Sostoa 142

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Sostoa 142 Isabel Rosado


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Sostoa 142 Isabel Rosado

8 de junio - 22 de septiembre 2019 Casa Sostoa
 www.casasostoa.es

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El trampantojo honesto Pedro Alarcón Ramírez

El arte barroco fue muy abundante en semánticas visuales relacionadas con el juego y el engaño. La integración de todas las artes al servicio del efectismo y este a su vez de diferentes formas de propaganda (religiosa, política) dio lugar a unos aparatos impresionantes que pretendían sugestionar la mirada del público de toda condición. Los transparentes de las catedrales, los espacios pictóricos fingidos, el delicado gradiente de medios artísticos solapados, el naturalismo al servicio del trampantojo, el hábil manejo de la luz como un elemento primordial, las cualidades escenográficas de los espacios públicos... fueron solo algunos de los modos en que los creadores de aquellas centurias cocinaron el primer POP ART de la Historia, llegando tanto a los excluídos, a los exentos de privilegios, como al más sofisticado miembro de las instancias clericales y nobiliarias. El arte pictórico hubo de emular la realidad haciendo al espectador partícipe de sus espacios, de sus texturas, de sus atmósferas y haciéndolo dudar a cada instante. La primera vez que Isabel Rosado me explicó de dónde provenía su interés por este tipo de fotografía escenografiada no pude sino recordar a Poussin, especialmente en aquel afecto del pintor francés por construir pequeñas maquetas con figuras de cera que luego iluminaba para plantear sus composiciones. Isabel Rosado empezó así,

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construyendo efímeros modelos de un material tan precario como el papel para servirse a la hora de llevar un espacio determinado al lienzo. En algún momento tuvo que sentir que esa actividad preparatoria, quizá bastante impregnada de las dinámicas del juego, era lo suficientemente intensa como para constituir una fórmula expandida de cosa pictórica. Es por eso que normalmente sus maquetas no son consideradas la obra per se, ya que es la fotografía final la que contiene todo el artefacto espacial, lumínico y de encuadre que es relevante aquí. Al decantarse por este frágil trompe-l´oeil, la artista se maneja en una delicada intersección entre el artificio de engañar y la honestidad de exhibir el defecto. Una mirada rasante y rápida sobre sus imágenes propician una deliciosa credulidad. Echen si no un vistazo a sus redes sociales, donde Rosado encuentra divertimento en la interacción con el público más abiertamente desinteresado por el arte contemporáneo: Su proyecto “Wallapups” ni siquiera encuentra cabida en lo que hoy trataríamos de ajustar al molde de lo expositivo. A través de la famosa plataforma digital de compra venta de objetos de segunda mano, la artista publica los encantadores residuos de sus maquetas, piezas de mobiliario ejecutadas con cartulina, y las pone a disposición de cualquier usuario, informando verazmente de sus minúsculas dimensiones y pobres materiales. Indudablemente, la brillantez de la propuesta se alcanza en ese arco temporal en que tienen lugar las interacciones de aquellos interesados en adquirir un sofá o un somier reales, embriagados por el verismo del suelo de terrazo o el descuidado golpe de flash. Sin embargo, es en la segunda cualidad de sus imágenes donde se plantea la solidez del argumento. El engaño estaba ahí a la vista de todos, exuberante y mordaz. Otro de los intereses de Isabel Rosado habita en la reproducción y reinterpretación de las obras de arte de otros, especialmente de sus coetáneos, algo que también tiene lugar en esta exposición. La tradición del cuadro dentro del cuadro, o la habilidad de una parte de la pintura para referirse a sí misma -la metapintura- se erigen aquí como

