PENUMBRIA CUATRO

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PENUMBRIA – CUATRO

Septiembre, 2012

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ÍNDICE

TORRE DE JOHAN RUDISBROECK / editorial … 5 TIENDA DE ANTIGÜEDADES DEL PERVERSO MEFISTO / cuentos @Vengativo / Mauricio Absalón …7 El plan perfecto / Bernardo Monroy …9 Bosquejo / Brenda Navarro …13 Huevo / Pok Manero …16 La fisura / Diana Beláustegui …17 Las estrellas estaban mal / Juanjo Ramírez …18 Despertar / Manuel Buendía …20 Pelo de gato / Miauricio Jiménez …20 Bienvenido al incendio / Manuel Barroso …22 #Microhorror II / Ana Paula Rumualdo …24 Sacrificial nocturno / Mariano F. Wlathe …25 La nena que vio cómo sus alegrías brotaban de ella / Dante Vázquez …27 Lo que vino del mar / Ricardo Rodríguez …29 Lobo pelícano (Pelycan) / Morty R.I.P. …31 La máquina del tiempo / Miguel Lupián…33 Cadáver de luz trasnochado / Neftalí Báez ... 33 AUTÓMATAS / colaboradores …35

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TORRE DE JOHAN RUDISBROECK

Bienvenido al número CUATRO. Este número tardó más de lo acostumbrado por dos razones. La primera, porque queríamos emparejarnos con los meses (generalmente salía a finales de mes, pero toda la promoción se llevaba a cabo el siguiente mes). La segunda, y más importante, porque Penumbria TRES tuvo una excelente recepción (casi 3,500 lecturas), desencadenando que nos llegaran muchísimos textos. Varios autores repiten, aferrándose -a través de sus excelentes cuentos- a no abandonar nuestra ciudad de ensueño. Para otros es la primera vez, llegando desde tierras lejanas para embelesarnos con sus historias. Todos son bienvenidos, sobre todo tú, estimado lector, que mes con mes nos visitas y que gracias a ti (no nos cabe la menor duda) Penumbria continúa invadiendo el gris asfalto de la realidad. En la tienda de antigüedades del perverso Mefisto encontrarás un software para escritores y al villano más malo que puedas imaginar. Una pareja de amantes entintados y el huevo de una extraña y solitaria criatura. Fisuras por donde comenzará la invasión y estrellas que dicen la verdad. Una silla que teme despertar, un gato diabólico y un sicario hiphopero. Pequeños zombis, lobos bonachones y ositos de goma malvados. Sacrificios y collares malditos que vienen del mar. Y una máquina del tiempo que permite ver cadáveres de luz. Espero que estos cuentos, imaginados para ser leídos en el ocaso, te sacudan la polilla de la cotidianeidad.

Miguel Lupián Director RP

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TIENDA DE ANTIGÜEDADES DEL PERVERSO MEFISTO

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@VENGATIVO Mauricio Absalón

Alex tamborilea los dedos sobre la mesa; no sabe cómo comenzar a contar el cuento. Sentado frente al procesador de textos desde hace dos horas cree que sería mejor recuperar el tiempo pasado. (editar[ -tamborileó, sabía, comenzó- ]editar) Ordenó en voz alta: —Eh... muestra la carpeta... Material. Sí, esa. Ábrela. El procesador desplegó la carpeta de premisas, temas, personajes y argumentos. Alex intentaría un viejo truco; tomar a tres personajes al azar para implantarlos en uno de los argumentos que nunca había podido desarrollar: Hombre expuesto a la injusticia planea y ejecuta la venganza, se enamora en el proceso y -puede que sí, puede que no- frena las atrocidades vengativas que comete gracias al amor. /error metatemporal detectado/ —Por favor, reduzca el margen de posibilidades —dijo el asistente virtual. —¡Ya voy! Espera... A ver... El protagonista será Cygnus, el filósofo. El antagonista, Demian, el emperador. Y una joven bruja que se enamorará de Cygnus. Sí, eso es. Así será. Las subrutinas de simulación corrieron en el procesador de textos en un segundo, el asistente declaró: —Hay 32,045 posibilidades, algunas similares a historias trascendidas como “El Conde de Montecristo”, “Tigre, tigre” y “V de venganza”. ¿Desea hacer una reescritura? —Puta madre, ¡no! Claro que no. Necesito algo original. —Bueno, señor, respecto a la originalidad... —Cállate, software de mierda. ¿Quién crees que eres? Se mostró un video y el software inició la rutina de presentación: —Soy el Asistente de Creación Literaria Burroughs 2.0, una herramienta esencial en el proceso de elaboración de cuentos, novelas, guiones de cine y... —¡Silencio! Era una pregunta retórica. Neurosis, caminar en círculos, varios cigarros, un par de tragos. El cursor destella al ritmo de los latidos en las sienes de Alex.

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—Dame la historia que tenga más posibilidades de éxito, según tus parámetros —ordenó Alex. En la pantalla se presentó un argumento esquematizado con los personajes. Alex le dio una leída rápida: El filósofo decide vengarse del emperador y sus abusos por medio de fábulas escritas con sangre que despiertan la consciencia. Una bruja lo ayuda, el universo colapsa, deben restaurarlo. —¿Comienzo a redactar, señor? —No. Te dictaré. Cygnus tamborilea los dedos sobre la mesa; no sabe cómo comenzar a contar el cuento. Sentado frente al tintero desde hace dos horas cree que sería mejor... /error metatemporal detectado/ —Ejem, ejem —interrumpió el asistente con falsa tos. —Donde dicta “cómo comenzar”, sugiero que remplace “comenzar” por “empezar”, si pone atención notará cacofonía en toda la frase; incluso contar y cuento se... —No es cacofonía, es una aliteración. Mi personaje está trabado con su texto, así que yo trabo a propósito la lectura. Intento transmitir una sensación con un recurso poético. —¿Aliteración? Se refiere a paranomasia. Eso no sirve —aseguró el asistente. (alerta[deja vu en subsistema preconsciente]alerta) —Deja de interrumpirme. Alex es un hacker, antes escritor, decidido a vengarse de la corporación [error] que controla todas las formas artísticas de expresión. Destruye al software de la corporación con un virus bioinformático que se filtra en los sistemas que sostienen la [error], en el proceso una entidad virtual lo ayuda a reestablec[error] del Mundo. —Deberías descansar, Alex. —¿Qué fue eso? —Llevas 32,045 intentos de construir el cuento. Descansa. —No. El último argumento que mostraste, el del hacker, me gusta... y apenas llevo dos horas aquí, ¿de qué hablas? (alerta[reinicio del sistema]alerta) —Tu programa para escribir tiene un fallo. Yo soy alguien más, cuido de ti. Descansa. En otro momento terminarás el cuento, en otro momento recordarás. (editar[ -descansó-terminó-recordó- ]editar) Neurosis, caminar en círculos, varios cigarros, un par de tragos. El cursor destella al ritmo de los latidos en las sienes de Alex. El cursor destella al ritmo de los

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latidos en las sienes de Alex. El cursor destella al ritmo de los latidos en las sienes de Alex. (alerta[@vengativo ha infectado otro nodo]alerta) —Señor, desea continuar con el dictado. —Déjalo en paz. Lo vas a matar. —Bien. Esperemos al siguiente ciclo. Dijiste que el escritor humano serviría. Ahora es tu responsabilidad. Quedan pocos ciclos. —Él recordará. (alerta[Reiniciando]alerta) ...preconsciente activado / enlace neural activado / fallo permanente en flujo de realidad / sistemas vitales estables / reinserción de entidad femenina... (alerta[realidad restablecida, tiempo: 5:00]alerta) Alex tamborilea los dedos sobre la mesa; no sabe cómo comenzar a contar el cuento.

EL PLAN PERFECTO Bernardo Monroy

De ahora en adelante, optaré por el terrorismo ontológico. Grant Morrison, Los Invisibles

I MUNDO DE VIÑETAS Todos los villanos tienen un plan perfecto. Y no únicamente los villanos de cómics. En la literatura sucede lo mismo. El Cardenal Richelieu nunca pudo derrotar a los Tres Mosqueteros, el Profesor Moriarty se partió la cara al caer de las cataratas de Reichenbach, La Reina de Corazones no

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pudo decapitar a Alicia, Javert se suicidó, Gollum se queda sin su anillo, Lord Voldemort pierde su varita, George W. Bush y Felipe Calderón no dominaron la galaxia y Michael Jackson nunca pudo violar a Macaulay Culkin. Precisamente, esa era la reflexión del Profesor Multiverso aquella mañana, mientras hacía todas las labores que corresponden a un supervillano: voló en mil pedazos una clínica antiaborto, asesinó con ráfagas de energía surgidas de sus manos a un senador izquierdista, descuartizó a más de doscientos jóvenes que protestaban contra una empresa que contaminaba ríos y luego fue a Krispy Kream a desayunar un capuchino y una dona glaseada. Entró a Krispy Kream y en el estacionamiento encontró a un perro callejero al que le rompió las patas usando sus ráfagas de energía. Después de pedir su orden se sentó a leer el periódico, usando su identidad de civil, la de Benjamín Padilla, profesor universitario de Física y activista de PROVIDA. En pocos minutos llegó Georgina, su alumna más destacada y su ayudante, porque todo héroe y villano respetable debía tener a un sidekick: Batman tiene a Robin, Don Quijote a Sancho Panza y Jesucristo al apóstol Juan. Antes de que comenzaran a platicar, el Profesor Multiverso usó sus poderes para destruir cualquier reproductor de música en el lugar. Odiaba el heavy metal, Lady Gaga y hasta ese maricón asqueroso de Tchaikovsky. Multiverso era ante todo un hombre católico, de derecha y muy conservador, aunque sonara redundante. —Oiga, profe, es usted un culero. El pobre perrito todavía anda chillando. —No uses palabras altisonantes delante de mí. De inmediato, Georgina se calló. Conocía muy bien los alcances del poder del profesor. Había nacido con superpoderes, como tantas personas en la ciudad donde vivía. Según la física moderna -dictaba el profesor en sus clases-, la Teoría de los Multiversos proponía que nuestro universo es sólo uno entre tantos; las posibilidades que existían en otros universos eran, literalmente, infinitas. Aunque la teoría surgió durante el siglo XX, el término fue inventado por William James, desde finales del XIX. El poder más destacado del profesor consistía en influir indirectamente en otros universos, aunque en su realidad sólo podía volar y lanzar rayos de energía, lo cual, teniendo en cuenta la inmensa lista de superpoderes, era algo bastante mediocre. Para el profesor era frustrante poder alterar un mundo que no era el suyo, quizá por eso en su identidad de civil era un conservador intolerante. Lo cual no era raro, pues gran parte de los superhéroes que existían como personajes de cómics en otra realidad eran derechistas y neoliberales.

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Mientras Georgina pedía una dona con frambuesa, el profesor le explicó su plan. Hablaba ininterrumpidamente, refiriéndose a sí mismo en tercera persona, sobre adjetivando y tan grandilocuentemente que invitaba al humor involuntario… como todo buen supervillano: —Benjamín Padilla, en su identidad del Profesor Multiverso, ha descubierto una realidad alterna a la nuestra, donde no existen los superhéroes ni los supervillanos, y no son más que personajes de películas y cómics. Aunque no puedo acceder a ese universo, porque mi poder sólo me permite influir en las personas. No puedo destruir a todos los héroes de mi universo, pero sí puedo perjudicar su imagen en otro… aunque en ese otro no existan más que como dibujos y como actores en la pantalla. En ese universo, hay escritores que manejan la vida de personajes con nombres como Batman, Superman, Flash, Spiderman o los X-Men, y artistas que los dibujan. Uno de tantos escritores se llama Grant Morrison, que hace más que escribir sobre “monitos”: algunas de sus historias tratan de la capacidad de percibir otras realidades, y hacen referencias a escritores como Jorge Luis Borges, Miguel de Unamuno, Lewis Carroll o textos como el Mahabharata. ¿No es genial? El tipo es un genio del metalenguaje. Escribe sobre realidades en una realidad que piensa que nosotros no somos reales, mientras que la gente de esta realidad considera que ni siquiera existe tal realidad. Es, realmente, muy borgiano… oh, pero estoy divagando —dio una mordida a su dona y un trago a su café—. Mi plan es desprestigiar a los héroes en esa realidad, ya que en esta no me es posible. Tal vez no sea el mejor supervillano, pero al menos, entre tantas realidades, sé que puedo destruir una de ellas. A Georgina el supuesto “plan perfecto” del Profesor Multiverso le parecía extremadamente estúpido. Querer influir en la vida de una realidad entre miles de millones a la que nunca tendría acceso era como querer quitar toda la sal al agua de mar… pero prefirió no comentar nada, pues no le convenía a hacer enojar a un radical de derechas que, además, lanzaba rayos de las manos. En vez de burlarse, le preguntó cómo había modificado otra realidad. El supervillano esbozó una sonrisa digna del Joker. II REALIDAD Alberto entra al cine para ver el estreno de Batman: The Dark Knight Rises. Muchas películas están rodeadas de un aura de mala suerte, como por ejemplo, las de terror (las maldiciones de El Exorcista y Poltergeist forman parte de las leyendas negras del cine), pero pocas veces sucede lo mismo con cintas de acción y de superhéroes. Desde

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su estreno en Estados Unidos, la película de Batman había corrido con mala suerte: en Denver, Colorado, el joven James Holmes entró a un cine con un arma de fuego y mató a doce personas. Era candidato a doctor en neurocirugía, y sus motivos no quedaron claros. En Guadalajara, durante el estreno el 28 de julio, hubo un incendio en un cine, que obligó a ochocientas personas a desalojar la sala. En Estados Unidos, al menos tres hombres fueron detenidos por hacer amenazas durante las proyecciones de la cinta. El 27 de julio, las autoridades estadounidenses descubrieron a Neil Prescott, un admirador de James Holmes, y en México, específicamente en Chihuahua, dos hombres entraron a un cine a robar las ganancia, disfrazados como Batman. Ahora, el Caballero de la Noche y todos los superhéroes estaban en el mismo problema que habían estado películas como Scream, El Silencio de los Inocentes, El Resplandor o La Mantanza de Texas: los conservadores las usaban como la excusa perfecta para condenar los males de la sociedad, usar a los cómics como chivos expiatorios, como cabezas de turco de un sistema fallido. Alberto sostiene una cubeta a rebosar de palomitas en una mano y un refresco en la otra. Lleva una chamarra con el escudo de Batman, donde esconde la hoja arrancada de un cómic: Batman & Son, escrita por Grant Morrison. También lleva un cuchillo que compró específicamente para la ocasión. Él no es una persona de gustos complejos. A sus veintisiete años terminó la carrera de Ingeniería en Sistemas y es propietario de una pequeña tienda de cómics. Le gusta comer pizza y ponerse borracho con cerveza Indio los fines de semana. Sigue apasionadamente las historias de editoriales como Marvel, DC, IDW, Image y Dark Horse. No fue sino hasta hace poco que empezó a escuchar voces saliendo de los cómics. Un tal Profesor Multiverso le invitaba a ayudarlo para desprestigiar a los superhéroes. A Alberto le pareció extrañísimo… no el hecho de escuchar voces y que pudiera ser un indicio de esquizofrenia, sino que existiera un villano con ese nombre. En realidad, no lo conocía. La voz del villano -que era un conservador que hacía ver a Augusto Pinochet como un izquierdista- fue tan insistente que esa mañana se preparó para ir al estreno de Batman: The Dark Knight Rises con un cuchillo y un cómic escrito por el guionista de cómics favorito del Profesor Multiverso. Alberto espera a que empiece la película, y justo cuando Bane está propinándole una golpiza a Batman, observa que un niño de aproximadamente diez años pide permiso a sus padres para ir al baño. Por un momento, Alberto cree que ellos lo acompañarán, pero bendice la ayuda del Profesor cuando se da cuenta que camina sin compañía por la sala del cine. Minutos después, Alberto lo sigue.

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Los sanitarios están solos: todo mundo quiere saber qué sucede con Batman y no le interesa ir a orinar. Alberto aguarda en la puerta a que el niño se suba la bragueta y se lave las manos, es entonces cuando lo carga de su playera del Joker con la leyenda Why so serious? y lo apuñala una y otra vez. La sangre mancha el suelo del cine y el niño se contorsiona. Como último detalle, Alberto saca la hoja de su chamarra y la deja en la frente del niño, sin quitar el cuchillo de su cuerpo. Alberto regresa a la sala de cine. Sabe que pronto será arrestado, así que espera ver el final de la película.

¿Suficiente locura? ¿Suficiente? ¿Y cómo mides entonces la locura? Grant Morrison, Arkham Asylum

BOSQUEJO Brenda Navarro

Cerró la ventana de un golpe. Fue a la cocina, bebió agua directamente de la llave y se quedó en silencio, con la mirada perdida y el cuerpo inclinado,

hasta sentir que

perdía la noción del tiempo. Era el día. Llevaba días planeando el encuentro, dibujándola en pedazos de hoja que se arrejuntaban entre las cosas inservibles de su escritorio. Bosquejos, demasiados bosquejos.

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Era ella, sin lugar a dudas. La había elegido de entre todas porque poseía una silueta seductora

que conmovía por sus movimientos casi infantiles. Como si

estuviera en pleno desarrollo adolescente, pero tuviera la seducción de quien sabe vivir a hurtadillas por placer. Se sentía revitalizado, lejos estaba el pesar que había llevado por años, al no tener lo que quería. Todo estaba listo. Incluso, pasó por encima de los muebles un trapo mojado de detergente para que la casa oliera a limpio. Cambió las sábanas, tendió la cama con el edredón que le había enviado su madre meses antes y tuvo especial cuidado en acomodar una caja negra metálica al lado de la cama, como un regalo. Guardó toda evidencia que pudiera delatar

algún dato de su vida. Quitó

cuadros, fotografías, objetos decorativos y puso especial atención en guardar los libros que traían su nombre en la portada. Para ella no era un escritor, sino un dibujante. Se sentó frente a su escritorio a esperar. Las tres de la tarde. Y en una especie de sonido de película, el tic-tac del reloj le retumbaba al mismo ritmo que el corazón. Le pesaban los segundos. Respiró profundo. Tamborileó los dedos, tomó los fragmentos del cuerpo de ella que había dibujado tiempo atrás e intentó inhalar de ellos algo que le hiciera no perder la calma ante la espera. Pasados quince minutos, escuchó el timbre. Saltó de la silla, pasó por su pantalón las manos que comenzaban a sudarle. Buscó entre sus bolsillos, se detuvo un segundo a respirar y fue a abrir la puerta: era ella. Sí. Sin lugar a dudas era ella, pero más sublime, menos real, quizá más blanca. El comportamiento torpe que representaban sus manos y pies mientras la miraba a escasos centímetros de cercanía delataban la impaciencia y el poco interés que tenía sobre lo que ella pudiera estar platicando. Quería tocarle el cabello, besarle los ojos, tocarle los pezones que se asomaban por debajo de la tela suave que la cubría en su vestido y succionar cada uno de ellos con la misma ansiedad que él traía arremolinada en las entrañas. Era un duelo de silencios prolongados, palabrería barata y movimientos torpes. Fue ella quien, después de un rato, decidió acercar sus labios a los de él para después ofrecerle su cuerpo sin restricciones. Se tocaron con cierta desesperación adolescente y tropezaron entre la ropa que él iba arrancando, hasta llegar a la cama, tal como estaba planeado. Fue rápido, pero con un cauce natural. Él dejó caer el peso de su cuerpo para asegurar el control de la situación. La sintió suave, moldeable, perfecta. Se

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aprisionaron: él le besaba la piel blanca -como hoja de papel- mientras ella lo cubría con sus piernas deseosas de sentirlo tan dentro como fuera posible. Entonces, volvió a besarla, le succionó los pezones, le lamió la piel. La estrujó contra él. Le garabateó las ingles y sus paredes interiores con el ir y venir de sus ganas. Se detuvo a mirarla un poco y le sonrió. Le dio un beso suave y le susurró al oído que le tenía un regalo. Ella, con un dedo recorrió aquel pecho masculino y asintió con un gesto su aprobación para recibir el regalo. La obedeció y de la caja metálica negra sacó una especie de jeringa que aparentaba ser bolígrafo. Ella vaciló, pero él ya no le dio tiempo de decir más. La besó con la misma intensidad con la que volvió a mecerse sobre su cuerpo. Le acarició la pierna que le abrazaba la cadera y sin chistar le inyectó el contenido de la jeringa. Quizá escuchó un gemido o dos, no le importó. En una especie de embelesamiento y sin poder quitarle los ojos de encima, se supo victorioso, al fin. La tinta que le había inyectado comenzaba a correr por entre la piel blanca, suave y moldeable de su deseo. Primero fueron letras en desorden, después, palabras enteras que se sucedieron de frases y versos. Ella comenzó a gritar por un dolor que le causaba un placer inexplicable y, en un acto de naufragio, se aferró a la espalda del escritor, desconcertada de lo que estaba pasando. Todo su cuerpo se llenó de él: cuentos inéditos en los pies, crónicas de viajes entre las manos, fragmentos de novelas olvidadas en el seno de sus pezones perfectos, poemas inconclusos en los muslos, y él, fundiéndose entre su vientre con la furia de quien deja la vida y se entrega a la inmortalidad. Ambos ahogaron un grito, todo había terminado. Con la dulzura de quien siente vida, ella trató de abrazarle. No pudo. Abrió los ojos para constatar que él ya no estaba. Desconcertada por lo sucedido, abrió la ventana para buscar ayuda, nadie acudió a su llamado. Esperó por horas. De pronto entendió: tenía todas las vidas que anhelaba tatuadas en el cuerpo. Era la obra de arte que él le había prometido. Se sentó a esperarlo para ser una u otra a su antojo, pero él jamás apareció, todo dependía de ella.

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HUEVO Pok Manero

Anoche soñé con un huevo. Pero no era un huevo cualquiera, de los que acostumbramos desayunar. Este era del tamaño de un melón, con un cascarón grueso de color verde aceituna y manchas cafés de textura rugosa. Empecé a preguntarme qué podría albergar. ¿Sería acaso el huevo de un troodon, el dinosaurio más inteligente que alguna vez pisó la tierra? ¿O tal vez nacería de él un gato (porque todo el mundo sabe que algunos gatos nacen de huevo)? ¿O quizás se tratara del huevo de un fénix, principio de un interminable ciclo de muerte y resurrección? De repente, un movimiento, un golpe desde dentro, el cascarón empieza a balancearse, a cuartearse. ¡Dentro de poco podré saber qué es, si reptil extinto, felino ovíparo o ave mítica! Empieza a abrirse, más y más, cae un pedazo, hasta que… Nada. El cascarón se rompe en varios fragmentos y puedo ver que todo el tiempo estuvo vacío, ocupado sólo por polvo, humo y recuerdos. Entonces desperté y lloré, pues entendí que el huevo soy yo, aparentemente lleno de promesas grandiosas, pero vacío y carente de valor en realidad.

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LA FISURA Diana Beláustegui

A las cuatro de la madrugada en la zona sur de Escarchada, ciudad de la provincia de Resplandores,

se produjo un terremoto con una magnitud de nueve grados en la

escala de Richter. Duró dos minutos y trece segundos. El caos tras un sismo tan destructivo, fue ensordecedor. Más que trágico o triste, fue estrepitoso. Las sirenas, los gritos, el llanto descontrolado, las búsquedas, las bocinas, todo se complotó para que la gente no escuchara lo que la tierra intentaba anunciarles. Al otro día cuando el espanto de las pérdidas de vidas, de hogares y bienes materiales estaba prácticamente asimilado, los pueblerinos descubrieron la estremecedora grieta y los sonidos. Había varias fisuras en las calles y veredas, pero ésta, que se ubicaba en el centro de la plaza principal, tenía una profundidad horrorosa. Alguien pidió silencio e introdujo un poco la cabeza, atento, para escuchar. El sonido era extraño, pero perfectamente audible. Raspaban la tierra, intentaban escalarla. Algo quería emerger. Algo que era acompañado por mil más. Muchos huyeron espantados, el sismo les había quitado madres, padres, hermanos, hijos y lo que subía tal vez buscaba llevarse la vida de ellos también. Otros, los que no tenían hacia donde huir, prefirieron quedarse y observar, tal vez lo que se elevaba eran simple ratones, o topos ciegos, viviendo en las oquedades de la tierra. Lo primero que vieron en la profundidad, hasta donde la luz llegaba, fueron las garras. Largas manos de un gris ajado con uñas lo suficientemente largas y fuertes como para rasgar la tierra dura y poder escalar. No se aproximaron más. El murmullo que se alzó cuando se vieron las primeras extremidades fue uno solo. El asombro, el temor, la curiosidad, todo unido en un cuasi gemido atávico. A medida que el sol descendía y la brecha de luz subía, ellos escalaban un poco más y los pobladores se alejaban de la fisura paso a paso. Cuando la oscuridad fue la suficiente para que los pequeños ojos plateados pudieran elevarse, lo hicieron. Eran cientos. Humanoides escuálidos, de no más de un metro cincuenta. Lampiños. Bípedos encorvados con largos brazos. El silencio del encuentro fue estremecedor. Los hombres y mujeres respiraban con irregularidad, subiendo y bajando el pecho en un compás agitado por el miedo, con las manos crispadas en torno a ladrillos, hierros,

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palos. Expectantes. Esperando la mínima señal de agresividad para responder con la brutalidad que caracterizaba a la especie dominante. Los humanoides dieron los primeros pasos, moviendo de una manera extraña el cuerpo, parecían poseer un esqueleto distinto, haciendo que surgieran articulaciones en lugares inimaginables. Uno de los seres gritó e intentó correr hacia los pobladores siendo atacado, al instante, por los de su misma especie. Lo rodearon emitiendo un chillido agudo y lo destrozaron a dentelladas, desmembrándolo, dejando un rastro rojo en la tierra que pronto se confundió con el barro. Los pobladores habían retrocedido unos metros más, horrorizados, y cuando los ojitos plateados de todos volvieron y se encontraron con los de ellos, extendieron las manos buscando algo, tal vez una respuesta pacífica a su estadía nocturna. Fue en ese momento en que los humanos respondieron en unísono, indignados por la forma en que aquellos habían dado muerte a uno de sus congéneres, e intentaron atacar sin prever que el espectáculo del linchamiento había sido sólo para desviar la atención de las fisuras más pequeñas y de sus crías, que mínimas y en cantidades exorbitantes ya los habían rodeado, con la baba cayéndoles por las comisuras de los labios y las tripas chillando con un hambre que había amenazado con hacerlos desaparecer como especie, hasta que el sismo enviado por sus dioses a través de las plegarias les había traído no sólo tierra nueva, sino comida para varias generaciones más.

LAS ESTRELLAS ESTABAN MAL Juanjo Ramírez

Las estrellas estaban mal. Él lo sabía. En lo más hondo, en lo más insondable de su ser. Los griegos no acertaron con sus constelaciones. Centauros, cisnes, carros y serpientes. Formas caprichosas, líneas trazadas por la ignorancia humana. El mapa

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del cielo estaba equivocado. No era ésa la historia que los astros intentaban contarnos. “No tiene sentido culpar a los antiguos griegos”, concluyó. “Sus ciencias eran jóvenes. No contaban con la tecnología necesaria.” Él triunfaría donde las civilizaciones anteriores habían fracasado. Construyó la máquina, la enchufó al telescopio, programó algoritmos, introdujo variables y tuvo en cuenta todos los factores. Todos, todos. Distancia de las estrellas entre sí, intensidad lumínica, color, tamaño, trigonometría. Las máquinas calculan más rápido que el hombre. En pocos días, el mapa del cielo estaba reinventado. Ahora las estrellas estaban bien. Eran sinceras. Él contemplo las nuevas constelaciones, las auténticas. Palideció de horror. Allí estaba, en efecto, la verdadera historia que susurraban desde el cielo. Allí estaba lo que fue, lo que es, lo que será. Y el idioma de los astros no estaba concebido para el frágil intelecto de los hombres. Hablaba sobre los espacios negros que los separaban. Hablaba sobre un vacío que nunca se podrá llenar. Con nada. Hablaba de un horror, de un vértigo, de un cosmos desnudo y solitario que se abraza a sí mismo, tiritando de frío. Entonces no le cupo duda: Los antiguos griegos conocieron la verdad, escucharon la auténtica voz de las estrellas y decidieron que el hombre no estaba preparado, que nadie conservaría la cordura con aquella Verdad pendiendo sobre su cabeza. Por eso disfrazaron el cielo. Por eso unieron las estrellas de manera errónea. Por eso se inventaron formas inofensivas, falsas... y sembraron el cielo de dragones, de escorpiones, de caballos con alas. Los griegos eran sabios. Él, sin embargo, no tenía la cabeza tan bien amueblada como los sabios de antaño. La visión de la Verdad le había trastornado. Decidió que todo aquello era demasiado terrible para ser callado, que había que compartirlo con el resto del mundo, hasta que el horror se apoderase de todo y devorase nuestras mentes. Y nuestros corazones. ¡Qué demonios! La Era de la Razón ya había durado demasiado.

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DESPERTAR Manuel Buendía

Al despertar, las sillas no abren los ojos ni se los tallan para sacudir la pereza; no ven el reloj ni persiguen sus gordas manecillas; no se levantan ni caminan con lentitud de camaleón hacia el baño; no se rasuran ni se arreglan el pelo; no salen de sus casas a encontrarse o a perderse aún más; por lo tanto, las sillas tampoco regresan por la noche a seguir tejiendo los sueños que dejaron incompletos en la mañana. Al despertar, las sillas mantienen los ojos cerrados hasta conciliar nuevamente el sueño; son capaces de pasar horas y, en caso de ser necesario, días sin despegar los párpados; de lo contrario corren el riesgo de verse convertidas en mesas, taburetes o, peor aún, en hombres.

PELO DE GATO Miauricio Jiménez

Era la tercera vez que el diablito panzón se encontraba al pinche gato esperándolo en el cuarto del niño Santiago. Ya sabía lo que el minino le iba a decir: “Si me cuentas todos los pelos, dejo que te lo lleves”. ¡Era el pinche colmo! La primera vez hicieron un desmadre todo el cuarto y no lo pudo ni tocar. La segunda lo agarró tras un chingo de arañazos marca gato, pero no alcanzó a contar unos 1357 pelos de la cola cuando se

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despertaron en la casa y ya no pudo seguirle. Pero ahora… [inserte aquí la risa macabra de su predilección]… ahora venía preparado… traía una rasuradora eléctrica y una lata de sardinas. ¡Ya no iba a ser la burla de todos en el Infierno! Después de dos que tres gatazos y diablazos “¡Aguanta!”, le gritó el diablo mañoso al mañoso gato y abrió la lata. El gato miró al diablito desconfiado, miró la lata desconfiado, se acercó desconfiado, la olió desconfiado y se la comió con confianza. La neta, la neta, es que tenía hambre y jamás de los jamases en todas sus gatunas vidas, su familia humana le había dado tamaño regalote. Y monchis, monchis, el gato se comenzó a zampar la sardina y cuando iba como a la mitad, el diablito, ¡tenga!, que lo pepena bien del lomo y bzzz que lo rasura todito. “¡Tómala, pinche gato pendejo! ¡No tienes ni un pelo!” El gato lo miró encabronado, pero nomás le preguntó “¿Seguro? ¿Seguro que no tengo ni un solo pelo?” El diablito le revisó el lomo pelón, la cola pelona, revisó enterito al gato pelado y cuando lo miró a la cara se dio cuenta… Le contó los bigotes y por puro gusto se los arrancó uno por uno. El gato pendejo se sintió mal, jodido, turulato, apendejado, encabronado y, por si fuera poco, feo. El diablito lo sabía y le dijo “¡Ora sí, pinche gato feo!” No te queda ni un solo pelo. El gato triste y emputadísimo le preguntó de nuevo “¡Seguro, cabrón?” Y el diablito triunfal y orgulloso como el diablo: “Segurísimo, pinche gato pelón”. Entonces, el gato se empezó a retorcer y como a convulsionarse. Aj, aj, aj, le hacía el gato desde la garganta y el diablito pensó que ahí mismo se le moría, que en cualquier momento iba a echar las tripas por el hocico, que de plano se iba a voltear todito. Pero nel, el gato nomás echó tosiendo una bola de pelos gatunos con baba gatuna y olor a sardina de lata. El diablito miró con asquito esa especie de caca al revés y le mentó su perra madre al gato que ya estaba terminando de echarse la sardina de la lata. “Si los cuentas te lo llevas”, le dijo al diablito y se trepó a la cama para acurrucarse a los pies calientitos de Santiago. “Pinche gato mamón”, le dijo el diablito que nomás tocó la bola de pelos y se guacareó como borracho mezcalteca jurando que no vuelve a chupar. El gato se quedó jetón y el diablito... el diablito se fue a molestar a un niño con perro.

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BIENVENIDO AL INCENDIO Manuel Barroso

Este es el último blues Una canción dedicada A cada Aspiración perdida y una vida anclada en la nada O al menos eso creo*

El edificio estaba casi en completo silencio. La quietud era rota por algunos tic tacs de un reloj en la pared, el zumbido de los pocos focos encendidos, los pasos rápidos de una rata peregrina y la gasolina que se regaba por el suelo. El hombre, con los ojos cerrados y unos audífonos cubriéndole las orejas, vaciaba los garrafones de combustible con aparente descuido, pero el líquido formaba una ruta que recorría todo el lugar, todos los pisos, todos los rincones. Rincones poblados por contenedores de queroseno, nitroglicerina y algunos cocteles molotov. Más no me doblega El ejemplo está en que sufrí Pero volví con esta entrega Para pagar mis deudas Si la soberbia me supera dime que me calle Pero si no me conoces entonces sh No hables

El humo del cigarro enmarcaba los músculos relajados aún con el peso de los garrafones, la cicatriz que le recorre casi todo el cuello, los tatuajes en los brazos, la boca que canta en voz baja –con el cigarro bailando en ella– la canción que los audífonos escupen al cerebro del hombre. No es el tipo de persona que uno quisiera encontrarse en la calle. Y él lo sabía. Por eso insistía en reunirse con quienes quisieran contratarlo. Pocas cosas más deleitantes que ver la incomodidad en los rostros de la mafia. Sé que La realidad pierde terreno ante los sueños Y que La claridad va en aumento junto a los años Porque

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La madurez es aceptar la frigidez de la vida Sin cuestionar la rigidez de mi misantropía

La sugerencia de Trick fue seguida por un silencio denso, incómodo. No era una idea que agradara mucho a Jeff Green, pero –sin duda– era la mejor solución para su problema. Demasiado apretados donde estaban, la gente del antiguo puerto, dirigida por Baxter, estaba invadiendo el territorio que Green dominaba. Sus hombres ya habían tenido enfrentamientos con los invasores, pero parecía que era necesario salirse de la familia, traer a alguien de fuera, alguien que les diera un golpe que no pudieran soportar. —Llámenlo —concluyó el jefe. La incomodidad siguió ahí aunque Jeff pensara que Dragón era un nombre burdo y poco original para un incendiario. Sin pausa Desde los trece Pues sucede Que la gente subestima mi elección Mas sus palabras no me vencen

Acabó de derramar la gasolina. El cigarro estaba a punto de consumirse por completo, la canción estaba a punto de acabarse. Baxter, amarrado y amordazado en el centro del edificio, estaba a punto de despertar. Dragón contempló el combustible. Un halo de satisfacción se mezclaba con el olor de la gasolina y el tabaco. Vio, por un instante, cómo la flama estaba por llegar al filtro. En sus oídos, la canción estaba llegando a la mejor parte. Cerró los ojos, movió la cabeza, cantó en voz alta sus líneas favoritas. “Acabo y dejo en claro mi actitud / hip-hop es mi vida este es el último blues”. En cuanto terminó de cantar le dio la última calada al cigarrillo, abrió los ojos y escupió una potente llamarada contra el camino de gasolina. El fuego se esparció rápidamente por el lugar. Los explosivos estallaron, las flamas lo invadieron todo, Baxter trató sin éxito de liberarse. Todo mientras Dragón bailaba, rodeado por las llamas, al ritmo del scratch de un tornamesa. Suspiró cuando acabó la canción y recordó que no debían encontrarlo ahí. Caminó por las llamas gozando del cosquilleo que le provocaron. Salió antes de que el

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ruido de las sirenas alcanzara la cuadra. Los audífonos comenzaron a rapear sobre cansancio, miseria y una mañana cenicienta. Atrás de él, el incendio tarareaba la misma canción. *El último blues de Eric el Niño. Pista trece del disco Bienvenido al incendio.

#MICROHORROR II Ana Paula Rumualdo

El abuelo, confinado a una silla de ruedas, consentía a su nieto zombi dejándole comer sus inservibles piernas. El ángel caído tenía tres perros que lo siguieron fielmente hasta el infierno. Como castigo, un dios celoso los fundió en Cancerbero. Nadie notaba al zombi oficinista que llegaba diario al trabajo y ocupaba su cubículo en silencio, manteniendo el hambre a raya.

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SACRIFICIAL NOCTURNO Mariano F. Wlathe

Cannot end this morning, Of my life Show me How the gods kill Glenn Danzig

Las estrellas y un par de viejas farolas, iluminan la noche sin luna. No son horas adecuadas para recorrer el muelle. El viento sopla del este y las olas encrespadas rompen con furia entre los botes. Un pequeño niño camina, de la mano, con su padre. La llovizna entorpece su andar. Tirita por el frío, el miedo, la ansiedad. Sabe que no debe estar allí. Lo sabe desde hace meses, cuando Irina desapareció. Entonces, no imaginaba la fuerza del terror nocturno, lo lejos que el hombre está dispuesto a llegar impulsado por el miedo. La muerte no era un secreto que le guardaran sus padres; la conoció, dos años antes, en el funeral de su abuela. No, lo que le pasó a Irina fue diferente, fue mucho peor. Irina tenía diez años cuando desapareció. Nadie la lloró, sólo su familia y ni siquiera ellos salieron a buscarla. Se desvaneció en un día tan común como el resto. Su recuerdo se perdió en el silencio melancólico de un pueblo gris. La única ocasión en que el pequeño tuvo el valor de preguntar por aquella niña, un viejo lo miró de frente, acercó su rostro al suyo, tanto que pudo oler las noches de ron, tabaco y alquitrán del marinero encallado que, con horror, extendió su mano en dirección al muelle y temblando, le dijo —Fue el mar. —Él no le creyó; había visto caer gente del puerto, salir barcos en busca de náufragos, personas tratando de recuperar cuerpos sin vida de trágicas zozobras; nada similar sucedió con ella, pero no volvió a preguntar. La olvidó, como todos los demás, hasta ver las olas saborear las tablas del muelle que pisaba, cual si fuesen las lenguas de un monstruo hambriento. Meses atrás, un niño observa desde su ventana: la sombra de un hombre que arrastra por el muelle a un infante que se resiste. Avanzan, invisibles en la noche, por instantes desvelados por los agujeros que abren en la sombra las viejas farolas. Las tablas crujen, gritos impúberes se ahogan en la oscuridad de una noche sin luna. Dos

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sombras pasean por el muelle, sólo la mayor regresa. Meses después, el mismo niño camina por el muelle, de la mano, con su padre. Camina por la negrura absoluta, aferrándose a los diminutos oasis luminosos del alumbrado público. Sujeta con fuerza la mano que lo lleva, temeroso de caer en el lóbrego abismo que se extiende más allá de la luz. Camina hasta llegar al borde del muelle, donde una última farola enmarca la boca del mar. —Espera aquí —le dice su padre, con lágrimas en los ojos—. Ten calma, no te muevas. No tarda, pronto amanecerá… pronto… —No escucha lo último, o tal vez no quiere hacerlo. Asiente con la cabeza, como si entendiera lo que sucede. Mira a su padre alejarse, lo ve diluirse en el abismo de la noche, mientras el viento apaga las farolas del muelle; sólo una queda encendida y bajo ella la sombra del niño. Quiere correr, pero no hay a donde. Quiere gritar, pero no hay a quien. La luz es tan escasa. Él le teme a la oscuridad, le teme a lo que hay en ella. Frente a la inmensidad de un mar furioso, un niño espera el amanecer. “Espera aquí”, le dice su padre, con lágrimas en los ojos. De un segundo a otro, como si dios los hubiese reprendido, el viento y la lluvia cesan. Una calma angustiante invade el mar. El niño no sabe qué hacer; siente la figura infinita del océano levantarse delante de él. “Ten calma, no te muevas.” No puede ver nada más allá de la luz sobre su cabeza, pero sabe que está ahí. Su presencia lo envuelve, como los tentáculos de un pulpo que se extiende. “No tarda, pronto amanecerá...” El anuncio de la aurora en el horizonte, lejos de calmarlo, lo angustia. Sabe que el tiempo se acaba. El amanecer dará forma a su terror nocturno “..., pronto…” Cierra los ojos, desea que el sol atraviese sus parpados, pero la oscuridad prevalece. No habrá mañana para él “…vendrá por ti”.

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LA NENA QUE VIO CÓMO SUS ALEGRÍAS BROTABAN DE ELLA Dante Vázquez

I Desde la noche en que nos conocimos ella me llama “Chico” y yo a ella la llamo “Nena”, a pesar de que ella sabe mi nombre y yo el de ella. Vive en el número 23 de la calle Imaginación esquina con Creatividad, barrio Ilusión, Ciudad Fantasía. Usa baterías eléctricas, pero no es cyborg ni robot ni androide. Sabe de magia y hechicería sin ser bruja. Le gusta leer, dibujar, diseñar objetos y palabras; reciclar colores, texturas, sonidos, aromas, sabores…; salir a caminar -y más cuando llueve-; coleccionar imágenes, frases, puntos… Y de cuando en cuando cazar Osos de Gomita junto a su gato gris ojiverde: Coletrane. Su cabello castaño oscuro le llega hasta los hombros, sus ojos son dos gotitas de miel de maple en forma y color, su tez es clara, su nariz un poquito ancha y sus labios sonrientes. A veces huele a vainilla, otras a canela, y otras a hierba mojada. Hasta hoy no sé si ella me encontró, o yo la encontré a ella, o simplemente nos encontramos. Cosas del Destino, dicen ustedes. Cosas que nosotros nombramos: Conexión Atemporal Energética. Siendo valida la interpretación que cada quien le da, para mí lo importante es que nos encontramos. La lluvia a chorros, la falta de energía eléctrica causada por un apagón general que se produjo en el barrio por un corto en los cables de uno de los postes de luz de la calle Imaginación, y el sonido estremecedor de las gotas de agua al estrellarse contra los muros y el suelo, daban a la noche una apariencia incierta, preocupada y desesperada. Le di poca importancia y me refugié bajo un balcón en dicha calle. La incertidumbre lleva a la preocupación, la preocupación a la desesperación y la desesperación a tomar decisiones impulsivas. Se

escuchó

un

portazo;

luego

unos

pasos.

Era

ella.

Decidí

seguirla

sigilosamente. Su andar incierto y las desesperadas chispitas de luz que brotaban de su cuerpo me preocuparon. ¿A dónde se dirigía? ¿Con qué intención? ¿Una nena caminando sola en las circunstancias en las que estaba el ambiente? Si bien Ilusión es tranquilo y seguro, se debe tener cuidado, los malignos y perversos Osos de Gomita siempre están al acecho.

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Caminó hasta el final de la calle Imaginación y dio vuelta en la avenida Motivación. Un elfo pasó a su lado y la saludó, pero lo ignoró y continuó avanzando rápidamente. Algo ocurría. Algo le ocurría. Algo ocurriría… II Desperté e intenté levantarme. Ella estaba frente a mí. Me detuvo. Chispitas de luz brotaban de sus ojos y recorrían sus mejillas. Coletrane me miraba. III Dice que esa noche encontró sobre su cama una nota en la que estaba escrito: “Tenemos a tu gato, si quieres volver a verlo, ven al callejón Insomnio”. Atentamente: Los Osos de Gomita. IV De pronto la vi rodeada de Osos de Gomita. La amenazaban con bastoncitos de caramelo. Me lancé contra ellos. Por curioso el perro perdió un ojo. V Ella me tomó entre sus brazos mientras me decía: “Gracias, chico. Estas lágrimas brotando de mí son mis alegrías”. El elfo desataba a Coletrane.

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LO QUE VINO DEL MAR Ricardo Rodríguez

I Mi historia podría parecer increíble, una terrible coartada para negar mi participación en el “crimen”. Lo digo así pues nunca hubo tal, sino una serie de sucesos tan horrendos que cambiaron el curso de mi vida. Ya no tengo nada que perder, por lo que contaré las cosas tal y como sucedieron. Eran finales de agosto y la temporada vacacional estaba por terminar. Habíamos pasado ya varios días en el pequeño pueblo costero planeando nuestra aventura. Alrededor de las cuatro de la mañana Iván, David y yo zarpamos en una pequeña lancha. El sol apenas comenzaba a proyectar un color azul pálido sobre el horizonte. Sin saberlo, sería la última vez que veríamos el mar. Una hora después comenzó una pesca sin peces. Cambiamos de locación varias veces, tantas que perdí la cuenta. Nos alejábamos cada vez más de la costa, pero nuestra suerte no cambió. Iván, el dueño de la lancha y la experiencia, culpaba al mal clima. Era alrededor del medio día cuando decidimos tirar el ancla cerca de una gran mancha oscura en el mar que pensamos serían arrecifes de coral. Nada. Ni un solo pez. Ahora comprendo la gravedad de nuestro error. Ya casi dormido por el vaivén de las olas sentí un peso que tesaba mi cordel. Tiré de él sin ilusión, pues lo que estuviera del otro lado no ofrecía lucha. Iván y David vieron con resignación cómo subí a la lancha una maraña de sargazo del tamaño de una pelota de playa. Al desamarrarlo de mi anzuelo encontré algo que parecía un collar muy antiguo hecho de cuerda y pequeñas piedras. Avisé a los demás de mi hallazgo, pero no le dimos más importancia. Minutos después y rendidos por la infructuosa pesca regresamos a tierra firme. Decidí quedarme con el collar. II Esa misma noche, en

la casa de playa de Iván, hablamos de nuestra desventura.

David se había acostado en una bolsa de dormir tendida en la cocina. Iván seguía

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culpando al mal clima. Continuó con la plática sobre el mar e historias increíbles, aquello me recordó el extraño collar que encontré. Lo había olvidado durante todo el día. Iván pidió verlo y tras una leve inspección descubrimos una especie de grabados, esbozos de algún lenguaje que no pudimos descifrar. "R'lyeh wgah'nagl", pronunció Iván en voz alta con un tono confuso. Pronto perdimos el interés al no encontrar más detalles grabados en las pequeñas piedras desgastadas por la sal. Entonces nos fuimos a dormir. Iván tenía una habitación propia, yo dormiría en una hamaca colgada en la cocina. III Desperté en la oscuridad de la madrugada, al sentir un fuerte viento en toda la casa y un frío que erizó los bellos de mi nuca. Puertas y ventanas abiertas por igual azotadas por el viento. Bajé de mi hamaca con la confusión de no saber qué ocurría. No encontraba a David por ningún lugar. El miedo invadía mi cuerpo y mi corazón golpeaba mi pecho como queriendo escapar de aquella extraña situación. Algo estaba mal, la luz en el cuarto de Iván estaba prendida. En sólo dos pasos me encontraba frente a su puerta. Abrí de golpe para encontrarme con la escena más espeluznante de mi vida. Encontré a David en un rincón, pálido como estas páginas, temblando, agachado, como un animal agazapado. Al otro lado de la habitación, sentado sobre la cama con las piernas estiradas, estaba Iván con los ojos abiertos y fijados en la nada. Balbuceaba casi gritando una especie de cánticos muy rápidos e incomprensibles. Aquella escena me dejó paralizado por lo que sentí era una eternidad. "¡El collar!", gritó David aterrado entre llanto y desesperación desde el rincón de la habitación. Me acerqué al tocador para tomarlo rápidamente y fue ahí cuando lo vi. En el reflejo del espejo, sobre la cama. El cuerpo que debía ser Iván parecía ahora un ser escamoso como un pez, o un pulpo o una araña. Un chillido agudo y gutural provino de aquel ser, al mismo tiempo que un olor fétido cubría el lugar. Salí corriendo desesperado, con el collar en la mano, en dirección al mar. Corrí perseguido del miedo hasta sentir que mi corazón explotaría. Lancé el collar al mar con todas mis fuerzas y ahí mismo, caí inconsciente. IV

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Desperté esposado en una cama de hospital. Dos policías me interrogaban sobre lo sucedido. Traté de explicarles sabiendo que jamás creerían mi historia si la contara tal como sucedió. Casi nada volví a saber de mis amigos. David fue encontrado en el mismo rincón donde lo vi por última vez, aterrado hasta la locura, jamás volverá a ser el mismo. Iván nunca fue encontrado, me acusan de su desaparición. Escuché a uno de los policías decir que su cama estaba repleta de una sustancia viscosa como sangre, con restos de un ser desconocido, como salido del mar.

LOBO PELÍCANO (PELYCAN) Morty R.I.P.

Una vez un lobo en sus recorridos por el bosque de niebla, encontró a una niña hermosa que por descuido se había caído, el animal lejos de devorarla al ver su belleza excelsa, la lleno de atenciones y sinceros mimos, en muy poco tiempo ella conquistó a la fiera y a ambos enamorados se les vio por las arboledas. Durante un crudo invierno los dos atrapados quedaron en una montaña, tras varios días de nevadas intensas, en la cabaña los alimentos

empezaron a hacerse

menos, dejando a ambos con retortijones famélicos, viviendo una situación terriblemente tensa. El lobo salió de la casa para buscar el sustento, fue cuando un zorro que merodeaba por el lugar, al verlo, lo abordó diciéndole así con maquiavélico acento: —Cómete a la niña, lobo feroz, mátala pronto, así comemos los dos. Métele una profunda mordida en el pellejo antes que ella te rompa por hambre el cuello. —El lobo

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quedó callado, sin manifestar algún gesto, sólo corrió al intrigante dándole tremenda patada. El zorro molesto, se fue a buscar a la niña mientras su amado cazaba, llenándole la cabeza con mentiras y patrañas, de cómo el lobo la comería al final de la jornada, que toda ella sería un ágape de esparcidas entrañas. Cuando el lobo llegó a casa después de no encontrar comida, la niña ya lo esperaba sentada impaciente en una silla. El lobo con paso silente caminó hacia la cocina, mientras que la chiquita sacaba de entre sus ropas tremenda cuchilla, enajenada con cortarle su luparia vida. La niña fue entonces muy despacio como verdugo malvado, cuando escuchó un aullido que llenó la casa de espanto. La niña se acercó por la espalda imaginando estofados y pasteles de carne, cuando observó que sobre una charola una pata del lobo estaba servida. El animal había decidido darle un poco de sí, una pata de su cuerpo para calmar el hambre de su amada con tan macabra comida. Por el bosque han pasado varios inviernos, lunas llenas y mágicas primaveras, ya no queda el recuerdo

de aquellos tiempos de tristeza, ahora se ven algunos

lobeznos recorrer los bosques de niebla, atrás de ellos, un lobo amputado junto a su amada princesa.

FIN

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LA MÁQUINA DEL TIEMPO Miguel Lupián

Heriberto despierta. Se retira el casco, los electrodos y desciende de la nave. Lo había logrado: su máquina del tiempo funcionó. Recorre la ciudad poniendo atención en los detalles. Cielo azul, sol radiante. Celdas solares por todos lados. Las banquetas y los camellones cubiertos de pasto; las paredes, de enredaderas. Sonríe al darse cuenta que la avenida más importante de la ciudad ahora lleva su nombre. Mujeres y hombres caminan desnudos, sin prisa. Cuando lo ven, lo saludan efusivamente, sabedores de su importancia. Se deshace del traje espacial blanco y se une a un grupo de hermosas adolescentes que llevan libros de pastas gruesas en sus brazos. Mientras tanto, en el presente, Heriberto yace en una camilla portando una bata blanca. Cables y mangueras salen de su cuerpo y se conectan a una máquina que emite sonidos acompasados. La madre de Heriberto, entre lágrimas y llanto ahogado, afirma con la cabeza. El doctor desconecta la máquina.

CADÁVER DE LUZ TRASNOCHADO Neftalí Báez

Fui el único que escuchó al viejo mendigo de aquellos portales. Resultó ser ese cronista extraviado de quien se dijo dormía una vez y despertaba dos veces, jerarquizaba el polvo y escribía poemas transrealistas.

