueño. Al básquetbol le queda la sensación de que pudo haber ganado el Olimpia también en 2005, cuando logró su segundo título NBA y con mucho más protagonismo que en el 2003. Tanto que por un voto no fue el MVP de la final. Con más razón debió ganar el Olimpia de oro en 2007, cuando se convirtió en uno de los escasos jugadores no norteamericanos que logró tres coronas en la liga
profesional de Estados Unidos. Por eso quizá hoy Manu dice: “Antes me generaba expectativa saber quién ganaría el Olimpia. Estudiaba las posibilidades de los ternados y todo. Miraba la fiesta por tele también. Sin embargo ahora no lo sigo tanto”. De todos modos agrega, “Igual es un orgullo haberlo ganado dos veces. Es un lindo premio, representativo dentro del deporte porque compiten todos los mejores del país. Además es prestigioso”, cuenta desde San Antonio vía telefónica, mientras afirma que las estatuillas están en una gran vitrina de su casa en Bahía Blanca. “Más allá de si pude ganar alguno más, me gustaría estar en una fiesta alguna vez porque me parece que se vive un lindo clima de camaradería con el resto de los atletas. Ojalá pueda ir cuando me retire”, finalizó Manu. Está claro que no hay rencor en el mejor basquetbolista argentino de todos los tiempos. Entiende situaciones, sabe de organizar fiesta y tratar con sponsors, medios y público. Tampoco existe en el básquetbol ningún reclamo, porque es simple imaginar que cada atleta y cada deporte supone y cree que pudo merecer mucho más en cada entrega del histórico premio Olimpia. Un poco de eso se trata.
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1958 osvaldo suรกrez 1963 juan carlos dyrzka 2006 germรกn chiaraviglio
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Deporte; Estrategia, símbolo y transformación Banco Galicia, fundado en 1905, genero en su amplia trayectoria un valioso aporte a la Cultura, la Educación y el Deporte. En esta ocasión ee nuestro deseo reflexionar sobre el deporte desde un ángulo diferente, acaso desde un extrañamiento necesario para comprender el valor profundo de esta dimensión cultural donde la naturaleza humana se reencuentra a sí misma por caminos inesperados.
El hombre moderno se reconquista –a sí, pero asociado a su identidad colectiva– en el deporte. Este ha crecido históricamente como espacio social donde se reproducen valores intrínsecos a la naturaleza humana: superación personal, integración, respeto por las reglas, perseverancia, trabajo en equipo, autodisciplina, responsabilidad, cooperación, honestidad, lealtad. Sin embargo, a su vez, el deporte sintoniza un instinto irracional, ancestral, de competitividad y confrontación con determinado “otro”. Pero su articulación lo plantea de la manera más inteligente y provechosa que supimos imaginarnos. Lo cual reviste, en este sentido, un valor portentoso para la humanidad. En la medida en que está ligado a la existencia de un adversario, una confrontación intensa y a su vez siempre ofrece revancha (y no muerte) la práctica deportiva cala profundamente en el instinto guerrero; nos recuerda que no somos razón pura pero plantea una confrontación basada en la igualdad de oportunidades y en la constante renovación de dichas oportunidades.
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Si nos detenemos a pensar en esta combinación tan particular, encontraremos resignificado el valor profundo e irremplazable del ámbito deportivo. Es decir, el territorio genuino donde se formaliza la canalización óptima de un deseo de conquista (incluso de combate) inherente al hombre, pero en el marco pacífico y solidario de los beneficios comunitarios, sanitarios, sociales y culturales que el mismo afán, bien encauzado, otorga. Ciertamente, una amplia variedad de deportes nacieron vinculados la cultura militar en la Grecia antigua, donde a la vez de registrarse su origen primigenio, es constatable el hecho de que la práctica militar y deportiva se influyeron mutuamente. Así, los emblemáticos Juegos Olímpicos celebrados desde el 776 a. C. hasta el año 394 d. C. cada cuatro años, participaron sinérgicamente de una cosmogonía intrínseca a la más rica cultura de la civilización occidental.
rior –y en consecuencia con ello– un derecho. No siempre lo fue; dado su aspecto lúdico, hasta mediados del siglo XIX estuvo reservado a los poderosos. Es decir, a quienes tenían tiempo ocioso para practicarlo; miembros de la nobleza o la aristocracia. Así, lo doblemente atractivo del deporte hoy –y muy en particular de las maratones, que apenas requieren estructuras para su práctica– nos habla de una evolución como sociedad, en el marco de un contexto racional donde incluso el adulto puede proyectar sus desafíos en un terreno tan plenamente simbólico como el arte mismo, pero a diferencia de este, extraordinariamente físico y estratégico. La dimensión integradora de estos distintos aspectos es algo que sólo el deporte puede ofrecer, y por eso he insistido, al comienzo de las presentes líneas, en hablar de “celebración”. Pues el deporte, como el arte, transforma; abre la puerta a una nueva mirada a partir de la cual el mundo íntegro puede, merece ser reformulado.
