LAS VENTANAS MORAS

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LAS VENTANAS MORAS

Hace ya varios siglos, cuando los árabes ocupaban Sabiote, pueblo al que ellos llamaron Sabiyut, había un hombre de esa raza y considerable fortuna que vivía en una casa grande que estaba al final de la cuesta de Lodas, o sea, dando frente a la misma y, por su parte posterior, pegada a la muralla, a la torre de la Barbacana y al arco y puerta que da entrada al Albaicín. El moro, que era el walí Omar ben Yelum, tenía un harén y en el mismo varias mujeres de las que tres de ellas eran madres de niñas de edad similar, las cuales, como se criaron y vivieron siempre juntas, no podían pasar la una sin la otra. También las madres estaban compenetradas y se llevaban bien, aunque todo hubiera discurrido mejor a no ser porque el padre era hombre déspota y violento que tenía aterradas a cuantas personas lo rodeaban. Mas como por ser rico y de guerra cuando no residía en una de sus numerosas fincas estaba peleando contra los cristianos, en la casa se vivía con cierta tranquilidad. De esta manera, las tres morillas, aunque con miedo hacia el padre, pero siempre con el cariño de sus respectivas madres y el de las demás mujeres del harén y servidumbre de la casa, crecieron felices y se hicieron unas hermosas mozas. Un día en que las relaciones entre moros y cristianos atravesaban un largo periodo de paz, con ocasión de los torneos que por las fiestas de Sabiyut se celebraban en la plaza del alcázar se presentaron a los mismos tres jóvenes caballeros cristianos, que, tras ser admitidos por el jurado y derrotar después a sus tres oponentes moros, pusieron sus ojos en los de las tres bellas hermanas (que eran lo único que se veía de sus caras), las cuales se hallaban sentadas en un palco junto a la palestra o lugar de la lucha. Al tercer torneo y último de las fiestas, volvieron a presentarse y a triunfar los tres caballeros, quienes, al finalizar y arrojar cada uno de ellos un clavel a cada hermana, pudieron ver la sonrisa que les dirigieron al quitarse el velo y descubrir por un momento sus hermosos rostros. Luego, cuando en las posteriores danzas que se celebraron tuvieron ocasión de hablar con las mismas y ellos les dijeron sus nombres, cada uno quedó prendado de una mora y supieron que una se llamaba Axa, otra Fátima y la tercera Marién. No había transcurrido mucho tiempo cuando llegaron a la casa del walí Yelum tres jóvenes cristianos vendedores de tazas, platos, lebrillos y demás material de loza que se hacía en León y que gozaba de fama. Compráronles las mujeres, y en cierto momento en que también lo hicieron las tres bellas hijas del walí, los supuestos mercaderes, que en realidad eran sus admiradores y pretendientes, tuvieron ocasión de aislar a cada una y declararles su amor. Pasaron los días, y una mañana que en época de recolección las hermanas moras iban a coger olivas con su gente, encontraron familias cristianas que se dirigían a lo mismo, por lo que preguntaron si conocían a tres caballeros de su religión llamados Sancho, García y Nuño. Un joven matrimonio les dio referencias de ellos, y les dijeron que eran conocidos porque se habían ganado el aprecio de su rey por el valor y esfuerzo que siempre desplegaban para servirle. Después les ofrecieron la casa en que vivían, la cual estaba en tierras cercanas y en las que ellos labraban propiedades de moros.


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Un infausto día, tras escucharse el rezo que hacía el muecín desde el alminar de la mezquita de Sabiyut, el walí moro mandó llamar a sus aposentos a las tres hijas para comunicarles que las había dado por esposas a tres amigos suyos, hombres ricos de pueblos cercanos según les dijo, así como, según les anunció también, que los esponsales se celebrarían dentro de la presente luna y que podían darse por satisfechas de su suerte. Con lo cual las despidió. Llorando amargamente contaron las morillas a sus madres la noticia, y a éstas no les fue difícil saber que sus hijas pasarían al respectivo harén de tres moros viejos, ricos y de mala fama. Las tres hermanas, sabedoras de que no tenían más remedio que acatar la decisión de su padre, pero en un desesperado intento de no perder el amor que ya tenían por los cristianos, decidieron actuar por su cuenta, y, en el más absoluto de los secretos, aquella misma noche, Marién, que era la más atrevida, salió vestida de hombre sobre un brioso corcel en busca de la pareja cristiana que vivía en cercanas tierras, a la que encontró y con la que conversó largamente, si bien antes de que amaneciera volvió a su casa creyendo que no había sido vista por nadie Y sea porque alguien diera cuenta al padre de la salida de la hija o por cualquier otra causa, lo cierto es que el mismo mandó encerrar a las tres en el cuarto del poniente de la casa, es decir, en una estancia vieja y grande cercana a la torre de la Barbacana y a las tres ventanas abiertas en la muralla, de las que sólo les llegaba algo de luz y aire, pero a las que podían asomarse. Al día tercero, Jalima, la fiel sirvienta que quería a las niñas tanto como sus propias madres y que conocía sus amoríos, logró llegar al lugar en que se encontraban encerradas e informarles de que los tres cristianos estaban prestos a salvarlas, si bien, por no existir otro medio de salida que las ventanas, ella, a fin de que pudieran escapar, les traía una soga larga; y les dijo asimismo que el matrimonio cristiano amigo les ofrecía su casa para posibilitar de esta manera la fuga a tierras cristianas.. La noche aquella, cuando se oyó un ligero silbido y ellas vieron que abajo estaban los caballeros, les echaron la soga que previamente habían sujetado arriba, y por la misma subió uno de ellos con otra soga de nudos, con lo cual, por medio de ésta y previamente atadas con la otra, fueron bajando con dificultad cada una de las hermanas y, finalmente, el que había escalado. De esta forma, y a la grupa de cada uno de los caballos que montaban sus respectivos amantes, llegaron las hermanas al cortijo en que residía el matrimonio cristiano, el cual dio asilo y protección a todos hasta que se les presentó el momento apropiado y pudieron huir hacia tierras de León en las que ellos tenían casa y familia, y en donde, transcurridos los años y rodeadas de sus esposos e hijos, las morillas vivieron felices y contentas hasta el fin de sus días. La bella historia de esta fuga que se llevó a cabo a través de las tres ventanas de la muralla oeste de Sabiyut que aún subsisten (y que en el Sabiote cristiano fueron y son conocidas como las ventanas moras), pasó de padres a hijos, y de la misma poetas y rapsodas hicieron bellos romances, si bien los trovadores que recorrían pueblos y ciudades recitaban principalmente el que comienza así: Tres morillas me enamoran en Jaén: Axa, Fátima y Marién.


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