JUDE DEVERAUX Cambio de Parecer – Serie Taggert 06 Dentro de la Antología A Holiday of Love
TRADUCIDO por ALENA JADEN — Editado por Mara Adilén
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JUDE DEVERAUX Cambio de Parecer Dentro de la Antología A Holiday of Love Change of Heart (1994)
AARRG GU UM MEEN NTTO O:: Miranda Harcourt se esfuerza por ganarse la vida para ella y su hijo Elijah desde que su ex marido se ha desentendido de la manutención. A pesar de los problemas que tiene, todavía sueña con una historia de amor que sólo se ve en novelas románticas. Cuando Miranda llega a Colorado para hacer de enfermera del señor Franklin Taggert, encuentra todo lo contrario al hombre de sus sueños. Franklin es intimidante, cínico y frío como el tiempo en las Montañas Rocosas. Ella se convierte entonces en una brisa a través de todas sus bravatas y realiza su trabajo. A diferencia de su primera impresión de él, se entera de que bajo el desagradable exterior, Franklin es dulce y cuida a sus seres queridos. Se da cuenta de que Frank puede llegar a ser su caballero de brillante armadura después de todo, pero ¿podrá convencerlo a él de lo mismo?
SSO OBBRREE LLAA AAU UTTO ORRAA:: Jude Deveraux es autora de más de cuarenta novelas —de ambientación tanto histórica como contemporánea— que han figurado en las listas de libros más vendidos del New York Times, muchas de ellas publicadas por Vergara, tales como: El caballero de la brillante armadura, La seductora, El corsario, No olvides el pasado, Tentación, El refugio y El árbol de las moras, las dos últimas en la colección Seda. Jude empezó a escribir en 1976 y en la actualidad lleva publicados más de cuarenta y cinco millones de ejemplares de sus libros, en numerosos idiomas. Vive con su hijo Sam, de cinco años, en Carolina del Norte. Ha creado una tradición de best sellers con cada una de sus novelas sucediendo que cada novela supera a la anterior en reconocimiento y en ventas. Ganó notoriedad en la década de los ochenta narrando la vida de los hermanos Montgomery con los que ganó numerosos premios, entre ellos el premio Romantic Times por la mejor saga romántica histórica. Jude nació en Fairdale, Kentucky. Su familia se mudó cuando ella tenía 7 años y siempre ha echado de menos a la numerosa familia que dejó atrás. Afortunadamente para su familia, descubrió el arte de contar historias y empezó a crear su propio y popular mundo a través de historias ambientadas en la época medieval y también en lugares fantásticos. Esta vivida imaginación ha catapultado a esta talentosa autora, convirtiéndola en una de las escritoras que más premios ha ganado y cuyos libros están continuamente en las listas de Best sellers.
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CCAAPPÍÍTTU ULLO O 0011 El hombre detrás del escritorio miró al niño frente a él con una mezcla de envidia y admiración. Con sólo doce años, el chico tenía un cerebro que la gente mataría por tener. No debo parecer demasiado ansioso, pensó. Debo mantener la calma. Lo queremos en Princeton, preferiblemente encadenado a una computadora y sin que se le permita salir para comer. Aparentemente, había sido enviado a Denver para entrevistar a varios candidatos para becas, pero la verdad era que este niño era el único en el que la oficina de admisiones estaba realmente interesada, y la cita había sido fijada para conveniencia del muchacho. El decano del departamento había arreglado con un viejo amigo para que le prestara una oficina, que estaba en una parte de la ciudad cercana a la casa muy de clase media del niño, para que él pudiera llegar allí en bicicleta. —Ejem —dijo, aclarándose la garganta y mirando los papeles con el ceño fruncido. Agravó su voz. Sería mejor no mostrarle al chico que él tenía sólo veinticinco años y que si estropeaba esta misión podría estar en serios problemas con sus consejeros. —Eres bastante joven —dijo el hombre, intentando sonar lo más viejo posible—, y habrá dificultades, pero creo que podemos manejar tus circunstancias especiales. A Princeton le gusta ayudar a la gente joven de Estados Unidos. Y... —¿Qué tipo de equipamiento tienen? ¿Qué tendré para trabajar? Hay otras escuelas haciéndome ofrecimientos. Mientras el hombre miraba al niño, pensó que alguien debería haberlo estrangulado en la cuna. Pequeño desagradecido... —Estoy seguro de que lo que tenemos te parecerá adecuado, y si no tenemos todo lo que necesitas, podemos conseguirlo. El niño era alto para su edad pero delgado, como si estuviera creciendo demasiado rápido como para que su peso lo alcanzara. Para ser que tenía uno de los cerebros más grandes del siglo, se veía como alguien salido de Tom Sawyer: cabello color arena que ningún peine podría domar, pecas en una piel que nunca se broncearía, oscuros ojos azules tras anteojos lo suficientemente grandes como para ser usados de parabrisas en un camión Mack. Elijah J. Harcourt, decía el archivo. Coeficiente intelectual de más de 200. Había hecho muchos progresos inventando una computadora que podía pensar. Inteligencia artificial. Uno podía decirle a la computadora lo que quería hacer, y la máquina deduciría cómo hacerlo. Por lo que se podía decir, el muchacho estaba metiendo su prodigioso cerebro dentro de una computadora. Los usos futuros de semejante instrumento estaban más allá de la comprensión. Sin embargo aquí se encontraba el pequeño malcriado, no agradecido por lo que le estaban ofreciendo, sino exigiendo más. El hombre sabía que estaba arriesgando su propia carrera, pero no podía soportar la vacilación del niño. Poniéndose de pie, volvió a meter los papeles dentro de su maletín. —Quizá deberías pensar bien en nuestra oferta —le dijo con furia apenas controlada—. No hacemos ofrecimientos como este muy seguido. ¿Debería decir que habrás tomado tu decisión para Navidad? Hasta donde el hombre podía notar, el chico no demostraba ninguna emoción. Pequeño mocoso frío, pensó el hombre. Un corazón tan frío como el chip de una computadora. Quizá no TRADUCIDO por ALENA JADEN — Editado por Mara Adilén
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era real, sino una de sus propias creaciones. De algún modo, rebajar al niño lo hacía sentir mejor acerca de su propio coeficiente intelectual, que era de un "mero" 122. Rápidamente, estrechó la mano del niño y mientras lo hacía se dio cuenta de que en un año más, el niño sería más alto que él. —Estaré en contacto —le dijo, y abandonó la habitación. Eli trabajó duro para controlar su temblor interno. Aunque parecía tan frío en el exterior, por dentro estaba haciendo volteretas. ¡Princeton!, pensó. ¡Contacto con verdaderos científicos! ¡Hablar con personas que quieren saber más de la vida que el último resultado de fútbol! Lentamente, salió por la puerta, dándole tiempo al hombre para alejarse. Eli sabía que no le había agradado a ese hombre, pero estaba acostumbrado a eso. Mucho tiempo atrás, Eli había aprendido a ser muy, muy cauteloso con la gente. Desde que tenía tres años había sabido que era "diferente" a los demás niños. A los cinco, su madre lo había llevado a la escuela para hacer la prueba, para ver si entraba dentro del grupo de lectura de los petirrojos o de los azulejos. Ocupada con otros alumnos y padres, la maestra le había dicho a Eli que tomara un libro de la biblioteca y que se lo leyera. Había querido decir uno de los bonitos libros con imágenes. Su intención había sido descubrir a qué niños sus padres les habían leído, y cuáles habían crecido pegados a la televisión. Como todos los niños, Eli había querido impresionar a su maestra, así que había trepado a una silla y tomado un texto universitario llamado "Discapacidades de Aprendizaje" que la maestra tenía en un estante más alto, luego había ido silenciosamente a pararse junto a ella y comenzado a leer suavemente desde la primera página. Como Eli era un niño naturalmente solitario y su madre no lo presionaba a hacer lo que no quisiera, había pasado casi toda su vida prácticamente aislado. No había tenido idea de que leer de un texto universitario cuando tenía sólo cinco años era inusual. Lo único que había querido hacer era pasar la prueba de lectura y entrar en el mejor grupo. —Está bien, Eli —había dicho su madre después de que había leído media página—. Creo que la señorita Wilson va a ponerte con los petirrojos. ¿Verdad, señorita Wilson? Aunque tenía sólo cinco años, Eli había reconocido la mirada de horror con ojos muy abiertos en el rostro de la maestra. Su expresión decía "¿qué hago con este fenómeno?" Desde su entrada a la escuela, Eli había aprendido acerca de ser "diferente." Había aprendido sobre los celos y ser excluido, y no encajar con los demás niños. Sólo con su madre era "normal." Su madre no pensaba que fuera inusual o extraño; él sólo era suyo. Ahora, años más tarde, cuando Eli salía de su reunión con el hombre de Princeton, seguía temblando, y cuando vio a Chelsea le ofreció una de sus poco frecuentes sonrisas. Cuando Eli tenía seis años había conocido a Chelsea Hamilton, quien no era tan inteligente como él, por supuesto, pero lo bastante cerca como para poder hablar con ella. A su modo, Chelsea era mucho más fenómeno que Eli, ya que Chelsea era rica —muy, muy rica— y a los seis años ya había descubierto que la gente quería conocerla por lo que podía obtener de ella más que por su personalidad. A los seis, los niños se habían mirado una vez, los dos bichos raros en la aburrida salita de clases, y se habían convertido en amigos eternos. —¿Y bien? —exigió saber Chelsea, doblando la cabeza para mirar el rostro de Eli. Era seis meses mayor que él, y hasta este año siempre había sido más alta. Pero ahora Eli estaba superándola rápidamente. —¿Qué estás haciendo en este edificio? —preguntó Eli—. No se supone que estés aquí. TRADUCIDO por ALENA JADEN — Editado por Mara Adilén
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Petulante, la estaba haciendo esperar por las noticias. —Estás equivocado, cerebrito. Mi padre es dueño de este lugar. —Echó atrás su largo y brillante cabello oscuro—. Y es amigo del decano de Princeton. He sabido sobre esta reunión por dos semanas. Con doce años, Chelsea ya iba camino a ser una belleza. Sus problemas en la vida serían material de sueños: demasiado alta, demasiado delgada, demasiado inteligente, demasiado rica. Sus casas quedaban a sólo diez minutos, pero en valor, estaban a kilómetros. El hogar de Eli cabía dentro del vestíbulo de mármol de Chelsea. Cuando Eli no respondió, ella miró directamente hacia el frente. —Papá llamó anoche y lloré tanto porque lo extrañaba que nos comprará un nuevo CD—ROM. Quizá te deje verlo. Eli volvió a sonreír. Chelsea no se había dado cuenta de que había dicho "nos," refiriéndose a ambos. Era genial con el chantaje emocional a sus padres, quienes pasaban la mayor parte de sus vidas viajando alrededor del mundo, dejándole el negocio familiar a los hermanos mayores de Chelsea. Unas pocas lágrimas de angustia y sus padres le daban cualquier cosa que el dinero pudiera comprar. —Princeton me quiere —dijo Eli mientras salían al sol casi constante de Denver, sus limpias calles estirándose frente a ellos. El aire de otoño era limpio y vigorizante. —¡Lo sabía! —dijo ella, echando la cabeza atrás con júbilo —. ¿Cuándo? ¿Para qué? —Debo ir en el semestre de primavera, sólo para tantear el terreno, y luego una sesión en verano. Si mi trabajo es lo suficientemente bueno, puedo entrar a tiempo completo el próximo otoño. Por un momento se dio vuelta para mirarla, y sólo por ese segundo bajó su guardia y Chelsea vio cuánto deseaba esto. Eli odiaba apasionadamente la idea de la secundaria, de tener que pasar días de clases con un montón de patanes medio analfabetos que se enorgullecían de su continua ignorancia. Este programa le daría a Eli la oportunidad de saltear todos esos grados y seguir adelante con algo útil. —Eso nos deja todo el resto del año para trabajar —dijo Chelsea—. Haré que papá nos compre... —No puedo ir —dijo Eli. Llevó un momento que Chelsea registrara esas palabras. —¿No puedes ir a Princeton? —susurró—. ¿Por qué no? Ella nunca había considerado que si quería algo —ya fuera comprarlo o hacerlo— no sería capaz de lograrlo. Cuando Eli la miró, su rostro estaba lleno de angustia. —¿Quién cuidará a mamá? —preguntó suavemente. Chelsea abrió la boca para decirle a Eli que primero tenía que pensar en él, pero volvió a cerrarla. La madre de Eli, Randy, sí necesitaba que la cuidaran. Tenía el corazón más blando del mundo, y si alguien tenía un problema, Randy siempre tenía tiempo para escuchar y amar. A Chelsea nunca le había gustado pensar que necesitaba algo tan sensiblero como una madre, pero había habido muchas ocasiones a través de los años en que se había arrojado contra el suave pecho de la siempre acogedora madre de Eli. TRADUCIDO por ALENA JADEN — Editado por Mara Adilén
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Sin embargo, era por su dulzura que Randy necesitaba ser vigilada. Era como un cordero viviendo en un mundo lleno de lobos hambrientos. Si no fuese por la vigilancia constante de Eli... Bueno, a Chelsea no le gustaba pensar lo que le hubiese sucedido. Sólo miren al hombre con quien se había casado, el horrible hombre que era padre de Eli: un apostador, un artista estafador, un promiscuo mentiroso. —¿Cuándo tienes que darles tu respuesta? —preguntó Chelsea suavemente. —En mi cumpleaños —respondió Eli. Era una de sus pequeñas vanidades referirse siempre a Navidad como su cumpleaños. La mamá de Eli decía que Eli era su regalo de Navidad de parte de dios, así que nunca engañaría a Eli porque había sido tan afortunada de haberlo tenido el día de Navidad. Así que, cada Navidad, Eli tenía una pila de regalos bajo el árbol y otra pila en una mesa, con una enorme torta chillona de cumpleaños, una torta que no tenía nada que ver con la Navidad. En silencio, los dos caminaron por las calles del centro de Denver, renunciando al tranvía que corría por el medio de la ciudad. Chelsea sabía que Eli necesitaba pensar, y lo hacía mejor caminando o conduciendo su bicicleta. Ella sabía sin preguntar que Eli nunca abandonaría a su madre. Si llegaba a la elección entre Princeton y cuidar a su madre, Eli cuidaría de la persona a la que más amaba. Aunque Eli lograba parecer frío y calculador, Chelsea sabía que cuando se trataba de las dos personas a las que más amaba —ella y su madre— por dentro, Eli era una crema de malvavisco. —Sabes —dijo Chelsea alegremente—, quizá estés exagerando. Tal vez tu madre podría estar bien sin ti. —Casi dijo "sin nosotros"—. ¿Quién cuidaba de ella antes de que nacieras? Eli la miró de costado. —Nadie, y mira lo que le sucedió. —Tu padre —dijo Chelsea pesadamente. Dudó mientras pensaba en el asunto—. Ya hace dos años que están divorciados. Tal vez tu madre vuelva a casarse y su nuevo esposo cuide de ella. —¿Con quién se casará? El último hombre con el que salió terminó "olvidando" su billetera, así que mamá pagó la cena y un tanque lleno de combustible. Una semana más tarde, yo descubrí que estaba casado. Desafortunadamente, la generosidad de Randy no se extendía sólo a los niños, sino a toda criatura viva. Eli decía que si dependiera de su madre, no habría necesidad de tener un refugio de animales en la ciudad, porque todos los animales no deseados de Denver vivirían con ellos. Por un momento, Chelsea tuvo una imagen de la dulce Randy rodeada de animales heridos y hombres incultos pidiéndole dinero. Para Chelsea, "hombres incultos" era la peor imagen que podía conjurar. —Quizá si le cuentas acerca del ofrecimiento, ella encontrará una solución —dijo Chelsea amablemente. La expresión de Eli se volvió feroz. —Mi madre sacrificaría su vida por mí. Si supiera sobre esta oferta, me escoltaría personalmente hasta Princeton. A mi madre sólo le importo yo, y nunca ella misma. Mi madre... Chelsea puso los ojos en blanco hacia el cielo. En todos los demás aspectos de la vida, Eli tenía el cerebro más puramente científico que hubiese encontrado jamás, pero cuando se trataba de su madre no había forma de razonar con él. Chelsea también pensaba que Randy era una mujer adorable, pero no estaba precisamente preparada para la santidad. Primero, era muy indisciplinada. Comía demasiado, leía demasiados libros que no mejoraban la mente, y gastaba TRADUCIDO por ALENA JADEN — Editado por Mara Adilén
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demasiado tiempo en cosas frívolas, como hacerle trajes de Halloween a Eli y Chelsea. Por supuesto, ninguno de ellos le decía jamás que pensaban que Halloween era una festividad infantil. En vez de andar por las calles pidiendo dulces, iban a la casa de Chelsea, trabajaban en sus computadoras mientras goteaban sangre artificial, y enviaban al mayordomo afuera a conseguir los dulces que más tarde le mostraban a la mamá de Eli, para que ella pensara que eran niños "normales". Una sola vez Chelsea se había atrevido a decirle a Eli que ella pensaba que era un poquito absurdo que se sentaran frente a sus computadoras vistiendo disfraces incómodos y grotescos mientras calculaban logaritmos. Eli había dicho, "mi madre los hizo para que los vistiéramos," y ese había sido el decreto final; el asunto nunca volvió a ser mencionado.
