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1.1 La potencia de los estudios sobre las emociones desde las Ciencias Sociales y Humanas
CAPÍTULO 1
Teorías y saberes sobre las emociones desde perspectivas sociales, feministas y decoloniales
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Términos como afecto, emoción y sentimiento son más bien palabras clave, puntos de partida para la discusión, en lugar de definiciones. 3
(Cvetkovich, 2012, p. 5)
Interrogarme por mis emociones desde una perspectiva feminista en tiempos de pandemia es hacerme la pregunta por lo que me “mueve” a escribir sobre ello, y en este sentido, la respuesta es multicausal. No solo es por una apuesta epistemológica de hacer teoría feminista sobre el presente, partiendo de un posicionamiento epistemológico feminista que cuestiona las bases de construcción del conocimiento científico, desde nuestros conocimientos situados en una historia y un cuerpo (Rich, 1984; Harding, 1987; Haraway, 1995) sino que también, y junto a ello, es una apuesta política. Como explica la filósofa y feminista estadounidense Sandra Harding, “las preguntas que los grupos oprimidos quieren responderse rara vez son peticiones de la así llamada pura verdad.” (1987, p. 8). Es por eso que decidí investigar desde mis emociones en pandemia, no solo por su importancia como dimensión ineludible para comprender el análisis de los fenómenos sociales y culturales, sino también porque considero que es fundamental dar cuenta de nuestras experiencias subjetivas, en mi caso como joven investigadora feminista, para mostrar las contradicciones y problemáticas de los grandes discursos “universalizadores” de la ciencia invisible, anónima, escrita por y para la lectura y reproducción del saber masculino heterosexual blanco y exitoso. Parafraseando a Harding (1987), soy un sujeto real, con una historia concreta y deseos e intereses específicos, por lo que adentrarme en el estudio de mis emociones para reflexionar sobre la pandemia no surge de un interés abstracto, y parte de esa historia es tanto el contexto como la encarnadura misma de esta autoetnografía. Desde esta perspectiva, retomo las palabras de Sara Ahmed “las experiencias del dolor pueden impulsarnos hacia el feminismo, como una política que se mueve en contra del sufrimiento social y físico” (2015, p. 263) para explicar que, así como puedo reconocer que fui “movida” por la rabia, la impotencia, el dolor y la indignación, emociones que me llevaron a acercarme al feminismo luego de haber sufrido un acoso sexual, fueron también mis emociones pandémicas las que me movilizaron para comenzar esta investigación. Parto de ellas para movilizar tanto mis propias reflexiones teóricas y políticas, como para cuestionar de forma crítica ciertas estructuras de pensamiento que continúan
analizando la complejidad de los fenómenos sociales reproduciendo dualismos de emoción /razón, cuerpo /mente y naturaleza / cultura -que el feminismo antirracista y anticolonial tanto ha luchado en desterrar- así como colonizando las explicaciones y sus respuestas desde los centros de poder políticos y epistémicos europeos y estadounidenses. En este capítulo desarrollo el marco teórico donde se inscribe mi análisis de lo que denomino emociones pandémicas, partiendo de realizar un recorrido por los estudios de las emociones como campo de producción de saber tanto dentro como fuera de la academia. Como explicaré a continuación, no me centraré en la definición “psicológica” de las emociones, ni en la interpretación biomédica de las mismas. En primer lugar, haré una descripción de la importancia de la dimensión emocional o afectiva -distinción propia de este campo de estudio de los Affect Studies- como relevante para comprender y transformar la sociedad desde los estudios de las Ciencias Sociales y Humanas, en sus intersecciones con los Estudios de Género y Feministas, y, en segundo lugar, daré cuenta de cómo desde perspectivas decoloniales podemos encontrar otras teorías sobre las emociones que, aunque no sean autodenominadas como tales, han contribuido al marco teórico de este trabajo.
