PENUMBRIA - DIECISÉIS

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PENUMBRIA – DIECISÉIS Enero, 2014

PORTADA

Basada en el cuento “El infierno” de Emiliano González Sergio Beristain En sus dulces 19. Aspira a ser artista o anticristo. Tal vez ambos. Originario de Naucalpan, Estado de México.

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ÍNDICE Torre De Johan Rudisbroeck / editorial

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Tienda De Antigüedades Del Perverso Mefisto / cuentos Residuos angélicos / Ana Martínez Casas …7 Danza nocturna / Miguel Lupián …10 El banquete / Ismael Benítez Flores …11 La roya / Nelly Geraldine García-Rosas …14 Una rosa / Alexis Uqbar …16 #minirp 01 / V.V.A.A. …18 El fin / Diana Beláustegui ... 19 Juquila / Adrián “Pok” Manero ... 22 Cuentos de hadas para niños malcriados / Efraím Blanco …25 Feliz navidad, cariño / Cristina Arias …28 El piso inferior / Alberto Sánchez Argüello …29 #minirp 02 / V.V.A.A. …31 Pequeñas mujercitas / Solange Rodríguez …32 Trilogía del mórbido amor / Andrés Galindo …36 Apocalipsis / Édgar Ramírez ... 36 El fin del papel / Manuel Barroso …39 Fugitivo / Roberto Serrano “Drako” ...41 #minirp 03 / V.V.A.A. ...45

Autómatas / equipo editorial

…46

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Torre De Johan Rudisbroeck El primer número del año se forjó bajo un aura de sincronización, de duplicidad,

de

correspondían,

doppelgängers. que

guardaban

Recibimos cierta

muchos

relación

entre

cuentos ellos.

que

Los

se

temas

recurrentes fueron el fin del mundo, los motivos religiosos, la atmósfera lovecraftiana, los zombis... Afortunadamente (a diferencia de lo que sucede en el cine hollywoodense, donde siempre salen al mismo tiempo dos películas muy parecidas: una buena y otra mala), también compartían su gran calidad: situación que, como cada mes, nos complicó la selección. En la tienda de antigüedades del perverso Mefisto encontrarás ángeles perversos, danzas misteriosas y banquetes grotescos. Herrumbre, rosas apetecidas, enfermeras desesperadas. Pueblos mágicos, cuentos de hadas y regalos navideños. Ascensores delirantes, mujercitas, amores mórbidos. Apocalipsis virtuales, dioses de papel y especies fugitivas. Además, los ganadores de nuestro novel concurso de microficción: #minirp. Gracias por empezar este 2014 leyéndonos, como el diablo manda.

Miguel Lupián

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Tienda de antigüedades del perverso Mefisto

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RESIDUOS ANGÉLICOS Un hueso me llevó a completar el esqueleto de un ángel. Fue aterrador observar el cadáver completo. La cabeza minúscula en proporción al cuerpo, el cráneo aplanado y la carencia de frente; ángulos afilados en la barbilla, curvas pronunciadas en los pómulos. El diámetro de los orificios oculares era anormalmente grande y la mandíbula diminuta, con 16 dientes en lugar de 32. Manos pequeñas, pies pequeños. Una caja torácica ancha y la pelvis deforme, con una vértebra coccígea de más, como un pedazo de cola… Y esas alas de buitre, escalpadas. Al principio pensé que se trataba de un niño pequeño, pero la forma de su cráneo y el tamaño del fémur me contradecían. Tal vez estaba ante un caso de enanismo, pues el esqueleto era ése de un humano de baja estatura. Sin embargo, quedaba la cuestión de las alas. Eran algo así como una estructura ósea carente de piel o plumas. Un exoesqueleto rígido. Un ángel. Como investigadora, este hallazgo me entusiasmó. Como mujer, sentí un agudo escalofrío que al final me dejó una sensación de soledad y desamparo frente a los huesos. Abandoné la investigación. O eso hubiera querido, no lograba fijar su edad. ¿Era un niño o un anciano? ¿Cuál era la longevidad de los restos óseos? Podían ser de la época de antes o después de Cristo: ese ángel había envejecido sin mudar de apariencia. Me era imposible determinar cuántos años tenía al perecer porque los estudios del calcio en sus huesos arrojaban el increíble resultado de un rango entre los 5 y los

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años.

Pero

su

cuerpo

permanecía

joven.

Por

siempre.

Deteriorándose en el cuerpo de un niño-ángel deforme. Esto me llevaba a otra cuestión: los ángeles son hermosos, ¿qué era

esta

cosa?

Las

Sagradas

Escrituras

describen

quirópteros

metafísicos que les fueron revelados a los santos. Tal vez con el paso del

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tiempo fueron mistificados por el hombre hasta otorgarles el aspecto divino que los caracteriza como bellos entes andróginos. Busqué su sexo. ¿Cómo determinarlo? ¿Clasificarlo en estándares humanos? La región pélvica no era un punto de comparación y los rasgos faciales tampoco ayudaban: sus mejillas eran masculinas; el mentón, femenino. ¿Para qué querría un ángel reproducirse? Si al menos tuviera muestras de sus tejidos u órganos… ¿Cómo había muerto? ¿De qué había muerto? Perdió sus alas, de alguna forma. Violenta. No informé sobre este descubrimiento a ningún arqueólogo, pero no necesitaba sus conocimientos para analizar la forma en que había descubierto los restos: el cuerpo, desmembrado; las alas, oblicuas y rotas. Pero, ¿cuál habría sido su misión en la Tierra? ¿Cuál era la necesidad de aferrarse a un medio corpóreo? Tal vez quería que yo lo encontrara. —¿Y qué quieres que haga? Angelito de la guarda. De niña, mi ángel guardián se llamaba Ezequiel. —Ezequiel. Mi dulce compañía. Las alas del ángel se movieron. No me desampares. —No me desampares. Ni de noche… Unos

hilos

negros

salieron

del

cuerpo

del

ángel

y

se

desenredaron, elevándose más allá del cielo blanco del techo. Una de las cuerdas se tensó y Ezequiel levantó la cabeza. Un humo blanquecino recubría sus huesos y le daba facciones humanoides: ojos totalmente negros, sin pupilas, iris o esclerótica; cabellos del mismo color, enmarañados

y

sucios,

hechos

del

material

del

que

estaban

confeccionadas las cuerdas que le permitían su movilidad titeresca. Ahora sabía su sexo. Algo repulsivo. Pústulas, costras y cabellos púbicos cubrían los genitales mutilados.

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—¿Por qué estás aquí? Un hilo abría y cerraba su boca, pero no decía nada. Escuché la voz –los gruñidos– dentro de mi cabeza. Un hueso se formó entre sus piernas, reventando las ampollas repletas de pus. Los hilos se tensaron. El ángel me derribó, y con ese pene óseo recubierto de sustancia fantasmal me penetró, desgarrándome. Lo empujé, pero mis manos traspasaron el umbral de su piel y tocaron los huesos; esos huesos que tanto había deseado estudiar, ahora quería destruirlos. Cogí una costilla y traté de romperla, pero eso no lo detuvo. Me descarnó. Descarnó mis labios vaginales con cada golpe de su pelvis contra la mía hasta que sentí la expulsión de su semen escociendo las heridas abiertas de mi sexo. Las cuerdas lo extrajeron de mi interior. Tomó su verga y la arrancó, dejándose nuevas cicatrices sangrantes en el pubis. Los hilos y el alma se desvanecieron, y sólo los huesos cayeron, yertos. A pesar del dolor entre mis muslos, me arrojé sobre ellos y los quebré contra el piso, astillando mis dedos. … ni de día. Siete meses después, padecí un aborto natural. Todavía cubierto con residuos de placenta, el bebé yacía sobre mi cama, manchando las sábanas blancas. Dos pequeñas jorobas empezaban a crecer en su espalda. Sin molestarme en cortar el cordón umbilical que nos unía al ángel muerto y a mí, lo cargué en mis brazos.

