Periódico Estudiantil NEXOS - Universidad EAFIT - Ideas y cultura
www.periodiconexos.com ISSN: 2322-74GX, Año 31, Edición 209, 8000 ejemplares, Medellín, Septiembre de 2018
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ÍNDICE 04 05 06 07 08 10 12 14 15 16 17 18 19
En Eafit
Cuando las guacas arden Mariana Hoyos Acosta Léeme Juliana Londoño Noreña
Tocar en casa Mateo Orrego López Bitácora del poeta panadero Yerly Herrera
Ciudad de Ángeles Anderson Amaya Saldarriaga
El aguante María Antonia Ruíz Espinal Visita al infierno Eliana Tabares
El tiro con arco en Colombia es un diez Aaron Molina Fletcher
Los remanentes del ruido Camilo Botín
Réquiem Valeria Echavarría Arroyave Vivir en la ladera Andrés Carvajal López
Cuentos de malas noches Yerly Herrera
Ilustración: Salomé Acevedo @emolas13
Dirección Catalina Botero Orozco cboter29@eafit.edu.co Gerencia Anderson Amaya Saldarriaga aamayas@eafit.edu.co
Ideas y Cultura Asociación Cultural Periódico Estudiantil NEXOS
Edición Mateo Orrego López morrego7@eafit.edu.co Andrés Carvajal Álvaro Guerrero Juliana Londoño María Antonia Ruíz
Mariana Hoyos Miguel Ángel Correa Paulina Echavarría Pedro Juan Vallejo Valeria Echavarría Yerly Herrera
Desarrollo Lina M. Raigoza Restrepo Laura Cabrera Mateo E. Saltarén humano lraigoz2@eafit.edu.co Agustín Rendón Calle Rolf Camilo Arias Camila Méndez Edición web y Valentina Muriel Tamayo redes sociales vmuriel@eafit.edu.co Águeda E. Villa Alejandro Sierra Juan Sebastián Ramírez Juanita Gómez María Clara Molina
Mariana Bedoya Nelly Paola Hernández Sebastián Garcés
Mercadeo Eliana Tabares Sánchez etabares@eafit.edu.co Cristopher Ojeda Juan Camilo Botín Laura Osorio Vásquez Portada Valentina Toro Gutiérrez valentina.tg.29@gmail.com
Diseño y montaje Pablo Agudelo @pabloagdlo Preprensa e impresión Casa La Patria Agradecimientos Desarrollo Humano Universidad EAFIT Fundado el 13 de agosto de 1987 por Jorge Restrepo, Jaime Cadavid, Claudia Patricia Mesa y Gustavo Escobar. Carrera 49 No. 7sur-50 / Bloque 29 oficina 517 EAFIT nexos@eafit.edu.co / www.periodiconexos.com Teléfono: 261 93 02
Los artículos firmados son responsabilidad de los autores y no representan expresamente el pensamiento editorial del periódico.
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¿POR QUÉ ES IMPORTANTE LEER
LITERATURA? Paulina Echavarría
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Pechava2@eafit.edu.co
Ojalá la importancia de leer estuviera resumida en una serie de ingredientes puntuales que, al mezclarse, dieran un resultado conciso. Pero leer literatura no es como una suma matemática, ni como un paso a paso de una receta de cocina. Porque sabemos de sobra el papel de las matemáticas en la vida diaria y de lo importante de aprender a cocinar pero, ¿alguna vez alguien se detuvo a preguntarse por qué leer literatura tiene un impacto esencial en la vida de los seres humanos? Leer muchas veces empieza como un acto pedagógico de descifrar símbolos para descubrir palabras que se convertirán en frases o párrafos o libros. Leer empieza por la necesidad social de usar un lenguaje escrito y ya no solo el verbal. Pero lo que de verdad empieza con ese juego de sonidos, lo que de verdad sucede con lo escrito, es que abre una puerta. Sí, la puerta de otros mundos de la que se ha oído hablar, pero también una puerta más latente y silenciosa: esa que abre un constante diálogo con un otro ajeno y desconocido; un universo que habita en la propia piel pero con rostros diferentes e infinitos. Peter Bieri, en su ensayo titulado “Qué tal sería ser culto”, se ocupa de la formación del ser humano desde una mirada donde las artes son un eje fundamental en la adquisición de aprendizajes y conocimientos. Entre sus ideas, tiene la claridad para exponer a la lectura de la literatura de la siguiente manera: “El lector de literatura aprende otra cosa más: cómo se puede hablar sobre el pensar, querer y sentir de los humanos. Aprende el lenguaje del alma. Aprende que es posible sentir sobre el mismo asunto de manera distinta de la que está acostumbrado. Un amor diferente, un odio distinto” Bieri, Peter (2015) pag 7 Aquí es clara su mirada de cómo la literatura funciona de vínculo entre las realidades diferentes de los múltiples lectores y la literatura en sí. Un canal en el que una misma persona puede entender el amor como nunca lo ha vivido; permitiendo que alguien que no tenga hermanos sienta la hermandad, el sufrimiento ajeno como si fuera propio. Leer, ya no como se nos enseña en los primeros años del colegio sino como un aventurero que se embarca a tierras desconocidas, permite un diálogo constante sobre lo otro y lo diferente desde el fuero interno: abre un
debate constante sobre el papel del yo con lo otro y lo otro como parte del yo. La literatura hace posible empatizar con lo foránea pues nos desvela lo vulnerables y humanos que también son los otros. Martha Nussbaum explica, en Sin fines de lucro. Por qué la democracia necesita de las humanidades, que reconocer al otro es un ejercicio que debe aprenderse y que como humanos necesitamos entrenarnos en la empatía con lo ajeno. Propone que el juego y la imaginación tienen un papel fundamental en la infancia para lograr vincularse al otro. “El rol del arte en la vida humana es alimentar y extender la capacidad de empatía. En la complejidad de la respuesta ante una obra de arte sofisticada detecta una continuación del placer que encuentra el bebé en los juegos y en las dramatizaciones” Nussbaum, M. C. (2014) p. 138. Este juego, del que también hace parte la literatura, pacta sus reglas entre el libro y el lector. En él, las diferentes realidades coalicionan en una que propone el autor pero que solo será posible si el que lee acepta sus normas. Este universo posible dota de nuevos sentidos al lector, que toma su mundo real y le da cabida a lo ficticio; idea propuesta por Umberto Eco en su libro Seis paseos por los bosques narrativos (1997). “Leer relatos significa hacer un juego a través del cual se aprende a dar sentido a la inmensidad de las cosas que han sucedido y sucederán en el mundo real”, [Eco, U. (1997) pag 97] Eco apela precisamente a ese pacto en el que el lector acepta hacer parte de un mundo posible que no es el suyo propio y en el que permite que lo desconocido habite y tenga su sitio. Y Eco recuerda como, precisamente, ese juego de intentar dar sentido a la realidad a través la literatura es lo que ha dado cabida a la función terapéutica narrativa: “la razón por la cual los hombres, desde los orígenes de la humanidad, cuentan historias” Eco, U. (1997) pag 97. La literatura como término es cambiante, ambigua y hasta contradictoria con sí misma, tal como lo revela Eagleton en su libro Una introducción a La Teoría Literaria. Si a esto se le agrega la influencia de los principios sociales para definirla, no es de extrañar que la importancia de la literatura como punto de encuentro entre lo extraño, lo diferente y lo opuesto no sea algo que se enseñe en los colegios. No es extraño, tampoco, que en la educación básica tenga más protagonismo algo que no apela a la empatía por lo ajeno.
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Cuando las guacas arden Mariana Hoyos Acosta |
Mhoyosa3@eafit.edu.co
Francisco Antonio García es nieto de un chamán y trabajó como curandero de picaduras de serpiente. Su esposa era indígena y murió cuando dio a luz a unos gemelos. Vivió casi toda su vida en Córdoba, allá donde se ven arder las guacas en el monte y donde la gente ha encontrado oro.
La guaca, cuando tiene oro, arde. Arde como una candela que está en medio del monte y como cualquier fuego, hay que apagarlo. Se orina la candela en cruz y se bautiza como a un niño. “Yo te bautizo en el nombre de San Juan Bautista y Santa Ana. En el nombre del padre, del hijo y del espíritu santo. Tres personas diferentes y un solo Dios verdadero”. Se reza un credo y un padrenuestro para declarar que la guaca es mía y para que no se me vaya. A veces, mientras uno reza, empiezan unos ventarrones horribles.
Se fueron los dos Pedros solos y como la candela estaba ardiendo en tierra ajena, le dijeron al dueño que los dejara sacar la guaca, que si la encontraban, le daban su parte. Y la encontraron. Había mucho oro, pero ellos no iban a compartir nada. “No, no encontramos nada hoy, pero eso está cerquita, mañana volvemos”, le dijeron al dueño y dejaron sus palas para que les creyera. Se fueron con la guaca y nunca volvieron. Vendieron el oro y cada uno montó su tienda grande, por allá en un pueblo que se llama El Anclar en Montelíbano, Córdoba.
Y es que hay que ahuyentar al diablo porque eso está pactado con él, o eso dicen. A veces, son los misPasaron los años y un paisano fue a mos espíritus de las personas las que cuiese mismo pueblo. Allá le preguntó al dan el entierro. A los indígenas también los hijo de Pedro López, Fortunato, si había alperseguía la guerra, por eso tenían que enguna guaca ardiendo por allá. Él le dijo que Ilustración: Mariana Yepes terrar sus cosas y cuando se morían, su alma sí, que en una quebrada que se llama Los @mymarivelous se quedaba cuidándolas. Hay que bautizarlas Caracoles, varias personas habían visto una porque se mueven debajo de la tierra y se candela ardiendo. “Hombre por qué no me van. Usted se puede demorar todos los años lleva a donde arde esa guaca, vamos a caque quiera en volver por ella y ahí va a estar, pero si va a la guaca y varla”, le dijo el paisano a Fortunato. Y se fueron un Viernes Santo no la saca, tiene que dejarle una prenda, sino, ella se vuelve a ir. a buscarla porque ese día era más seguro que ardiera. “Vamos a montarnos arriba de esta piedra a esperar que arda”, le dijo el hijo Lo alto que arda la candela, es lo que hay que cavar bajo tierra. de Pedro y mientras tanto, fumaron tabaco. Cuando se cava un entierro indígena hay dos tipos de tierra: la amarilla y la negra. Hay que seguir la amarilla y buscar las piedras que Llegaron las 12:30 de la noche y nada que veían la candela, pero no les apuntan hacia dónde se debe excavar. Normalmente son una o dos ardía porque ellos estaban encima de ella. De pronto escucharon algo que piedras. Cuando se llega a la sepultura del indio, ahí está la guaca. estalló debajo de la tierra y supieron que era la guaca. La bautizaron y el Hay que tener la tierra bien desmenusadita porque de pronto se pier- sábado pasaron el día en El Anclar, el domingo se fueron a mercar y desde la chaguala, el aro de oro que se ponían en el septum nasal. Los pués a cavar el entierro. ¡Oiga, y encontraron un escudo de puro oro! indígenas derretían el oro con matas porque en esa época no tenían los medios para fundirlo. Así era como lograban manejarlo. Era como un chaleco que usaban en la guerra para protegerse. El paisano le dijo a Fortunato: “Mira yo te voy a dar 25.000 pesos, para que Una vez yo me fui a buscar entierros con Pedro López, un costeño, comas mientras yo voy a vender los oros y vuelvo a darte tu parte”. En y Pedro Alzate, que era paisa. Ellos sí eran guaqueros, guaqueros. ese tiempo eso era plata, pero nada comparado a lo que valía la guaca Fuimos a muchas partes, pero solo encontramos unas piedras de que habían encontrado. Resulta que el paisano se fue y nunca más se le moler. Uno se cansa de eso porque a uno le toca dormir solo en el volvió a ver. Estafó a Fortunato, el hijo del que le había robado al duemonte. Al tiempo, me volvieron a invitar porque estaba ardiendo ño de la tierra donde él encontró un entierro. La misma guaca le cobró una candela a la orilla del río San Jorge. “Vamos que ahí hay oro, el robo una generación después. seguro que sí”, me decían, pero yo no fui, ya no quería seguir buscando guacas que no iba a encontrar.
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L É E M E Ju liana Londoño Nore ña
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Juliana.londono 9 @g ma il. c o m
“Puede obligarte a hacer todo tipo de cosas ridículas; puede paralizarte, anestesiarte y provocarte sordera o la ceguera” hablaba Freud de Carl Hansen, uno de los hipnotizadores más famosos del siglo XIX. Hansen llenó auditorios en toda Europa hasta que la Facultad Medicina vienesa se pronunció sobre “los riesgos mortíferos” de la hipnosis y cancelaron su espectáculo. Cristina Fontán Todos hemos escuchado historias de personas con poderes extraordinarios que hacen a otro sujeto entrar en “trance” y cambiar todo su comportamiento hasta el punto de actuar como una gallina. A estos fenómenos se les conoce con el nombre de hipnosis pero, ¿qué es lo que realmente sucede en estas situaciones? La hipnosis es un estado psíquico especial donde se disminuye la conciencia y aumenta la sugestionabilidad. El hipnotizado se comporta como si estuviera dormido para el mundo exterior, no presta atención a sus sentidos, solo obedece a la persona que lo ha hipnotizado. Esta relación de hipnotizador e hipnotizado se presenta en la relación médico y paciente, donde el famoso psicoanalista postula la palabra como principal instrumento del tratamiento psíquico, igualándola a la magia. Para que una curación se dé, se necesita el deseo del enfermo y el poder y simpatía que le atribuye al médico. De esta manera es como la sola presencia del profesional genera cambios en la salud de los pacientes y como un mismo remedio puede tener mayores resultados si es recetado por un doctor de moda. La palabra clave es la sugestión, lograr influenciar el comportamiento y las actitudes de un individuo movilizando motivaciones psicológicas por encima de la lógica. Le Bon, importante sociólogo, expone como un individuo inmerso en una masa activa, muy pronto cae en una fascinación próxima a la de un hipnotizado por un hipnotizador, donde incluso el segundo puede no ser físico. Sirve de ejemplo la novela Las Penas del Joven Werther publicada en 1774, donde el protagonista sufre por un amor hasta suicidarse. La obra generó una ola de suicidios en la época al punto de ser prohibida en países como Italia y Alemania. Así es como en masa el individuo es dominado por su inconsciente, orientado por la sugestión que se acrecienta por la reciprocidad.
Hoy, la novela epidemiológica se llama Instagram y sus protagonistas, hipnotizadores por excelencia, influencers. Cómo no llamarlo magia, si Selena Gómez que tiene más de 130 millones de seguidores en Instagram, cobra alrededor de 1500 millones de pesos por publicar una foto con algún producto. ¿Cuántas personas movilizará para que tal jugada sea rentable? “La masa es un rebaño obediente que nunca podría vivir sin un señor” decía Le Bon. Cuando se reúnen personas, instintivamente se ubican bajo una autoridad. El influencer, quien a veces es designado por sí mismo señor del rebaño, ha venido a cumplir ese papel. Para ser efectivo él debe ser fanático de sus ideas, debe tener una voluntad poderosa y más importante aún, poseer prestigio. El status del médico consistía en una determinada posición social, años de estudio, gran número de diplomas en la pared y recomendaciones. Por otro lado, el influencer no tiene una colección de títulos, pero sí una colección de fotografías. Sus herramientas estriban en una cámara de alta resolución y programas de edición. Vale más su número de seguidores que su experticia en el tema. Se gradúa cada cierto tiempo cuando alcanza un mayor número de followers y lo celebra con bombas y champaña. Es como si Freud los hubiera descrito perfectamente “quien quiera influirla (a la masa) no necesita presentarle argumentos lógicos; tiene que pintarle las imágenes más vivas, exagerar y repetir siempre lo mismo”. Su poder se lo ha dado la masa, impulsiva, inconsecuente, violenta en sus juicios. Una masa que pide ilusiones, donde prima la fantasía y retrocede el examen de realidad para dar paso al el deseo incumplido. Deseo que aprueba la multitud: valores compartidos de belleza, dinero, prendas, opiniones y necesidades de aprobación social que llevan a la imitación por contagio. El contagio no es más que el efecto de grupo por la seguridad que brinda copiar al otro.
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cristinafontanespinal@gmail.com No se trata de calificar el fenómeno como bueno o malo, sino de entenderlo. La unión de la masa mueve a los individuos sin saber por qué. Con su inmediatez, cobertura y repetición, Instagram es la plataforma que satisface ese deseo de pertenecer y los influencers son sus conductores. Por eso no es de extrañarse con el poder del #challenge, ni con que Kylie Jenner sea la billonaria más joven del mundo. ¿Ya intentó hacer la celebración de Dele Alli? Y ahora pregúntese ¿por qué? No es hablar de brutalidad, ni magia, es simplemente psicología de las masas y su poder hipnótico. La multitud puede hacer al individuo desatar sus mayores inhibiciones destructivas, pero también puede elevar su ética incluso sobrepasando su propio nivel. No estamos exentos de estos fenómenos al vivir en sociedad, pero al saber sus causas y consecuencias, sí podemos analizar los comportamientos automáticos, lo que escogemos ver, la adoración de lo irreal y la responsabilidad de ser líderes. Saber por qué queremos esos tenis que tiene él o ella puestos, por qué “only God con judge me” o las muchas otras captions que trillamos, por qué sentimos angustia si no logramos una foto “decente” en aquel lugar o con aquella ropa, por qué nos unimos a una causa que ha sido expuesta digitalmente y no a la de nuestra comunidad. Simplemente cuestionarnos por qué estamos haciendo lo que hacemos cuando a veces el deseo y ganancia de pertenecer le roba terreno a nuestra individualidad. Por eso Freud desistió de la hipnosis que ahorcaba el poder crítico del individuo. Si él nos fuera a dar un consejo frente a Instagram seguramente repetiría lo que le escribió a un amigo con la llegada de Hansen a Viena: “Confío en que mantengas tu espíritu escéptico y que no te olvides de que ‘maravilloso’ es una exclamación de ignorancia, y no el reconocimiento de un milagro”.
2018 TOCAR EN
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CASA
Mateo Orrego López
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Morrego7@eafit.edu.co
Gonzalo ha vivido casi toda su vida en el mismo barrio, Laureles. “Yo me conozco este barrio al dedillo, de arriba a abajo, por donde querás” dice mientras señala hacia la calle. Cuando era pequeño vivía en una casa cerca de donde vive actualmente, por la 33, antes de llegar a la iglesia de Santa Gema. Vivía con su papá, su mamá y sus dos hermanas.