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anclajes que también convienen sutilezas semánticas. La artista aborda a sus compañeros de profesión desde un profundo respeto y a modo de un homenaje sencillo que se nos ofrece como una ilustrativa forma de revisitar escenarios comunes. Es por esto que le subyugó la propuesta de hablar de Casa Sostoa como lugar del arte, lanzándonos interesantes estímulos como reelaborar la obra de otro y hacernos creer que fue exhibida en estos espacios de la manera en que ella ahora nos lo muestra. Es el caso de Dormitorio de invitados (Fernando Bayona), pieza que se referencia a sí misma en la obra Salón 2. La serie aquí expuesta y conformada por 11 fotografías constituyen un completo recorrido por los escenarios y algunas exposiciones celebradas en Casa Sostoa, en una habilidosa cualidad sintética. A la representación de los espacios expositivos, que nos recuerdan a esos inventarios de colecciones de otra época -pinturas llenas de otras pinturas-, se suman las instantáneas que apelan a la vivencia de la experiencia Sostoa: la cocina tras una inauguración, el sofá rojo ante la librería, el vestíbulo con sus espejos dorados y su decoración retro o un día cualquiera de montaje. Finalmente, la exposición se completa con un exhaustivo conjunto de 90 falsas polaroids -en realidad pequeños collages- que trazan un itinerario completo por las exposiciones celebradas desde 2013 hasta el momento presente. Quizá la más subyugante de esas piezas sea la última, de un negro absoluto, que nos sitúa ante lo que aún no ha sido realizado.

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Salón
 Fotografía digital. 2019.

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Salón 2
 Fotografía digital. 2019.

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Dormitorio de invitados (Fernando Bayona)
 Fotografía digital. 2019.

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Sofá con estantería
 Fotografía digital. 2019.

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Salón
 Fotografía digital. 2019.

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Entrada
 Fotografía digital. 2019.

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Cocina
 Fotografía digital. 2019.

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Montaje
 Fotografía digital. 2019.

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Sofá con estantería
 Fotografía digital. 2019.

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Baño
 Fotografía digital. 2019.

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Dormitorio de invitados (Eugenio Rivas)
 Fotografía digital. 2019.

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Polaroids Instalaciรณn. โ จ Collage, 10,5 x 11 cm cada pieza. 2019.

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Perversiones, persuasiones y muñecas rusas Enrique Bravo Lanzac
 Arquitecto

La primera conexión con la obra de Isabel Rosado se remonta pocos años atrás. Recuerdo haber observado algunas de sus piezas con una mezcla de ingenuidad y curiosidad por lo inmediato que parecía el relato: revisitar la realidad convirtiéndola en un sucedáneo de papel. Pero no era tan directa la mecánica, esa aparente actitud honesta del copista encerraba ciertos regustos retóricos no tan perceptibles en una primera vista de ojos. La observación detenida de su trabajo lo conectó, de forma evidente, con las mecánicas compositivas de las espacialidades barrocas. La artista pretende emular la realidad conocida para reelaborarla por medio de su particular modo de ver a través de la creación de espacios fingidos, a modo de trampantojos, que se sostienen en la manipulación de la perspectiva. Este barroquismo de cartulinas requiere ser mirado en varios tiempos, siendo tan importante el resultado –la obra fotografiada‒ como el propio proceso creativo ‒la construcción de la maqueta‒. La experimentación con la escala, lo pictórico, se convierte en protagonista absoluto de la vertiente matérica, mientras que la definición del encuadre, la fotografía, alude de forma directa a una ficción que refuerza, aún más, el peso retórico de los ejercicios.

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El espacio centralizado y el conflicto de escalas Las reducidas escenografías elaboradas en papel y cartulina por la artista son una especie de medio pictórico tridimensional que le posibilita culminar su personal aprehensión de la realidad. Estas elaboraciones condensan sofisticados mecanismos sobre la manipulación de la materia a semejanza de las reglas compositivas de un camarín barroco. El camarín arquetípico se concibe por medio de una secuencia espacial jerarquizada que se articula por medio de la concatenación de distintos espacios centralizados que se cualifican a través de la definición geométrica de su arquitectura, el control de la luz y la sombra, el empleo de la materia y el uso del color. No es más que un juego de muñecas rusas: una serie de piezas, idénticas en forma, que disminuyen en tamaño para introducirse unas de dentro de las otras en un ejercicio metafórico que apunta a lo infinito. Pero estas muñecas encierran una paradoja en sí mismas, son simultáneamente unidad y conjunto, soporte y representación; juegan a ser protagonistas durante un instante, para en el siguiente desistir y dejar paso libre a la que sigue, relegándose de facto a un discreto papel secundario. Renunciar a la proporcionalidad de la jerarquía que impone la escala, destruyendo cualquier regla conocida del mundo que nos rodea, es un código netamente barroco. La deformación del espacio por medio de la alteración de elementos conocidos provoca una repentina confusión en el observador que, como le sucedía a Alicia, no acababa por encontrar la puerta certera por donde debía entrar. Este mecanismo de naturaleza barroca se hace patente en las propuestas de Rosado, donde el conflicto presentado, entre las distintas realidades físicas, provoca la continua lucha metafórica entre continentes y contenidos. Una realidad múltiple La obra de Isabel Rosado va más allá de un ejercicio de pericia técnica que media entre lo pictórico y lo narrativo. Su lenguaje autónomo y unívoco converge en su propia