El Deporte es además de todo lo ante-
Diego Videla
Osvaldo Suárez
EL DUEÑO DE LAS CALLES Por Ricardo Fioravanti
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Cuando se revisa la historia del atletismo argentino, observa que hubo una época que estuvo marcada por un hombre. Ese hombre, Osvaldo Suárez, obtuvo la victoria en muchísimas carreras a nivel internacional, imponiéndose sobre verdaderas leyendas del atletismo mundial (como el etíope Abebe Bikila). Ese hombre, ganó tres veces la famosa carrera de San Silvestre en Brasil, la primera en 1958, hace más de 50 años. Un logro que le valió el reconocimiento del Círculo de Periodistas Deportivos, pues se hizo acreedor al Olimpia de Oro. “No recuerdo quien me entregó el premio, estaba muy nervioso; sabía que tenía chances, pero hasta que no anunciaron mi nombre tenía como un nudo en el estómago”. “La San Silvestre la tenía que haber ganado en 1957, me tenía una fe bárbara, pero me agarré feo con el ruso Vladimir Kutz. Hay una subida como
de 800 metros, yo venía punteando y me pasó, lo pasé, nos cruzamos 20 veces. En los 500 metros finales, que era mi fuerte, quedé muerto. Al final terminé segundo, me ganó el portugués Manuel Faría. Mi entrenador austríaco, Alejandro Stirling, me dijo que había hecho una gran macana. Un triple esfuerzo. Si la planteaba bien, la tenía que haber ganado. Al año siguiente le hice caso y gané por más de 100 metros. Fue mi primer triunfo importante. Una alegría enorme, algo impensado. Nunca había ganado un argentino, ni volvió a ganar. Para mí fue una presentación a nivel mundial, después me llovían las invitaciones. Hice diez giras europeas”. Repitió en 1959 y 1960, y de ésta última contó una linda anécdota. “Justo me casé con Ema (su mujer de toda la vida) y le prometí que íbamos, corría y después nos quedábamos de luna de miel recorriendo Brasil”.
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Juan Carlos Dyrzka
Su récord tiene más de 40 años Por Roberto Gerbasi
1963
Juan Carlos Dyrzka nació en la Ciudad de Buenos Aires el 24 de Marzo de 1941. Siendo apenas un niño, y por ese albur al que llamamos casualidad, se acercó a la actividad que lo llevaría a ocupar un lugar destacado en la historia del deporte argentino: El atletismo. “Era la época de los viejos torneos deportivos intercolegiales. Un día me enteré de que se había producido una vacante en Vallas, y me presenté. Como nunca había competido, mi padre, que había sido atleta, me preparó enseñándome la técnica durante quince días, y gané aquella primera competencia. Allí me pico el bichito del triunfo: comencé a entrenarme cada vez mas, y a superarme en la competencia contra el reloj y contra los tiempos de mis rivales.” Su carrera deportiva fue en constante ascenso hasta alcanzar su primer gran impacto en 1963. En ese año completó un póker de medallas doradas, ganan-
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do el oro en los Juegos Iberoamericanos de Madrid, en los Panamericanos de San Pablo, en el preolímpico clasificatorio para los juegos de Tokio y, por ultimo, triunfando en el match que los ganadores de los Iberoamericanos sostenían frente a atletas alemanes. Pero había más oro reservado para él: El Circulo de Periodistas Deportivos le iba a otorgar el Olimpia que consagra al mejor deportista del año. “Ha pasado tanto tiempo que uno debe cerrar los ojos y volver a ver la película de aquel momento. Fue una gran alegría, porque el Olimpia es un premio que se otorga a los mejores, y yo me sentí muy identificado en ese sentido. En esa época había deportistas muy destacados, como Luis Alberto Nicolao, en Natación, Alberto Demiddi, en Remo, futbolistas también muy famosos, y el hecho de ser yo el premiado fue un motivo de enorme satisfacción. Recuerdo que mis padres estaban presentes, y a mi me
“El Olimpia fue el broche de oro para un gran momento de mi carrera, porque después, si bien seguÍ compitiendo, me casé y me fui alejando paulatinamente de la alta competitividad..” llenó de orgullo que ellos vieran que su hijo recibía ese gran trofeo, que esta reservado para unos pocos elegidos. Cuando José López Pájaro, que era presidente del Círculo, me dio un abrazo y me entrego la estatuilla, me temblaron las piernas de la emoción.” Aquella noche de 1963, Juan Carlos Dyrzka no se veía como candidato al Olimpia de Oro. Pero íntimamente, sabía que ganarlo no habría de suponer una injusticia. “No esperaba el premio, pero había
tenido tres actuaciones importantes ese año, que me ponían en igualdad de aspiraciones con otros atletas: Primero gané la prueba de 400 metros con vallas de los Juegos Panamericanos, en Brasil, postergando a los dos norteamericanos que participaban en la prueba. Después fui campeón sudamericano en Cali, Colombia, y más tarde gané el campeonato Preolímpico, siempre en los 400 metros con vallas, que era mi especialidad. Creo que el Circulo en ese momento eligió hacer hincapié en los deportes amateurs, ya que al año siguiente tendrían
lugar los Juegos Olímpicos de Tokio. El Olimpia fue el broche de oro para un gran momento de mi carrera, porque después, si bien seguí compitiendo, me casé y me fui alejando paulatinamente de la alta competitividad, aunque en 1968, en México, marque el record argentino de 400 metros con vallas, que todavía permanece imbatido, como uno de los mas añejos del atletismo argentino. Por supuesto que todavía conservo aquel Olimpia, esta en un modular del living, es uno de los primeros objetos que se pueden ver al entrar a mi casa. Guardo para el un lugar preferencial.”
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Germán Chiaraviglio
Esa tarde sentí que pasaba algo raro Por Fabiana García
2006
Germán Chiaraviglio ganó el Olimpia de oro en el año 2006, cuando tenía 19 años, y fue el cierre de una temporada extraordinaria. Había ganado todos los torneos de su categoría hasta lo más alto como el Mundial Junior y, en mayores, el Iberoamericano y la medalla de bronce en la Copa del Mundo en Grecia .Sin embargo la gente del atletismo no se imaginaba que el máximo reconocimiento que se otorga al deporte argentino, iba a recaer en un jóven del atletismo. En lo personal pensaba que el Olimpia de Oro podía ser para Adolfo Cambiasso o David Nalbandian… Por la cercanía que tenía en ese momento con Germán Chiaraviglio, desde el punto de vista periodístico doy fe que Germán fue a esa entrega de los Olimpia sabiendo que era el más destacado en atletismo, pero que jamás pensó que iba a ganar el de oro. Pero mejor que sea él quien cuente lo que ocurrió ese día.