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CCAAPPÍÍTTU ULLO O 0022 Mientras Eli conducía su bicicleta sobre el camino de concreto agrietado y lleno de hierbas de la casa de su madre, alcanzó a ver las luces traseras del automóvil de su padre mientras salía disparado fuera de vista. —¡Haragán! —dijo Eli en voz baja, sabiendo que su padre debía haber estado esperándolo, para poder huir en cuanto viera a su hijo. Cada vez que Eli pensaba en la palabra "padre" su estómago se cerraba. Leslie Harcourt nunca había sido un padre para él, ni un esposo para su mujer, Miranda. El hombre había pasado su vida intentando hacer creer a su familia que él era "importante." Demasiado importante para hablar con su familia; demasiado importante para ir a cualquier sitio con su esposa e hijo, y demasiado importante para darles algo de tiempo o atención. Según Leslie Harcourt, las demás personas eran las que realmente contaban en la vida. —Mis amigos me necesitan —solía oír Eli que su padre decía una y otra vez. Su madre respondía: —Pero, Leslie, yo también te necesito. Eli necesita ropa para la escuela y no hay provisiones en la casa, y mi auto ha estado roto por tres semanas. Necesitamos comida y ropa. Eli veía cómo su padre obtenía esa expresión en su rostro, como si estuviese siendo enormemente paciente con alguien que no podía comprender el más simple de los conceptos. —Mi amigo se ha separado de su novia y tiene que tener alguien con quien hablar, y yo soy el único. Randy, está sufriendo. ¿No comprendes? ¡Sufriendo! Debo ir con él. Eli había oído a su padre decir ese tipo de cosas miles de veces. A veces su madre mostraba un poquito de coraje y le decía: —Quizá si tus amigos lloraran en el hombro de sus novias, no estarían rompiendo. Pero Leslie Harcourt nunca escuchaba a nadie excepto a sí mismo; y era un maestro en descubrir cómo manipular a otras personas para poder obtener tanto de ellos como fuera posible. Leslie sabía que su esposa, Randy, era de corazón blando; esa era la razón por la que se había casado con ella. Randy le perdonaba cualquier cosa a cualquier persona, y lo único que Leslie tenía que hacer era decirle "te amo" más o menos una vez por mes, y Randy le perdonaba lo que fuera. Y a cambio de esas pocas palabras, Randy le daba seguridad a Leslie. Ella le daba un hogar en el que él contribuía con poco o nada de dinero, y casi nunca; él no tenía responsabilidades con ella ni con su hijo. Más importante, ella le proveía una excusa para darle a sus mujeres por la cual no podía casarse con ellas. Invariablemente "olvidaba" mencionar que todas esos "amigos" que lo "necesitaban" eran mujeres... y en su mayoría jóvenes, con montones de cabello y piernas largas. Pero Eli y Chelsea habían puesto fin a Leslie y todas sus indefensas muñequitas dos años atrás. Cuando era muy pequeño, Eli no sabía lo que era un "padre", excepto que era una palabra que oía usar a los demás chicos, como en "mi padre y yo trabajamos con el auto este fin de semana." Eli rara vez veía a su padre, y nunca hacía nada con él. Fue Chelsea quien vio por primera vez al padre de Eli con la alta, delgada y rubia tonta mientras se escabullían en una matiné por la tarde en el centro comercial local. Y Chelsea, usando la invisibilidad de ser una niña, se había sentado frente a ellos, haciendo girar goma de mascar (la cual odiaba) e intentando verse lo más pequeña posible, mientras escuchaba ávidamente cada palabra que el padre de Eli decía. TRADUCIDO por ALENA JADEN — Editado por Mara Adilén
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—Me gustaría casarme contigo, Heather, lo sabes. Te amo más que a la vida misma, pero soy un hombre casado, con un hijo. Si no fuese por eso, estaría corriendo contigo al altar. Eres una mujer a la que cualquier hombre estaría orgulloso de llamar su esposa. Pero tú no sabes cómo es Randy. Está totalmente desamparada sin mí. Apenas puede cerrar las canillas si no estoy allí para hacerlo por ella. Y luego está mi hijo. Eli me necesita tanto. Llora hasta dormirse si no estoy allí para darle el beso de buenas noches, así que puedes ver por qué tenemos que encontrarnos durante el día. —Y entonces comenzó a besarle el cuello —reportó Chelsea. Cuando Eli oyó ese relato tuvo que parpadear un par de veces para aclararse la mente. La pura enormidad de esa mentira de su padre era sorprendente. Desde que podía recordar, su padre nunca le había dado un beso de buenas noches. De hecho, Eli no estaba seguro de que siquiera supiera dónde se encontraba su dormitorio dentro de la pequeña casa que necesitaba tanta reparación. Cuando Eli se recuperó, miró a Chelsea. —¿Qué vamos a hacer? La sonrisa que le ofreció Chelsea era conspiradora. —Robin y Marian —susurró, y él asintió. Años atrás, se llamaban a sí mismos Robin Hoods. Robin Hood corregía lo que estaba mal, hacía buenas acciones y ayudaba a los desvalidos (o al menos eso era lo que decía la leyenda). Era Randy quien los había llamado por primera vez Robin y Marian, por alguna película sentimentaloide que adoraba ver repetidamente en video. Irrisoriamente, los había llamado Robin y Marian Les Jeunes, francés para "jóvenes," y ellos habían mantenido ese nombre en secreto. Sólo ellos dos sabían lo que hacían: recolectaban membretes de carta de corporaciones, bufetes de abogados, consultorios de doctores, lo que fuera; luego utilizaban un costoso sistema de computadoras de edición para duplicar los tipos de fuente, y enviaban cartas a la gente como si fueran desde las oficinas. Enviaban cartas en papel y sobres de oficinas legales a los padres de los niños en la escuela que no pagaban manutención de los hijos. Enviaban cartas de agradecimiento a los empleados poco apreciados de los directorios de grandes corporaciones. Una vez le devolvieron $400 a una anciana por un chanchullero telefónico. Una sola vez casi se habían metido en problemas. Un niño en la escuela tenían los dientes pudriéndose, pero su padre era demasiado tacaño como para llevarlo al dentista. Chelsea y Eli descubrieron que el padre era jugador, así que le escribieron, ofreciéndole boletos gratuitos para una "secreta" (porque era ilegal) lotería dental nacional. Recibiría un ticket por cada cincuenta dólares que gastara en los dientes de sus hijos. Así que los tres niños habían obtenido varios cientos de dólares en trabajo hecho, y Chelsea y Eli le enviaron obedientemente hermosos boletos de lotería pintados a mano en rojo y dorado. El problema llegó cuando tuvieron que escribirle una carta al hombre diciendo que sus tickets no tenían los números ganadores. El hombre fue al dentista, agitando las cartas y los boletos, y exigió que le devolvieran el dinero. El pobre dentista había tenido que soportar meses de que el hombre le guiñara el ojo en conspiración mientras él trabajaba en los dientes de los niños, y ahora le estaban diciendo que iba a ser demandado por alguna lotería de la que nunca había oído. Para calmar al hombre, Chelsea y Eli tuvieron que revelarse al hijo al que habían ayudado en secreto y hacer que robara las cartas de la mesa de luz de su padre. Entonces Chelsea le envió al hombre uno de los relojes de oro de su padre (tenía doce de ellos) para hacer que se callara. TRADUCIDO por ALENA JADEN — Editado por Mara Adilén
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Más tarde, cuando habían sopesado el bien que habían hecho —arreglar los dientes de los niños— contra la cercana exposición, habían decidido continuar siendo Robin y Marian Les Jeunes. —Entonces, ¿qué vamos a hacer con tu padre? —preguntó Chelsea, y pudo ver que Eli no tenía idea. —Me gustaría deshacerme de él —dijo Eli—. Hace llorar a mi mamá. Pero... —Pero, ¿qué? —Pero ella dice que aún lo ama. Ante eso, Chelsea y Eli se habían mirado sin comprender. Sabían que se querían uno al otro, pero también se gustaban. ¿Cómo podía alguien amar a un hombre como Leslie Harcourt? No había nada que pudiera gustar en él. —Me gustaría darle a mi madre lo que desea —dijo Eli. —¿A Mel Gibson? —preguntó Chelsea, sin ninguna intención de humor. Randy había dicho una vez que lo que verdaderamente quería en la vida era a Mel Gibson; porque era un hombre de familia, había agregado, y por ninguna otra razón. —No —dijo Eli—. Me gustaría darle a mi padre como un verdadero padre, del tipo que a ella le gusta. Por un momento se miraron perplejos uno al otro. Hacía poco, Eli había estado intentando hacer que una computadora pensara, y los dos sabían que eso sería más sencillo que intentar lograr que Leslie Harcourt se quedara en casa y se entretuviera en el garaje. —Esta es una pregunta para la Experta del Amor —dijo Chelsea, haciendo que Eli asintiera. La "Experta del Amor" era como llamaban a la mamá de Eli, porque leía novelas románticas de a miles. Después de cada uno, ella le daba una breve sinopsis de la trama a Eli, y él la ingresaba en su banco de datos de la computadora y hacía gráficos. Eli podía citar todo tipo de estadísticas, tales como que el 18 por ciento de los romances eran medievales, y luego podía dividir ese número en secciones de cincuenta años. También podía mencionar tramas, cuántas tenían incendios y naufragios, cuántas tenían héroes que habían sido heridos por una mujer (que siempre resultaba ser una mala persona) y por eso odiaban a todas las demás mujeres. A Eli le fascinaba la absoluta repetición de los libros, pero su madre decía que el amor era maravilloso sin importar cuántas veces leyera sobre él. Así que Eli y Chelsea consultaron a Randy, diciéndole que el marido de la hermana mayor de Chelsea estaba teniendo un amorío con una chica que quería casarse con él. Él no quería casarse con ella, pero tampoco parecía poder terminar con ella. —Ah —dijo Randy—, acabo de leer un libro como ese. —Entonces Eli le ofreció a Chelsea una mirada de "yo sabía que ella sabría"—. La amante intentó hacer que el esposo se divorciara de su mujer, así que le dijo que iba a tener un hijo suyo. Pero la treta fracasó y el hombre regresó con su esposa, quien para ese momento había sido rescatada por un hombre alto, morocho y hermoso, así que el esposo se quedó sin las mujeres. —Por un momento Randy miró soñadoramente a la distancia—. De cualquier modo, eso es lo que sucedió en el libro, pero me temo que la vida real no es como una novela romántica. Es más penosa. Lamento, Chelsea, no poder ser de más ayuda, pero parece que no sé qué hacer exactamente con los hombres en la vida real. Chelsea y Eli no dijeron nada más, pero después de algunos días de investigación, enviaron una nota al padre de Eli con el membrete de un prominente médico, planteando que la señorita Heather Allbright estaba embarazada de su hijo y que se había indicado a su consultorio que TRADUCIDO por ALENA JADEN — Editado por Mara Adilén
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enviara las facturas a él, Leslie Harcourt. Enviar las facturas había sido idea de Chelsea, porque creía que todas las facturas del mundo debían ser dirigidas a los padres. Pero las cosas no funcionaron como Chelsea y Eli habían planeado. Cuando Leslie Harcourt confrontó a su amante con la mentira de que estaba esperando a su hijo, la joven apenas parpadeó, pero se quebró y le dijo que era cierto. Por lo que Eli y Chelsea pudieron descubrir —y la madre de Eli hizo todo lo que pudo por evitar que su hijo se enterara de nada— Heather amenazó con demandar a Leslie por todo lo que tenía si no se divorciaba de Randy y se casaba con ella. Randy, comprensiva como siempre, dijo que todos debían pensar en el bebé no nacido y que Eli y ella estarían bien; así que, por supuesto, le daría a Leslie el divorcio más rápido posible. Leslie dijo que el asunto se aceleraría especialmente si él tenía que pagar sólo la mitad de los gastos de la corte y sólo la manutención de hijos mínima hasta que Eli tuviera dieciocho años. Generosamente, había dicho que dejaría que Randy se quedara con la casa si él podía tomar todo lo que hubiera dentro que posiblemente fuera de valor, y claro que ella asumiría los pagos de la hipoteca. Cuando se hubo asentado el polvo, Chelsea y Eli estaban sorprendidos por lo que habían provocado, demasiado temerosos de contarle a alguien la verdad; pero bueno, si Heather iba a tener un bebé, entonces ellos la habían dicho. Una semana después de que el padre de Eli se casó con Heather, ella tuvo un aborto y no hubo bebé. Eli había temido que su madre se desmoronara por la noticia, pero en cambio ella se había reído. —Imagínenlo —había dicho—. Pero la inteligente señorita Heather obtuvo su bebé, lo sepa aún o no. Eli nunca logró que su madre explicara ese comentario, pero estaba tan contento de que ella no estuviera herida por el divorcio que no volvió a mencionar el "aborto espontáneo". Así que ahora Eli acababa de ver alejándose las luces traseras del auto de su padre, y supo sin dudas que había estado allí intentando escurrir el bulto del pago del mantenimiento infantil. Leslie Harcourt ganaba aproximadamente setenta y cinco mil por año como vendedor de automóviles — podía venderle cualquier cosa a cualquiera— mientras que su madre apenas ganaba veinte mil como enfermera. Una vieja caramelera es como Randy describía su trabajo. —Una glorificada vaciadora de cuñas —era lo que decía que era—. Sostengo manos y hago que la gente se sienta mejor. Desafortunadamente, no pagan mucho por eso. Eli, cariño, mi único sueño realista para el futuro es convertirme en una enfermera privada para un anciano muy rico y muy dulce, que quiera poco más que comer palomitas de maíz y mirar videos todo el día. Eli le había señalado que todas las heroínas de sus novelas románticas administraban corporaciones cuando todavía estaban en los veinte años, o bien eran meseras e iban a estudiar leyes por la noche. Eso había hecho reír a Randy. —Si todas las mujeres fueran así, ¿quién estaría comprando novelas románticas? Eli pensó que esa era una muy buena evaluación. Su madre tenía la inusual habilidad de ver directo al meollo del asunto. —¿Qué quería? —preguntó Eli en el instante en que abrió la puerta de la casa que compartía con su madre.
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Por un momento Randy hizo una mueca, molesta porque su hijo hubiese alcanzado a ver a su padre allí. Escapar de la mirada siempre atenta de Eli era como intentar escapar de una jauría de perros guardianes. —No mucho —dijo ella evasivamente. Con esas palabras, un escalofrío descendió por la espalda de Eli. —¿Cuánto le diste? —Randy puso los ojos en blanco mirando al cielo—. Sabes que me enteraré en cuanto concilie el estado de cuentas bancario. ¿Cuánto le diste? —Jovencito, estás llenándote de ínfulas. El dinero que gano... Eli hizo algunos cálculos rápidos en su cabeza. Siempre sabía hasta cuántos centavos tenía su madre en su cuenta corriente —no había cuenta de ahorros— y cuánto tenía en el monedero, hasta el cambio. —Doscientos dólares —dijo él—. Le diste un cheque por doscientos dólares. Ese era el máximo que podía permitirse y seguir pagando la hipoteca y los víveres. Cuando Randy permaneció con los labios cerrados en silencio, él supo que había acertado la cantidad exacta en su mente. Le contaría a Chelsea más tarde y permitiría que ella lo felicitara por su perspicacia. Eli dijo una palabrota en voz baja. —¡Eli! —le dijo Randy severamente—. No permitiré que digas semejantes cosas de tu padre. — Su rostro se suavizó—. Cariño, eres demasiado joven para ser tan cínico. Debes creer en la gente. Me preocupa que te hayas traumatizado porque tu padre te dejó sin orientación masculina. Y sé que estás ocultando tus verdaderos sentimientos: sé que lo extrañas muchísimo. Eli, pareciéndose mucho a un anciano, dijo: —Debes estar mirando programa de entrevistas en la tv otra vez. No lo extraño; nunca lo vi cuando estabas casada con él. Mi padre es un bastardo egocéntrico y egoísta. La boca de Randy se tensó en una línea que era idéntica a la de su hijo. —Si eso es cierto o no es irrelevante. Él es tu padre. La expresión de Eli no cambió. —Estoy seguro de que es demasiado esperar que le hayas sido infiel y que mi verdadero padre en realidad sea el rey de un pequeño pero rico país europeo. Como siempre, el rostro de Randy perdió su expresión severa y se rió. Era tan incapaz de permanecer enojada con Eli como de resistir las quejas y ruegos de su ex—esposo. Sabía que Eli la odiaría por decir esto, pero él era muy parecido a su padre. Los dos siempre iban tras lo que querían y no permitían que nada los detuviera. No, Eli no apreciaría en lo más mínimo semejante observación. Eli estaba tan enojado con su madre por permitir una vez más que Leslie Harcourt la engatusara para no pagar la manutención infantil que no podía decir una palabra más, pero se dio vuelta y fue a su propia habitación. En ese momento su padre debía seis meses atrasados de manutención. En vez de pagarlo, había ido con Randy y derramado un par de lágrimas, diciéndole que estaba sin dinero, sabiendo que podía lograr que ella le diera dinero. Eli sabía que a su padre le gustaba probar su habilidad para vender en cada oportunidad. Ver si podía engatusar a Randy era un ejercicio de ventas.
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La verdad —una verdad que Randy no sabía— era que hacía poco Leslie había comprado un Mercedes de sesenta mil dólares, y que el pago del auto realmente lo estaba exigiendo financieramente (Eli y Chelsea habían sido capaces de acceder a unos datos del banco sobre los reportes de crédito y descubierto todo tipo de información "confidencial" sobre la gente.) Eli pasó treinta minutos en su habitación, pensando en la perfidia de su padre, pero cuando vio que su madre estaba afuera atendiendo sus rosas, fue a la sala de estar y llamó al hombre que era su padre. Eli no perdió el tiempo con saludos. —Si no pagas la manutención de tres meses dentro de veinticuatro horas y los otros tres meses dentro de treinta días, pondré azúcar en el tanque de combustible de tu nuevo automóvil. Y colgó el teléfono. Veintidós horas más tarde, Leslie apareció en la puerta de la casa de Randy con el dinero. Mientras Eli se encontraba parado detrás de su madre, tuvo que escuchar a su padre dar un largo y almibarado discurso acerca de la bondad de la gente, sobre cómo algunas personas estaban dispuestas a creer en las demás, mientras que otras no tenían lealtad en sus almas. Eli lo soportó unos pocos minutos, luego miró alrededor de su madre y observó furioso a su padre hasta que el hombre se marchó rápidamente, después de decirle en voz muy alta a Randy que tendría el pago de los otros tres meses dentro de treinta días. Eli se contuvo de decirle que dentro de treinta días no debería tres meses, sino cuatro. Cuando Leslie se hubo marchado, Randy se volvió hacia su hijo y le sonrió. —Ves, Eli, cariño, debes creer en la gente. Te dije que tu padre se recuperaría, y lo hizo. Ahora, ¿adónde iremos a cenar? Diez minutos más tarde, Eli estaba al teléfono con Chelsea. —No puedo ir a —le dijo suavemente—. No puedo dejar a mi madre desprotegida. Chelsea no vaciló. —¡Ven aquí rápido! Nos encontraremos en Sherwood Forest.
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CCAAPPÍÍTTU ULLO O 0033 —¿Qué vamos a hacer? —susurró Chelsea. Estaban sentados lado a lado en una hamaca planeadora en el jardín de la finca de ocho hectáreas de los padres de ella. Era un inmueble excelente, cerca del corazón de Denver. Su padre había comprado tres casas y derribado tres de ellas para obtener los acres. No es que estuviera alguna vez allí para disfrutar de la tierra, pero le daba mucha alegría decirle a la gente que tenía ocho hectáreas en la ciudad de Denver. —No lo sé —dijo Eli—. No puedo dejarla. Eso lo sé. Le daría a mi padre todo lo que tiene si yo no estuviera allí para protegerla. Chelsea no tenía dudas después de la historia que Eli acababa de contarle. Y esta no era la primera vez que Leslie Harcourt estafaba a su dulce ex—esposa. —Desearía... Chelsea se quedó callada un momento, luego se puso de pie y bajó la mirada hacia Eli, que tenía la cabeza gacha mientras consideraba a qué estaba renunciando al no aceptar este ofrecimiento de Princeton. Ella sabía que él odiaba la idea de ir a la secundaria casi tanto como adoraba la idea de progresar con su investigación de las computadoras. —Ojalá pudiéramos encontrar un esposo para ella. Eli resopló. —Lo hemos intentado, ¿recuerdas? Sólo le gustan los hombres como mi padre, los que ella dice que la "necesitan". Necesitan su dinero y que ella los perdone. —Lo sé, pero ¿no sería agradable si pudiésemos hacer realidad uno de esos libros que tanto ama? Conocería a un billonario alto, moreno, y él... —¿Un billonario? —Sí —dijo Chelsea sabiamente—. Mi padre dice que, con cómo está la inflación, un millonario (incluso un multimillonario) no vale mucho. A veces Eli era vívidamente recordado cómo él y Chelsea diferían en el dinero. Para él y su madre, doscientos dólares eran una gran cantidad, pero la mujer que cortaba el cabello de Chelsea cobraba trescientos dólares por una visita. Chelsea sonrió. —Por casualidad, no conoces a ningún billonario soltero, ¿no? Ella estaba bromeando, pero Eli no sonrió. —En realidad, sí. Él... él es mi mejor amigo. Hombre mejor amigo, quiero decir. Al oírlo, Chelsea abrió mucho los ojos. Una de las cosas que más le gustaban de Eli era que siempre tenía la habilidad de sorprenderla. Sin importar cuánto pensara que lo conocía, no lo sabía todo. —¿Dónde conociste a un billonario y cómo llegó a ser tu amigo? Pero Eli sólo la miró y no dijo nada, y cuando tenía esa expresión en su rostro, ella sabía que no iba a sacarle otra palabra. Pero dos días después fue Eli quien llamó a una reunión entre los dos en el Bosque de Sherwood, su nombre para el jardín del padre de Chelsea, y ella nunca había visto semejante luz en sus ojos antes. Era casi como si tuviera una fiebre. TRADUCIDO por ALENA JADEN — Editado por Mara Adilén
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—¿Qué sucede? —susurró, sabiendo que tenía que ser algo tremendo. Cuando él le entregó un recorte de periódico le temblaba la mano. Sin idea de qué esperar, ella lo leyó, y supo menos que antes de empezar. Era un pequeño recorte de la revista & acerca de un hombre llamado Franklin Taggert, uno de los directores más importantes de las empresas Montgomery—Taggert. Había estado involucrado en un pequeño accidente y su brazo derecho se había quebrado en dos partes. Como había elegido recluirse en una cabaña escondida en las Montañas Rocosas hasta que su brazo sanara, varias reuniones y ultimaciones de contratos habían sido pospuestas. Cuando Chelsea terminó de leer, miró perpleja a Eli. —¿Y entonces? —Él es mi amigo —dijo Eli, con una voz llena de tal sobrecogimiento que Chelsea sintió una oleada de celos dispararse dentro suyo. —¿Tu billonario? —le preguntó desdeñosamente. Pero Eli no pareció notar su extraña reacción mientras comenzaba a ir y venir delante suyo. —Fue tu idea —dijo él—. A veces, Chelsea, olvido que eres tan mujer como mi madre. — Chelsea no estaba muy segura de si le gustaba esa afirmación—. Dijiste que debería encontrarle un esposo, que debería encontrarle un hombre rico que cuide de ella. Pero, ¿cómo puedo confiarle el cuidado de mi madre a cualquier hombre? Debe ser un hombre perspicaz tanto como adinerado. —Las cejas de Chelsea se habían elevado hacia el nacimiento de su pelo. Este era un Eli completamente nuevo al que estaba viendo—. El problema lógico ha sido cómo presentarle mi madre a un hombre rico. Ella es enfermera, y el veintiuno por ciento de todas las novelas románticas tiene, en algún punto, un héroe herido y una heroína que lo atiende hasta que está sano, con el verdadero amor siempre resultante. Así que se deduce que ser una enfermera la presentaría al hombre rico y herido; pero como ella trabaja en un hospital público y los hombres adinerados tienden a contratar enfermeras privadas, no los ha conocido. —Ya veo. Así que ahora planeas obtener el trabajo de enfermera de este hombre para tu mamá. Pero, Eli —dijo Chelsea suavemente—, ¿cómo lograrás que ese hombre contrate a tu madre? ¿Cómo sabes que se enamorarán si se conocen? Creo que enamorarse tiene que ver con vibraciones físicas. Había leído eso último en alguna parte, y parecía explicar de qué hablaban siempre sus bobas hermanas. Eli levantó una ceja. —¿Cómo podría cualquier hombre no enamorarse de mi madre? Mi problema ha sido mantener a los hombres apartados de ella, no al revés. Chelsea sabía que era mejor no hacer comentarios sobre eso. Hacer que Eli viera a su madre como un ser humano normal era imposible. Parecía pensar que ella tenía un brillo dorado alrededor. —Entonces, cómo... —vaciló, y entonces sonrió—. Robin y Marian Les Jeunes. —Sí. Creo que el señor Taggert está solo en la cabaña. Averiguamos dónde queda, le escribimos una carta a mi madre contratándola, le damos indicaciones y la enviamos allí. Se enamorarán y él cuidará de ella. Es un hombre decente. Chelsea lo miró un momento, parpadeando.
