Ediciones
PENUMBRIA / KGB www.penumbria.net
Ilustraciones:
Agustín Vega Diseño y edición:
Miguel Lupián
Ciudad del otoño perpetuo, 2014
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SEGUNDA TEMPORADA BERNARDO MONROY
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Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada
3.0
Unported
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SEGUNDA TEMPORADA (MATHESON ACADEMY)
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Mi vida no es más que un traspié en la oscuridad.
Richard Matheson
El horror es la eliminación de las máscaras.
Robert Bloch
Todos los monstruos son humanos. Usted es un monstruo.
Tim Minear, American Horror Story: Asylum
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Me llamo Stephen Taboada. Sin duda has escuchado hablar de mí. Soy actor y tengo un Teen Choice Award. Protagonizo la serie de televisión Matheson Academy, uno de los dramas para adolescentes más populares del momento. Mi personaje, Fausto Graves, se ha convertido en un ícono como Walter White, Sheldon Cooper, Brandon Walsh, el Capitán Kirk, el agente Fox Mulder o el Dr. House. A mis 17 años gano millones de dólares y la revista Time me consideró como uno de los cien adolescentes más influyentes de Estados Unidos. La revista Variety criticó Matheson Academy como “una brillante y fresca mezcla de American Horror Story y Beverly Hills 90210, estelarizada por el talentosísimo Taboada, quien está destinado a convertirse en el Justin Bieber del género de terror”… No sé si esas comparaciones sean buenas, pero dan rating y eso es lo importante. Soy el típico latin lover: delgado, de abdomen marcado, mido 1.90 y tengo tez morena, cabello castaño y ojos verdes. También soy bastante polémico. Me pongo borracho todas las noches y asisto a fiestas raves, donde me introduzco tachas por el culo. Tengo un hijo bastardo que no reconozco y ni me interesa hacerlo. Estuve preso por golpear a mi asistente con un palo de golf. Todo esto lo sabe el mundo porque lo publico en mi cuenta de Twitter, seguida por millones de personas.
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Vivo en un departamento en Venice Beach. Cada mañana desayuno vodka y fumo un porro de marihuana. Después, conduzco en mi convertible por Hollywood Boulevard y voy a los centros comerciales a derrochar mi dinero y a ser saludado por alguna fanática que, sin duda, querrá acostarse conmigo. Los Ángeles es la ciudad del pecado, los actores y los excesos. Es perfecta para mí. Mi vida es perfecta. ¡Demasiado perfecta! Tanto, que uno de los principales rumores sobre mí es que tengo pacto con el diablo. Rumor que me interesa silenciar como sea. He mandado matar a un periodista de uno de esos programas sobre fenómenos paranormales para asegurarme que nada se sabrá. No me importa que digan que asistí a un bar gay sadomasoquista y practiqué una lista de actividades sexuales no autorizadas por el Papa mientras un fanático de Village People cantaba. No me interesa que sepan que una noche, después de consumir cocaína y ver Mi pobre angelito, tomé un palo de golf y golpee a mi asistente por temor a que entraran los “ladrones húmedos” a inundar mi casa. Me despreocupa que todas las secciones de espectáculos de los medios de comunicación del mundo hagan público que una vez, cuando me detuvo un policía, lo ofendí con comentarios misóginos, homofóbicos, antisemitas, racistas y hasta en contra de la Asociación de Discapacitados, los masones y los Patrimonios de la UNESCO.
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Pero divulgar que tengo pacto con el diablo… Digamos que ese rumor me interesa callarlo a costa de la vida de quien sea. ¿Ya mencioné que tengo un Teen Choice Award? El rumor respecto a mi pacto satánico se debe a la trama de Matheson Academy, cuya segunda temporada, por cierto, comenzaré a filmar mañana. La historia gira en torno a un internado ubicado en Louisiana, que a finales del siglo XIX fue un manicomio para criminales dementes. Durante la crisis de 1929 cerró sus puertas y reabrió en los setenta, convirtiéndose en un internado preparatoria. El asunto es que la Academia Matheson es mucho más que una escuela: se trata de un Centro de Oscuridad. En la mitología de la serie, hay lugares donde la magia negra, la maldad y las fuerzas de las tinieblas se concentran, y la preparatoria es uno de los más importantes del mundo, por lo que es obligación de Fausto y sus amigos cuidar la escuela de las fuerzas de la luz, representadas por magos miembros de la Iglesia Católica. La pandilla de amigos de Fausto son arquetipos del género de terror: una bruja, un vampiro, un zombi, un fantasma y un hombre lobo. Fausto vendió su alma al diablo para convertirse en el estudiante más exitoso. Supongo que el motivo del éxito de Matheson Academy se debe a que todos los personajes defienden el mal y la oscuridad y, por
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supuesto,
que
le
habla
directamente
a
los
adolescentes,
comprendiéndolos de la mejor manera, ya que a esa edad cualquiera se siente un monstruo. Precisamente ese fue el éxito de la película Yo fui un hombre lobo adolescente, dirigida por Gene Fowler en 1957: usando la metáfora de un monstruo clásico, hablaba de los problemas y cambios físicos y emocionales de los jóvenes en una época en la que nadie más tuvo la iniciativa de hacerlo. El acné, los vellos púbicos, la vergüenza hacia tus padres, la necesidad de aceptación, las hormonas que rebosaban por todo el cuerpo… Todo eso se concentraba en la excelente metáfora de un muchacho que se convertía en monstruo cuando la luna llena brillaba. Los guionistas de cine, cómic y televisión supieron que aquello era una mina de oro y una fuente inagotable de ideas, por eso la imitaron y por eso el protagonista de Matheson Academy es latino y su mejor amigo es homosexual. Nos enfocamos en un público masivo y, pese a la oscura naturaleza de la trama, somos políticamente correctos… Aunque la serie está repleta de rumores y leyendas urbanas, de chismes que corren en las rede sociales.
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Conduje por Hollywood Boulevard en mi convertible, escuchando “Highway to hell” de AC/DC. Era medianoche. En el trayecto, destruí el aparador de un Starbucks Coffee y casi mato a una prostituta. Al ritmo de aquel inolvidable clásico del rock bebía a bocajarro una botella de Red Label, cuyo contenido se escurrió en mi pecho, mi vientre y mi pantalón. Mientras conducía me intenté lamer el whisky y casi choco con el conductor de un Tsuru, quien se enfocó en alcanzarme hasta un semáforo en rojo para escupir un catálogo de insultos. Bajé de mi coche y descargué la botella en su defensa. Después me oriné frente a él y subí a mi auto. Arranqué. ¡Ojalá alguien haya grabado mi escenita y la suba a las redes sociales! Eso me daría más popularidad. Conduje hasta The Avalon, uno de los mejores antros de todo Los Ángeles, ubicado en el 1735 de Vine St., en Hollywood. El estúpido cadenero me preguntó si era mayor de edad, le dije que no y le di un empujón. Cuando quiso detenerme y supo que yo era nada más ni nada menos que Stephen Taboada, ganador de un Teen Choice Award, regresó a su lugar. Porque no sé si lo he mencionado, pero tengo un Teen Choice Award.
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Al ritmo de “Pursuit of hapinness” comencé a bailar. Una muchacha rubia de cabello largo se acercó a mí y me preguntó si era Fausto Graves, el de la serie del internado embrujado. —Sí, soy yo. Tengo un Teen Choice Award. No sé si ya lo sabías. El premio que la cadena FOX otorga a lo mejor para adolescentes en cuanto a cine, deporte, música y televisión a votación de gente de 13 a 19 años. La chica se llamaba Betty. Comenzó a bailar demasiado cachonda, acercándose a mi pecho. Acarició mi abdomen e introdujo sus manos en el interior de mis pantalones. Hurgó entre mis bóxers y apretó mi pene, que desde que la vi estaba erecto. Bailamos durante dos horas, porque nos metimos unas tachas que guardaba en su bolso. Le dije que podíamos seguir la fiesta en mi departamento. —¿Entonces me voy a poder tirar a Fausto Graves? Carajo, me sentiré como una amiga que jura se la chupó a David Duchovny y luego hizo un trío con Gillian Anderson. ¿Te imaginas? Andar de puta con Mulder y Scully. —Debe
ser
una
experiencia
digna
de
una
abducción
extraterrestre —dije, y los dos reímos. Salimos de The Avalon y conduje a toda velocidad por el Paseo de la Fama. En el camino choqué con una palmera californiana y me metí a la banqueta intencionalmente, para pasar mis llantas sobre la
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estrella de Michael J. Fox. ¡Toma eso, estúpido con Parkinson! ¡La única estrella adolescente soy yo! ¡Tu época ya pasó! ¡Eres un gallina, Marty Mc Fly! ¡Un fósil de los ochenta! —¿Stevie… ya podemos ir a coger o lo haremos aquí por el Teatro Kodak? Además te pido que seas más respetuoso con esa estrella, a mi me encanta la trilogía de Volver al Futuro. —Podemos ir a mancillar la de James Dean. A él también lo odio. —Mejor ya vámonos a tu departamento. Refunfuñé cual niño regañado y conduje rumbo a Venice Beach. Encendí la radio y se escuchó “One way or another”, de Blondie, pero con coros de iglesia y órgano. Era el tema musical de Matheson Academy. A la mierda. Escucho esa puta canción todo el tiempo, hasta el hastío. Activé el MP3 y puse a los Red Hot Chilli Peppers. Sonó “Californication”. Sí, sí, sé que es un cliché que se escuche esa canción en Los Ángeles y suene en el coche de un actor menor de edad y alcohólico, pero yo no escribo los guiones. Yo no soy el autor de
mi
vida.
Por
ejemplo,
cuando
fui
a
aquella
clínica
de
desintoxicación para famosos y después de un mes de pláticas de superación personal volví a las andadas al día siguiente, vaciando la licorería en el supermercado Target cerca de mi casa. El problema fue que comencé a beber en el área de juguetería y unos niños se
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espantaron, no sé si se debió a mi actitud o a la serie que protagonizo… Las redes sociales afirman lo segundo. —¿Sabías que la Academia Matheson está basado en un lugar real? —siempre hago esa pregunta a mis futuros acostones, y siempre las impresiono. Cuando me miran con rostro de asombro, sigo el monólogo—. Me imagino que viste la segunda temporada de American Horror Story y has leído cómics de Batman. En la serie aparece el Sanatorio para enfermos mentales de Braircliff; y en las historietas, el Asilo Arkham para criminales dementes. Pues los tres se basan en lugares reales. Así es: todo el horror, toda la locura, todo el mal que coexiste tras los muros de esos manicomios no es nada ficticio. El Hospital Psiquiátrico Danvers para Criminales Dementes, ubicado en Massachussets, es la auténtica casa de locos que ha servido de inspiración para muchas películas, cómics y series de televisión. Danvers abrió sus puertas en 1874, originalmente como parte del Plan Kirkbride, cuyo objetivo era que los loquitos internos se recuperaran en instalaciones hermosas, con pasillos iluminados y amplios jardines. El problema fue que los colegas de Thomas Kirkbride no compartían su punto de vista, y creían que golpear a los pacientes, darles terapias de electroshocks, practicarles lobotomías y encerrarlos en confinamiento solitario era más práctico que sentarlos en una sala común a escuchar canciones de Benny Goodman. Como
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era obvio, mantener instalaciones de ese nivel era demasiado caro, así que el asilo se fue directamente a la mierda cuando acechó la crisis de 1929. >>Otro de los sanatorios para enfermos mentales que ha servido de inspiración, demostrando que la realidad es peor que toda ficción, es el Pennhurst State School and Hospital, quizás uno de los lugares más embrujados de Estados Unidos. Pennhurst, ubicado en la ciudad de Spring City, Pennsylvania, abrió sus puertas en 1908, para acoger a discapacitados mentales, pero con el paso del tiempo se internó a todo aquel que se saliera de la “normalidad” (lo que sea que esa puta palabra signifique), desde vagabundos hasta homosexuales, pasando por niños huérfanos. El lugar era aterrador, pues se internaba a epilépticos, personas con síndrome de Down, deformes, gente con problemas motores y, aunque no lo creas, a niños superdotados (debido
a
su
inteligencia
superior
eran
muy
problemáticos).
Obviamente, la población de internos ascendió tanto que se desatendió a todos. Los enfermeros minimizaban la dignidad de sus pacientes, llamándolos “niños”… Aunque tuvieran más de ochenta años. Había sólo siete médicos para atender a más de dos mil pacientes. Ya no se trataba de curar locos, sino de aislarlos. La tensión en Pennhurst creció a niveles aterradores. Los enfermos eran atados con correas en cunas de bebés, no se les alimentaba ni se les
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ofrecía el menor de los derechos humanos. Todos en Pennhurst estaban sometidos a la locura. No fue sino hasta 1977 que se hizo público el trato a los internos gracias al reportaje del periodista de investigación Bill Bandini: violaciones de todo tipo, humillaciones, vejaciones, palizas y torturas eran cosa de todos los días. Entre otras linduras que hacía el “personal capacitado”, estaba la de arrancarles todos los dientes a los enfermos cuando mordían a algún guardia. Actualmente, Pennhurst es lugar de peregrinación para cazadores de fantasmas, investigadores de lo paranormal y gente que quiere ver almas en pena. En internet se encuentra información copiosa sobre los supuestos sucesos paranormales en ese edificio. Pude ver la playa californiana. Nos estábamos acercando a Venice Beach. Betty estaba impresionada con mi cátedra sobre manicomios que inspiran ficciones, de modo que seguí hablando: —Pero uno de los asilos para enfermos mentales más siniestros fue el de Willowbrook, ubicado en Staten Island, Nueva York. Además de humillar y denigrar a niños con retraso mental, en 1963 se inyectó hepatitis a niños sanos para experimentar con ellos y averiguar de qué forma reaccionaban. Los abusos eran igual de comunes que en Pennhurst, de modo que Willowbrook cerró sus puertas en 1987. >>Así que ya sabes, cariño: cuando veas una película como Atrapado sin salida, leas un cómic de Batman donde internan a uno
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de sus enemigos o te asustes con películas o series de televisión donde aparecen manicomios como estos, recuerda que no tienen nada de ficticio. Que son tan reales como las enfermedades mentales. Me estacioné frente al edificio de departamentos donde vivía y bajamos del vehículo. Betty me miraba, completamente fascinada. —Stevie… ¿Es verdad lo que se dice de ti? Entramos a mi departamento. Estaba decorado con pósters de series de televisión de terror: Tales from the crypt, Alfred Hitchcock Presents…, Night Gallery, Twilight Zone, Kolchack: the night stalker, American Horror Story, The X-Files, Forever Knight, Masters of Horror, The Walking Dead, 666 Park Avenue, Dark Shadows, Stephen King’s Nightmares & Dreamscapes; Supernatural, Helmock Grove, The Gates, The Following, Harper’s Island, Buffy the Vampire Slayer y Being Human. Nos sentamos en el sillón, frente al home theatre, y le serví una copa de zinfandel rosado. En el centro, una tabla de surf de color azul neón: ¡Mi Teen Choice Award! Porque no sé si ya mencioné que tengo un Teen Choice Award. —¿De qué hablas? ¿Que soy un desastre total? Todo es verdad. —Sobre tu pacto con el diablo. En internet se habla mucho de eso.
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Hubo un silencio incómodo que duró varios minutos. Di un trago a mi copa de vino. Ella lo dio también. Ni una palabra. No parecía una charla previa a tener sexo, sino un velorio. Tomé aire y comencé a hablar: —¿Sabes qué me ha enseñado dedicarme a actuar en series de televisión? Que las series influyen e impactan en nuestra vida. Que la marcan. Que hoy en día las series son como nuestra canción favorita, la novela que leímos en la adolescencia y nos abrió expectativas sobre el mundo, la película que nos hizo reír o llorar y vimos con nuestro primer amor o cuando nuestros padres nos llevaron por vez primera al cine. Las series son comparables con esa pintura que nos hace vibrar y la tenemos como protector de pantalla o enmarcada en nuestro estudio. Aunque los idiotas intelectuales quieran hacerlas menos, la realidad es otra: las historias por entregas que vemos son como las novelas por entregas del siglo XIX: Los bandidos de Río Frío de Manuel Payno, Oliver Twist de Charles Dickens y toda la obra de Julio Verne. ¿Cuántos adolescentes de los noventa no crecieron con Corey Matthews, de Aprendiendo a vivir? ¿Cuántos padres e hijos no se sintieron más unidos con los capítulos de Los años maravillosos? ¿Cuántas personas no comprendieron los sueños y desgracias de un joven con síndrome de Down gracias a La vida sigue su curso? Las series pueden ser mejores que la literatura. ¿Qué me dices de Lost?