1.1 La potencia de los estudios sobre las emociones en las Ciencias Sociales y Humanas
Para comenzar la revisión bibliográfica sobre lxs autorxs que se han concentrado en los estudios de las emociones, quiero señalar un punto de partida fundamental que señala la historiadora española de las emociones Rosa María Medina Doménech, ya que aunque aparentemente todxs creemos entender de qué hablamos cuando nos referimos a las emociones, ellas son:
Un objeto de estudio sobre el cual existe un gran «pluralismo de significados» no sólo en el momento actual sino también en relación al pasado. Este «pluralismo» es conceptual y lingüístico. ¿Cómo denominarlas? ¿Pasiones, emociones, sentimientos, afectos? No es un debate terminológico casual, sino indicativo de la diversidad histórica de las emociones y la falta de una versión uniforme y universal de las mismas. (Medina Domenech, 2012, p. 164).
Es por eso que en primer lugar quisiera partir de hacer explícita mi elección del término “emociones” y no “afectos”, por diversas razones. Por un lado, sigo las críticas que hacen autoras como Sara Ahmed (2015) y Clare Hemmings (2005) a la autonomía semiótica del afecto expresada por Brian Massumi (1995), ya que “entienden en esta separación analítica entre emociones y afectividad una reinstalación de la falacia opositiva cultura/naturaleza que ignora el carácter sobredeterminado de los procesos corporales.” (Hemming, 2005 en Lopez, 2015, p. 12). Es decir, para
estas autoras, no hay afectos que no estén mediados por la cultura, sino que la propia afectación está condicionada por nuestra historia y nuestra inscripción social y cultural y esa forma en que nos afectan las circunstancias es lo que moldea una emoción y no otra. Por otro lado, parafraseando a lxs investigadorxs en etnografías colaborativas, feministas y decoloniales, Aurora Álvarez Venguier y Gunter Dietz, no es mi intención reivindicar el término emociones en sí mismo, “ni pelear por su exclusividad o parcelas de aplicación” (2014, p. 81), sino más bien describir lo que siento de forma más cercana a cómo lo he verbalizado y escrito en las experiencias que relato, lo cual creo que es válido y útil a los fines de esta investigación autoetnográfica: para referirme al miedo, al dolor, a la angustia o a la desesperación, me refiero a mis emociones. Y cuando describo las redes que me cuidaron y acompañaron durante el confinamiento o a las respuestas a las diferentes formas de sentir, me refiero a las redes afectivas o respuestas afectivas. De esta forma, sitúo este trabajo en los estudios que analizan las emociones desde su carácter relacional, social, cultural, y estructural dentro de las Ciencias Sociales y los Estudios Culturales, y desde allí parte mi marco teórico para reflexionar sobre las emociones desde una perspectiva feminista. Hasta llegar a la pregunta ¿qué hacen las emociones?, formulada por Sara Ahmed en su obra The Cultural politics of emotions (2004, traducido al español en 2015), hay un largo camino que rompe una tradición positivista, cognitivista y racionalista (Bericat, 2000) de las Ciencias Sociales y Humanas que solo consideraban a las emociones como personales (individuales) y biológicas y les daban un lugar marginal en los estudios sobre la sociedad contemporánea. De forma sistemática y conceptual fue en la disciplina sociológica donde comenzaron a producirse teorías sobre las emociones. Aunque los sociólogos clásicos (Auguste Comte, Max Weber, Emile Durkheim) no dejaron de tener en cuenta las emociones en sus teorías, las nombraron desde un lugar marginal, por lo que sus trabajos no daban un estatuto fundamental al estudio de la dimensión emocional. La Sociología de las emociones, considerando las primeras publicaciones en revistas académicas de sociología y libros de teoría social se remonta al año 1975 con la aparición en la sociología norteamericana del capítulo de libro The Sociology of Feelings and Emotions, escrito por Arlie Russell Hochschild y otras obras pioneras de autores “clásicos” como Thomas J. Scheff, Theodore D. Kemper y David R. Heise (Bericat, 2000). A partir de estas teorizaciones sobre las emociones, se comienza a dar cuenta que el sujeto o actor social no solo actúa y se constituye a través de ideas racionales, sino también de valores y emociones. De este modo, “se incorpora al actor sentiente en los juegos humanos de interactividad e intercomunicación” (Bericat, 2000, p. 147). Este cambio de paradigma en el campo de la Sociología es fundamental para el estudio de la realidad social: