LA CRUZ DE ESCALERAS DE SABIYUT

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LA CRUZ DE ESCALERAS DE SABIYUT La visita que he recibido de dos estudiantes de Sabiote, pueblo de la provincia de Jaén en el que estuve hace la friolera de más de setenta años, reavivan en este nonagenario no sólo viejos recuerdos, sino una serie de estudios que hice en mis tiempos mozos y que al ser publicados tuvieron cierta repercusión, principalmente en el mundo estudiantil, aunque creo que ello se debió más a tratarse de una obra de tipo sentimental con fondo amoroso que al valor de mi trabajo. Si bien honradamente debo admitir que éste lo tenía, ya que fue sacado de la misma historia. Deseo significar a este efecto que tras mi licenciatura en filosofía y letras en la Universidad Central de Madrid, pasé a ser auxiliar de la cátedra de árabe en la que más tarde fui profesor adjunto y, catorce años después, catedrático por oposición. Asimismo, dediqué parte de mi actividad docente a la Escuela de Estudios Árabes, visité particularmente algunos países que hablan este idioma, y, pensionado, viví en Marruecos y en Egipto durante dos cursos. Pero mis estudios y trabajos en general, estuvieron dirigidos a la investigación y conocimiento de la España musulmana, tanto de la llegada de este pueblo al nuestro mediante la invasión del año 711, como de la vida, literatura, historia, religión, costumbres y logros alcanzados en los casi ocho siglos de estancia en el mismo, hasta su expulsión en 1492. Cuando durante la segunda República estuve varios días en Baeza, lo hice para estudiar en su archivo municipal la figura del lexicógrafo y poeta árabe Bakr Jazin al Majzumi (que fue asimismo cadí de la ciudad en el siglo XI), y como vi referencias del Albaicín de Sabiote, decidí visitarlo. Para ello, tras hacer el recorrido hasta Úbeda en el tranvía de la Loma, en esta ciudad tomé el autobús al que llamaban la Alsina, y al llegar nos bajamos en un lugar situado en el centro del pueblo conocido por las Barandas, donde había una vieja posada en la que me alojé. En ninguno de los tres días que permanecí en Sabiote, es decir, en el antiguo Sabiyut moro, dejé de recorrer su viejo Albaicín. En él todo me entusiasmó y me emocionó, ya que para mí ello constituía una perenne evocación del pasado árabe. Así, la angostura de sus calles, la escasa altura y la modestia de sus sencillas casas -todas blancas y viejas-, su proximidad a la muralla, al castillo y a la mezquita (que estuvo donde la actual iglesia parroquial), además del hecho de que la mayoría de las viviendas tuvieran en la pared un agujero por donde salía el humo de la cocina. Todo ello, absolutamente todo, me hacía pensar que cada momento era bueno para ver salir de cualquiera de sus puertas un moro con chilaba, turbante y babuchas, o una mora ocultando sus hermosos ojos negros tras un tupido velo. Me presentaron y me relacioné en el pueblo con un maestro nacional apellidado Bertomeu, que vivía en él desde hacía años, y cuya escuela radicaba en la plaza de la iglesia, frente al ayuntamiento. Se trataba de un hombre jovial y estudioso, muy relacionado con la gente e interesado por la historia local, por lo que me facilitó datos de interés, me presentó vecinos y me acompañó a visitar la villa y su castillo, propiedad éste del marqués de Camarasa, y que servía entonces como granero y almacén de aperos y útiles de labranza de las fincas rústicas que el mismo tenía en los contornos. Pero así como el Albaicín me impresionó, el exterior del castillo me decepcionó en principio porque no encontré en esta parte vestigio alguno de tipo árabe, pero Bertomeu se apresuró a explicarme la profunda reforma que el monumento sufrió en el siglo XVI al adquirir el señorío de Sabiote al emperador Carlos V su secretario Francisco de los Cobos. Y al introducirme seguidamente en su interior, y continuar aclarándome que la mayor parte de las ruinas que veía procedían de actos vandálicos de los soldados de Napoleòn durante la guerra de la Independencia


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mirando entonces y después con detalle los distintos lugares, si que encontré los vestigios que buscaba, principalmente en una de sus torres, pero también en las mazmorras, cuadras y galerías subterráneas. En otros sitios, las vi asimismo tanto en la torre de la Barbacana, o sea, junto a la puerta de los Santos, como en las llamadas ventanas moras sitas en la muralla contigua, conocidas con este nombre a causa de una vieja tradición que afirma que por ellas se descolgaron tres hermanas árabes, a las que esperaban abajo tres enamorados caballeros cristianos con los que se fueron. Un hallazgo que para mí tuvo gran importancia, se produjo cuando visitando el final de una nueva calle que parte de la Puerta de la Villa (y que los estudiantes sabioteños me recordaron que se llamaba y se llama de San Ginés en honor del patrón), observé que en una plaza que acababan de hacer había en el suelo un montón de piedras de cantería, entre las que me llamó la atención un basamento labrado, un fuste o columna y un capitel en el que se había fijado una cruz de hierro. Al preguntar sobre su procedencia, me dijeron que todo ello acababa de ser desmontado de aquel lugar para volver a ponerlo en otro próximo. Como aquellas piedras me interesaron, comencé a removerlas, y escudriñando en la basa del fuste apareció borrosa una larga inscripción con caracteres árabes, pero que a fuerza de limpiar y raspar logré descifrar la leyenda, cuyo texto, una vez traducido y ordenado, era: “El emir de Sabiyut Alí ben Alhaken y la cristiana Alisa, se amaron, crearon una villa poderosa y los bendijo Alá con descendencia”. Removiendo más piedras, en cuatro de las más grandes hallé en cada una uno de estos nombres moros de varón: Al Haken, Mohamed, Yusuf y Alí. El significado de la inscripción de tales nombres no lo comprendí en aquel momento, pero, tras estudiarlo después, supe que fue el origen de una bella historia. Al ver de nuevo a Bertomeu le conté mi descubrimiento y le dije que me hablara sobre lo que él sabía de las piedras, a lo que me contestó que desconocía totalmente la existencia de las inscripciones, y que lo único que podía comunicarme es que se trataba de un sencillo y antiguo monumento conocido como la Cruz de Escaleras, que estaba formado por una base cuadrada de la que partían tres escalinatas que confluían en una meseta superior en cuyo centro había una columna con su capitel y, sobre el mismo, una cruz de hierro. Igualmente me aclaró que el lugar en que el monumento estaba se llamaba por ello de la Santa Cruz. Según me explicó también, el traslado obedecía a que el espacio que ocupaba el mismo se necesitaba para la plaza que se estaba haciendo y que ya tenía nombre: se llamaría de Galán y García Hernández en honor de los dos militares que se sublevaron en Jaca y fueron fusilados en 1930. Dándole vueltas a todo ello volví a Baeza, y continuando mis investigaciones en días sucesivos, cual sería mi sorpresa cuando, al examinar unos legajos árabes, aparecieron los nombres de Alí y de Alisa en una larga historia situada en Sabiyut o Sabiote. La misma estaba firmada en Bayaasa o Baeza por Mohamed ben Abd Yelum, escribano y cronista del rey de dicha ciudad, y tanto por su extensión, como por su redacción, prolija y conceptuosa, me he limitado a traducir y transcribir textualmente los pasajes de mayor interés que narra el cronista, así como a resumir el resto y a poner las fechas de acuerdo con la cronología cristiana. Ello, porque si bien es el 622 el año de la era cristiana en que comienza la mahometana, es difícil fijar la correlación posterior de los años de ambas eras, debido a que los mahometanos se rigen por el año lunar que tiene 354 días, y los cristianos por el sideral, que tiene 365. La dicha historia, que es del día 6 de enero de nuestro año 1220, se refiere a los reinados de Abd-Al Rahmán III (siglo X) y, sobre todo, de su hijo Al Haken II, que tuvo varios hijos varones y a quien sucedió Hixen II (siglo XI). Pero en la misma se destacan hechos del hijo menor del dicho Al Haken, llamado Alí, y es la siguiente: I En el nombre de Mahoma, profeta divino de Alá, el misericordioso, el santo, el prudente, el sabio, el poderoso, el creador de cielos y tierra, sabed lo que esto vierais y entendierais, como nos, escribano público de mi Señor el Rey de Bayaasa, Abdallah ben Muhammad al Bayasí, que Dios guarde, por encargo y mandato suyo doy a conocer cuanto ocurrió a su ascendiente Alí ben


