Viaje al corazón de las palabras

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Dirección de Publicaciones Generales: Sergio Tanhnuz Edición: Catalina Echeverría y Paula Peña Selección de textos: Rocío Serrano Ilustraciones: Francisca Yáñez Dirección de Arte: Carmen Gloria Robles Diseño: Edith Parra Pablo Neruda “Oda al amor”, Odas elementales ©Fundación Pablo Neruda, 2014 Julio Cortázar “Viajes”, Historias de cronopios y de famas © Herederos de Julio Cortázar, 2014 Fernando Emmerich “La Tirana del Tamarugal”, Leyendas chilenas, 2007 © Editorial Pehuén “La orden Franciscana de Chile autoriza el uso de la obra de Gabriela Mistral. Lo equivalente a los derechos de autoría es entregado a la Orden Franciscana de Chile, para los niños de Montegrande y de Chile, de conformidad a la voluntad de Gabriela Mistral”. ©Ediciones SM Chile S.A. Coyancura 2283, oficina 203 Providencia, Santiago de Chile

ISBN: 978-956-349-660-4 Registro de edición: 239.999 Impreso en Chile / Printed in Chile Impreso por: xxxxxxxxxxxx Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución en ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público.


Viaje al coraz贸n de las

palabras

Antolog铆a


En esta antología encontrarás textos cuyo tema es el amor, o bien, el viaje. Podrás distinguirlos a través de los siguientes dibujos que aparecerán en la esquina superior derecha de las páginas:

= amor

= viaje


Índice general

Narrativa

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Poesía 111 Textos dramáticos

153

Ensayos

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Columnas 213 Entrevistas 245



Narrativa



Los dos amantes María de Francia (leyenda anglo-normanda)

Sucedió antaño en Normandía una aventura muy famosa de dos jóvenes que se amaron y murieron víctimas de su amor. Los bretones los recordaron en un lai que tuvo por nombre Los dos amantes. Fuera de toda duda está que en Neustri, que nosotros llamamos Normandía, hay una montaña maravillosamente alta. Yacen en su cumbre los dos jóvenes. En un lugar al pie de esta montaña, un rey, señor de los pitrenses, tras haber reflexionado y con muy buen acuerdo, hizo construir una ciudad. Tomó esta el nombre de Pitres, en recuerdo de sus pobladores, y ese nombre se ha conservado hasta hoy; aún existen la ciudad y las casas. Bien conocemos la comarca que se llama Valle de Pitres. El rey tenía una bella hija, doncella muy cortés. No tenía más hijo ni hija. Mucho la amaba y regalaba. Fue pretendida por nobles caballeros, que mucho hubieran dado por conseguirla. Pero el rey no quería entregarla, pues no podía vivir sin ella ni prescindir de su compañía: día y noche estaba a su lado. La pequeña lo consolaba de la pérdida de la reina. Muchos lo criticaban por ello; hasta los suyos se lo censuraban. Cuando el rumor adverso se generalizó, al rey le pesó mucho y sintió gran tristeza. Comenzó, entonces, a pensar en cómo podría salir airoso del trance sin entregar a su hija. Para ello, hizo público en todas partes que quien pretendiese desposarla habría de cumplir un requisito: era decisión inquebrantable del monarca que debería llevarla en brazos hasta la cumbre del monte cercano a la ciudad, sin pararse a tomar aliento. Cuando la nueva fue conocida y difundida por la comarca, muchísimos lo intentaron y no obtuvieron nada a cambio. Algunos hubo que, en su esfuerzo, alcanzaron a subirla hasta la mitad del monte, pero no podían llegar más lejos, les era imposible

