Un niño como tú María Isabel Toro
Aquellos ojos grandes…tan tristes…ojos que lloraban en silencio por el sufrimiento y las angustias vividas, pertenecían a un niño como tú…a un jovencito de escasamente diez años de edad. Aquellos ojos dejaron en mí huellas profundas que jamás he podido olvidar. Lo vi solo unos segundos, pero su imagen surge constantemente en mis sueños.
Escasamente unas horas antes había perdido a su madre en el mar, víctima de las aguas turbulentas entre las islas del Caribe. La búsqueda de un futuro mejor en el país vecino trajo un desenlace trágico y lleno de dolor. “Habrá comida en abundancia. No pasaremos hambre.” “Será fácil encontrar trabajo.” “Seremos libres.” “Ahorraremos para ayudar al resto de la familia.” Esas y muchas más fueron las promesas que la madre repetía al niño desde su infancia. Eran los sueños compartidos por tantos otros que arriesgan la vida con la esperanza de escapar a otro país en busca de un futuro mejor. Pero en vez de una vida mejor, la mayor parte de los que iban con la madre y el niño en el trágico viaje encontraron la muerte. El propio muchacho se salvó casi milagrosamente de morir ahogado. Las fuertes corrientes del Golfo de México, junto con vientos borrascosos y gigantescas olas, son el reto que constantemente enfrentan los que navegan por esas aguas. Sin embargo, haciendo caso omiso al peligro, miles y miles de personas arriesgan la vida, abandonando su tierra hostil y plagada de miserias. Comparten la peligrosa travesía con 30, 40 o más compatriotas apiñados en pequeñas yolas en las que
escasamente caben media docena de pasajeros. Como único equipaje, llevan una muda de ropa envuelta en una bolsa plástica y una pequeña lata vacía que les pueda ayudar a sacar agua de la embarcación. Por el “privilegio” de participar en el éxodo, las familias reúnen sus ahorros de toda una vida para enviar a uno de sus miembros, quien a su vez pueda mandar a buscar a otros una vez que se establezca en la seguridad del país vecino. Dejan su hogar y sus seres queridos y se internan en los montes a esperar el aviso de partida. Permanecen escondidos hasta el momento propicio, viéndose obligados en muchas ocasiones a cruzar en la noche pantanos llenos de sanguijuelas, hasta llegar al paraje solitario donde les espera la yola. Una vez en tierra libre, sus compatriotas que les preceden están siempre dispuestos a ayudar a los recién llegados y transportarlos a distintos puntos del país para así esconderlos de las autoridades. Conseguir trabajo es fácil, siempre y cuando estén dispuestos a trabajar por salarios inferiores a los legales. Desde el principio, esta travesía había sido dura. Una vez apiñados en la yola, era imposible moverse, menos aún ponerse de pie. La posición en que se instalaron les causaba calambres y dolor de espalda, sacrificio que
tendrían que sufrir durante dos días o más. No bien se alejaron de la costa, aquellos infelices comenzaron a marearse por el constante movimiento de la embarcación. El olor ácido y amargo de los vómitos se hizo insoportable y contagió a otros compañeros. Los cuerpos se debilitaban. Escaseaba el agua para beber y no la había para el aseo personal. La poca comida que llevaban escondida estaba dañada y no se podía comer. Unos cuerpos caían sobre otros, en disputas y desmayos, sin importarles ya lo que les pudiera suceder. La situación empeoró con el sol del mediodía y el intenso frío de la noche, causando escalofríos en aquellos cuerpos enfermos y deshidratados. Perdieron la noción del tiempo. A lo lejos divisaron tierra, a la vez que las olas crecían en tamaño. Muchos se dieron cuenta del peligro que se avecinaba cerca de la costa. Fue entonces cuando se percataron de la ola gigante que se levantó cual muralla a babor. Se escucharon gritos de desesperación cuando la blanca espuma cubrió la carga humana, lanzándolos a todos a las aguas infestadas de tiburones. Casi ninguno sabía nadir y, como tenían los miembros entumecidos, no podían moverse bien. Invocaron a Dios y a sus santos patronos en un último intento por salvarse.