Su padre era un gran melómano, la mayor parte del tiempo oía música clásica y, generalmente, cuando se tomaba unos tragos, escuchaba tangos en la casa. Fue él quien le inculcó al pequeño Gonzalo, el segundo de los tres hijos, su gusto por la música y los libros. Oían música juntos, iban al cine a ver las películas de Chaplin juntos, jugaban ajedrez juntos, todo juntos. Su padre quería que Gonzalo tocara el violonchelo, porque le gustaba mucho un chelista que se llamaba Pablo Casals. Pero a Gonzalo siempre le había gustado el violín. “En mi casa había un disco de las cuatro estaciones que yo ponía mucho, y yo hacía de violinista: cogía un cojín y me lo ponía aquí y empezaba a hacer así mientras oía la música” recuerda mientras actúa como si estuviera tocando. Cuando tenía 9 años pusieron una pequeña academia de música en frente de su casa, fue allí donde comenzó su vida musical tocando flauta dulce, y rápidamente mostró gran facilidad y talento para esta disciplina. Cuando definitivamente quiso empezar a tocar violín, sus padres pensaron en inscribirlo en la escuela de Bellas Artes, pero debido a lo que él llama “problemas burocráticos” no lo pudieron hacer, así que terminó viendo clases con Raúl Emiliani, un reconocido violinista de la ciudad por aquel entonces, que trabajaba en la recién fundada Escuela Superior de Música. Desde el comienzo Gonzalo mostró un gran interés por el instrumento: “Los sábados yo me quedaba viendo las clases de los otros alumnos de violín, allá en un patio, y a la semana siguiente llegaba y le decía al profesor ‘mire yo me aprendí esto que tocó aquel otro en clase’” recuerda, mientras dice entre risas que tal vez por eso era que los otros compañeros lo odiaban. Después de tres años de darle clases, Emiliani se fue de la ciudad. Después, gracias al esposo de una tía, Gonzalo logró contactarse con Luis Biava, un violinista muy famoso que en ese tiempo tocaba con la Orquesta Sinfónica de Colombia. Cuando Biava lo escuchó, lo recibió inmediatamente como su alumno y Gonzalo comenzó a viajar cada 15 días, desde Medellín hasta Bogotá, para recibir sus clases de violín. Durante tres años Gonzalo veía, sagradamente, sus clases cada dos semanas, y Luis Biava lo invitaba después a ver los conciertos de la Sinfónica de Colombia y a conocer los solistas de talla internacional que se presentaban junto a la orquesta. Fue así como forjo una
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Ilustración: Germán González | info.germangonzalez@gmail.com relación de admiración y respeto hacía su profesor. “Cuando él se fue en el 84 no hubo remplazo. Nadie pudo remplazar la admiración que yo sentía por él y por todo lo que me enseñaba. En serio que él es de las personas que yo más quiero en la vida”, afirma con una sonrisa y después se queda un momento en silencio, como recordando. En el 84, cuando dejó de ver clases con Biava, Gonzalo ya se encontraba tocando en la Orquesta Sinfónica de Antioquia y tuvo que buscar un nuevo profesor. Fue entre todo eso, un año después, cuando tuvo su primera oportunidad para irse del país, pues le ofrecieron una beca para estudiar en la Unión Soviética y otra para estudiar en Londres. No tomó ninguna de las dos. Gonzalo dice que en ese entonces no era capaz de irse, tal vez porque el amor por su ciudad, ese que lo haría quedarse dos veces más en Medellín, siempre fue más grande. La segunda vez que el amor por su ciudad apareció fue en el 93. Gonzalo ya llevaba casi diez años tocando con la Sinfónica de Antioquia y la Filarmónica de Medellín. Ese año la Sinfónica de Antioquia enfrentó una crisis administrativa que llevó a Gonzalo a buscar nuevas oportunidades y así fue como le ofrecieron un puesto en la orquesta de Galicia en España. “La verdad es que no aguanté ni dos meses. Ellos me pagaron todo y me pusieron de ayudante de concertino (violinista principal de la orquesta) sin haberme hecho ningún examen”. A pesar de todo eso Gonzalo se devolvió para Medellín y cuando el director de la orquesta de Galicia le preguntó por qué se iba, él dijo: “Es que no me siento nada bien, me hace mucha falta mi ciudad, mucha falta.” Él sabe que no se arrepiente de haber vuelto, pero también asegura, quizá con un poco de nostalgia, que para la
gente que lo rodeaba sí fue una sorpresa muy grande que se devolviera. “Tal vez esa era mi oportunidad de oro, y de haberme quedado de pronto todavía estaría tocando por allá, pero la verdad es que mis ambiciones son pequeñas y muy caseras” dice mirando su casa con una expresión feliz y tranquila. En el 94, debido a la crisis que enfrentó, la Sinfónica de Antioquia se acabó y Gonzalo se quedó trabajando con la Filarmónica de Medellín. Tiempo después la orquesta empezó a tener muchos cambios, como realizar audiciones para volverla profesional y un cambio de gerente. Con todo esto Gonzalo se empezó a aburrir. “En la vida uno no tiene que decidir mucho, ella misma decide por uno, yo estoy seguro de eso”, afirma convencidísimo, antes de contar lo que le pasó. “Yo estaba seguro de que me iba a ir, o mejor dicho, de que me tenía que ir de Medellín, entonces empecé a buscar audiciones de orquestas fuera del país.” Así fue como Gonzalo encontró que la orquesta de Granada estaba realizando una convocatoria y preparó todo para ir a presentarse. Mientras arreglaba su viaje se dio cuenta que la Filarmónica de Bogotá también haría audiciones, justo un día antes de su viaje a España, así que decidió presentar también este examen en Bogotá. “La noche después del examen, una secretaria de la Filarmónica me llamó: buenas noches maestro Gonzalo habla doña Marta Gamboa de la Filarmónica de Bogotá, era para preguntarle si podría pasar mañana para firmar unas cosas que se le olvidaron firmar del examen. Y yo dije que sí, que yo pasaba al otro día antes de irme.” Resulta que al día siguiente le dijeron que había pasado la audición de la Filarmónica, pero no sólo eso, sino tam-
bién que su examen había sido tan bueno que podía acceder a un puesto más alto del que aspiraba. Gonzalo, muy contento y convencido de que sin importar lo que pasara en Granada se iba a quedar con el puesto de la Filarmónica, viajó a España a presentar el otro examen. No pasó, pero no importaba, pues ya había decidido que se quedaría viviendo en Bogotá. Durante 5 años tocó con la Filarmónica. En el 2003 su padre falleció y Gonzalo pidió una licencia para poder volver a su ciudad natal y encargarse de todos los asuntos familiares. Al poco tiempo, estando de regreso en Bogotá y después de la muerte de su padre, Alberto Correa, quien era el director de la Filarmónica de Medellín, lo llamó y le dijo que querían que él volviera a la ciudad a tocar con la orquesta. Gonzalo lo pensó y pidió una nueva licencia. “A ellos no les gustó para nada eso, pero yo les dije: vean es que voy a probar a ver qué pasa, porque la tierra y todo eso me hace falta. Y el presidente de la orquesta, el doctor Barbosa, me llamaba y me decía: Gonzalo recuerde que aquí lo estamos esperando. Al final renuncié a la Filarmónica de Bogotá y me quedé aquí en Medellín.” Fue así como una vez más, el amor por su ciudad hizo regresar a Gonzalo a Medellín para quedarse. Actualmente es el concertino y director asistente de la Filarmónica de Medellín y profesor del Taller de Ópera de la Universidad de Antioquia. Asegura que cada día se da cuenta de cuánto le gusta lo que hace. “Yo adoro el violín, me encanta tocar, es una cosa muy rara. Aunque la verdad es que estudio muy poco, muy poquito.” Sus días se ocupan entre sus ensayos con la orquesta, las clases de la universidad y el tiempo que comparte con Mónica, su esposa. “Yo creo que si yo no me caso con Mónica nadie me hubiera aguantado, porque yo soy muy callejero”, agrega. Le gusta leer, lee de todo, desde filosofía hasta biografías, y le encanta escuchar los conciertos para piano de Mozart y las óperas de Verdi. También le gustan “Los Simpson” y no duda en resaltar que es hincha del Medellín. Mientras Gonzalo cuenta su vida, sentado en la sala de su casa, con un aire de tranquilidad, concluye diciendo “yo decidí quedarme a tocar aquí porque eso es lo que me hace feliz, siempre lo ha sido”.