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—¿Un... hombre decente? —Podía notar que Eli no iba a decirle una palabra más, pero ella sabía cómo manejarlo—. Si no me cuentas cómo conoces a este hombre, no te ayudaré. No haré nada. Eli sabía que ella estaba mintiendo. Chelsea tenía demasiada curiosidad como para no seguir cualquiera de sus proyectos, pero él quería contarle cómo había conocido a Frank Taggert. —¿Recuerdas dos años atrás, cuando mi clase fue de paseo a ver las empresas Montgomery— Taggert? —Chelsea no lo recordaba, pero de cualquier modo asintió—. No iba a ir, pero a último momento decidí que podía ser interesante, así que fui. Entonces Eli comenzó a contarle a Chelsea una historia extraordinaria. Eli fue a un viaje de excursión con su clase únicamente con el propósito de robar cartas con membrete. No tenía ninguna de las industrias Montgomery—Taggert, y quería estar preparado en caso de que lo necesitaran. Mientras se encontraba allí, absolutamente aburrido, con una secretaria condescendiente preguntándole a los niños si les gustaría jugar con los sujetapapeles, Eli miró al otro lado de la habitación para ver a un hombre sentado en el borde de un escritorio, hablando por teléfono. El hombre tenía una camisa de mezclilla, jeans y botas de vaquero; estaba vestido como el conserje, pero para Eli el hombre irradiaba poder, como un fuego generando olas de calor. Moviéndose silenciosamente por la sala, Eli llegó detrás de él para que el hombre no pudiera verlo, y entonces escuchó su conversación telefónica. Le llevó un momento darse cuenta de que el hombre estaba haciendo un trato multimillonario. Cuando habló de "cinco y veinte," en realidad estaba hablando de cinco millones y veinte millones. De dólares. Cuando el hombre colgó, Eli comenzó a apartarse. —¿Oíste todo lo que querías, muchacho? Eli se quedó helado, conteniendo la respiración. No podía creer que el hombre supiera que estaba ahí. La mayor parte de la gente no le prestaba atención a los niños. ¿Cómo sabía este hombre que se encontraba allí? ¿O haberlo visto? —¿Eres demasiado cobarde como para enfrentarme? —Eli se paró más derecho y caminó hasta estar enfrente del hombre—. Dime lo que oíste. Como a los adultos parecía gustarles pensar que los niños sólo podían oír lo que los adultos querían que oyeran, a Eli generalmente le parecía conveniente para mentir. Pero no le mintió a ese hombre. Le dijo todo: números, nombres, lugares. Todo lo que podía recordar de la conversación telefónica que acababa de oír. El rostro del hombre no tenía una expresión discernible mientras miraba a Eli. —Te vi merodeando por la oficina. ¿Qué estabas buscando? Eli respiró hondo. Él y Chelsea nunca le habían contado a un adulto sobre su colección de membretes, mucho menos lo que hacían con ellas. Pero a este hombre le contó la verdad. Los ojos del hombre se fijaron en los de Eli. —Sabes que lo que están haciendo es ilegal, ¿verdad? Eli le devolvió la mirada con dureza. —Sí, señor, lo sé. Pero sólo escribimos cartas a personas que están lastimando a otras o ignorando sus responsabilidades. Hemos enviado un par de cartas a padres que no pagan la manutención infantil que deben. TRADUCIDO por ALENA JADEN — Editado por Mara Adilén
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El hombre levantó una ceja, estudió a Eli por un momento, y luego se volvió hacia una secretaria que pasaba. —Toma el nombre de este joven y envíale un paquete entero de toda la papelería de todas las empresas Montgomery—Taggert. Busca las de Maine, Colorado y Washington State. —Volvió a mirar a Eli—. Y llama a las oficinas extranjeras también. Londres, Cairo, todas ellas. —Sí, señor Taggert —dijo la secretaria, mirando asombrada a Eli. Todos los empleados estaban aterrados de Frank Taggert, y sin embargo este niño había hecho algo para merecer su consideración especial. Cuando Eli superó su shock momentáneo, logró decir "gracias." Frank estiró la mano hacia el niño. —Mi nombre es Franklin Taggert. Ven a verme cuando te recibas de la universidad y te daré un trabajo. Estrechándole la mano, Eli se las arregló para decir roncamente: —¿Qué debería estudiar? —Con tu mente, estudiarás todo —dijo Frank mientras se bajaba del escritorio y se daba vuelta antes de desaparecer por una puerta. Por un instante, Eli simplemente se quedó mirando fijo, pero en ese momento, con esas pocas palabras, sintió que su futuro había sido decidido. Sabía adónde iría y cómo llegar allí. Y por primera vez en su vida, Eli tuvo un héroe.
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CCAAPPÍÍTTU ULLO O 0044 —¿Y luego qué? —preguntó Chelsea. —Envió las copias de los membretes (las has visto), le escribí para agradecerle y él me respondió. Y nos hicimos amigos. Una parte de Chelsea quería gritar que la había traicionado al no contarle esto. ¡Dos años! Le había ocultado esto durante dos años. Pero ella había aprendido que no servía de nada reprender a Eli. Si él quería guardaba secretos y no parecía importarle. —Entonces quieres que tu madre se case con este hombre. ¿Por qué se te ocurrió esta idea recién ahora? Sus palabras pretendían ser bastante maliciosas, para vengarse por ocultarle algo tan interesante, pero supo la respuesta en cuanto hizo la pregunta. Hasta ahora Eli había querido a su adorada madre para sí solo. Los ojos de Chelsea se ensancharon. Si Eli estaba dispuesto a ceder a su madre al cuidado de este hombre, él debía... —¿Realmente, verdaderamente te agrada? —Es como un padre para mí —dijo Eli suavemente. —¿Le has hablado sobre mí? —El modo en que Eli dijo "por supuesto" de algún modo apaciguó su enojo—. Muy bien, entonces, ¿cómo los juntamos? ¿Dónde está esa cabaña suya? Chelsea no tenía que preguntar cómo harían que la madre llegara hasta allí. Lo único que tenían que hacer era escribir una carta con papelería de Montgomery—Taggert y ofrecerle un trabajo de enfermería. —No lo sé —respondió Eli—, pero estoy seguro de que podremos deducirlo. Tres semanas más tarde, Chelsea estaba preparada para darse por vencida. —Eli —dijo con exasperación—, tienes que rendirte. No podemos encontrarlo. Eli sólo apretó más los labios, pero su cabeza estaba apoyada en sus manos, con desesperación. Habían pasado tres semanas enviando faxes y escribiéndole cartas a gente, dando a entender que necesitaban saber dónde se encontraba Frank Taggert. O la gente no sabía o no iba a decirlo. —No sé qué más podemos hacer —dijo Chelsea. —Estamos acercándonos a Navidad y se está poniendo más frío en las montañas. Él se marchará pronto y ella no llegará a conocerlo. La primera semana Chelsea le había preguntado por qué simplemente no le presentaba su madre al señor Taggert, y Eli la había mirado como si estuviera loca. —Serán amables uno con el otro por mí pero, ¿qué pueden tener en común a menos que se conozcan en terreno neutro? ¿No has aprendido nada de los libros de mi madre? Pero ahora habían intentado todo y aún no podía reunir a su madre con el señor Taggert. —Hay una cosa que no hemos probado —dijo Chelsea. Eli no se quitó la cabeza de las manos. —No hay nada. He pensado en todo. —No hemos intentado con la verdad. Eli dio vuelta la cabeza y la miró. —¿Qué verdad? TRADUCIDO por ALENA JADEN — Editado por Mara Adilén
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—Mis padres casi morían porque mi hermana se casara. Mi madre dijo que mi hermana estaba perdiendo sus posibilidades porque se estaba poniendo demasiado vieja. Tenía casi treinta. Entonces, si este señor Taggert tiene cuarenta, tal vez su familia está muriendo porque él también se case. —Eli la miró completamente desconcertado—. Hagamos una cita con uno de sus hermanos y digámosle que tenemos una esposa para el señor Taggert, y veamos si nos ayuda. — Cuando Eli no respondió, Chelsea frunció el ceño—. Vale la pena intentarlo, ¿cierto? Vamos, deja de lloriquear y dime el nombre de uno de sus hermanos aquí en Denver. —Michael —dijo Eli—. Michael Taggert. —Muy bien, hagamos una cita con él y hablémosle. Luego de vacilar un momento, Eli se volvió hacia su teclado. —Sí, vamos a intentarlo.
Michael Taggert levantó la mirada de su escritorio para ver a su secretaria, Kathy, en la puerta, con una sonrisa traviesa. —¿Recuerda la carta que recibió del señor Elijah J. Harcourt pidiendo un encuentro hoy? Frunciendo el ceño, Mike asintió bruscamente. Iba a encontrarse con su esposa para almorzar en treinta minutos, y por la expresión en el rostro de Kathy podría haber algunas complicaciones que lo retuvieran. —¿Sí? —Trajo a su secretaria con él —dijo Kathy, sonriendo aún más ampliamente. Mike no podía ver porqué un hombre y su secretaria causarían semejantes risas, pero entonces Kathy dio un paso al costado y Mike vio a dos niños, ambos de aproximadamente doce años, entrando en la sala detrás de ella. El muchacho era alto, delgado, con enormes anteojos y unos ojos tan intensos que le recordó a Mike a un halcón. La muchacha tenía la fácil seguridad de lo que prometía ser una belleza y, a menos que fallara al adivinar, tener dinero. No tengo tiempo para esto, pensó Mike, y se preguntó quién habría enviado a esos chicos a esa visita. Silenciosamente, les hizo un gesto para que tomaran asiento. —Usted está ocupado y nosotros también, así que iré directo al grano —dijo Eli. Mike tuvo que contener una sonrisa. Los modales del chico eran sorprendentemente adultos, y le recordaron a alguien, pero no podía pensar a quién. —Quiero que mi madre se case con su hermano. —Ah, ya veo —dijo Mike, recostándose en su silla—. ¿Y cuál de mis hermanos sería? —El mayor, Frank. Mike casi se cayó de la silla. —¿Frank? —exclamó. Su hermano mayor era un terror, tan preciso como un instrumento de medición, y casi tan cálido como Maine en febrero—. ¿Frank? ¿Quieres que tu madre se case con Frank? —Se inclinó hacia adelante—. Dime, muchacho, ¿te estás metiendo en esto por tu madre, o qué? Por eso, Eli saltó de su asiento, con el rostro rojo. —El señor Taggert es un hombre muy agradable, ¡y usted no puede decir nada en contra de mi madre! TRADUCIDO por ALENA JADEN — Editado por Mara Adilén
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La chica puso su mano sobre el brazo de Eli y él instantáneamente se sentó, pero giró la cabeza y no quiso mirar a Mike. —Quizá yo podría explicar —dijo la muchacha, y se presentó. Mike estaba impresionado con la niña, mientras ella le contaba sucintamente su historia, de la oferta de Eli para ir a Princeton y su negativa a dejar sola a su madre. Mientras ella hablaba, Mike seguía mirando a Eli, intentando unir todas las piezas. Así que el niño quería que un billonario cuidara de su madre. Mocoso ambicioso, ¿verdad? Pero Mike comenzó a cambiar de opinión cuando Eli dijo: —No le cuentes eso. A él no le agrada su hermano. —¿Decirme qué? —lo alentó Mike—. Y yo amo a mi hermano. Es sólo que a veces es difícil de tratar. ¿Estás seguro de que hablas del Frank Taggert correcto? Al oírlo, Eli sacó rápidamente un sobre del interior de la chaqueta de su traje. Enseguida Mike lo reconoció como los papeles privados de Frank, algo que él sólo reservaba para su familia. Era una manera que tenía la familia de distinguir el correo privado del de negocios. Con frecuencia, su familia bromeaba con que Frank nunca utilizaba papelería de la familia para nadie que no llevara el mismo apellido que él. Incluso había un rumor de que en las raras ocasiones en que había enviado una nota a cualquier mujer que estuviera esperándolo en ese momento, había usado el membrete de negocios. Sin embargo, Frank le había escrito a este chico una carta con su papelería privada. —¿Puedo verla? —preguntó Mike con suavidad, extendiendo su mano. Eli comenzó a devolver la carta a su bolsillo. —Adelante –lo alentó Chelsea—. Esto es importante. Eli le dio la carta de mala gana a Mike. Lentamente, el hombre tomó la hoja de papel del sobre y la leyó. Estaba escrita a mano, no tipeada. Hasta donde él sabía, Frank no había escrito nada desde que había abandonado la universidad. Mi querido Eli, Me alegró tanto recibir tu última carta. Tus nuevas teorías sobre inteligencia artificial suenan magníficas. Sí, haré que alguien chequee lo que ya se ha hecho. La esposa de uno de mis hermanos tuvo un bebé, una niñita, con mejillas tan rojas como las rosas. Abrí un fideicomiso para ella pero no le dije a nadie. Me alegra que te haya gustado tu regalo de cumpleaños, y usaré los gemelos que me enviaste la próxima vez que vea al presidente. ¿Cómo están Chelsea y tu madre? Avísame si tu padre alguna vez vuelve a negarse a pagar la manutención. Conozco a algunas personas de la ley y también a un par de matones. Cualquier hombre que no esté agradecido de tener un hijo como tú merece que le enseñen una lección. Mi cariño y amistad para ti, Frank Mike tuvo que leer la carta tres veces, y aunque estaba seguro que era de Frank, no podía creerlo. El único comentario de Frank cuando uno de sus hermanos producía otro niño más, era TRADUCIDO por ALENA JADEN — Editado por Mara Adilén
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"¿Ninguno de ustedes nunca se detiene?" Sin embargo, allí estaba diciendo que la nueva bebé de su hermano tenía mejillas como rosas... y así era. Mike volvió a doblar cuidadosamente la carta y la metió en el sobre. Eli casi se la arrancó de las manos. —Eli quiere que su madre conozca al señor Frank Taggert en un lugar donde estén en igualdad —dijo Chelsea—. Ella es enfermera, y pensamos que podría ir a la cabaña en las montañas donde se está quedando el señor Taggert, pero no podemos encontrarla. A Mike le estaba costando deducir de qué estaba hablando la niña. Miró su reloj. —Debo encontrarme con mi esposa para almorzar en diez minutos... ¿les gustaría unirse? Cuarenta y cinco minutos más tarde, con la ayuda de su esposa, Samantha, Mike finalmente comprendió toda la historia. Y, más importante, había descubierto a quién le recordaba Eli. Eli era como Frank: un exterior frío, ojos intensos, un cerebro brillante, una personalidad obsesiva. Mientras Mike escuchaba, estaba un poco herido y enojado porque su hermano mayor hubiese escogido al hijo de un extraño para querer, pero al menos el amor de Frank por Eli probaba que podía amar. —Creo que es maravillosamente romántico —dijo Samantha. —Creo que la pobre mujer conocerá a Frank y quedará horrorizada —murmuró Mike, pero se calló cuando Samantha lo pateó por debajo de la mesa. —Entonces, ¿cómo arreglamos esto? —preguntó Samantha—. ¿Y qué talle de vestido usa tu madre? —Doce pequeño —dijo Chelsea—. Es baja y g... —No tuvo que darse vuelta para sentir la mirada furiosa de Eli. Él no estaba hablando mucho, ya que era extremadamente hostil hacia Mike—. Es, ah, redonda —terminó Chelsea. —Entiendo —dijo Samantha, sacando un pequeño anotador de su cartera. —¿Qué diferencia hace su tamaño de vestido? —preguntó Mike. Chelsea y Samantha lo miraron como si fuese estúpido. —No puede llegar a la cabaña vistiendo jeans y un buzo, ¿verdad? Chelsea, ¿deberíamos comprar algo de cachemira? —¡¿Cachemira?! —dijeron Eli y Mike al unísono, y eso formó un lazo entre ellos: los hombres versus las mujeres. Samantha ignoró el estallido de su esposo. —Mike, escríbele una carta a la señora Harcourt diciendo... —Stowe —dijo Eli—. La nueva esposa de mi padre quiso que mi madre retomara su apellido de soltera, así que ella lo hizo. Al oír eso, Samantha miró duramente a Mike, y él supo que se había perdido todo sentido de la proporción. De ahora en adelante, cualquier cosa que Eli y Chelsea quisieran, la tendrían.
