EL SEÑOR DE LA CASA DE LAS MANILLAS

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EL SEÑOR DE LA CASA DE LAS MANILLAS En el pue blo era conocido como el señor de la cas a de las Manillas. Algunos, sin emb a r g o , habla n d o de él decían des p e c tiv a m e n t e el tío foras t e r o , y los pocos que lo trat a b a n le llama b a n res p e t u o s a m e n t e don Álvaro. Llegó pocos años atr á s , des p u é s de her e d a r la cas a y varios cortijos con deh e s a s , olivare s y tierra s de pan llevar. Era hom br e de unos cuar e n t a años, alto, seco, frío, adus t o y calcula d or. Se com e n t a b a que fue buca n e r o en mar e s de las Indias, y que en Toledo, de dond e proce dí a, se dedicó al prés t a m o y a la usur a. El pue blo es Sabiot e, enc ar a m a d o en uno de los cerros más altos de la Loma de Úbed a. Es villa milen a ri a, con castillo, mur allas con altos torre o n e s de vigilancia y siet e puert a s de acce s o que, toda ví a en aqu ellos años de la última déc a d a del siglo XIX, seg uí a n cerrá n d o s e al toqu e de oración y abrién d o s e al am a n e c e r . Tiene cas a consistorial con alcald e, escrib a n o y algu a cil, así como mé dico- cirujano, ministr a n t e y dos escu el a s públicas, con ma e s t r a miga una y otra para niños con ma e s t r o. Hay ta m bi é n una maj e s t u o s a iglesia parro q ui al con curat o de tér min o y de pres e n t a ció n por part e de un mar q u é s , due ñ o de gran d e s propie d a d e s en la villa, y servid a por un prior, un cura tenie n t e , dos ben eficia d o s , sacrist á n mayo r, sirvient e y soch a n t r e . Adem á s , un conve n t o que fue de religios a s car m elit a s desc alz a s , dos capillas y dos ermit a s , una de ellas la del patro n o San Ginés de la Jara. De mur allas afuer a las tierr a s son ferac e s y los olivare s produc tivos . Desd e torreo n e s y mirad or e s pue d e cont e m p l a r s e un ext e n s o pais aj e que por el nort e se pierd e en Sierra Moren a y romp e el valle del Guad alim a r, dond e se inician las tierra s rojizas de El Cond a d o ; y por el sur, en dirección est e, se ve en lonta n a n z a Sierra Mágina, así como las de Cazorla, Segur a y las Villas. La cas a de las Manillas est á cerc a de la parroq ui a y a la entr a d a del barrio del Albaicín. Toda ella es de piedr a de cant e rí a, y en su fach a d a , ade m á s de las ma nillas o anillos que deno t a n su noblez a, tien e sen d o s escu d o s de arm a s y el año de su proce d e n ci a: 1550. Don Álvaro her e d ó cas a, tierra s y cortijos de una her m a n a de su ma dr e , doñ a María Zarzalejo Teruel y Dávalos, la señor a, última desc e n di e n t e por vía direct a de don Pero Zarzalejo, conquis t a d o r de la villa en tie mp o s de San Ferna n d o y tronco de varias ram a s que, a lo largo de cuatro siglos, dieron a Sabiot e import a n t e s homb r e s que ocup ar o n cargo s divers o s , ya como alcaid e s del castillo, inquisidor e s , priores , familiare s del Santo Oficio, corre gidor e s , regidor e s ... Cuan d o don Álvaro se hizo cargo de las propie d a d e s here d a d a s , proc e dió con un mal me dit a d o calculis mo y des pidió a homb r e s y mujer e s que lleva b a n tod a una vida ligado s a la señor a y a sus padr e s por lazos de trab aj o y afectivos. Así se des hizo de ma nijero s, mulero s, gañ a n e s , porqu e r o s , cas er o s y cas er a s , ap er a d o r e s ,