Ana Martínez Casas leía y escribía cuentos de terror religiosamente hasta que leyó Cien años de soledad y se convirtió al realismo mágico. Es parte del Colectivo La Piedra, participó en el Curso de Creación Literaria de la FLM y fue beneficiaria del PECDA Morelos. Ganó el concurso Punto de partida de la UNAM y en 2012 publicó su plaquette, Seis flores inmundas. Ahora escribe una novela de ajolotes y dioses prehispánicos. Twitter: @AnaMtzCasas

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DANZA NOCTURNA Sacó de la bolsa un trozo de tiza azul y marcó en la tumba círculos dentro de círculos. El dibujo era tosco pero serviría. Sacudió los pies hasta deshacerse de las sandalias. Sintió la humedad del musgo trepar hasta sus corvas. Se dejó envolver por la oscuridad y por la sinfonía de cigarras y luciérnagas. Levantó la cabeza y vio que las estrellas estaban alineadas: era el día. Desperdigó a su alrededor los altramuces y polipodios chinos que consiguió en Penumbria, la ciudad del eterno crepúsculo, y subió a la tumba cuidando de no borrar la tiza. Alisó con las manos el vestido blanco que portaba mirando inquieta para todos lados. El corazón se le salía por la boca, el sudor le recorría el rostro dejando su huella de baba de caracol. Cerró los ojos y se quedó en silencio, blanca e inmóvil como una escultura de Bernini. Después de unos minutos, aún con los ojos cerrados, comenzó a dar de palmadas y a cantar en un dialecto que memorizó del libro verde. Movió tímidamente un pie, el otro, la cadera. Una vez que se acostumbró al ritmo, bailó con una gracia inusitada, llamando la atención de mochuelos y lechuzas. El canto se convirtió en una serie de gemidos. Rasgó su vestido blanco dejando al descubierto sus senos turgentes y su pubis inmaculado. La noche retumbó excitada, los árboles se estremecieron, los mochuelos y lechuzas agitaron las alas y ulularon imitando la voz del diablo. La doncella se puso en cuclillas apretándose el vientre y mordiéndose los labios. Un hilo de orina acompañado de sangre salpicó sus tobillos y se perdió entre las grietas de la tumba. Se levantó, abrió los ojos y abandonó los círculos azules. Se quedó esperando una señal mientras la lluvia que empezaba a caer la reconfortaba. Arriba, entre las nubes, se libraba una batalla de luces níveas. Una de ellas surcó en silencio la noche hasta impactarse contra la tumba. Entre pedazos de roca se irguió el cuerpo de un hombre que vestía frac, gazné y guantes. En la mano izquierda llevaba un bastón

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con cabeza de lobo en el puño. El hombre recogió un altramuz y atravesó la cortina de agua. Colocó la planta lupina en el cabello de la doncella y enterró su bastón en el musgo. La cogió por la cintura y bailaron un nocturno que sólo ellos podían escuchar. Miguel Antonio Lupián Soto Ex alumno de la Universidad de Miskatonic, feligrés de la iglesia Cthulhiana y devoto de San Lemmy. www.mortinatos.blogspot.mx http://www.mortinatos.tumblr.com @mortinatos

EL BANQUETE Después de filtrarse en la mansión, Evangelina y Dante se mezclaron entre linos opacos y sedas petulantes. Aprovecharon el bullicio de la hora del banquete. Estaban alerta, tanto, que eran los únicos en percibir el zumbido de una mosca. —Damas y caballeros, disfruten de nuestra exquisita selección de lenguas —anunció el anfitrión, un hombre pálido, casi transparente, con una pústula en la aleta de la nariz. Todos los presentes lo siguieron al jardín, ocupado por una mesa circular, en cuyo borde reposaban gigantescos samovares. Al verlos, Evangelina sujetó la mano de Dante. La mosca los había seguido. Un anciano con frac naranja inició el rito. Deambuló un poco hasta situarse frente al samovar elegido. Su escolta, un caucásico con media cara paralizada, le ajustó la servilleta al pecho y luego, en un movimiento teatral, levantó la tapa. Emergió un cuerpo femenino adornado con hiedras. Igual que el retoño de un capullo sensible al roce de los rayos de luna, esta gracia escultural se retorció hasta armonizar sus movimientos. Era un baile elegante y voluptuoso. Sus cabellos

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azabache ondulaban sobre sus ojos violeta; sus yemas se deslizaban con exquisito control sobre su barbilla, pezones y vientre. De pronto, en un fino acto de contorsión, la musa acercó sus labios a los del anciano. En la atmósfera hipnotizada por la escena irrumpió un crujido a gran fidelidad: los dientes de él sobre la lengua de ella. Los gritos consecuentes al vívido mastique produjeron la algarabía: era el turno de los demás asistentes. Todos se abalanzaron alrededor de la mesa, a postrarse frente a los samovares, a saciarse de lenguas y seducción. Mientras esto ocurría, Evangelina y Dante buscaron al anfitrión. Ella recorrió el ala norte del jardín, percibiendo la fusión de aromas y hedores producto de las degustaciones, esquivando los chorros escarlata que amenazan impactar en los rasos que la vestían. Él rondó la zona sur. Atestiguó la apertura de samovares, el surgimiento de adonis o diosas que intercambiaban espeluznantes alaridos por joyas, vino, títulos, oro y su libertad. Los tres se encontraron cerca de una fuente, donde un par de bellos mutilados imploraban mitigar su dolor. La mosca rondaba cerca. —Ustedes… —balbuceó el anfitrión al reconocerlos. Al instante su gesto de alarma se transformó en uno de asombro. Apenas pronunció sus nombres, su voz fue sofocada. En un movimiento limpio y discreto, la mano de Dante lo aprehendió del cuello. Quejidos pugnaron por nacer pero murieron entre los rumores del banquete. Evangelina lo abrazó con delicadeza, le arañó el vientre con una pica oxidada. El sometimiento fue preciso. Se alejaron de la multitud enardecida por las degustaciones. Atravesaron la mansión, recorrieron un sinnúmero de pasillos hasta la cámara del Cubo, donde se internaron. —¿Qué quieren? —tosió el hombre desde el piso de mármol verde, palpándose a la vez el cuello y la llaga en la nariz que había empezado a sangrar. Evangelina lo apuntaba con el arma firme. En un segundo Dante aseguró la puerta y se levantó las mangas. Liberó sus brazos de hilos de oro que en ágil maniobra pasaron a lacerar la carne de muñecas y tobillos del anfitrión.

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—Van a pagar por su atrevimiento… —se resignó luego de un bombardeo de palabras atropelladas. Evangelina deambuló alrededor del Cubo con la misma curiosidad de un gato. Dante permaneció quiescente, sólo repasando las aristas de la estructura con la mirada. En cierto momento se acicaló la barba de un modo infantil, hecho que dio a su belleza un toque extraño. Tales acciones se perpetuaron. Así su carácter inocente se transformó en tormento para la víctima atada, cuya paciencia se quebrantó cuando el silencio fue aniquilado por el aleteo de la mosca. —Vendieron su lengua por voluntad propia. ¡Mezquinos, a cambio recibieron esos cuerpos perfectos y los sellos que los exenta de un amo! Las palabras resultaron impotentes para los captores. Sin embargo, una seña tácita entre ellos los sacó de su aparente indiferencia. Evangelina volvió a tomar de la mano a Dante. Ambos se acercaron al único acceso en una de las caras del Cubo. Ante esa escena, los globos oculares del anfitrión se dilataron. —¡Qué pretenden! Ustedes podrán ser libres pero jamás dejarán de ser imbéciles. Los dueños de este pueblo, sus señores, pagamos por la creación de este Cubo y sabemos perfectamente cómo funciona. Nada ocurrirá si ustedes entran por segunda vez allí. ¡Adelante, háganlo! Tal vez ahora sus cuerpos se pudran. Dante volteó. Abrió la boca como emulando un rugido. Mostró la negrura de la ausencia de lengua. Luego siguió a Evangelina. Entraron. El anfitrión temblaba. Creyó escuchar reverberaciones de cantos y agonías. Intentó zafarse de los hilos pero el amarre era tan severo que lo único que logró fue ulcerar su piel. El calor en la cámara aumentó. Un vapor emanado del Cubo indicó que éste había parado su actividad. El hombre reaccionó con el cosquilleo provocado por la mosca que se había posado en su llaga de la nariz. Se deshizo de ella con un berrido. Cuando los captores salieron del Cubo, se fundieron en un abrazo conmovedor. Evangelina acarició la barbilla de su nieto. Tomó con suavidad su cuerpo y condujo sus pequeñas manos a sus oídos. El niño entendió la instrucción: no debía ver ni escuchar. La anciana se acercó

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al anfitrión sin prisa. Estupefacto, él percibió cómo se arrodillaba con las dificultades propias de sus carnes fofas. Luego recibió su furia sin piedad: el beso sensual que le arrancó la lengua. Afuera, el anciano del frac naranja pedía a su escolta que silenciara al grupo de dueños del pueblo que había llegado hasta la cámara del Cubo en búsqueda del anfitrión. —Señores —musitó con un gesto cándido—, nuestro anfitrión es un hombre de pasiones. No deben preocuparnos sus excentricidades ni ocuparnos sus manías. No se ocuparon más de los gritos que se producían detrás de la puerta, sino del zumbido de la mosca que había llegado hasta ellos. Ismael Benítez Flores (28 años, Lic. C. Comunicación y Lic. Letras hispánicas, UNAM). Soy un hombre inquieto. Amo. Escribo. Cuenta mi historia que provengo de una palabra voluptuosa. (Luego crecí, me licencié y retomé las aulas). Hoy en día soy aprendiz de la pasión y libertad. Cuenta mi historia que me fundiré en una palabra que estoy por descubrir. Facebook: https://www.facebook.com/ism.bf Twitter: @MrIsmBF

LA ROYA La roya llega siempre con la neblina. Se le puede oír, de madrugada, arrastrando un pie mientras camina por las calles empedradas de Coatepec. Herrumbre, le dicen, y usa un sombrero amarillo. —Como todos. Ya sabe. Como usted y como yo. La roya busca café —dice don Robusto ‘el árabe’, un trabajador de la finca El Edén que nada tiene de árabe pero se ganó el mote porque de niño pasó diez días encerrado en su cuarto leyendo Las mil y una noches. Su madre entraba de vez en cuando para dejar comida y cambiar la bacinica. Cuando terminó el libro, el pequeño Robusto salió de su encierro con el cabello seboso oculto bajo un turbante hecho con su ropa interior.