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CCAAPPÍÍTTU ULLO O 0055 Randy descendió del caballo agradecidamente y entró en la cabaña. Las cosas habían sucedido tan rápidamente en los últimos días que no había tenido tiempo para pensar en ellas. Ayer por la tarde un hombre había ido al hospital y le había preguntado si por favor aceptaría un trabajo de enfermería privado con cama adentro para su cliente, comenzando la mañana siguiente y durante dos semanas. Al principio comenzó a decir que no, que no podía pedir que el hospital la dejara salir, pero parecía que su ausencia ya había sido aclarada con el jefe de personal, un hombre al que Randy nunca había visto, mucho menos conocido. Entonces le dijo al hombre que no podía ir porque tenía un hijo del que cuidar, y no podía dejarlo. Como si todo el asunto estuviese cronometrado, Randy fue llamada al teléfono y Eli le preguntó —le rogó, en realidad— si le permitía ir con la familia de Chelsea a un viaje en yate extremadamente educativo. Quizás debería haber protestado de que perdería demasiadas clases en la escuela, pero sabía que Eli podía hacer cualquier trabajo en un abrir y cerrar de ojos, y él tenía tantas ganas de ir que no podía decirle que no. Cuando dejó el teléfono, el hombre seguía allí parado, esperando su respuesta para aceptar el trabajo. —Sólo dos semanas —le dijo—, y luego tengo que estar aquí. Sólo después de que hubiera aceptado le dijeron que su nuevo paciente se estaba quedando en una cabaña en lo alto de las Rocosas, y el único modo de llegar allí era por helicóptero o a caballo. Como la idea de estar colgada de una cuerda desde un helicóptero no le atraía, dijo que tomaría el caballo. Temprano a la mañana siguiente, abrazó y besó a Eli como si fuera a estar lejos suyo durante un año o más, luego se metió en un automóvil que la condujo cincuenta kilómetros dentro de las montañas, donde un viejo llamado Sandy estaba esperando para llevarla a la cabaña. Tenía dos caballos ensillados y tres mulas cargadas con provisiones. Anduvieron todo el día y Randy supo que estaría dolorida por el caballo, pero el aire era celestial, fino y vigorizante mientras subían más y más alto. Era fines de otoño, y casi podía oler la nieve que pronto cubriría las montañas. Cuando llegaron a la cabaña, una hermosa estructura de troncos y piedras, pensó que debían estar en el lugar más desolado de la tierra. No había cables que llegaran a la cabaña, ningún camino ni señal de que tuviera contacto con el mundo exterior. —Remoto, ¿verdad? Sandy levantó la mirada de la mula que estaba descargando. —Frank se aseguró de que el lugar tenga todas las comodidades de un hogar. Electricidad subterránea y su propio sistema de cloacas. —¿Cómo es él? —preguntó Randy. Debido al estrecho camino, no habían podido hablar mucho en el largo camino cuesta arriba. Lo único que ella sabía de su paciente es que se había quebrado el brazo derecho, que estaba enyesado, y que le era difícil realizar las tareas diarias. Sandy se tomó un tiempo para responder. —Frank no es como nadie más. Él es él mismo. Algo así como que está acostumbrado a hacer las cosas a su modo. TRADUCIDO por ALENA JADEN — Editado por Mara Adilén
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—Estoy acostumbrada a los viejos y raros —dijo ella con una sonrisa—. ¿Vive aquí todo el tiempo? Sandy rió entre dientes. —Hay tres metros de nieve aquí arriba en el invierno. Frank vive donde quiere. Sólo vino aquí a... bueno, quizás a lamer sus heridas. Frank no habla mucho. ¿Por qué no entra y toma asiento? Descargaré esta pila. Con una sonrisa de gratitud, Randy hizo lo que él decía. Sin apenas echar un vistazo al interior de la cabaña, ella entró, se sentó y se quedó dormida inmediatamente. Cuando despertó sobresaltada, casi un hora más tarde, descubrió que Sandy y los animales habían desaparecido. Sólo una enorme pila de cajas y sacos en el piso mostraba que él había estado allí. Al principio quedó un poco desconcertada de encontrarse sola allí, pero se encogió de hombros y comenzó a mirar alrededor. La cabaña se veía como si hubiese sido diseñada por una computadora, o al menos un humano que no tenía sentimientos. Era perfectamente funcional, con una planta abierta en forma de L, un extremo con una enorme chimenea, un sillón y dos sillas. Podría haber sido encantador, pero las tres piezas perfectamente combinadas estaban cubiertas con una tela pesada y práctica gris oscura que se veía como si hubiese sido elegida únicamente por durabilidad. No había alfombras en el suelo, ningún cuadro en las paredes, y sólo una mesa con una simple lámpara de cerámica gris encima. La cocina estaba en la esquina de la L, y también había sido diseñada para servicio: armarios construidos sólo para ser usados, nada decorativos de ningún modo. Al final de la cocina había dos camas, precisamente cubiertas con resistentes lonas marrones. A través de una puerta había un baño con ducha, inodoro de cerámica blanca, y lavamanos. Todo absolutamente básico. Todo limpio y ordenado. Y ninguna señal de habitación humana. Randy entró en pánico por un instante cuando pensó que quizás su paciente había empacado y marchado, que quizás estaba allí sola sin modo de bajar de la montaña excepto una caminata de dos días. Pero entonces notó un par de puertas al lado de una de las camas, una a cada lado, perfectamente simétricas. Detrás de una, acomodada con precisión militar, había algunas piezas de ropa masculina: pantalones de lienzo fuerte, botas con un poquito de barro. —Oh, oh, somos prolijos, ¿cierto? —murmuró, sonriendo, y entonces frunció el ceño a la cama gemela tan cerca de la suya. No más de un metro separaba las camas. Esperaba que este anciano no fuera del tipo que le hiciera insinuaciones infantiles. Había tenido suficiente de esos en la escuela. "Sólo dame un besito, cariño," le habían dicho hombres sin dientes mientras sus manos envejecidas buscaban su cuerpo. Riendo ante la tontería de su fantasía, Randy fue a la cocina y miró dentro. Seis ollas y sartenes. Perfectamente ordenadas, impecablemente limpias. Los cajones contenían un juego de utensilios de cocina de acero inoxidable que se veían como si nunca hubiesen sido utilizados. —No es muy cocinero, ¿verdad, señor Taggert? —murmuró mientras continuaba explorando. Otros armarios y cajones estaban llenos de frascos con especias y hierbas, con sus precintos intactos—. ¿Qué demonios come este hombre? —se preguntó en voz alta. Cuando llegó al último armario, encontró la respuesta. Escondido dentro había un microondas, y detrás de la alta puerta en la esquina había un freezer. Tenía más o menos una docena de cenas de TV allí, y después de un momento de consternación, Randy se rió. Parecía como si hubiese sido contratada para cocinar para el desaparecido señor Taggert más que para otra cosa. TRADUCIDO por ALENA JADEN — Editado por Mara Adilén
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—Pobre hombre. Debe estar muriendo de hambre —dijo, y se alegró ante esa idea. Las camas tan juntas la habían preocupado, pero el freezer vacío era tranquilizador—. Entonces, Miranda, niña mía, no fuiste traída aquí para una orgía de sexo sino para cocinarle a un solitario anciano con un brazo quebrado. Pobre querido, me pregunto dónde estará ahora. No perdió mucho tiempo especulando, sino que se puso a trabajar, arrastrando dentro las provisiones. No tenía idea de qué había llevado Sandy en esas dos mulas, pero pronto lo descubrió. Con hielo seco empaquetado, en recipientes aislados, había casi media res de primera calidad y un par de docenas de pollos. Había muchísimo equipo para pescar, bolsas de harina, paquetes de levadura, montones de alimentos enlatados, y un par de libros de cocina. Con cada artículo que desenvolvía, se sentía más segura de cuál era su verdadero propósito allí, y al pensar en alguien que la necesitaba comenzó a hacerla olvidar lo fácilmente que Eli había dicho que no la necesitaba durante las dos semanas siguientes. Tenía muchas ganas de viajar con Chelsea y sus padres al sur de Francia y luego a Grecia a bordo del yate de algún príncipe italiano. Con un suspiro, Randy puso un pollo congelado en el microondas para descongelarlo. No se permitiría pensar en cómo Eli estaba creciendo y necesitándola menos cada día. —Mi bebé ha crecido —dijo con un suspiro mientras sacaba el pollo y comenzaba a preparar un relleno de cubos de pan, salvia y cebollas—. No empieces a compadecerte de ti misma —se dijo—. No estás muerta aún. Podrías conocer a un hombre, enamorarte locamente, y tener tres hijos más. Incluso mientras lo decía, se rió. Ella no era la heroína de una novela romántica. No era preciosa y con una figura que hacía que a los hombres les ardieran las manos de lujuria. El problema era que era una mujer ordinaria. Era bonita en un modo con hoyuelos, una belleza anticuada, no el estilo de mejillas demacradas que era furor ahora. Y tenía... bueno, enfrentémoslo, más o menos trece kilos de sobrepeso. A veces se consolaba a sí misma diciendo que si hubiese vivido en los siglos diecisiete o dieciocho los hombres la hubiesen utilizado como modelo para una pintura de Venus, la diosa del amor. Pero no ayudaba hoy, cuando las modelos más populares pesaban poco menos de cuarenta kilos. Mientras Randy se ponía a trabajar para preparar una comida para su paciente ausente, intentó olvidar la soledad de su vida, olvidar que su precioso hijo pronto estaría dejándola para ir a la escuela y que no le quedaría nadie. Dos horas más tarde, tenía un adorable fuego encendido en la enorme chimenea de piedra, un pollo relleno asándose en el horno nunca antes usado, y algunas verduras hirviendo a fuego lento. Había llenado un bol con flores silvestres del lado de la cabaña y puesto una piña seca en un alféizar. Sus bolsos de viaje sin desempacar estaban al lado de la cama que el hombre parecía no usar; su suéter estaba colgado sobre el respaldo de la silla, y había puesto una roca interesante en una punta de la repisa de piedra. El sitio estaba comenzando a parecer un hogar. Cuando la puerta de la cabaña se abrió de golpe y el hombre irrumpió, Randy casi dejó caer la tetera. Él no era viejo. Había algo de gris en las sienes de su cabello negro, y líneas corriendo por los costados de su boca de labios apretados, pero su virilidad estaba intacta. Era un hombre muy apuesto. —¿Quién es usted y qué está haciendo aquí? —exigió saber. Ella tragó con fuerza. Algo en él era intimidante. Podía ver que era un hombre acostumbrado a dar órdenes y ser obedecido.
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—Soy su enfermera –dijo alegremente, asintiendo hacia el brazo de él, que llevaba un yeso casi hasta su hombro. Debía haber sido una fea quebradura para llevar semejante yeso, y debía tener muchas dificultades para hacer hasta la más pequeña tarea. Sonriendo, ella rodeó la encimera, negándose a ser intimidada por su expresión. —Miranda Stowe —dijo, riendo nerviosamente—. Pero eso ya debe saberlo, ¿verdad? Sandy dijo que usted tenía sus reportes médicos, así que tal vez si los viera podría saber más sobre su condición. —Cuando él no dijo una palabra, ella frunció el ceño un poquito—. Venga y siéntese, la cena está casi lista y... venga, déjeme ayudarlo a quitarse esas botas. Él seguía mirándola fijo, mudo, así que ella tironeó suavemente de su brazo ileso e hizo que se sentara en una silla junto a la mesa del comedor. Arrodillándose delante de él, comenzó a desatar sus botas mientras pensaba que compartir una cabaña iba a ser una experiencia solitaria si él nunca hablaba. Cuando comenzó a reír, ella levantó la mirada hacia él, sonriendo, queriendo compartir lo que fuera que lo estaba divirtiendo. —Esta es la mejor hasta ahora —dijo. —¿Qué es? —preguntó Randy, pensando que estaba recordando una broma. —Tú. —Aún sonriendo, él levantó una ceja al mirarla—. Debo decir que no te ves como... ¿qué dijiste que eras? ¿Una enfermera? Randy perdió su sonrisa. —Soy una enfermera. —Seguro que lo eres, cariño. Y yo soy un bebé recién nacido. Randy dejó de desatar sus botas y se puso de pie, mirándolo desde arriba. —¿Exactamente qué cree que soy? —le preguntó con calma. —Con esas —movió la cabeza hacia su amplio pecho—, puedes ser sólo una cosa. Randy era una mujer de corazón blando. Las mariposas heridas la hacían llorar, pero este hombre alto y apuesto, señalando sus senos de ese modo, era más de lo que podía soportar. Era fuerte por los años de hacer camas y dar vuelta a los pacientes, así que le pegó duro en los hombros y lo empujó. Él salió volando hacia atrás en la silla, buscando agarrar la mesa para evitar caerse, pero su brazo derecho, cubierto en yeso, estaba del lado de la mesa, así que cayó tumbado al suelo. Randy sabía que debería haber esperado para ver si él estaba bien, pero en cambio giró sobre sus talones y se dirigió a la puerta de la cabaña. —¿Por qué...? —dijo él, y la agarró del tobillo antes de que pudiera dar otro paso. —¡Suélteme! —dijo ella, lanzándole patadas, pero él tiró a un lado y ella al otro hasta que cayó, aterrizando duramente sobre él y golpeándole el brazo lastimado. Ella supo que el impacto debía haberlo lastimado, pero él ni siquiera mostró su dolor con un parpadeo. Rodando, él sujetó el cuerpo de ella contra el piso. —¿Quién eres y cuánto quieres? Desconcertada, ella lo miró. Él tenía cerca de cuarenta años, años más años menos, y su cuerpo se sentía como si estuviera en perfectas condiciones. TRADUCIDO por ALENA JADEN — Editado por Mara Adilén
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—Por este trabajo recibo más o menos cuatrocientos dólares por semana —dijo ella, y sus ojos se entrecerraron al mirarlo—. Por enfermería. —Enfermería —dijo él de modo despectivo—. ¿Así es como lo llamas? —Ella empujó contra él furiosamente, pero no pudo moverlo—. Entonces, ¿cómo me encontraste? ¿Simpson? No, él no sabe nada. ¿Quién te envió? ¿Los japoneses? Randy dejó de luchar. —¿Los japoneses? ¿La herida del hombre era sólo en el brazo? —Sí, no estaban muy contentos cuando les gané en ese último trato. Pero los microchips son un artículo en desuso. Iré por... —¡Señor Taggert! —dijo ella, interrumpiéndolo, ya que parecía haber olvidado que yacía de cuerpo entero sobre ella—. No tengo idea de lo que está hablando. ¿Me dejaría levantar, por favor? Él la miró, y el color de sus oscuros ojos pareció cambiar. —No eres como las mujeres que generalmente tengo, pero supongo que servirás. —Le ofreció una lasciva sonrisita desigual—. Tu suavidad podría ser un cambio agradable de las modelos y estrellas huesudas. Por ese comentario, hecho como si estuvieran en una carnicería metiendo el dedo en pollos para comprobar la ternura, ella subió la rodilla bruscamente entre las piernas de él, haciendo que rodara de encima suyo dolorido. —¡Ahora, señor Taggert! —dijo Randy, poniéndose de pie y doblándose encima de él—. ¿De qué se trata todo esto? Él se estaba sosteniendo con una mano, y mientras rodaba a un lado su hombro herido golpeó la pata de la mesa. El corazón de Randy casi lo compadeció. —Soy un... —¿Un qué? —exigió saber ella. —Un billonario. —Usted es... —Ella no supo si reír o patearlo en las costillas—. Es un... —No podía concebir la cantidad de dinero de la que él estaba hablando—. Es rico, así que piensa que vine aquí a... ¿obtener su dinero? Él comenzaba a recuperarse mientras se levantaba para sentarse pesadamente en una silla. —¿Por qué más estarías aquí? —Porque usted pidió una enfermera —le disparó ella—. Usted me contrató. —He oído esa historia antes. Randy estaba de pie mirándolo hacia abajo, furiosamente, más enojada de lo que jamás hubiese estado. —Señor Taggert, usted podrá tener una gran cantidad de dinero, pero cuando se trata de ser un ser humano, usted no tiene un céntimo. No pensó en lo que estaba haciendo, que estaba en las Montañas Rocosas y que no tenía idea de cómo regresar a la civilización. Simplemente tomó su suéter del respaldo del sillón y salió de la cabaña. Siguió una especie de rastro, protestando en su furia, pero no miró adónde se dirigía. TRADUCIDO por ALENA JADEN — Editado por Mara Adilén
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Ni siquiera Leslie la había enojado tanto como este hombre acababa de hacerlo. Leslie le mentía y la manipulaba a cada oportunidad, pero él nunca la había acusado de ser indecente. Subió y bajó colinas, inconsciente del sol poniente. Un minuto parecía estar soleado y cálido, y al siguiente momento estaba totalmente oscuro y helando. Ponerse el suéter no ayudó en nada. —¿Estás preparada para regresar? Casi se despegó de su piel de un salto cuando el hombre habló. Dando un giro, apenas pudo verlo parado, escondido entre los árboles. —No creo que regrese a la cabaña —dijo—. Me parece que volveré a Denver. —Sí, por supuesto. Pero Denver está por allí. Él señaló en dirección opuesta al camino en que ella iba. Randy quería mantener parte de su orgullo. —Yo quería... buscar mi maleta. Miró de un lado a otro por un instante y luego arrancó directo hacia adelante. —Ejem —dijo él, y señaló por encima de su hombro derecho. —Muy bien, señor Taggert —dijo ella—, ha ganado. No tengo idea de dónde estoy o adónde voy. Él dio dos pasos hacia ella y apartó algunos arbustos con la mano, y allí, a aproximadamente cien metros enfrente de ella, estaba la cabaña. La luz brillaba suave y cálidamente por las ventanas. Casi podía sentir el calor del fuego. Pero se apartó, hacia el camino que llevaba a Denver, y comenzó a caminar. —¿Y adónde crees que vas? —A casa —dijo ella, justo mientras tropezaba encima de una raíz en el camino. Pero se contuvo y no cayó. Con la espalda rígida, siguió caminando. Frank estuvo a su lado en un segundo. —Te congelarás hasta morir aquí afuera. Eso es si un oso no te atrapa antes. —Ella siguió caminando—. Te estoy ordenando que... Randy se detuvo y lo miró enojada. —No tiene derecho a ordenarme hacer nada. Ningún derecho. Ahora, ¿podría, por favor, dejarme sola? Quiero ir a casa. Para su horror, su voz sonaba llena de lágrimas. Nunca había sido capaz de sostener mucho tiempo el enojo. Sin importar lo que Leslie le hiciera, no podía quedarse molesta más que un breve tiempo. Enderezando los hombros, comenzó a caminar otra vez. —¿Podría contratarte como mi cocinera y ama de llaves? —dijo él detrás suyo. —No podría pagarme lo suficiente para que trabaje para usted —respondió ella. —¿En serio? —preguntó Frank, y estaba justo detrás de Randy—. Si eres pobre... —No soy pobre. Sólo tengo muy poco dinero. Usted, señor Taggert, es muy pobre. Cree que todo el mundo tiene una etiqueta de precio. —Así es, y tú también. También yo, si vamos al caso. —Debe estar muy solo si piensa eso. TRADUCIDO por ALENA JADEN — Editado por Mara Adilén