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«obra total» donde, a semejanza de los artefactos barrocos, es harto difícil diferenciar las fronteras entre las disciplinas artísticas al igual que resulta absolutamente imposible distinguir lo que se postula como replicador de la realidad tangible de lo que son meros juegos ilusionistas. La metodología es tan elemental como a la vez caprichosa: construir una réplica de lo real, una especie de alter ego efímero, que ansía sintetizar las cualidades de la realidad queriendo parecer aquella y negándola al mismo tiempo. El objetivo reside en diseñar un arquetipo concebido por y para la emulación de una acción pasada que desea representarse a sí misma para habitar de manera ininterrumpida. La destrucción del tiempo La manipulación de la escala de los escenarios y la multiplicidad de metodologías artísticas empleadas en el discurso de Rosado traduce una renuncia, a la par velada y efectiva, a la linealidad del tiempo. Se anula de forma drástica cualquier referencia a un tiempo concreto para apostar por un nuevo relato sustentado en exclusiva en la memoria. Esta nueva semántica destruye de inmediato cualquier lectura cronológica y, por ende, la secuencia ordenada de los acontecimientos. La propuesta de Sostoa 142 articula una aparente sucesión de instantes congelados donde se muestran las estancias de la casa, tal y como se encontraban en alguna de las distintas exposiciones celebradas. Pero, en contra de lo esperado, la artista conspira articulando combinatorias intertemporales en las que ubica, en el mismo espacio doméstico y de forma simultánea, intervenciones artísticas sucedidas en distinto momento. El uso de estas combinatorias ilusionistas desemboca en la aniquilación del tiempo para permitirle confeccionar su propia metaverdad.

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La memoria del lugar Más allá de la componenda teórica presente en los «escenarios» de Isabel Rosado, el hallazgo rotundo consiste en la articulación de un nuevo marco espacio-temporal, en el que se define un nuevo tiempo presente y estático, acotado en exclusiva por la mirada de la artista, para construir in situ una cartografía compleja que presenta la memoria colectiva de la propuesta expositiva de Casa Sostoa durante este último lustro. El utillaje de «lo pictórico» se pone a disposición del relato, muy por encima de los efectos visuales, los guiños retóricos, la confusión perspectívica o la rotura lógica de los espacios. La secuencia de perversiones, antes enunciada, no es más que el empleo de artimañas retóricas para favorecer lo persuasivo, y como bien nos enseñan los códigos de «lo barroco», la persuasión es, en definitiva, una manera amable y eficaz de trasmitir el mensaje deseado. Actualizando las claves al lenguaje seriéfilo del veintiuno podríamos llamarlo publicidad encubierta, en tiempos poperos emergería una lata de sopa Campbell donde quizás hoy apareciera el botellín de una marca de cerveza gallega o un tarro de Cola Cao. De igual manera, la intervención de Rosado en Sostoa 142 fija en la retina nuevas imágenes subliminales al generar potentes binomios indisolubles entre las estancias reconocibles de la Casa y las piezas artísticas que la habitaron. La acción final mitifica los ejercicios artísticos de sus antecesores consagrando aquellas obras representadas en verdaderos iconos que a partir de este «nuevo tiempo» se convierten en legítimos objetos de consumo: la alfombra de Eugenio Rivas, el trampantojo en forma de libro de Hadaly Villasclaras, las piezas pictóricas de José Luis Valverde o las fotografías de Fernando Bayona. De perversiones y persuasiones va este relato. El Barroco desplegó un extenso repertorio de estrategias en favor de la consagración de lo místico; Rosado, entendiendo de forma inherente los códigos, parece haber conectado con el alma artística de la casa de Pedro. Reto conseguido.

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Comisariado Pedro Alarcón Ramírez Textos Pedro Alarcón Ramírez Enrique Bravo Lanzac Fotografía de la exposición Isabel Rosado Pedro Alarcón Ramírez Diseño Pedro Alarcón Ramírez Montaje expositivo Isabel Rosado Pedro Alarcón Ramírez Christian Mellado López María Vera Edita Casa Sostoa Málaga, 2019

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