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BITÁCORA DEL PO Ye rly He rre ra
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y he rre r@ e af it.ed u. c o
“No se puede ser un gran poeta… sin inflamación de ánimo y sin una especie de hálito de locura”. Cicerón
Héctor Fagot empezó como panadero en la panadería de su padre: La Sultana, en el municipio de Fredonia. Luego del colegio él y sus hermanos ayudaban en la elaboración de los productos del negocio. Héctor, desde pequeño, se destacó también por su destreza y talento para la escritura; ha ganado varios premios de poesía, entre ellos el Premio Departamental de Poesía en el 2008. Además, fue presentador del Festival Internacional de Poesía de Medellín y más tarde fue invitado a participar como lector. Ha escrito dos libros de poemas: Asuntos internos –primera y segunda edición- y Como echo de menos el paraíso. Alguna vez se le ocurrió combinar panes y poemas, y aquella mezcla se convirtió en un taller que dictó a jóvenes con problemas de drogadicción en la ciudad de Medellín. El Taller pan y poesía fue una experiencia amena y enriquecedora tanto para él como para ‘los muchachos’, como él mismo los llama. Este poeta panadero es un hombre de expresión desenvuelta y sonrisa fácil, no sufre por falta de temas de conversación; tiene mil anécdotas. Y por si fuera poco es capaz de recitar de memoria todos los poemas que ha escrito. *** ¿En qué momento empezó a escribir poesía? Desde muy chico sentía una inclinación por leer y escribir, pero se afianzó cuando cursaba bachillerato en el Liceo Efe Gómez, en Fredonia. Para ese entonces tenía 12 años y un profesor me prestaba semanalmente textos. Así fue como conocí a Rainer Maria Rilke, James Joyce, Virginia Woolf, Dulce María Loynaz y otros poetas del mundo. Ese fue el nacimiento del destello y la emoción de encontrar una cantidad de palabras que me iban empujando en su corriente y yo decía… qué maravilla esto, era la hermosura del lenguaje, la arquitectura de ese nuevo reino, para mí, encantado. A partir de ese momento decidí seguir descubriendo escritores, seguir leyendo e irme adentrando cada vez más en el mundo de la literatura. En bachillerato empecé a ganar concursos de escritura y me di cuenta de que había potencial, lo que hacía falta era madurar algunos conceptos y poder escribir de tal manera que transmitiera emociones respecto a temas como la muerte, la vida, el amor y el mundo. ¿El hábito de la lectura y la escritura ha sido constante en su vida o decidió hacer una pausa en algún momento? No, ha sido constante. Como dice un tango: “fue una prisión a la que quise entrar y ya no quise volver a salir”, –dice sonriendo–. ¿Qué encuentra en la literatura que no encuentra en nada más? La pluralidad del pensamiento. Entender por ejemplo el amor desde distintos planteamientos de diferentes autores y poder llegar a comprenderlos e inter-
pretarlos. Entonces viene un autor y me cuenta algo de una manera, luego viene otro y me lo cuenta de otra. Y en últimas todo depende de la disposición que se tenga frente a la lectura. Hay una urdimbre de un vocabulario tan cósmico que se convierte en una corriente por la que te dejas llevar. ¿Para qué la poesía? Para dar cuenta de un tránsito por la tierra, porque a pesar de las desventuras la escritura está en pie siempre para nombrar las cosas, desde la injusticia hasta el poema más bello escrito a una ninfa. Es decir, saber que la palabra tiene toda la fuerza para mover. ¿Qué hace a un poeta poeta? En este punto tengo que hablar del momento en que llegó a mis manos un libro que se llama El taller blanco de Eugenio Montejo, a quien tuve la oportunidad de conocer en un festival de poesía en Medellín. Ese día me acerqué a él, le había llevado un pan de los que yo sé hacer y mi primer libro. Le dije: maestro, permítame hablar con usted, con mis manos fabrico este pan y estos menesterosos poemas. Le quiero decir que estoy de acuerdo con lo que usted dice en su libro El Taller Blanco: uno no va a un taller de literatura a que le enseñen a escribir, uno va a aprender unas normas del lenguaje, gramática y ortografía, diferenciación entre ensayos y novelas, y eso está bien. Pero el poeta como tal nace y se va haciendo. Yo aprendí de Manuel Mejía Vallejo en su taller de literatura, a donde íbamos más que nada a conversar, y él por ejemplo decía que los poemas son como unos hijos, hay que soltarlos para que se defiendan en la calle. ¿Cómo fue el proceso de escritura y publicación de su primer libro: Asuntos internos? Yo me había enterado de que en Medellín estaban haciendo unos talleres de literatura en la Biblioteca Pública Piloto, entonces viajaba semanalmente desde Fredonia. Allá iba con Jaime Jaramillo Escobar y desde entonces sentí una motivación muy grande y empecé a mostrar mi trabajo creativo. Hubo una muy buena receptividad no solo por parte de mis compañeros sino también por parte de Jaime, y él me fue motivando a la corrección de los textos y a pensarlos de tal manera que en algún momento pudieran compilarse en un libro. Después empecé en otro taller en la Casa Museo Fernando González en Envigado donde compartíamos lo que cada uno estaba creando y mis escritos tuvieron buena crítica por parte del maestro Manuel Mejía Vallejo, quien era el director del taller. Anímicamente esto me empujó a continuar escribiendo. Y a partir de ese proceso conjunto es que uno empieza a ser consciente de esas otras voces y a querer explorar y enriquecer la voz propia. ¿Cómo enseñar a hacer pan y poesía al mismo tiempo? Esa ha sido una experiencia muy bella que me ha dado la vida, enseñar el arte
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ETA PANADERO
Fotografía: Yerly Herrera de la panadería desde una concepción muy artesanal por así decirlo. También el ejercicio de lectura compartida de los escritos de los alumnos que además tenían problemas con las drogas. En cierta ocasión hubo la posibilidad de hacer un convenio con la Alcaldía de Medellín y el ITM para realizar el taller en la cárcel Bellavista. Obviamente el tipo de alumnos es diferente pero la motivación era la misma, el amor por la escritura, el hecho de decirles: escriba algo, lo que quiera, sobre la amistad, el amor, sobre la mujer que usted ama. Luego leíamos entre todos y era muy grato ver el progreso. Porque igual que a la masa al poema hay que meterle la mano.
¿Cuál diría usted que es la receta para escribir un poema? A ver –dice mientras se acomoda en la silla–, hay que elegir un momento para la creación y hacer una mezcla a partir de los sentidos. La pasión, la agonía, la incertidumbre y plasmar todo eso en la máxima expresión. Ir construyendo el poema como se construye el pan. ¿Cómo es su relación con el universo? Te respondo con una frase de Octavio Paz: “Soy hombre, duro poco, y es enorme la noche. Pero miro hacia arriba, las estrellas escriben, sin entender, comprendo. También soy escritura, y en este mismo instante, alguien me deletrea”. Es un agradecimiento del transitar por esta tierra, con todo lo que traiga. Poder nombrar que, a pesar de las desventuras, de las guerras entre caínes y abeles, de la desigualdad y la injusticia hay que continuar y luchar y escribir. Es una búsqueda constante, un excavar en el lenguaje tratando de nombrar lo que debe ser nombrado.
George Steiner dice que lo que no se nombra no existe, ¿usted qué piensa al respecto? Hay que narrar todo lo que nos produce perplejidad y asombro, dar cuenta -desde el lenguaje-, de la pregunta por el hombre y de su paso por la tierra. Hay que ver la escritura como el poder de nombrar cada cosa. …Tengo claro mujer que todas las cosas nacen cuando comienzas a nombrarlas y si a veces llego herido de la calle ángel desolado con alas rotas es sólo para pedirte que vengas en mi auxilio… Si suponemos que su patrimonio verbal está en un cofre y usted puede sacar una única palabra, ¿cuál elegiría? Urdimbre ¿Por qué? Porque todo es un tejido. Urdiendo una a una letra por letra la frágil hebra de las palabras sobre el inmenso telar de la mañana el poeta borda el tejido de su angustia solitaria
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CIUDAD DE ÁNGELES Anderson Amaya Amayaanderson74@gmail.com Hacia el suroeste antioqueño, en medio de montañas y bellos paisajes, se alza un pequeño municipio: Angelópolis, tierra de gente trabajadora y gentil. Es común ver cómo, en los días más fríos, la neblina abraza la montaña en una danza eterna, en un interminable vaivén. Un pequeño casco urbano se yergue en medio de las montañas y hace recordar la tenacidad de los ancestros que, a punta de lomo de mula y la llamada “verraquera”, establecieron sus hogares y dejaron costumbres que se transmitieron de generación en generación, hasta el día de hoy. Angelópolis es un típico pueblo antioqueño, donde los más ancianos siempre tienen una historia que contar, donde el café siempre sabe mejor, donde el aire es más puro y donde no hay que preocuparse por los afanes comunes de la ciudad. Allí, la gente es amable y no duda en ofrecer una sonrisa y un “buenos días” a los desconocidos que se encuentran en el camino, un acto de cortesía y una costumbre que no se pierde. En sus paisajes se encuentra cierta paz, el hecho de ver tanta majestuosidad es una lección de humildad que conlleva a una apreciación más íntima de la naturaleza, y a un respeto más profundo por ella. Es así como estos pueblos se convierten en baluartes de nuestra historia, nos recuerdan nuestras raíces y son como oasis para quienes van en busca de la tranquilidad y la belleza en lo cotidiano.
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Fotografía: Martin Uribe
Fotografía: Darío Alejandro Martínez Saldarriaga
Fotografías: Anderson Amaya
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María Antonia Ruiz Espina
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“Aunque no queramos, aguantamos nuevas leyes / Aguantamos hoy por hoy que todavía existan reyes / Castigamos al humilde y aguantamos al cruel / Aguantamos ser esclavos por nuestro color de piel” –René Pérez, Calle 13.
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mruize s1@ e afit. e d u. c o
Un hombre cae. Y mientras cae, muere. La vida se le escapa antes de soltar el fusil que lleva en la mano derecha. Está vestido de civil, pero es un miliciano. Lleva camisa blanca de botones y un estuche de cuero con municiones. El campo a su alrededor está desierto. Él está solo con su muerte. Su cuerpo, en vida erguido, hora se entrega a la gravedad aplastante que capta la foto. Sus ojos están cerrados, pero ya ha visto mucho: ha estado en una guerra. No se sabe quién es el muerto. Unos dicen que es Federico Borrell, otros dicen que no. La foto la tomó Robert Capa –el gran fotoperiodista del siglo XX que retrató la Guerra Civil Española y la Guerra de Indochina– cerca del cerro Muriano, en el Frente de Córdoba, durante un enfrentamiento inesperado entre republicanos y franquistas el 5 de septiembre de 1936. Hay fotos que se convierten en símbolo, que se funden en documento histórico y obra de arte. Además de la muerte de un miliciano, de Capa, está Guerrillero Heroico, de Alberto Díaz Korda: un retrato del Che Guevara, ícono de la Revolución Cubana, tomada en 1960. La niña de napalm, de Huynh Cong Ut, donde se ve a Kim Phúc mientras corre desnuda para alejarse de una explosión que ha quemado gran parte de su cuerpo durante la Guerra de Vietnam, en 1972. La niña afgana, de Steve McCurry, el retrato de una huérfana que vivía en un campo de refugiados en Pakistán y que apareció en la portada de junio de 1985 de la revista National Geographic. La fotografía nos ha contado el mundo: sus guerras y revoluciones, las luchas pasadas y las presentes, que no son nuevas. “Hay que ver dónde encajan las cosas, de dónde vienen y a dónde van. Todas las noticias son, en el fondo, la misma. No hay nada nue-
Robert Capa / La muerte de un miliciano. 1936. vo nunca”, decía Miguel Ángel Bastenier. Y es que el mundo no es más que un reloj que da vueltas y, cada tanto, vuelve a empezar. Es así como nacen los símbolos.