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Alhaken, emir que fue de Sabiyut, villa en la que amó y fue amado, y en la que quedó un perenne recuerdo de este amor y de su buen arte de gobernar. II Durante el reinado de nuestro señor el califa Al Haken ben Abd-Al Rahmán II, y también en el de su padre el Príncipe de los Creyentes y primer califa de Cordua Abd al Raman III, Al Andalus tuvo una prosperidad nunca conocida, ya que ambos monarcas lograron imponer su autoridad en todo el territorio que, por el esfuerzo de sus ascendientes los Omeyas y por el suyo propio, quedaba bajo su jurisdicción. La verdadera religión predicada por el profeta unía en una fe única al pueblo musulmán, el cual, ante el empuje de su doctrina y la fuerza de sus armas, logró que los infieles cristianos fueran continuamente derrotados y que en sus propias tierras quedaran sometidos, pues los nuestros, desde la victoria inicial en el río Guadalete, llevaban ya casi tres siglos victoriosamente establecidos. Pero aunque la agricultura, el comercio, las bellas artes y la cultura en general se extendiera desde la capital, Cordua, a los lugares más apartados de Al Andalus, había personas que, ya sea por codicia o por deseo de independencia, levantaron armas contra el califa Al Haken. Tal ocurrió con las plazas de Bayaasa, Ubadda y Sabiyut, conocidas por los cristianos como Baeza, Úbeda y Sabiote, pues llegaron al palacio del califa emisarios comunicando que las dichas plazas se negaban a rendir pleitesía y a pagar vasallaje a quien por derecho divino y humano correspondía, razón por la cual nuestro señor montó en justa cólera y organizó un cuerpo de ejército que, al mando del menor de sus hijos, Alí, salió con orden de someter a los pueblos rebeldes. Pocos días tardaron las tropas de Alí en llegar a tierras de la Loma, mas, al hacerlo, encontraron que las dos ciudades mayores, Ubadda y Bayaasa, se habían sometido y acataban la autoridad del califa, que Alá guarde, pero no así Sabiyut, villa que normalmente dependía de la primera. Era Sabiyut una plaza muy fortificada y bien situada por su altura, pero de poca extensión urbana, ya que se limitaba al alcázar, a un pequeño barrio conocido como el Albaycín y a una mezquita. En el exterior, salvo pequeñas huertas y tierras de cultivo cercanas, las más alejadas eran yermas, monte bajo y arbolado reducido. El alcázar, al que los cristianos sometidos llamados mozárabes conocían por castillo, lo habitaron en tiempos los romanos y los godos, pero, a lo largo de los siglos que los nuestros llevaban en tierras hispanas, fue reedificado y abaluartado, al igual que hicieron con murallas y torreones. Cuando el ejército del emir Alí desde Ubadda llegó a Sabiyut, encontró el pueblo vacío, ya que los vecinos que en él vivían se refugiaron en el alcázar. Por lo que, con el fin de amedrentar a ellos y a los defensores, nuestro señor ordenó que todas sus tropas, tanto las de a pie como las de a caballo, al son de atambores, trompas y añafiles, desfilaran rodeando el baluarte, cosa que hicieron. Luego, el pregonero hizo saber que si en plazo de tres días no se rendían, serían pasados a cuchillo, y que después a sus cuerpos no se les daría sepultura. Finalmente, delante de la fortaleza fueron levantadas tiendas de campaña, a la vez que los caballeros y sus caballos ocuparon casas de la villa. No habían pasado los tres días dados de plazo, cuando desde la torre más alta el jefe que mandaba el alcázar hizo saber que salían tres emisarios para hablar con el emir Alí, si éste lo autorizaba. Dio el emir su consentimiento, y al salir dichos emisarios fueron conducidos por la guardia a presencia de su señor. -Que Alá os guarde, venerable señor. Nuestro jefe, el honorable Yakuf, nos envía para comunicaros que ha sido miserablemente engañado por el cadí de Ubadda, Omar Amín, un traidor que Mahoma confunda, quien le comunicó la muerte de vuestro padre -que Alá conserve para muchos años-, así como la desmembración de su reino. Razón por la cual Sabiyut, al igual que las dos ciudades hermanas, debería declarase independiente.