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brac e r o s y mozos y moza s de servicio. Vendió casi la totalida d del gan a d o por consid er a rlo improd u c tivo, incluso el tronco de cab allos que sie mp r e utilizó la señor a, su tía, ade m á s de otros anim al e s y aves de cuadr a y corral. Ante los del pue blo don Álvaro nunc a fue bien visto, pero aun q u e las familias pudie n t e s lo recibiero n prime r o con fría hostilidad y luego con indifere n ci a y la clas e baja con des pr e cio continu a d o , todos resp e t a b a n la enor m e fuerz a de su posición social y econó mic a e incluso su pers o n alid a d, cierta m e n t e violent a y egoíst a , pero llena de vitalida d. Es soltero don Álvaro, pes e a su ed a d, y vive solo en la cas a de las Manillas, si bien suele pas a r con él larga s te m p o r a d a s su her m a n a , la señorit a Juliana, alta, hues u d a , de eda d indefinida y mal cas a d a , seg ú n se com e n t a . Tiene una sirvient a , Petra, cuar e n t o n a y sonros a d a , único ves tigio del nu m e r o s o servicio que sie mp r e hubo, pero le ayu d a n en las tare a s dom é s tic a s su her m a n o Ginés y una sobrina de amb o s , Mariquilla. Ginés es viejo, dichar a c h e r o y ocurr e n t e y, entr e otras cos as , se ocup a de ate n d e r el poco gan a d o que que d a en las cuadr a s . Tiene un burro propio, Com ple t o , del que dice que se llama así porqu e no le falta na, y al que, segú n dicen ta m bi é n , quier e como a las niñas de sus ojos. Mariquilla es grácil, sencilla y linda, vivar ac h a en ocasion e s y tímid a otras . Tiene la tez mor e n a , el pelo negro como el aza b a c h e y los ojos verd e s . Al mirarla suele bajarlos, y, a vece s , se encien d e n sus mejillas y se pon e n como la gran a . Andar á por los dieciocho o veint e años, pero no se le conoc e novio, pes e a que la cort ej a n mocicos del pue blo y foras t e r o s . La sacó de pila la señor a, de quien tomó el nomb r e ; su ma dr e murió siend o niña y su padr e cuan d o era mozu el a. Vive con su tío Ginés en la cas a que ést e tien e en el Albaicín. La viviend a es pequ e ñ a y hu mild e, pues sola m e n t e cons t a de port al- cocina, dos habit acion e s dormitoria s, cuadr a y corral con pozo me dia n e r o , pero reluc e tod a ella como los chorros del oro. A vece s , la tía Petra resid e con ellos cuan d o el amo va de viaje o a los cortijos. Aquel día había en Sabiot e una gran agitación. Hombr e s del ca mp o , agrup a d o s en la Puert a de la Villa junto a la vieja iglesia de la Reina, clam a b a n airado s contr a la injusticia de un paro que venía ma n t e ni é n d o s e des d e hacía mes e s . Juan Navarr e t e , apod a d o Mantec a , me n u d o , vivaz y de palabr a fácil y cálida, se subió a un banco de piedr a y, dirigién d o s e a los de m á s , dijo: -Comp a ñ e r o s , con el paro el ha m b r e se ha apod e r a d o de nue s tr o s cuerpo s y el de nues t r a s mujer e s e hijos. Si esto continú a , lo que nos esp e r a es ir poco a poco al pant e ó n en la caja de las ánim a s y con entierro pollar . El aba n d o n o de los ricos, y sobr e todo, la mu er t e de la señor a , que Dios teng a en su gloria, han sido caus a de nues t r a des gr a ci a. Ella siem p r e nos dio trab ajo y afecto, pero su suce s or, por el contr ario, no sólo nos ha quita d o el pan, sino que ha hipot e c a d o y emb a r g a d o a los que tuvimo s la des gr a ci a de deb e rl e unos duros a él o a su tía. Y como las autorid a d e s son ellos, los ricos, y ellos no nos oyen, ten e m o s que ser nosotro s mis mo s los que resolva m o s nues t r o s propios proble m a s . Por mi part e , he dicho. La are n g a excitó a todos. Y dijo uno: -Nos quita n las tierra s y las dejan de erial. Y los quiñon e s de la Vega , la Serna , la Solana y otros, son nues t r o s porqu e nosotro s los otoñ a m o s , los ara m o s y