“Aguantamos lo que vino y aguantamos lo que viene” Un hombre se levanta, aunque no ha caído. Y mientras se levanta, vive. En su mano izquierda lleva un fusil que agarra con vehemencia. En la derecha, una bomba molotov: una botella de Pepsi con líquido inflamable y un pabilo hecho fuego. Está vestido de civil, pero es un guerrillero. Lleva camisa verde militar, pantalones anchos, una boina negra y un cinturón con municiones. De su cuello cuelga un rosario. No está solo. A su costado, cuatro
compañeros esperan. Los protege una barricada, segura y transgresora. A sus espaldas, un tanque. Al frente, el futuro ingrávido donde el molotov volará y estallará. Sus ojos están abiertos y también ha visto mucho: a su alrededor se libra una guerra. Es Pablo Aráuz en la Nicaragua de 1979. Año en que la Revolución Sandinista triunfó y derrocó a la dictadura de la familia Somoza que oprimía al país desde hacía más de 40 años. La foto la tomó Susan Meiselas, la fotógrafa documentalista que retrató a rebeldes enmascarados y cuerpos putrefactos durante la opresión política de los conflictos latinoamericanos de los años setenta y ochenta. Cuarenta años después de haberse librado de Somoza, los nicaragüenses libran una nueva lucha para derrocar
a Daniel Ortega, otrora héroe de la patria y líder de la revolución. En pleno 2018, la foto de Meiselas, El hombre molotov, se ha convertido en el símbolo de la insurrección civil actual que se remonta al pasado. De nuevo, la historia se repite: un caudillo joven legitimado por un populismo desmedido salvó la patria. Se hizo con el poder. Trajo progreso y mantuvo al pueblo contento. Al paso de los años, se intoxicó de poder y dejó a un lado sus ideales revolucionarios, se olvidó de la justicia, la democracia y la libertad que un día lo llevaron a la calle a protestar. Empezó a reprimir con violencia las críticas. Su pueblo amado dejó de quererlo y se replegó en las plazas y universidades. Ahora nadie duerme. Todo pasa muy rápido. Los que nacieron, crecieron y se criaron bajo el mandato de Ortega ya se cansaron. Hay un aire de cambio: ha empezado otra revolución. La diferencia es que esta vez el pueblo reprimido no está armado. Y ese es un gran matiz. El dictador no libra una guerra de guerrillas –como lo hizo Somoza– y ha hecho de la tiranía una política de Estado. Nicaragua ya no es la misma: a los habitantes les quitaron la ciudadanía.
“Aguantamos a Pinochet, aguantamos a Videla, a Franco, Mao, Ríos Montt, Mugabe, Hitler, Idi Amin, Stalin, Bush, Truman, Ariel Sharón y Hussein”
Susan Meiselas / Molotov Man. 1979.
Daniel Ortega, el exguerrillero sandinista, hoy gobernante autoritario, se ha convertido en el que un día fue su enemigo: Anastasio Somoza, el último de esa dictadura familiar que gobernó Nicaragua desde 1937. Lo está relevando, a tal punto de que ya superó en años el gobierno del exdictador.
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¡Ortega y Somoza son la misma cosa! Grita la gente en las calles de Managua, Masaya, Jinotepe, Monimbó y Diriamba, donde, después de cuatro meses de protestas, han muerto más de 350 personas. La otra batalla que se libra ahora es, también, para que esos asesinatos no se conviertan en otra cifra más. ¿Cuántos tiranos alcanzan en una vida?, se pregunta la escritora nicaragüense Gioconda Belli, quien un día hizo parte del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) y luchó en la revolución de los 70. “¿Sabrá el de ahora lo que sentía el otro? / ¿Recordará cuánta muerte sembró aquel aferrado al poder? / El bombardeo de las ciudades / Su hermano Camilo Ortega caído en Los Sabogales / (él era como uno de esos jóvenes asesinados en las protestas) / ¿Cuántos tiranos alcanzan en una vida?”. Ortega es en esencia vanidoso: eligió el poder como única forma de vida. Después de derrocar a Somoza, gobernó el país durante diez años hasta que en 1990 perdió las elecciones con la candidata de la oposición Violeta Barrios de Chamorro, fundadora de la Unión Nacional Opositora (UNO) y protegida de Estados Unidos. Ese año se desarmó La Contra, un grupo paramilitar antisandinista que era financiado por la CIA y buscaba el fin del socialismo de Ortega en el país centroamericano. En 1997, llegó al poder Arnoldo Alemán, expresidente condenado por corrupción, con el que Ortega hizo un pacto para bajar el porcentaje electoral del 45% al 35% como condición para ganar las elecciones y retomar el poder. Así ganó en 2007. Y aún no se ha bajado del trono. Y es que quedarse en el poder es un fenómeno revolucionario: ha pasado en Venezuela, Cuba y Nicaragua, Bolivia y Ecuador. Y sin revolución, casi pasa en Colombia con Álvaro Uribe, que reformó la constitución en 2006 para ser reelegido y, al término de ese segundo mandato, quiso hacerlo por tercera vez. La Corte Constitucional se lo impidió, entonces él puso presidente. Y lo sigue haciendo. No es cuestión de ser –o decir ser– de izquierda o de derecha. Ahora yo me pregunto, ¿cuántos caudillos alcanzan en una vida?
Asociación Cultural Periódico Estudiantil Nexos para espantar la mala suerte y atraer la abundancia. Y el fucsia es su color favorito para pintar edificios y decorar actos estatales. Inspirada en el árbol del Génesis bíblico, gastó más de dos millones de dólares para instalar “árboles eléctricos” o “arbolatas”, como los llama Gioconda Belli, alrededor de Managua. Se trata de estructuras metálicas de 20 metros inspiradas en una pintura de Gustav Klimt, coloridos, rimbombantes, místicos, como ella. Pero esa excentricidad, hasta hace poco, tuvo legitimidad católica gracias al aval del cardenal y arzobispo emérito de Nicaragua, Miguel Obando. Antiguo enemigo del FSLN, utilizó el púlpito para condenar guerrilleros y mandarlos al infierno durante los años 80. Pero en 2005 ocurrió un milagro: Ortega y Murillo se convirtieron, Obando los casó, y la Chayo se nombró guía espiritual de la nación. Los tres salieron del infierno y ascendieron juntos al cielo del amor, la paz y la reconciliación bajo el manto sagrado de la corrupción. En junio de este año, a dos meses de protestas, Obando murió. Y ahora la iglesia, bajo el liderazgo de Silvio José Báez, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de Managua, también quiere fuera al dictador. Los curas están de combate, pero esta vez no andan en cruzadas.
“Aguantamos latigazos, que nos corten los dos brazos, fracturas en cualquier hueso, tres semanas con un yeso” En el prólogo de Entrevista con la historia, la periodista Oriana Fallaci define el poder como el mecanismo por el cual un hombre o una mujer se sienten investidos del derecho de mandar sobre los demás y de castigarlos si no obedecen. “Venga de un soberano
despótico o de un presidente electo, de un general asesino o de un líder venerado, veo el poder como un fenómeno inhumano y odioso”. Se pregunta también si la historia está hecha por todos o por unos pocos. Y si ésta depende de mil leyes universales o solamente de algunos individuos. Se pregunta en qué son distintos esos pocos, y descubre que quien determina nuestro destino no es realmente mejor que nosotros, no es más inteligente, ni más fuerte, ni más iluminado. Que, en todo caso, es más emprendedor, más ambicioso. Dice que solo en raras circunstancias tuvo la certeza de encontrarse ante criaturas nacidas para guiarnos o para hacernos tomar un camino en lugar de otro. Pero esos casos eran los de hombres que no se hallaban en el poder: es más, lo habían combatido y lo combatían con el riesgo de su propia vida. Así empiezan las revoluciones: cuando algunos pocos deciden combatir el poder con el riesgo de perder su vida. Y así empezó en Nicaragua el 18 de abril, 39 años después de que el Ortega-revolucionario derrocó al Somoza-tirano. Ahora el tirano es Ortega y ya las montañas no son el escenario de lucha: hace cuatro meses las ciudades son campos de batalla. Los bastiones son las casas, las calles, las iglesias y las universidades. Los policías, aliados con paramilitares y amparados por el Estado, matan, violan, secuestran y desaparecen. Los muertos son estudiantes, trabajadores, campesinos, ambientalistas. Pero no están solos: la empresa privada, que sostuvo a Ortega en el poder durante todo este tiempo, también quiere fuera al dictador. Las manifestaciones empezaron por el “golpe a la economía popular” –explica el periodista Fernando Chamorro
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en un artículo en el diario El País de España– cuando Ortega decidió reformar el seguro social en Nicaragua para salvarlo de la quiebra inminente debido a la corrupción del gobierno. Aumentó las contribuciones de los trabajadores y empresarios e impuso una retención del 5% a los jubilados. Esto a nadie le gustó y se sumó al descontento general a causa de la demagogia, la censura y la violencia silenciosa del régimen. Así que salieron a las calles. Y no protestan ante un gobierno socialista, sino ante uno neoliberal con discurso antiimperialista que se ha mantenido en el poder gracias a la cooperación de los empresarios, las ayudas venezolanas antes de la crisis –más de 4.000 millones de dólares desembolsados desde 2007–, el control de medios de comunicación –los hijos de Ortega manejan cinco en televisión abierta– y el apoyo de una nueva clase: la burguesía orteguista.