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- ¿Y cómo, insensatos, no os habéis sometido igual que estas ciudades?, bramó el emir. - Con todo respeto, mi señor, pero la verdad es que ni a nuestro jefe ni a nosotros se nos ha comunicado la posibilidad de este sometimiento. Por ello, la extrañeza del mismo y la nuestra ha sido grande, al ver que un poderoso ejército ponía cerco a este pequeño pueblo, razón por la cual hemos sido mandados para darle cuenta de nuestra situación. - ¿Y en dónde se halla el cadí Omar?, preguntó Alí. - Sólo sabemos lo que acabo de decirle. Pero el jefe nos ha dicho que, si lo permitís, él vendrá a hablar con vuestra alteza. Habló el emir Alí con sus capitanes y consejeros, y dijo a los comisionados: - Decid a vuestro jefe que lo espero y que venga acompañado de quince rehenes con las manos atadas; pero que de ellos cinco sean guerreros, cinco varones jóvenes y cinco doncellas. - Poderoso señor, con vuestro permiso marchamos, y de su parte comunicaremos a Yakuf lo que decís. III Estaba amaneciendo cuando se bajó el puente levadizo, se abrieron las puertas del alcázar y salió el jefe seguido de los rehenes, que eran cinco guerreros, cinco jóvenes imberbes y cinco doncellas, cuatro de ellas con la cara cubierta. A eso de la media mañana el emir hizo llamar al dicho jefe y lo increpó duramente a causa de los hechos ocurridos. Y éste, abrumado por la dura represión, se excusó como pudo diciendo: - Gran señor: el cadí Omar Amín era el enlace entre Ubadda y esta villa de Sabiyut. Él traía y llevaba órdenes, instrucciones y noticias, y él nos dio la mala nueva de la muerte de vuestro padre, por lo cual las tres plazas deberían oponerse a cualquier tipo de acto de ocupación o dominio. Desde entonces dejó de comunicarse con nosotros y nada sabemos, salvo lo que nos han dicho los emisarios respecto a que vuestro padre vive, quiera Alá que para muchos años. - Bien, dijo Alí, hasta tanto se demuestre lo que dices, tú y los tuyos permaneceréis en el alcázar a mis órdenes. Las mujeres, viejos y niños pueden irse a sus casas, y, en cuanto a los rehenes, quedarán donde se hallan. Ahora quiero verlos. - ¡Capitán! - Mi señor. - Haced que pasen los rehenes. Al poco entraron primero los guerreros, después los jóvenes y, finalmente, las mujeres, de las cuales la última llevaba la cara descubierta. El príncipe, sentado en el suelo sobre un cojín, miraba distraído el grupo, mas al ver a la que carecía de velo dijo: -Cristiana eres, por lo que veo. -Sí. -Sí, mi señor, corrigió un capitán con dureza. -Si, mi señor, dijo la cristiana bajando los ojos. -¿Cómo te llamas? -Alisa, mi señor. -¿Qué edad tienes? -Haré dieciocho años para la luna llena de agosto -¿Desde cuando estás en Sabiyut? -En él nací y en él he vivido siempre. También mis ascendientes han vivido aquí desde que vuestro pueblo invadió al mío. -Bien cristiana. Otra de tus compañeras y tú quedaréis a mi servicio. Las noches las podéis pasar en vuestras casas.