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—Nunca he tenido suficiente tiempo a solas para evaluar lo que es la soledad. Ahora, ¿qué puedo ofrecerte para hacer que cocines para mí? —¿Eso es lo que quiere? ¿Mi carne asada? Al pensar en eso, su paso se volvió un poquito saltarín. Quizás sí tenía algo para ofrecer. Y quizá no tendría que pasar la noche corriendo por una montaña, perseguida por un oso. —Quinientos dólares la semana —dijo él. —¡Já! —¿Mil? —Já, já, já —dijo Randy con gran sarcasmo. —Entonces, ¿qué? ¿Qué es lo que más deseas en el mundo? —La mejor educación que el mundo tenga para ofrecer a mi hijo. —Cambridge —dijo Frank automáticamente. —Donde sea, sólo que sea el mejor. —¿Quieres que le dé a tu hijo cuatro años en la Universidad de Cambridge por una semana de comida? Estás hablando de miles. —No cuatro años. De primer año al doctorado. Frank se rió de eso. —Usted, señorita, está loca —le dijo, alejándose de ella. Randy dejó de caminar y se volvió para mirarle la espalda. —Vi fresas silvestres aquí arriba. Hago crepes franceses tan finos que puedes leer a través de ellos. Y traje crema para ser batida y empapada en fresas, y luego enrollada en una crepe. Hago un estofado de conejo que lleva un día entero de cocina. Está saborizado con salvia silvestre. Vi algunos patos en un estanque cerca de aquí, y no creería lo que puedo hacer con un pato y hojas de té. —Frank había dejado de caminar—. Pero usted no está interesado, ¿verdad, señor Billonario? Usted podría tostar su dinero sobre una vara encima del fuego y sin dudas sabría igualmente estupendo. Él se volvió hacia ella. —¿Papas? —Diminutas, enterradas bajo las brasas todo el día para que queden suaves y blandas, y luego rociadas con manteca y perejil. Frank dio un paso hacia ella. Cuando habló, su voz era grave. —Vi bolsas de harina. —Hago galletas saborizadas con miel para el desayuno y pan con un toque de eneldo para la cena. Él dio otro paso hacia ella. —¿Doctorado? —Sí —dijo ella firmemente, pensando en Eli en esa venerable escuela y cuánto le encantaría—. Doctorado. —Muy bien —dijo él, como si fuese la cosa más difícil que hubiese dicho jamás. —Lo quiero por escrito. —Sí, por supuesto. Ahora, ¿deberíamos regresar a la cabaña? TRADUCIDO por ALENA JADEN — Editado por Mara Adilén
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—Ciertamente. Con la cabeza bien en alto, ella comenzó a pasar a su lado, pero él apartó una cortina de arbustos. —¿Podría sugerir que de este modo sería más rápido? Nuevamente, ni siquiera a cien metros, estaba la cabaña. Mientras ella pasaba junto a él, con la nariz en el aire, Frank dijo: —Gracias al cielo que su cocina es mejor que su sentido de la orientación. —Gracias al cielo que tiene dinero suficiente para comprar lo que quiere. Randy no vio el modo en que la miraba con el ceño fruncido mientras continuaba caminando. A decir verdad, Frank Taggert no estaba acostumbrado a estar rodeado de mujeres que no lo adularan. Entre su apariencia y su dinero, descubría que era bastante irresistible para las mujeres. Pero bueno, generalmente no tenía nada que ver con mujeres como esta. La mayoría de las que lo acompañaban eran del tipo de piernas largas y perfectas, el tipo que quería chucherías centelleantes y nada más de él. Había descubierto que si se aburría de una de ellas y le daba suficientes joyas, ella pronto secaba sus lágrimas. Pero esta había tenido la posibilidad de un montón de dinero y había pedido algo para alguien más. Mientras la observaba regresar a la cabaña, se preguntó por su esposo. ¿Cómo era él para permitir que su esposa fuese sola a las montañas para cuidar a otro hombre? Una vez que estuvo dentro de la cabaña, Frank se sentó hambriento a la mesa y esperó mientras ella recalentaba la comida que había cocinado y luego se la servía. Después Randy preparó un plato para ella y lo llevó al área de la sala de estar, lo depositó sobre la pesada mesa ratona de pino, se sentó en el piso y comenzó a comer mientras observaba el fuego. Molesto, y con gran dificultad porque estaba manco, levantó su plato y cubiertos y los llevó hasta la mesa ratona. Acababa de sentarse cuando ella levantó su plato y lo llevó a la mesa. —¿Por qué hiciste eso? —le preguntó, muy enojado. —La ayuda contratada no come con el señor Billonario. —¿Podrías dejar de llamarme así? Mi nombre es Frank. —Lo sé, señor Taggert. ¿Y cuál es mi nombre? Por su vida, que no podía recordarlo. Sabía que ella se lo había dicho, pero, considerando las circunstancias bajo las cuales se lo había dicho, era comprensible que no se acordara. —No lo recuerdo —dijo. —Señora Stowe —respondió ella—, y fui contratada como su enfermera. Ella estaba detrás suyo, sentada a la mesa del comedor, y cuando Frank se dio vuelta, haciendo que el dolor se disparara por su hombro, vio que se había ubicado de espaldas a él. Frunciendo el ceño con enojo, volvió a moverse de lugar para poder enfrentar la espalda de ella. —¿Te importaría decirme quién te contrató? —le preguntó. El pollo estaba verdaderamente delicioso, y él pensó que una semana alejado de la comida enlatada iba a valer la pena enviar a un niño a la universidad... bueno, casi, de cualquier modo. Tal vez podría hacer pasar el gasto como caridad. Eso sería ventajoso en cuanto a los impuestos si él... —Su hermano. Frank casi se ahogó. TRADUCIDO por ALENA JADEN — Editado por Mara Adilén
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—¿Mi hermano te contrató? ¿Cuál de ellos? Ella seguía negándose a mirarlo, pero él pudo ver que sus hombros se ponían tensos. No eran hombros elegantemente cuadrados, sino más bien redondos y suaves. —Me parece, señor Taggert —le dijo—, que le han hecho un chiste bastante desagradable. Odiaría pensar que tiene más de un hermano con semejante animosidad hacia usted como para perpetrar semejante broma. Frank sabía bien que cada uno de sus hermanos se deleitaría haciéndole cualquier truco posible, pero no se lo dijo. Después del comentario de Randy acerca de sus hermanos, él no volvió a hablar, sino que intentó poner su atención en la comida. Ella no dejaría sin trabajo a su chef francés, pero la comida tenía un sabor reconfortante, hogareño, y las proporciones eran grandes. En su casa en Denver, su departamento en Nueva York y su piso en Londres, cada uno de sus chefs servía comidas con las calorías controladas para asegurar el esbelto físico de Frank. Randy terminó de comer y levantó silenciosamente sus cosas, luego las de él, mientras Frank, sintiéndose deliciosamente lleno de comida, se recostó contra la mesa ratona y observó el fuego. Nunca había sido un hombre que fumara, pero cuando ella le sirvió una diminuta taza de excelente café, casi deseó tener un cigarro. "Y una mujer rellenita para compartir mi cama," como solía decir su padre. Relajado, adormilado, observó a la mujer mientras se movía por la habitación, enderezando cosas y luego... —¿Qué estás haciendo? —exigió saber cuando ella metió un clavo en la pared entre las dos camas. —Haciendo habitaciones separadas —le respondió—. O lo más cercano a eso que pueda. —Le aseguro, señora Stowe, que eso no es necesario. No tengo intenciones de imponerme sobre usted. —Ya ha dejado en claro lo que piensa acerca de mi... ¿mi atractivo femenino, podríamos decir? Puso otro clavo y después ató una pesada cuerda de algodón de un clavo al otro. Horrorizado, Frank la vio colgar las mantas sobrantes sobre la cuerda, creando efectivamente un sólido límite entre ambas camas. Con esfuerzo, se levantó del piso. —No tienes que hacer esto. —No lo estoy haciendo por usted. Lo estoy haciendo por mí. Ya ve, señor Billonario, usted no me agrada. No me agrada para nada, y no estoy segura de que a alguien en el mundo le guste. Ahora, si me disculpa, voy a darme un baño.
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CCAAPPÍÍTTU ULLO O 0066 Randy se metió en una bañera con agua tan caliente que le hizo doler los dedos de los pies, pero necesitaba la calidez, necesitaba el calor para derretir su corazón. Estar cerca de Frank Taggert era como estar parada cerca de un iceberg. Se preguntaba si alguna vez él habría tenido algo de calidez humana, si habría amado a alguien. Le gustaría pensar que era como uno de sus héroes románticos: herido por alguna insensible mujer, y ahora su frío exterior protegía un corazón suave y amoroso. Casi se rió en voz alta ante esa idea. Él había estado mirándola especulativamente toda la noche; ella podía sentir sus ojos incluso a través de su espalda. Él parecía estar pensando a qué lugar pertenecía ella en el mundo. Bastante parecido a un contador intentando deducir dónde debería ser ubicado un gasto. —Al menos Leslie tenía pasión —susurró, recostándose en la bañera—. Mentía con pasión, cometía adulterio con pasión, hacía dinero con pasión. Pero cuando miraba los ojos de Frank Taggert no veía pasión por nada. Él nunca le mentiría a una mujer acerca de dónde había pasado la noche porque nunca le importaría lo suficiente si ella se sentía herida o no por su infidelidad. En general, pensó, era mejor no pensar para nada en el señor Billonario. Con añoranza, pensó en Eli y Chelsea, y se preguntó qué estarían haciendo esa noche. ¿Eli comería adecuadamente si ella no estaba allí? ¿Apagaría su computadora e iría a la cama si ella no estaba allí para obligarlo? ¿Haría...? Tuvo que dejar de pensar en su hijo o lloraría por extrañarlo. De pronto cayó en la cuenta de que quienquiera que le hubiese hecho una broma a Frank Taggert también se la había hecho a ella sin querer. Obviamente, alguien pensó que enviar a una mujer sencilla, ordinaria como ella para pasar una semana con un hombre apuesto, sofisticado y rico como el señor Taggert era la más graciosa de las bromas. Saliendo de la bañera, se secó y abrió su bolso para sacar su camisón de franela y una vieja bata. Al ver las prendas dentro, sintió un pánico momentáneo. Esa no era su ropa. Cuando vio la etiqueta de Christian Dior en el hermoso camisón rosado casi se derritió. Sacándolo, vio que era un deshabillé, hecho del más fino algodón egipcio, el corpiño cubierto con pequeñísimas rosas rosadas de seda. La bata a juego era diáfana y casi transparente. No hacía falta un cerebro como el de Eli para ver que esto no era algo que una mujer que era simplemente un ama de llaves usaría. Envolviéndose una toalla para cubrir el hermoso camisón y bata, salió corriendo de la habitación, pasó junto a la cama en la que Frank Taggert estaba sentado, escabullido detrás de la división de mantas y comenzó a hurgar en sus maletas sin desempacar en busca de su propia ropa. —¿Hay algún problema? —preguntó él desde su lado de la manta. —No, claro que no. ¿Cuál podría ser el problema? Revisó sus bolsos frenéticamente, pero nada era familiar. Si una estrella de cine de los 1930s fuese a pasar una semana en las Rocosas, esta era la ropa que hubiese vestido. Pero Randy nunca había vestido ropa hecha de cachemira, seda y una lana tan suave que uno podía usarla como aplicador de polvo. Randy se conocía por ser normalmente una persona de temperamento tranquilo. Tenía que serlo para aguantar las correrías de Leslie. Pero esto era suficiente. TRADUCIDO por ALENA JADEN — Editado por Mara Adilén
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Echando a un lado la manta divisora de habitaciones con tres suéteres de cachemira en la mano, los arrojó hacia Frank Taggert. —Quiero saber exactamente qué está sucediendo. ¿Por qué estoy aquí? ¿De quién es esta ropa? Sentado en el costado de la cama, Frank estaba desatando sus botas. —Dígame, señora Stowe, ¿está casada? —Divorciada. —Sí, entonces entiendo. Vengo de una gran familia que está reproduciéndose constantemente. Creo que han decidido que yo debería hacer lo mismo. —Usted... —Shockeada, Randy se sentó en el borde de su cama—. Ellos han... Quiere decir, ellos quieren que nosotros... —Sí. Al menos eso supongo. —¿Eso... supone? —Tragó con fuerza—. A esta altura, había decidido que su familia me había enviado aquí porque la idea de una mujer como yo con un hombre como usted sería muy divertida para ellos. Él no simuló haber malentendido. Mientras ella había estado hablando, él había estado trabajando para desatar los cordones de su bota con una mano. Hasta ahora ni siquiera había logrado aflojar el nudo. Sin siquiera pensar en lo que estaba haciendo, y ciertamente no en lo que estaba vistiendo, Randy se arrodilló delante de él y le desató los cordones antes de quitarle las botas. —No pretendo entrometerme —dijo, sacándole las medias y dándole un ligero masaje a cada pie, tal como hacía con Eli y solía hacer con Leslie—, pero, ¿por qué elegirían a alguien como yo? Con su apariencia y su dinero, podría tener a cualquiera. —Tú les gustarías. Te ves como un póster ilustrativo de fertilidad. Ella tenía las manos en el cuello de la camisa de él mientras comenzaba a desabotonarlo. —¿Un qué? —Un símbolo de fertilidad. Una loa a la maternidad. Estoy dispuesto a apostar que ese hijo tuyo es tu vida entera. —¿Hay algo malo en eso? —preguntó ella a la defensiva. —Nada si es lo que eliges hacer. Ella le estaba quitando la camisa. —¿Qué mejor vida hay para una mujer que dedicarse a sus hijos? —¿Tienes más de un niño? —No —dijo ella tristemente, y entonces vio los ojos de él mientras parecían decir "lo sabía."—. Entonces su hermano me envió aquí con la esperanza de que yo... ¿yo qué, señor Taggert? —Por la apariencia de su camisón, diría que Mike hizo esto, ya que su esposa, Samantha, es la personificación de una heroína romántica. —¿Una heroína romántica? —Sí. Lo único que quiere en la vida es cuidar de Mike y su siempre creciente prole de niños. —Usted no ha estado leyendo lo mismo que yo. Hoy en día, las heroínas de las novelas románticas quieren una carrera y control de sus propias vidas, y... TRADUCIDO por ALENA JADEN — Editado por Mara Adilén
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—Un esposo y bebés. —Quizás. Párese —le ordenó, y comenzó a desabrocharle los pantalones. Había desvestido a tantos pacientes que ahora lo estaba haciendo sin pensar demasiado en la acción. —¿Cuántos héroes has leído que dijeran "quiero ir a la cama contigo pero no quiero casarme, y nunca quiero tener hijos"? —le preguntó Frank. —Ya veo. Supongo que la normalidad es requisito en un héroe. —¿Y no querer matrimonio e hijos es anormal? Ella le sonrió fríamente. —Nunca he conocido a nadie como usted, pero asumo que no está casado, no quiero estarlo jamás, no va a estarlo jamás, no tendrá hijos y, si lo hiciera, sólo los visitaría por orden judicial. Randy lo había desvestido hasta sus calzoncillos y remera, y él ciertamente estaba en muy buena forma, pero no sentía nada por él, no más de lo que hubiera sentido por una estatua. —¿Qué te hace pensar que no tengo una esposa? Podría haberme casado muchas veces. Frank sonaba más curioso que otra cosa. —Estoy segura de que podría, pero el único modo de que una mujer se casara con usted sería por su dinero. —¿Perdón? Quizás era terrible de parte de Randy, pero sintió una pequeña emoción por haber alterado su calma. —Usted no es lo que las mujeres sueñan. —¿Y con qué sueña una mujer, señora Stowe? Sonriendo soñadoramente, ella apartó las mantas de la cama de él. —Sueña con un hombre que sea todo suyo, un hombre cuyo mundo entero gire alrededor de ella. Él podría salir y resolver problemas mundiales y ser visto por todos como magníficamente fuerte, pero cuando está en casa, apoya su cabeza en el regazo de ella y le dice que no podría haber logrado nada sin ella. Y, más importante, ella sabe que le está diciendo la verdad. Él la necesita. —Ya veo. Un hombre fuerte que sea débil. Ella suspiró. —Usted no ve nada. Dígame, ¿lo analiza todo? ¿Despedaza todo? ¿Pone todo en un libro de cuentas? —Lo miró con dureza—. ¿Para qué está haciendo sus billones? Mientras ella sostenía las mantas, Frank se metió en la cama. —Tengo muchos sobrinos y sobrinas, y puedo asegurarte que mi testamento está en orden. Si muriera mañana... —Si muriera mañana, ¿quién lo extrañaría? —le preguntó—. ¿Quién llorará en su funeral? De pronto estaba muy cansada, así que se apartó de él, corrió la manta divisora a un lado y fue a su propia cama. Nunca en su vida se había sentido tan sola. Quizás era la charla de Eli acerca de irse lejos a la universidad, o quizás era la conversación de este hombre diciendo que ella se veía como si debiera tener muchos hijos. Cuando Eli abandonara el hogar estaría sola, y no pensaba que ningún hombre fuese a llegar a la puerta de su casa montado en un semental negro y... TRADUCIDO por ALENA JADEN — Editado por Mara Adilén
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No pensó más, porque se quedó dormida. No supo cuánto tiempo había estado dormida antes de que la voz de un hombre la despertara. —Señora Stowe. Sobresaltada, levantó la mirada hacia Frank Taggert, que llevaba sólo su ropa interior, su brazo en un pesado yeso y estaba allí parado mirándola, con los oscuros ojos serios. Sólo la atenuada luz del fuego iluminaba la habitación. Apuesto a que así es como se ve cuando hace sus tratos por millones de dólares, pensó Randy, y se preguntó qué podría querer posiblemente de ella. —¿Sí? —Tengo una propuesta que hacerle. Una especie de fusión. Levantándose, ella se apoyó contra el respaldo de la cama, inconsciente de que el camisón mostraba cada curva de la parte superior de su cuerpo. Pero Frank no pareció notarlo, mientras sus ojos eran intensos. —Comúnmente —comenzó—, las cosas que me dijiste no tendrían efecto en mí. Mis parientes han dicho todo eso y más. De cualquier modo, parece que cuando un hombre llega a los cuarenta y... —Un billón —lo interrumpió ella. —Sí, bueno, llega un momento en que un hombre comienza a considerar su propia mortalidad. —Midas —dijo ella, refiriéndose a la historia del hombre que había convertido todo, incluyendo a su adorada hija, en oro. —Con cuidado. —Frank vaciló, descendiendo su mirada al pecho de ella por el más breve segundo—. Contrario a lo que la gente piensa, soy humano. Ante eso, Randy subió las mantas hasta su cuello. No era una persona del tipo de una noche. De hecho, ni siquiera leía romances en los que la heroína tuviese una multitud de amantes. —Señor Taggert... —comenzó a decir. Pero él levantó la mano para detenerla. —No tienes que preocuparte por mí. No soy un violador. Ella soltó las mantas. No podía verse a sí misma como una mujer que conducía a los hombres a incontrolables actos de lujuria. —¿Qué es lo que está intentando decirme? —Estoy intentando preguntarte si considerarías casarte conmigo.