Desesperado, el niño gritó llamando a su madre, quien lo sujetaba tratando de mantenerlo a flote. El esfuerzo fue muy duro para la débil mujer, quien no pudo sostenerlo por mucho rato. Soltó al niño y se la tragó el mar. La pobre criatura, petrificada de miedo, vio que su madre se sumergió para nunca volver a la superficie. Alguien, no se sabe quién, agarró al niño por un brazo llevándolo hacia un pedazo de madera que flotaba en el mar. Horas o minutos después, un barco de la Patrulla Costanera, en viaje de rutina por el lugar, divisó los restos y fue al rescate. El niño fue uno de los pocos sobrevivientes del desastre. Los trajeron a tierra y fue entonces cuando lo vi por primera y única vez. No pude menos que compararlo con niños como tú, saludables y felices… niños que no conocen el hambre verdadera, ni la necesidad, ni el miedo. Era un esqueleto andante, se podían contar sus huesos. El pelo, negro y encaracolado, estaba adornado en las puntas por granos de sal secos. Sobre su piel deshidratada se notaban los múltiples golpes de los maderos desprendidos de la yola. Asomaba una y otra vez su lengua hinchada, pasándola sobre los labios ávidos de humedad, hinchados y difíciles de reconocer. Los brazos flácidos escapaban de su torso, descubierto y sucio, mientras un par de piernas asomaban bajo el borde de unos pantalones rasgados y húmedos.
Involuntariamente, sentí un maternal deseo de arrullarlo en mis brazos… de acariciarlo y confortarlo. Una verja de alambre me lo impidió, mientras el niño me sonreía tal y como si leyera mis deseos. Aún hoy, ya pasado el tiempo, me pregunto que vería en mí… qué lo impulsó a olvidar por un momento su dolor y regalarme su triste sonrisa. La criatura se alejó del lugar, conducido por un guardacostas, hacia una ambulancia que esperaba. Nunca más lo volví a ver. Mi impulso por acercarme a él fue inútil. Ninguno de los que intervinieron en el rescate o la detención de los sobrevivientes de aquel trágico viaje pudo dar información sobre el niño. Aparte de lo que ya sabía; que había perdido a su madre en la travesía y que al cabo de un tiempo sería deportado a su país, no pude averiguar ni su nombre ni el del pueblo de dónde provenía. Así terminó el trágico viaje del grupo de emigrantes que, al igual que tantos otros, en vez de encontrar la tierra prometida, hoy yacen en el fondo del mar o están de regreso en sus países. Allí luchan contra la miseria para volver a reunir fuerzas y dinero, para volver a intentar escapar…
Comprensión lectora Antes de la lectura 1. Escucha con atención la canción: Ricardo Arjona Mojado Ft Intocables 2. En un mapa visual escribe algunas causas o razones por las que muchas personas emigran a otros países. 3. Investiga la procedencia de la mayoría de los emigrantes. 4. ¿Cómo llegan algunos? ¿Qué medios de transporte utilizan? 5. ¿Por qué muchas de las personas vienen ilegalmente y no legalmente? Durante la lectura 1. ¿Cuál es la situación que presenta el cuento? 2. Menciona algunos de los sacrificios que hacían las familias. 3. Infiere el lugar de procedencia de las personas que se encontraban en la embarcación. 4. ¿Cuáles fueron los motivos que llevaron a estas personas para realizar una larga travesía en una pequeña yola? 5. ¿Crees que las personas que realizaban la travesía estaban consciente de los peligros que podían enfrentar? Explica. 6. Menciona algunas situaciones que le ocurren a estas personas cuando llegan a tierra firme. Después de la lectura 1. Menciona diferencias y similitudes por las razones que emigran personas a otros países. ¿Serán las mismas razones que los puertorriqueños? Realiza un diagrama de Venn 2. ¿Consideras que haya una solución para estas personas que abandonan nuestra Isla? ¿En qué consiste? Expresa tu opinión. Preparado por: Carmen Lydia Pérez Rojas carmenlydiaperez@gmail.com http://www.espanolcpr.blogspot.com