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Edificio claro

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Se reían

Se reían

EDIFICIO CLARO

En ese edificio claro, en esa construcción sencilla, viven mis amigos. Aunque en todas partes me los encuentro a diario: hay un lugar, una casa que es su hogar por excelencia, donde reinan, donde se dan a sus anchas y todo su potencial expresan.

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Mis amigos no muerden. Son interesantes, divertidos como un cuento, una novela y leales como la inteligencia. Me ayudan a superarme con su ciencia y su sapiencia. Me emocionan con su poesía. son profundos como un ensayo, y completos como la misma filosofía.

Con ellos estudio, aprendo, reflexiono, me entretengo. Con ellos comparto todo alegrías y tristezas, venturas y desventuras, mis momentos más difíciles,

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estados de excitación o tedio y hasta la misma felicidad.

Ahí están mis amigos, en ese edificio claro entre repisas, estantes. Alertas, en orden, en permanente guardia. Siempre atentos y dispuestos. Y tan seguros, tan previsibles, me sorprenden cada día con todo lo que ellos saben. Algunos son gordos, generosos. Otros flacos expeditivos, breves. Conozco viejos de ancestral sabiduría y jóvenes debutantes, recién subidos a la cresta de novísimas olas literarias.

En ese edificio claro, ellos tienen la palabra. Y qué es sino, la palabra, el más humano elemento, talismán que nos hace poderosos, inteligentes seres cognoscitivos. La palabra, en fin, nos salva y es el libro, cualquier libro, emporio de palabras generosas.

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Palabra que es música, es paisaje, fuego y frío. Porque es la palabra escrita la palabra que mejor se escucha. En ese edificio viven mis amigos. En ese edificio blanco de la calle Guayaquil, Biblioteca de Boulogne.

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