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CCAAPPÍÍTTU ULLO O 0077 —¿Casamiento? —preguntó Randy, con los ojos muy abiertos—. ¿Conmigo? —Sí —dijo él seriamente—. Puedo ver que estás estupefacta. La mayoría de los hombres con mi fortuna se casan con rubias altas y esculturales que adiestran caballos y usan alta costura. No se casan con mujeres bajas, sin manicura, rellenitas... —Entiendo. Entonces, ¿por qué no está casado con una de esas mujeres aficionadas a los caballos que pasan su vida probándose ropa? Su malicia fue reconocida con una diminuta sonrisa. —Espero ser el hombre en mi propio hogar, y además, es como dijiste... sólo les importa mi dinero. —Señor Taggert —le dijo ella, mirándolo duramente—, no estoy interesada en su dinero ni en usted. Él le ofreció una fea sonrisita. —Seguramente hay cosas que quieres que el dinero puede comprar. Te imagino viviendo en una casa con hipoteca y dudo que tu auto tenga menos de tres años de antigüedad. ¿Tu ex— esposo te paga algo de ayuda económica? Eres del tipo que nunca llevaría a otra persona a juicio por falta de pago de una deuda. ¿Cuánto ha pasado desde que has tenido algo de ropa nueva? Debe haber muchas cosas que quieres para tu hijo. Que hubiese descripto su vida perfectamente la enojó mucho. —Ser pobre no es una enfermedad social. Y como la esclavitud fue proscripta algunos años atrás, no tengo que venderme a mí misma para obtener un auto nuevo. —¿Qué tal un Mercedes blanco con interiores de cuero rojo? Ella casi sonrió al oírlo. —En serio, señor Taggert, esto es ridículo. ¿Cuál es la verdadera razón por la que me está pidiendo que me case con usted? Si aún lo hace, claro. —Sí. Una vez que decido algo, nunca cambio de opinión. —Puedo creerle eso. Nuevamente él le ofreció una sonrisita, haciendo que Randy se preguntara si alguna de las rubias altas en su vida alguna vez lo habrían contradecido. —Mi vida es demasiado perfecta —le dijo él—. Está comenzando a aburrirme. Está perfectamente en orden. Mis sirvientes son los mejores que el dinero pueda comprar. Nunca hay ni un cepillo fuera de lugar en cualquier de mis casas. Ya hace algún tiempo que he pensado que podría ser placentero tener una esposa, alguien familiar. Me gusta la familiaridad. El contenido de cada una de mis casas es exactamente el mismo. Parpadeando, ella pensó en eso un momento. —Las mismas toallas, las mismas... —Ropa ordenada exactamente del mismo modo, así que, sin importar dónde estoy, sé dónde está cada cosa. —Oh, dios. Esto es aburrido. —Pero eficiente. Muy eficiente. TRADUCIDO por ALENA JADEN — Editado por Mara Adilén
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—¿Dónde encajaría yo en esa eficiencia? —Como dije antes, he evaluado tener una esposa, pero el tipo ordinario que un hombre de mi fortuna tendría sería tan perfecta como ya es mi vida. —¿Por qué no casarse con varias de ellas? —le preguntó amablemente—. Una para cada casa. Para variedad podría cambiar de color de cabello, ya que estoy segura que no sería natural de cualquier modo. Esa vez él le sonrió. No era una sonrisa mostrando todos los dientes, pero era una sonrisa no obstante. —Si las esposas no fuesen tanto problema lo hubiese hecho años atrás. Ella no pudo reprimir su propia sonrisa. —Creo que estoy empezando a entender. Me quiere porque yo añadiré caos a su vida. —E hijos. —¿Hijos? —preguntó Randy, parpadeando. —Sí. Mi familia es prolífica. Gemelos, en realidad. Descubrí que quiero hijos. —Apartó la mirada—. Desde que era un niño he estado muy consciente de mis responsabilidades. Como el mayor de muchos hermanos, supe que sería quien manejaría el negocio familiar. —El príncipe heredero, por así decirlo. —Sí, exactamente. Cumplir con mis obligaciones siempre ha sido esencial en mi mente. Pero hace aproximadamente dos años conocí a un niño. Cuando no dijo nada más, Randy lo alentó. —¿Un niño? —Sí, estaba en las oficinas de mi hermano, merodeando de escritorio en escritorio, simulando jugar pero en realidad escuchando y mirando todo. Le hablé, y fue como mirar a mis propios ojos. —Y él hizo que quisiera tener hijos propios, ¿verdad? Como un deseo de clonarse, ¿cierto? —Más o menos. Pero ese chico cambió mi vida. Me hizo ver cosas en mi propia vida. Hemos mantenido correspondencia desde ese momento. Nos hemos convertido... —sonrió—. Nos hemos convertido en amigos. Randy estaba contenta de que tuviera al menos un amigo en el mundo, pero él no podía casarse con una mujer y esperar que le diera un hijo igual al niño que había conocido. —Señor Taggert, no hay forma de que yo pudiera producir el tipo de hijo que usted desea. Mi hijo es un muchacho dulce y adorable. Es la personificación de la bondad y la generosidad. Moriría si supiera que le dije esto a alguien, pero aún lo abrigo en la cama cada noche y le leo antes de dormir. No iba a mencionar que generalmente le leía textos de física avanzada porque eso hubiese arruinado la historia. Girando la cabeza a un costado, Frank dijo: —Me gustaría que mis hijos fueran un poquito más suaves que yo. Randy estaba comenzando a darse cuenta de que este hombre hablaba en serio. Le estaba pidiendo, fríamente y con gran desapego, que se casara con él. Y que produjeran hijos. Por un momento, mirándolo, no pudo imaginarlo en el torrente de la pasión. ¿Tal vez le delegaría esa tarea a su vicepresidente a cargo de la producción? "Charles, mi esposa necesita ser servida." —Estás divertida —dijo él. TRADUCIDO por ALENA JADEN — Editado por Mara Adilén
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—Sólo algo en lo que estaba pensando. —Randy lo miró con compasión—. Señor Taggert, comprendo su dilema y me gustaría ayudar. Si fuese sólo yo podría considerar casarme con usted, pero otras personas estarían involucradas. No otras. Niños. Mi hijo estaría expuesto a usted, y si usted y yo tuviésemos... bueno, si tuviésemos hijos, me gustaría que tuvieran un verdadero padre, y no puedo imaginarlo leyéndole cuentos de hadas a un niño de dos años. Durante un momento Frank no se movió, simplemente se quedó sentado en el borde de la cama. —¿Entonces me estás diciendo que no? —Sí. Quiero decir, no. Quiero decir, sí, le estoy diciendo que no. No puedo casarme con usted. Por unos segundos él la miró fijamente, luego se paró y fue silenciosamente a su propia cama. Mientras Randy estaba allí sentada, se preguntó si habría soñado todo ese asunto. Acababa de rechazar casarse con un hombre muy adinerado. ¿Era terminalmente estúpida? ¿Había perdido todo el sentido? Eli podría tener todo lo mejor que el mundo podía ofrecer. Y ella podría... Suspiró. Estaría casada con un hombre que la quería para que agregara caos a su vida. Qué divertido. La pequeña Rellenita Miranda caminando en círculos en su intento de abandonar la cabaña. La Loca Miranda siendo lo suficientemente estúpida como para caer en una elaborada broma hecha a un billonario frío y sin corazón. Pasó mucho tiempo antes de que se durmiera.
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CCAAPPÍÍTTU ULLO O 0088 La mañana siguiente Randy estaba haciendo waffles de frutillas silenciosamente mientras Frank estaba sentado frente al fuego mirando con atención las páginas de un libro sobre reformas en los impuestos. No había dado vuelta la página en quince minutos, así que ella supo que estaba pensando más que leyendo. No hay dudas de que soy la primera compañía que ha intentado comprar y ha fallado, pensó Randy. ¿Qué hará para convencerme? ¿Enviarle dulces a Eli? Un hombre como Frank Taggert nunca se tomaría el tiempo para descubrir que a Eli le gustaría tener un nuevo cd-rom para su computadora más que todas los dulces en el mundo. Mientras lo miraba, sintió lástima por él. La sensación de aislamiento que proyectaba a su alrededor era como una burbuja de cristal impenetrable. Fue mientras estaba preparando caramelo para las frutillas y pensando cómo le gustaría ver un poquito de grasa en medio del señor Esbelto Taggert, que oyó el helicóptero. Frank estuvo de pie antes que ella, y para su consternación, él abrió de golpe una puerta escondida en la pared de troncos, extrajo un rifle y le ordenó: —Quédate aquí. —Muy bien —suspiró ella, sintiéndose un poquito como una heroína en una película del oeste. Segundos más tarde él regresó; guardó el rifle y fue hacia la mesa. —¿El desayuno está listo? Randy lo oyó sólo al leer sus labios, porque el ruido del helicóptero encima de sus cabezas era ensordecedor. Tal vez la curiosidad de él no había picado, pero la suya sí. Rápidamente, hizo volar los waffles y las frutillas sobre un plato, echó café en una taza al lado de la mano de Frank y salió por la puerta. El helicóptero estaba directamente encima de su cabeza. Un par de bolsas de viaje ya habían sido bajadas, y ahora un alto hombre rubio vistiendo un traje oscuro estaba descendiendo, con su maletín en la mano y el pie enganchado en una lazada de cuerda. Randy no pudo evitar sonreír ante esa versión de Wall Street descendiendo tranquilamente entre los elevados árboles, las montañas a la distancia. Mientras él se acercaba más, ella comenzó a reír, porque pudo ver que mientras se aferraba al maletín y a la cuerda, también estaba intentando comer una manzana. Él aterrizó frente a Randy. Era bastante apuesto: muy rubio, de piel muy blanca, ojos azules tan brillantes que encandilaban. Sosteniendo la manzana en su boca, le hizo señas al helicóptero para que se fuera, y Randy vio que el maletín estaba unido a su muñeca con una esposa. —¿Hambriento? —le preguntó, mientras él estaba allí parado sonriendo. —Famélico. —Él la miraba de un modo que la hizo sentir bastante bien consigo misma, y le devolvió la sonrisa cálidamente—. ¿Está aquí con Frank? —le preguntó. —No con él. Fui contratada como su enfermera, pero eso resultó ser una broma. Sólo estoy aquí hasta... Espere un segundo. Quizás podría haber regresado en el helicóptero. Escudando sus ojos con la mano, Randy vio al helicóptero desaparecer en el horizonte. Volvió a mirar al hombre. —Mike. ¿O fue Kane? —¿Perdón? TRADUCIDO por ALENA JADEN — Editado por Mara Adilén
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—Si le hicieron una broma a Frank, tendría que ser Mike o Kane. —Cuando ella no respondió, él sonrió y estiró la mano hacia ella—. Soy Julian Wales. El asistente de Frank. O en realidad, chico de los recados glorificado. ¿Y tú eres? Ella dejó que su mano se deslizara en la de él, cálida y grande. —Miranda Stowe. Randy. Soy la enfermera, pero soy principalmente la cocinera y ama de llaves. Él le ofreció una mirada que la hizo sonrojar. —Quizás encuentre que me enfermo y necesito de tus servicios. Tal vez debería haberle dicho que ella no era ese tipo de mujer, pero la verdad era que su admiración la hacía sentir bien. Ayer una propuesta de matrimonio y hoy un muy agradable flirteo. Apartó la mano de la de él... después de dos tirones. —El señor Taggert está allí dentro, y tengo waffles de frutilla para el desayuno. —Preciosa y también puedes cocinar. No te gustaría casarte conmigo, ¿cierto? Sintiéndose como de dieciocho años, se rió. —El señor Taggert ya me lo ha pedido. —Estaba horrorizada por haber dicho eso—. Quiero decir... No tenía idea de qué decir para cubrirse, así que regresó a la cabaña mientras Julian, con los ojos muy abiertos por la incredulidad la miraba fijamente antes de seguirla. Frank no se molestó en saludarlo, y Julian había aprendido a no esperar nada. Frank demostraba su gratitud por los años de dedicación de Julian con un enorme salario de seis números y muchas ventajas. Sin que se dijera una palabra entre ellos, Julian se quitó el maletín de la muñeca, lo abrió y se lo pasó a Frank. —Desafortunadamente —dijo Julian—, arreglé para que el helicóptero me busque dentro de dos días. Planeaba quedarme y pescar un poco. Pero no sabía que tenías una invitada. Si no es conveniente que me quede, puedo irme. Enterrado en papeles, Frank no levantó la mirada. —Quédate con el sillón. —Sí, señor —dijo Julian, y le guiñó el ojo a Randy mientras ella comenzaba a poner un plato de waffles calientes frente a él—. ¿Desayunaste, Randy? —le preguntó. Cuando ella negó con la cabeza, dijo—: ¿Te gustaría venir conmigo afuera? Una mañana como esta es demasiado hermosa para ser desperdiciada aquí dentro. Sonriendo, con un plato en la mano, ella lo siguió por la puerta, y cuando se dio vuelta vio a Frank mirándolos fijamente. —La cerraré para que no lo molestemos —dijo, bastante complacida de que él estuviera frunciendo el ceño. Julian había puesto su plato sobre un tocón y estaba quitándose la chaqueta de su traje y la corbata. —¡Aleluya! —dijo, desabotonándose la parte superior de la camisa—. Dos días de libertad. — Sentándose en el tocón, con el plato en su regazo, la miró—. Hay lugar para dos. —Quizá no debería haberlo hecho, pero Randy se sentó junto a él, con partes de su cuerpo cálidas contra las de él—. ¿Frank realmente te pidió que te cases con él? TRADUCIDO por ALENA JADEN — Editado por Mara Adilén
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Ella casi se ahogó. —No debería haberle contado eso. Tengo una absoluta incapacidad para mantener la boca cerrada. No fue una propuesta de matrimonio real, sólo una especie de arreglo de negocios. Julian levantó una ceja rubia. —Veo lo que él obtiene, pero no puedo ver qué ganas tú. Excepto el dinero, por supuesto. —Hijos. Él parece pensar que nosotros podríamos, bueno, producir niños. Julian se rió de eso. —¿El viejo Frank dijo eso? ¿Lo conoces muy bien? —Para nada. Excepto que me enfría incluso estar cerca suyo. —Ah, sí. Muchas personas se sienten de ese modo, pero no lo subestimes: es tan caliente como cualquier otro. —Para hacer dinero, quizás, pero no obtiene mi voto precisamente para amante del año. —¿Te has acostado con él, entonces? —¡No! —dijo Randy con la boca llena—. ¡Claro que no! Me gusta que haya corazones y flores... ¡Cielo santo! No sé de qué estoy hablando. Señor Wales, no soy una heroína romántica para ser disputada por dos hombres hermosos. Estoy acercándome rápidamente a la madurez, tengo sobrepeso, soy madre soltera, y estoy segura de que ese traje que tiene cuesta más de lo que gané el año pasado. Si cualquier otra mujer en el mundo estuviera aquí, estoy segura de que ninguno de ustedes me haría caso. Él le estaba sonriendo. —Randy, ¿sabes lo que eres? Eres real. Lo supe en el momento en que te vi. Generalmente las mujeres que están cerca de Frank son tan perfectamente hermosas que se ven como si fueran confeccionadas. Y sabes que si él perdiera su dinero nunca volverían a mirarlo. —En serio, señor Wales, yo... —Julian. —Julian. Soy una mujer perfectamente ordinaria. —Oh. —Le dio un gran mordisco al waffle—. ¿Has estado casada? —Cuando ella asintió, dijo—: Cuando te divorciaste de tu marido, ¿lo hiciste pedazos? —No esperó la respuesta de Randy—. No, claro que no. Mirándote, diría que "comprendiste" su necesidad de huir con alguna muñeca Barbie sin cerebro. Ella miró su waffle, que se estaba enfriando. —Pareces ser bastante bueno para deducir cómo es la gente. —Para eso me paga Frank: para mirar a la gente a los ojos y mantener a los haraganes y artistas de la estafa lejos de él. En ese momento, la puerta de la cabaña se abrió y Frank apareció cargando una caña de pescar. —En realidad, Julian, he estado queriendo pescar un poco. ¿Vamos? Randy se puso de pie. —Creo que Julian debería cambiarse de ropa, y yo necesitaré empaquetarles el almuerzo. No pueden irse sin algo para comer. —Vendrás conmigo y cocinarás nuestro pescado. Julian, busca lo que necesitamos y síguenos — dijo Frank, y comenzó a andar por el camino alejándose de ellos. TRADUCIDO por ALENA JADEN — Editado por Mara Adilén
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Randy no estaba dispuesta a obedecer lo que sonaba como una orden, así que se volvió hacia la cabaña, pero antes de que hubiera atravesado la puerta supo que no iba a hacerse la ofendida como venganza y perderse lo que sonaba como un encantador día de pesca. Julian se quedó parado donde estaba, mirando con la boca abierta a su jefe. Había trabajado con Frank Taggert durante más de diez años, y aunque durante ese tiempo Frank nunca le había hablado a Julian —o a nadie, si vamos al caso— sobre sí mismo, Julian había sido capaz de descifrar mucho. Conocía muy, muy bien a su jefe. —Está enamorado de ella —susurró—. Por todo lo que es sagrado, está locamente enamorado de ella. Sólo un profundo amor podría hacer que Frank deje papeles sobre fusiones empresariales y vaya a pescar. Por un momento, Julian miró fijamente la espalda de su jefe mientras desaparecía por el camino. Claro que Frank sabía tan poco sobre las mujeres que había arruinado esto, como había destruido cada relación que hubiese tenido con una mujer. Julian debía admitir que Frank nunca había pensado que una mujer valiera perder una reunión o siquiera posponer una llamada. Y era Julian quien tenía la tarea de decirle a las mujeres que se fueran. Le habían arrojado platos y había oído palabrotas en cuatro idiomas mientras sacaba a las mujeres de donde quiera que Frank estuviese en ese momento. Era esa parte del trabajo la que estaba comenzando a ponerlo descontento, comenzando a hacer que se preguntara si había más en la vida que sólo hacer lo que fuera que Frank Taggert quisiera hecho. Julian giró para mirar dentro de la cabaña, donde pudo ver a Randy poniendo comida y utensilios en una mochila. Pero ahora su jefe le había pedido a una mujer que se casara con él. Y conociendo a Frank, habría presentado la propuesta como presentaría algo a una junta corporativa. Nada de pasión, nada de fuegos artificiales, ninguna declaración de amor eterno. Sólo "tengo una proposición que hacerte: ¿te casarías conmigo?" Julian levantó sus bolsos del suelo y se cambió con jeans y un suéter donde estaba, pensando mientras tanto. Nadie conocía a Frank como él. Demasiada gente, al igual que Randy, pensaba que él no tenía corazón, pero Julian sabía que sí. Frank simplemente mantenía un rígido control sobre sí mismo, pero su lealtad era inquebrantable. Cuando Julian había estrellado un Ferrari, había sido su jefe quien había traído doctores desde Londres y Nueva York. Cuando el esposo de la señora Silen casi le había quitado a sus hijos, había sido Frank quien había intervenido silenciosa y secretamente, y revertido la decisión de la corte. Frank ayudaba a la gente con frecuencia; sólo odiaba que supieran que él lo había hecho. Le gustaba su imagen de despiadado negociador. En su trato con sus parientes y empleados, siempre era justo. Quizás nunca cálido, pero sí justo. Era sólo con las mujeres que Frank parecía ser incapaz de tener sentimientos humanos. Pero dos años atrás algo había cambiado a Frank, y Julian no sabía qué era. Y ahora este brazo quebrado parecía haberlo cambiado aún más. Había estado jugando al handball tan duramente como trabajaba en los negocios, y se había golpeado contra la pared, inmovilizando su brazo derecho debajo suyo. Era una fea quebradura, y Frank había estado dos horas en la sala de operaciones. Julian había estado allí, junto con la mayoría de los Taggert, al día siguiente. Eran una familia ruidosa y feliz, exactamente el opuesto de Frank con su fría reticencia. Ellos lo provocaban despiadadamente acerca de ser humano como las demás personas. Hasta donde Julian sabía, Frank ni siquiera se había estremecido de dolor, pero algo parecía haber sucedido dentro suyo porque días después canceló algunas reuniones muy importantes y anunció que se retiraría a su cabaña en las Rocosas, y que no debía ser molestado. Julian no se TRADUCIDO por ALENA JADEN — Editado por Mara Adilén
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atrevió a preguntarle porqué, pero su hermano lo hizo, y Frank le había dicho que quería curarse y pensar.
