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HARRY BELAFONTE: “A VECES MIRO MI VIDA”
Por Luis Fernando Coss Especial para CLARIDAD
No sé cuántos de nosotros hemos crecido bajo la luz de alguien especial. Puede ocurrir despacio o en un instante. Puede ser un maestro o una maestra en segundo o tercer grado que tuvo la ocurrencia de estimular la lectura de un niño inquieto con La vuelta al mundo en 80 días, el pequeño libro del célebre escritor francés, Julio Verne. ¿Quién lo diría? Esa novelita, junto a La peregrinación de Bayoán, de Eugenio María de Hostos, podría ser el punto de partida de un gran amor por la lectura, los libros y la comunicación a la edad de nueve o diez años.
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¿Cómo inspirar amor por el conocimiento? ¿Cómo plantear problemas de investigación en Comunicación fuera de los márgenes fríos de la disciplina y cierta tendencia a privilegiar lo “profesional” en menoscabo del pensamiento crítico? ¿Lo útil y lo fácil a corto plazo, en lugar de lo complejo?
En parte por eso y porque me empeñaba en ofrecer mis clases de comunicación al margen de los formalismos conservadores que dominan esos currículos, mi introducción al “Seminario de investigación avanzada” comenzaba con la exhibición de una película documental titulada “A veces miro mi vida”. En ella Harry Belafonte narra su vida desde la infancia hasta la madurez. Directo a cámara y sin adornos en escena, reflexiona sobre su trayectoria con una honestidad y una sinceridad tan profunda que conmueve. Vale la pena escucharlo y verlo estremecerse, sentir cómo se quiebra su voz o cómo se enciende de luz cuando habla del futuro de la humanidad: “La semilla bajo la nieve, en primavera se convierte en rosa”… “Estados Unidos vive no solo un conflicto racial, es un problema de lucha de clases”.
Sus intervenciones se dividen en unos cinco capítulos, combinándose felizmente con una serie de secuencias fotográficas de carácter histórico, secuencias fílmicas de numerosas películas en las que participó Belafonte, y fragmentos de un concierto que ofreció en La Habana, Cuba. Todo esto hilvanado amorosa maestría de parte del director, Orlando Rojas, y de su grupo de trabajo del Instituto de Cine cubano.
Ver este documental en internet presenta una primera dificultad: la calidad de la imagen es bastante pobre justo en los primeros segundos. La copia disponible en las redes es así, no hay remedio. En cualquier caso, a partir de los primeros minutos, el documental puede verse y escucharse muy bien; los subtítulos son más o menos adecuados y el sonido de buena calidad. En resumen, les aseguro, todo el contenido puede apreciarse y la experiencia terminará siendo, como decía Hostos del valor de la educación y la cultura: “edificante”.
Con la ayuda de mi buen amigo Pedro Zervigón hace años di con una copia de “A veces miro mi vida” cuando no era posible encontrarla en las redes, seguro por el bloqueo contra Cuba. Visualizaba entonces que estos 70 minutos me ofrecían la oportunidad de cruzar varios temas en mis clases. Me interesaba, sobre todo, ampliar la perspectiva de los alumnos en cuanto a la Industria de la Comunicación y verla en un contexto donde operan fuerzas políticas, económicas y culturales reales y muchas veces decisivas. Esto implicaba relacionar cine, racismo, arte, música, opresión, lucha de clases y política, movimientos por los derechos humanos y claro está, comunicación. Compartí el archivo digital que hice de la película con mis amigos y amigas hace unos años en las redes y lo volví a hacer hace poco a propósito del fallecimiento de Harry Belafonte el pasado 25 de abril. En el fondo, confieso, es un calladito homenaje a mi papá, que me enseñó a apreciar desde pequeño a Belafonte y a Paul Robeson, entre otros que admiró y que desfilan por este documental como Martin Luther King y Sidney Poitier.
“A veces miro mi vida” es para mí el li- bro que no tuve en la escuela. Y eso esperaba que fuera también para mis alumnos. Una oportunidad para examinar el relato de un hombre bueno, de talentos diversos, algunos excepcionales. Una “estrella del cine” y de la industria de la música cuya trayectoria en ese mundo y en los años duros de los movimientos por los derechos civiles en Estados Unidos revela la fuerza indestructible del pensamiento emancipador, al tiempo que también deja al descubierto las miserias del colonialismo y las perversidades del imperio estadounidense. Contando su vida, Belafonte varias veces llora en cámara, quizá porque a veces en la vida “no hay palabras”, como decía Martí. He ahí, pues, otro problema de la “comunicación”, el que habla de los silencios.
Nació en Jamaica, de raíz caribeña como nosotros. Se crió en Nueva York, donde viven miles de puertorriqueños que migraron allá en forma masiva justo en sus años de juventud. Estuvo en el servicio militar como muchos boricuas. Luchó contra el racismo y el colonialismo que vivió en carne propia. Se hizo artista bajo la influencia de Paul Robeson y de Charlie Parker, Miles Davis y Max Roach. Arriesgó su vida varias veces en movilizaciones que le llevaron a tierras donde todavía se linchaba a ciudadanos negros. Marchó junto a Martin Luther King muchas veces. Hizo gestiones concretas de solidaridad por África, Cuba, Centroamérica y las comunidades indígenas de Estados Unidos. Se enfrentó al poderoso complejo industrial del cine y el entretenimiento de Estados Unidos y combatió sus prejuicios. Todo esto transciende en el documental “A veces miro mi vida”. Todo esto es mucho más que el mote comercial de “El Rey del Calipso” o “estrella del cine”.
Pasada la fecha de esta filmación (1981), Belafonte es nombrado Embajador de la UNICEF en 1987 y se mantiene activo hasta su muerte en las campañas por el bienestar de los niños africanos. Se opuso con energía a la guerra de Irak y Afganistán y al bloqueo de Estados Unidos contra Cuba. Encabezó una campaña contra el Sida en Suráfrica. Marchó por las mujeres y contra la emergente ola de violencia racial y policiaca.
Harry Belafonte es una figura especial. Ese adulto mayor que espero los jóvenes de hoy valoren.
Ver el documental en https://www.youtube.com/watch?v=joz6da_at8U