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_ ¿ Qué significó esa noche recibir el Olimpia de Oro? _ No me lo esperaba en absoluto, teniendo en cuenta la calidad de los deportistas que había, de deportes mucho más renombrados que el atletismo. De todos modos esa tarde yo sentí que pasaba algo raro, porque me hacían muchas notas en el hotel antes de ir a la entrega .Pero sinceramente, a pesar de esto, no me esperaba que me lo entreguen a mi. _ ¿ Y cuando escuchaste tu nombre que sentiste?. _ Fue una sorpresa, y significó una gran alegría…una linda sorpresa estar en esa situación, junto a otros deportistas. Me sentí muy agradecido con los periodistas del círculo , porque para cualquier deportista es un orgullo, pero si considerás que venís de un deporte como el atletismo no tan reconocido y del interior del país, son cosas que suman a que se valore mucho más. Recién caí los días posterio-
“Fue una sorpresa, y significó una gran alegría… una linda sorpresa estar en esa situación, junto a otros deportistas. Me sentí muy agradecido con los periodistas del círculo , porque para cualquier deportista es un orgullo, pero si considerás que venís de un deporte como el atletismo no tan reconocido y del interior del país, son cosas que suman a que se valore mucho más...”
res cuando tuvo más repercusión todo lo del premio.
todo el año fue constante mi actuación de principio a fin.
_ ¿ Sentiste que no sabías que decir? _ La verdad que no me resultó fácil, hablar delante de tanta gente, uno dice lo que le sale, no tenía ni ensayado un discurso. Lo importante fue agradecer a toda la gente que ayudó y que estuvo conmigo y que me permitió que llegara a hasta ese lugar.
_ ¿ Qué significado tiene compartir ese logro con una galería de notables deportistas? _ Para mí y el atletismo en general significó un orgullo muy grande, que un atleta esté en una lista con deportistas de tanta jerarquía, como Fangio, Gabriela Sabatini, Diego Maradona entre otros. Yo no me puse como objetivo ganar el Olimpia de Oro, los objetivos que uno se plantea son siempre de competencia, pero como deportista es un reconocimiento muy importante. Y en esa lista de deportistas tan destacados que han ganado el Olimpia de Oro, la verdad que tener un lugarcito es un orgullo muy grande.
_ ¿ Porqué pensás que te otorgaron la máxima distinción? _ Ese fue un año de muchos logros, gané el Campeonato Mundial Junior en Beijing, el tercer lugar en la Copa del Mundo, gané el Iberoamericano, los Odesur, creo que se basaron en todo eso, en todo lo que había ganado, lo de mi categoría y más. Durante
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“Anhelo verlo saltar de nuevo sobre los 5,70” Germán Chiaraviglio está ligado a mis recuerdos más preciados, cómo periodista de el diario El Litoral de Santa Fe, pude acompañarlo a los máximos eventos, contando con la invitación de la Federación Internacional de Atletismo, que es una enorme entidad deportiva.
(Foto gentileza Diario El Litoral)
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Estuve cuando fue subcampeón mundial en Grossetto (Italia) 2004 y desde ese día supe que no descansaría hasta consagrarse campeón mundial junior. Ese día llegó en Beijing, y tuve la enorme satisfacción de disfrutarlo. Ese certamen lo recuerdo cómo lo máximo, de por sí el lugar, tan exóti-
co, le brindó una magia especial. Esa noche que ganó (eran las siete de la mañana de Argentina) la emoción fue suprema, tuvo un rendimiento impecable, estuvo en su mejor forma de todas las veces que lo vi saltar, y de hecho fue la vez que más alto saltó: 5.71. Disfrutaba tanto en cada salto, que aún los chinos, tan extremadamente diferentes a nosotros captaron su personalidad en las tribunas y lo ovacionaron en sus últimos saltos. Esa noche, fue, cómo titulé para mi nota en el diario “El emperador de China”. Cómo expresé, verlo saltar sobre los 5.71 fue un momento que no olvidaré
nunca, y anhelo profundamente que vuelva a estar en ese nivel. En ese torneo pude entrevistar a Serguei Bubka, el máximo exponente del salto con garrocha y en la nota, él, además de destacar las condiciones técnicas de Germán y el buen físico y mentalidad, recalcó en varias oportunidades que “su futuro dependería de cómo se adaptará a la categoría mayores y que los próximos dos años iban a ser cruciales en su carrera”. En ese momento, a la vista de los resultados costaba imaginar el porqué de las palabras del ucraniano, pero sin dudas su experiencia avalaba tal afirmación. Y vaya si tuvo razón, pos-
terior a China Germán se enfrentó a una seguidilla de lesiones, a las cuáles ahora parece haberle puesto punto final con una intervención quirúrgica. En este tiempo alejado de la pista considero que aprendió muchísimo de la vida, de sobreponerse a la adversidad y a mantener un constante optimismo. Afirmo que es un excelente deportista y ojalá se recupere para demostrarlo, pero me satisface más aún que mi carrera periodística me ligó a una gran persona, que en cualquier parte del mundo dónde esté te sorprende con un “hola” desde el chat y se interesa por tu vida y siempre te dice “seguí para adelante”. Esa es mi opinión de Germán Chiaraviglio.