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seg a m o s las mies e s , las trillamo s y las ave n t a m o s . Y nue s tr o s son ta m bi é n los olivar e s de la Dehe s a , de la Hoz, de la Covatilla y de varios sitios más , porqu e los ara m o s y los bina m o s , les cava m o s los pies y los vare a m o s cuan d o el fruto est á en sazón. Y son nue s tr a s mujer e s e hijos quien e s se tiran al suelo par a arra nc a r la aceitu n a una a una de entr e los terron e s y el hielo. Y dijo otro: -No me pondr é los peale s ni me calzar é las abarc a s par a servir a quien es cap az de quitar el pan a mis hijos. Tene m o s la recolección encim a , ¡pues que siegu e n las mies e s el señor de la cas a de las Manillas y quien e s le sigu e n, que nosotro s nos que d a r e m o s con nues t r a dignid a d y nues t r a ha m b r e ! Y un terc er o: -Que nadie coja una hoz, que nadie arra n q u e un garb a n z o, que nadie saq u e una bes tia con albard a y jamu g a s . Por una puñ e t e r a vez, ¡va m o s a ma n t e n e r n o s unidos! Cuan d o Juan Antonio el de las Monjas se levan t ó para hablar se produjo un resp e t u o s o silencio. Es homb r e serio, de palabr a lent a y monó t o n a , que había est a d o siem p r e al servicio de la señor a ocup a n d o pues t o s des t a c a d o s , ya sea como aper a d o r o como mulero ma yor. Y les dijo: -Amigos, cuan t o hab éis dicho es cierto y no hay ningu n o que no lleve razón en lo que ha expu e s t o . Cierto es ta m bi é n que ten e m o s que tom a r una decisión, pero ést a deb e ser conocid a de los propiet a rio s ant e s de proce d e r . Propon g o que les comu niq u e m o s , emp e z a n d o por don Álvaro, que, en la recolección de cere al e s que se avecin a, no pen s a m o s coger una sola espig a si ant e s no se devu elv e n las tierra s a los que las tenía n y se proporcion a trab ajo a los que lo nec e sit a n . Para ello deb e nomb r a r s e una comisión y yo me ofrezco el primer o. El que quier a que me siga. Ningún hom br e se movió ni levan t ó la voz. El hecho de pon er s e ant e la pres e n ci a de don Álvaro par a una emb aj a d a se m ej a n t e aterr a b a a la ma yoría. Al fin, uno dijo que fuera el propio Juan Antonio el que eligier a aco m p a ñ a n t e s , y ést e se decidió por Mant eca, Carras c o, Juan del Rox y Cascajo. Y pro m e tió inform a r del result a d o de la entr e vis t a . La cas a de las Manillas tien e rejas de hierro forjado y fuert e s puert a s de ma d e r a con clavos, llam a d o r e s y un postigo que sie mp r e per m a n e c e abiert o. El zagu á n es amplio, con grue s a s vigas en el techo y dos hacho n e s de aceit e, uno en cad a par e d , que se encie n d e n al anoch e c e r y tien e n la cal enn e g r e ci d a . La canc el a, enfre n t e , est á hech a de ma d e r a de cuart e r o n e s y da pas o al port al. A su dere c h a , un tirador que hac e sonar una ca mp a nilla al accion a r s e , y a la izquierd a , en lo alto, un vent a n u c o por el que se suele aso m a r la pálida cara de la señorit a Juliana. Cuan d o la ca mp a nilla sonó y abrió Petra la puert a , palideció al ver a los cinco visita n t e s . Pero, sin decir pala br a, les hizo pas a r y subió a llamar a su señor. El señor ap ar e c e por una puert a a la que se acce d e subien d o unos peld a ñ o s . Su traje es oscuro, su tez cetrin a, su mira d a profun d a . Con una indicación autorit a ri a hac e subir a los comision a d o s a una sala amplia con estr a d o negro, gran d e s cortin a s y un ligero olor a inciens o. Nadie se sient a . -Tenéis la pala br a, les dice.


