Número de mayo de 2020 de la revista literaria "Oceanum"

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Miguel A. Pérez

e suele decir que no hay nada más absurdo que un tren turístico. Y, de una forma objetiva, puede que tal afirmación tenga mucho de cierto pues, si la primera función del ferrocarril fue la de llevar personas de un lugar a otro, es decir, actuar como un medio de transporte, los trenes turísticos suelen realizar trayectorias en las que el origen coincide con el destino y, por tanto, no transportan a nadie a ningún lugar. Además, consumen energía, con lo que, en términos de eficiencia, el resultado es nulo puesto que, al dividir el desplazamiento total entre la energía empleada, como el primero es cero, produce ese mismo resultado. Un desastre energético, vamos. Esto mismo se puede decir de cualquier actividad turística, trayectos cerrados que conducen a quienes los practiquen a regresar al punto de origen en un periodo más o menos breve en función de su bolsillo. Ir, ver y volver o, para ser más precisos: ir, hacer fotos

Claro está que también hay viajeros. Sí, estos son de otra casta y es muy importante distinguir entre turistas y viajeros, no vaya a ser que... Uniformados, seguros de sí mismos, dominadores de las salas de espera de los aeropuertos o de los andenes de cualquier estación, miran a los turistas por encima del hombro, como diciendo: “Pequeño —o pequeña, claro—, si me hicieras caso, te mostraría lo mejor de este sitio, esos lugares que no son para el turista vulgar [como tú]”. Solo le faltaría la mirada displicente de Humphrey Bogart para terminar de convertirte en la nada más absoluta. Podría decir nombres, todos los sabemos, pero me los voy a callar. Pedantes… A lo que iba, que me pierdo en la digresión. No todo puede reducirse a una ratio energética —hablando de pedantería, ¿por qué usamos “ratio” cuando el español nos proporciona términos tan válidos como “cociente” o “relación” para el mismo significado?—, es decir, “no solo de pan vive el hombre”, sino que existen aspectos del propio trayecto que no pueden medirse en términos tan asépticos. A veces son otros los parámetros importantes y, desde ese punto de vista ampliado, se puede entender el porqué de los llenazos en todos los trenes turísticos, sean pequeños, apenas unas horas, medianos o grandes recorridos, repletos de todo tipo de actividades, casi rozando el lujo romano. Estos últimos, siempre inspirados en el glamour del Orient Express, tratan de parecerse al mítico convoy que alcanzó su cima desde finales del siglo XIX hasta principios del XX. 35

¡TIERRA A LA VISTA!

con el móvil y volver para aburrir a las amistades con largas sesiones de imágenes. El turismo es eso. No es viajar, sino realizar recorridos circulares para ver estampas similares a las que ya hemos visto en “Interné”, repetir las mismas fotografías y, con el paso del tiempo, no distinguir las unas de las otras.


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