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continuar con su preciosa carga entre los brazos. Largo tiempo permaneció así la doncella, sin que ya nadie intentase solicitarla. En el país había un doncel gentil y bello, hijo de un conde. Se esforzaba en cosas difíciles con ánimo de sobresalir. A menudo habitaba en la corte del rey, y llegó a enamorarse de su hija. Muchas veces le suplicó que lo amase y le concediese su amor. Como era esforzado y cortés, y el rey le tenía en gran estima, ella le otorgó su amor, y él se lo agradeció humildemente. Hablaban juntos con frecuencia y se querían con lealtad, y hacían lo posible por no ser descubiertos. Esto último les pesaba sobremanera, pero el joven pensaba que más valía sufrir estas molestias que precipitarse y echarlo todo a perder. Amarga era, empero, para él esta situación. Mas ocurrió que en cierta ocasión llegó el doncel, tan sabio y bello, hasta su amiga. La hizo partícipe de sus pesares y, dolorosamente, le pidió que se fuese con él; no podía resistir más. Si la pedía a su padre, sabía bien que este la quería tanto que no se la concedería, a no ser que la subiese antes en brazos hasta la cumbre de la montaña. La doncella le respondió: “Amigo, bien sé que no podrías llevarme; no sois ni mucho menos tan vigoroso. Si me fuese con vos, mi padre sentiría tanta cólera como dolor, y su vida no sería sino martirio. Siento por él un cariño tan grande que no quisiera enojarlo. Debéis tomar otra decisión, pues de esta no quiero oír hablar. Tengo una tía en Salerno, mujer rica, de elevadas rentas. Hace más de treinta años que habita allí. Ha practicado tanto el arte de la física que es muy experta en medicinas y conoce numerosas hierbas y raíces. Si vos quisieseis ir a verla, llevarle cartas de mi parte y darle cuenta de vuestra aventura, ella procurará poner remedio. Os dará tales electuarios y os proporcionará tales bebedizos que os reconfortarán por completo y os proveerán de gran vigor. Cuando volváis a este país, me solicitaréis a mi padre. Os considerará muy niño aún, y os dirá lo prescrito: que a ningún hombre me dará si no lleva a cabo la hazaña de transportarme en brazos hasta el


monte sin descansar. Aceptad esta condición, pues no hay otro remedio”. El doncel escuchó atentamente el consejo de la doncella. Muy alegre está y agradecido. Después pide a su amiga licencia para partir, y se encamina hacia su casa. Allí se provee a toda prisa de ricos paños y dineros, de caballos y palafrenes. Consigo se ha llevado a sus hombres más dignos de confianza. Parte, llega a Salerno y, una vez allí, va a visitar a la tía de su amiga. De su parte le da un mensaje escrito. Cuando la dama de Salerno lo ha leído de cabo a rabo, le retiene a su lado hasta conocer por extenso su situación. Luego, fuerzas le da con sus medicinas, y le suministra un brebaje tal que jamás estará tan agotado y abatido que no pueda refrescarle todo el cuerpo, las venas y los huesos, y que no recobre todo el vigor, tan pronto como lo haya bebido. Él guarda el bebedizo en un pequeño frasco y se lo lleva a su país. A su regreso, el doncel, alegre y contento, no se detuvo en sus tierras. Fue a pedir derechamente al rey la mano de su hija: tomaría a esta en brazos y la trasladaría hasta la cumbre de la montaña. El rey no le ocultó en modo alguno que lo tenía por gran locura, porque era demasiado joven. ¡Tantos valientes y sabios varones lo habían intentado sin conseguirlo! Por fin, le fija un día para la prueba. Llama a sus hombres y a sus amigos, a cuantos puede encontrar. De todas partes vienen gentes para ver a la joven y al doncel que ha emprendido la aventura de llevarla hasta lo alto. La doncella, en el ínterin, se prepara; se priva de alimentos, ayuna para adelgazar y hacerse más ligera, con el fin de ayudar a su amigo. El día señalado, el doncel llegó antes que nadie, y no olvidó el brebaje mágico. Por su parte, el rey condujo a su hija a la pradera, junto al Sena, donde una inmensa muchedumbre se había congregado. La doncella no viste sino una camisa. El joven la coge entre sus brazos y le entrega la botellita con todo su precioso líquido. Él piensa que no va a traicionarle tan milagrosa pócima, pero yo temo que le vaya a servir de muy poco, pues no hay en él mesura alguna.