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Estaba tan maloliente que hubo que bañarlo en café para atenuar un poco la peste. No volvió a leer. Reino: Fungi División: Basidiomycota Clase: Puccinomycetes Orden: Pucciniales Género: Hemileia Especie: H. vastatrix Nombre común: roya, herrumbre “[…] destruyó completamente las plantaciones de Sri Lanka […] Desde entonces es ubicuo”. —Se mete entre los arbustos del cafeto —continúa ‘el árabe’— y ahí se pierde por meses hasta que algún recolector encuentra sus rastros amarillentos sobre las hojas. Entonces sabemos que ya todo se perdió. —¿La cosecha? —pregunto. —Todo —dice don Robusto y con un gesto de la cabeza señala un enorme cazo verdoso—. Llévatelo. La roya podrá ser la llave y la puerta, pero le tiene miedo al cobre. Y’AI'NG'NGAH YOG-SOTHOTH H’EE-L'GEB F'AI THRODOG UAAAH La llave y la puerta. El guardián con un sombrero amarillo. La llave y la puerta. Desearía no haberme reído de don Robusto y su estúpido cazo de cobre. La roya llega con la neblina y se apodera de los cafetales. Se le oye arrastrar un pie —incontables pies— mientras camina por las calles empedradas de Coatepec. Le dicen herrumbre, la llave, la puerta, el guardián. Lleva un sombrero amarillo sobre el terrible conglomerado de

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esferas iridiscentes. Todo está perdido. “Rociar las plantaciones con cloruro de cobre ya no es suficiente”. Nelly Geraldine García-Rosas es la asistente personal de tres gatos gordos. Ha publicado cuentos de fantasía y ciencia ficción en antologías como Future Lovecraft y Penumbria, Año I. Puede ser contactada a través de su sito web www.nellygeraldine.com o en Twitter como @kitsune_ng

UNA ROSA ¡Las ideas son como seres vivos! VILLIERS DE L’ISLE ADAM, Véra

La rosa apetecida apareció en su mano, como surgida de un sueño. —¿Qué magia es esa, que transforma las palabras en objetos? — interpelé al taciturno forastero, mientras acariciaba los verídicos y hermosos pétalos amarillos. —Ignoro si es una magia o una fe —replicó. Había algo de resignado fastidio en la voz. —No me malentienda. Uno no atestigua operaciones de esta clase todos los días. Ya Sócrates declaraba… —Basta con pronunciar una palabra y en esa palabra la idea y en esa idea el mundo. ¿Ha leído usted novelas? —Sí, pero… —¿Y no ha sentido que su vida es una ficción? ¿Una historia tramada por los dioses? —Sin duda trata de referir el divulgado idealismo de Berkeley, pero descreo bastante de esas fantasmagorías.

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—Y sospecho que también piensa que los libros son espejos del mundo y no cosas agregadas al mundo, ¿no es cierto? El tono laberíntico de su declaración me infundió un ligero vértigo. De pronto, el parque y la banca de piedra y el riachuelo y el melancólico gorjeo del estornino me parecieron irreales. Al rato, proseguí con la entrevista: —No sé si se equivoca. Son cosas que no me había interrogado… Pero dígame, ¿cómo ha hecho para que ocurra el prodigio de la rosa? Me tiene en ascuas. —Temo provocarle una desilusión… pero no he hecho nada. —¿Cómo? —Usted pensó la rosa. Usted la imaginó en mi mano. Usted es el creador. Trasoñé su respuesta. Sentí que el ámbito se deformaba. El forastero gris continuó con la voz un tanto mortecina: —A decir verdad, yo mismo soy una de sus creaciones. Bastaría con que usted me deseara la muerte para desaparecer, para desvanecerme como la frágil figura de un sueño… Lo dijo e inevitablemente pensé en su muerte, y se desvaneció, como lo había prometido. La rosa amarilla cortó el aire y se precipitó hacia el suelo de tierra; tristemente, maravillosamente, noté que comenzaba a marchitarse. La recogí, me la guardé en el bolsillo del saco y caminé largamente sin rumbo, como las ilusiones. Alexis Uqbar “Amo el lenguaje por sobre todas las cosas y venero a los que mediante la palabra han manifestado el espíritu, desde Isaías a

Franz

Kafka.

contemporánea.

Desconfío Vivo

de

rodeado

casi por

toda

sombras

la

literatura

clásicas

benévolas que protegen mi sueño de escritor.” -J. J. A. @alexis_uqbar

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y


MINIRP 01

@Elizeus58 Hay un lugar en el infierno donde los cuerpos de los ahorcados sirven como fundas para los nuevos siervos de Satán. @joseluiszarate CRIMEN PERFECTO. Nunca encontraron el cadáver, el asesino lo había enterrado dentro de su propio cuerpo. @manubch Los armaron casi con amor. Los huesos, la piel, el soplo de vida. Tal y como habían leído en el génesis de la humanidad extinta. @MisneBel Tras morir, quizá para redimirse, los verdugos intentaban reconocerse en sus víctimas y perdonarse. El espejo sólo devolvía vacío.

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EL FIN Me llamo Candela Rodríguez, soy argentina, nacida el 10 de febrero del 74 en la provincia de Córdoba. Estoy preparada como paramédico y curso estudios para técnica radióloga. Me relaciono con la medicina por una necesidad imperiosa de ayudar a los demás. Necesito dejar constancia de todo lo que sucedió hoy (no soy una persona supersticiosa, pero mi capacidad de comprensión se ha visto superada). 3

de

enero

de

2014:

En

el

transcurso

de

tres

horas

aproximadamente (de 19 a 22hs.), se presentaron en emergencia del hospital donde trabajo 10 embarazadas de distintos sectores de la provincia, todas en trabajo de parto. Cada una de ellas presentaba una fase dilatante casi concluída, por tal motivo fueron llevadas directamente a la sala de partos. El trabajo de las mujeres fue parejo y arduo, pero insuficiente. Los niños no querían nacer. Es difícil explicar. Las criaturas quedaban encajadas en la pelvis, se

veían

las

cabecitas

pero

ellos

no

salían.

Con

las

madres

desangrándose, nos apresuramos a las salas de cirugías, llevando sólo a aquellas que se encontraban en estado desesperante. Se practicaron cesáreas de urgencia. Al abrir los úteros encontraron a los niños en el canal de parto con las manitas apoyadas en ambos lados de la cadera, obstruyendo el avance de la naturaleza. Fallecieron 6 mujeres y 9 niños. Los médicos se encontraban confundidos, muchas enfermeras lloraban sentadas en el piso. Sin lograr encontrar una respuesta y sin poder pensar por los gritos desgarradores de los familiares de los muertos, decidí escaparme al ala sur del hospital y fumar un cigarrillo.