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IV Para no tener que seguir transcribiendo textualmente lo que el cronista moro relata de forma tan minuciosa, lo sintetizaré diciendo que allá por los primeros años del siglo VIII, los ascendientes de Alisa vivían en el pueblo visigodo de Sabiote cuando éste fue ocupado por las huestes sarracenas de Tarík tras la victoria de los mismos en el río Guadalete; después, permanecieron en dicho pueblo en donde, pese a estar sometidos tras la derrota, eran mayoría y convivían pacíficamente ya que habían llegado a un acuerdo con los musulmanes respecto a asignación de propiedades, administración, convivencia y libertad religiosa. Últimamente, sin embargo, los cristianos estaban en franca situación de inferioridad numérica y de derechos respecto a los moros que residían en la villa. Por lo que a la cristiana Alisa se refiere, la describe el cronista moro con la prosaica elegancia y sutil finura con que solían hacerlo los de su raza, por lo cual, y para no omitir ni una sola palabra, transcribo textualmente lo que escribió: Era de mediana estatura, talle esbelto, porte arrogante, aunque tímida en sus ademanes, si bien seductora con la mirada de sus bellos ojos. Su pelo, negro y brillante, caía sobre sus hombros, pero solía adornarlos con una rosa; y su bella tez, teñida por los rayos del sol primaveral, daba un especial encanto a sus encendidas mejillas y deslumbrante figura. Su armoniosa y bien modulada voz, sus finos ademanes y su gracia y donaire en el hablar, le daban una simpatía que hacía las delicias de los que la trataban, como lo hicieron de las del emir Alí la segunda vez que habló con ella. V El califa Alhaken, como hombre sensible y culto que era, se rodeó siempre de pensadores y hombres de ciencia, por lo cual formó a sus hijos en este ambiente; pero ello dio lugar a que cuando su hijo menor, el emir Alí, llegó a Sabiyut y no contó con estos medios, en sus obligados viajes a las ciudades de Úbadda y Bayaasa se relacionó con personas interesadas por sus inquietudes y logró que, con regularidad, éstas se desplazaran a la villa en que residía y en la cual mantenía con ellos entrevistas y coloquios. Todo en espera de que su padre le autorizara a vivir en cualquiera de dichas ciudades. Mas pensando el califa que al residir en una de ellas pudiera sentirse herida la otra, le ordenó que se quedara en Sabiyut hasta que las circunstancias hicieran aconsejable cosa distinta. Por ello el emir dio órdenes para que le fuera edificada una mansión en tierras del Pelotero, es decir, cercana al alcázar y a la mezquita, por lo cual, trabajando los alarifes a marchas forzadas, en unos meses pudo celebrar allí sus reuniones y llevar la dirección de las operaciones necesarias para la protección y defensa del territorio de la Loma sometido a su jurisdicción. La joven Alisa alternaba la vida familiar con el trabajo al servicio del emir, si bien su paulatino acercamiento a éste dio que pensar a los que la trataban. Pero fue con motivo de las fiestas que en el mes de agosto celebraban los moros, cuando tras correrse toros que alancearon algunos caballeros, se tocaron dulzainas y tamboriles y se bailó al son de bandurrias y vihuelas. De esta forma bailó Alí con Alisa, sin que extrañasen en demasía los pocos cristianos y muchos árabes que los observaban, toda vez que era de dominio público que él amaba a la cristiana. El cronista moro relata estos amores haciendo referencia a gente que de los mismos tenía noticias ciertas. Él lo escribió así: Nuestro señor el emir Alí, era, además de religioso, culto, virtuoso, emprendedor, valiente y buen administrador de los bienes comunes. Por ello, aunque había transcurrido no mucho tiempo desde que llegara a Sabiyut, ya se notaba el peso de su sabiduría y de sus dotes de buen gobernante. Mas tenía un amor y ese amor no era correspondido. Alisa la cristiana no escuchaba sus honestos requerimientos amorosos y sus galanteos, pese a ser él un hombre poderoso. Pero, finalizadas las fiestas, y cuando cesaron las músicas, zambras y bailes, abordó a la bella Alisa que se encontraba a la vera de una fuente cercana a la torre de poniente del alcázar, y se desarrolló entre ambos este diálogo:


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- ¿Cómo tengo que decirte que sólo vivo para ti?, comenzó él. En ti he depositado mi cariño. Tú eres todo mi amor, porque tu amor lo he buscado como el sediento busca la fuente del oasis, como el hambriento busca un trozo de pan, como la flor al rayo de sol que la vivifica, como el caminante la sombra y la paz de la palmera, como la madre al niño, como el moribundo a la vida... Quiéreme Alisa, como yo te quiero a ti. Tú puedes ser mi salvación, porque sin tu amor la vida me resulta insoportable. - Mi señor, bien quisiera yo que no existieran las barreras que nos separan. En mi corazón hay para vos un vivo sentimiento de gratitud por haber puesto sus ojos en mi humilde persona, pero yo estoy en el suelo y vuestra alteza está en las alturas, en donde lo están también las águilas y los halcones. Habéis entrado en mi corazón, si, pero no podéis permanecer en él porque es fino el hilo que nos une y puede romperse. - No, bella Alisa, no. Lo que nos une es el amor, y ante el amor todas las demás fuerzas se han de rendir. Si no me quieres, dímelo. Pero si hay en tu pecho un poco de sentimiento, ternura, afecto o buena voluntad, dímelo también, porque ello tal vez me baste si es que con el tiempo puedes quererme como yo te quiero a ti ahora. - Alí, Alí. El amor y el cariño penetran, pero no por agradecimiento, sino en justa correspondencia hacia quien te quiere. Mas para que se aloje en el corazón y permanezca en el mismo para siempre, deben darse circunstancias que en nuestro caso no se producen. - Sí Alisa, sí. Sé bien a lo que te refieres: la clase social, el dinero, la religión... Sí, lo sé. Pero óyeme. Estoy dispuesto a dejarlo todo por ti. Marchemos si quieres a un reino musulmán, o si lo prefieres a uno cristiano. En cualquier sitio tenemos un Dios al que podemos adorar: tú, por los ritos de tu religión, yo por los de la mía. No olvides que la madre de mi madre era cristiana, y que así como no sería justo abjurar de lo que cada uno llevamos tan dentro, yo si puedo prescindir de honores, privilegios y riquezas, si es que tú me lo pides. -No Alí, no te pido tanto, porque detrás de todo eso tienes padres, hermanos, familia, riquezas y todo un pueblo que te quiere. Ahora sólo puedo decirte que yo también te amo, si bien no he querido dar entrada a tu cariño porque considero excesivo que puedas sacrificar parte de tu vida por mí, que nada soy ni nada tengo. Deseo que mi Dios y tu Dios te protejan siempre, pero deja que piense y decida sobre lo que me pides. Y Alisa se marchó y entró en su casa, mientras una deslumbrante luna llena se ocultó también tras unas nubes. VI Aunque la prudencia y la discreción de la bella cristiana eran conocidas en la villa, no pudo, sin embargo, ocultar hechos tan evidentes como que el príncipe extremaba con ella sus atenciones, ya invitándola a fiestas y saraos, a las reuniones que se celebraban en su casa o haciéndola partícipe de sus proyectos y decisiones, tarea ésta en la que Alisa le ayudaba, sobre todo cuando afectaban a Sabiyut. Mas, para él, cualquier momento era bueno a fin de declararle su amor apasionado, su cariño entrañable y su continua felicidad. El