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Parte velozmente con ella y sube la pendiente hasta la mitad. Por lo alegre que está de tenerla en sus brazos, no se acuerda del bebedizo. Ella lo va viendo cansado. —Amigo —dice—, bebed, os lo ruego. Sé bien que os halláis fatigado. ¡Renovad vuestro vigor! El doncel le responde: —Bella, siento mi corazón tan fuerte como al empezar. A ningún precio me detendré el tiempo necesario para beber mientras pueda dar tres pasos más. La multitud nos gritaría, y su clamor acabaría por aturdirme; no tardaría mucho en verme turbado. Es por eso por lo que no quiero detenerme aquí. Cuando llevaban subidos los dos tercios de la pendiente, por poco no se caen. La doncella le ruega sin cesar: —Amigo, ¡bebed vuestra medicina! Pero él no quiere hacerle caso. Con gran angustia continúa la marcha, hasta que al final llega a la cumbre del monte. Pero tan agotado está que allí cae, para no levantarse más: el corazón le ha estallado dentro del pecho. La doncella mira a su amigo, piensa que ha sufrido un desmayo. Se arrodilla a su lado, intenta darle el brebaje. Pero él ya no podía responderle. Así murió, tal como os digo. Lo llora ella a grandes gritos. Después arroja y hace añicos el frasco que contenía el bebedizo. El líquido se esparce y riega la montaña. Toda la comarca se tornó fértil. Muchas buenas hierbas crecieron al amor del brebaje. Ahora os hablaré de la doncella. Nunca tuvo un dolor tan grande como la pérdida de su amigo. A su lado se acuesta, entre sus brazos lo retiene y aprieta, de continuo le besa los ojos y la boca. El duelo le quebranta el corazón. Y allí murió la doncella, la que era tan discreta, sabia y hermosa. El rey y cuantos esperaban, viendo que no volvían, siguen su pista hasta encontrarlos. A la vista de los cadáveres, el rey cae en tierra desvanecido. Cuando puede hablar, muestra signos del mayor duelo, e igualmente todos los demás. Tres días los dejaron sobre la tierra. Luego hicieron buscar un sarcófago de mármol, y allí depositaron a ambos jóvenes. El entierro tuvo lugar en la misma cumbre de la colina.


Después, todos volvieron a sus casas. Por la aventura de los jóvenes recibe la montaña el nombre de “Los dos amantes”. Todo ocurrió como os he dicho. Los bretones hicieron de ello un lai.

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Poesía



Amor constante más allá de la muerte

Francisco de Quevedo (poesía universal)

Cerrar podrá mis ojos la postrera sombra que me llevare el blanco día, y podrá desatar esta alma mía hora, a su afán ansioso lisonjera; mas no de esotra parte en la ribera dejará la memoria, en donde ardía: nadar sabe mi llama el agua fría, y perder el respeto a ley severa. Alma, a quien todo un Dios prisión ha sido, venas, que humor a tanto fuego han dado, médulas, que han gloriosamente ardido, su cuerpo dejará, no su cuidado; serán ceniza, mas tendrá sentido; polvo serán, mas polvo enamorado.

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Todas las cartas de amor son ridículas Fernando Pessoa (poesía universal)

Todas las cartas de amor son ridículas. No serían cartas de amor si no fuesen ridículas. También escribí en mi tiempo cartas de amor, como las demás, ridículas.

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Las cartas de amor, si hay amor, tienen que ser ridículas. Pero, al fin y al cabo, solo las criaturas que nunca escribieron cartas de amor sí que son ridículas.


Quién me diera en el tiempo en que escribía sin darme cuenta cartas de amor ridículas. La verdad es que hoy mis recuerdos de esas cartas de amor sí que son ridículos. (Todas las palabras esdrújulas, como los sentimientos esdrújulos, son naturalmente ridículas).

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Ítaca

Konstantino Kavafis (poesía universal)

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Cuando salgas en el viaje, hacia Ítaca desea que el camino sea largo, pleno de aventuras, pleno de conocimientos. A los Lestrigones y a los Cíclopes, al irritado Poseidón no temas, tales cosas en tu ruta nunca hallarás, si elevado se mantiene tu pensamiento, si una selecta emoción tu espíritu y tu cuerpo embarga. A los Lestrigones y a los Cíclopes, y al feroz Poseidón no encontrarás, si dentro de tu alma no los llevas, si tu alma no los yergue delante de ti. Desea que el camino sea largo. Que sean muchas las mañanas estivales en que con cuánta dicha, con cuánta alegría entres a puertos nunca vistos: detente en mercados fenicios, y adquiere las bellas mercancías, ámbares y ébanos, marfiles y corales, y perfumes voluptuosos de toda clase, cuanto más abundantes puedas perfumes voluptuosos; anda a muchas ciudades egipcias a aprender y aprender de los sabios. Siempre en tu pensamiento ten a Ítaca. Llegar hasta allí es tu destino. Pero no apures tu viaje en absoluto. Mejor que muchos años dure:


y viejo ya ancles en la isla, rico con cuanto ganaste en el camino, sin esperar que riquezas te dé Ítaca. Ítaca te dio el bello viaje. Sin ella no hubieras salido al camino. Otras cosas no tiene ya que darte. Y si pobre la encuentras, Ítaca no te ha engañado. Sabio así como llegaste a ser, con experiencia tanta, ya habrás comprendido las Ítacas qué es lo que significan.

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Juguemos al gran juego Gonzalo Rojas (poesía chilena)

Juguemos al gran juego de volar en esta silla: el mundo es un relámpago. Entro en Pekín, y caigo de cabeza en el Támesis. Duermo en la tumba etrusca de Tarqüinia. Me troncho el pie en Caracas si te busco en París y despierto en un muelle de Nueva York sangrando. Pero me sale a abrir la muchacha bellísima de Praga, cuando el viento me arrebata en Venecia. Arcángeles y sputniks saltan el frenesí y me estallan los sesos. Déjame en Buenos Aires. Todo y todo es en México lo que empieza en Moscú y en la rueda, de un trago, llego a Valparaíso.

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Mudanza Alejandro Zambra (poesía chilena)

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Ella viaja largas horas y no llega a su destino, hay carteles con su nombre, hay personas que esperaban un encargo y ella viaja largas horas y no llega y eso es todo: fue la mano, no era yo quien saludaba, fue la sombra no era yo quien se escondía en los andenes interiores y pedía urgentemente que bajaran el volumen: ella viaja largas horas, hay carteles con su nombre, le bajaron el volumen al zumbido, muchas veces los aviones o los buses se detienen por un rato y acumulan combustible mientras cenan o comentan los efectos especiales y las manos enfundadas se acaloran. Le bajaron el sonido a los motores pero vienen enseguida según dicen y comentan quienes miran los recuadros de la prensa o revuelven con los ojos la cerveza. Ella viaja largas horas y no llega. Ella duerme mientras pasan la frontera, nunca supo que trajeron desayuno que ahora mismo cruzarán la turbulencia, no era yo quien saludaba atentamente quien pedía que llenaran el estanque hasta el rebalse porque en días como estos no se puede —no se debe— hacer promesas en el aire


no conviene revisar la borra espesa del café ni grabar las iniciales en un libro que más tarde se desfonda en la memoria o en pizarras con plumones que exasperan las señales que se borran según dicen que no vino, que ella duerme todavía sin saber que cruzarán la turbulencia, ella viaja tan tranquila sin llegar a su destino, hay personas que esperaban con carteles, con pizarras, no era yo quien saludaba atentamente con las cejas hacia el fondo ennegrecido de personas que comentan las escenas principales mientras llegan los encargos las maletas, los plumones, los zumbidos, los carteles, el destino y las cervezas.

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Notas de viaje Nicanor Parra (poesía chilena)

Yo me mantuve alejado de mi puesto durante años. Me dediqué a viajar, a cambiar impresiones con mis interlocutores, Me dediqué a dormir; Pero las escenas vividas en épocas anteriores se hacían presentes en mi memoria. Durante el baile yo pensaba en cosas absurdas: Pensaba en unas lechugas vistas el día anterior Al pasar delante de la cocina, Pensaba un sinnúmero de cosas fantásticas relacionadas con mi familia; Entretanto el barco ya había entrado al río, Se abría paso a través de un banco de medusas. Aquellas escenas fotográficas afectaban mi espíritu, Me obligaban a encerrarme en mi camarote; Comía a la fuerza, me rebelaba contra mí mismo. Constituía un peligro permanente a bordo Puesto que en cualquier momento podía salir con un contrasentido.

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El viaje es el del dedo 140


m谩s barato sobre el mapa. 141

Ram贸n G贸mez de la Serna


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