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Juan Antonio balbuc e a , carra s p e a , tos e y al fin se decid e: -Desd e que la señor a falta... Le cort a airado don Álvaro: -A la señor a , mi tía, no hay que record a rl a sino par a des e a rl e desc a n s o eter n o. Ahora el señor soy yo, y yo decido en mi cas a. Insiste el cam p e s i n o: -Con res p e t o quiero decir a su merc e d que las decision e s y accion e s de mi señor a, que gloria halle, per mitía n que viviéra m o s con holgur a nosotro s y nue s tr a s familias. Las suya s , señor don Álvaro, han traído el ha m b r e y la ruina a nues t r a s cas a s . -Yo tomo mis decision e s en defen s a de mis inter e s e s -dijo don Álvaro- ; que cad a uno tom e las suya s par a defe n d e r los propios y que deje a los de m á s . -Señor, sus cortijos se han que d a d o vacíos y alguno s se hund e n ; gran part e del gan a d o ha sido malve n di d o o ha mu er t o; los cam p o s est á n yer mo s , las mies e s se agos t a n , la aceitu n a de las dos última s cos ec h a s se secó en el árbol y la caída se envolvió entr e la tierra y la malez a. Y todo ha suce dido así con el pret e x t o de que esos cam p o s no son rent a bl e s . ¡Los mis mo s cam p o s que sie mp r e han alime n t a d o a nues t r o s padr e s y a los padr e s de nues t r o s padr e s ! -Vosotros, y no otros hab éis labra d o mis tierra s y pas t or e a d o mi gan a d o . Nunca llamé par a hac erlo a un foras t e r o, dijo el amo. -Porqu e cobra m o s me n o s , ma s c ulló Cascajo. -Y me n o s que vas a cobrar -voceó don Álvaro- , porqu e en est a cas a no vuelve s a trab aj ar. -Mi amo -dijo Juan Antonio con aplo mo- , si se nos impide decir la verd a d , aunq u e sea moles t a , ni mis comp a ñ e r o s ni yo pode m o s per m a n e c e r aquí. -Tú y tus comp a ñ e r o s dond e est áis hacie n d o falta es en la calle. Y en lo que a ti concier n e , ve prep a r a n d o el dinero que me deb e s , porqu e si al vencimie n t o del pag a r é no me tra e s el import e , te vuela lo poco que tien e s . -Sí, nos vamo s , pero no sin decirle ant e s que es gran d e la cos ec h a de cere al que ten e m o s encin a, y que ni los hom br e s seg a r á n ni las mujer e s espig ar á n ni arra n c a r á n un garb a n z o, si ant e s no nos pon e m o s de acu er d o en las condicion e s . -Amen az a s a mí. ¡Fuer a de mi cas a! ¡¡Fuer a!! Petra, como venía obs erv a n d o que Mariquilla mira b a a don Álvaro con bue n o s ojos y que a vece s justificab a sus accion e s , le dijo un día: -No me gust a como miras al señor ni como te mira él a ti. Vete y no vuelv a s a est a cas a, que aquí no hay nad a bue n o. Pero Mariquilla hizo oídos sordo s a los cons ejos de su tía y continuó yen d o a la cas a, acas o por la fuerza de la costu m b r e , aca s o porqu e tenía seg urid a d en sí mis m a , aca s o... La señorit a Juliana dijo a Petra: -Si tu her m a n o Ginés nos entr e g a la cas a y el burro, evitar á que teng a m o s que recurrir a los tribun al e s , que au m e n t e la deud a con los gas to s y que incluso pue d a vers e entr e rejas. Entre sollozos res po n dió Petra:


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-Sin su viviend a mi her m a n o y mi sobrina que d a r á n en la calle y yo mis m a no ten dr é adon d e ir el día en que deje est a cas a. Y mi Ginés sin el borrico perd e r á la vida, pue s es much o lo que lo quier e y lo que lo nec e sit a. Por carida d, déjen n o s ahor a tran q uilos, y con la poca cos ec h a que vamo s a coger, con lo que espigu e mi sobrina y con algo má s de tiem p o que nos den, ya verá n como pag a m o s lo que les deb e m o s . Pero Juliana, inflexible, le dijo que era n much o s los pago s que tenía n que hac er y que nec e sit a b a n el dinero con urge n ci a. Desp u é s Petra llamó a su sobrina y se lo contó todo. Mariquilla se dio cuen t a del proble m a que se les avecin a b a , pero