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Me senté en el cordón de la vereda y estuve aproximadamente diez minutos hasta que un auto solitario pasó por la calle y pude ver el momento justo en que tres perros, que habían estado echados en la vereda, caminaron lentamente hasta la mitad de la calle y se pararon, mirando el vehículo, siendo aplastados por las ruedas sin que el conductor pudiera hacer nada para evitar el choque. Uno de ellos reventó de una manera tan violenta que parte de su masa

encefálica

quedó

en

mi

uniforme,

formando

un

dibujo

escalofriante. Trato de serenarme mientras escribo. El conductor del vehículo descendió sin poder creer lo que había pasado. No llegué a hablar con él, el grito de una de mis compañeras me alertó. Distintos horrores acontecían en cada sector: desde ancianos que se sacaban el suero y soplaban a través del catéter hasta familiares que sin ningún motivo aparente desconectaban de los respiradores a sus seres queridos. Busqué en neonatología a la única niña que había sobrevivido a los partos. La encontré en su cuna, mordiendo sus brazos con su boquita desdentada. Juro por Dios que me dio la impresión de que la niña quería comerse ella misma. La saqué y corrí en dirección a la calle. Las puertas estaban cerradas con candado y no nos permitían salir. Afuera se escuchaban estruendos, choques, gritos, llantos. Me escondí en el sótano. Allí encontré al Dr. Medina. Cuando me vio, me abrazó y lloró largo rato. Tuve que dejar a la niña en el piso para poder contenerlo (de todas maneras la bebita no reaccionaba, estaba callada y con la mirada ausente). Comenzó a contarme sobre teorías que hablan sobre “limpiezas” del planeta cada vez que la raza humana hace peligrar al mundo con su negligencia. Me incomodó verlo desvariar sobre apocalipsis e imaginé que había enloquecido. Me dijo que según estudios que dejaron razas desaparecidas, las limpiezas duran cinco días, y que durante ese tiempo todo ser viviente

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se autodestruye. Las nuevas formas de vida esperan en lo profundo del océano para hacer su presentación y próxima colonización. Mientras

lloraba

y

me

contaba

sobre

esta

investigación,

preparaba una jeringa. Se inyectó un líquido amarillento en la yugular y se sentó en el suelo, más tranquilo. Me sonrió, tomó mi mano y se despidió. Son las 0,30 hs del 04 de enero de 2014. La niña está cianótica. Creo que simplemente se negó a respirar. Ya reina el silencio afuera. No siento nada. Ya no hay tristeza, ni miedo, ansiedad o desesperación. Desde hace unos minutos escribo con una certeza extraña y eso me ha dado tanta paz que no se si pueda describirla. Espero que el próximo ciclo sea mejor habitado, vivido, cuidado. La solución amarillenta era una mezcla de drogas potentes que el doctor tenía preparada para él y alguien más, porque dejó una segunda ampolla preparada. Me llamo Candela Rodríguez, soy argentina, nacida el 10 de febrero del 74 en la provincia de Córdoba. Estoy preparada como paramédico y cursaba estudios para técnica radióloga. Me relacioné con la medicina por una necesidad imperiosa por ayudar a los demás. Espero que alguien, algún día, lea esto y sepa que llegué a las últimas instancias del fin del mundo. Amé la vida, pero todo ciclo cuando finaliza debe ser sin concesiones ni favoritismos. Adiós. Mi nombre es Diana Beláustegui, soy argentina y tengo impresos cuentos en distintas antologías de mi país. El blog donde publico los textos es www.elblogdeescarcha.blogspot.com

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JUQUILA Sofía no deja de gritarme, lágrimas de enojo, reclamos. Sigue gritando y aventando cosas mientras hace sus maletas, el rencor ha encontrado una morada en sus ojos. En un esfuerzo por salvar las ruinas de nuestra relación planeó el viaje, no entiende mi tajante renuencia a ir. Ella no sabe que ya he estado ahí. Aunque lo supiera no lo entendería, no podría entenderlo. La puerta se azota tras ella, escucho sus pasos alejarse, la ignición del coche, el rumor del motor que se aleja. Pero yo no dejo de mirar mi meñique izquierdo, ese al que le falta una falange. Y recuerdo aquello que quisiera, más que olvidar, que nunca hubiera ocurrido. Yo tenía seis años. Estábamos de vacaciones con toda la familia, recorriendo varios pueblos de Oaxaca, conociendo su folclore, sus platillos, sus tradiciones. Visitamos la iglesia de Santa Catarina, recorrimos calles de una atmósfera densa, colmadas de pasado y melancolía. Al bajar por una de ellas, mi prima Claudia –la mayor– sacó su espejo de bolsillo para revisar su impecable apariencia. Jaime y yo pasamos a su lado correteando a un perro. Un ladrido, un sobresalto, fragmentos de espejo tirados en el suelo en medio de los cosméticos que salieron de su bolso huyendo en todas direcciones. No nos volvió a dirigir la palabra en toda la tarde. Esa noche nos hospedamos en un modesto hostal, ocupando todas las habitaciones. Éramos una familia grande y unida. En un cuarto nos pusieron a todos los primos con la abuela y mi tío Javier, éramos siete en total. Claudia seguía con su mal humor, le chocaba siempre tener que compartir recámara con los pequeños. A la hora de dormir, al acostarme, metí las manos bajo la almohada y algo afilado rozó mi dedo. Mi tío, que compartiría cama conmigo, se asomó y se topó unas tijeras abiertas, colocadas entre la sábana y la funda. Revisando

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en las demás camas encontramos lo mismo. La abuela nos dijo que la gente de ahí era muy supersticiosa y tenía toda clase de costumbres extrañas; al contarnos esto nos hizo notar que sobre cada puerta y ventana había un pequeño espejito. Mi prima, agradecida, retiró el que estaba sobre la ventana más apartada a mi cama para poder desmaquillarse. Rituales nocturnos, lectura para algunos, una taza de té, bendición de buenas noches. Uno a uno, cada integrante del clan fue claudicando y abandonando la vigilia. Lo que pasó después lo recuerdo con la exactitud con que se rememora el sueño más vívido. Yo seguía dormido, pero podía verlo todo, oírlo todo. Escuché ruidos en el tejado, como si estuviera empezando una lluvia de piedras, golpes que caían desde el cielo nocturno. Pero después los golpes cobraron el inconfundible ritmo de pasos. A mi alrededor, mis primos se incorporaron y estaban sentados con los brazos en alto, como queriendo alcanzar el techo, como sonámbulos respondiendo a un llamado. Me sorprendí al percatarme de que yo también tenía la misma postura, no me di cuenta en qué momento me había movido. Entonces, por la ventana que no tenía espejo, las vi entrar: una a una se fueron colando a la morada, una docena de ancianas grises y decrépitas, sin piernas, que avanzaban pegadas al techo como insectos gigantes. Sus largas cabelleras blancas colgando

como

finas

telarañas,

balanceándose

y

formando

un

entramado mortal. Yo no podía moverme, no podía respirar. Vi cómo las viejas descendían sobre cada uno de mis familiares y posaban sus bocas con avidez en las puntas de los dedos estirados, succionando con fruición. Todas estaban ya ocupadas menos la última, que venía hacia mí con su hambrienta mirada fija en mis manos. Javier seguía dormido junto a mí, con un sopor tan profundo como la muerte. Concentrando todo mi ser, con un esfuerzo que me pareció sobrehumano, grité lo más fuerte que pude justo cuando sus dientes amarillentos aprisionaron mi meñique entre ellos y sentí un gélido aire recorriendo mi interior. Después de eso, todo es borroso. El grito de mi tío, un siseo

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iracundo, alaridos mortuorios, el destello de las tijeras, dolor. En un instante, todo acabó. Mis padres llegaron desde el cuarto contiguo mas no vieron nada al prender la luz, sólo la sangre en las afiladas piernas metálicas del instrumento en las manos de Javier. A pesar de que el médico aseguró que mi dedo no fue cortado por éste, mis padres nunca volvieron a hablarle. El mutismo en que se sumió a partir de ese día tampoco ayudó. Mi abuela murió esa noche, mis primos quedaron sumidos en un coma del cual nunca despertaron. Durante el resto de mi infancia y mi posterior adolescencia fui un muchacho taciturno y callado, poco sociable y retraído. Nunca le conté a nadie lo sucedido, nadie lo habría creído. Años después, al terminar la prepa, los pocos conocidos que tenía organizaron un viaje a Puerto Escondido. En un esfuerzo por ser como ellos, decidí ir. Desde que entramos a Oaxaca lo sentí, ese dolor en mi mano izquierda, ese mismo frío en mi interior, ese vacío que me impide relacionarme con los demás. Abandoné al grupo en la primera gasolinera en que paramos, simplemente bajé del coche, tomé mi mochila y me alejé de ahí sin dar explicaciones. Sofía no es la primera, ni será la última. Pero no puedo explicarle a nadie lo que se siente ir por el mundo con un alma a medias, con la certeza de que algún día regresarán a comerse el resto. ¡Ay! qué bonito es volar al arco de la mañana Al arco de la mañana ¡ay! qué bonito es volar, ¡ay, mamá! Subir y dejarse caer en los brazos de una dama, En los brazos de una dama, hasta quisiera llorar ¡ay, mamá! Me agarra la bruja, me lleva a su casa Me hace una maceta y una calabaza, Me agarra la bruja, me lleva al cerrito Y hace una maceta de este jarochito.

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Ay, dígame, dígame, dígame usted ¿Cuántas criaturitas se ha chupado usted? Ninguna, ninguna, ninguna, lo sé Ando en pretensiones de chuparme a usted.* *La bruja, son jarocho tradicional (vía Los Nena de Abel Membrillo).