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Lost es una serie de referencias a Robinson Crusoe, y hasta uno de los personajes lee La invención de Morel de Bioy Casares; y Breaking Bad, de las novelas negras de Raymond Chandler. Californication evoca al escritor borracho y despreocupado, cual personaje de Charles Bukowski (justo por eso el personaje se llama Hank Moody, como homenaje a Hank Chinanski). Alf usó la ciencia ficción para detallar los conflictos familiares. The Big Bang Theory le dio voz a los nerds. Glee evoca lo mejor de los musicales, y sirvió para que miles de chicos en todo el mundo aceptaran su homosexualidad. Gracias a Friends muchos comprendimos el valor de la amistad (y el ser enviados a la “friend zone” por nuestra pareja). Las series televisivas marcan nuestra vida. La impactan para bien o para mal. Por eso decimos que tal o cual persona es tan cruel como el Dr. House, que se es tan paranoico como el Agente Mulder o que te persiguen zombis como en The Walking Dead. ¿Tú qué opinas, Betty? Betty no me respondió. Estaba dormida y roncaba como un oso hibernando. Perfecto. El somnífero que puse en su copa de vino hizo efecto. Arrastré su cuerpo hasta la habitación que usaba como altar. Había una mesa de piedra que me había costado una fortuna, símbolos de los sellos infernales que había copiado de un grimorio decoraban las paredes y veladoras negras iluminaban el lugar.
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Desnudé el cuerpo de Betty y cogí la daga ceremonial que reposaba en el altar. Es muy difícil extraer un corazón de la caja torácica… Las series de televisión lo hacen ver demasiado simple. Me tomó tiempo, pero lo logré. Ante mí apareció un muchacho de mi edad. Tenía rasgos árabes, era delgado y no tenía pupilas. En su lugar, sus ojos eran negros como una mancha de tinta. Vestía una sudadera de American Eagle color roja y pantalón de mezclilla azul. Estaba descalzo, pero en lugar de pies humanos tenía una aberración que parecían patas de gallo. Era Bazphemir, el demonio a quien le vendí mi alma. (Plot twist o vuelta de tuerca, como gustes llamarlo: efectivamente, sí tengo pacto con el diablo) —Te tardaste en darme almas —recriminó. —No estés jodiendo, Bazphemir. Cada día es más difícil conseguir víctimas. Soy una celebridad y no quiero llamar la atención de Los Angeles Police Departament. No quiero que la tercera temporada se vuelva Oz o Prison Break. —El precio de la fama, mi querido Stephen. Además de tu alma inmortal, claro. —Deja de hablar como un puto demonio cliché de película de terror serie B, no chingues —dije, mientras limpiaba la sangre.
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A Bazphemir le encantaba comportarse como un demonio medieval de alto rango, pero era todo lo opuesto. En vida fue un muchacho que se suicidó y llegó a un acuerdo con las Altas Esferas Infernales: si les conseguía almas, no lo torturarían en el infierno. Hasta el momento, yo era su primer y único cliente. Era lo más cercano que tenía a un amigo… Además, claro, de Ricky, el fantasma marica, pero ya llegaremos a esa parte. —¿Me das un traguito de zinfandel? —No. —No seas así. ¿Vamos por unas donitas? —Son las tres de la madrugada, Bazphemir. Déjame dormir y no jodas. —¡Claro! ¡Adelante! ¡Duérmete! ¿Así me agradeces que te comprara tu alma? Mal amigo. Eso eres. Un mal amigo. —Tú y yo no somos amigos. Tú eres un vendedor y yo un cliente y ya. Bazphemir se sentó sobre el cadáver de Betty y se llevó las manos al rostro. Comenzó a llorar… como solo un demonio lo haría. Sus alaridos producían escalofríos y hacían vibrar los vidrios. El idiota iba a despertar a los vecinos, y yo con una muerta en el departamento.
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—Bazphie, tranquilízate. Lo dije porque estaba enojado —puse mi mano sobre su hombro, pero él la retiró de golpe. —Siempre me tratas así. Siempre me haces menos. No sólo en el infierno me consideran un demonio de rango inferior, sino también tú. Después de todo lo que he hecho por ti. Ah, pero eso sí: te pido almas y te tardas. Te pido donitas y no eres para demostrarme tu amistad. ¡Los demonios también sentimos! ¿Crees que somos seres insensibles, como en El Exorcista? ¿Crees que sólo me meto crucifijos por el culo? ¡No! ¡También sufro, también siento! ¡El único demonio aquí eres tú, Stephen Elías Taboada! —Uta. Pinche sentidito. Ya, cállate. Me dejas dormir y mañana vamos por tus donas. Bazphemir corrió a abrazarme, dándome palmadas que casi me hacen escupir los dientes. —Gracias, Stevie, muchas, muchas gracias… Así era mi vida con Bazphemir: del género de drama para adolescentes, se convertía en una sitcom. Caminé hasta mi alcoba, me tragué dos Diazepam con vodka y dormí hasta las 3:00 de la tarde. Me levanté y ni siquiera me di un duchazo. Me puse pantalón de mezclilla, tenis Converse y una playera de Hot Topic, marca que me patrocinaba. Apestaba a alcohol, cama, sangre, semen y sudor, pero no me importaba.
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Bazphemir me estaba esperando en la sala. Miraba la televisión con la pierna cruzada. Tenía que ser amable con él: el demonio era todo en la serie salvo el productor y actor principal. Guionista, director, publicista, todo. —¿Ya vamos por las donitas? Quiero unas glaseadas. —Antes tenemos que deshacernos del cadáver. Descuartizamos el cuerpo y lo guardamos en una bolsa de WalMart. Lo arrojaríamos después en la playa de Santa Mónica. —Vamos, pero ponte zapatos. No quiero que sepan que eres un demonio. Tengo que acallar cualquier rumor sobre mi pacto satánico. —Entonces te avergüenzas de mí. ¡Lo sabía! —para enfatizar, dio un puñetazo a un cojín. —¡No es eso, Bazphemir, maldita sea! ¡Eres peor que una novia psicótica! Nadie se debe enterar que vendí mi alma al diablo. Imagínate el escándalo. Además, se sabría que en realidad no tengo ni pizca de talento. Muy a regañadientes, el demonio se puso unas botas. Fuimos hasta un Krispy Kreme a unas cuadras de mi casa. —Yo no quiero ir allí —protestó Bazphemir—. A mí me gustan las de Randy’s Donuts. Son las más famosas de L.A. Las donas de Krispy Kreme las hacen medio crudas para que se sientan
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esponjaditas. Ese es uno de los secretos mejor guardados del infierno, junto con la fecha de nacimiento del Anticristo. Refunfuñé mientras conducía hasta el 805 de West Manchester Avenue. Prácticamente hubo que recorrer toda la puta ciudad. En el trayecto escuchamos “Sympathy for the devil”, pero a mi diabólico acompañante le gustaba “Sugar, sugar” de los Archies. Bailaba extendiendo las manos, con los puños cerrados, moviéndolas de arriba hacia abajo, igual que el pendejo de Torombolo. En el trayecto recordé por qué opté por vender mi alma a las Potencias Infernales. De niño crecí en el barrio de Crenshaw. Era hijo de una sirvienta que nació en Tijuana y de un gringo de Beverly Hills que se la llevó a la cama después de una borrachera. Aunque yo era bastante guapo, nunca me respetó nadie. Para mi madre era una carga; para los estadounidenses, un chicano bastardo; y para los mexicanos, un intento de cholo que ni siquiera pronunciaba correctamente el inglés. Durante mi pubertad trabajé en McDonald´s, soportando insultos y ofensas de todos los clientes, de todas las razas. La diversidad cultural de Los Ángeles me hizo ser víctima de burlas de orientales, judíos, mexicanos, norteamericanos, afroamericanos y supongo que hasta alguno que otro extraterrestre de la raza de los grises, infiltrado en la Tierra. Siempre fui aficionado a las series de televisión de terror. Era lo único que amortiguaba mi vida de mierda. No era ni mexicano
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ni californiano, pero odiaba ambas razas. Después de temporadas enteras de ver programas de terror, de comprar series con mis ahorros y descargarlas por internet, compré en E-Bay el Grimorium Noctis, un libro que supuestamente permitía invocar demonios menores. El problema con los pactos satánicos —decía quien me ofreció el ejemplar— es que la gente quiere invocar a demonios muy poderosos,
y
por
eso
nunca
acuden,
porque
son
demasiado
importantes para hacer tratos con cualquier mortal. Uno debe dirigirse a demonios de menor rango. De modo que compré el libro, realicé los conjuros y apareció ante mí ese muchacho de mi edad, quien era un demonio novato. En cuanto le ofrecí mi alma y firmé el pergamino con mi sangre, habló. No con una voz cavernosa. No con los guturales de Linda Blair, no con las expresiones soeces de los enemigos de John Constantine, sino con el tono de todo adolescente, entre grave, chillón e infantil: —¡Yupi! ¡Mi primera venta! —hizo un ademán como si se cogiera a una mujer imaginaria. Después, comenzó a aparecer en mi vida. Bazphemir y yo nos hicimos amigos mientras mi ascenso a la fama era instantáneo. Originalmente, quería vender mi alma a cambio de convertirme en ingeniero químico que diseñaba metanfetaminas, pero esa vacante ya la había ocupado Bryan Crantston. Comencé con comerciales,
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después como modelo de ropa hasta que mi demonio de la guardia y yo presentamos a aquella televisora Matheson Academy. El resto es historia. —Para-pa-pa-para… Sugar: oh, honey, honey. You are my candy girl… —Ya llegamos a que te tragues tus chingadas donas. ¿Te quieres callar? —En el infierno las torturas a los condenados son menos severas que tus hirientes palabras —susurró Bazphemir. Compramos una caja de donas y nos las comimos en el interior del coche, frente a la famosa dona gigante de Randy’s. —¿Sabes algo, Bazphie? Aunque eres un demonio chillón e hipersensible, eres el único amigo que tengo más allá del set. Y bueno… de veras te estimo. Gracias por acompañarme, aunque cuando muera sé que me someterás a miles de torturas. —¡Hey, viejo, no te preocupes! —me dio una palmada—. Te juro que hablaré con mis superiores para que no sean muy estrictos contigo. Quizá sólo te desollarán y te lanzarán a una alberca de jugo de limón y sal. Quinientos años después, te harán comer mierda de todos los nazis ejecutados en Nuremberg. Va a estar liviano.
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Los dos nos reímos y nos abrazamos. De regreso a mi departamento escuchamos “I’ll be there for you” de The Rembrandts, mejor conocido como el tema musical de Friends. —So no one told you life was gonna be this way. Your job is a joke, you're broke, your love life's D.O.A. It's like you're always stuck in second gear. When it hasn't been your day, your week, your month, or even year but... —I’LL BE THERE FOR YOU! —cantó la entidad infernal—. WHEN THE RAIN STARTS TO POUR… —I’LL BE THERE FOR YOU! —hice segundas—. LIKE I’VE BEEN THERE BEFORE! Pasamos el resto de la tarde fumando marihuana, y esta vez me dormí temprano, pues al día siguiente comenzaba a grabar la segunda temporada de Matheson Academy. Como dijo en una ocasión un brillante médico, hay que seguir la Filosofía Jagger: no siempre tienes lo que quieres, pero si te esfuerzas, al menos obtienes lo que necesitas. Todos los espectadores del mundo pueden estar seguros de algo: el proceso de filmación de mi serie es uno de los secretos más celosamente guardados del mundo de la televisión.
FADE OUT
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PREVIOUSLY, ON MATHESON ACADEMY...
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TEASER Estudiar en una escuela embrujada es algo para lo que ningún alumno está preparado. Me llamo Fausto Graves. Soy el mejor estudiante de la Academia Matheson, pero eso no se debe a mi talento sino a que le vendí mi alma al diablo. En toda escuela preparatoria, tener a un compañero que pactó con el Infierno inquietaría a cualquiera, pero en Matheson todos somos un grupo de fenómenos igual de estrafalarios y siniestros. Mi mejor amigo, por ejemplo, se llama Ricky y es abiertamente gay. Hey, hey, pero antes que nada aclaremos: el problema no es que sea homosexual, sino que es un fantasma, un alma en pena. En los ochenta murió linchado por un grupo de homofóbicos, cuando el pobre se encontraba haciendo coreografías de Madonna arriba de una mesa de la cafetería (no quiero decir que él se lo buscó, pero en aquella década los gays tenían que ser más discretos). Le enterraron palos de escoba en sus partes más íntimas y luego lo mataron a
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golpes. Ahora, Ricky vaga eternamente. Afirma que no descansará en paz hasta que no haya discriminación en el mundo. Le esperan milenios de desveladas al pobre pendejo. David es otra de esas subespecies que nunca faltan en ninguna preparatoria del mundo: siempre discute en internet sobre los derechos de los animales. Siempre está repartiendo flyers y volantes sobre las malvadas empresas que torturan perros, pollos, gallinas, pingüinos y hasta pulgas. En sus ratos libres, suele ir a perreras, plazas de toros o rastros con pancartas que dicen ¡DERECHOS PARA LOS ANIMALES! Es miembro activo de PETA, Greenpeace y no sé cuantas organizaciones pro-animales más. David es animalista vegano, y considera que los animales son tan dignos como nosotros. Devora comida orgánica, usa lentes de pasta y barba de candado Él se llama activista de izquierda animal lover, pero sus detractores le dicen “hipster”, aunque, por supuesto, un hipster no se asume como tal, así que David jamás será hipster. En una ocasión, le pregunté por qué esa obsesión de defender a las bestias. Si acaso tenía una motivación válida, pues la mayoría de la gente de su calaña sólo lo hace por moda. —Me convierto en lobo cuando hay luna llena. —Okay, okay. Razón más que suficiente.
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Matthew es el compañero más idiota de toda la Academia Matheson. Es tan tonto que no puede coordinar sus articulaciones, y su cerebro está atrofiado… Literalmente, puesto que Matthew es un zombi. Falleció tras un tiroteo en la preparatoria, esos tan de moda a raíz de la matanza en Columbine en 1999. Nosotros lo desenterramos y lo revivimos con magia negra. En cuanto volvió al mundo de los vivos le dimos dos noticias: una buena y una mala. La buena, que había regresado del más allá y que las seis balas que le perforaron el pecho no tuvieron el efecto deseado. La mala, que era un muerto viviente. Afortunadamente, no tenía la mala costumbre de otros zombis, eso de comer cerebros y morder personas vivas. Era, más bien, una especie de autista traído del más allá. Deambula por los pasillos de la escuela y, en ocasiones, tenemos que atarlo con correas, también rociarlo con desodorante, porque un muerto viviente apesta peor que los vestidores del gimnasio. Es difícil tener en la escuela gente con capacidades diferentes. En todas las preparatorias hay un fósil. Ese holgazán que se queda estancado en el penúltimo semestre y tiene veintitantos años cuando el resto de sus compañeros no pasan de dieciocho. Stanley Dubois es el Padre de Todos los Fósiles de Preparatoria, pues aunque tiene el físico de un estudiante de catorce años, en realidad lleva en la Matheson desde finales del siglo XIX. A veces se va de pinta a lugares
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como Londres, París o Dubai, pues puede volar, aunque sólo lo hace por la noche. En lo personal, yo no creo que alguien con más de cien años de existencia necesite obtener un certificado de preparatoria. Yo creo que, más bien, Stan no quiere abandonar la Academia Matheson. Aquí tiene su ataúd, sus amigos, su no-vida... Y cuando los doctores hacen colectas de donación de sangre, le dan su merecido porcentaje para beber. Aquí no hay símbolos sagrados, y no hacemos preguntas cuando vemos a un mocoso con ademanes de anciano. Por si no lo habías intuido, Stan es un vampiro. Aunque Matheson Academy es una escuela para varones, hay una sola mujer, de nombre Marycarmen, quien, por cierto, me dijo una de las peores cosas que se le puede decir a un hombre: —Te quiero como amigo. —¿Al menos podemos ser amigos con derechos? —Jódete, Fausto. Marycarmen, al igual que yo, es latina, y es un ejemplo de la falocracia y el conservadurismo de muchas escuelas: aquí en Matheson puede haber vampiros, zombis o demonios, pero no mujeres, porque es una escuela para varones, ante todo. Mientras yo soy hijo de madre mexicana y padre estadounidense, ella es de madre cubana y padre oriundo de Miami. Su madre emigró a Estados Unidos e inició a su niña en la santería. Es una bruja santera muy
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poderosa. Viste siempre de blanco y, gracias a un conjuro a Yemaná, deidad yoruba de la maternidad, se hace pasar por un muchacho de nuestra edad, aunque claro, todos sabemos su secreto, que es un secreto a voces. Fue enviada por Eleggua, su santo protector, para proteger la oscuridad de Matheson Academy. Bazphemir es mi demonio guardián, la criatura a quien le vendí mi alma al diablo. A diferencia de los diablos que uno ve en las películas, él tiene complejo de inferioridad, pues pertenece a la categoría más ínfima del Averno. Dice que vive en una casa de interés social, abajo del letrero a la entrada del infierno que dice VOSOTROS, LOS QUE ENTRAIS, ABANDONAD TODA ESPERANZA. Bazphemir tiene la apariencia de un muchacho árabe, y pasaría por un humano común y corriente salvo por sus ojos sin pupilas y sus pies: un par de horripilantes patas de gallo. Nunca se aleja de mí. Es mi amuleto de la suerte, pero también una carga. El típico zoquete que en toda escuela y trabajo hemos padecido, el que se adhiere a ti como una lapa. Nuestro objetivo en Matheson es, además de terminar la preparatoria, mantener las cosas como están. Dejar que sea el lugar embrujado que siempre ha sido, repleto de ánimas en pena, maldad, oscuridad, víctimas que fueron torturadas, locos que se suicidaron y sufrimiento que data desde el siglo XIX, pues antes de convertirse en
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una de las escuelas más prestigiosas de Estados Unidos, se conocía como el Instituto Bloch para Dementes, uno de los manicomios más aterradores que existieron en su época. Desde finales del XIX albergó miles de locos, todos ellos torturados por sus pacientes, todos ellos víctimas de distintos trastornos mentales. Con el paso del tiempo el Bloch Institute cerró sus puertas, debido a la constante manifestación de fenómenos paranormales y espíritus violentos que se cobraron la vida de más de un doctor y enfermero. No fue sino hasta los setenta que tuvo que reabrir sus puertas como una prestigiosa academia para jovencitos, ubicada entre los pantanos aledaños a Nueva Orleáns… You know: America’s Most Haunted City. Por lo general, los estudiantes de Matheson aceptamos los fenómenos paranormales, las posesiones demoniacas, los poltergeists y las paredes sangrantes. Se ha convertido en algo tan cotidiano que ya no nos asusta sino todo lo contrario, lo comprendemos y lo queremos. Los profesores saben que dan clase en un lugar maldito, y los más estrictos incluso aplacan a los fantasmas de los locos cuando estos hacen levitar pupitres o destrozan pizarras, porque distraen al salón. Pero, aunque no lo creas, no todos en Matheson Academy somos extraños. Nunca falta el verdadero monstruo, el enemigo de todos nosotros. El infiltrado.
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Javier Alexandros es un infiltrado en la Academia Matheson. No es un monstruo, sino un muchacho profundamente católico y un seminarista. Es miembro de la orden de San Karras, organización de la Iglesia Católica centrada en acabar con todos los lugares embrujados del mundo mediante exorcismos. Javier es conservador, hipócrita y reza el rosario todas las noches. Cree que todos somos unos idiotas y no nos damos cuenta que es un espía, cuyo objetivo es acabar con la esencia sobrenatural de la Academia Matheson. Es un idiota, pero un idiota con mucha iniciativa, lo que lo convierte en alguien peligroso. Por ello, le hacemos bullying con singular alegría. Porque, créeme, Javier es la clase de individuo que justifica el acoso escolar. Las series de televisión se estructuran con el teaser, que es la presentación y planteamiento del conflicto antes de los créditos iniciales. Antes, arrancan con la frase Previously on…, que muestra escenas del capítulo anterior. Siguen los créditos iniciales y el opening, seguidos del “Acto I”, “Acto II” y “Acto III”, y los créditos finales. Bueno. Ya leímos el teaser. Pasemos a los créditos iniciales y, antes, al tagline. El tagline es la frase que caracteriza y define la serie, que se lee y escucha constantemente. Después de esta pequeña clase de estructura de series de TV y rompimiento de la cuarta pared, podemos comenzar escuchando el
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tema musical de Matheson Academy: “One way or another”, con coros de iglesia y órgano. Cuando aparezca mi nombre no olvides que tengo un Teen Choice Award, no sé si ya lo mencioné. Somos los estudiantes de la Academia Matheson, cuyo lema es “Non omnis moriar” (es decir, “no moriremos del todo”). Somos monstruos. Somos únicos. Escondemos mucha ira y maldad en nuestros corazones, pero nos necesitamos los unos a los otros. Somos criaturas oscuras e incomprendidas… En suma, somos como cualquier otro adolescente que estudia su preparatoria.
a
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ACTO I El despertador sonó a las 6:30 de la mañana, pero me encontraba despierto hacía diez minutos antes, debido a que mi cama se levantaba dos metros del suelo y caía. Lo hizo constantemente. Un par de manos invisibles jalaron mis cobijas. A veces los fenómenos paranormales son odiosos. Me levanté sin más prenda que mis bóxers y una camiseta sin mangas y fui hacia las regaderas. En la ducha contigua, Ricky se estaba bañando. Nunca he entendido por qué se asea si es un fantasma. ¡Ya no suda! Supongo que es la excusa perfecta para ver a sus compañeros desnudos, cosa que le hice saber. —Además no lo entiendo. No creo que los fantasmas eyaculen — dije. —Lo que nos sale es ectoplasma —respondió, mientras se ponía el shampoo. —Oh. Qué asco. Demasiada información. Me vestí con el uniforme escolar: saco azul marino, camisa blanca, pantalón gris, zapatos negros y corbata a rayas rojinegras y corrí a clase de 7:00. Ya habría tiempo para desayunar, pensé. Corrí
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por los pasillos empujando a mis compañeros y saltando uno que otro obstáculo. De música de fondo se escuchaba “Nuclear Family” de Green Day, y es que todos mis amigos somos como una familia: una familia de monstruos que se quieren y se aceptan a costa de lo que sea, aunque la chica a la que amo diga que “me quiere como amigo”… ¡Hija de la chingada! En el trayecto, unos lockers se abrieron solos y casi me pegan en la cara, por lo que tuve que agacharme y derrapar. Entré al salón y, para no variar, el profesor me puso retardo. En cuanto me senté en el pupitre, saqué mi libreta y copié del pizarrón los ejercicios de álgebra. Después de mí llegó Ricky, atravesando el muro y sentándose a mi lado. —¡Miren todos, ya llegó el Alma en Pene! —grité. Así suelo llamar a Ricky. Siempre que lo hago todos se ríen. Hay que reconocer que mi juego de palabras es súper ingenioso para referirse a un espectro gay. Sin ningún esfuerzo resolví los problemas. En menos de cinco minutos terminé todo, así que me senté con los pies encima del pupitre. Ni siquiera me había dado cuenta que a mi lado estaba Bazphemir, siempre ayudándome. Era el mejor amuleto de la suerte, el mejor criado personal y la mejor sanguijuela que uno ser humano podía tener. —Hola, Diablo de la Guardia.
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—Hola, arrogante de mierda —me respondió. Pasamos el resto de la clase escuchando al profesor. En ese tiempo, vimos a una mujer fantasmal atravesar el salón. Tenía expresión desorientada y llevaba una camisa de fuerza. Para todos nosotros ver espíritus es tan normal como que el profesor nos deje demasiada tarea un lunes por la mañana. El timbre sonó a 8:10 y todos salimos en una estampida humana. Ricky y yo corrimos rumbo al gimnasio, para Educación Física… Bueno, más bien, él flotó. Como en toda escuela de todo el mundo, nos cambiamos a velocidad del big bang preparándose para que naciera el universo, porque el profesor es siempre un miserable intransigente que te hará sudar todas las calorías del mes. Comenzamos con calentamiento y terminamos jugando quemados. Ricky intentaba moverse sin éxito. El hecho de ser fantasma no lo salvaba de ser un nerd y, como todos los de su especie, era un tronco petrificado para los deportes. De hecho, un ent de El Señor de los Anillos sería más ágil que él. Ricky era alto, de complexión delgada y usaba unas gafotas de armazón negro, con una graduación que seguramente le permitía ver los cráteres de la luna. Como parte de su estilo personal, era el único estudiante que usaba corbata de moño. Me imagino que quería presumir que tenía estilo propio, pero se veía ridículo. Un hedor a putrefacción cubrió todo el gimnasio. Era una peste que se metía por tus fosas nasales e iba
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acompañado de moscas. Algunos intentaron averiguar de dónde provenía, pero Ricky, Bazphemir y yo ya conocíamos de antemano su origen. Por el gimnasio se paseaba un muchacho de cabello castaño, vestido con un andrajoso uniforme escolar, compuesto por pantalón gris, camisa blanca, saco azul marino y corbata a rayas moradas y rojas. Tenía la quijada dislocada y le faltaba un ojo. Por su cuerpo corría una rata. Murmuraba palabras ininteligibles, se movía con el cuerpo encorvado e infructuosamente intentaba espantar moscas con unas manos de dedos flojos. Era Matthew, el zombi de la escuela. De súbito, un balón voló y le golpeó la cabeza, que por poco se desprende de su cuerpo. Escuché la voz jubilosa y burlona de Ricky: —¡Quemado! —Eres un abusivo, te metes con los que puedes. —Me caen mal los zombis. Desde el video de “Thriller”. Que se largue de esta serie. Si no somos The Walking Dead. —¿Y te atreves a quejarte de la discriminación? Si serás hipócrita. El resto de la clase no me costó ningún trabajo realizar todos los ejercicios y ser el mejor jugador para cualquier deporte que el profesor sugiriera. Es lo bueno de vender tu alma al diablo por convertirte en un alumno modelo: nada se te dificulta. Todo es para ti lo más
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sencillo. Estoy seguro que muchos estudiantes ofrecerían su alma con tal de no repetir un semestre, con tal de no ver una materia reprobada en su boleta, con tal de ser la envidia y la admiración de todos sus compañeros y con tal de tener el privilegio de cerrarle la boca a los profesores con sus conocimientos, mientras no hacen otra cosa salvo sentarse en el último pupitre de la esquina del aula y bostezar, desnudando mentalmente a la compañera más apetitosa. Terminamos la clase agotados. La siguiente del día era Literatura. Para ser sinceros, odiaba esa clase. Nunca he sido lo que se dice un gran lector, y lo peor era que me tocaba compartir el aula con Marycarmen, la bruja cubana. Creo que eso nos pasa a todos los hombres: cuando compartimos espacio con la mujer a la que le declaramos nuestro amor y ella nos mandó al carajo diciendo que “nos quería como amigos”, es inevitable sentir incomodidad, miedo, ira y erecciones involuntarias. A mi lado se sentó Ricky y Bazphemir. Como siempre, el segundo se la pasaba callado, cumpliendo el más insignificante de mis deseos, mientras que el primero no paraba de hablar. Su voz, con un tono ligeramente afeminado, era una maldita grabadora en reproducción continua. El tiempo se paralizó para mí cuando entró en el salón Marycarmen. Su cabello negro azabache era largo, llegaba hasta su cintura. Vestía totalmente de blanco y un paliacate del
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mismo color le cubría la cabeza. Llevaba una falda que se ondeaba como por arte de magia (¡literalmente!) y permitía ver unas piernas firmes. No usaba ropa interior, y nunca lo había hecho, por lo que no dejaba tiempo ni espacio para la imaginación. La gran ventaja de ser bruja y poseer poderes mágicos es que creaba un aura que hacía que todos la vieran como un varón. Otra ventaja es que el conjuro creaba una ilusión que hacía parecer que usaba uniforme. Carajo, no usar uniforme es un privilegio que pocos se permiten. Se sentó al lado de Ricky y le saludó con un beso en su fantasmal mejilla. Como toda mujer, se sentía en más confianza con su querido amigo gay. Al amigo heterosexual del amigo gay ni siquiera lo saludó. —Hola —susurré. —No vas a creerlo, Ricky, monada. Me encontré al ridículo de Javier y ya sabes: sus comentarios machistas, como siempre. Que una mujer no debe estar aquí porque es un lugar de puros hombres y que mis hechizos de santería son cosa del diablo y ya sabes, todo eso que siempre dice. Yo lo que hice fue lanzarle un maleficio a nombre de Obatalá. Uy, lo hubieras visto. El pendejo se tropezó y se cayó por las escaleras. Además yo ando estresadísima, con los exámenes y aparte ya sabes, ando en mis días.
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—¡Nooooo! —exclamó Ricky, llevándose las manos a la boca, tapándosela y alzando las cejas: Expresión Universal Del Marica Que Escucha Atentamente A Su Amiga. Bazphemir se encargó de soplarme las preguntas que formulaba la profesora. Agradecía a todos los círculos del infierno por tener un demonio guardián en una clase que me inspiraba tanta flojera. Ricky, por su parte, no paraba de hablar. Era un ratón de biblioteca, de modo que aquella era su clase favorita. “Hemingway, blah, blah blah, Adiós a las armas, blah blah blah, El viejo y el mar, blah blah blah, París era una fiesta blah blah blah, vivió en Cuba, de donde viene mi compañera… digo, sí. Compañero. Perdona, es que se me olvida”. Antes de que Marycarmen insultara a Ricky por su metedura de pata, lo salvó la campana gracias al sonido del timbre. La siguiente hora la teníamos libre. Salimos a los jardines de la Academia. Ricky llegó en cuestión de segundos, pues sólo tuvo que atravesar los muros. Los jardines eran hermosos. Se extendían a lo largo de miles de hectáreas y estaban rodeados por los pantanos de Louisiana. Entre enredaderas, lagos y lodo había campos de pasto verde intenso y árboles centenarios. En su momento, habían servido para que los enfermos mentales se relajaran después de sus terapias de electroshock y los cocteles de medicamentos que los dejaban convertidos en unos vegetales pasados. Ricky y yo nos recostamos en
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el pasto mientras veíamos pasar a un enfermero traslúcido que llevaba a una mujer de cabello seboso. Las figuras se perdieron entre la niebla que rodeaba la escuela. —Me pregunto qué habrán dejado inconcluso en sus vidas, pobres estúpidos —comenté, como cualquier cosa, sin darme cuenta que había lastimado los sentimientos de mi amigo. Ricky era un muchacho triste, que tendía a la depresión. Todos los fantasmas, sin excepción, tienen ese perfil de su personalidad. De otro modo, no hay explicación posible respecto a por qué decidieron quedarse en este plano mortal de mierda cuando bien pudieron irse a un lugar mejor. Todos los fantasmas son seres inconclusos, son un rompecabezas con piezas faltantes. Cuando Ricky estaba vivo, la década de los ochenta estaba en pleno apogeo. Hasta el día de hoy tiene ese peinado de copete elevado gracias a vaciar todo un bote de aerosol en su cabeza. Mi amigo fue de los pocos jóvenes abiertamente homosexuales en una escuela privada y abiertamente homófoba. A él no le importaba que supieran sus preferencias. Constantemente hablaba del Stonewell Inn, bar en Nueva York que comenzó en todo el mundo el movimiento de liberación gay. Colgaba en la puerta de nuestro dormitorio la bandera del arcoíris y no dudaba en burlarse de los homosexuales de closet y reprimidos sin ningún pudor. Tres de ellos lo asediaron a niveles
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inhumanos: desde quemar sus útiles escolares hasta apalearlo durante veinte minutos. Las cosas se salieron de control cuando tuvo el mal tino de bailar “Like a virgin”, de Madonna, arriba de una mesa de la cafetería y al son de la canción decir que los tres acosadores homofóbicos eran igual de maricones que él. Así que ellos esperaron a que anocheciera para llevarlo a la sala de calderas y lo acuchillaron, enterrando palos de escoba rotos en su espalda y trasero. El pobre Ricky murió desangrado. Como si la historia no pudiera ser lo bastante
trágica,
sus
padres,
al
enterarse
que
su
hijo
era
homosexual, no quisieron que se investigara a los asesinos, pues que se hicieran públicas sus preferencias podía comprometerlos y significaba una verdadera vergüenza. La noche posterior a su entierro Ricky comenzó a vagar por los corredores de la escuela. No dejó ni un segundo en paz a sus acosadores, de modo que tuvieron que darse de baja. A partir de ese momento, Ricky juró que no descansaría hasta que no se discriminara a nadie por su preferencia sexual, credo religioso, etcétera, etcétera. —Muy idealista tu promesa, nunca vas a descansar —le dije. —Oye, eso es asunto mío. Los dos permanecimos en silencio. Me di cuenta, demasiado tarde, que había herido sus sentimientos. Sin decir una palabra caminamos de vuelta a clases. Lo bueno de tener un mejor amigo es
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que en cuestión de minutos ya se perdonaron sus mutuos errores. Después de todo era mi compañero de dormitorio. Mi madre me preguntaba si no me daba miedo que lo fuera, y yo le respondía que no sé si se refería a su preferencia sexual o a que era un ánima, pero no me importaba. Podía burlarme de Ricky de ocho maneras, pero era mi mejor amigo y lo quería como a nadie más en la academia. Siempre dije que mis mofas eran por su condición de nerd, no por su homosexualidad. —¿Burlarte de ocho maneras? —Sí, Ricky: de ocho maneras, pero el número ocho acostado horizontalmente. ¿Entiendes? —y le daba un zape que no impactaba porque era traslúcido e intangible. Nos dirigimos a la cafetería. A la entrada estaba un muchacho pelirrojo con lentes de pasta y una playera que mostraba el rostro de Albert Einstein y la frase “It always seems to me that man was not born to be a carnivore”. Repartía volantes sobre el problema de la carne y las virtudes del vegetarianismo. Como muchos activistas de su clase, era una contradicción andante: cuando se convertía en lobo era uno de los más temibles carnívoros de la naturaleza. David, el licántropo de la escuela, defensor de los derechos de los animales por derecho propio. ¿Puede haber algo peor que un hipster? Sí: un hipster que se convierte en un lobo gigante.
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—Ricky, Fausto, buenas tardes. Estoy reuniendo firmas para que sirvan comida vegetariana en esta cafetería. —Debes estar loco si crees que firmaré para no volver a probar una hamburguesa y atascarme con tu insípida comida orgánica, chico lobo hipster —dije, mientras mi amigo se reía a carcajadas. El activismo de David era el escalón más alto en la escalera del activismo ridículo. Hay quienes defienden cigotos diciendo que son seres vivos y se llaman a sí mismos antiabortistas, y hay quienes, como él, lo hacen para llenar un vacío en su vida: el vacío de no ser común y corriente. David nació con la maldición de la licantropía desde niño, pues su familia la tiene desde hace años, cuando una gitana maldijo a su tatarabuelo. Muchos estudiantes necesitan atenciones
especiales
al
asistir
a
la
escuela
debido
a
una
discapacidad. Hay quienes se inyectan insulina y moderan el consumo de dulces para controlar su diabetes, hay quienes deben sentarse en un lugar especial debido a que se mueven en silla de ruedas, pero David debe encadenarse las noches de luna llena o de lo contrario se hará daño o nos hará daño. Para él es muy difícil tener que perderse de noches de fiesta y borrachera cada que la luna brilla en su máximo esplendor. Supongo que eso lo ha convertido en un activista, sólo así sublima padecer su enfermedad, porque él llama así al hecho de convertirse en lobo: “mi enfermedad”. “Estoy enfermo de
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licantropía”. Por lo general es un muchacho normal, pero siempre tiene que estar pendiente del calendario lunar, y una noche antes del plenilunio lo encadenamos en su dormitorio y le ponemos un bozal. Para el pobre David es humillante, mas debemos ver por nuestra seguridad. Nos guste o no, es peligroso, al menos durante una noche. Ricky, Bazphemir y yo nos sentamos a comer algo. Matthew se arrastró por la cafetería y tiró una pila de charolas, después salió emitiendo gruñidos. A veces pienso que deberíamos matarlo de nuevo para que ya no sufra. Minutos después de que diera el primer bocado a mi deliciosa hamburguesa —acto que David consideraba homicidio culposo—, llegó Marycarmen y se sentó frente a nosotros. Llamó a Ricky “hermana” y los dos rieron como idiotas. David se sentó minutos después, colocando sobre la mesa sus volantes de animalistas, que también mostraban cómo tratan a los pollos en KFC. Estuvimos charlando, riendo, como todos buenos amigos durante el descanso en la escuela. Nada podía arruinar nuestra felicidad y jovialidad. Entonces me di cuenta que hablé muy pronto: nos acompañó a la mesa el idiota de Javier. —¿Quién te invitó a sentarte, Sor Presa? —dijo Marycarmen. —Ya llegó Dominique nique nique pobremente por allí —cantó Ricky.
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—Hola, fenómenos. Me refiero a fenómenos porque son dos chicanos, un hipster y un marica. Además de que son monstruos, pero eso ya lo sabemos. Javier llevaba un manual de exorcismos y una medalla de San Benito. Javier era mexicano, originario de un pueblo en el estado de Guanajuato, uno de los lugares más conservadores de su país. Como todos sabíamos, había sido infiltrado por la Iglesia Católica para acabar con las manifestaciones sobrenaturales de Matheson, así como con todos los que no fuésemos normales. Prácticamente desde su fundación, Matheson sufría el asedio y hostigamiento de la Iglesia Católica Apostólica Romana, Cagada y Marrana. No es que fuésemos especiales: el Vaticano quiere acabar con todo lo que sea diferente y que no apoye sus ideales. Supongo que por eso ha durado tantos siglos: la Puta de Babilonia sabe ante quien arrodillarse.
Lo
cierto
es
que,
aunque
como
institución
es
increíblemente poderosa, no todos sus adeptos son tan astutos como Rodrigo Borgia. Hay quienes son maquiavélicos como Pio XII, quien siempre apoyó a Hitler y cuando la Segunda Guerra Mundial terminó negó toda relación con él. Hay sacerdotes como Marcial Maciel, quien puede violar a cientos de niños y salir impune. Hay en la Iglesia auténticos genios de la maldad y el maquiavelismo… y bueno… están
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seminaristas como Javier, quien se esfuerza, aunque sus resultados no son muy notables. Javier era algo obeso, usaba barba de candado (debido a que era lampiño, parecía tener un montón de hilos de cáñamo adheridos a su barbilla) y se peinaba como un champiñón humano, ese look tan de moda usado por los niños de la época victoriana. Nunca se separaba de su medalla de San Benito, que se usa para los exorcismos y alejar los malos espíritus. Aquel fetiche era su amuleto regalado por el Padre Arnoldo, su superior. El rostro de Javier demostraba que le faltaba una buena sesión de sexo, aunque fuese masturbación. Su aspecto era solamente el preludio a su personalidad patética: en sus ratos libres escribía para un portal de noticias católicas, llamado “Zona Santa”. El pobre creía que exponiendo todo lo que hacíamos en Matheson se haría pública la existencia de los monstruos, pero como jamás había logrado tomarnos una fotografía afuera de la escuela, los internautas creían que era una mentira más de la Iglesia, como la Sábana Santa, Juan Diego y la Virgen de Guadalupe, la Virgen de Fátima o que los curas no violan niños. Su superior lo envió a Matheson Academy para destruir el lugar realizando un exorcismo, pero hasta el momento lo único que había logrado era insultarnos y convertirse en nuestro blanco de bullying. Eso es lo que muchos
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psicólogos no han señalado sobre el acoso escolar: que muchos pendejos se lo buscan. Ricky arrancó la medalla de San Benito de su cuello y la arrojó hasta una lejana mesa de la cafetería. Insultos en cajun (dialecto de Nueva Orleáns), inglés, español y francés no se hicieron esperar cuando el sagrado objeto cayó en medio de un vaso de Dr. Pepper. —Eso que hacen es pecado. —Nosotros somos criaturas hechas de puro pecado, papirriqui —dijo Marycarmen—. Tan es así que mi religión mezcla la tuya sin ningún problema, porque lo hicimos siglos antes de la existencia del copyright —miró fijamente a Javier y susurró—. OMi tuto,Ona tuto,tuto laroye, tuto Ilé, Eshu Agogo, Eshu Alagguana, Eshu Agotipongo, Eshu Ayomamaqueño, Moyubao Iyalocha Moyubao Iyabbona. Quincamanché Camaricú, Cama Omó, Cama Ifi, Cama Oña, Cama Ayaré… En instantes, él mismo cerró su puño y se comenzó a autogolpear hasta sacar sangre de su nariz. —Como en El Club de la Pelea —comentó David. —A mi me recordó más el video de “Becoming Insane” de Infected Mushroom —puntualicé. —Es un sadomasoquista. Qué enfermizas perversiones tienen los seminaristas católicos —dijo Ricky—. Al rato lo veremos violando niños.
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Mientras Javier caía al suelo y no paraba de golpearse, todos nos carcajeamos de su lamentable persona y salimos de la cafetería para caminar por los pasillos de la escuela. Matthew se arrastró por algún lugar de los pasillos. Algunos eran tan estrechos que teníamos que caminar de lado, y otros tan amplios que cabíamos diez estudiantes. Habían sido construidos así para que los enfermeros pudieran mantenerse alejados de los locos peligrosos. —Creo que debería hacerle una mamada, no quiero imaginar la serie de traumas que le voy a generar si una santera cubana se la chupase. Sentí como si me inyectaran lava en las venas. Como si me enterraran agujas en cada uno de mis poros. Como si mi cerebro tuviera gas zyklon-B. Propiné un puñetazo a un casillero y lo dejé abollado. —¡No deberías decir eso ni de broma! Estás denigrando tu decencia como mujer. —Era sólo una broma, Fausto. No seas melodramático. —¿Quieres que no sea melodramático? ¡Estás hablando como una vil puta! Además, hacerle un blowjob a ese idiota… Mejor se lo encargamos a Ricky y así tus labios pueden quedar intactos. —¿A mí por qué me involucran en sus juegos sexuales? — preguntó el aludido—. Mejor acepta que Marycarmen no te quiere.
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Bazphemir se quedó callado, mientras que David soltó una sonora carcajada que asemejó más al gruñido de un lobo. Ricky, Marycamen y yo nos quedamos mirando, con tanta tensión que ni siquiera los espíritus que habitaban la escuela pudieron igualarla. En cuanto Bazphemir y el joven lobo la percibieron, el primero se esfumó en una nube de azufre y el segundo dijo que tenía cosas de vital importancia que hacer, como cortarse las uñas de los dedos de los pies, que ya estaban creciendo y parecían garras lupinas. Los tres nos quedamos mirando. Ricky a mí. Yo a Ricky. Ambos a Marycarmen. Marycarmen a nosotros. El silencio incómodo es el más fuerte de los ruidos. Sonó el timbre para la siguiente clase. Los tres no dejábamos de mirarnos. Pasamos el resto del día sin decir palabra. El sol se ocultó y, como suele suceder en todos los lugares embrujados, los fenómenos sobrenaturales aumentaron. Los muros de los dormitorios sangraban, en los jardines flotaban esferas de luz, se escuchaban alaridos de mujeres, llantos de niños e insultos de hombres. Las puertas se abrían y cerraban solas. Me senté en mi cama y saqué de un libro de texto una bolsita con marihuana y papel arroz. Comencé a forjar un porro. Le ordené a Bazphemir que apareciera y me diera fuego. En ese momento creó
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una esfera flamígera que en cuanto encendió el porro se apagó. Dijo que no quería usar por mucho tiempo esa habilidad, pues no tenía suficiente experiencia, y no quería que acabáramos incendiándonos. Poco después apareció Ricky atravesando el suelo y mi cama. Se quedó flotando hasta la cintura. —¿Me das una fumadita? —No te doy nada, maldito hijo de puta. Judas de mierda. Traidor. Maldita aberración de la naturaleza. Sodomita asqueroso. —Ay, ándale. No seas así. Y esos comentarios homofóbicos los haces porque estás enojado porque grité que Marycarmen no te haría caso ni aunque estuviéramos en el apocalipsis zombi… sin agraviar a Matthew. —Ya no quiero ser tu amigo —dije en un tono inevitablemente infantil. En vez de enfadarse, Ricky se rió y me arrebató el porro. Como era de esperarse, sus fantasmales pulmones no lograron dar golpe alguno. Aun así fingió sentirse high. Marycarmen tocó a la puerta de nuestro dormitorio. No tenía otra prenda salvo el brassiere y le pidió al
único
homosexual
de
la
habitación
que
por
favor
se
lo
desabrochara. Un par de senos mulatos, hermosamente redondos, me miraron. No entendía por qué si tenía poderes mágicos entraba a
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nuestro dormitorio a pedir que le quitaran una prenda. A mi juicio, buscaba castigarme excitándome. Matthew entró a la habitación, arrastrándose, y en cuanto chocó con un muro salió por donde vino. David entró en cuanto olió la marihuana y supo que su amiga tenía las tetas al descubierto. Le pidió el porro a Ricky y le dio una fumada, luego se lo roló a la bruja cubana. En minutos, la nube de cannabis cubrió mi dormitorio y el de Ricky. Estábamos disfrutando de un maravilloso viaje cuando tocaron a la ventana. Nos encontrábamos en un quinto piso, de modo que sólo de alguien podía tratarse. —¿Quién le abrirá a Stan? Yo paso. —Paso —dijo David. —Paso —dijo Marycarmen. —Paso —advirtió Bazphemir—. Yo soy esclavo de Fausto y de nadie más. —Okay, okay, okay —exclamó Ricky con tono ofendido, quien de mala gana flotó hasta la ventana—. Que vaya el marica. ¿Verdad? Siempre, siempre tiene que hacer todo el marica. —Corta el rollo. No es porque seas gay, Richard Whale —dijo David—, sino porque eres un empollón, un nerd, un matadito. Un bookworm.
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Stanley Dubois entró volando y se sentó en el suelo. Llevaba una mochila negra y una camisa azul neón, pantalones de vestir negros y mocasines. Ni siquiera pidió marihuana. Sabía que sus pulmones y su cerebro estaban tan muertos como todo su organismo. Nos dijo que había viajado a Ibiza y volado en un par de noches. También que no encontró víctimas en una fiesta rave que duró una semana, por lo que tuvo que matar mucha gente para beber su sangre y seguir con la fiesta. Entretanto, lo pusimos al tanto de las actividades del día y de qué forma terminó el roce con el idiota de Javier Alexandros. Stan era el mayor del grupo y, por lo tanto, a quien siempre le pedíamos consejos. En toda camarilla de preparatorianos siempre hay alguien como él. El experto, el que tiene más experiencias de vida y enseña a los menores desde cómo ponerse un condón hasta cómo empatizar con un profesor intransigente. Por fortuna para nosotros, Stan era más viejo no por meses ni años, sino por siglos. —No creo que valga la pena pelearse entre ustedes. Son un grupo inseparable. Son los monstruos oficiales de Matheson Academy —dijo al momento que abría la mochila y sacaba a un gato callejero al que le arrancó la cabeza sin esfuerzo alguno y bebió su sangre como lo haría un niño con un helado de cereza. Después, arrojó la cabeza y el cuerpo por la ventana—. Yo creo que deben darle una lección a ese
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imbécil de Javier. Deben llevar el bullying hasta sus máximas consecuencias. Todos nos quedamos mirando, produciendo un silencio aun mayor que el de la tarde. En cuanto el efecto de la marihuana se hizo más fuerte, decidimos irnos a dormir. Stan salió por la ventana, informando que viajaría a San Francisco, pues para él la noche era joven y eterna. Marycarmen y David salieron de nuestro dormitorio y nosotros apagamos las luces y nos acostamos. El resplandor azul neón que producía Ricky no me afectaba, aunque las primeras noches me produjo insomnio. Mientras dormía, pensé en Richard Matheson. En vida fue uno de los escritores de fantasía, ciencia ficción y terror más importantes que han existido. Tanto, que su impacto marcó la literatura de terror y a escritores como Stephen King, quienes reconocen su influencia y legado por encima del de Edgar Allan Poe. Matheson nació en 1926. Era hijo de inmigrantes noruegos y, después de cumplir su servicio militar durante la Segunda Guerra Mundial, ejerció el periodismo; pero su auténtica vocación en la vida no era ni el ejército ni los medios de comunicación, sino la literatura. Su cabeza con coronilla calva y su barba blanca crearon muchas de las más memorables historias de terror del siglo XX, que fueron adaptadas a la pantalla
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chica y grande. Uno de los cuentos más destacados fue “Pesadilla a 20,000 pies”, que trata sobre un hombre con serios problemas mentales que viaja en avión y le toca el asiento del lado del ala. Con horror, descubre que hay un gremlin destruyendo la nave. El cuento fue adaptado para un capítulo de Dimensión Desconocida y parodiado hasta en Los Simpson… Pero sus novelas fueron las que le dieron más fama. Soy leyenda, que trata sobre un hombre en un mundo en donde toda la humanidad se ha convertido en vampiros. La novela Ecos Mortales renovó el tema de las casas embrujadas y Más allá de los sueños, convertida en película protagonizada por Robin Williams, es una bella historia de amor y la actualización de La Divina Comedia. El impacto de Richard Matheson para los realizadores del género de terror es tan grande que es costumbre nombrar en su honor lugares en sus ficciones: en el videojuego Silent Hill hay una calle con su nombre, y en la serie televisiva Expedientes Secretos X aparece un senador llamado Richard Matheson. El autor falleció en 2013, dejando uno de los legados más importantes de la literatura macabra. Ignoro si el nombre de Matheson Academy es en su honor, pero vaya que en mi querida alma mater los fenómenos paranormales y los monstruos que en ella estudiamos le hacemos justicia.
a
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ACTO II Pregúntale a cualquier alumno de preparatoria del mundo si vale la pena vender su alma al diablo a cambio de no ser el último al que elijan a la hora de formar equipos de futbol en la clase de Educación Física, aprobar todas las materias con “sobresaliente”, caerle bien a todos los maestros, ser amado por casi todos tus compañeros, memorizar fechas y datos para la clase de Historia y resolver ecuaciones en minutos, y la respuesta será un firme y segurísimo ¡CLARO! Como toda acción precipitada cuando se es joven, no se piensa en el futuro lejano. No quiero ser moralista ni convertir esto en un sermón de superación personal, pero todas esas desveladas, todas esas borracheras, todas esas noches manejando a toda velocidad en estado de ebriedad, tienen sus consecuencias cuando se es adulto. A los 17 años no piensas en ello, sólo quieres vivir el momento. Por eso, vendí mi alma al diablo sin advertir las consecuencias. Cuando Bazphemir me mostró la clase de torturas a las que me sometería durante toda la eternidad, pregunté si era posible cancelar el pacto. Recuerdo que esa noche realizamos un viaje astral rumbo al
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Infierno, para ver cómo sería mi eternidad, repitiendo el mantra Spiritu duce, in me est. Deduc me in tenebris vita ad extremum, ut salutaret inferi. ¡Descensum! tantas veces que me lo aprendí de memoria. Aparecimos en una casita de una sola planta, con una sola ventana. Había una mesa, una cama y nada más. La puerta era de madera. Bazphemir me dijo que era su casa. Mientras los demonios de mayor rango vivían en las ciudades más importantes del Averno, como Dite o Pandemonium, y algunos incluso tenían una casa de playa a orillas de los ríos Aqueronte, Cocito, Estigia y Flegetonte, él debía conformarse con dormir en aquel chiquero debido a su rango inferior. Recorrimos la sala de recepción del infierno. Lo primero que me mostró fue a un demonio torturando al alma de un anciano con la Cuna de Judas, el instrumento de tortura medieval que consistía en una pirámide de acero forjado y sobre la que se colgaba, atado de manos y pies, a la víctima, para dejarle caer justo en el ano. Se dice que el instrumento fue creado por el abogado boloñés Ippolito Marsili. El anciano no dejaba de gritar, mientras que un demonio que fungía como verdugo gozaba sosteniendo la cadena y dejando que el ano de su torturado se desangrara.
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—Esta será tu primera tortura, es la más leve, la de los novatos —dijo Bazphemir. No estarás allí durante mucho tiempo, así que no te aflijas. —¿Cuánto es ese poco tiempo? —Poquito. —¿Cuánto es “poquito”? —Como unos doscientos años. Regresamos al plano de los vivos y estuve temblando durante dos semanas. Le repetí como cien veces a Bazphemir que quería romper el pacto, pero era imposible. Finalmente, acepté mi destino, aunque apenas tenía toda mi vida por delante, de modo que hice lo que cualquier adolescente que sabe que tiene los días contados: me dediqué al desmadre y la diversión. Supe que a partir de ese momento ya no tendría que soportar humillaciones de nadie. Que ser un chicano en Estados Unidos no era motivo de discriminación ni una justificación para sentirme inferior a otros. Sí: había vendido mi alma… pero tenía una inteligencia privilegiada, un cuerpo envidiable, era guapo, era talentoso y, en pocas palabras, me había transformado en la versión satánica de Ritchie Valens. La vida de un adolescente que ha vendido su alma al diablo es muy distinta a la de un adulto. Los adultos por lo general se dedican al estudio, esperando encontrar las verdades del universo,
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como mi tocayo Fausto, el de Goethe. Otros, se dedican a vivir entre fiestas y hacer negocios que siempre les salen bien. Yo saboreaba éxito tras éxito que ningún estudiante se puede permitir. Era el arquetipo del chico popular, ese Popular Guy que el Urban Dictionary de internet define como “Super cocky, jerky males who date a different girl every week, and hit on and get hit on by girls two grades ahead of him. Usually wears skater clothes but doesn't skateboard, and is talked about by everyone”. Nunca fracasaba. Nunca reprobaba. Nunca era víctima de acoso. Triunfaba en soccer, baseball, atletismo, Matemáticas, Física, Química… En fin, lo único malo era que no le importaba a Marycarmen, porque todos sabemos que la magia negra puede darte todo excepto el amor verdadero. —¿No crees que vendiste tu alma por muy poco? —me preguntó Ricky una ocasión. —Jódete. —¡Está bien, está bien! ¡Yo sólo preguntaba! Sin embargo, pese al carisma y la popularidad, siempre hay una serpiente en el Edén. Siempre hay un agente infiltrado, nunca falta el resentido que te odia y envidia. Javier era justamente esa clase de persona. En Matheson somos monstruos, pero el peor monstruo será siempre el ser humano común y corriente. Javier se encargaba de divulgar nuestra vida personal en una página de noticias de internet
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financiada por el clero, llamada “Zona Santa”, uno de esos portales tendenciosos y de derechas, como tantos que hay en la red y tienen una visita cada diez años… El problema era que Javier se encargaba de hacer público todo lo que hacíamos en la academia. Era una especie de Pérez Hilton del mundo sobrenatural. Para nuestra fortuna y su infortunio, nadie del mundo exterior tomaba en serio que en una escuela estudiara un fantasma gay, un hombre lobo hipster, una santera que podía cambiar su sexo, un chico popular que vendió su alma al diablo, un zombi de 16 años y un vampiro puberto. Pobre Javier. Nadie le hacía caso. Ni dentro ni fuera de la academia, ni en Facebook, ni en Twitter, ni en HI5, esa red social que sólo es usada por los chinos y los perdedores como él. Jugaba a ser periodista de derechas, pero era como tantos blogueros que escriben y nadie les hace caso, porque la gente prefiere descargar pornografía. Aunque era molesto para nosotros, pues se mofaba de los ideales de David, de las preferencias de Ricky, de la religión de Marycarmen y de todo cuanto le fuera posible. Javier había nacido en Acámbaro, un pueblo del estado de Guanajuato famoso por hornear pan y nada más. Supongo que su madre horneaba bolillos y en sus ratos libres se prostituía entre la masa y la harina para luego ir a misa, donde después de coger con un sacerdote tuvo a su pequeño bastardo, quien, cuando tuvo edad suficiente, ingresó al seminario
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porque no era nada más que un pobre lacayo que obedecía órdenes de sus jefes del alto clero. Ingresó a la orden de San Karras, y le asignaron destruir Matheson Academy. —¿Me elige por mi talento, padre Arnoldo? —No. Tú no tienes talento alguno. Te asignamos esta tarea porque nadie en la orden tiene aspecto de un muchacho de 17 años. Acaba con Matheson Academy, y quizá subas de rango y yo deje de sodomizarte para conseguirme a alguien más joven… como de seis años. Era común ver a Javier con su manual de exorcismos intentando acabar con los fantasmas de los enfermos mentales, pero jamás tuvo éxito. Un buen exorcista debe tener experiencia, conocimientos y hablar latín. Javier con trabajos sabía ponerle comas a sus tareas escolares. Ante el fracaso como exorcista, se convirtió en bloguero con pretensiones periodísticas. Para su desgracia, los internautas lo veían como un escritor muy imaginativo, no como un informador que estaba divulgando la existencia de lo sobrenatural en el mundo. Después de todo, no tenía pruebas de nosotros en lugares públicos. Matheson Academy nos cuidaba, nos cubría. En su interior éramos libres de ser como queríamos ser, a diferencia del mundo real. Javier era el típico lambiscón de los profesores. Aquel alumno al que todos queremos odiar. Aunque jamás había destacado, se la pasaba
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estudiando y cumpliendo las órdenes de sus superiores. Era el estereotipo del arrastrado que sabe que carece de talento y, por lo tanto, entiende que llevarse testículos y vaginas a la boca de sus superiores le permitirán sobrevivir en un mundo competitivo. —Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados —decía siempre que le recriminábamos algo. —La justicia es un término muy subjetivo, idiota. —No debatas con ese santurrón, Ricky… Aquella tarde era miércoles, de modo que decidimos escaparnos de pinta a Nueva Orleáns, ignorando el toque de queda, que era a las 8:00 en punto. La ventaja de ser un monstruo e irse de pinta a una ciudad así es que no llamas la atención de nadie. Nos pusimos de acuerdo para reunirnos en mi dormitorio y el de Ricky. Para su desgracia decidimos llevar con nosotros a Matthew. “Odio a los zombis”, masculló entre dientes. —Oigan… ¿Alguien trae coche? Nueva Orleáns está a quince kilómetros de la Academia… —No necesitamos coche, papi. Yo tengo los Guerreros y la mano de Orula, lo que significa que soy santera iniciada. Marycarmen dibujó unos símbolos en el suelo e invocó a Ochosi, deidad que en la santería es el garante de la libertad y que te protege de los enemigos (Ochosi Olugba ni gbogbo na oda ati aricha cheche ode
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mata si mi ati gbogbo omá uile funci okán…). En cuestión de minutos nos vimos envueltos en una nube de humo de colores amarillo y azul. Cuando se disipó, ya no estábamos entre las dos camas, el librero, el escritorio, las laptops y las mochilas, sino en la mismísima Bourbon Street, una de las calles más transitadas de Nueva Orleáns. Lo maravilloso de tener poderes mágicos es que las pintas son así de excepcionales. Comenzaba a caer la noche. En el cielo pudimos ver la luna en quinto octante. David la miró, aterrado, alzando su pelirroja cabeza y sus lentes de pasta. Sabía lo que eso significaba. Todos lo sabíamos, pero no quisimos comentarlo. Hay que tener tacto con personas enfermas. No se habla de caramelos con diabéticos ni que “el sida es la enfermedad de los pendejos que no usaron condón” con gente con VIH. Tampoco de luna llena con gente que tiene la maldición de la licantropía. —Oigan,
mejor
vamos
a
divertirnos
—dijo
Ricky.
Todos
estuvimos de acuerdo. También yo lo estuve, así que le pedí a Bazphemir que se fuera de regreso a la escuela y que me hiciera todas las tareas pendientes. Nueva Orleáns es conocida como la ciudad más embrujada de América. La cuna del vudú y la magia. Un lugar maravilloso para gente como nosotros. En las calles, la gente bebía en la vía pública a la vista de los policías. Bailaba y cantaba jazz. Los bares se
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encontraban a rebosar de gente. Confeti con los colores oficiales de la ciudad (dorado y negro) nos cubría. La flor de lis brillaba en letreros de neón, grafitis, placas de metal, estandartes y equipos de futbol americano. “La marcha de los santos” se escuchaba junto con piezas de Charlie Parker. Había afroamericanos, turistas de todo el mundo, franceses. La arquitectura de Nueva Orleáns se conoce como “casas de escopeta”, de estilo completamente francés. Entre cafés y bares, entre galerías de arte, locales de lectura de tarot y hechizos vudú, la gente no paraba de beber, fumar y ser felices. Nueva Orleáns es un ejemplo de la felicidad y el ímpetu puro: ha sido una ciudad que ha pasado por guerras, asesinos seriales, huracanes como el Katrina e incendios, y aun así se mantiene brillante y en pie. Caminamos (salvo Ricky, él flotó; y Matthew, él se arrastró) por los letreros de neón que anunciaban alcohol a excelente precio. Entre edificios españoles y franceses nos detuvimos a beber unas jarras de cervezas que no nos costó ni un centavo gracias a un embrujo que hizo Marycarmen. —Eres una au-tén-ti-ca perra, amiguita —dijo Ricky, y ella se rio y le besó su espectral, azulada y traslúcida mejilla. Marycarmen era el ejemplo del deseo de superación de muchos cubanos inmigrantes. Desde que nació en Miami, tuvo que trabajar
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en un McDonald’s, mientras se iniciaba en la magia santera. Conforme avanzaba en su preparación brujeril, buscó en la red dónde podría encontrar más personas como ella. Uno de los primeros resultados en Google fue el portal católico de noticias “Zona Santa”. —Ese Javier escribe como un lisiado mental, pero al menos me ayudó a descubrir que en Louisiana hay una escuela embrujada para gente como yo —dijo a su madre. —Pero es sólo para chicos, hija. —Mamá, somos brujas. Puedo hacerme pasar por hombre. Con embrujo de ensombrecimiento puedo hacer que todos crean que soy machito. —¿Y no estás orgullosa de ser mujer? No salí de Cuba para que sigas aguantando el machismo del maldito Fidel… —Madre, deja a un lado tu mierda feminista y anticastrista. Yo quiero estudiar con gente como yo, aunque todos sean hombres. Pese al enfado de su madre, Marycarmen ingresó a Matheson Academy. Desde que la vi quedé impresionado. Era una mulata hermosa. No creo que fuera debido a la magia, su belleza era natural. Bebimos cuatro jarras de cerveza y ya estábamos ebrios. Todos nos movíamos igual que Matthew, lo que nos pareció increíblemente divertido e hilarante. Todos salvo Ricky, quien no podía embriagarse debido a que era un alma en pene… o en pena.
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Caminamos por el Garden District, donde se encuentran la principales calles de la ciudad. En la esquina, nos esperaba la figura de un pubescente vestido completamente de negro, recargado en la pared, con el orgullo y la paciencia de quien se sabe eterno. —Where Y'at? —nos dijo Stanley, usando el saludo típico de la ciudad y su acento sureño—. No empiecen la fiesta sin mi. Todos
nos
reímos
y,
efectivamente,
seguimos
la
fiesta.
Recorrimos la catedral y los jardines, viajamos en tranvía y nos dejamos embriagar por la cerveza y la vida nocturna. Éramos jóvenes, éramos criaturas sobrenaturales y teníamos la noche: nuestra protectora, nuestra aliada. ¡Gracias, Nueva Orleáns, por aceptar siempre lo diferente, lo mágico! ¡Gracias por ser la ciudad donde lo sobrenatural es natural, y normal lo paranormal! No en vano es donde se desarrollan películas como Entrevista con el vampiro; es una urbe de magia pura. De reojo miré a Matthew. Como siempre, se arrastraba y balbuceaba frases ininteligibles. No me gusta usar la palabra “patético” para referirme a alguien diferente, pero caramba… Matthew lo era, y en demasía. En vida nunca fue un alumno destacado. Cuando se puso de moda en las escuelas de Estados Unidos comprar armas y hacer tiroteos para matar compañeros sin lógica alguna, padeciendo el síndrome de Amok, por allí de 1999, cuando cualquier
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loser desequilibrado tenía la mala costumbre de disparar a todos sus compañeros diciendo: “¡He sido su burla desde hace años, la próxima vez que me hagan daño piensen en este momento!” El problema, grandísimo idiota, era que si los matabas ya no podrían pensar en nada. Muchas escuelas del país se vieron envueltas en
la ola de
violencia, y Matheson no fue la excepción. Cuando aquel estudiante desequilibrado le disparó a Matthew, se encontraba con su Game Boy, jugando un juego del género First Person Shooter. Tal fue la ironía del pobre diablo. Lo enterraron en la misma escuela y, años después, quisimos resucitarlo con magia negra. Creíamos que sería una persona pensante y no el imbécil balbuceante que es. —Creo que tenemos que regresarlo a la tumba —le dije a Marycarmen. —Pero no sé cómo. —¿Cómo que no sabes? —gritó David. —No… solamente sé despertar muertos, no devolverlos a la tumba. ¿Quién crees que soy, Maléfica con el Necronomicón? No la chingues. —Tendremos que aceptarlo como es —auguró Stanley. —Yo no. Yo no acepto zombis. Me dan asco. No son ni un ser vivo ni un fantasma ni un no-muerto. Son sucios, apestosos, asquerosos. Todos llenos de larvas. En serio, los odio.
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Ricky es un ejemplo de la naturaleza humana: se queja de la homofobia pero él odia a Matthew. Esa contradicción es la viva esencia de la discriminación y el rechazo. Todos los seres humanos, vivos y muertos, la padecemos… pero también la practicamos. No nos gusta que nos discriminen, pero discriminamos a otros. — “No son ni una cosa ni la otra” –arremedé a Ricky, para regañarlo—. Lo mismo se dice de los homosexuales, que no son ni hombres ni mujeres. Mejor cállate y no te pongas la soga al cuello ni te muerdas la lengua que usas para hacer el sexo oral, Alma en Pene. Todos nos reímos aquella vez. Todos, menos Ricky. Seguimos vagando por la ciudad, seguimos bebiendo. ¡La noche era joven, carajo! Cuando eran las cuatro y media de la madrugada decidimos regresar a Matheson Academy. Stanley se retiró volando para seguir la fiesta en algún lugar del planeta donde todavía fuese de noche. Marycarmen, tan borracha como todos nosotros (salvo Ricky), nos hizo aparecer en la entrada principal, donde se lee en letras forjadas en hierro el lema de la escuela: NON OMNIS MORIAR. Con el alcohol en todo nuestro organismo, no podíamos mantenernos en pie. Nos tropezábamos, vomitábamos y nos reíamos cantando mientras se
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escuchaba la música de fondo, como en todo número musical de serie televisiva: Deep down in Louisiana close to New Orleans / Way back up in the woods among the evergreens / There stood a log cabin made of earth and wood / Where lived a country boy name Johnny B. Goode… Go go, go Johnny go. Go, Johnny B. Goode. Todos caímos en mi dormitorio, que sólo compartía con mi mejor amigo pero que era el centro de reunión de todos nosotros. Ricky encendió su laptop y checó su Facebook, frustradísimo por no poder embriagarse. El perfil de mi amigo era una foto escaneada de tiempos de los ochenta, sosteniendo la bandera del arcoíris en una de las primeras marchas gay de San Francisco, mientras besaba una foto de Harvey Milk. Permaneció casi media hora checando Facebook. Cuando de pronto se quedó callado y gritó: —¡LA PUTA MADRE! ¡ESTAMOS JODIDOS! ¡DESPIERTEN Y VENGAN A VER ESTO! El único despierto a esa hora era Bazphemir, quien no dejaba de hacer tareas. Se acercó a la pantalla y suspiró un “¡Por el Santo Lucifer!”
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Marycarmen, tambaleante, se levantó. El último fui yo. En cuanto miré la imagen proyectada en la computadora comprendí la preocupación de mis amigos. El portal de noticias mojigato del clero mostraba imágenes de nosotros vagando por Nueva Orleáns. A detalle, todas y cada una de ellas. MONSTRUOS EN NUEVA ORLEÁNS, decía. El texto de Javier, escrito
de
manera
infame,
detallaba
que
había
entidades
sobrenaturales en el mundo, y que la Iglesia Católica se encargaba de exponerlos. La prueba eran todas y cada una de esas fotografías. Afortunadamente, disponíamos de tiempo: prácticamente nadie en la WWW leía las soporíferas notas de Javier. Había que detenerlo antes de que la maldita noticia se hiciera viral. Las consecuencias de hacer público algo así podrían ser letales, porque lo que pasa en lugares embrujados, se queda en lugares embrujados. Salíamos bebiendo en bares de Carondelet Street, bailando en la acera de Bayou Road, Matthew se arrastraba en Canal Street, Ricky atravesaba el muro de los hogares de Tennessee Williams y Madame Delhpine LaLaurie y Stanley bebía la sangre de un caniche. El texto, narrado en primera persona por Javier, advertía que él vio cuando nos teletransportábamos de la academia a Nueva Orleáns, así que robó el coche de un profesor para llegar a la ciudad y ponernos en evidencia.
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—Creo que el que nos castiguen por haber salido sin permiso será la peor de nuestras preocupaciones —dijo mi amigo, quien no dejaba de ver su fotografía atravesando un muro. —Stanley tenía razón. Debimos tomar medidas desde el principio —dije. —Sí —dijo Marycarmen—. Llevar el bullying a sus últimas consecuencias. David se desperezó y miró la pantalla. Después de asimilar la situación, dijo: —Lo haremos mañana. Con una tranquilidad pasmosa, se fue a dormir.
a
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ACTO III La idea de que una escuela esté embrujada ha pasado por la cabeza de cualquier estudiante. Nunca falta el salón de clases embrujado, el profesor sádico que ronda por los pasillos al anochecer, el poltergeist que tira al suelo pizarras y libretas o el rumor nunca confirmado que la institución fue construida sobre un cementerio indio. La literatura y el cine siempre han sabido nutrirse de ese rumor, creando instituciones como Hogwarts en la saga de Harry Potter, la película coreana La Escuela Embrujada, todos los colegios de espantos en las novelas Escalofríos de R.L. Stine; o bien repletas de asesinos seriales, como le Preparatoria Woodsboro en Scream, la Hamilton High School en Prom Night o hasta con extraterrestres, como la Herrington High School en La Facultad. Para nosotros nada de eso es rumor ni el argumento de una película. Es la cotidianeidad. Originalmente fundada y construida como el Instituto Bloch para Lunáticos, a finales del siglo XIX, lo que ahora es mi alma mater nació para encerrar todo tipo de criminales y enfermos mentales. Desde el principio estuvo maldita: el personal no estaba capacitado y
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miles de enfermos murieron a causa de las torturas o inanición. En el interior de sus muros podías encontrar desde niños epilépticos hasta ancianas seniles, pasando por violadores múltiples, asesinos seriales o esclavas negras que en alguna plantación de Louisiana degollaron a sus amos y bebieron su sangre para un ritual vudú. Las ánimas en pena se acumularon como moscas en una dulcería al aire libre a tal grado que el estado de Louisiana decidió cerrar sus puertas: el número de espectros ascendía cada vez más y más, así que hubo que abandonarlo. Años después, se convirtió en una escuela cuyos directivos compraron a precio de ganga. Las celdas acolchadas se convirtieron en aulas (lo que no es gran diferencia, tomando en cuenta todo el desastre que uno causa en un salón de clases) y los enfermos mentales en estudiantes. Todo el interior se remodeló, salvo los fantasmas y los fenómenos paranormales, aunque preservaron las puertas de metal reforzado. Porque un fantasma nunca se va. Un fantasma es un recuerdo negativo. Una memoria que queremos olvidar. Un fantasma nunca se va. Aquel lunes fue un día normal de clases. Ricky quejándose y ligando muchachos homosexuales que no le hacían caso; David repartiendo volantes contra el maltrato animal y dando “like” desde su laptop a fotos de gatitos tiernos; Marycarmen haciendo ofrendas a
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las deidades yorubas; Matthew arrastrándose e intentando espantar moscas; Bazphemir contactando vía wifi diabólico al infierno para darme éxito; yo triunfando y siendo bateado por la mujer que sólo me quería como amigo; Stan se encontraba en algún lugar del planeta disfrutando de la eterna fiesta; y Javier, rezando, inconsciente de lo que planeábamos para él. Lo seguimos hasta su dormitorio. Ya habíamos trazado un plan. En cuanto se encerró, le dimos a Ricky la señal para empezar nuestra venganza. La música de fondo que se escuchó esta vez fue “Come as you are” de Nirvana. Mi amigo atravesó el muro y flotó hasta el techo de la habitación de Javier. Estaba arrodillado a su cama, sosteniendo un rosario y mirando la fotografía de un hombre robusto, canoso y barbado, de poco más de cincuenta años. Hablaba consigo mismo. —Padre Arnoldo, aunque nadie lea la información que hice pública, espero que después de este esfuerzo me contemple para ordenarme sacerdote… Ni siquiera pudo terminar su monólogo. Ricky descendió hasta entrar en su cuerpo. Sintió sus entrañas. Todas las células de su cuerpo. Hizo a un lado el alma de Javier. Ahora tenía control de él. Ricky, en el cuerpo de Javier, caminó hasta la puerta y nos abrió.
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—Funcionó —dijo Javier, con los ademanes afeminados de Ricky—. Están presenciando un caso de posesión fantasmal. Hoy en la noche seguiremos con el plan. Mientras tanto déjenme sentirme otra vez humano por unas horas. Ricky cerró la puerta y buscó a algún compañero gay. No dudó en acariciarle el pene e invitarlo a tener sexo casual. —¿Pero no se supone que tú eres Javier? Eres ese santurrón que odia el sexo y los gays. —Bueno, bueno, es que hoy ando caliente y bicurioso. Holy shit! Definitivamente mi amigo había alcanzado un grado de crueldad ejemplar. Todos odiábamos a Javier, y se iba a arrepentir. Hubiera sido más sencillo que en ese momento Ricky borrara toda la información que subió a la red, pero el mojigato se había metido con nosotros, y teníamos que mostrarle de lo que éramos capaces. Esperamos al anochecer. En cuanto los prefectos dieron el toque de queda bajamos al salón principal, que en otro tiempo fue la recepción del hospital psiquiátrico, donde procesaban a los locos. Ricky salió del cuerpo de Javier, quien durante unos minutos quedó completamente aturdido. En cuanto se incorporó, su rostro se puso rojo y comenzó a gritar, afirmando que lo volvieron maricón y habían arruinado su reputación.
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—Después de lo que te haremos esa será la menor de tus preocupaciones, mi rey —advirtió Marycarmen—. Haber hecho pública nuestras vidas no te lo vamos a perdonar, cabrón. Lo rodeamos Bazphemir, Ricky, Matthew, Marycarmen y yo. Fuimos unos buenos monstruos y le dimos tres minutos para correr y esconderse. Javier no dudo ni un sólo segundo. Recorrimos toda la escuela. Los pasillos, las ventanas. Todo era verdaderamente hermoso. Un ejemplo del llamado “Plan Kirkbride”, ideado por el psiquiatra Thomas Kirkbride para los sanatorios de enfermos mentales: consistía en construir manicomios de la forma más bella posible, para realizar lo que se llamaba un “tratamiento moral” en los enfermos. Si la institución estaba bien, si la estructura era hermosa, la mente mejoraría notablemente. Los lugares donde se les encerraba debían ser soleados, confortables y bien iluminados, con decorado agradable y bonito papel tapiz. Desafortunadamente, el plan requería un presupuesto descomunal, por lo que se fue a la mierda. No podíamos localizar a Javier. Lo buscamos durante una hora, hasta que a Bazphemir se le ocurrió el lugar perfecto: el aula de usos múltiples, habitación que en los tiempos de manicomio era la capilla. Corrimos hasta el posible lugar y allí estaba Javier, arrodillado, con su medalla de San Benito y su rosario.
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—¡Ay, no puede ser! —exclamó Marycarmen—. Estos putos católicos son taaaaaaan predecibles. Javier se cayó de espaldas mientras Matthew se arrastraba hacia él y le mordía el tobillo, arrancándole un jugoso trozo de carne. El alarido que dejó escapar se escuchó en todas las instalaciones. Bazphemir se concentró en la palma de su mano e hizo aparecer una bola de fuego que cayó justo en el pecho de nuestra víctima y se encendió. —¡Todavía es muy pronto! —recriminó Ricky. —¡Lo siento, yo solamente lo quería asustar! ¡Ya saben que no sé controlar mi piroquinesis! —Eres un idiota, Bazphie —suspiró Marycarmen—. Ahora tendré que invocar a Yemanyá, la diosa del mar, para apagar tu pendejada —extendió sus manos y gritó—. Abo lona oyale Yemaya ye inle ye lodo Yale yo luma Akotakue, lebe Choicho, niwe… Un chorro de agua salada salió de su pecho y cayó directamente sobre Javier. Sin tardarse, nos empujó y comenzó a correr. Lo seguimos hasta la entrada principal. Javier saltó por una ventana rumbo al jardín principal, donde se encontraban las canchas de tennis. Saltamos por la ventana mientras Javier buscaba un lugar donde esconderse.
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Nuestra presa quedó petrificada cuando vio descender la figura de un pubescente vestido completamente de negro. Stanley había regresado de uno de sus viajes por el mundo, listo para ayudarnos. No dijo una palabra, simplemente agarró a Javier de su camisa y abrió la boca. Con la mano derecha levantó su cabeza y enterró sus colmillos en su cuello. Bebió suficiente sangre para dejarlo débil. Stanley Dubois había vivido no sólo más que todos nosotros juntos, sino más que cualquier adulto humano. Nació en Nueva Orleáns a finales del siglo XIX, su apellido, de hecho, es uno de los más comunes de la ciudad. Fue mordido por un vampiro quien nunca más lo volvió a ver, quien nunca lo educó sobre las artes del vampirismo, de modo que él se dedicaba a beber sangre de negros y blancos por igual. Ante la imposibilidad de controlar la terrible sed de la que son víctimas todos los de su clase, asesinó a sus padres y hermanos, por lo que fue encerrado en el entonces Instituto Bloch. Pasó allí diez años, hasta que se hartó y mató a los enfermeros y doctores. Se fugó para conocer el mundo y regresó años después, cuando su prisión era una institución educativa, y se convirtió en nuestro gurú, nuestro hermano mayor. —Ya está —anunció—. Le quité suficiente sangre para que esté blandito y manejable. Nos vemos luego, chicos. Stanley voló, perdiéndose en el cielo.
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Me acerqué a Javier y le hice lo que cualquier chico popular con un pacto diabólico hubiera hecho: le rompí la cara, y después le pedí a Marycarmen que le arrancara el brazo derecho con un hechizo invocando la ira de Oggun (Oggun susulona Oggun finamalu Oke alagüede Oggun alajere owo Oggun chibiriki udakue). Un alarido de dolor hizo eco en todo el cuarto. Ricky flotó rumbo al dormitorio de Javier y, mientras este gritaba y se desangraba, regresó con su laptop. La encendió, ordenando: —Vas a borrar todo lo que escribiste sobre nosotros en tu página de mierda. Afortunadamente aún no se ha propagado por la red, así que muévete, santurrón hijo de puta. —Pero —suplicó Javier—. ¿Cómo quieren que lo haga en este estado? —Tienes la izquierda —sugerí. —¡Pero yo sólo quería justicia! Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Eso lo dice Nuestro Señor Jesucristo en Mateo 5:6… —Mientras más tiempo te tardes dando sermones más te tardarás en que te matemos —le advertí, sosteniendo su brazo y rascándome los testículos con él. Javier comenzó a teclear. Para su desgracia, el wifi era demasiado lento, así que tardó bastante. También eliminó todas las
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fotografías, videos y archivos de texto en su computadora. Dejó el teclado totalmente cubierto de sangre. Ahora faltaba lo último. El golpe de gracia. —¿No te diste cuenta que falta uno de nosotros? —preguntó Ricky, señalando al cielo—. I see the bad moon rising, I see trouble on the way… Había luna llena. De entre los pantanos de Louisiana que rodeaban la escuela, apareció un lobo antropomorfo, gigantesco y de pelaje rojo. Tenía una espalda enorme. Su pelaje rojo brillaba con la luna. Sus garras eran afiladas cuchillas. Sus ojos amarillos se ocultaban tras unas gafas de pasta de hipster. Su hocico era descomunal. Lo abrió, emitiendo gruñidos. Litros de saliva manchaban el pecho del hombre lobo y caían al suelo. Corría a velocidad impresionante y su agilidad lo era aun más. De un salto atrapó a Javier y comenzó a devorarle la cara, después el estómago hasta dejarlo convertido en una pringosa mancha de entrañas y seminarismo. Javier estaba muerto. El problema era que David todavía tenía hambre. Nos miró, mostrando una afilada hilera de colmillos. Gruñó.
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—¡Oh, no! David no nos reconoce, aunque seamos sus amigos. Cuando es un hombre lobo se convierte en una bestia irracional. No podremos contro… —Ricky, ya todos sabemos eso, es lo que siempre dicen en las películas. Cállate, maldito sabihondo. Después de regañar a mi amigo, mostré el brazo de Javier y lo agité, silbando como cuando se le silba a un cachorrito al que se le van a enseñar trucos nuevos. —¡Hey, muchacho, mira! ¡El postre! ¿Lo quieres? David se sentó y movió la cola, sacando la lengua y aullando. Arrojé el brazo tan lejos como pude. El brazo voló y cayó en el verde pasto. Todos corrimos rumbo al interior de la academia. Regresamos a dormir a nuestros respectivos dormitorios, con la conciencia muy tranquila por habernos deshecho de alguien como Javier Alexandros, quizás el cazador de monstruos y exorcista más inepto en la historia. David cogió el brazo humano con sus garras y no dejó de roerlo con el hocico. Lo dejó convertido en huesos tan rápidamente que temimos no llegar a tiempo, pero el hombre lobo se perdió de nuevo entre los pantanos de Louisiana. Al día siguiente, David llegaría a clases en calzones, diciendo que pedía una disculpa por lo que hizo la noche anterior y, como siempre, nosotros lo disculparíamos.
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Lo
que
hicimos
fue
llevar
el
bullying
a
sus
Ăşltimas
consecuencias: el homicidio.
a
Â
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EPÍíLOGO A final de cuentas, la justicia es un término muy subjetivo. Nosotros hicimos justicia. No sé si seremos bienaventurados por Cristo, pero nos sentíamos bien. En cualquier escuela normal lo que hicimos la noche anterior sería un crimen horrendo. La policía y los medios de comunicación estarían al tanto, y el escándalo sería internacional. El problema para la víctima era que Matheson Academy no era una escuela normal. Todos aborrecíamos a Javier. Nadie mencionó su nombre. A nadie le importó, sino todo lo contrario: fue un respiro de aire fresco deshacerse de semejante quiste en el culo. Las clases continuaron como siempre, nuestra vida continuó como siempre. Nadie lo extrañó, pero post mortem nos seguimos burlando de su lamentable e involuntariamente humorística persona. Sabíamos que la Iglesia Católica no sería tan tonta como para llamar a las autoridades. Además, si algo la caracteriza es esa tendencia a dar la espalda a los suyos cuando no le sirven. Las primeras semanas temimos que Javier regresara como fantasma, pero eso jamás sucedió. Seguramente estaba gozando de la gloria eterna que tanto le auguraba su religión.
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Matheson Academy era un ejemplo de la diversidad y de la globalización. Aunque el internado se encontraba en un estado sureño de Estados Unidos, presentaba todas las razas, todas las preferencias sexuales, todas sus mezclas, todas las religiones. Podía haber un hombre lobo hipster, una cubana o un chicano como yo. En el mundo actual no había fronteras ni distinciones. Ni siquiera del mundo natural o sobrenatural. Eramos un ejemplo del humor negro, muy propio de Robert Bloch, quien, junto con Richard Matheson, fue uno de los grandes escritores de terror de la primera mitad del siglo XX. (Robert Bloch nació un 5 de abril de 1917. Su amor por el género de terror se dio gracias a las películas de Lon Channey. A lo largo de su vida publicó sus cuentos en revistas como Weird Tales, todos ellos con su estilo inconfundible: una ironía finísima y un humor negro característico y único, al grado que una de las frases que lo hicieron famoso fue cuando declaró en una entrevista: “Tengo el corazón de un niño… en una botella con formol en mi escritorio”. Bloch llevó una amistad por correspondencia nada menos que con H.P. Lovecraft. Esta relación fue tan cercana que en una ocasión jugaron a matarse mutuamente en un cuento. La vida de Bloch era la de cualquier semi-celebridad que es un escritor, hasta que en 1959 publicó Psicosis, la historia del desequilibrado Norman y su madre,
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que administran el Motel Bates. A lo largo de su vida, Bloch escribió cientos de cuentos y 30 novelas, además de guiones para capítulos para series como Thriller, Alfred Hitchcock presenta, Dimensión Desconocida y Star Trek. Fue tan prolífico que, gracias a Hollywood, se convirtió en un autor mediático. El humor negro y el ácido sarcasmo eran una constante en su trabajo. Fue un hombre fiel a su obra. Tanto, que dos semanas antes del 24 de septiembre de 1994 publicó un artículo en la revista Omni, escrito con una solemnidad que rayaba en el humor involuntario, que la naturaleza le obligaría a dar el último paso.) Todo había vuelto a la normalidad. Hasta aquel lunes. Durante la asamblea de inicio de semana en el auditorio principal, que en tiempos de manicomio era una sala de operación para realizar lobotomías, los profesores nos presentaron al nuevo estudiante de intercambio. El director dijo que su nombre era Zerachiel, alumno de intercambio del instituto Empíreo. Marycarmen y Ricky no le quitaron los ojos de encima al muchacho que se presentó ante toda la escuela. —Está que se muere de bueno —susurró Ricky. —Coincido contigo. Es como Ryan Gossling, pero más bueno.
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Era rubio, con una musculatura que el uniforme escolar no podía ocultar. Sus facciones eran perfectas. Terminó la asamblea y salimos a clases. Mi amigo y la mujer que me había bateado no dejaban de hablar del nuevo estudiante. Me resultaba bastante molesto escucharlos. —¿Qué tiene de asombroso? —pregunté—. Seguramente ha de ser el típico rubio tonto. —¿Estás celoso? —preguntó la bruja santera. —El problema es saber de quién de los dos está celoso. Vamos, Fausto, ya es tiempo de salir del closet. Te lo digo por experiencia propia: serás más feliz y mucho mejor ser humano. Se rieron en mi cara y yo me limité a repetir que aquel estudiante era un idiota. —Seguimos pensando que está muy guapo —dijeron al unísono. Los pasillos de Matheson Academy estaban completamente solos. Tan solo Ricky, Marycarmen y yo caminábamos rumbo al aula. Vimos que Zerachiel se desplazaba en una patineta que decía JESUS ROCKS! Vaya. Para colmo de males el hijo de puta era skater y cristiano. Ya tenía más motivos para odiarlo. Como música de fondo se escuchó “Sk8er Boi” de Avril Lavigne.
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Zerachiel se detuvo ante nosotros. Cargó su patineta. Se nos quedó viendo fijamente, con unos ojos azules intensos, intimidatorios. Ni siquiera nos saludó. Habló con una voz seductora, autoritaria. —¿Saben algo? El problema de la Iglesia es que mandó a un imbécil como Alexandros. Desde un principio no hubieran llamado a un novato, sino a las Altas Esferas. Se quitó el saco y la camisa del uniforme, dejando al descubierto una musculatura envidiable. También mostro algo más. Unas
alas
gigantescas
y
tan
blancas
que
brillaban
se
extendieron a lo largo de todo el pasillo. Aletearon y dejaron caer algunas plumas. —La puta mierda de Santo Tomás de Aquino y su jodida Summa Theológica —susurró Ricky. —Es un ángel —susurré. Se acercó a mí y me golpeó el pecho con su dedo índice. —Nos estaremos viendo muy seguido, Fausto Graves. Esta vez no te vas a enfrentar con un seminarista. Esta vez viene por ti la Primera División contra tu equipo de niños lisiados. Zerachiel se retiró, volando por una ventana. Dejándonos a los tres petrificados.
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—Seguimos pensando que está guapo —dijeron Marycarmen y Ricky.
a
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FADE IN:
Todo lo que sé es esto: me siento como una mierda pero me veo genial.
Bret Easton Ellis, American Psycho
Cualquier serie ha sido rechazada más veces que aceptada: forma parte de la naturaleza de este negocio.
Brett Martin, Hombres fuera de serie: de Los Soprano a The Wire y de Mad Men a Breaking Bad
Me llamo Stephen Taboada. Anoche terminamos de grabar la segunda temporada de la exitosa serie que protagonizo: Matheson Academy. La tercera continuará con un ángel como antagonista principal y esperamos rompa records de audiencia. Ah… y tengo un Teen Choice Award. Conducía con Bazphemir a mi lado por Wilshire Boulevard y di la vuelta en La Cienega Boulevard. En el estéreo sonaba “Bad Moon Rising” de Creedence, pero con el cover de Mourning Ritual. La tercera temporada se centraría en Ricky y David, por lo que ese sería
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el tema principal. En esta ocasión le daríamos más importancia a las relaciones entre el hombre lobo y el fantasma. Miles de usuarios en la red especulaban que surgiría una relación amorosa entre ambos, y millones de comentarios aseguraban que la tensión sexual entre Zerachiel, Fausto y Marycarmen igualaría series como Expedientes Secretos X y Friends. Además, Bazphemir aprendería a controlar su habilidad para lanzar fuego. Los productores creyeron que sería bueno dejar correr los rumores hasta el estreno de la tercera temporada. Eso siempre ayudaba maravillosamente a cualquier serie. Lo único certero para los millones de fans era que el primer episodio de la tercera temporada se llamaría “I see the bad moon rising, I see trouble on the way” y sería más violento y oscuro que las dos primeras temporadas, pues el tráiler mostraba a los personajes iniciando un ritual de magia negra para ahuyentar a Zerachiel, sacrificando a un profesor, lo que encendió la ira de la Sociedad de Padres de Familia de varias escuelas. Perfecto: más rating. Anoche, para no variar, me la pasé de juerga. Bazphemir y yo nos metimos LSD en una fiesta al aire libre en Santa Monica Beach. Lo único que recuerdo, además del fabuloso juego de luces y sonido potenciado gracias al dee jay y la droga, fue que le toqué los senos a una reportera y ella, cumpliendo con el cliché de la amargada miembro del cuarto poder que era, me dio una sonora bofetada cuyo
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impacto me lanzó hasta la alberca. Salí y le toqué el otro seno. Me volvió a arrojar a la alberca. El proceso se repitió dos veces más y se habría repetido hasta que Bazphemir entró en escena para aligerar la tensión. —Te podemos conceder una entrevista… Responderemos las preguntas que quieras, pero por favor no lo demandes por acoso sexual ni publiques nada malo al respecto. —¿Te puedo tocar otro seno? —pregunté, bailando al son de “Heads will roll” de los Yeah Yeah Yeahs. —¡STEVE! ¿NO VES QUE QUIERO ARREGLAR LA SITUACIÓN? En ocasiones, Bazphemir era menos diabólico que yo… así era la tremenda paradoja. Sabía que debía obligarme a dar una buena imagen para beneficio del show. —No creo que pueda estar peor —dije, y en ese momento vomité sobre la cara de al reportera. Concretamos la entrevista al día siguiente, pero esa noche seguimos la juerga hasta el 347 E 1 Street, donde se encontraba el Far Bar, uno de mis lugares favoritos en la ciudad. El Far Bar ofrecía 400 tipos diferentes de whiskeys, y la noche era joven. Al menos esperaba probar la mitad. Me senté a la barra con Bazphemir y comenzamos a beber. Después de investigar en su smartphone, mi demonio de la guarda me informó que nos habíamos metido en un lío
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gordo: la tipa se llamaba África Jenny, y era reportera de un medio tendencioso llamado Right Wing, un nombre carente de toda creatividad, pero eso sí, muy directo. Era, además, una feminista radical de esas que creen que los penes de todos los hombres (hasta el de Ricky) deben ser cercenados y quemados en una pira a la diosa Hécate. —Pues con ese nombre de bailarina exótica que tiene no parece muy santita —comenté, para irme a bailar “Moves like Jagger” de Maroon 5 en cuanto la escuché. Pasamos
toda
la
noche
bebiendo
y
regresamos
a
mi
departamento. Con el efecto de la droga y el whisky sólo miré mi colección de pósters de series de terror. Ni siquiera voltee a mirar mi Teen Choice Award… porque tengo un Teen Choice Award, no sé si ya lo comenté. Me concentré en los pósters. Mi tributo al Infierno era sólo comparable con mi gratitud a las series de televisión de terror. Gracias a ellas era uno de los jóvenes más exitosos de la pantalla chica. La historia del horror en la pantalla chica (del horror ficticio, no me refiero a los noticieros. ¡JA!) ha sido más fructífera que en la literatura, siempre denostada por idiotas como la que mañana me entrevistará. Uno de los primeros programas de televisión de este género también inclusía fantasía pura y ciencia ficción: The Twilight
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Zone (Dimensión Desconocida), que salió al aire en 1959 y fue uno de los más grandes éxitos en la historia, pues mostraba un capítulo con tramas y personajes diferentes en cada emisión, y contaba con escritores de primer nivel como Richard Mahteson y Robert Bloch. Posteriormente,
series
inglesas
como
Dark Shadows
(Sombras
Tenebrosas), que mezclaban estructura de telenovela con personajes sobrenaturales como lo de Matheson Academy. Otra muy exitosa fue Kolchack: the night stalker, sobre un periodista que radicaba en Las Vegas y cubría el turno de noche y todas sus notas eran sobre fenómenos paranormales. A lo largo de los ochenta y noventa, incluso México se dejó llevar por el impacto de series de terror, como La hora marcada o Entre vivos y muertos, pues las series independientes de antología son las más populares de la televisión. Como ejemplo podemos citar Goosebumps (Escalofríos), Freddy’s Nightmares (Las Pesadillas de Freddy), la clásica Alfred Hitchcock presenta, Are you afraid of the dark? (¿Le temes a la oscuridad?)... Esta última, sin duda, generó pesadillas en millones de niños que crecieron en los noventa. El auténtico “boom” de las series de terror empezó en los noventa, con Tales from the crypt (Cuentos desde la cripta), que mostraba estructura de antología. Lo cierto fue que quien despuntó en series de esta temática fue Chris Carter, creador de The X-Files
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(Los Expedientes Secretos X), sobre un par de agentes del FBI que investigan fenómenos paranormales. Su estructura narrativa influyó en series como Buffy la cazavampiros, Fringe, Sobrenatural y True Blood. No podemos negar que ha habido algunas sumamente extrañas, como Twin Peaks, y otras convertidas en auténticos fracasos, como 666 Park Avenue, u otras cuyo rating fue inestable, como Harper’s Island. Con The Walking Dead, American Horror Story y, por supuesto, la multilaureada Matheson Academy, las series de horror se encuentran en su mejor momento de toda su historia. Incluso Netflix produce Helmock Groove, que se centra en hombres lobo. Mi disertación sobre programas de horror fue tan extensa que no me di cuenta que estaba acostado en mi cama. Bazphemir me miró, con gesto preocupado. Le dije que me dejara dormir y que mañana iríamos a ver a la reportera feminazi. Al día siguiente me levanté mientras Bazphemir me daba mi ropa. Curiosamente, en toda la mañana no se apartó de mi. Se paraba frente a mi campo de visión, impidiendo que viera algo más que a él. No le di importancia y en cuanto estuve listo subí a mi auto para dirigirme al Taco Bell ubicado en La Cienega Bulevard y Beverly Grove.
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—¿La invitaste a un Taco Bell para que te hiciera la entrevista? —me regañó Bazphemir—. Eres un irresponsable y un cínico de mierda. La pudiste invitar a Spago o Trois Mec, y no a un restaurante de comida rápida que sólo vende falsa comida mexicana. Veo que eres así de desinteresado con todos, incluso conmigo, yo que tanto te quiero. —Oh, ya cállate. Me estacioné frente al restaurante y bajé con Bazphemir a mi lado. África me esperaba sentada, cruzando la pierna y degustando unos nachos. Con cada bocado, parecía que se estaba llevando caca a la boca. En cuanto llegué y extendí mi mano, ni siquiera respondió al saludo. —Odio el Taco Bell, odio a los cerdos machistas y odio Matheson Academy. —¡Eso no puede ser! ¡Todo mundo ama Matheson Academy! Y yo no te odio, tienes bonitas tetas. —Hum, ya empezamos mal —me susurró al oído Bazphemir. Me dirigí a la caja para ordenar, recorriendo el decorado del Taco Bell, una humorística mezcla de una hacienda en la que vive un villano de película de Robert Rodríguez y un cuadro mexicano de Andy Warhol: todo el lugar de colores amarillo, gris y morado. Regresé
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con una orden de tres tacos y un Dr. Pepper al que le vacié mi anforita de ron. —Puto borracho —dijo África, torciendo la boca. —No creas que es un borracho, él sólo bebe para estar a tono — me excusó Bazphemir. —No, no, la verdad es que sí soy un puto borracho, pregúntale a los gays de West Hollywood, yo me acuesto con quien sea, hasta con reporteras de tetas bonitas. Bueno, ya. ¿Podemos empezar la entrevista? —Odio Matheson Academy. Me parece una serie de mierda. Usa sustos fáciles y mucha sangre, además de un humor negro bastante vulgar. Se aprovecha de los conflictos de los adolescentes para vender. Es la misma porquería que en su momento fueron Degrassi High, Salvados por la Campana, Beverly Hills 90210, The OC y Smallville. Todas ellas una mierda. —Screech era gracioso, y creo que a todos nos gustaba la canción de “Save me” de Remy Zero: Somebody saaaaaaaave me… — interrumpió Bazphemir, pero tras la mirada de odio que los dos le dirigimos, no habló hasta el término de la entrevista. Supuse que me preguntaría el origen de mi nombre. Esa era una pregunta que siempre me formulaban. Diría lo que siempre repetía: “Mis padres me bautizaron así por el escritor de novelas de terror
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Stephen King y el cineasta mexicano Carlos Enrique Taboada, quien también dirigió muchas películas de terror como Hasta el viento tiene miedo, Más negro que la noche y El libro de piedra. ¡Tengo lo mejor de ambos mundos!”. Pero la entrevista dio un giro. La primera pregunta fue la única: —¿Por qué Matheson Academy es una serie tan críptica? Nadie sabe nada de ella salvo que tú eres el actor principal y que tiene un productor. Se hablan muchos rumores de esa serie, todos ellos rayan en lo absurdo. Pero cuando sólo hay rumores absurdos, conviene tomar en cuenta qué tan certeros son. Dicen que tú vendiste tu alma al diablo, y que todos los actores de la serie están malditos, como el programa y el set mismo. —Sin duda, señorita, usted debe ser muy mala periodista para creer todas esas leyendas urbanas —le dije, mirándola a los ojos y haciendo la pose más engreída que me fue posible—. Hollywood está repleto de historias sobre películas y programas de televisión malditos. No debería creer todo lo que escucha ni hacerle caso a rumores. ¿No me diga que usted está al tanto de cualquier twit que se publica en la red? De ser así, usted tiene de periodista lo que yo tengo de casto y abstemio. La película El Exorcista está repleta de maldiciones. Dicen que la estatua del demonio Pazuzu maldijo el set. En cuanto a La Profecía, se dice que el diablo hacía de las suyas. La
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trilogía de Poltergeist también se cree que estuvo embrujada, porque ningún actor de la saga volvió a conseguir papel en película alguna. La maldición de Superman, que asegura que todo actor que use el traje del Hombre de Acero sufrirá un horrible accidente, se ha extendido tanto que precisamente Tom Welling, el actor que daba vida a Clark Kent en Smallville, pospuso usarlo durante más de ocho temporadas. De Matheson Academy se dice que yo tengo pacto con el diablo, que Matthew es un cadáver de verdad que desenterramos o que Javier efectivamente murió en la segunda temporada. Todo eso es absurdo. Tan absurdo como su olfato periodístico. Dígame, señorita… ¿Usted sigue alguna serie? —Orange is the new black y vi completa Sex in the city, pero no sé a que quieres llegar. —Claro.
Series
de
feministas.
Tenía
que
ser.
Esa
es
precisamente la magia de este negocio, África. La oferta es tan grande que hay una serie que se adapta a todos y cada uno de los televidentes. Millones de personas siguieron Dr. House precisamente porque era un personaje que no tenía pelos en la lengua, que era completamente cruel sin que le importara lo que otros pensaran de él. Gregory House era “brutalmente honesto”, como rezaba el tagline. Gossip Girl fue seguida por millones de chicas en todo el mundo porque mostraba los dimes y diretes de la clase alta neoyorquina. Fue
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justo lo mismo que hizo F. Scott Fitzgerald con El Gran Gatsby en su momento. Nick Carraway y Blair Waldorff bien podrían tener un affaire. 24 mostró una nueva forma de hacer acción: contarla en tiempo real. Jack Bauer fue un héroe de acción como otros tantos héroes del cine, caracterizados por Steven Seagal, Jean Claude Van Damme, Sylvester Stallone, Vin Diesel o Arnold Schwarzenegger. La influencia de series de ciencia ficción como Star Trek, Quantum Leap o Dr. Who han servido para inspirar a miles de científicos. I Love Lucy fue un pilar del género cómico y The Office y Seinfield mostraron que la ironía sutil podía alcanzar no sólo el cine de Woody Allen, sino la televisión. Glee, The L Word y Queer as a Folk mostraron que homosexuales y lesbianas no sólo veían series, sino que aportaban rating y mucho dinero. The Addams Family supo mezclar el terror con el humor tan bien que hasta el día de hoy es una referencia. The West Wing y House of Cards son thrillers políticos comparables con El Número Uno de John Doss Passos. NYPD Blue, The Fugitive, Law & Order, CSI y Murder: she wrote a veces igualaban cuentos de misterio escritos por maestros del género, The Wire es un clásico… —Estás divagando, Stephen. ¿A qué quieres llegar? —Sólo estaba haciendo tiempo —miré a mi demonio de la guarda—. Bazphemir, quema todo este maldito lugar en cuanto salgamos. Odio estos tacos falsos.
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Salimos del restaurante de comida rápida. Bazphemir protestó, se negó de manera rotunda. Dijo que no quería quemar todo un lugar con gente dentro, y yo le dije que se callara. Que él era mi demonio y recibía mis órdenes. No en vano en cuanto muriera sería esclavo de todos los demonios como él… pero por ahora, él lo era de mi. Bazphemir se encogió de hombros y se miró la palma de su mano. Una bola de fuego surgió entre sus dedos, que se hizo cada vez más y más grande, hasta alcanzar el tamaño de una pelota de basketball. La arrojó directo al logo de Taco Bell, la silueta de una campana. Otra bola de fuego que creó en su otra mano fue lanzada rumbo a la puerta. En poco tiempo el lugar estaba envuelto en llamas. No nos fuimos hasta estar seguros que el cadáver de África Jenny estaba completamente calcinado. Subimos al coche y conduje rumbo a Venice Beach, no sin antes detenerme en Boyle Heights para ver a mi dealer y comprarle suficiente variedad de drogas para estarme divirtiendo hasta que empezáramos a grabar la tercera temporada. —Yo no quiero drogas. Yo quiero donitas. —¿Vas a querer que me desvíe por tus putas donas? —Sólo te pido que seas un poquito amable conmigo. Acabo de incendiar un restaurante con todos los clientes adentro sólo porque tú me lo pediste. Tenlo en cuenta.
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—Vayamos entonces por tus chingadas donas, pero ya cállate. Inhalé cocaína mientras conducía. Me encontraba más alerta que nunca. En el trayecto recordé la ocasión en que mi productor me ordenó tomar un curso sobre guionismo y estructura de series de televisión. Me produjo una hueva de tamaño cataclísmico, pero eran órdenes del jefe. En el curso me dediqué a beber y consumir anfetaminas como si fueran caramelos para estar alerta y comprender todo lo que explicaban. Uno de los libros de cabecera fue Hombres fuera de serie: de Los Soprano a The Wire y de Mad Men a Breaking Bad. Crónica de una revolución creativa de Brett Martin. Debo reconocer que aunque no leo mucho, me resultó bastante interesante. El autor informaba que la televisión, desde sus principios, fue vista como la generadora de subproductos para ignorantes. La metáfora de “la caja idiota” era universal. Ver televisión era un prejuicio para todos: la televisión sólo servía para ver noticieros. Cualquier otra cosa que se viera te convertía en un tarado, aunque ya en 1954, el 56 por ciento de los hogares estadounidenses contaba con una tele. La televisión ha sido acusada de adictiva, pervertidora, responsable de conducir a niños perfectos y bien educados a la violencia y la depravación, dice el autor. De acuerdo con su análisis, las series de televisión atraviesan por tres etapas pilares, que han marcado todo: la primera, sus orígenes. A blanco y negro. La segunda, durante finales
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de los ochenta e inicios de los noventa, cuando las cadenas invertían en crear arte y se comenzaba a respetar al guionista, lo que abrió las puertas para la etapa final: la que se vive actualmente y por fin ha elevado muchas series a la categoría de arte. Una característica de esta revolución es que se le da importancia sustancial a los guionistas, y ellos son amos y señores de todo el set. Son los artistas de la revolución, que crean su reino o su dictadura. El impacto es tal que escritores estadounidenses importantísimos como Bret Easton Ellis, quien publicó su primera novela a los 20 años y fue autor de la polémica y ahora clásica American Psycho, actualmente se gana la vida revisando guiones y criticando series en su cuenta de Twitter. A final de cuentas, las series televisivas no son más que la modernización de los folletines y las novelas por entregas del siglo XIX. En su momento, la gente del Londres victoriano seguía con la misma pasión los folletitos donde acontecían las aventuras de Oliver Twist, Edmundo Dantés, los tres mosqueteros o Nicholas Nickleby. Después de comprar una caja de donas llegamos a Venice Beach. Estacioné el coche y subí las escaleras rumbo a mi departamento. —Steve, tengo que contarte algo —me dijo Bazphemir. Lucía aterrado, como un demonio no debía estarlo—. A veces creo que un
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premio no es para presumirse, sino para motivarte y ganar algo mejor. Hay que crecer, no estancarse en el pasado. —¿De qué hablas? —pregunté, mientras abría la puerta. —Ahora ya domino mi habilidad para generar fuego, pero en su momento… bueno, en su momento estaba aprendiendo. Cuando uno aprende suceden accidentes. Sucedió un accidente. Eso es todo. Sé que lo comprenderás. En cuanto miré la sala supe a qué se refería: donde debía estar mi Teen Choice Award había un trozo de plástico chamuscado. El puto demonio había quemado mi galardón. Corrí hasta el trozo de plástico negro y deforme y lo abracé como una madre a su bebé. Empecé a llorar. Caí de rodillas y golpee con ambos puños al suelo. Insulté durante dos horas a Bazphemir. —Al menos esto te impulsará para ganar un Emmy —fue lo único que dijo. Dediqué el resto de la semana a consumir antidepresivos. Le pedí a mi terapeuta suficientes camiones de Prozac para sentirme a gusto conmigo mismo. No le dirigí la palabra a Bazphemir durante todo el mes.
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A principios del siguiente mes compré un hermoso cachorro de golden retriever. Era lindo, gracioso y juguetón. Mordía todo cuanto encontraba y se volvía loco cuando le arrojaba una pelotita amarilla. Lástima que tuve que sacrificarlo en mi altar satánico. Por lo general, la magia negra exige sacrificios de seres vivos. Si uno quiere obtener mercedes y ayuda de las entidades oscuras, el sacrificio es proporcional. Sacrificar a un ser humano te puede ayudar a conseguir lo que quieras, pero un perrito puede abrir un portal mágico a otra realidad alterna. En cuanto saqué la daga del pecho del perrito, apareció una puerta en la alcoba que uso para tener mi altar. No era una puerta de estilo minimalista, como las de todo mi departamento. Era una puerta de metal reforzado, con una ventanita a la altura de la vista de un hombre promedio. La puerta de la celda de un hospital psiquiátrico… convertido en escuela. La abrí y entré junto con Bazphemir. La temperatura cálida de California cambió inmediatamente a la húmeda de Louisiana. Lo primero que vi al otro lado del umbral fue una casona enorme, de estilo victoriano, con ladrillos de un rojo intenso, una torre de reloj, enredaderas y ventanales enormes. Una reja rodeaba todo el edifico, y un letrero de metal de más de cinco metros por doce, señalaba:
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WELCOME TO MATHESON ACADEMY; abajo, el lema: “Non omnis moriar”. Caminé hasta las escaleras y entré al salón principal. Todos los estudiantes esperaban el inicio de las clases. Se escuchaba el barullo de cualquier escuela del mundo: gritos, carcajadas, groserías, súplicas a profesores para que sus alumnos tuvieran tiempo de entregar una tarea, casilleros abriéndose, cerrándose y azotándose; también los fenómenos poltergeist y los fantasmas. Subí las escaleras hasta llegar a mi dormitorio. Abrí la puerta y allí estaban mis amigos: Ricky, Marycarmen, David, Stan y Matthew. Supongo que hacían una tarea porque todos estaban adheridos a sus laptops… incluso Matthew, quien se veía más lúcido que de costumbre. Se puso de pie y me extendió la mano, putrefacta, repleta de agujeros y larvas. —¿Adivina qué? Marycarmen está mejorando sus dotes mágicos. Decidió aprender Palo Mayombe y está controlando la vida y la muerte. Ya no soy un zombi estúpido… es decir, sigo siendo zombi, pero no estúpido. El Palo Mayombe se basa en invocar a los muertos y controlarlos, y ahora, gracias a sus conocimientos, he recuperado la conciencia. Puedo desplazarme de manera coordinada y puedo responder a preguntas como cualquier persona normal. ¿No es grandioso?
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—Vaya, me da mucho gusto —exclamé, sinceramente feliz por mi amigo. —Y eso no es todo —dijo Ricky, quien fue flotando hacia mí—. Estarás más feliz cuando te cuente la buena noticia. Te alejas tanto de nosotros que te pierdes todos los chismes. Como seguramente sabes, muchas personas odian a los homosexuales porque son maricas reprimidos. Eso es un hecho. Casi siempre, detrás de todo homofóbico hay una mariposa ansiosa por pavonear sus nalgas en una marcha gay al ritmo de “I will survive”, agitando la bandera del arcoíris… Pues bien, yo no soy diferente. Odiaba a Matthew porque no quería aceptar que soy diferente. Muy diferente. Que siento algo por él porque soy diferente. Y admito que siento algo por él, porque soy diferente. —Eres un puto necrófilo, dilo con todas sus letras —gritó Stan. —Yo no diría eso —intervino David—. Yo diría que es de gustos post mortem. —Digan lo que quieran, no me importa. —A mí me da mucho gusto por los dos —dije. —Un zombi y un fantasma. Son una pareja muy bonita —dijo Marycarmen. Se acercó a Matthew y lo rodeó con su brazo. Después besó su mejilla y le sonrió. Nadie esperaba eso: fue el giro en la trama que le
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hicimos creer a los espectadores. La relación amorosa de la tercera temporada sería entre esos dos muertos. Ese es el gran secreto de Matheson Academy: no es una serie de televisión. Es real. Tan real como en Glee lo es la discriminación. Tan real como que una pollería sea tapadera para la venta de droga en Breaking Bad. Tan real como lo es un adicto al sexo que arruina su matrimonio en Californication. Tan real como el vínculo afectivo entre un coche y su conductor, como en El auto increíble. Tan real como la presión que sufren los policías en CSI o Law & Order. Tan real como Blair Walldorff, una niña chismosa y adinerada. Tan real como lo es la amistad en Friends. Nuestra amistad. Ese gran secreto que sólo sabemos Bazphemir, mi productor y yo, y miles de espectadores ignoraban: Matheson Academy sucedía en otra realidad creada gracias a la magia negra de Bazphemir y a mi pacto infernal. Todo sucedía en realidad. No había otro actor más que yo. Todo era una realidad creada y fomentada en la mente de los televidentes, la misma realidad que se crea en la cabeza de un lector cuando lo absorbe una novela, o en la sala de cine cuando ve una película que le ha hecho olvidar sus problemas durante unas horas. La gente sigue series durante años y se encariña con los personajes, sin darse cuenta que está viviendo otra realidad, que sigue a los personajes y los convierte en parte de su existencia. El escritor Alan
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Moore dijo en una entrevista que “El supremo acto mágico es decidir en qué tipo de realidad vas a vivir”. Yo vivía esa magia. Nosotros éramos esa otra realidad. Fuimos a la cafetería. Los fenómenos paranormales no cesaban. Una libreta flotó frente a mi, la detuve con ambas manos y se la di al compañero que la buscaba con desesperación. Ricky y Matthew caminaban tomados de la mano, se susurraban palabras al oído y se reían. —Debo admitir que, pese a lo grotesco, se ven lindos —le dije a Marycarmen—. Incluso inspiran. ¿No crees que tú y yo deberíamos…? —No. Llegamos a la cafetería y nos sentamos. Sonó “Bad Moon Rising” desde los altavoces del lugar. Conversamos sobre las clases y le dijimos a David que tuviera cuidado, porque en dos noches habría luna llena. Allí estaríamos nosotros para apoyarlo, para turnarnos cuando tuviéramos que encadenarlo. Marycarmen estaba a punto de iniciarse en el Palo Mayombe y sufría mucha presión porque debía complementar su iniciación con la escuela. Stanley tenía pensado viajar a Italia esa noche. Yo siempre sería exitoso, mientras que Ricky y Matthew eran muy felices. Zerachiel llegaría a atacarnos tarde o temprano. Era un hecho que lo estaríamos esperando. Mientras
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tanto, teníamos que graduarnos, porque ni siquiera una entidad sobrenatural está exenta de estudiar. Así era nuestra vida. Porque la vida es eso: esperar la siguiente temporada, haciéndolo cada vez mejor, conociendo nuevos personajes y superando el rating. 18/XI/2014
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ELENCO
DAVID
FAUSTO
MARYCARMEN
MATTHEW
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RICKY
STAN
XAVIER
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AGRADECIMIENTOS Ninguna novela se escribe sola. Hasta un borracho como Bukowski y un atascado de drogas como Burroughs necesitaron de la ayuda de sus amigos al momento de acomodarle sus madrazos a las teclas. Agradezco a mi editor Miguel Lupián y todo el equipo de Penumbria, así como a Benjamín Hurtado, de CODA, por su apoyo y amistad incondicionales. A Agustín Vega, por su amistad y por repetir los dibujos una y otra vez según los personajes se movían en mi imaginación. Gracias por tu tiempo y por tus trazos. A Jesús Eduardo Ramírez Gutiérrez, Laura Elena Cáceres, Carolina Esqueda y Juan José Ramírez, por leer la primera versión. A José Adalberto Origel Moreno, por ser uno de los mejores amigos que tengo… y por pagar las chelas y las alitas cuando quedé desempleado y escuchaba mis monólogos sobre la trama de esta historia. “No mames. ¿Cómo hacer un hombre lobo vegano sin que suene absurdo?” “¡Pues que sea absurdo!” A Alex Peralta, por escuchar el origen de esta novelita: “A lo mejor escribo algo sobre series de TV, no sé”. A Mario Armas, por su amistad y comprensión de colega. A Mona de la Torre, por estar siempre con su estilo punk. A Paco Urteaga, por tolerar mis inbox llenos de odio y frustración y mandarme videos chistosos de Youtube para alivianarme. A Jorge Hernández, por su amistad y por ayudarme a escribir ese capítulo en el que los alumnos de Matheson Academy se relajan. Finalmente, a Bazphemir. Sólo Stephen y Fausto saben por qué.
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Bernardo Monroy nació en la ciudad de México en 1982. Aficionado a la literatura de terror, fantasía y ciencia ficción. Creció con Bram Stoker, Tolkien y Philip K. Dick. Asegura que El guardián entre el centeno y La Isla del Tesoro arruinaron su vida porque lo obligaron a dedicarse a la escritura. Su primer libro publicado fue El gato con converse, una colección de cuentos fantásticos que tratan desde ángeles caídos del cielo que interpretan covers de Nirvana hasta el Profesor Moriarty dirigiendo al narco en México. Siguió la novela electrónica Slasher, un homenaje al cine de terror ochentero. Actualmente trabaja en Publimetro y colabora habitualmente para Penumbria. Asegura que aún le falta mucho por escribir, así que no quiere hacerse uno con La Fuerza. Entre sus mayores frustraciones están no haber estudiado en Hogwarts ni en la Escuela del Profesor Xavier.
Agustín Vega nació en 1990 en Michoacán, después vivió en Irapuato, Gto. Actualmente radica en la ciudad de México, donde se desempeña como artista freelance en diversas editoriales. Forma parte del equipo de Lit Ediciones, especializándose en divulgar la cultura del manga en México.
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En el siguiente enlace podrás escuchar y ver los videos de todas las canciones que se mencionan en la novela: https://www.youtube.com/playlist?list=PLvN1WtLIBXRWStlk_qGbI1PbQpX7_pu2
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