se mordió los labios y no dijo nad a. Días ant e s de que se diera la voz para iniciar la recolección, se produjo una fuert e explosión de noticias y acont e ci mi e n t o s que con m o cion a r o n la vida del pue blo. Cuan d o ya su est a d o casi lo evide n ci a b a , Mariquilla comu nicó a su tía que est a b a emb a r a z a d a de don Álvaro. Y al emb a r g a r poco des p u é s el juzga d o los bien e s de Juan Antonio y de otros trab aj a d o r e s , pero no los de Ginés, todos creye r o n intuir la razón. Tres días des p u é s se produjo una fuert e te m p e s t a d y un rayo incen dió la cas a de las Manillas. Entre el fragor de la torm e n t a , el tañido de las cam p a n a s toca n d o a reb a t o y el griterío de los vecinos que expu si er o n valient e m e n t e sus vidas, don Álvaro, su her m a n a y Petra fueron sac a d o s de entr e las llam a s . El peor par a d o fue don Álvaro, quien, por salvar a las mujer e s , se deb a tió entr e el fuego, el hu mo y los esco m b r o s has t a ap art a rl a s del peligro. Las puert a s de las cas a s de la vecind a d se abriero n par a acog e r a los heridos y, en una de ellas, don Álvaro, me dio asfixiado, que m a d o y con violent a s convulsion e s , vio próxim a su mu er t e y ma n d ó llama r al prior, el cual, des p u é s de confes a rlo, habló larga m e n t e con Mariquilla primer o y luego con sus tíos y con la señorit a Juliana y, pes e a la férre a oposición de ést a, conc er t ó la boda y los casó in artículo mortis . Duran t e varios días se deb a tió el señor de la cas a de las Manillas entr e la vida y la mu er t e , y como mien tr a s tant o las sie mb r a s se sec a b a n en los ca mp o s porqu e los trab aj a d o r e s ma n t e ní a n el paro acord a d o , el cura acon s ej ó a Mariquilla que, como legítim a espo s a del due ñ o, trat a r a de resolv er la situación. Y Mariquilla lo hizo sin titub e a r . Llamó a Juan Antonio, a Mant eca, a Juan del Rox y a otros, y, tras expo n e rl e s el caso, les ofreció jornal y participa ción, a cobrar una vez que se vendier a n los primer o s grano s . Al día siguien t e , y ya con el sí por delan t e , se ocupó de busc ar el resto del pers o n al y ella mis m a se puso al frent e de la cuadrilla de mujer e s . Luego compró fiados unos pare s de mulos y contr a t ó otros con sus resp e c tivo s muleros . Mandó limpiar las eras del pue blo y las de los cortijos, y de cuadr a s y gran e r o s sacó rulos, horc a t e s , collera s, ubios, barzon e s , horca s , cribas, fane g a s , cele min e s ... En poco tiem p o la recolección se puso en marc h a . Los seg a d o r e s , envu elto s en sudor y polvo, corta b a n con sus hoce s la mies y form a b a n gavillas que carg a b a n en mulos, burros, carros y carre t a s que las tran s p o r t a b a n a las eras , en dond e lentos rulos chap e t e r o s conducido s por niños o viejos que se sent a b a n en sillas de


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ram al e s , aplas t a b a n las espig a s des gr a n á n d ol a s . Despu é s , tras juntar la parv a, se ave n t a b a ést a par a sep a r a r la paja del grano, y el cere al form a b a así el pez que era me dido en fane g a s o cele min e s y trans p o r t a d o a los gran e r o s . La joven espos a vendió a precio relativa m e n t e bajo las primer a s fane g a s con objeto de anticipar dinero a los trab aj a d o r e s . Pero como a la vez se vio sorpr e n di d a con la llega d a de acre e d o r e s que, asus t a d o s por el est a d o de don Álvaro, pres e n t a b a n recibos, letras y pag a r é s a su cargo, ató cabo s con lo que había visto y oído ant e s y compr e n di ó que su marido se hallab a en banc a rr o t a . Entonc e s habló con el prior y con Juan Antonio y éstos le confirm a r o n que, en efecto, el desc uido de las fincas y las mala s inversion e s hech a s en prés t a m o s e hipot e c a s le había n lleva do a tal est a d o . Mientra