Adrián "Pok" Manero, tras años como lector asiduo, decidió que el siguiente paso en su manía consistía en elaborar sus propias ficciones. Ha publicado cuentos en la Segunda antología Caligrama de cuentos de Horror, Fantasía y Ciencia Ficción, El séptimo círculo (resultado del taller La escena narrativa de la escritura: Un trazo subjetivo de la violencia, impartido por Eduardo Antonio Parra) y en la revista electrónica Entre cronopios. También escribe reseñas para el sitio de internet de Pánico de masas y en su blog personal, vinetaspalabrasyfotogramas.blogspot.com. Se dedica compulsivamente a leer comics y libros y a ver películas, quisiera ser como los gatos y disfruta escribiendo sobre sí mismo en tercera persona.

CUENTOS DE HADAS PARA NIÑOS MALCRIADOS Cuando era niño vi morir a un compañero de la escuela. Me miraba como si quisiera decir algo antes de partir. Pedir auxilio o darle el recado a su madre de que esa tarde no llegaría a comer ni a ver caricaturas en la sala de su casa. Lo vi mientras el tiempo se detenía y la vida lo abandonaba teñida de rojo. Cuando al fin se fue pude ver cómo un último suspiro abandonaba su cuerpo y perdía el ligero peso de su alma. Estaba muerto. Tercer strike. Out. Era viernes. Ese día que todo mundo espera como esclavos que se liberan de las cadenas con la magia del avance del reloj. El niño que murió era un estúpido que me molestaba a cualquier oportunidad. Aquel día pensé que si no lo atropellaba un camión, lo habría asesinado yo con mis propias manos.

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Cuando era pequeño me molestaban muy seguido, y también seguido tenía ganas de cargármelos a todos. También con frecuencia deseaba que el mundo fuera distinto y que mi cuerpo creciera rápido para jugar béisbol en las Grandes ligas; tú sabes, hacer contacto con la pelota y mandarla fuera del campo; jonrón, recorrer las bases y dar un brinquito en el home ante la euforia de los compañeros y el público que invade la cancha. Como cada fin de semana, escapaba con los amigos del barrio hacia la zona de los baldíos. Allí, el campo todavía era un espacio libre que comenzaba a llenarse de basura y de desarrollos inmobiliarios que empezaban a hacer crecer la ciudad. Teníamos la costumbre de jugar a cualquier cosa como si no hubiera mañana, y esperar a que la noche nos sorprendiera con su oscuridad temprana para contar historias de terror que asustaran a los más chiquillos. Ahí, con la tarde ennegrecida como escenario, hacíamos una rueda para disparar cuentos y tratar de ser los más valientes que se quedaran hasta el final. No faltó el amigo que nos contó acerca del fantasma del conserje que se aparecía en la escuela. El chamaco que conocía algunas leyendas clásicas de terror o el que había escuchado que en el patio de tal vecindad caminaba por las noches una señora de bata blanca que lloraba por sus hijos. Mi mamá decía que esos eran cuentos de hadas para niños malcriados. Que yo no tenía que temerles y que nada ni nadie me pondría jamás una mano encima. Al final de aquella tarde supe que mamá se había equivocado. Sí me pusieron la mano encima y sin duda que tuve miedo cuando sentí el primer puñetazo y la patada que me derribó al suelo. Había hecho una mala broma y los gemelos (a los que nadie se les ponía enfrente) me atacaban y no había nadie que pudiera ayudarme ni nada que pudiera hacer; sólo apretar los ojos, taparme la cara y doblar las rodillas esperando el siguiente golpe; también, como solía

hacerlo,

darle vueltas en mi cabeza a imágenes donde sabía defenderme y tenía el poder suficiente para hacer pagar a ese par de hijos de puta. Encontraron a los gemelos a la mitad del campo cuando una máquina de la constructora comenzaba a excavar el lugar. Los que

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estuvieron allí contaron que un doctor dijo que parecía que se hubieran ahogado. Ahí, en medio de la nada, dos muchachitos se habían ahogado aunque no hubiera ni medio litro de agua en cien metros a su alrededor. Los cuerpos, además de hinchados, estaban retorcidos y mostraban signos de haber sufrido una violencia extrema. En mi cabeza las cosas se veían un poco más claras. Sentado frente al recordaba haber llegado a casa sin un

televisor

rasguño y con las imágenes

nítidas de una mano gigante, invisible a los demás, que hacía guiñapos a mis enemigos y después desaparecía para siempre a través de unas nubes de tormenta. La historia oficial fue que nadie supo nada y todos estuvimos con caras largas y de tristeza en el funeral. Incluso yo, que la verdad temía que alguien descubriera mis deseos y por alguna razón quisiera echarme la culpa por lo que le pasó a esos idiotas. Con el tiempo olvidé cosas que ocurrieron en mi niñez, pero siempre tuve la sensación de estar reprimiendo recuerdos que tenían relevancia para mi vida adulta. Mi madre, en el silencio y la oscuridad, sollozaba rezos y vivía su locura encerrada en un cuarto de la casa, donde apenas comía para sobrevivir y languidecía con la cercanía de la muerte, o de algo peor. Pero como adulto entendía que mi deber era cuidarla, y además sabía exactamente cómo conseguir la única medicina que le ayudaba a retomar energías y a ser la mujer joven que contaba cuentos de niños malcriados que no habían sabido obedecer a sus madres, ni a cuidar de ellas como lo hacía yo. Cuando era niño vi morir a un compañero de la escuela. Era el tipo más divertido que habría podido conocer, además de mi mejor amigo desde que coincidimos en los primeros años del salón. Le gustaba contarnos historias de terror y leyendas para asustar a los más pequeños. Siempre que era tarde y debíamos regresar a casa, esperábamos las primeras sombras de la noche para escucharlo y ver a los miedosos irse corriendo mientras nos desternillábamos de risa. Una vez contó la historia de un chamaco que era hijo del diablo. Que los adultos contaban que la mujer que lo parió era una bruja que se había embarazado con un conjuro, y

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que había quienes creían en el barrio que podía estar entre nosotros, pues los viejos veían señales y tenían miedo de salir de sus casas como antes, en las tardes, cuando se sentaban con su silla en la banqueta a platicar. Al día siguiente, a mi amigo lo atropelló un camión con un delfín plateado en un costado. Me molestaba jalándome el pelo y diciendo que a lo mejor yo era el hijo del diablo, el crío de la bruja, el apestado del lugar. Luego reía y me abrazaba y jugábamos y olvidábamos las cosas que los niños, casi siempre, suelen olvidar. Cuando al fin se fue pude ver cómo un último suspiro abandonaba su cuerpo y perdía el ligero peso de su alma, que ahora era mía y se la regalaría a mamá en un frasco envuelto en celofán. Estaba muerto. Era su tercer strike. Out. Efraím Blanco es egresado del Diplomado en Creación literaria de la Escuela de Escritores “Ricardo Garibay” del Estado de Morelos (ICM/SOGEM). Ha publicado libros de cuento y poesía. Sus poemas y cuentos aparecen en diversas antologías. Es fundador y director de la editorial independiente Lengua de Diablo. En 2012, es el ganador del XI Premio Nacional de Cuento Juan José Arreola con el libro “Dios en un Volkswagen amarillo”. Twitter: @elephra Web: www.hayduendes.mx

FELIZ NAVIDAD, CARIÑO La luna brilla como un gigantesco copo de nieve en la noche de invierno, sobre la casa cegada con tablones. En el salón, unas guirnaldas de papel higiénico cuelgan de las paredes, plagadas de humedades. Un grupo de lucecitas intermitentes parpadea alrededor de un minúsculo abeto, semioculto en una maceta quebrada.

