Leyenda del Nazareno Milagroso

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LEYENDA DEL NAZARENO MILAGROSO

No sabemos de donde procedía el Nazareno que se procesionaba en Sabiote a finales del siglo XIX, pero sí que tenía fama de milagroso. Por ello, a su paso por las calles del pueblo se oían súplicas y plegarias de los hermanos y fieles que seguían su imagen, así como de otras personas que la contemplaban y admiraban desde balcones y ventanas. Eran tiempos aquellos de penuria y miedo, pues como la guerra contra los norteamericanos había estallado, miles de soldados eran embarcados en los puertos del sur con destino a los frentes de Cuba y Filipinas. Un día, José Expósito, a fin de evitar ser reclutado, enviado a la guerra y que ello le impidiera seguir ayudando a sus ancianos padres, se fue a trabajar a una alejada finca de Sierra Morena, pero al llegar la Semana Santa volvió a Sabiote andando para asistir a la procesión de los Nazarenos, de la que era hermano. Creía que al vestirse y cubrir la cabeza con el capirucho no sería conocido por las autoridades, pero algo debieron barruntarse éstas (ya que con anterioridad habían detenido en sus casas a otros dos jóvenes), pues cuando la procesión iba por la Puerta de la Villa un pelotón de los soldados que llegaron, la detuvieron, hicieron que se descubrieran los penitentes y vieron que era José uno de los que empujaban el trono de Jesús. De esta forma, en presencia de la bendita imagen, así como de sus padres y hermanos, de su novia y de cuantos estaban alrededor, fue detenido, pese a las protestas de todos. Más tarde, José fue embarcado con dirección a Filipinas, en donde, un mes largo después, se hallaba luchando mosquetón en mano contra un enemigo muy superior al de su batallón, tanto en número como en armamento. A los pocos días, muertos casi la totalidad de sus compañeros, hechos prisioneros algunos y con heridas él en todo su cuerpo, sentía que se iba apagando lentamente su vida, pero se estremeció al ver cómo de entre las ramas de la tupida arboleda de la selva en que estaban, aparecía un hombre alto y barbado que, portando una cruz y cubriendo su cuerpo con una túnica morada, se le acercó y lo abrazó tiernamente. Fue lo último que vio antes de perder el conocimiento. Debió de haber transcurrido mucho tiempo cuando José abrió los ojos. No podía hablar, pero se dio cuenta que se encontraba en la sala de un hospital en la que junto a su cama había dos médicos, tres militares de graduación y dos viejos filipinos. Uno de estos últimos estaba diciendo: ­ Salvo el que aquí tenemos encamado y otros cuantos que se llevaron presos los rebeldes, todos los demás soldados perecieron en la selva a causa de las balas, los sables y las lanzas. Mas junto a éste, que entonces aparecía como muerto, mi compañero y yo pudimos ver un ser de apariencia divina que lo atendía amorosamente. ­ Pero al acercarnos nosotros desapareció, añadió el compañero. ­ Que este hombre, cuyo cuerpo fue atravesado por numerosas balas y alanceado después por los de caballería esté ahora vivo, no tiene explicación humana, dijo uno de los médicos. ­ Pero es que además,­añadió el otro doctor­, sus muchas heridas aparecen ahora tan cicatrizadas como si hubiera pasado bastante más tiempo del realmente transcurrido. ­ Esto prueba que al no poder atribuir a este caso una explicación humana, no tengamos más remedio que reconocer que la misma es de tipo divino, terminó diciendo el primer médico.


­ Por nuestra parte, dijo uno de los militares, lo único que podemos manifestar es que este soldado hasta la fecha figura como fallecido en los archivos, ya que, al menos aparentemente, así se hallaba cuando fue encontrado. Entonces intervino el herido para decir: ­ Los estoy oyendo, y la verdad es que me sentí morir, pero me salvó Él, es decir, el mismo que dejé sobre su trono cuando me apresaron durante la procesión. Los médicos, los filipinos y los militares nada dijeron porque nada entendieron, pero todos pensaron que el soldado estaba empezando a perder la razón. Pasados otros cuantos meses, a José Expósito lo embarcaron en Manila junto con un nutrido grupo de heridos y convalecientes camino de la.patria. Y fue durante la travesía cuando, casi repuesto, se dio cuenta de que se aproximaba la Semana Santa y de que ya iba a hacer un año de su salida de España. Luego, desde el puerto de Cádiz en donde desembarcó, lo llevaron en tren a la estación de Baeza, y desde allí en una tartana a Úbeda y en otra a Sabiote. Mas en Sabiote nadie esperaba al soldado porque nadie supo que llegaba. Pero todos, incluida su novia, se encontraban en la casa de los padres de él cuando el Jueves Santo por la tarde llamó a la puerta. Entonces, aunque ya habían empezado las campanas a lanzar a los cuatro vientos el tañido monótono y sonoro que precedía a los actos sobre la pasión, muerte y entierro de Cristo, no por eso dejaron de oírse las manifestaciones y gritos de júbilo de los suyos cuando lo vieron aparecer. Aquella noche nadie durmió, y cuando de madrugada todos se encaminaron a la iglesia, salía ya la imagen del Señor sobre su trono. José entonces se adelantó para mirarla detenidamente, y como después dijo a los suyos, pudo comprobar que era fiel reproducción de la persona que lo salvó de la muerte en una de las Islas Filipinas. Por ello, con la cara resplandeciente y los brazos abiertos cayó de rodillas sobre el suelo; y al contemplar de nuevo al Nazareno con la túnica morada, coronado de espinas y corriendo la sangre por sus mejillas, creyó apreciar que al mismo, al ver que él estaba ya curado y en su pueblo, se le había alegrado la cara y se le hacía más ligero el peso de la Cruz.


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