s , la fortalez a física del enfer m o logró impon e r s e sobr e sus dolencia s y lent a m e n t e emp e z ó a mejor ar. Pero, a me did a que se iba hacie n d o cargo de la situación, reaccion a b a con violencia. Instiga d o por su her m a n a , se negó a consid er a r a Mariquilla como espo s a con el pret e x t o de hab e r sido eng a ñ a d o por el cura cuan d o no era due ñ o de su pers o n a y, en cons e c u e n ci a , rehu s ó ace p t a r sus decision e s como ad minis tr a d o r a de la cas a y de la hacie n d a . Mariquilla, que siem p r e había trat a d o a don Álvaro con mied o, pes e a sentir por él un amor que raya b a en la ven er a ció n, se atr evió a hablarle en uno de los pocos mo m e n t o s en que tuvo ocasión de verlo. Lenta m e n t e , y casi sin levan t a r los ojos, le dijo que había sido ella quien buscó su propia suert e o des gr a ci a, pero no por inter é s , sino por amor. Porqu e el amor, aña dió, ta m bi é n exist e pes e a la difere n ci a de ed a d y clas e y porqu e ella lo había querido y lo quería al verlo sie mp r e solo, lucha n d o contr a todos y contr a todo, incluso contr a su propia sob er bi a y su egoís m o. Y ter minó dicien d o: -Nada quiero de ust e d ni nad a piens o pedirle. Esto que me he busc a d o yo, yo mis m a lo voy a resolver. Quéd e s e con mi amor, que és e no se lo pue d e quitar. Y qué d e s e ta m bi é n con sus ejecut oria s de noblez a y sus bien e s , que yo ten g o algo más gran d e que todo eso, que es el hijo que llevo en mis entr a ñ a s . Nuestro hijo. Cuan d o el de las Manillas pudo levan t a r s e , vio entr e ad mir a d o y sorpr e n did o todo lo que su mujer había cons e g uid o, pero ma n t u v o firme su orgullos a decisión y lo que hizo fue llam ar a su abog a d o y ejecu t a r cuan t o s pag a r é s tenía a su favor, entr e ellos el de Ginés. Des a h u ció a ap arc e r o s y arre n d a t a ri o s con objeto de dejar libres sus propie d a d e s y vend e rl a s , y se des hizo a bajo precio de los cere al e s que ella ma n d ó encerr a r en alma c e n e s y gran e r o s . Un día la justicia emb a r g ó la cas a y el burro de Ginés, y ést e que d ó su mido en una profund a depr e sió n, que se agra v ó cuan d o des p u é s le quitaro n a Com pl e t o y lo depo sit a r o n en una cuadr a municipal en esp e r a de ser sub a s t a d o . Pero, al mis mo tiem p o, los acre e d o r e s hincaro n sus garra s sobr e los bien e s de don Álvaro y se suce di er o n las ejecucion e s de títulos y los consiguie n t e s emb a r g o s y sub a s t a s . La curia pas e ó por el pue blo sus larg a s vesti m e n t a s , y sub a s t e r o s , logreros y homb r e s de pocos escrú p ulo s exa mi n a b a n las fincas par a lanzar s e sobr e ellas como ave s de rapiñ a en el mejor mo m e n t o . Mientra s , Mariquilla había dado a luz a un precios o niño, y la tía Petra, que nat ur al m e n t e había dejado a su amo, se convirtió en el alma de la cas a de su her m a n o y en una inesti m a bl e ayu d a para su sobrina. Pero ést a había llega d o a la


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conclusión de que el pue blo no era ya el lugar ad ec u a d o para ella y par a su hijo y decidió irse a las América s con unos lejano s parie n t e s que tenía en Buenos Aires. Y con el mis mo ímpet u que ponía en todo, se dedicó a prep a r a r el viaje ayud a d a por su tía. Don Álvaro, des d e que se ent er ó del nacimi e n t o del niño era un alma en pen a. Trat a b a siem p r e de hablar con quien hubier a visto a la ma d r e y a su hijo y pas e a b a a cab allo cerc a de la cas a en que vivían, levan t á n d o s e sobr e los estribos cad a vez que pas a b a junto al bajo bard al del corral de Ginés. Mariquilla, que había prep a r a d o en secr e t o el viaje, salió de Sabiot e ant e s del am a n e c e r de un frío día de dicie m b r e en una tart a n a con su hijo y esca s o equip aj e. Se propo nía tom