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1960 rodolfo hossinger
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RODOLFO HOSSINGER
EL AMIGO DEL VIENTO Por Rafael Vaccaro
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El elegante caballero recibió la estatuilla. La tomó entre sus manos, suavemente. Y sonrió. A pesar de su gran triunfo –campeón mundial de volovelismo- no esperaba ser elegido el mejor deportista del año. Su asombro era lógico. En 1960 pocos conocían qué era el vuelo a vela. Pero la máxima victoria, alcanzada a bordo de un “Skylark 3” en la ciudad de Colonia, Alemania, fundamentó la justa decisión de los periodistas. En ese torneo, del que participaron 72 deportistas de 27 países, Rodolfo Hossinger había llegado a la cumbre. Amigo de la aventura, “Rolf” acostumbraba a deslizarse con singular pericia por cielos azules y luminosos. Como pocos elegidos disfrutó de ese placer intenso y absolutamente silencioso. Pero también supo de alturas tensas y sombrías, cuando mucho después participó de vuelos de rescate en la guerra de Malvinas. Nació en 1930 en El Dorado, Misiones, y
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todavía niño, viajó con sus padres a Suecia, donde en plena adolescencia realizó su primer vuelo sin motor. Allí se destacó como jugador de hockey sobre hielo y llegó a integrar el seleccionado sueco de handball, deporte que, ya de regreso en nuestra tierra, practicó en la Sociedad de Gimnasia de Vicente López. A lo largo de la vida sus múltiples destrezas le permitieron conquistar triunfos en distintas disciplinas, pero también cosechar amigos, admiración y respeto. Cuando ganó el Olimpia su deporte era casi una curiosidad, aunque el vuelo a vela se practicaba regularmente en la Argentina desde hacía tres décadas. Por entonces, en el local de la revista “Ciencia Popular” había sido fundado Club Argentino de Planeadores Albatros; poco después se importaban aeronaves sin motor de Estados Unidos y comenzaba la construcción de máquinas en nuestro país. Arribaron más tarde especialistas de Alemania -desde donde el deporte se
“A lo largo de la vida sus múltiples destrezas le permitieron conquistar triunfos en distintas disciplinas, pero también cosechar amigos, admiración y respeto”.
expandió hacia distintas partes del mundo- y a mediados de los años 40, con más de veinte clubes dedicados a la actividad, fue creada un área específica dependiente de la Secretaría de Aeronáutica. Luego de la segunda guerra mundial, fue optimizada la preparación con el aporte de técnicos europeos y la práctica elevó progresivamente su nivel. Hacia 1950 era creada la Federación Argentina y los vuelos silenciosos fueron incorporados a la Escuela de Aviación Militar. En ese tiempo los campeonatos nacionales y regionales comenzaron a realizarse con regularidad y, por su participación en los Mundiales, Argentina alcanzó reconocimiento internacional. Con ese marco Hossinger forjó su carrera deportiva, registrando actuaciones que merecen ser recordadas. En 1959 cruzó el Río de la Plata con el mismo velero que lo llevaría luego al campeonato del mundo; poco después batió el récord nacional con un recorrido de 589 kilómetros sobre
la provincia de Buenos Aires; representó a la Argentina en nueve mundiales y fue jefe del equipo nacional en el disputado en Polonia (2003). Una vocación ineludible impulsó, a su vez, su desarrollo profesional: fue piloto de una compañía petrolera, comandante de Aerolíneas Argentinas y brillante instructor de vuelo. Y esa misma pasión por navegar en las alturas lo llevó, entre otras proezas, a volar dirigibles y, cuando había cumplido 80 años, a unir nuestro país con Uruguay a bordo de un globo aerostático. Las innumerables distinciones que acompañaron su trayectoria fueron recibidas siempre con el mismo gesto: una simple sonrisa. Por eso, la fineza de su actitud volvió a repetirse al acariciar el trofeo del Círculo. Es cierto que, en aquel tiempo, el público en general poco sabía sobre el uso deportivo de los vientos ascendentes o
las corrientes térmicas. Justo es decir que ahora tampoco son muchas las personas familiarizadas con el tema. Quizás esto ocurra porque en lo más alto -hacia donde Hossinger se dirigió para no volver en 2005- hay poco lugar para el bullicio, la estridencia y la vulgaridad. Tal vez porque en ese espacio el coraje no recibe ovaciones, ni la pasión suele confundirse con gritos desenfrenados. Quienes frecuentan las proximidades del paraíso saben que sus destrezas no se traducen en contratos millonarios ni en vanidosas apariciones públicas. Cabe suponer que en ese ámbito la palabra deportista adquiere otra dimensión, y, en este caso particular, puede ser fácilmente vinculada con la distinción, la aventura y el heroísmo. Será por estas razones que, fiel a su sobria identidad, aquel rubio valiente y generoso dejó un inalterable recuerdo de moderación y cortesía. Eran otros tiempos, claro. Eran otros cielos. Eran otros hombres.
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1957 pedro dellacha 1979-1986 diego armando maradona 1991 oscar alfredo ruggeri 2004 carlos tĂŠvez
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PEDRO DELLACHA
Don Pedro del Área Por Dante Zavatarelli
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Presencia inquietante por lo imponente de su musculatura; por el despliegue; por el tesón en el esfuerzo; por la seguridad con que encaraba aún la jugada más peligrosa; por el derroche de optimismo acompañado de precisión en tiempo y distancia cuando salía a cortar; por la contundencia de su acción frente al adversario ya fuera por arriba o a ras del piso. El día que lo probaron en Boca, Carlos Caloccero le pidió que jugara un poco más liviano porque había entrado dos o tres veces muy fuerte. Fue una tarde de 1941 en cancha de San Telmo. Recio, fuerte, guapo, potente, gana-
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dor, vigoroso. En cada acción unicamente se guardaba la lealtad. Sólo lo expulsaron una vez, paradójicamente, junto a un caballero del fútbol, Ricardo Infante. El Tribunal de Penas amonestó a ambos pero no los suspendió. Voz atiplada que escondía un temperamento grave en la acción forjado a la sombra de Perico Marante, junto a quien debuto en la primera división. Cinco años en Quilmes descubrieron su calidad de jugador y lo templaron en la vida y en la profesión. Como aquella tarde que después de haber ganado el campeonato en Unión de Santa Fe, para escapar de las agresio-
Dibujo de Pedro Dellacha, quien como entrenador hizo debutar a Ricardo Bocchini
“Cinco años en Quilmes descubrieron su calidad de jugador y lo templaron en la vida y en la profesión”.
nes (piedras y tiros) debieron huir de la cancha por los techos de las casas vecinas, con el plus de tener que ayudar a escalar y descender al director técnico, que estaba un poco gordito, Ya con la chapa de Pedro Rodolfo Dellacha, -uno de los primeros jugadores a quien se lo nombró con sus dos nombres como impuso luego por su extraordinaria capacidad Diego Armando Maradona,- lo esperaban cinco años en Racing y en la selección. El notable defensor se había consolidado. Continuidad en el alto rendimiento, reconocimiento general a su altísima eficacia e indelebles partidos
que quedaron destacados en su memoria. Entre otros, un Racing-Rosario Central en el 55 donde a él, Federico Vairo le cometió un penal que al ejecutarlo lo atajó Bottazzi; un gol de tiro libre desde el costado del círculo central (casi cincuenta metros) cuando todos esperaban un centro, previo anuncio a “Cacho” Giménez: “Cacho pateo al arco porque Castro (arquero de Newells) está muy recostado sobre un palo” y de recibir por respuesta: “vos estás loco”. En la selección, un partido frente a Chile donde después de quitar la pelota salió gambeteando casi hasta la
mitad de la cancha con una finura y delicadeza no muy habitual y recibiendo esa tarde el mote de “Don Pedro del Área” con que lo distinguiera Félix Daniel Frascara. Después llegó “el gran capitán” como lo presentara llevando la bandera argentina la revista “El Gráfico” en foto de tapa. Ya se habían rendido ante él Kubala, Walter Gomez, Pelé y otros grandes. Ya había sido junto a “Pipo” Rossi, Corbatta, Maschio, Angelillo y Sívori uno de los soportes principales del título sudamericano del 57 en Lima. ‘¡No fue por casualidad Olimpia!
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DIEGO ARMANDO MARADONA
El Deportista del Siglo Por Daniel Arcucci
1979 1986
En el origen. En la cúspide. En la despedida. No son muchos, en verdad, los que pueden jactarse de haber acompañado la carrera de Diego Armando Maradona, desde el principio hasta el final. Como una convencida apuesta al futuro en el comienzo, como un lógico reconocimiento al logro máximo en el medio, como un homenaje imprescindible en el cierre, el premio Olimpia apareció en momentos clave de la vida de un futbolista que marcó para siempre la historia del deporte argentino. Cuando el 19 de mayo de 1978 Maradona escuchó de boca de César Luis Menotti que se quedaba al margen del plantel que jugaría el Mundial de la Argentina, se juramentó un desquite. Fue aquella misma tarde, en una reunión familiar donde no faltaron las lágrimas, que dijo lo que dijo: “Esto no va a quedar así. Ahora voy a jugar mejor que nunca, voy a meter muchos
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goles, voy a pasarles el trapo a todos, voy a salir campeón. Lo voy a hacer por mí, por ustedes, por Fiorito…”. Estaba descubriendo, quizás sin quererlo, un combustible que movilizaría su carrera para siempre. La necesidad de demostrar su valor. Al domingo siguiente, con la camiseta de Argentinos, empezó a hacer goles y no paró más. Al año siguiente fue goleador del Campeonato Metropolitano y del Campeonato Nacional. Fue campeón mundial juvenil. Y fue, por supuesto, Olimpia de Plata al mejor futbolista argentino y Olimpia de Oro al mejor deportista del país. Lo agradeció con una voz todavía parecida a aquella de su primera imagen conocida, aquella del “Mi sueño es jugar en la selección…”. Cuando el l5 de diciembre de 1986 subió otra vez al escenario, aquel sueño se había hecho realidad. El premio era el mismo, pero él ya era otro. En aparien-
“Mi sueño es jugar en la selección…”.
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De charlas como esta, mano a mano, surgió la autobiografía de Maradona “Yo soy el Diego” escrita por Daniel Arcucci
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“Yo… ¿qué puedo decir? Que estoy muy emocionado y que voy a luchar con todas mis fuerzas para estar el próximo año otra vez con ustedes. Gracias, espero que se hayan divertido”.