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El radio cassette desliza desde el rincón un lánguido villancico, interpretado por un coro de voces entrecortadas. El desacompasado crujido de la mecedora resulta tenue, en contraste con el rechinar de la cadena en movimiento. Un ruido rápido. Un gruñido. El correr de pequeñas patas sobre el suelo desgastado. En el silencio de la mecedora, un disparo. El hombre arrastra los pies mientras se acerca a recoger la rata muerta del suelo. El viejo rellena un plato y lo acerca al extremo de la cadena. Hacía tiempo que Daisy no comía nada desde la infección. La argolla le estaba haciendo polvo el cuello, pero era muy difícil ponerle pomada sin recibir un mordisco. Cuando se lanza a por su cena, el abuelo la observa con ternura, y sonríe. Creyó que jamás volvería a darle un regalo de Navidad. Cristina Arias es licenciada en Filología Hispánica por Universidad Complutense de Madrid, donde trabaja en su tesis doctoral. En el terreno académico, ha publicado diversos trabajos y artículos de investigación. Su primera obra literaria publicada es el poemario Cancionero irregular. Además, cultiva la narrativa breve, y escribe sobre muy diversos temas en el blog www.labajadelacava.blogspot.com

EL PISO INFERIOR Después

de

trescientas

aplicaciones

y

decenas

de

entrevistas,

finalmente conseguí trabajo. El primer día llegué temprano para impresionar. Al pie del edificio me quedé un tiempo mirando hacia arriba, tratando de ver el último piso, pero se perdía más allá de las nubes y me dio tanto vértigo que casi doy contra el piso. Café en mano entré. Le pasé al lado a una recepcionista que estaba leyendo los obituarios de la semana; no me pidió documentos, ni me dio orientaciones, así que entré directo al ascensor. Ya dentro, me

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quedé perplejo al encontrar que sólo había una pequeña pantalla y un teclado al lado de la puerta: no había botones de piso. Mientras trataba de descifrar aquello, se metió un joven con unas enormes alas saliendo desde atrás de su americana. El alado tecleó 7,777,777 y el ascensor empezó a subir a una velocidad vertiginosa. A partir de ese momento no supe cuánto tiempo pasó: mi reloj se detuvo a las ocho aeme. El costado transparente del ascensor fue mostrando la ciudad cada vez más lejana, hasta que todo el mundo parecía sólo una maqueta llena de hormigas diligentes. Luego aparecieron las nubes pastando plácidas en un cielo azul infinito que se fue tornando más oscuro hasta quedar sólo un negro profundo, poblado de estrellas dispersas. Después de una eternidad de silencio llegamos al piso superior. Se abrió la puerta y pude ver un espacio sin puertas ni ventanas, lleno de jóvenes alados, de saco y corbata, todos idénticos a mi acompañante, caminando en todas direcciones. —Pase, buenos días —me dijo y salió. De nuevo solo, recordé la única orientación del email que me habían mandado y puse “0” en el teclado. Esta vez vi la ciudad hundirse y las diferentes capas de tierra y piedra hasta llegar a una zona llena de lava volcánica y humo. Cuando se abrió la puerta noté que el reloj se había puesto de nuevo en movimiento mostrando las ocho aeme y un minuto. Apareció ante mí otro espacio ilimitado sin puertas ni ventanas, lleno de jóvenes idénticos a los del piso superior. Uno de ellos se me acercó. —Bienvenido, señor gerente —me dijo sonriendo y me entregó un tridente antes de conducirme a mi oficina. Alberto Sánchez Arguello (1976; Managua, Nicaragua) Psicólogo. Primer lugar concurso cuento juvenil de la Fundación Libros para niños 2003. Publicación de selección de microrrelatos en la revista literaria Hilo Azul Nº 5. Blog: ofrendando.blogspot.com Twitter: @7tojil

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MINIRP 02

@Makoss1 En la ciudad de Umbria las lluvias son tan intensas que a los paraguas sin dueño les han crecido piernas para buscar refugio. @ileana_faerie La viajera, guarecida en rosa, deambula entre terrores e incipientes esperanzas. Los diferencia el tamaño y color de la sombrilla. @7tojil El Dr. Chávez fue recluido por sus múltiples perversiones, pero era demasiado tarde: su relación con el paraguas había dado fruto.

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PEQUEÑAS MUJERCITAS Mientras llenaba cajas y cajas con basura sacada de la casa de mis padres, vi a la primera mujercita correr hasta el sofá y escabullirse bajo sus patas con un grito de alegría eufórica. Tampoco es que me sorprendiera tanto topármela. Ser hija de una pareja de acumuladores que durante toda su vida no había hecho más que almacenar bolsas vacías de papel, recipientes plásticos

de varios tamaños y bichos de

porcelana, te hace a la idea de que es probable que si haces una exploración profunda, darás con cosas muy extrañas escondidas en el hogar de tu infancia. Una de las actividades preferidas de mi aburrida niñez era revisar cajones para hurgar su contenido, pero desafiándome a dejar las cosas tal como las encontraba. Así di con una colección de llaveros de la segunda guerra mundial, unos porta vasos pornográficos y con

el

puñal de plata que guardaba celosamente mi padre entre las tablas de la cama. “Ya has estado trasteando entre las cosas”, vociferaba mi madre si notaba algún leve cambio de orden entre alguno de los cientos de objetos recolectados, y luego de eso me daba unos buenos bofetones con la mano abierta o un golpe de cinturón en las palmas. “Aprende a tu hermano, que jamás da que hacer”. Obvio, desde que tenía memoria Joaquín había pasado jugando en la calle, con sus carritos, con su bicicleta, con sus patines, con su pandilla, con sus noviecitas. Se había negado a ser uno de los tantos adminículos de colección de mi madre. Una vez en el asilo, mis padres no necesitarían nada más que lo esencial, así que llevaba yo casi una semana separando en pilas lo que donaría a la caridad, lo que regalaría, vendería y subastaría a buen precio y también con lo que iba a quedarme para observarlo y ponerle las manos encima

las veces que quisiera,

cuando vi a la mujercita

desnuda atravesar el salón en pleno grito de guerra. Había encontrado entre los cachivaches de la cocina algunas lagartijas, una rata y hasta

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un murciélago muerto, incluso si lo pensaba, la rata parecía ser el cadáver de un viejo hámster de la infancia que perdimos. Entre todas esas rarezas, una pequeña mujer salvaje corriendo por ahí no me parecía tan increíble. Miré bajo el sillón y, tal como me lo había imaginado, existía toda una civilización de diminutas mujeres haciendo su vida. Algunas estaban sentadas en grupos muy juntas peinándose el cabello entre ellas, contándose cosas y riendo; unas más fumaban tumbadas trozos de hojas arrancadas a un helecho cercano al sofá y otras se trenzaban en guerras de placer lamiéndose el sexo y los pechos por turnos, mientras se mordían los dedos de sus minúsculas manitos o emitían agudos gemidos de gozo. Estos ejercicios que cuento lo hacían a la vista general de toda la población si ningún pudor o recato. No vi hijos o embarazos entre las mujercitas, todas jóvenes y magras. Lo que sí, me parecieron bastante hedonistas, por no decir indecentes. A media tarde

sonó el teléfono. Contesté con una mezcla de

coraje y desconcierto por las mujerecitas que ahora dificultaban mi limpieza de la sala. Era mi hermano Joaquín pidiéndome un espacio en la casa para pasar la noche porque su esposa lo había echado otra vez a la calle. “Se dio cuenta que no terminé la relación con Pamela, como le prometí.

Tú sabes que mamá siempre me daba una mano en ese

asunto y me dejaba dormir en el sofá”. “Estoy aseando la casa, todo está revuelto y lleno de polvo, pero si crees que puedes soportalo, pues ven”. “Gracias”, me dijo. “No sé qué ha tenido siempre ese sofá, que me hace dormir muy bien”. Entonces sentí escalofríos. Armada con una escoba fui a barrer la ciudad de las mujerecitas, con la fuerza de mis escasos kilos, le di la vuelta al sillón empleando todo el peso de mi cuerpo y cuando estuvo patas arriba, a escobazo limpio como una ama de casa experta en matar insectos rastreros, dispersé, sacudí y victimé a las que pude. No fue fácil, pelearon lo suyo y tenían dientecitos filudos, pero en menos de una hora ya habían desalojado el sofá. Una que otra se escapó en dirección de los dormitorios, pero estaba segura que sólo había sido un pequeño

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número comparado con todas las que eliminé. Justo cuando volví a colocar el mueble en posición original, sonó el timbre. Joaquín me sonrió encantador como Clark Gable desde el otro lado de la mirilla. Juntos pusimos en la vereda las fundas llenas de mujercitas que yo ya tenía listas para que se las llevase el camión recolector. Tomamos una cena rápida hecha con sopa de sobre. De vez en cuando la vista se me iba al piso al ver pasar a una que otra mujercita correteando mientras se tiraba de los cabellos o lloraba con la boca abierta, vagando sin rumbo, pero yo procuraba no prestarles atención mientras mi hermano me contaba los detalles de su sofisticada vida como asesor de un político internacional, de los viajes que realizaba, de las personas que conocía, mientras yo apartaba de un puntapié discreto a las mujercitas que intentaban subirse por mi pierna. “Yo no quiero tener que elegir a ninguna mujer porque la impresión que tengo es que ellas, más bien, quieren que elija para tener

pretextos para sus

batallas. Los hombre somos para las mujeres un motivo más para su guerra y no, yo me niego a ese juego: estoy feliz con las dos, con las tres, con las cuatro en mi vida”, y yo fingía un picor en la pierna para espantar a la mujercita que me clavaba una flecha vengativa en la rodilla. Sí que era miserable Joaquín que había vuelto de la infidelidad contumaz una postura

filosófica. Lo pensé, no lo dije. Más bien le

sonreí con la paciencia de siempre muy parecida a la complacencia. Tal como lo hacía mamá. Antes de dormir, mientras yo llevaba los trastos a la cocina, lo vi sacarse la ropa en la penumbra de la sala iluminada sólo con la electricidad de la calle. Mi hermano era un hombre muy bello. Alto, de musculatura firme, con una sólida nuez de Adán atravesándole el cuello recio y un par de brazos vigorosos, fraguados en el gimnasio y en las competencias de pulso con otros hombres tan cosmopolitas como él, y mientras se lanzaba al sofá, semidesnudo, listo para entrar al mundo de los sueños, buscando seguir también allá la conquista de mundos y de hembras, las pequeñas mujercitas se agrupaban en el suelo y armaban una estrategia de defensa.

