Home is where hell is

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“Una noche, me senté a la Belleza en las rodillas. - Y la hallé amarga. - Y la insulté“ A.R


Cáncer. No encuentro ahora otra palabra que pueda convertir en sinónima de madre. De la mía. Marzo 18 del 76, año bisiesto, seis días antes de que en Argentina se instaurara un régimen militar que dejaría más de treinta mil desaparecidos y cuatro meses antes de que naciera la primogénita, la causa principal de que estuvieran allí en esa iglesia católica, ella despeinada y con su panza a medio cubrir y él, con pantalones de cuadros y bota de campana haciéndole quite a un revólver calibre 38, el mismo con el que Chapman mataría a Lennon cuatro años después y que esta vez estaba empuñado por uno de los hermanos mayores como método de hostigamiento para dar el sí y sentenciar así el amor que se tenían, o que se hubieran podido tener, quién sabe. Ni una sola fotografía, todos los asistentes estaban allí por simple curiosidad, quizás por un irrevocable compromiso moral típico de la clase conservadora, la única especie que, estoy segura, tenía permitido el acceso a ambas familias por distinguirse como ellos entre los demás. Nadie estaba allí por plena coincidencia y mucho menos habría alguno que alegremente quisiera retratar el momento, después de todo, este sería un acto bochornoso para ambos apellidos. Cinco meses después llegaría la hija mayor, posteriormente quince meses después la siguiente, y habrían de ahí en adelante dos más sin lograrlo hasta terminar once años después preparando todo para un niño, el tan esperado niño, con tan mala suerte que en la sala de parto se darían cuenta que a falta de pene tenía una vagina.


Yo no tenía ganas de nacer Nací por pura casualidad y doliendo Claro que tuve que doler Y todavía duelo


Pura casualidad. Tenía mi cuerpo dentro y andaba por ahí, llevándolo de paso, quejándose del peso, del amor, del futuro más que incierto. Imagino cuanto le dolían sus pies, cuanto le apretaban los zapatos cuando caminaba llevándome amorfa e inconscientemente a lo mejor deseaba no ser mi guarida. Volví turbias sus entrañas, no me limpié los zapatos en el tapete de bienvenida y dejé mi lodo, el que traía conmigo, por cada rincón de su paradisíaco cuerpo. Ese día, fui turbulenta, un acuoso terremoto embrollado en una soga umbilical rellena de rocas; atada del cuello -como las vacas rumbo al matadero- era la señal paradójica de que algo no debía suceder, algo estaría mal desde entonces.


N D

I O


El infierno era yo


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Una pierna cuatro veces más grande que la otra Un cuerpo abultado como una mazorca Dientes pegados con super glue Una nariz demasiado pequeña Labios rajados como secuelas de un sismo Bigote de mujer olvidada Un pelo de 2 centímetros al mes en el cuello Las uñas más gruesas Las manos pequeñas Un vientre partido en cuatro partes Islas calvas sobre su cabeza Vómito azul Rodillas perdidas en su propia ergonomía


Corte lateral uterino I


ESTOY RECONSTRUYENDO LO QUE NO CONOZCO Y DESCONOZCO PARA QUÉ ______________________________________________________________


1.14

La casa que no habito, el cuerpo que me dice que todo estĂĄ mal porque es la casa de diez sensaciones distintas, pĂŠsimas, y se enferma porque no puede gritar, y la casa se deja destruir por quien la toca y asusta, asusta recorrerla por temor a morir con ella. Caminar sin pensar en el final de nada, caminar inconsciente del final de todo. No pretender detener el tiempo, ni el movimiento, pretender que se es en cuanto se abandone. Desahuciados corremos pretendiendo ser, temiendo abandonar lo que creemos que somos, equĂ­vocamente, ser.