cia, por lo menos. El enorme nudo de corbata –como de adolescente trajeado en fiesta de casamiento- le había dado paso a un moño –como de caballero en fiesta de gala- y ya no era el joven que prometía sino el hombre que había cumplido. Campeón entre campeones, porque 1986 no fue un año más para el deporte argentino: River intercontinental, Argentinos interamericano, Martillo Roldán, Gabriela Sabatini, Los Pumas… y la selección argentina campeona del mundo en México ’86. “Yo… ¿qué puedo decir? Que estoy muy emocionado y que voy a luchar con todas mis fuerzas para estar el próximo año otra vez con ustedes. Gracias, espero que se hayan divertido”, dijo entonces, antes de volver a mezclarse con cierto pudor entre el resto de los
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deportistas y después de recibir, una vez más, el Olimpia de Plata y el Olimpia de Oro, de manos de vicepresidente de la Nación, Víctor Martínez. Como otras veces había hecho con la selección, había viajado desde Nápoles a Buenos Aires pura y exclusivamente para recibir el premio. El domingo 14 de diciembre jugó con el Napoli ante el Milan, en el Giusseppe Meazza. De allí, en taxi hasta el aeropuerto de Linate, donde abordó un vuelo que debía partir a las 21 y finalmente despegó a la medianoche. Doce horas después aterrizó en la Argentina, donde permaneció durante 28 horas, tres de ellas en la gran fiesta del Sheraton Hotel. “Definitivamente, los jugadores de fútbol hacen feliz a la gente en la Argentina. Eso nos hace,
o nos debe hacer, poner un poquito, no digo agrandados, pero sí orgullosos de nosotros mismos. Lo sentí por la forma en la que la gente aplaudió cuando me entregaron el Olimpia de Oro. Porque lo gané yo, pero el aplauso iba para todos los jugadores de la selección que ganaron la Copa del Mundo, para todos los que ganaron algo. O sea, era el aplauso para todos, resumido en Maradona”. Cuando el 20 de diciembre de 1999 subió una vez más al escenario, volvió a escuchar el aplauso de todos, pero esta vez era el deporte argentino el que se resumía en Maradona: con el Olimpia de Platino en sus manos, ya era el Deportista del Siglo. El fin del recorrido. Apuesta, reconocimiento y homenaje. Origen, cúspide y despedida. El Olimpia, siempre con Maradona.
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OSCAR ALFREDO RUGGERI
Un ganador nato
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Oscar Alfredo Ruggeri jugó en Boca, River, Real Madrid, América de México y San Lorenzo entre otros equipos. Jugador temperamental? Más que eso. Un ganador nato. Un ejemplo de convicción y un creyente de que todo se puede. Es uno de los jugadores más exitosos de la historia del fútbol argentino y uno de los mejores defensores que hayan vestido la celeste y blanca. De una técnica no tan refinada, siempre usó su cuerpo y su personalidad para imponerse. Fue insuperable en el juego aéreo. Y siempre fue un jugador de mucha entrega. Pero además de todas las victorias, el Cabezón también se peleó con todos. Se cruzó con Diego Maradona, a quien agradecerá eternamente por su fidelidad para tenerlo como ayudante, aunque no prosperó el pedido. Increible, pero real; pero ese es otro tema. Se trenzó con los dirigentes de San Lorenzo de donde lo echaron por orga-
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Por Leo Morales
nizar una huelga en el fútbol en el año ‘97. Se peleó con Chilavert a quien casi deja lisiado luego de tirarle una plancha de espaldas. Jugando para Lanús, fue protagonista de hechos violentos en una escandalosa final de la Copa Conmebol ante el Atlético Mineiro. En mi programa en Radio América, “Economía Deportiva”, donde se habla de Marketing Deportivo, llamamos a Ruggeri para hablar acerca de las marcas que había vestido en su carrera. El programa es de una hora de duración, sin embargo agradezco a Oscar, haber hablado la hora entera y contar datos y anécdotas que jamás había escuchado. La gente agradecida, por lo locuaz y sin pelos en la lengua, cosa que no abunda. En 1991, el diario El País de Montevideo le otorgó el premio ‘Rey del Fútbol de América’, que lo distinguió como uno de los mejores futbolistas sudamericanos. También ese mismo año, el Círculo de Periodistas Deportivos de
“Es uno de los jugadores más exitosos de la historia del fútbol argentino y uno de los mejores defensores que hayan vestido la celeste y blanca”.
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“Un tipo con mucha personalidad que mientras fue jugador usó su capacidad física en desmedro de los demás”.
Buenos Aires lo corona como ‘Olimpia de Plata’ en categoría fútbol y a su vez ‘Olimpia de Oro’ por ser el deportista más destacado del año en la Argentina. Ruggeri, acostumbrado a los records y a las cifras, tiene otra muy especial como internacional. En 33 encuentros y casi 4 años en la selección argentina no perdió ningún partido, siendo el capitán en la mayoría de dichos encuentros. Integró el histórico equipo campeón de Boca de 1981 con Maradona. Obtuvo 4 títulos con el exitoso River del Bambino Veira. Llegó a la Selección y
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luego partió rumbo a Madrid para jugar en el Real, donde salió campeón. Con la Selección ganó dos Copa América, ‘91 y ‘93. Fue Olimpia de Oro en 1991, ganó más títulos con la albiceleste y luego volvió al país. Como si le faltara algo, salió campeón con San Lorenzo. Lo que se dice, un ganador neto. Un tipo con mucha personalidad que mientras fue jugador usó su capacidad física en desmedro de los demás. Y que aún, luego del retiro, siguió siendo polémico, Oscar Ruggeri será por siempre uno de los mejores jugadores de la historia del fútbol argentino.