Randy supo que nunca había tenido un día tan maravilloso en su vida como cuando estaba pescando con Julian. Todo lo que él hacía o decía parecía divertido. Flirteaba con ella, le hacía bromas, ponía sus brazos alrededor de ella para mostrarle cómo cebar un anzuelo. La hacía reír tontamente y chillar como una niña otra vez. Pero durante el día, Randy robó miradas a Frank, quien estaba parado solo, sacando del agua silenciosa y discretamente un pescado tras otro. Con su brazo en cabestrillo debía estar sintiendo dolor además de experimentar una enorme dificultad, pero nunca mostró ninguna emoción. —¿Interesada en él? —le preguntó Julian después de que Randy lo hubiese mirado por milésima vez. Frank estaba separado de ellos, casi como si no estuviera consciente de su presencia. —Ciertamente no. No soy una mujer que quiera a un hombre por su dinero. —Ah, ya veo. ¿Y qué quieres de un hombre? —preguntó con una falsa mirada lasciva. —Un gran amor. Amor profundo. Quiero estar segura de él. Quiero lealtad eterna. —Sonrió—. Y una enorme casa entre hectáreas de árboles frutales. —No dejes que Frank te engañe. Es la persona más leal que conozco. Una vez que te toma bajo su ala, te protege. Ella volvió a mirar a Frank. Era alto y de hombros amplios, y esos oscuros ojos suyos eran intrigantes, pero... Pero era tan extraño, un día pidiéndole que se casara con él y al siguiente apenas mirándola. —¿Qué estás pensando? —dijo Julian. —Que él ni siquiera sabe que existo. Julian se rió de eso. —Frank odia pescar. La única razón por la que está aquí es para ver que yo no te toque. Ella lo miró parpadeando, incrédula. —Pero está atrapando peces. Debe gustarle. —Frank es bueno en todo en la vida, excepto con las mujeres. Randy miró fijamente el arroyo de montaña que corría rápidamente por un minuto, luego tomó el termo de café caliente y fue hacia a Frank a ofrecerle un poco. —¿Se divierte? —le preguntó mientras él bebía. —Maravillosamente. ¿Y tú? Randy pudo ver que un músculo se tensaba en su sien. —De lo mejor. Julian es un hombre verdaderamente maravilloso. Divertido, feliz, sonriente. Una mujer podría enamorarse fácilmente de él. Randy estaba mirándolo tan intensamente que ni siquiera parpadeaba. Pese a su frialdad, se encontraba atraída hacia él, ya que, ¿qué mujer no se siente atraída por un hombre que le pide que se case con él? Di algo, pensó. Tal vez hasta puedas besarme. Pero Frank no dijo nada mientras le pasaba la taza vacía y miraba el agua. TRADUCIDO por ALENA JADEN — Editado por Mara Adilén
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—Julian es un hombre excelente. Un muy buen trabajador. —Debe tener miles de mujeres amigas con su apariencia, talentos y encanto. Randy supo que lo estaba presionando, pero quería alguna reacción de Frank... si sentía al menos algo por ella. —No tengo idea de su vida privada. Dándose vuelta, se apartó de ella. Randy se acercó más a él. —¿Y qué hay de usted? ¿Montones de mujeres en su vida? ¿Hace muchas proposiciones matrimoniales? —Sólo una —dijo Frank suavemente. Randy podría haberse pateado. Estaba siendo ruda y desconsiderada con los sentimientos de otra persona. Le apoyó la mano en el brazo. —Señor Taggert, yo... Se quedó callada porque él volvió sus brillantes ojos hacia ella. —¿Tú qué? ¿Querías reírte de mí? —No, no lo hice. —¿Entonces qué? ¿Qué es lo que quieres de mí? —Yo... no lo sé. Abruptamente, él se alejó de ella. —Házmelo saber cuando lo descubras. Confundida, avergonzada, Randy se alejó de él y se dirigió por el camino hacia la cabaña. Cuando Julian intentó detenerla, ella le dijo que quería estar sola, así que él fue a pararse junto a Frank, quien simulaba estar pescando, pero no había recordado cebar su anzuelo. Julian conocía a su jefe —sabía cuándo estaba enojado, como ahora— así que no dijo nada mientras se ponía a construir un fuego. Tal vez un poco de la comida de Randy, muy caliente, entibiaría a Frank. Una hora más tarde los dos estaban sentados alrededor de una fogata. En todos los años que Julian había trabajado para Frank, su relación había estado basada en los negocios, pero ahora Julian podía sentir que las cosas cambiaban. Las cosas estaban cambiando dentro suyo y dentro de Frank. Respiró hondo. —¿Le has dicho a Randy que estás enamorado de ella? —Frank no dijo nada—. Podrás engañar a todo el mundo, pero no puedes engañarme a mí. ¿Cuándo supiste que estabas enamorado de ella? Frank se tomó un tiempo para responder. —Cuando vi que yo no le agradaba. —Frank, no le agradas a mucha gente. Él le ofreció una sonrisa ladeada. —Pero no les gusta lo que represento, o no les gusta que tenga dinero y ellos no. No soy yo quien les desagrada. Julian arrojó una piña al fuego. TRADUCIDO por ALENA JADEN — Editado por Mara Adilén
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—No te hagas ilusiones, Frank, eres tú quien no le agrada a la gente. Los freezers son cálidos comparados contigo. Frank sonrió. —Las mujeres no piensan eso. —Cierto. Las mujeres sí se comportan como tontas contigo cuando acaban de conocerte. Siempre me he preguntado por qué. —El dinero y el poder equivalen al sexo, y tengo una excelente técnica en la cama. —Lo aprendiste en la escuela, ¿verdad? —Por supuesto. ¿De qué otro modo uno...? Se detuvo, sin querer decir más. —Randy es diferente, ¿cierto? Julian esperó que Frank respondiera. ¿Contestaría una pregunta tan personal? —Ella es todo lo que no soy. Es cálida donde yo soy frío. Ama con facilidad mientras que a mí me resulta difícil amar. Si Miranda fuese a amar a un hombre, lo amaría incondicionalmente, con o sin dinero. Lo amaría siempre. Necesito eso... esa seguridad. Las mujeres cambian hacia un hombre. Lo aman hoy, pero si él olvida su cumpleaños, retiran su amor. —A Randy no le gustaría que un hombre olvidara su cumpleaños. —Si lo olvidara en la verdadera fecha, la llevaría a París una semana más tarde y ella me perdonaría. —Sí, lo haría. Pero, Frank, ¿cómo podría alguien como Randy encajar en tu vida? Si recuerdo bien, tu último interés amoroso tenía un doctorado en poesía china y hablaba cuatro idiomas. —Era aburrida —dijo Frank con desprecio—. Julian, algo me ha sucedido en los últimos dos años. He tenido un cambio de parecer. Lo sé, mucha gente piensa que no tengo un corazón, pero sí lo tengo, o quizás acabo de descubrir que lo tengo. Muchas personas me han preguntado para qué estoy ganando dinero, pero nunca he tenido una respuesta. Creo que ha sido el desafío y la meta. Tú, sobre todas las personas, sabes que no he querido comprar nada. Nunca he querido un yate que cueste cien mil dólares al día para mantener. Sólo he querido... —Ganar —lo interrumpió Julian, con amargura en su voz. Quizás era envidia, pero a veces le hartaba ver a Frank ganar. —Sí, tal vez. Tal vez era eso. —¿Qué sucedió dos años atrás? —Conocí a un niño. Un niño llamado Eli, y fue como mirar a mis propios ojos. Era tan ambicioso, tan hambriento de logros. —Frank rió entre dientes—. Roba membretes de oficina y le escribe cartas a la gente con eso. —Ilegal. —Sí, pero lo hace para ayudar a la gente. Lo miré y pensé "desearía tener un hijo igual a él". Fue la primera vez en mi vida que quise tener un hijo propio. —El bicho Taggert —dijo Julian—. Finalmente picó. Frank sonrió. —Ah, sí, mi prolífica familia. Parecen haber nacido con el impulso de reproducirse. —Pero tú no. Al menos no hasta ahora. No hasta que conociste a Randy. TRADUCIDO por ALENA JADEN — Editado por Mara Adilén
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—Sí. Randy. Una mujer real. No quiero que la madre de mis hijos sea otra cosa que una madre para ellos. —Y una esposa para ti, asumo. —Sí. Yo... —Frank respiró hondo—. Cuando esto sucedió —hizo un movimiento hacia su brazo—, tuve algo de tiempo para pensar y recordar. Si me hubiese quebrado el cuello, ni siquiera uno de esos billones de dólares que poseo me hubiese extrañado. Ni uno de ellos hubiese llorado con tristeza por mi muerte. Y peor, cuando salí del hospital, no había una mujer, una dulce y suave mujer sobre cuyo regazo pudiera apoyar mi cabeza y llorar. —Ante eso, Julian levantó una ceja, con incredulidad—. Podría haber llorado ese día. ¿Quieres saber lo que la dama de la poesía china quiso saber? Me preguntó si romperme el brazo y tener tanto dolor era excitante. ¿Mi dolor era sexualmente excitante? —Dile —le dijo Julian ferozmente—. Debes decirle a Randy lo que sientes. —¿Decirle qué? ¿Que he estado buscando una mujer como ella, alguien tan suave, dulce y amorosa que se subió a un caballo y anduvo en el medio de la nada para cuidar a un hombre que estaba lastimado? Por lo que sé, no hizo preguntas. Le dijeron que la necesitaban, así que vino. Por una suma de dinero ridículamente baja. —Entonces dile que la necesitas. —Nunca creería eso. ¿Para qué la necesito? Tengo un cocinero. El sexo es fácil de conseguir, así que, ¿qué más necesito? —Frank, no me extraña que las mujeres lleguen a odiarte. —Las mujeres me odian cuando me niego a casarme y hacerlas parte de mis bienes gananciales. —No tienes corazón. —Estuvieron callados un momento y luego Julian volvió a hablar—: Si no se lo dices, la perderás. —Julian, ¿sabes cómo gano dinero? Gano dinero porque no me importa. No me importa si gano o pierdo. Si hay un trato que realmente quiero, entonces me alejo. No puedes ser despiadado si te importa. —Entonces, ¿estás diciendo que deseas demasiado a Randy como para hacer el intento de ganarla? Frank miró a Julian, y por sólo un momento vio más allá de la frialdad que siempre estaba allí, y lo que vio lo hizo inspirar bruscamente. —Si lo intentara y perdiera, no podría seguir viviendo. —¿La amas tanto? —susurró Julian. La máscara regresó. —No sé porque ella... me importa, pero es así. —Por lo tanto, no harás nada para intentar ganarla. —Así es —dijo Frank, mirando fijamente el fuego. Julian se quedó callado un momento. —Pese a lo que dices, le has importado genuinamente a algunas mujeres. Tú, no tu dinero. Pero sin excepción, las has dejado. Quizá cuando empezaban a importarte, te saliste. No sé la razón, pero sí sé que siempre he sido quien ha tenido que escucharlas, calmarlas y soportar sus enojos luego de que las habías dejado. Randy no es una de las mujeres del circuito, alguna mujer que ha TRADUCIDO por ALENA JADEN — Editado por Mara Adilén
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tenido romances con cientos de hombres. Es sólo una mujer común, de clase media, y le agradas. Podrá decir que no, pero lo veo en sus ojos. Hoy hice mi mejor intento por atraer su atención hacia mí, pero sólo estaba interesada en ti. Un gesto de tu parte y podría amarte. —Se dio vuelta para mirar a Frank—. No quiero tener que intentar explicarle cómo eres a Randy. No quiero intentar secar sus lágrimas con una caja llena de esmeraldas. —Se detuvo—. De hecho, ya no quiero hacerlo más. —Julian le dio a Frank bastante tiempo para responder, pero cuando se quedó callado, Julian se paró después de un momento—. Frank, he trabajado contigo durante diez años. Te he admirado, respetado y a veces envidiado. Pero en este momento no siento más que lástima por ti. —Mientras se daba vuelta, se detuvo—. Sabes, estoy cansado de que no me importe. Estoy cansado de comprar y vender y nunca tener una vida propia. Este fin de semana tenía una cita con una mujer maravillosa, entonces tú llamaste y me dijiste que te trajera los papeles. No preguntaste, sólo lo dijiste. Así que le dejé un mensaje en la contestadora y vine aquí. Dudo que vuelva a hablarme. —Pago lo suficientemente bien como para hacer lo que quiera. —Sí, así es. Me pagas tan bien que creo que ya no necesito trabajar más. Podría jubilarme con lo que nunca he tenido tiempo de gastar. —Julian sonrió—. Y creo que haré eso. Tendrás mi renuncia el lunes. Por un momento Julian vaciló, esperando que Frank lo llamara, pero él no dijo nada, así que Julian siguió caminando.
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CCAAPPÍÍTTU ULLO O 0099 Randy estaba parada junto al fregadero, rallando zanahorias furiosamente, cuando Julian regresó. Una mirada a su rostro y supo que no debía decir nada. Para su sorpresa, él fue hacia una pared de troncos vacía a la derecha de la chimenea, presionó un nudo y una puerta se abrió. Con enojo en cada paso, él desapareció dentro de la habitación. Curiosa, con una zanahoria en la mano, fue a espiar dentro de la sala. En contraste con la cabaña rústica, casi primitiva, la sala era ultra moderna, sus paredes pintadas de un duro blanco esmalte. A lo largo de tres paredes había mesas, todas cubiertas con máquinas: computadora, fax, televisión que mostraba el mercado de acciones, teléfono, así como máquinas que ni siquiera podía identificar. Julian tomó un micrófono y en minutos había pedido por radio un helicóptero para que lo recogiera. —Espera un segundo —dijo, y se volvió hacia Randy—. ¿Quieres regresar conmigo? Había un ligero énfasis en la palabra "conmigo." Por un momento, el corazón de Randy pareció dejar de latir. Incluso con furia, en los ojos de Julian también había interés. No había estado sólo flirteando con ella. Este precioso hombre estaba realmente interesado en ella. Pero algo la contuvo. —No, me quedaré —se oyó susurrar y no pudo entender qué estaba haciendo. —¿Segura? —preguntó él, y ella asintió. Minutos más tarde Julian estaba metiendo ropas en su bolso de viaje—. Él no lo vale. Lo sabes, ¿verdad? Debería decirte lo que dijo. Él dijo... —¡No! —dijo Randy bruscamente—. No quiero saber lo que sucedió entre ustedes. Eso es asunto suyo. Está herido y me necesita. —No, no te necesita. Él no necesita a nadie. Pensé que sí, pero... —Se detuvo—. No es él, soy yo. Yo necesito a alguien. En realidad, lo que necesito es una vida propia. —Se detuvo en la puerta de la cabaña—. No le permitas romper tu corazón. Muchas mujeres han intentado derretir el suyo, pero no pudieron. Él... —Julian se detuvo—. Mira, esto no se trata de ti. Es entre Frank y yo. Está enamorado de ti. —¿Qué? Sé que él... —Te ama. Y por eso es que nunca intentará conquistarte. No esperes nada personal de él. Dinero, sí, pero nada más. —Pero... —comenzó a decir ella, con miles de preguntas girando en su cabeza. —Ya he dicho demasiado. Cuídate —le dijo, y desapareció. Cuando estuvo sola en la cabaña, Randy se dejó caer sobre uno de los aburridos sillones grises de Frank. —Dios mío —dijo en voz alta—. Una vida sin aventuras y ahora todo junto en un par de días. Una hora más tarde, Frank apareció en la puerta, y por un segundo pareció sobresaltado al verla. —¿Por qué no te marchaste con Julian? Sinceramente, ella no lo sabía. —Usted me debe una educación en Cambridge —le dijo. —Ah, sí, por supuesto. TRADUCIDO por ALENA JADEN — Editado por Mara Adilén
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Esa no era la verdadera razón por la que se había quedado, porque, ¿quién podía cobrar miles de dólares por una semana de trabajo? Pero no sabía la verdadera razón por la que se había quedado. Enderezó su columna. —¿Quiere que me marche? —Quiero... —comenzó a decir él, pero entonces se interrumpió—. Quiero que hagas lo que quieras. No era lo que ella había esperado. ¿Había estado diciendo la verdad Julian al decir que Frank Taggert la amaba? Como ella no lo amaba, ¿qué importaba? Pero había algo en sus ojos. Algo en lo profundo de ellos que la hacía sentir que estaba solo, quizás tan solo como ella cuando pensaba en Eli yéndose a la universidad y dejándola. No estaba segura de qué decir. —¿Ha comido? —fue lo único que pudo pensar, y fue recompensada con la más diminuta de las sonrisas de Frank. —Vas a hacerme engordar. Era el primer comentario personal que él hacía... además de pedirle que se casara con él, claro. —Le vendría bien un poquito de gordura. Tengo para prestarle. Los ojos de él brillaron. —Me gustaría que te quedaras con todo lo tuyo. Está en los lugares adecuados. Sonrojándose, se dio vuelta para servir la cena, y cuando volvió a girar, él tenía la nariz enterrada en los papeles que Julian había llevado, y no le dijo otra palabra durante la comida. La ligera broma entre ellos parecía haber apagado algo dentro de Frank, porque no volvió a hablar durante el resto de la noche. Cuando salió a juntar troncos para el fuego, Randy pudo ver que la tarea casi imposible lo estaba lastimando, pero cuando le ofreció ayuda él le dijo que no necesitaba a nadie. Maldiciéndose por no haberse marchado con Julian, Randy tomó un baño, se puso el seductor camisón —el único que tenía— y fue a la cama. —Desperdiciado con él —murmuró, y fue a dormir inmediatamente. Un trueno lo suficientemente fuerte como para romperle los tímpanos la despertó. Mientras se sentaba, los relámpagos iluminaron la cabaña, y Randy gritó involuntariamente. No estaba acostumbrada a semejantes tormentas. Frank estuvo a su lado instantáneamente, sólo sentado allí, sin tocarla, pero ante el siguiente destello de rayos ella se arrojó en sus brazos. Había olvidado lo bien que se podía sentir un hombre. Su cuerpo grande, duro y fuerte la envolvía, y antes de que pudiera respirar, él le echó la cabeza atrás y la besó. No era el beso de un hombre frío, y en ese momento creyó lo que Julian le había dicho: que Frank la amaba. Él le estaba besando el cuello. La cabaña estaba encendida con relámpagos y el rugido del trueno parecía hacer eco dentro de ella. —Sí —susurró mientras la mano de él iba hacia su pecho—. Sí, por favor, hazme el amor. Suavemente, él le tomó el rostro entre las manos, sus ojos buscando los de ella. —No tengo protección.
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Por un momento, Randy contuvo la respiración. Sentía con seguridad que él no tenía una enfermedad contagiosa. —Me agradarían las consecuencias —dijo, queriendo significar cuánto le gustaría tener otro hijo, sentir la vida creciendo dentro de ella, como había hecho con Eli. —Sí —fue lo único que dijo Frank, y entonces estuvo encima suyo. Él era tan caliente en la cama como frío fuera de ella. Randy nunca lo había visto mirándola lascivamente como hacían los hombres, pero él parecía haber tomado en cuenta todo su cuerpo y desearla mucho. Su camisón fue quitado de su cuerpo en segundos, y las manos de él estaban en todas partes, acariciándola, tocándola, como si quisiera memorizarla. Randy nunca había disfrutado tanto del sexo como con él. Frank parecía saber lo que le gustaba, parecía encontrar lugares en los que ella no sabía que quería ser tocada. En algún momento durante la noche le pareció oírlo decir "te amo," pero no estaba segura. Ella misma estaba demasiado entusiasmada tocando a Frank como para pensar en cualquier palabra. Leslie siempre había sido un hombre que apresuraba el sexo, siempre apurado para pasar a la siguiente tarea. O a la siguiente mujer, había pensado Randy con frecuencia. Pero Frank parecía tener todo el tiempo del mundo. Cuando entró dentro suyo, Randy casi gritaba de deseo. Lo sostuvo en su interior por un momento, adorando cómo la llenaba. Cuando él comenzó con los aterciopelados embates dentro y fuera, ella pensó que podría morir de placer. Observándola, Frank pareció saber cuándo estuvo lista para llegar al orgasmo, y entonces embistió dentro de ella hasta que Randy pensó que se desmayaría. —Bebé —susurró, no segura de si era un modo de llamarlo a él o un deseo que quería que se cumpliera. Más tarde, estremecida, se acurrucó en sus brazos y se durmió, sintiéndose segura, a salvo y como en casa. Pero cuando despertó al día siguiente, pudo notar por la luz que era la tarde y que Frank se había ido. Pensó que tal vez estaría afuera, pero no. No había una nota, nada. Sólo su cama deshecha demostraba que había estado allí. Una hora después de despertar, Sandy apareció con los caballos y dijo que le habían dado instrucciones de que la llevara a su casa.