No recuerdo su voz No recuerdo su color No recuerdo sus manos No recuerdo su olor No recuerdo quién soy No recuerdo mi edad No recuerdo su casa No recuerdo mi casa No recuerdo mi olor No recuerdo de dónde soy No recuerdo mi cuna No recuerdo una sola fiesta No recuerdo su llanto No recuerdo la ducha No recuerdo mi ropa de lana No recuerdo las vacas No recuerdo sus plantas No recuerdo su aliento No recuerdo su canto No recuerdo cantar No recuerdo su número No recuerdo a Platón No recuerdo su sazón No recuerdo sus labios No recuerdo sus nudillos No recuerdo su talón No recuerdo su ombligo No recuerdo sus aretes No recuerdo su equipaje No recuerdo a sus amigos No recuerdo a mis amigos No recuerdo si usaba esmalte No recuerdo qué leía No recuerdo sus cicatrices No recuerdo mis cicatrices No recuerdo la pubertad No recuerdo su estatura No recuerdo su overol No recuerdo si pintaba No recuerdo que me amara No recuerdo amarle No recuerdo la playa No recuerdo el camino No recuerdo la fatalidad No recuerdo un encuentro No recuerdo un reencuentro No recuerdo la familia No recuerdo si roncaba No recuerdo si sangraba No recuerdo su talla No recuerdo su peso No recuerdo su sueldo No recuerdo su bostezo No recuerdo juguetes No recuerdo el centro No recuerdo su rabia No recuerdo qué tan triste No recuerdo qué pensaba No recuerdo sus miedos No recuerdo sus fobias No recuerdo si pesaba No recuerdo de qué hablaba No recuerdo el vapor No recuerdo la bicicleta No recuerdo el sol No recuerdo qué me enseñaba No recuerdo si lavaba No recuerdo su edad No recuerdo su cumpleaños No recuerdo sus tortas No recuerdo ninguno de mis sueños No recuerdo su huella No recuerdo sus ojos No recuerdo si sangraba No recuerdo su poder No recuerdo su cama No recuerdo su pijama No recuerdo su enfermedad No recuerdo sus fotos No recuerdo su respiración No recuerdo si abonaba No recuerdo si comía No recuerdo qué comía No recuerdo alguna historia No recuerdo su dirección No recuerdo si era empática No recuerdo sus manos No recuerdo si nadaba No recuerdo si usaba gafas No recuerdo sus costuras Olvidé mis propios muertos.


Todos creyeron que yo habĂ­a perdido algo

Todos me perdieron a mĂ­










La muerte

Resiste



Abuela, porque en sus ojos tristes encontrĂŠ a todos los que le faltaron y nunca me negĂł su casa


TODO TIENE SU MOMENTO. CADA MOMENTO TIENE UN FINAL. EL TIEMPO ES UNA LARGA LISTA DE MOMENTOS, UNA SATURACION DE EMOCIONES Y UN RUMBO DESCONOCIDO. CUANDO ALGUIEN MUERE SIEMPRE EL TIEMPO SE DETIENE, A VECES MUCHO, A VECES POCO, LOS MOMENTOS QUE HACEN ESE TIEMPO DETENIDO SE ENTRELAZAN CON RECUERDOS, MOMENTOS PASADOS QUE SE PROLONGAN EN LA MEMORIA. LAS EMOCIONES SATURADAS EMPIEZAN UN RECORRIDO INCOMPRENSIBLE Y ESCAPAN A TRAVES DEL CUERPO COMO SI SE AMASARAN JUNTOS, Y EL RUMBO OBLIGATORIAMENTE CAMBIA.


INFIERNO



EN Tu ataĂşd no habĂ­a espacio para guardar todo lo que te llevaste


MITOXANTRONA






En esa casa siempre entraba el sol, dibujaba formas redondas y puntos de luz intensa sobre las paredes o la madera, a menudo yo perseguía esos rayos de luz, me quedaba inmóvil viéndoles hasta descifrar su proveniencia. La mayoría de las veces aparecían por agujeros en las tejas del techo, se movían con el mismo sol marcando el tiempo. Otras veces, los árboles sugerían sombras de hombres que se balanceaban de un lado a otro y me asustaba, inventaba voces y nombres y posiciones porque no era capaz de observar.


Tenía una cama de hospital igual a todas las camas de hospitales. Prendía velas de colores como si pudiera ahuyentar algo con ellas, o atraerlo. Había una cama de madera al lado de la suya, como una especie de lugar donde alguien podía sentarse a acompañarle, o simplemente porque no cabía en ningún otro sitio de esa casa. Escuchaba la misma música una y otra vez y escribía, ahora se que todo lo escribía. La casa la atemorizaba, ya no era una casa, era una maleta profunda y oscura, al abrir la puerta uno podía escuchar los gritos de nuevo, perturbaba más de lo que resguardaba. La casa y ella, predigo, habían enfermado al mismo tiempo. El 7 de Diciembre estábamos solas en esa casa, me pidió que prendiera una vela en la ventana, quizás por entretenerme, quizás por entretener su dolor. Me contó que en los alumbrados navideños la costumbre no es sólo prender velas, sino pedirles cosas, a la luz, a algún Dios, y eso hice. Pedí que se fuera si no podía quedarse bien. Ese día tuve que ponerle su dosis de morfina nocturna, se durmió, me dormí. El 12 de Diciembre se fue. Creo en muy pocas cosas, definitivamente pocas. No invoqué a nadie, lancé mi pedido al aire, mirando el cielo por la ventana, la luz de la vela, cualquier cosa, y sea quien sea que haya estado ahí oyendo mi súplica, determinó, se fue. La casa seguía siendo una maleta profunda, cada vez más llena.




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