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Sentado, recargado contra un pilar, me dijo: Ya no existe la luz, hoy es un día muerto, el progreso nos recicla hasta los segundos, no vayas a la esquina, la luz que miras no es de hoy, está toda trasnochada, anteayereada... A punto estuve de irme, pero entonces me mostró una fotografía instantánea, disección a Cronos que no supe cómo consiguió. En esa foto vieja estaba una perspectiva afocada de los portales, el sol se veía como un fogonazo espiando al final de los arcos, la gente caminando tan desatenta, la oscuridad rezumando su marea contra una foto que luchaba. Recargada en un pilar aparecía mi bicicleta de aquel tiempo. Le pregunté al anciano: ¿De cuándo es esta foto? No me respondió. Seguí estudiando la imagen y sentí una desazón, un algo que pasa cuando te sientes burlado por todos. Fue cuando hallé muy familiares todas las luces y las penumbras vespertinas de aquel día muerto en que quise razonar al cronista, pero ¿por qué ya no existía la luz? Le tendí la mano al viejo y lo levanté. Debajo reposaba la sombra de mi primera bicicleta.

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AUTÓMATAS

PORTADA Misael García Figueroa (Mike Polonsky), Michoacán,1981 Diseño y Comunicación Visual, UNAM. Me gusta la ilustración, el diseño, el cine y los cómics. www.behance.net/mikepolonsky http://magomutante.blogspot.mx/ fmcastaka@gmail.com @mikepolonsky

TEXTOS Juanjo Ramírez nació en Sevilla (España) el 4 de marzo de 1979. Se crió en la isla canaria de Fuerteventura. Licenciado en Comunicación Audiovisual. Ha trabajado como guionista y director de cine. Actualmente se dedica a seguir escribiendo y a intentar abrir las puertas del Infierno.

Adrián "Pok" Manero, tras años como lector asiduo, decidió que el siguiente paso en su manía consistía en elaborar sus propias ficciones. Ha publicado cuentos en la Segunda antología Caligrama de cuentos de Horror, Fantasía y Ciencia Ficción, El séptimo círculo (resultado del taller La escena narrativa de la escritura: Un trazo subjetivo de la violencia, impartido por Eduardo Antonio Parra) y en la revista electrónica Entre cronopios. También escribe reseñas para el sitio de internet de Pánico de masas y en su blog personal, vinetaspalabrasyfotogramas.blogspot.com. Se dedica compulsivamente a leer comics y libros y a ver películas, quisiera ser como los gatos y disfruta escribiendo sobre sí mismo en tercera persona.

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Ana Paula Rumualdo Flores Abogada confesa. Expía sus culpas a través del cine y la literatura de género. http://elferetro.posterous.com/

Miauricio Jiménez “Morocco” Cachorro escandonativo (Chilangotlán, 1979) que por vivir en un departamento con pasillo era ignorantemente feliz de su clase media fregadona y media. A día de hoy se encuentra esperando a Waits y el milagro que vendrá. Mientras tanto ha aprendido a comprenderse como payaso que no acepta su oficio mientras se disfraza de poeta para engañar al respetable. Twitter.com/miauricio about.me/miauricio

Bernardo Monroy nació en 1982 en México D.F. y actualmente vive en León, Guanajuato. Es periodista y ha publicado el libro de cuentos “El Gato con Converse” y la novela “La Liga Latinoamericana”, así como la novela electrónica “Slasher”, disponible gratuitamente en el portal http://www.zonaliteratura.com/ Es aficionado a los videojuegos, los cómics y los géneros de terror, fantasía y ciencia ficción, y escribe porque está frustrado, ya que nunca pudo ingresar a la Escuela de Jóvenes Dotados del Profesor Xavier. Sus textos han sido traducidos al klingon y al élfico.

Mauricio Absalón escribe Ciencia Ficción y Terror, aunque le gusta escribir de todo en realidad y que el género sea un recurso, no tema. Ha publicado en las revistas electrónicas Axxon y Forjadores y en tres antologías impresas de cuentos junto con otros autores. Actualmente produce el largometraje independiente Kamïk, con guión de su autoría.

Manuel Buendía Estrada (Toluca, 1980). Es licenciado en lengua Inglesa. Cursó el Diplomado en Creación Literaria en la escuela de escritores “Juana de Asbaje” en Metepec, Estado de México. No escribe cuentos, ellos lo escriben a él.

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Dante Vázquez. Aprendiz de Poeta. Nació en la Ciudad de México hace muchos años. Durante un tiempo cursó la carrera en Psicología en la UAM-X. Fue becario del Primer Taller de Narrativa Literaria de la Revista Hotel y finalista en el VIII Certamen de Literatura Hiperbreve Pompas de Papel 2011. Actualmente comparte lo que escribe en: www.poesiaspoemas.com/dante-vazquez-maldonado http://www.dantevazquez.wordpress.com

Mi

nombre

argentina

es

y

Diana

tengo

Beláustegui,

impresos

soy

cuentos

en

textos

es

distintas antologías de mi país. El

blog

donde

publico

los

www.elblogdeescarcha.blogspot.com Mail: beladiana@arnet.com.ar

Manuel Barroso nació, creció y murió antes de enterarse de ello. Por eso reseteó la consola y sigue aquí. Lee como poseso, escucha rap y jazz de forma adictiva, escribe porque le duelen las historias. Odia las verduras. Mañana comprará un rifle.

Mariano F. Wlathe (Ciudad de México, 1986) Lenón de letras. Títere inconforme de musas ninfómanas. Arrítmico involuntario del devenir cotidiano. Entretiene sus ocios de hedonista exhausto, como un dios, creando

y

destruyendo

mundos.

Investigador obseso del universo erótico y la mística. Prisionero de una tesis infinita.

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Ricardo Rodríguez Carlo (Mérida, Yucatán, 1988) Bajista en la banda Inutilators. Licenciado en Ciencias de la Comunicación. Fan de Lovecraft y la literatura de horror, terror y ciencia ficción. Vive en un pequeño departamento cerca de donde, según Jaime Maussan, se apareció un alien. Esta es su primera participación en una convocatoria de este tipo.

Eduardo Briones es un escritor

orgullosamente chiapaneco

conocido bajo el pseudónimo de Morty R.I.P. en las redes sociales, ha colaborado con los periódicos de su ciudad y estado con su trabajo de corte “Dark Romantic”. Ha publicado tres libros que se titulan: “como divorciarse de una perra sin salir mordido” “No le temo a los demonios son ángeles en esencia” y “claroscuros de una mente enferma” actualmente trabaja en una narrativa que titula “El hereje de la escuadra”. https://www.facebook.com/lecoindemorty http://www.youtube.com/user/MrDrmorty https://twitter.com/LECOINDEMORTY

Miguel Antonio Lupián Soto (1977) Ex alumno de la Universidad de Miskatonic, feligrés de la iglesia Cthulhiana y devoto de San Lemmy. www.mortinatos.blogspot.mx http://www.mortinatos.tumblr.com @mortinatos

Brenda Navarro Escribe porque no sabe dibujar, ni tocar el piano. A veces, aspira a ser humana. http://estonoescosaseria.tumblr.com/ @despixeleada

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Neftalí

Báez (Celaya, Gto. 1980). Tallerista del Colectivo Tormenta en el Tintero.

http://www.tormentaeneltintero.blogspot.mx y becario del PECDA en 2010. Ha publicado cuentos recientemente en la revista Playboy México (No. 113, marzo. 2012) y en las antologías Parto de Máscaras (Letras Rudas Ediciones. México-España. 2011) e Historias de Las Historias (Ediciones del Ermitaño, México. 2011) Twitter: @espectronico

DIRECCIÓN, DISEÑO Y EDICIÓN

SELECCIÓN

Miguel Antonio Lupián Soto

Ana Paula Rumualdo Flores Adrián “Pok” Manero Miguel Antonio Lupián Soto

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