Las oficinas externas estaban decoradas para Navidad, y a la distancia había ruidos de risas y copas tintineantes en la fiesta anual en las oficinas Montgomery—Taggert. Pero dentro de la oficina de Frank Taggert no había decoraciones, nada de luces, sólo Frank sentado solo, mirando sin ver los papeles en su escritorio. En los últimos dos meses había perdido peso y había oscuros círculos bajo sus ojos. Y en los pasados meses parecía haber perdido su ventaja en el mundo de los negocios; parecía haber perdido su hambre. —Hola —dijo una voz tentativa desde su umbral, y él levantó la mirada para ver a Eli. No lo había visto en dos años, no desde aquel primer encuentro; habían mantenido su amistad completamente por cartas, Frank enviando todas las suyas a Eli en un apartado postal en Denver. —Eli —fue lo único que pudo decir, y el primer asomo de sonrisa en mucho tiempo apareció en su rostro—. Ven aquí —le dijo, estirando las manos. TRADUCIDO por ALENA JADEN — Editado por Mara Adilén
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Cerrando la puerta detrás suyo, apagando los sonidos de las demás personas, Eli caminó alrededor del escritorio para pararse frente a su amigo. —Te ves tan mal como me siento —dijo Frank—. Supongo que eres demasiado grande para sentarte en el regazo de un hombre, ¿verdad? Eli hubiese muerto antes de admitirlo, pero parte de la furia por su padre era rebeldía, diciéndose a sí mismo que no necesitaba un padre. —No, no soy demasiado grande —dijo Eli, y se encontró levantado en los brazos de Frank y subido a su regazo como un niño. Eli era bastante alto, pero Frank lo era más, y Eli descubrió cuánto había extrañado el sólido toque masculino de un padre. Para su horror, Eli se encontró llorando. Frank no dijo una palabra, sólo lo abrazó hasta que el niño se detuvo, y luego le ofreció un pañuelo blanco y limpio. —¿Quieres contarme qué sucede? —Mi madre tendrá un bebé. —No sabía que se había casado. —No lo hizo. —Oh. Eso es un problema. ¿Necesitas dinero? —Siempre. Pero ella necesita un hombre que la cuide. Nunca podré irme si no tiene a alguien que la cuide. —Cualquier dinero que necesites... —¡No! —dijo Eli bruscamente—. No quiero que me des dinero. —Está bien. —Frank apoyó la cabeza de Eli en su hombro—. ¿Qué puedo hacer? Por un rato Eli no habló. —¿Por qué no me has escrito en dos meses? —No creo que entendieras. —Eso es lo que siempre dicen los adultos. Creen que los niños somos demasiado estúpidos para entender algo. Mi madre cree que no entenderé sobre el bebé y porqué no está casada con el padre del bebé. —Tienes razón. Los adultos tendemos a poner a los niños en situaciones y luego pensamos, erróneamente, que no pueden comprenderlas. Quizá estamos intentando protegerte. —Frank respiró hondo—. Hice algo muy estúpido: me enamoré. No, no me mires así. Supongo que estuvo bien enamorarme, pero tenía miedo y huí. —¿Por qué huiste? ¿Por qué tenías miedo? Yo amo a mi madre, pero nunca escaparía de ella. —No es lo mismo que amar a tu madre. Con esta mujer, tenía una opción. —Acercó más a Eli—. No sé cómo explicarlo. En toda mi vida, nunca he necesitado a nadie. Quizás porque tenía a tanta gente a mi alrededor. Crecí en una familia enorme y tuve muchas responsabilidades desde el principio. Quizás sólo quería ser diferente y distinto. Quizás no quería ser como ellos. ¿Puedes entender eso? —Sí. Yo soy diferente a los demás niños. —Tú y yo somos inadaptados sociales, ¿verdad? —¿Qué hay de la mujer? —insistió Eli—. ¿Por qué la dejaste? TRADUCIDO por ALENA JADEN — Editado por Mara Adilén
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—La amaba. No sé cómo explicarlo, porque no tiene sentido. Sólo la vi y la amé desde el principio. Pensé que era diferente a como realmente era, y eso me enojó al principio, pero entonces vi que era una mujer dulce y bondadosa. —Sonrió—. Bueno, no demasiado bondadosa. —Se detuvo—. ¿Sabes lo que más me gustaba de ella? Me juzgó por mis propios méritos, no por mi dinero o siquiera por mi apariencia. Simplemente me dijo que no le gustaba y que no quería estar cerca mío. Hasta salió corriendo por la puerta de la cabaña e intentó regresar a Denver. —No tiene sentido de la orientación. Frank se veía sorprendido. —Eso es cierto pero, ¿cómo lo sabías? —Mi madre no lo tiene y Chelsea tampoco —dijo Eli, cubriéndose. —Será mejor que no permitas que ninguna mujer te oiga haciendo semejante generalización. De cualquier modo, quise que se quedara y cocinara para mí, así que le ofrecí dinero, mucho dinero. Pero, ¿sabes lo que me pidió? —Algo para alguien más —dijo Eli. —Exacto. Eso es justamente lo que hizo. ¿Cómo adivinaste? Ignorando la pregunta, Eli dijo: —¿Qué pidió? —Una educación para su hijo en la mejor escuela del mundo, desde primer año hasta el doctorado. —Sí —dijo Eli suavemente—. Lo haría. —Habló más alto—. Pero, ¿qué sucedió? —Nosotros, eh, nosotros... Más tarde, nosotros... —He aprendido mucho acerca de los bebés en los últimos dos meses —dijo Eli en un tono muy maduro—. ¿Qué sucedió después? —La abandoné. Pedí por la radio un helicóptero que me buscara y que alguien fuera a buscarla a caballo. Eli podía sentir que su cuerpo se ponía rígido. —Simplemente te marchaste y la dejaste allí. ¿Ella... te amaba? —No lo sé. Es del tipo que si va a la cama con un hombre, ella... quiero decir, se toma las cosas e serio y se enamora de cualquier hombre con el que... pasa tiempo. —Pero, ¿tú la amabas? —Sí. La amé mucho después de esa noche, y me asustó tanto que me marché. Me subí a un avión y no he bajado desde entonces. Creo que quería huir. O tal vez sólo quería tiempo para pensar. —¿En qué pensaste? —En ella. En cómo quería estar con ella. Tiene un modo de ver la verdad de cualquier situación. Me dijo que ella no era pobre, sólo que no tenía dinero. —Mi mamá dice lo mismo. —Una madre inteligente. Muy inteligente si te tuvo a ti. —¿Qué vas a hacer ahora? Acerca de esta mujer a la que amas, quiero decir. —Nada. No hay nada que pueda hacer. Estoy seguro de que ella ya me ha olvidado. Eli levantó la cabeza para mirar con gran seriedad a Frank. TRADUCIDO por ALENA JADEN — Editado por Mara Adilén
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—No creo que lo haya hecho. ¿Y qué si llora todas las noches por ti del modo en que mi mamá llora por el hombre cuyo bebé va a tener? Frank levantó una ceja. —No lo creo. Una mujer desdeñosa, ese tipo de cosas. Mucho tiempo atrás descubrí que si abandonas a las mujeres, nunca te perdonan. Pueden decir que lo hicieron, pero se vengan de ti de otros modos. —Pero, ¿qué si ella no es así? ¿Qué si también te ama y comprendería si le explicaras que estabas asustado y fuiste un cobarde? —Me haces sentir peor. Bien, quizás fui un cobarde. He estado pensando que debería intentar encontrarla. Si chequeara los hospitales ellos sabrían dónde está. Le pregunté a mi hermano Mike, pero él no me habla. —Frank tragó con fuerza—. Y después de lo que su esposa me dijo, desearía que ella tampoco me hablara. —¿Qué vas a hacer? —exigió saber Eli—. ¿Qué vas a hacer cuando la encuentres? Frank hizo una mueca. —Me gustaría pensar que caeré de rodillas y le declararé mi amor eterno, pero en realidad no puedo imaginarme haciendo eso. De cualquier modo, ya le he pedido que se case conmigo pero me rechazó. —¡¿Qué hizo?! ¿Le pediste que se casara contigo? —Sí. —Frank se echó hacia atrás para mirar a Eli—. ¿Por qué estás tan interesado en esto? —Es por mi madre y ese hombre con el que tendrá un bebé. Desearía que se casara con ella. —Si es un buen hombre. —Lo es. Sé que lo es. —No es tu padre, ¿verdad? —¡No! —casi gritó Eli, y luego se calmó—. No, claro que no. Es sólo... —se quedó callado, sin saber qué más decir. —Muy bien —dijo Frank—, cambiemos de tema. ¿Qué quieres para Navidad? ¿Equipo para la computadora? —No —respondió Eli—. No he trabajado mucho últimamente. Podría tener que conseguir un trabajo después de la escuela para ayudar con el bebé. —¡Y un infierno que lo harás! —dijo Frank—. Te daré un cheque que cubrirá los gastos por un par de años. ¡Y no quitará más de tu orgullo! Eli supo que debería haber dicho que no, pero no podía. —¿Me harías un favor? —Lo que sea. ¿Quieres un viaje a alguna parte para ti y tu mamá? —Quiero algo para mi mamá, sí. —Eli respiró hondo—. ¿Puedes montar a caballo? —Bastante bien, en realidad. —¿Tienes uno negro? ¿Un gran semental negro? Frank sonrió. —Creo que puedo encontrar un animal así. No sabía que te gustaban los caballos. —No es para mí. Mi madre estaba pagando las cuentas la semana pasada, y dijo que teníamos que enfrentar la realidad: ningún hombre apuesto iba a llegar a la puerta del frente sobre un TRADUCIDO por ALENA JADEN — Editado por Mara Adilén
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enorme semental negro para rescatarnos, así que tendríamos que llegar a fin de mes de otra manera. —¿Y quieres que llegue en un caballo negro y le entregue un cheque a tu madre? —Efectivo sería mejor. Nunca cobraría el cheque; tiene una consciencia muy fuerte. Frank se rió. —Un semental negro, ¿eh? Y supongo que quieres que lo haga mañana, el día de Navidad, sin dudas. —¿Estás ocupado con tu familia? —De algún modo, dudo que me extrañen. —Por un momento se quedó quieto, abrazando a Eli y pensando—. Muy bien, lo haré. ¿Debería vestir una camisa de seda negra, pantalones negros y ese tipo de cosas? —Sí, creo que a mi madre le gustaría eso. —Muy bien, mañana a las diez. Ahora que eso está arreglado, ¿qué quieres para tu cumpleaños? —La contraseña para acceder a los bancos de datos de Montgomery—Taggert. Con eso, Frank se rió más fuerte de lo que había hecho en meses. —Vamos, busquemos algo para comer. Y tendría que adoptarte antes de dejarte acceder a eso, y de algún modo no creo que a tu madre le gustase compartirte. —Mientras Frank escoltaba a Eli fuera de la oficina, le dijo—: ¿Te gustaría que contrate investigadores privados para encontrar al hombre que le hizo esto a tu madre? Podría hacer que auditen sus impuestos. —Quizás —dijo Eli—. Te lo haré saber el día después de Navidad.
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CCAAPPÍÍTTU ULLO O 1100 —Eli —dijo Randy, exasperada—, ¿por qué estás tan nervioso? —Desde temprano esa mañana, mientras Randy estaba metida hasta los codos en salsa de arándano y pastel de zapallo, Eli había estado yendo y viniendo para mirar por la ventana cada pocos minutos—. Si estás buscando a Papá Noel, no creo que recuerde dónde queda esta casa. Había querido hacer una broma, pero no surtió efecto. No podía permitirse gastar mucho en regalos este año, y estaba constantemente preocupada por cómo iba a mantenerlos a los dos en los meses venideros. Y luego serían tres, y no sabía... Se detuvo de pensar en las cosas malas, tales como el dinero, y dónde y cómo. Tampoco se permitiría pensar en Frank Taggert, ese podrido... Tranquilízate, se recordó a sí misma. De hecho, la furia no era buena para el bebé ni para Eli. —¿Vendrá Chelsea? —le preguntó. —Ahora no. Más tarde... Eli se quedó callado mientras su rostro se iluminaba repentinamente con una sonrisa. De hecho, todo su cuerpo pareció encenderse. Entonces recuperó el control de sí mismo y, haciendo su mejor intento por parecer calmo, fue a sentarse al sofá y tomó una revista. Como la revista era Buen manejo de la casa, Randy supo que algo estaba pasando. —Eli, ¿te importaría decirme qué está sucediendo? Has estado toda la mañana mirando por esa ventana y... —Se detuvo y oyó—. ¿Eso son ruido de cascos? Eli, ¿qué estás tramando? ¿Qué han hecho Chelsea y tú ahora? —Eli le ofreció su mejor expresión inocente y siguió mirando la revista—. ¡Eli! —dijo Randy—. ¡Creo que ese caballo está subiendo al porche! Cuando su hijo simplemente se quedó allí sentado donde estaba, con la cabeza gacha pero viéndose como si estuviera a punto de estallar en carcajadas, Randy también sonrió, sabiendo que iba a abrir la puerta para encontrar a la bonita y pequeña Chelsea en su pony, con el cabello cayendo por su espalda y una cesta de Navidad en la mano. Randy decidió seguir el juego. Secándose las manos y poniendo su mejor expresión severa, fue hacia la puerta, planeando verse sorprendida y deleitada. No tuvo que fingir la expresión de sorpresa. De horror sería más adecuado. No vio el pony de Chelsea sino un enorme caballo negro intentando meterse en su porche del frente. Un hombre, vestido todo de negro, estaba sobre su lomo, intentando controlar al animal si arrancarse la cabeza con el bajo techo del porche. —¿Tiene alguna yegua aquí cerca? —gritó el jinete por encima del clamor de los cascos con herraduras del caballo en el porche de madera. —La puerta de al lado —le gritó ella, pensando que conocía esa voz—. ¿Puedo ayudarlo a encontrar su camino? —le preguntó, alejándose de los cascos que hacían cabriolas. Después de unos pocos tirones poderosos a las riendas y algunas sanas palabrotas murmuradas en voz baja, el hombre controló al caballo y se inclinó para extraer un gordo sobre de sus alforjas. —Señora Harcourt —dijo—, le entrego... —No dijo nada más mientras la miraba—. Miranda — susurró. Randy no podía decir nada. Un momento estaba mirando a un hombre vestido de negro intentando controlar a un semental negro en su porche, y al siguiente estaba dentro de la casa, poniendo la traba a la puerta. TRADUCIDO por ALENA JADEN — Editado por Mara Adilén
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Frank bajó del caballo en segundos, sin molestarse en atar al animal, sino dejándolo donde estaba y yendo hacia la puerta cerrada. —¡Miranda! Por favor, escúchame. Necesito hablar contigo. Randy se detuvo con la espalda apoyada en la puerta y mirando a su hijo con los ojos entrecerrados, quien estaba inclinado sobre la revista en la mesa ratona como si fuese la cosa más interesante que hubiera visto jamás. —¡Eli! Sé que estás metido en esto de algún modo, y exijo saber qué está pasando. Afuera, Frank no estaba seguro de qué hacer. Estaba muy confundido. Había esperado conocer a la madre de Eli, pero en cambio allí estaba Miranda, la mujer a la que amaba, la mujer que lo había obsesionado durante los últimos dos meses. Apoyándose contra la pared un momento, de pronto todo encajó. Eli había coordinado con su hermano Mike para llevar a Miranda a la cabaña, entonces él y Miranda habían continuado desde ahí. Por un momento Frank se sintió como un tonto por haber sido tan perfectamente embaucado, pero al siguiente estaba sonriendo. ¿Qué mejor podía querer que fuera su vida que esto? El niño al que adoraba era el hijo de la mujer a la que amaba, y Eli había dicho que su mamá iba a tener un bebé... su bebé. —Miranda —dijo a través de la puerta con cristal—, tengo que hablar contigo. —Sobre mi cadáver —le gritó ella—. ¡Y quita tu caballo de mi porche! —Randy miró a su hijo— .Cuando termine contigo, jovencito, lo lamentarás mucho. Sólo tenía que encajar la cabaña y este hombre con el eterno fisgoneo de Eli y Chelsea. Eli intentó parecer más inclinado sobre la revista, pero en realidad estaba fascinado por lo que estaba sucediendo a su alrededor, y esforzándose por oír cada palabra que era dicha. Quizás eran las ropas, quizás era porque Frank estaba harto de hacer las cosas del modo apropiado, pero levantó una maceta del porche y la arrojó a través del vidrio de la puerta, luego buscó dentro y abrió la cerradura. —¡Cómo te atreves! —le dijo Randy cuando estuvo dentro—. Llamaré a la policía. Frank la atrapó antes de que pudiera llegar al teléfono. Estaba seguro de que había palabras que debía decir, pero no podía pensar en ellas. Sólo recordaba hacerle el amor aquella noche, la relación más satisfactoria que jamás hubiese experimentado. Sin pensar, la tomó en sus brazos y la besó. Cuando se detuvo y ella comenzó a hablar, volvió a besarla. Cuando dejó de besarla, Randy estaba recostada en sus brazos, con todo su peso sostenido por él. —Ahora escúchame, Miranda, puedo no saber cómo ser un héroe salido de un libro, pero sé que te amo. —Pero me dejaste —susurró ella. —Sí, lo hice. Mis sentimientos por ti eran demasiado fuertes para manejarlos. Había oído sobre esto de enamorarse, pero no sabía que era tan horrible o tan fuerte. Pensaba que estar enamorado era algo agradable. —No —susurró Randy, y él volvió a besarla. —Ahora —dijo él—, quiero que me escuches: te amo y amo a Eli. Lo he hecho por mucho tiempo. Hasta te hablé sobre él en la cabaña. —¿Eli? TRADUCIDO por ALENA JADEN — Editado por Mara Adilén
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—Sí, Eli. Y amo a nuestro hijo que estás cargando, y pretendo ser el mejor padre para él. Puedo no ser nada bueno siendo padre o esposo, pero haré mi mejor intento y eso es todo lo que puedo prometer. Y yo... —De pronto toda la bravuconada lo abandonó, y la aferró a él—. Cásate conmigo, Miranda. Por favor, por favor cásate conmigo. Lamento haberte dejado aquel día. Todo me sucedió demasiado repentinamente. Pensé que podría olvidarte, que quizás era la luz de la luna, y los árboles y tus waffles de frutilla. —¿Y qué fue? —No lo sé. Sólo tú. Simplemente te amo. Por favor, cásate conmigo. Antes de que Randy pudiera decir una palabra, Eli saltó y gritó: —¡Sí! Sí, se casará contigo. Sí, sí, sí. —No puedo... —comenzó a decir, pero Eli, tras su espalda, comenzó a besarse el dorso de la mano, y Frank quedó tan fascinado con eso que casi no comprendió lo que el muchacho estaba intentando decirle que hiciera. Frank tomó la sugerencia de Eli y no dejó que Randy dijera otra palabra, sino que volvió a besarla. —Piensa en los niños —le dijo. —Pero, no estoy segura... Frank la besó otra vez. —Te amo. ¿No me amas un poquito? Randy sonrió. —Sí, sí te amo. No lo mereces, pero te amo. —Se estiró hacia atrás, lejos de él—. ¿Qué hay de Julian? No fuiste muy agradable con él. —Mi primer probada de celos. Se aburrió a muerte después de seis semanas sin mí, así que volví a contratarlo por la mitad de su salario. Miranda, cásate conmigo, por favor. En ese momento una sirena sonó en la cuadra siguiente y asustó al caballo, que corrió dentro de la casa buscando seguridad. Corrió hacia Frank, Randy y Eli, quienes cayeron en un montón sobresaltado sobre el suelo. —Estúpido animal —murmuró Frank mientras el caballo le hocicaba los bolsillos, en busca de manzanas. —¿De quién fue la idea del caballo? —preguntó Randy. —Mía —dijeron los dos hombres al unísono. Y fue ese unísono que hizo que Randy supiera qué hacer. Desde el principio Frank le había recordado a alguien, y ahora sabía quién era: Eli. —Sí —dijo, con los brazos alrededor del cuello de él—. Sí, me casaré contigo. Eli pasó sus brazos alrededor de ambos. —Obtuve lo que quería para Navidad y mi cumpleaños —dijo—. Y preferiría ir a Cambridge en vez de Princeton. Pero su madre y Frank no lo oyeron porque estaban besándose otra vez. Sonriendo, Eli se desenredó de los dos adultos y el caballo y corrió a su habitación para llamar a Chelsea para contarle las novedades. Robin y Marian Les Jeunes habían golpeado otra vez. TRADUCIDO por ALENA JADEN — Editado por Mara Adilén
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Serie Los Taggert 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8.
El Corsario (También forma parte de la Serie Montgomery) Hermana de Fuego Hermana de Hielo Dulces Mentiras / Dulces Engaños Los Casamenteros (Dentro de la Antología La Invitación) Change of Heart (Dentro de la Antología A holiday of love) Just Curious (Dentro de la Antología A gift of love) Holly
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