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CARLOS TÉVEZ
el Jugador del pueblo Por Jorge Norberto Torres
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Carlos Tévez no atesora únicamente los títulos que ganó con Boca, con Corinthians, con Manchester United, con la Selección Nacional, ni tampoco se lució solamente en West Ham y Manchester City. ¡Qué va! Todo eso, que ya de por sí encierra un mérito extraordinario, lo conocemos bien, lo vimos y lo seguiremos valorando cada vez que se repase la historia de los enormes futbolistas que dio, da y seguirá dando la Argentina. Y entre los que está él, sin duda alguna. Pasa que Carlitos suma muchas otras conquistas. En los potreros, en Fuerte
Apache, en los torneos de barrio, en los picados, en el baby y en las infantiles All Boys. Ya desde pibe se destacaba como “el” goleador. Diego, músico de Piolavago, la banda de cumbia que crearon los Tevez, recuerda las características que su hermano tuvo desde la niñez. Buen fútbol, coraje y definición Dice que Carlos peleaba cada pelota como si fuera la última. “Siempre jugó igual”. Y así empezó a ganar esos “títulos” y esas “medallas” que no figuran en las estadísticas del profesionalismo. También en la vida misma hay logros que no van a los
“Un campeón en todo su recorrido futbolero. Su barrio y su familia ya lo habían consagrado desde jovencito, antes que llegaran los grandes contratos y los pases súper millonarios”.
papeles y que se obtienen por vivirla y entenderla así como lo hizo Carlitos. De chiquito tuvo quemaduras de tercer grado al sufrir un accidente casero con agua hirviendo. La cicatriz se puede ver claramente hoy día. Cuando ya se había abrazado con la fama le fue ofrecida una operación estética, pero no aceptó por considerar que el aspecto físico no influye en el cariño que la gente le tiene. Cariño y en algunos casos idolatría que se ganó de todas las hinchadas de los clubes por los que pasó. Un tributo que le llega desde las tribunas por su guapeza y sus
goles. Desde los que metía en aquellos arquitos hechos con bolsos hasta los que terminó marcando en los más grandes escenarios del fútbol mundial. Un campeón en todo su recorrido futbolero. Su barrio y su familia ya lo habían consagrado desde jovencito, antes que llegaran los grandes contratos y los pases súper millonarios. Lo querían y apoyaban por su manera de jugar y de ser, por su pasión, su esfuerzo y las ganas de triunfar. Bastaba ver su llegada a los entrenamientos de Boca en aquellos primeros tiempos con la azul y oro. Dicen algunos
dirigentes que el auto en el que llevaban a Tévez parecía un colectivo. Iban familiares y amigos acompañando al pibe. Carlitos era una alegría para todos ellos. Un chico que contagiaba fe, esperanza, optimismo. Y eso que por entonces le quedaban por escribir páginas y páginas de gloria. Como la de ser el único argentino que ganó la Copa Libertadores, la Sudamericana, la Intercontinental, la Copa de Campeones de Europa y el Mundial de Clubes. Y ser uno de los apenas cuatro jugadores de fútbol que en la historia de los Olimpia llegaron al ansiado
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“Dicen algunos dirigentes que el auto en el que llevaban a Tévez parecía un colectivo. Iban familiares y amigos acompañando al pibe. Carlitos era una alegría para todos ellos. Un chico que contagiaba fe, esperanza, optimismo. Y eso que por entonces le quedaban por escribir páginas y páginas de gloria”.
Oro. En 2004 resultó la figura central y el goleador de un equipazo que consiguió lo que hasta entonces jamás había obtenido la Argentina: el título olímpico en fútbol. Este magnífico delantero que supo abrirse camino en la vida, que supo sortear adversidades, que enfrentó y superó a tremendos defensores, que metió goles en todas partes y que le convirtió a los rivales
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más clásicos de los equipos que integró es un indiscutido merecedor de éstos elogios y de aquel premio que el Círculo de Periodistas Deportivos y sus asociados le supieron otorgar. Reconocimiento al que Tévez respondió con orgullo formando parte de la fiesta que el CPD organizó en la ciudad de Vicente López y en la que por única vez hasta ese momento el Olimpia de
Oro fue compartido. Quiso el destino que por estar en plena competencia de la NBA, en Estados Unidos, el otro consagrado, Emanuel Ginóbili, no pudiera asistir, por lo que la estatuilla le fue entregada a su padre. Es decir que a la hora de recibir la doble e histórica distinción del Círculo había sólo uno de los dos deportistas distinguidos. Carlitos sólo nomás…
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Guillermo Alonso le comunica a Luciana Aymar que será parte del libro “Olimpias de Oro” (foto Enzo Galeota)
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Cambio de Planes. Guillermo Alonso
Como anticipé en Editorial este libro tenía prevista su aparición para fines de noviembre o principios de diciembre del 2010, pero cuando estábamos por mandarlo a imprenta tomamos conciencia que pocos días después de su aparición se entregarían los Olimpias del 2010 y por lo tanto el ganador o ganadora del Olimpia de Oro 2010 quedaría afuera. Asimismo, si bien el Círculo de Periodistas Deportivos decide el ganador del Olimpia de Oro el mismo día de la fiesta de entrega (en este caso el 21 de diciembre), era lógico suponer que la ganadora sería Luciana Aymar porque como capitana de Las Leonas había conquistado el Campeonato Mundial de Hockey sobre Césped disputado en Rosario, porque había sido nuevamente designada como la Mejor Jugadora del Mundo y porque es (o era) uno de los
extraños casos de grandes deportistas que mereciendo el Olimpia de Oro no lo habían conseguido. Postergamos entonces la aparición del libro para los primeros meses del 2011, hablamos con Gastón Saiz para que estuviera preparado por si la rosarina era designada Olimpia de Oro y nos sentamos en la hermosa fiesta realizada en el Polideportivo del Municipio de Almirante Brown en Ministro Rivadavia a esperar el veredicto de la plana mayor del Círculo. No nos equivocamos, Lucha Aymar lució radiante con sus dos Olimpias, con el aplauso de Diego Maradona, de Daniel Scioli, de Guillermo Vilas, de Osvaldo Suárez, de Santos Benigno Laciar y de tantos otros deportistas y periodistas presentes, y recibió con felicidad la noticia de que iba a ser parte de este libro.