a r un tren has t a Cádiz y des d e allí un barco con des tino a Buenos Aires. Pero su march a , llevad a con tanto sigilo, fue, sin emb a r g o , un secre t o a voce s, por lo que la noticia llegó rápid a m e n t e al conocimie n t o de don Álvaro, y ést e, a trav é s de la tart a n e r a , se ent er ó de todos los porm e n o r e s . Como una exh al ación volvió a su cas a, ensilló un cab allo y salió a galop e ten dido. Encontró la tart a n a cuan d o , cerc a ya de la est a ción de ferroc a rril que había n hech o en tér min o de Baez a, inten t a b a cruzar el río Guad ali m a r por un vado. Lívido, des e n c aj a d o y sin hablar palabr a , cogió en voland a s a Mariquilla quien, con el niño en brazo s, que d ó mont a d a sobr e la grup a del cab allo. Desp u é s le dijo algo ininteligible al coch er o, y, a trot e largo, volvió siguien d o el mis mo ca mino por el que había llega d o. A eso del me diodía se bajaro n los tres del cab allo en el port al de la cas a de las Manillas, y Juliana, que ya tenía el equip aj e hecho, salió por la tard e en otra tart a n a , pero est a vez busc a n d o un tren con dirección contr a ri a. Mariquilla habló larg a m e n t e con su marido, y aunq u e él le dijo que su patrimo nio est a b a legal m e n t e perdido, ella se puso en acción. Como ya se había dado la voz par a la recogid a de la cos ec h a de aceitu n a , que era bue n a , volvió a llama r a sus amigo s, y todos, pes e a lo suce dido ant e rior m e n t e , res po n di e r o n como un solo homb r e . Se forma r o n cuadrillas, ellos como vare a d o r e s , ellas como recog e d o r a s , y, el día en que emp e z ó la faen a , larga s filas de aceitu n e r o s se acerc a b a n al tajo con el rito y la unción que si de una proc e sión se trat a r a . Y al llegar, des ple g a b a n los homb r e s los ma n t o n e s y con sus larga s vara s tirab a n al suelo la aceitu n a ; y las mujer e s , de rodillas y con ropa s has t a los pies, la recogía n ech á n d ol a en espu e r t a s ; e incluso los niños, entr e risas y alborozos , cogían ta m bi é n las salte á s como si fuera un juego. Y cuan d o la curia o acre e d o r e s inoport u n o s se atrevía n a aproxi m a r s e al pue blo, el vigía de turno, situ a d o en la er mit a de San Ginés, alert a b a a los de m á s , y unos gritos dado s a tiem p o bas t a b a n para hacer correr a los visitan t e s . Al ter min a r la recolección, y des p u é s que el molino convirtier a en aceit e la aceitu n a , el ma tri mo nio quiso vend e rlo con ánimo de pag a r al pers o n al, pero el pers o n al sólo acep t ó unos reale s para salir del paso, diciend o que dedic ar a n el resto a resolver la difícil situación. Don Álvaro, que en los prime r o s días de la reconciliación se ma nife s t a b a entr e hosco y tacitur n o, emp e z ó a gan a r s e la confianz a de la gent e cuan d o lo vieron visitar frecu e n t e m e n t e los tajos y conv er s a r con los aceitu n e r o s , o al asistir a mis a con su mujer y algun a vez ta m bi é n con el niño, o cuan d o se ent er a r o n de que


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se entr e vis t ó en su cas a con Juan Antonio el de las Monjas y le comu nicó que había dado orde n de retirar las de m a n d a s judiciales pres e n t a d a s contr a él y los rest a n t e s deud o r e s . Pero como el grav e proble m a econ ó mic o subsis tía, un día se march ó a Toledo, su tierra, con objeto de visitar a amigo s y parien t e s y trat a r de solucion arlo. Duran t e el viaje de su marido Mariquilla habló con pais a n o s y conocido s, así como con juece s , abog a d o s , acre e d o r e s y pers o n a s des t a c a d a s de los pue blos limítrofes . Su enc a n t o y simp a tí a pers o n al, así como el resp e t o que sie mp r e inspiró todo lo relacion a d o con la cas a de las Manillas, bas t ó para que se produj er a el milagro de end e r e z a r el mal ses g o que la mis m a