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Una de ellas se trepó escalando temerariamente al sofá y exploró con curiosidad el cuerpo de mi hermano. No sé si había hombres pequeñitos en su mundo, pero dar con uno bastante grande la tenía extrañada: olisqueaba y mordía la piel, mientras Joaquín se rascaba aquí y allá. Más mujercitas lograron trepar y fueron a pararse en su pecho peludo, agazapándose y rodando entre el vello, y otras tantas fueron a inspeccionar el bulto que se adivinaba entre sus pantalones. Se las veía cómodas en esa tierra reciente que habían descubierto. Antes de salir, dejé la pila de platos sucios en el lavadero y la luz de la cocina encendida. Me acerqué en silencio a Joaquín que respiraba con un ritmo pesado, mientras numerosas mujercitas armadas se empeñaban en trepar con escándalo a su entrepierna. Él exhibía una desparpajada sonrisa de placer que venía desde el fondo de su cerebro de varón satisfecho. Sentí un fastidio profundo. Tomé sin hacer ruido las llaves de su coche de la mesita mientras más y más mujercitas despelucadas y feroces

llegaban a revisar el estado de su nueva

colonia. Cuando cerré la puerta y le eché doble llave, atrancando la salida, me pregunté si los gemidos de mi hermano, que alcancé a escuchar del otro lado del dintel, serían de dolor o de placer. Solange Rodríguez. Guayaquil (1976). Escritora especializada en el género de lo extraño; ganadora del premio nacional Joaquín Gallegos Lara al mejor libro de cuentos del año 2010 con Balas perdidas. publicado

cinco

libros

de

Ha

relatos Tinta

Sangre (2000), Dracofilia (2005), El lugar de las apariciones (2007), Balas perdidas y Caja de magia (2013) -este último disponible para descarga gratuita on line-. Actualmente cursa una maestría en letras y realiza una investigación sobre el apocalipsis de Guayaquil en su literatura. Se puede encontrar

novedades

sobre

su

producción

blog http://ellugardelasapariciones.blogspot.com y @hembradragon.

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en

en su

el twitter


TRILOGÍA DEL MÓRBIDO AMOR I Fue una dura noche de invierno cuando vi despertar a Adelaida; caminaba con otros muertos. Entre llantos, tuve que descargar el hacha sobre su cabeza. II Adelaida, tu pálida piel se desgajaba y se consumía en un mar de gusanos. ¡Cuántas noches esperé tu regreso! III Adelaida, todavía alcancé a sentir el hedor de tu último aliento cuando vi rodar tu cabeza a mis pies. Y yo lloraba con el último adiós. Andrés Galindo. Ciudad de México (1974). Discípulo de Poe, Kafka, Borges y Cervantes. No escribo por fama, escribo por infamia. Cuando el barco se hunde, los títulos y las buenas costumbres primero. Lo demás está en www.andixcacienfuegos.blogspot.mx

APOCALIPSIS Se colocó los visores y conectó las extensiones nerviosas a su piel. Una ligera descarga le hizo saber que estaba conectado y en cuestión de minutos entraría a Cámeron, su mundo virtual, el mundo que le fascinaba por que allí podía decidir todo. —¿Desea continuar con el último estado guardado? —preguntó el encargado de Sigma.

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Respondió con un lacónico sí, que era la respuesta más extensa que había dado en meses. Comunicarse con otros seres vivos le fastidiaba y lo hacía sólo por ser indispensable esa comunicación, pues de otra manera no podría costear los gastos de su vida virtual.

Los

últimos meses habían sido particularmente duros. Después de una vida acompañado sólo por su madre, ahora se encontraba absolutamente solo. Su carácter frío y arisco le había valido el rechazo de sus pocos parientes, y ya que generalmente estaba sumergido en sus andares por el mundo virtual, no contaba con amigos a quienes recurrir. En Cámeron estaba su verdadera vida. Iniciada como un escape en la adolescencia, con el paso de los años se había convertido en una adicción, al punto que reemplazaba cada vez más los pocos espacios de tiempo con su familia. Al final sólo había quedado su madre, que amorosa y comprendiendo la adicción de su hijo, la costeaba con la pensión de su marido, un hombre amoroso que había muerto en las primeras exploraciones de Saturno. Ahora sin su madre, su único contacto real con el mundo y además único patrocinador de la vida que él había logrado construir a través de muchos años, le resultaba estremecedor saber que pronto, muy pronto, se agotarían sus reservas financieras y, por tanto, su acceso a Cámeron sería no sólo limitado, sino que probablemente terminaría. —Ingeniero, en la sala de juntas le espera el consejo para decidir sobre la venta de las minas de boro en Saturno. La voz melodiosa de su secretaria le hizo saber que estaba en Cámeron. Abrió lentamente los ojos para disfrutar de su mundo; un cielo azul intenso lo saludó. Miró a un lado y allí estaba ella, su creación más perfecta. Observó sus hermosos ojos verdes y en ese momento, temeroso de ser la última vez que la vería, quiso estrujarla entre sus brazos, gritarle que la amaba desde su primer boceto y que deseaba, con la furia reprimida de los últimos años, hacerle el amor. Un suspiro profundo fue lo único que salió de sus labios. Regresó la mirada al amplio ventanal de su oficina y con pasos lentos se acercó al cristal para echar una ojeada más. La oficina estaba situada en el último piso

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del edificio de 500 niveles. Desde allí podía observar la megalópolis que su creatividad había creado. A lo lejos, por entre las montañas, el día comenzaba a despedirse pintando el cielo de turquesa. Recordó a su madre y lamentó que sólo se enterara de su muerte al ser desconectado por falta de pago. —¿Señor, desea que diga algo al consejo? Sin voltear le respondió con una pregunta: —Alicia, ¿crees en dios? Sabia que detrás suyo, nerviosa y extrañada, estrujaba la carpeta de papeles que traía. —Si, señor, creo en dios. Conocía la respuesta de antemano, así la había diseñado. Volteó a verla y ella, enfundada en el vestido que tanto le gustaba y los zapatos de tacón altísimo con su cabello cayendo en sutiles rizos sobre sus hombros, le sonrió. —Alicia, en dos horas este mundo terminará. Sé que tienes un novio que te ama y te hace dichosa, sé también que tu madre está esperándote en casa. Por favor, tómate el día y ve a casa. —Gracias, señor, pero el consejo está esp... —Alicia, por favor, vaya a casa y disfrute esta tarde con su familia. Yo me encargo de todo. Tras un breve silencio, Alicia salió de la habitación. Su mejor creación era ella, una hermosa y sumisa secretaria siempre dispuesta a agradar a su jefe. Tras unos instantes se acercó a su escritorio y extrajo de un cajón el revolver que había diseñado en el último ingreso. En la sala de Sigma, el cubículo 21 comenzó a lanzar destellos de alerta. Uno de los técnicos rápidamente amplió en su monitor el cuadro de signos vitales del usuario para descubrir que estaba muriendo. Levantó rápidamente el teléfono para llamar a su Gerente de zona. —Señor, un usuario se ha suicidado en su mundo virtual. Un chasquido de enojo se escuchó al otro lado de la línea:

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—Maldita sea, el tercero de este mes. No podemos seguir entregando vegetales al estado o van a clausurarnos. Envía una carga de 10 amperes al nervio central. Eso bastará. Se cortó la llamada y el técnico, con la mirada fija en el cubículo, pensó que era lo mejor. Tenia un empleo bien remunerado, algo difícil de conseguir, y además un par de hijos que le significaba gastos fuertes. Especialmente el mayor, que cursaba la universidad. En Cámeron la noche reinaba y las luces de los edificios comenzaban su ritual cotidiano. En la oficina del último piso del edificio más alto de la ciudad se había decidido que era el final, mientras tanto, en un hogar de la ciudad, una bella mujer abrazaba a su amado y a su madre, esperando... Édgar Ramírez. Desarrollador de sotfware de profesión y escritor autodidacta con una enorme pasión por las letras. Blog:

http://elpoli.delphiaccess.com/

Twitter: https://twitter.com/_edgar_ipn LinkedIn: http://www.linkedin.com/pub/edgar-ramirez/62/38/495 Facebook: http://www.facebook.com/edgaripn

EL FIN DEL PAPEL

10. Debieron adorarnos, dijeron las voces debajo de tu cama de cartón. 9. No lo hicieron, dijeron las voces debajo de tu cama de cartón. 8. Acabaremos con ustedes, dijeron las voces debajo de tu cama de cartón.