El día de la entrega de los Olimpia, en el Polideportivo de Almirante Brown, se adjudicaron los premios Olimpia del Bicentenario. a los mejores premiados históricos de cada disciplina fueron: Atletismo: Osvaldo Suárez Automovilismo: Juan Manuel Fangio, Basquetbol: Emanuel Ginóbili, Boxeo: Carlos Monzón, Ciclismo: Juan Curuchet/Walter Pérez; Equitación: Carlos Moratorio, Fútbol: Diego Maradona, Golf: Roberto De Vicenzo, Hockey sobre Césped: Luciana Aymar; Hockey sobre Patines: Daniel Martinazzo, Natación: Luis Alberto Nicolao, Patín: Nora Vega, Polo: Adolfo Cambiasso, Remo: Alberto Demiddi, Rugby: Hugo Porta, Tenis: Guillermo Vilas, Yachting: Carlos Espínola
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LUCIANA AYMAR
El talento en envase de mujer Por Gastón Saiz
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Aquella noche del 11 de septiembre de 2010 fue la más feliz de su vida, y con diferencia. Horas atrás, Luciana Aymar se había consagrado campeona mundial con las Leonas por segunda vez y ya se entregaba a un festejo infinito en un autobús descapotable. Lucha era la bastonera del grupo: se había puesto de sombrero una larga galera celeste y blanca de cotillón que casi le tapaba los ojos. Jugaba de local, porque el vehículo iría desde el estadio Mundialista de Rosario hasta el Monumento a la Bandera, en una caravana que contemplarían fanáticos y advenedizos de todos los estratos sociales. “¡Vamos loco, griten, vamos!”, empezó a bramar Luciana a la gente en su versión más apasionada. Mientras el micro desandaba el paseo triunfal, la Nº 1 del hockey jugueteaba
con la Copa del Mundo, una especie de ensaladera que se iban prestando de mano en mano y que alzaban las 18 del plantel. En otros momentos, la rosarina hacía flamear una bandera argentina y cantaba dedicatorias a Holanda, el archirival recién vencido en la final. Estaba plena, envuelta en una emoción desbordante. Por una invitación del DT Carlos Retegui, tuve el privilegio de formar parte de aquella celebración arriba del vehículo, y en ese sábado glorioso contemplé bien de cerca la enorme satisfacción de Lucha por el deber cumplido. Ella acababa de liberarse de todas las presiones y había obtenido con las Leonas el certamen que siempre soñó, en el jardín de su casa. La conquista de su segundo Mundial,
Radiante Luciana Aymar con sus Olimpias (Plata y Oro) en el Polideportivo de Almirante Brown
luego de la primera hazaña en Perth 2002, fue el broche ideal para una carrera de currículum inmaculado: tres medallas olímpicas (plateada en Sydney 2000 y bronce en Atenas 2004 y Pekín 2008), dos títulos mundiales, cuatro Champions Trophy (Amstelveen 2001, Moenchengladbach 2008, Sydney 2009 y Nottingham 2010) y oro en los Juegos Panamericanos de 1999, 2003 y 2007, entre los lauros más importantes. No conforme con eso, en diciembre de 2010 ya perseguía su última gran presa: la medalla dorada de los Juegos Olímpicos de Londres 2012. Aún con el talento para el hockey adquirido desde la cuna, el mérito de Luciana se explica por su constante instinto de superación, por su deseo
de descubrir siempre nuevos secretos del juego. “Las personas que se fijan un techo o sienten que son las mejores del mundo, son las que en definitiva no terminan siendo perseverantes o mejorando cada año. Yo soy como una esponja, me gusta absorber cosas de los demás, soy muy observadora. Eso me permite superarme”. La frase sintetiza la filosofia deportiva y de vida de una chica que ya es una leyenda de su deporte, pero que a los 33 años sigue en actividad. Nunca nadie en el hockey sacó tanta diferencia técnica respecto de sus colegas, concepto refrendado con las siete distinciones que recibió por parte de la Federación Internacional (FIH) como “Mejor Jugadora del Mundo”. Y pensar que se inició en una cancha del Club Atlético Fisherton casi como
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Lucha Aymar con Gastón Saiz y Magui Aicega en Madrid 2006
“¡Vamos loco, griten, vamos!”, empezó a bramar Luciana a la gente en su versión más apasionada.
un pasatiempo, luego de probarse en patín, danza, natación, tenis y tantas otras actividades recreativas. Aymar ya dejó una huella en el deporte argentino por un sinnúmero de razones: junto con las Leonas popularizó a nivel nacional al hockey –reservado hasta entonces sólo para clubes y colegios- y lo convirtió en la disciplina preferida entre las mujeres.
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También, favoreció a la multiplicación de canchas sintéticas en varias provincias, un factor decisivo en el desarrollo de esta actividad. Por otro lado, se erigió como emblema de un seleccionado lleno de carisma e impronta ganadora, el único en la historia que atesoró tres medallas olímpicas consecutivas para la Argentina. Como si fuera poco, dada su innata habilidad, logró que fuese comparada con artis-
tas del fútbol como Maradona y Messi. De hecho, un día después de obtener el Olimpia de Oro y del Bicentenario, Lucha confesó: “Inconscientemente, siempre quise ser Diego. Transmitir lo que él transmitía en una cancha, ser distinta, captar el reconocimiento de la gente…”. Lucha lo consiguió, pero su espíritu ambicioso y su insobornable amor por la camiseta argentina la impulsan a ir por más.
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