“Aguantamos al culpable cuando se hace el inocente, aguantamos cada año a nuestro puto presidente” Un hombre celebra. Y mientras celebra, otros mueren. Sus manos apuntan al cielo en señal de triunfo y sus dedos hacen la V de victoria o el gesto de la paz: se cree una estrella de rock. Está vestido de civil, pero es un dictador. Lleva camisa blanca de botones y una gorra azul. No está solo. Detrás de él hay una mujer que viste camisa azul y morada, o tal vez turquesa y fucsia. Ella casi no se ve, pero su aura mística se expande como un virus. La plaza a su alrededor está inundada de banderas rojas y negras que un día fueron símbolo de la rebelión. Hoy representan la opresión. Sus ojos están abiertos y también han visto mucho: están atrincherados, aunque se empeñen en negarlo.
“Aguantamos al ateo, al mormón, al gitano, al budista, al judío, aguantamos al pagano” Rosario Murillo –esposa, todopoderosa primera dama, “poeta” y vicepresidenta de Nicaragua– es la Claire Underwood latinoamericana, aunque menos inteligente, menos fina y menos sutil. Claire mueve los hilos tras bambalinas, crea la magia y se regocija íntimamente. Rosario es esotérica, carnavalesca y le gusta aparecer en escena: hacerse sentir. Alias “la Chayo” es la mujer del adjetivo: no pierde aparición pública para calificar al pueblo que se desangra en su país de “terrorista tenebroso siniestro maligno traidor derechista”. Y ella cree que hace poesía. Qué pensaría el gran Rubén Darío. Al lado de su esposo, ha impuesto una dictadura institucional que no es más que un ciclo de represiones y excentricidades. “La compañera Rosario”, usa anillos de piedra turquesa
Oswaldo Rivas / Daniel Ortega. 2018.
Son el presidente y la vicepresidenta de Nicaragua, Daniel Ortega y Rosario Murillo, en la celebración del aniversario de la Revolución Sandinista en la plaza La Fe Juan Pablo II, el 19 de julio, dos meses después del inicio de las manifestaciones. No han caído, pero el pueblo espera. Tal vez pronto lo harán. Como Nicolás Maduro, hablan del pueblo, de los golpistas, de Chávez, de Castro, de la justicia, de los yanquis derechistas y de todas esas cosas. Hablan de la democracia, aunque no sepan qué signifique. Sonríen, soportan en la quietud todo su peso. Ambos tienen fe, pero el pueblo también.
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inf ier no E lian a Tabares
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“Y, de repente, empezó a crecer sobre la ciudad el edificio circular ― circular como plaza de toros, circular como coliseo romano, circular como circo de contorsionistas y domadores― de la Prisión Modelo, ajustado a los más modernos conceptos de la construcción penitenciaria, de la que eran maestros los arquitectos norteamericanos.” El recurso del método Alejo Carpentier
En 1995, Colombia contaba con 157 prisiones distribuidas por todo el país, las cuales albergaban más de 31 mil personas. Para agosto de este año, se cuenta con 135 establecimientos cuya población carcelaria asciende a los 119 mil presos. El sistema penitenciario en Colombia viene afrontando una crisis durante los últimos años, debido a que la capacidad total de las cárceles en el país es de 80 000 reos, dejando una sobrepoblación de al rededor 37 000 personas. Lo anterior, ha generado un hacinamiento del 47.11%. Dentro de los datos entregados por el INPEC, en agosto de 2018, de las personas que se encuentran encarceladas, 36 680 están en calidad de sindicados, es decir: se encuentran acusados de haber infringido una norma penal y no se les ha dictado una sentencia. Un tema particularmente importante y uno de los principales problemas que afectan el sistema carcelario es justamente ese, el abuso de la medida de aseguramiento de detención preventiva por parte de los jueces. De modo que mientras el Estado no pueda garantizar mejores condiciones de vida dentro de las cárceles, se debería reducir el uso de este recurso a casos de extrema gravedad o en los que no se encuentre otra solución. El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos propone que se apliquen medidas de aseguramiento distintas al encarcelamiento; que se contemple la posibilidad de utilizar el trabajo comunitario; y que se ejerza un control por parte de la Procuraduría General de la Nación. Esta situación es solo una muestra del incumplimiento de los deberes fundamentales que tiene el Estado frente a los ciudadanos. Con ello se viola la obligación de proteger la vida,
la integridad física, la dignidad y la seguridad jurídica de las personas que se encuentran en estado de reclusión. De allí deriva que dentro de los centros penitenciarios se viva en condiciones de miseria, lo cual obliga a los reos a suplir sus necesidades básicas por medio del microtráfico. Lo anterior no solo hace referencia a la compraventa de sustancias psicoactivas y armas, sino también a elementos de aseo, alimentos, bebidas, ropa, incluso las cobijas. Pero, ¿cómo es posible que las personas que se encuentran allí accedan a esto? Muy fácil, sus familiares, cuando van a visitarlos, esconden toda clase de víveres en sus partes íntimas, o los guardias al momento del ingreso dejan pasar dichos elementos que están prohibidos en estos recintos. Ana María, enfermera del Establecimiento Penitenciario de Mediana Seguridad de Santa Rosa de Cabal, manifestó que una situación realmente preocupante es la pérdida de autoridad por parte del cuerpo de custodia y vigilancia dentro de los centros de reclusión. En consecuencia, son los grupos de reos los que ejercen el control interno. Por lo anterior, si hay una riña, los encargados de imponer un castigo o de separar a quienes están peleando son los mismos presos y no los guardias. Ella relata que los patios están divididos por zonas, cada una controlada por un grupo de presos, que no pueden ser utilizadas por miembros de otros grupos; para hacerlo tendrían que pagar de lo contrario se presentan peleas entre ellos. Es inquietante que el ente encargado de mantener el orden dentro de la cárcel no lo haga, lo cual puede ser consecuencia de que no se cuenta con el personal necesario y no están capacitados de la manera correcta. Otra posible causa es que los dra-
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goneantes (guardias) se dejan sobornar por los presos, por tanto el control interno pasa a estar en manos de los “caciques” y estos solo van a ejercer un control periférico. Muchas tutelas se han interpuesto para ponerle un freno a la situación, se ha propuesto que las personas que llevan un tiempo desproporcionado en detención preventiva en condiciones infrahumanas puedan solicitar la excarcelación; que se procure suplir las necesidades básicas de los reos, que se les proporcionen camas para dormir, que se mejore la alimentación, pero todo esto ha sido infructuoso. En 1998, 2012 y 2015, la Corte Constitucional, mediante sentencia se pronunció y afirmó que en las cárceles se estaba presentando un estado de cosas inconstitucional, lo cual se define, según la Revista Jurídica Mario Alario D’Filipo, como un mecanismo mediante el cual se declara que ciertos hechos vulneran de manera masiva derechos y principios consagrados en la Constitución. La declaratoria se hace con el fin de que las autoridades competentes adopten las medidas necesarias para corregir las violaciones en cuestión. De modo que se emitieron diferentes órdenes que buscaban frenar la situación. Pero estas soluciones no han sido efectivas, dado que las actuaciones de la Corte no han ido encaminadas a darle cumplimiento a las órdenes que ellos mismos impusieron. Como colombianos, somos muy buenos para criticar el sistema y plantear soluciones idealistas, pero no nos tomamos el tiempo de investigar si el Estado ya ha planteado dichas soluciones y si han funcionado o no. Este es el caso del sistema penitenciario: no funciona, sus dirigentes no contribuyen a su mejoramiento y los recursos que posee el Estado no permiten hacer una serie de cambios estructurales que mejoren la situación a corto plazo. De lo anterior, surgen muchas inquietudes que seguramente nos pueden ayudar a encaminar la solución: ¿podría ser un cambio de dirigentes?, ¿construir más prisiones?, ¿implementar más penas que no impliquen la privación de la libertad?, ¿ejercer un control sobre los jueces para que no abusen de la detención preventiva?. Alguna vez, una profesora me dijo que los muros de las cárceles no están construidos para que los presos no se escapen, sino para que los que estamos afuera no nos demos cuenta de la realidad en la que allí se vive. Y nosostros nos estamos encargando de darle la espalda a ese muro; delegamos a los demás la solución del problema e ignoramos los seres humanos que allí se encuentran porque “son malos” y no tenemos en cuenta que más adelante podríamos ser nosotros quienes habitemos ese infierno.
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El tiro con arco en Colombia es un diez A aron Molina Fle tc he r
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amolinaf @ e af it. e d u. c o doctora se parece a la disciplina de su deporte: paciencia, constancia y fuerza mental. Por eso no piensa dejar de disparar ni desistir de su carrera. “Todos los días hay que estudiar, todos los días hay que entrenar”. Emma Gaviria, vicepresidenta de la Federación mundial de esta disciplina, es consciente del sacrificio adicional que deben hacer los arqueros. “A un deportista de alto rendimiento hacer su carrera le toma ocho o nueve años; dos materias por semestre” explica. Pero, aunque toma más tiempo, no es imposible. Gaviria explica además que el tiro con arco, más que un deporte, es un estilo de vida: conlleva un objetivo, una disciplina y una estrategia para alcanzar una meta.
