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El destrabalengua

EL DESTRABALENGUAS

Aprendí hasta decirlo de corrido y sin trabarme, el destraba lenguas de los tres tristes tigres que tragando se atragantaban con el trigo recién trillado. No era clara mi voz, estaba contaminada por tonadas y acentos lugareños. Tan inhábil que patinaba en lábiles sílabas atormentados bisbiseos sibilantes.

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Ahora quiero que mis palabras fluyan, que se deslicen cristalinas, aceitadas sin tropezar ni atorarse en difíciles vocablos de complicado discurso, ni que se enreden en el arabesco caprichoso de una oración contrahecha. Es que nunca mi elocuencia tuvo un modesto lugar en tus oídos.

Sólo gestos, miradas y estas manos

debieron ser mis portavoces, muchas veces, arrebatados trasmisores de profundos impulsos desatados.

No me importa si Pablito clavó un clavito, qué clavo ni qué Pablito. Estos ejercicios, que con fruición ejercito son condición previa, y elemental requisito, para expresar sin errores lo que hoy vengo a decirte. Debe ser este mensaje claro y diáfano como la luz, la pronunciación tan acorde como un arpegio, una melodía. Y su sentido unívoco preciso e indubitable como promesa, o juramento, igual que proclama o reto.

Ese momento ha llegado. No puedo cometer el más mínimo error

de dicción, sintaxis, tonalidad o altura.

Voy a practicar el último ejercicio. Puede ser el del suculento tuco, Truco de un turco truculento y culto o el de los broches que para bochorno el bocha no abrocha ni desabrocha y no me importa si Pablito clavó un clavito, qué clavo ni qué Pablito. Todo este esfuerzo oral, este puntilloso ensayo de la voz ha culminado y ahora, con el verbo afinado, suelta la lengua y ágil la palabra; ahora sí podré por fin decirte lo mucho que te quiero….

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