había tom a d o con la entr a d a del nuev o propiet a rio. Y con la ayu d a econó mic a de unos y los avales de otros, se pudiero n paralizar los proce di mi e n t o s judiciales más peligros o s . Días des p u é s volvió don Álvaro carg a d o de bue n a s noticias. Sus deu d o s había n res po n di d o mejor de lo que él esp e r a b a . Incluso su her m a n a Juliana puso a su disposición el dinero de que disponía. Adem á s , logró de un import a n t e banco un crédito a largo plazo, suficient e , segú n él, para evitar las sub a s t a s anun ci a d a s e incluso par a pag a r a los trab aj a d o r e s . A la cas a regr e s a r o n Petra y su her m a n o Ginés. Las cuadr a s , con gan a d o propio o pres t a d o , volvieron a est ar como en los mejor e s tie mp o s de la señor a, y los cortijos, deh e s a s y huert a s emp e z a r o n a cobr ar vida. Fueron rep ar tid a s tierra s y olivas a antiguo s colonos en condicion e s equit a tiv a s . Reba ñ o s de la localida d y forán e o s ocup ar o n de nuev o las deh e s a s , y viejos hort ela n o s cavaro n las huert a s y alum b r a r o n el agu a de los ma n a n ti al e s , casi secos por el pas a d o aba n d o n o . Como el eje m plo de los de la cas a de las Manillas emp e z ó a cundir entr e otros ricos hac e n d a d o s , todos pen s a r o n que el pue blo y sus gent e s se tran sfor m a rí a n , porqu e las tierr a s , ant e s yer m a s y baldías, sería n cultivad a s ; y dec e n a s de par e s de mulos saldría n a la del alba de las cas a s y los cortijos; y los muleros hincaría n en la tierra la reja de los ara d o s hacie n d o surgir largos surcos par al elos que par ec e rí a n unirs e en la lejanía; y hom br e s fornidos y sudoro s o s cavaría n la tierra arra n c á n d ol e terron e s que envolvería n sus piern a s has t a las rodillas; y los surcos se llenaría n de simien t e que ger min a rí a dan d o vida a la tierra; y los anim al e s de los ca mp o s y las deh e s a s daría n vida a otros anim al e s ; y el agu a de los ma n a n ti al e s correría e inund a rí a las tablas de las huert a s y los hoyos de los árbole s frutale s , y, con el sol, los ca mp o s sabiot e ñ o s se llenaría n de luz y de riquez a . Pero algo que d a b a sin resolv er, y es que como la autorid a d local no había recibido el ma n d a m i e n t o judicial nec e s a rio par a liberar a Com pl e t o del depó sito a que se hallab a som e tid o, el burro continu a b a en la cuadr a municip al, y, aunq u e Ginés est a b a más tran q uilo, aún cont a b a el tie mp o que le que d a b a par a ten e rlo, si bien sus perros Madroño y Cartuch o seg uí a n turn á n d o s e en la diaria comp a ñí a que hacía n al burro des d e que lo encerr a r o n . Cuan d o finalm e n t e la orde n llegó, el algu acil llevó al borrico a la cas a de las Manillas, mas como su due ñ o no est a b a en ella porqu e había ido a la fuent e de la Corregidora por unos cánt a r o s de agu a, don Álvaro y Mariquilla, ést a con el niño en sus brazos, llevaro n a Com ple t o a la era del castillo a esp e r a r el regr e s o de su amo. Entonc e s los vecinos, al dars e cuen t a de lo que ocurría, acudier o n ta m bi é n por calles y callejas. Y cuan d o Ginés llegó y vio al burro se abr azó a él llorand o. El niño, aunq u e nad a ent e n dí a porqu e est a b a en ma n tillas, reía, en tant o que sus padr e s y


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todos los de m á s llorab a n . Los perros salta b a n y ladra b a n , y Com ple t o , que est a b a en pelo, como si se diera cuen t a se revolca b a compla cido en el suelo y levan t a b a un mont ó n de polvo que subía y se ext e n dí a forma n d o una nub e cilla blanc a. Y much o s pens a b a n que aqu ella nub e cilla acas o fuera un áng el que un día llegar a a Sabiot e, y que, cumplid a su misión, volvía al cielo des p a cio, lent a m e n t e .


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