Fotografía: Aaron Molina Fletcher En el campo de tiro con arco de la Villa Olímpica, en Pereira, dos filas de arqueros disparan sobre una línea de dianas. Apuntan a un punto amarillo, que a cincuenta metros de distancia –medio campo de fútbol– parece del tamaño de una lenteja. La diana es como una muñeca rusa que contiene, uno dentro de otro, un total de diez círculos. Atinar en la lenteja amarilla, que vale 10 puntos, no tiene nada que ver con la suerte. Los arqueros, que son compañeros de equipo, pero también adversarios en competiciones individuales, entrenan codo a codo. Alejandra Usquiano, Nora Valdez, Camilo Cardona y Sara López son algunos de ellos, la selección colombiana de arco compuesto. El sonido típico del latigazo de las cuerdas liberadas hace pensar en las lluvias de flechas que caían en antiguos campos de batalla. Los deportistas, igual que los arqueros del pasado, se forman en filas intercaladas: mientras la primera dispara, la segunda descansa. A un costado del campo, un cronómetro empieza a descontar los 20 segundos que tienen para liberar la flecha. Se mantiene un ritmo constante en los disparos. Precisión y eficiencia, las máximas del tiro con arco. La vocación Cualquiera puede practicar tiro con arco, y descubrir la vocación suele ser casual. Heber Mantilla estaba en una ferretería buscando losas, resultó que el presidente de la liga era el dueño de la ferretería y lo invitó a echarle un vistazo al campo de tiro. Él no había visto un arco en su vida. Siempre había hecho deporte con un balón, zapatillas o una bicicleta prestada, pero le ofrecieron quedarse con el arco e ingenuamente aceptó, sin saber que 23 años después entrenaría a la Selección Colombiana de Arco Compuesto. Alejandra Usquiano, campeona de la Copa Mundo 2013, quería hacer parte de un equipo de baloncesto, pero ya no había cupos. Durante un tiempo no supo qué hacer. Hoy es la número 21 –entre 374–, en el ranking mundial de un deporte al que entró por casualidad: escuchó que hacían falta arqueras. Probó su primer arco compuesto y la atrapó la sensación de la cuerda tensada, el arco firme en sus manos, el sonido y la vibración del disparo. El poder del arco. Y Sara López la descubrió cuando acompañaba a su hermano a practicar esta disciplina por las tardes. Tenía trece años y soñaba con ser médica. Pero viendo a su hermano en esas prácticas sintió que quería ser la mejor arquera del mundo. Lo vio como un deporte diferente. Le gustó que
no hubiera casi mujeres, y se propuso destacar entre los hombres. Han pasado casi diez años desde entonces, hoy ostenta tres récords del mundo. El entrenamiento Sara López explica que sentirse bien frente a la diana es clave para no distraerse. Por eso visten sudadera y camiseta: “si uno está disparando y está incómodo, eso se refleja en los puntajes”. La distracción también puede ser una mariposa, o el frío. “Es una alineación completa de mente, cuerpo y técnica. No importa quién esté al lado. La mente tiene que estar, como la mira, en ese punto amarillo”, explica Emma Gaviria, presidenta de la Federación de Arqueros de Colombia (Fedearco). Más que un entrenamiento físico, los arqueros deben tener un entrenamiento mental. Igual que James Rodríguez o Andrés Iniesta estudian sus errores en las grabaciones de sus partidos, la tres veces campeona de la Copa Mundo en arco compuesto analiza con cuidado los videos de sus competencias y revisa sus disparos. “Siempre hay que buscar los fallos en el arquero, no en la herramienta”, aclara. El objetivo es acercarse a la perfección, explica Heber Mantilla, el entrenador. “Si disparas una flecha y te cae a un ocho, eso equivale a no pasar un examen. Pero estudias para sacar la mejor nota: el diez”. Este no es un deporte de competencia con otros, sino de resultados individuales. De hecho, López, la colombiana que ocupa el primer lugar en el ranking mundial femenino, no le preocupa tanto el oro como puntuar por debajo de su puntaje. La pelea es contra las propias marcas. “Fuerte y segura”, dice Mantilla mientras la mira disparar. Con esa frase la anima en competencias y entrenamientos. Da en el centro, es un 10, pero ella no se inmuta. En su mente solo hay espacio para el siguiente disparo. La arquera observa el cronómetro de los 20 segundos y comprueba las nubes, que no haya cambios de luz, viento o pájaros cerca. Exhala y vuelve a apuntar. Así, cientos de veces al día. Un estilo de vida Sara López, como cientos de arqueros que pertenecen a las 17 ligas departamentales de todo el país, entrena a diario, pero también estudia. Como atleta de alto rendimiento y estudiante de una carrera tan demandante como la Medicina, ha tenido que cancelar materias y semestres para cumplir con competencias y entrenamientos. “Veo un semestre por año y estudio a distancia lo que enseñan en clase, pero no tiro la toalla”. Para ella, convertirse en
“Ser buen arquero no sucede de un día para otro. A mí me tomó cuatro años lograr un nivel aceptable. No tiene que ver con la edad, ni género, peso, ni con ser atlético. Se trata de ser el más constante y más calmado al disparar”, dice López, campeona mundial. Pasaporte al mundo Desde que empezó a competir hace seis años, Sara López ha visitado tres continentes y varios países: China, Turquía, Italia, México. Y aunque le entusiasma la victoria –tiene 25 medallas de oro–, disfruta más llenando su pasaporte de sellos. Viajar, conocer gente, comer cosas diferentes y ver otras culturas es otra de las recompensas. “Ganar es chévere, pero disfruto más ganando experiencias”, dice la deportista. Desde que participó en las Copas Mundo 2013 y 2014, no ha dejado de hacer ambas cosas: viajar y ganar. El deporte es un “pasaporte al mundo”, añade Gaviria, y explica que Sara puede viajar gracias al apoyo de la Federación y el patrocinio de empresas privadas. Suiza es, de hecho, uno de los momentos claves en su carrera profesional, el país en el que participó en su segunda final de una Copa Mundo, el equivalente al Mundial de Fútbol, y en la que arqueros de los cinco continentes se reunieron para medir su destreza. El día de la competencia en Lausanne, López fue primera en disparar. En un video de esa mañana de 2014, se ve como la deportista recoge su arco, se para en la línea de tiro y encaja una flecha en la cuerda mientras lo levanta. No se detiene a pensar. No hay mucho tiempo. Tiene 20 segundos. Abre el arco con rapidez, pero no sin esfuerzo: tensar la cuerda equivale a levantar 26 kilos. En la quinta y última ronda, Sara tiene un punto de ventaja. Solo quedan dos flechas. La colombiana tensa el arco. No respira, apenas parpadea. Con un pulso de médica que toma el bisturí, sostiene la cuerda contra su mejilla. Suena el silbido y es un diez. Erika Jones, su adversaria, obtiene el mismo marcador. Aunque está solo un punto por debajo, en el tiro con arco, esa es la diferencia entre perder y ganar. Solo queda una flecha. Jones abre su arco y apunta. Un leve giro de la muñeca o un
poco de viento pueden arruinar el disparo. Libera la flecha con cierta brusquedad. Es un nueve. López tiene la cuerda en su mejilla. Ocho segundos. Un silbido. La flecha se clava con un impacto sordo. Exhala y sonríe. Es un 10. Sara López ha ganado una Copa Mundo. Un deporte joven con mucho potencial Al final de esa competencia, Colombia apareció en el podio de la Copa Mundo por segunda vez en la historia. El año anterior, la también colombiana Alejandra Usquiano se había llevado el título. Pero la carrera del tiro con arco en el país no empezó ahí, ni los resultados fueron espontáneos. Desde la creación de Fedearco en 2001, las medallas se acumulan. Colombia fue campeona en los Juegos Centroamericanos de 2006 en Cartagena. Dos años después, clasificó a los juegos olímpicos de Beijing, a Londres 2012, Río 2016 y próximamente Tokio 2020. El año pasado, en México, el equipo colombiano femenino de arco compuesto fue el campeón; el masculino, consiguió el bronce. La clave fue la planificación, dice Emma Gaviria: “a los cinco años de fundada la Federación, le pedí al Comité Olímpico que trajera un entrenador coreano. Era el entrenador mejor pagado del país, ni siquiera los de ciclismo que ya tenían medallas ganaban tanto. Una parte del gasto se cubrió gracias a un convenio con el Comité Olímpico y el resto lo buscamos haciendo empanadas”, indica. “En Colombia hay apoyo si tienes medallas, si no, lo tienes muy difícil. Las necesitábamos. Y para conseguirlas eran necesarios entrenadores y talentos progresando”. Que fuera coreano el entrenador tenía una explicación. El país asiático es potencia mundial de este deporte. Allí, el tiro con arco es como el fútbol para los latinoamericanos, el deporte nacional. Y desde que Gaviria llegó al cargo, el deporte solo ha crecido en el país. En el 2012 había 7 ligas departamentales. Hoy hay 17. Y el reto ahora es que los arqueros sigan entrenando para obtener resultados. La presidenta declara que la Federación apoya en lo que puede, pero “no es fácil que en departamentos como Vichada, Guainía o Córdoba se den los apoyos económicos que requiere un deportista. Cuando hay un talento, para sacarlo adelante hay que invertir. El gobierno invierte solo cuando hay resultados, pero para que los haya el departamento tiene que ayudar”. El próximo reto del tiro con arco en Colombia, en términos de competencia, son los juegos Panamericanos 2019 en Lima, los suramericanos de Cochabamba en 2018, y los olímpicos de Tokio en 2020. Pero antes, los desafíos siguen siendo mayúsculos: conseguir que las jóvenes promesas de las regiones sigan entrenando y alcancen un alto rendimiento en las competiciones y que haya figuras campeonas que otros jóvenes quieran imitar. “Cuando vean a un campeón, todos van a querer ser campeones”.