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7. Te despertaste, desayunaste huevos con confeti, te vestiste de papel crepé. Debías calmarlos. 6. El mundo era de papel, amaba el papel, gozaba de los placeres del papel. Y eso estaba mal, 5. El mundo de papel había provocado a los dioses debajo de tu cama de cartón. 4. ¿De qué especie, que raza podían ser esos dioses iracundos debajo de tu cama de cartón? 3. Llegaste al templo de papel maché, tomaste las runas de fomi, leíste los conjuros de pergamino. 2. Punzada de dolor, vibraciones extrañas, quiebres en el tiempo. Fracasaste. 1. Un instante antes del fin del papel, la naturaleza divina te fue rebelada. 0. Cierras los ojos: los dioses de terciopelo han dejado de soñarte. Manuel Barroso nació, creció y murió antes de enterarse de ello. Por eso reseteó la consola y sigue aquí. Lee como poseso, escucha rap y jazz de forma adictiva, escribe porque le duelen las historias. Odia las verduras. Mañana comprará un rifle.

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FUGITIVO

1 Mientras los dragones observaban su imposibilidad de llegar a las estrellas, invadido de temor, el Fugitivo deambuló por las laderas de la montaña esquivando grandes precipicios hasta llegar a la llanura. La confusión en la que se encontraba debido a la revelación que había presenciado sobre la naturaleza de todas las cosas le absorbía tantas energías que su caminar se fue sumergiendo en un terreno cada vez más pantanoso, producto de la humedad salpicada por el llanto de las montañas. Las lluvias, la neblina, el clima templado apresuraba el desarrollo vegetal, permitía que la tierra se convirtiera en fango desbordado por charcos estancados, cuna de mosquitos y renacuajos. El Fugitivo fue descubriendo una maraña de ramas cada vez más espesa a medida que se alejaba de la cima: las rocas monumentales, los riscos nevados, la zona sin árboles se quedaban atrás y ahora se enfrentaba a un sendero diferente, con un aire más oxigenado, con un recuerdo que lo seguía cada que el cielo estrellado se colaba entre la sábana de hojas con las que los maestros de la calma arropaban la zona pantanosa; andando así, el Fugitivo aprendió que era imposible permanecer seco; el fango se apartaba ante sus patas para devorarlas de inmediato, se encontraba ante un silencio enrarecido, un silencio imaginario orquestado por una sinfonía de chirridos y crujidos de espectros invisibles —ocultos a su vista— que lo observaban a cada paso: sus alas golpeando las hojas, su cola estremeciendo la quietud de las aguas, sus garras cubiertas de lodo, su hambre manifiesta en las costillas que clamaban por salir de la carne. Falto de fuerzas, el Fugitivo se dejó caer en una trampa movediza que lo succionó hasta ocultarlo bajo la tierra.

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2 Después de maravillarse de las alturas de la tierra, al haberlas escalado, los dragones se quedaron abrumados ante la inmensidad del cielo que escapaba del planeta: las nebulosas llenas de estrellas, cometas, luz y etcéteras se manifestaron como la belleza suprema de la creación, de la existencia del todo. Así, en la cima de la montaña, su enamoramiento por los polvos cósmicos proyectó una red entre la cumbre y el firmamento. La experiencia de lo sublime estalló cuando aparecieron las respuestas vivas recibidas desde una lejana mancha estelar, provocando el olvido de la lejanía para hundirse en una francachela de ilusión. A la ilusión se le impuso la distancia absoluta, física, descubriendo que la emoción ante lo sublime había puesto a prueba las lecciones de calma obsequiadas en el ascenso; reforzando la observación sobre la importancia de los detalles que aparecen en los deseos y las consecuencias que éstos generan. 3 Las estrellas, con sus movimientos particulares, sólo se narraban en destellos de sus proceso de creación y destrucción, eran el reflejo de la tierra. Eran un proceso vivo que seguía un andar particular. La sabiduría entregada a los dragones contenía el vacío: era el reflejo de la tierra. La totalidad del mundo se empequeñeció al ver las fronteras a las que se enfrentaba, al descubrir su diferencia en el entorno: era el reflejo del universo; reflejo de una vastedad de existencias interconectadas que narraban historias de múltiples formas sobre la existencia milenaria (mil-millonaria) de los evos. Era el reflejo de la articulación de sistemas donde todo se atraía para construir nuevas condiciones químicas de realidad. Era la vida manifestándose en la oscuridad de lo desconocido, del silencio, de lo quieto. 4 La red lanzada al espacio mostró la interacción entre múltiples montañas y volcanes, entre las nubes y los mares, interacción con

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ciudades y con explosivos, con tiemperos y alpinistas, con desiertos, con selvas, con hongos, con un mundo contenido en su atmósfera. Un mundo compuesto de archipiélagos que generaban nuevas atracciones, interacciones específicas, realidades constantemente diferentes. Y, como el mundo, la majestuosidad egocéntrica de los dragones fue apuñalada por la vastedad del todo, por la minuciosidad de las observaciones, por la incomprensión de la muerte y la vida, por la historia, por la evolución: por el rebuscado desarrollo que tenía la voracidad del apetito hasta llegar al extremo humano. La necesidad de actuar frente a las profundas muestras de odio destructivo que se presentaban en el mundo asfixiaron a los dragones. La comprensión de la

empresa

gigantesca

que

se

estaba

desarrollando

implicaba

apresurarse para tomar posturas frente a la realidad descubierta. Y ahí, ante la distancia insuperable con la armonía de las nebulosas, los dragones lloraron junto con las montañas. 5 Las lágrimas escurrieron por las laderas hasta llegar a los pantanos, brotaron para llegar a los mares y se evaporaron en el desierto. Las gotas de tristeza invadieron el mundo permitiendo que la tierra floreciera, que las parvadas y manadas alumbraran a su descendencia, que los carnívoros y carroñeros devoraran muerte, que las distintas temperaturas danzaran en corrientes de aire. Las lágrimas eran los dragones

fugitivos

que

comprendieron

que

existían

necesidades

concretas por resolver antes de viajar a las nebulosas; y bajaron envueltos en llanto: hundiéndose en los pantanos, fundiéndose en las olas,

explorando

las

nubes,

consumidos

por

las

plantas.

Desapareciendo en el mundo. 6 El Fugitivo se convirtió en alimento de tortugas, obteniendo, gracias a esto, su coraza, su miedo, su hambre, su pico y sus garras; perdió nuevamente sus alas como cuando se convirtió en hormiguero, en

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conexiones subterráneas. Su andar fue seguido por otros fugitivos que también lloraron lágrimas de pantano, disolviéndose en reptiles milenarios para aprender la calma de la longevidad. El Fugitivo se había transformado para no ser encontrado. 7 El Fugitivo emergía de la arena, pastaba en islas, se refugiaba en desiertos

e

iba

aprendiendo

nuevas

estrategias

acorazadas

de

supervivencia, útiles en la lucha por la comprensión de la innegable interacción del todo y la necesaria actuación en relación a la naturaleza de todas las cosas. 8 Ahora, el Fugitivo —todos los dragones hechos tortugas— sobrevivirá a sus depredadores —los grandes supermercados que drenan los pantanos, los químicos vertidos en el mar, el apetito consumista insano de la cultura moderna, de la bestia neoliberal globalizada— gracias a la ilusión de seguridad que le otorga su coraza. Roberto Serrano (Drako) Cuando la garganta no puede vibrar con voz estrepitosa, cuando las palabras necesitan cubrirse con metáforas, la sensación del infinito escribe laberintos de significados, Drako los recoge y los anota. Cada escrito es parte de la bitácora de viaje, de las inclemencias del tiempo para poder contar la historia de un archipiélago desconocido. Links de páginas: http://infirmu.blogspot.mx/ https://www.facebook.com/infirmu

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MINIRP 03

@JuanLuisFerrete El Ministerio Móvil de Pensamiento Único estaba diseñado para, cada cierto tiempo, purgarse de disidentes que usaban la imaginación. @Makoss1 Cuando el titán de acero fue degollado, su cabeza deambuló por el desierto dejando a su paso las almas usadas para darle vida. @ArachNee En el principio, sólo hubo ruido. Y el ruido se transformó en palabras y las palabras en voces. Y cada voz vio nacer a un hombre.

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AUTÓMATAS

Dirección, diseño y

Selección Ana Paula Rumualdo Flores

edición

Adrián “Pok” Manero Manuel Barroso Chávez

Miguel Antonio Lupián Soto

Miguel Antonio Lupián Soto

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