historiador moro se recrea en las alabanzas y requiebros que el amante dedicaba a su amada, así como en la conversación que ambos mantenían: -Debemos permanecer siempre unidos, viviendo como dos enamorados que se quieren, como dos ruiseñores que cantan el mismo trino, como dos flores que nacen y crecen siempre juntas y se perfuman con el mismo aroma. - Sí, contestaba Alisa, pero no puedo creerte, porque vosotros, los guerreros, sólo pensáis en batallas y conquistas. - ¿Y para qué quiero yo más conquistas que la de tu corazón? Él será mi prisionero o, si así lo quieres, yo su cautivo. Pero juntos viviremos eternamente aprisionados por las redes del amor. Déjame que te ame y sea la luz que te guíe, pues así tu felicidad será mi propia felicidad. - Los amores son como los reinos, dijo ella; perecen cuando han alcanzado su plenitud. - Mi reino desaparecerá cuando desaparezcas tú, porque siempre serás el pedestal que lo sustente.


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- Y si tú tanto me ofreces, ¿cómo puedo yo pagarte?, preguntó Alisa. - Conservando en tu corazón el aire que respiro y el aliento que inunda mi ser, a fin de que todo lo mío quede siempre dentro de ti. - ¡Oh! si, quiero vivir para siempre en el paraíso que me ofreces; y en este otro que son tus brazos, mejor aún, exclamó la cristiana mientras él la besaba apasionadamente. VII El día que en briosos corceles llegaron a Sabiyut emisarios para comunicar al emir la mala nueva de la muerte de su padre y señor, se había producido ya la separación de Cordua por parte de Gien y de pueblos de su cora, como Ubadda, Bayassa, Xaudar y otros, pues antes de la muerte del califa, y a causa de su larga enfermedad, había habido revueltas y conatos de independencia que se hicieron efectivas poco antes del fallecimiento. Partió Alí hacia Cordua para asistir a las exequias, y cuando regresó dijo a Alisa que su medio hermano Hixen, sucesor de su padre Al Haken, le había dado en propiedad y dominio las tierras de Sabiyut con total independencia de otras ciudades, pero con sumisión a Cordua, aunque sin obligación de pagar vasallaje. Y respecto a la situación personal de ambos, le dijo que la comentó igualmente con Hixen, y que el mismo estaba de acuerdo en que los dos podían proceder libremente de acuerdo con sus creencias y costumbres, si bien los hijos que pudieran tener deberían seguir la religión del padre. Mohamed Yelum, el cronista musulmán, narra la forma en que reinó el príncipe en Sabiyut del siguiente modo: Durante el tiempo en que Alí rigió los destinos de los pueblos de la Loma de Ubadda, mantuvo el orden y la paz de ellos, así como la dependencia respecto a la autoridad del califa, pero cuando la muerte de éste se produjo, su atención se centró únicamente en Sabiyut con el propósito de lograr la prosperidad del mismo y el bienestar de todos. Y, en efecto, por entonces comenzó un largo periodo de paz y se produjo un extraordinario auge, pues se construyeron casas y se arreglaron las calles, el alcázar y las murallas, pero, sobre todo, se empezaron a roturar y a cultivar campos en los que se plantaron olivos y se sembraron cereales, a la vez que junto a la villa se abrieron pozos situados bajo la muralla que mira al rio Guad-al-limar, por ser lugar en el cual el agua mana en abundancia. En esta época de prosperidad nació el primer hijo de Alisa y de Alí, un bello retoño al que, en memoria del abuelo Alhaken, le pusieron su nombre. Con este motivo el amor entre la pareja se redobló, y algunos criados cercanos me contaron que hablaban de esta suerte: - Alisa, amor mío, ¿cómo puedo pagarte tanta felicidad? - Nada tienes que pagarme porque soy yo quien te debo lo que soy y lo que ahora