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El jardín como una extensión de la identidad
from Jardines Imaginarios
by Paula Orozco
(ca. 1980). La abuela Inés en su jardín, sosteniendo las gallinas que criaba. Al lado Benji, uno de los dos únicos perros que ha tenido la familia. [Fotografía]. Recuperado de Archivo Familiar.
La construcción de un jardín implica la toma de decisiones sobre este: ¿Cómo va a distribuirse?, ¿Qué elementos lo van a conformar?, ¿Cuántos y qué clase de objetos van a habitar el lugar? Pero estas decisiones usualmente se le atribuyen a la persona que cuidará de este por el resto de su vida. Por ejemplo, en el caso del jardín de Anolaima, las decisiones las tomaba mi abuela, no por el hecho de que estuviera dentro de su casa, sino porque ella era quien lo había creado. Es decir, si hubiera sido cualquier otro miembro de la familia quien hubiera decidido crear y cuidar un jardín en este espacio, entonces el jardín sería de esta persona. Mi abuela construyó su jardín con sus propias manos, los recursos que tenía a su alrededor y sus conocimientos empíricos en jardinería. Decidió que iba a llenar su jardín de ‘zapatos’, aromáticas, sábilas y helechos. Así como prefirió que sus materas fueran ollas metálicas viejas, platones, latas de atún e incluso las mismas bacinillas de cerámica que ya no se usaban.
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En este punto quisiera que el lector pensara si alguna vez ha visto y percibido un jardín igual a otro, seguramente no. Claro, hay jardines parecidos en su distribución, en sus plantas y en sus colores, pero no existe un jardín que sea igual a otro. Y esta pregunta es equiparable a que le preguntara si alguna vez ha visto y percibido a una persona igual a otra. Apuesto a que en algún punto de su vida ha visto a algún par de gemelos, pero la forma en que los percibimos es totalmente diferente. Y es que, como las personas, los jardines tienen su propia personalidad, y esta resulta ser una extensión de quien está detrás de la toma de decisiones y cuidado del espacio. Esta relación se debe a que la formulación de un jardín propio contribuye a la construcción de la identidad, ya que el individuo ha dejado su huella en dicho espacio, al haber invertido todo su tiempo y dedicación en la cimentación de este (Bhatti, M., 2014). La relación entre la construcción de identidad y la construcción de un jardín, radica en las decisiones que tomamos sobre este, y es que el asentamiento de un espacio empieza cuando un individuo toma la decisión de construirlo. Como mencioné al inicio, esta misma persona es quien va a configurar la distribución y los elementos que habitarán el espacio.
Ahora bien, cuando configuramos el lugar y ubicamos los elementos, tratamos de que todos estos queden correctamente distribuidos en el espacio, por ejemplo, a mi abuela le gustaba agrupar las plantas; entonces en un lugar ponía todas las orquídeas, en otro los cactus, en otro los anturios, en otro las cebollas, y así con todos los tipos de plantas. En esta acción se refleja un deseo de imponer el orden en un lugar que biológicamente está configurado para estar desordenado. Porque nadie cuida los jardines de la naturaleza y, aún así, los espacios logran cuidarse a sí mismos. El jardín es un lugar lleno de vida que representa constante cambio y, acorde con Clément (1994, p. 10), estas mutaciones nos llevan a plantearnos preguntas relacionadas con las dinámicas de la transformación. Aunque, solemos tener apego por las estructuras y por las personas, desearíamos que estas cosas fueran inmutables pero tristemente no lo son. Este miedo a la transformación es equiparable con el miedo que tenemos a la muerte, pues no hay mayor ejemplo de transformación que el acto de envejecer. La muerte siempre nos pone en un territorio desconocido y lleno de incertidumbre, ya que lo vemos como el fin de todo; al marchitarse las plantas la gente suele arrancarlas sin pensar que en sus restos se encuentran las semillas de algo nuevo. La muerte es un estado que el hombre no puede controlar y mucho menos evitar. Es por esto que ejercer un acto de control sobre el jardín es un intento humano de permanecer en el tiempo.
(ca. 1995). La abuela Inés, Natas (mi hermana) y la tía Lety en un asado hecho en el jardín. [Fotografía]. Recuperado de Archivo Familiar.
Por otro lado, nuestra identidad también se cimienta a través de las experiencias que vivimos y las historias que contamos, acorde con Bhatti (2014), una forma importante de narrar las historias es a través de una autobiografía constituida no sólo por los grandes eventos de nuestra vida, sino por aquellas pequeñas aventuras que tienen cabida dentro de nuestra cotidianidad. En estas se revelan los retos y placeres diarios que afrontamos. Por ende, si el jardín constituye una parte importante de nuestro día a día sobre el que podemos contar una historia, significa que también es una parte importante en la construcción de nuestra identidad.
Llegado a este punto, es importante mencionar el papel de la memoria en la construcción de nuestra identidad. Por un lado tenemos el acto de habitar el jardín, de desenvolvernos en este y hacerlo parte de nuestra vida diaria: allí creamos memorias. Y dentro de estas memorias está plasmada nuestra esencia. Esto significa que cuando fallecemos, dichos espacios estarán permeados con el recuerdo de nuestra existencia. Aunque dihcas memorias no se hacen evidentes en el espacio, si constituyen una parte importante en la mente de quienes nos vieron habitar el lugar y con quienes lo compartimos.
Así pues, está el acto de recordar, esta actividad implica la evocación de sucesos de nuestro pasado, que nos permiten crear conexiones y asociaciones en nuestra mente. Estas reminiscencias en el tiempo dentro del jardín, nos permiten hacer una reconstrucción y reformulación de nuestra identidad, al mirar atrás y poder preguntarnos quiénes éramos. Por otro lado, el recordar sucesos individuales o colectivos también nos permite tener anhelos. Estos anhelos pueden ser aplicados en la construcción de lo que deseamos para nuestro futuro.
Mi abuela dejó plasmada su identidad dentro de su jardín y este, posterior a su muerte, se convirtió en un recuerdo vivo de ella. Pero este acto de preservarla a ella a través de su jardín era una tarea bilateral. Mi abuela dio el primer paso dejándonos su jardín como un legado. Pero es que su legado no era simplemente este espacio físico, sino también las memorias que giran en torno a dicho lugar.
(2019). Algunos cáctus que aun se conservan en el jardín actual. [Fotografía]. Elaboración Propia.
(2019). Las orquídeas ‘Zapato’, eran las favoritas de mi abuela. [Fotografía]. Elaboración Propia.
Probablemente, mi frase favorita de todos los textos que leí para desarrollar este proyecto es:
‘‘La vida excluye la nostalgia, no hay un pasado venidero.’’ (Clément, G., 1994, p.16)
Como yo la entiendo, el presente es un espacio que está en constante movimiento, donde no hay espacio para el pasado y el futuro, pues simplemente es lo que está sucediendo aquí y ahora. El presente es un espacio de constante cambio, pero que no se percata de ello. En el presente, en la vida y en el jardín no hay un lugar para la nostalgia. Por esto, los jardines son un espacio de perpetuidad donde no tiene cabida la muerte.