tengo, que es esta maravilla que hemos recibido del cielo. Míralo Alí, mira esta deliciosa obra de nuestro amor. ¿Cómo podremos pagar a nuestros dioses tanta ventura? - Mandaré a mis alarifes que hagan un suntuoso monumento. - Muchos monumentos tendrán que hacer si llegan tantas obras de nuestro amor como espero. - Se harán, Alisa, se harán, si tú lo quieres y yo lo mando. - Yo quisiera que sobre los verdes campos de tu Sabiyut, que es mi Sabiote, y frente a las azuladas sierras que se ven al fondo, coloquemos un sencillo monumento con una alta columna que mire al cielo, y que la misma se sustente sobre un basamento o basa cuadrada de piedra viva sujeta a la tierra. La columna será la expresión de nuestra gratitud a quien desde las alturas nos ha dado esta dicha. La basa de piedra es el fruto de nuestro amor: el hijo que tenemos. De esta forma, si Dios nos manda más frutos, sobre la anterior haremos más basas a modo de escaleras, y en cada una pondremos el nombre del nacido. - Como tus deseos son para mí mandatos, todo se hará como dices, terminó él Días después, para celebrar el feliz natalicio hubo toros y torneos. En la plaza del alcázar se celebraron bailes y zambras al toque de añafiles, alilies, alaudes, guzlas y otros instrumentos.


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De noche se iluminaron con hachones encendidos los jardines existentes entre la residencia del príncipe y el alcázar, en donde había rosales con flores, rosas, jacintos y tulipanes; y las fuentes y surtidores ofrecieron bellos juegos de agua. Pasaron los años, y como la paz subsistió, en los campos de la Vega, las Pilillas, la Solana, la Serna y otros, abundaron el trigo, la cebada y los garbanzos. Y desde los Calares hasta el alto cerro en que se asienta la villa, empezaron a producir aceituna los olivos que en distintos sitios habían sido plantados. El monumento de piedra ideado por Alisa fue colocado a la salida de Sabiyut, en el camino que conduce a Ubadda, pero, a medida que el amor dio más frutos, se fueron poniendo más basas a modo de escaleras y, en cada una de ellas, el nombre de cada uno de los hijos nacidos. Muy viejos dejaron este mundo para buscar la protectora sombra de sus respectivos dioses el emir árabe y la cristiana Alisa, mas como ella murió primero, mandó Alí que sobre la columna del monumento en cuyas escaleras quedó grabado el nombre de cada uno de sus descendientes, o sea, de Alhaken, Mohamed, Yusuf y Alí, se pusiera una cruz en memoria y homenaje a la esposa y madre que, sin renunciar a su fe religiosa, llevó el amor, la paz y la prosperidad a todos los habitantes de su pueblo, cualquiera que fuera su religión y raza. De todo lo cual, como recuerdo perdurable, dejo escrita esta verdadera crónica en el nombre de Alá todopoderoso y de su profeta Mahoma. En esta forma termina la bella narración que escribió el cronista musulmán, y que, debidamente fragmentada y ordenada, publiqué tiempos ha con el fin de darla a conocer. Pero hoy, cuando me visitan de nuevo los dos estudiantes sabioteños, observo complacido el entusiasmo con el que me hablan, tanto de los antecedentes históricos de su pueblo, como de la Asociación que tienen constituida para mantener, difundir y promocionar el patrimonio histórico artístico local y de la revista que a tal efecto publican, Después, como al mostrarme una fotografía de la llamada Cruz de Escaleras me transmitieron su extrañeza de que sobre este sencillo monumento árabe se pusiera una cruz cristiana, yo, a modo de explicación y para sacarlos de dudas, les facilité una copia de la historia sentimental que acabo de reproducir y que ellos desconocían.


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