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FICCIÓN
Septiembre de
Los remanentes del ruido
Juan C amilo Botín Sanabria
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juc a.botin@ gma il. c o m
Cuando conocí a X el cielo era del color de un rio después de una borrasca. Los días eran de un gris turbulento y en las habitaciones las noches se volvían sofocantes. Si me concentro todavía puedo recordarlo claramente. Ocurrió una madrugada cuando regresaba a mi casa. Él se moviá en la cama, luchando para deshacerse de las sábanas, se llevaba las manos a la cabeza, respirando agitadamente. Estaba asomado por la ventana abierta, blanco como un fantasma y me impresionó tanto que me detuve sobre la marcha. Mantenía la mirada fija hacía en el horizonte, la lluvia le bañaba, pero no se inmutaba. De noche y desde las ventanas de cualquier edificio, la ciudad parece la maqueta submarina de una cárcel. A X comienza a faltarle el aire y abajo, muy abajo, cree ver la respuesta… Llovía, y no había más ruido que el martilleo de las gotas contra la capucha de mi impermeable. Lo veía tan lejano que parecía el último hombre en el mundo. X comenzó a caer como si un soplo de viento le hubiera hecho perder el balance, en cámara lenta, como cae una pluma. Se desplomó al vacío y asustada me quedé esperando lo inminente. Con los ojos abiertos esperé el ruido. Conforme fui creciendo, la soledad se fue acentuando en torno a mí como una nube de zancudos que alejaba a los demás. Creo que por eso comencé a llenar mis vacíos con música, para hacerla mi defensa contra el estancamiento. Con música podía moverme como una sombra, mis pasos apenas hacían ruido, era una masa de aire que se acomoda en los espacios entre la gente. El silencio hacía que el mundo se fuera cerrando a mi alrededor y sentía que me costaba respirar y recordaba los días de pesca cuando me quedaba mirando los pescados en el agua ensangrentada del balde. Les veía los ojos abiertos y parecía que decían algo mientras abrían la boca hasta que quedaban con el vientre hacia arriba, inmóviles. Mi abuelo solía decir que nací con la tristeza a cuestas. De pequeña cuando me abrazaba decía que, mezclado con el aroma a galletas, natural en los niños, tenía el perfume del encierro. Decía que tengo el don de la concentración. Por eso podía quedarme horas viendo las nubes a través de la ventana o la carrera que cogían las gotas para encontrarse entre ellas en la superficie del vidrio. Con esa misma fijeza me sentí observándolo una vez alcanzó el pavimento. Caminé hasta el borde del viscoso jugo de mora que emanaba de la criatura a mis pies. La masa agonizante, a la que le costaba trabajo emitir sonidos apenas respiraba. Recuerdo cuanto me entristeció verlo así, fue como volver a estar junto a los pescados en el balde. Tuve ganas de preguntarle si le dolía y que, si estaba asustado, pero solo pude mirarlo. “Dime
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fuera un pez globo gordo y venenoso. Entonces me levantaba y salía desnuda a pararme en el balcón a ver cómo el cielo se tornaba gris y luego comenzaba a inflamarse cuando despuntaba el alba. No sé cómo quitarme el miedo. ¿Quién me hubiera podido decir si cuando dejara de flotar dejarían de torturarme las sábanas, la ropa y la gente? Desesperadamente quería saber si afuera de este mundo gélido la lluvia dejaría de herirme como cuchillas, si después podría hacer amigos que se interesaran por contarme los lunares en los brazos y con quienes podría correr descalza por la pradera para recoger flores y hacer ramos que arrojaríamos al mar. Intenté hablar con X, para averiguar todas esas cosas que quería saber, le decía cosas al oído mientras pasaba mis dedos entre su pelo.
Ilustración: María Toro mariapalitosilustracion@gmail.com algo X”, pensaba. Estoy segura de que me hubiera respondido que todo era una mierda. Todo lo vi desde el fondo de un túnel. Llegaron los policías en motos, la alarma de un carro comenzó a inyectarse en mi cerebro, la ambulancia apuntaba sus luces hacía el muerto a mis pies. Unas sombras cruzaron de prisa por mis costados, los rostros cubiertos y se comunicaban en un idioma que no entendía. Todo fue como estar en una obra de teatro: el charco de sangre, la mujer envuelta en un impermeable amarillo, la lluvia, la bruma. Súbitamente comenzaron los ruidos más terribles, las voces en el aire, el interrogatorio, el sonido infernal del cierre después de que las sombras metieran el cuerpo de X en una bolsa negra y la cerraron sin que nadie alcanzará a despedirse. Los vecinos aparecieron en los balcones y en la calle. Los padres cubrían los ojos de sus hijos mientras intentaban averiguar qué había sucedido y se hacían preguntas. Algunos opinaban del muerto: que si salía temprano al trabajo o que si hacía mucho ruido los viernes en las noches, que del apartamento salían ruidos de sexo y música, que un aroma a hierba quemada reptaba las paredes o que si alimentaba aves desde su balcón. Una muchacha joven recordó una tarde de domingo en la cual X le llevó un plato de boeuf bourguignon, una anciana dijo que lo había visto besarse varias veces con otros hombres en las escaleras. Yo quisiera haber mencionado algo acerca de sus bellos ojos azules y como se fueron quedando sin brillo, o como fue abandonando el color sus
mejillas, y como los labios se le deshacían como hojas secas. Nadie mencionó la manera antinatural en que quedaron sus extremidades, ni cómo sonaron sus huesos cuando las sombras lo movieron. No pude saber cómo fue su vida, ni qué leía o qué películas disfrutaba. Tampoco pude preguntarle si era verdad que la vida nos pasa frente a los ojos a segundos de la muerte. Desde la caída de X comencé a despertar en la madrugada, con sudor entre los pechos, el cuello enrojecido y una sed calcinante; una sensación de caída libre depositada en mi estómago. La imagen de la pradera verde donde corrían los rinocerontes cambiaba bruscamente por la de mi cuarto a oscuras. Los rayos iluminaban brevemente la habitación y X se aparecía agonizante. Me miraba desde el suelo y con sus ojos azules me decía que todo era una mierda, que todo dolía. Asustada, me tapaba con las cobijas sin importarme el sudor y cerraba los ojos para imaginarme que le sostenía la cabeza en mi regazo mientras le hablaba de la pradera y la manera en que el viento sacude el pasto verde, del vuelo de los pájaros grandes como pterodáctilos y como todas las noches hay lluvia de estrellas. Con los ojos cerrados, sofocada, en verdad me esforzaba por tranquilizarlo para dejar de escuchar sus jadeos y de sentirlo convulsionarse en mis brazos. Con el tiempo se quedaba quieto y solo se advertía su llanto. Al abrir los ojos me encontraba con las paredes desnudas y el aire era desplazado por una soledad que se hinchaba ocupando todos los espacios como si
Su mirada se sentía más intensa y susurraba que fuera hasta donde él estaba. Le preguntaba: “¿Cómo te alcanzó? Sonreía dulcemente, yo comenzaba a llorar mientras seguía acariciándolo, hasta que su piel se volvía fría y se iba desprendiendo como la corteza de un árbol. Decidí dejarlo en el suelo y salí desnuda al balcón. Me fui haciendo infinita y abstracta como el interior de un caleidoscopio. A mi espalda las cortinas se batían con el viento, cubriendo la habitación, el ventanal era la puerta que clausuraría para siempre la madriguera donde quedarían el pez globo y el silencio. Entonces supe, que estaba lista para marcharme a un lugar donde no habrá enemigos, ni cruzadas, ni un hombre moribundo recostado en mis piernas. Las plantas de mis pies me queman, tengo la piel erizada y mi pelo se mece con la brisa. A pesar de todo me gusta la lluvia. A mi lado, sentado sobre balaústre está X. El corazón me late con fuerza, el nudo en mi garganta apenas me deja respirar, intento relajar el cuerpo y abro grandes los ojos para mirar el largo de la calle y no perder ningún detalle. El verde profundo de las hojas de los árboles, los movimientos de las ardillas entre las ramas, aspiro la esencia de la ciudad, el alcantarillado que se mezcla con la lluvia y olor a pan y a café que flota en el aire. De pie en la frontera entre el final y el comienzo de los remanentes del ruido, estoy feliz porque pronto veré al anciano que le ganó la guerra al olvido. Juntos recordaremos el sabor del aguardiente, el rubor regresará a mis mejillas y entonces le preguntaré a X todo aquello que quiero saber de él. Mi abuelo me arrullará en las noches y dirá que, mezclado con el aroma a galletas, natural en los niños, tengo el perfume de las flores y de la hierba. Correré hasta el borde de la pradera y veré el mar extendiéndose hasta más allá de donde alcanza la vista, pisaré firme y dejaré de sentir frio.
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Réquiem
Septiembre de
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Fotografía: Maria Antonia Ruíz
Valeria Echavarría Arroyave
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Ve c ha v a 2 @e a f it. e d u. c o A mi Querido tan triste,
En medio de un pueblo desolado y vacío Camino a la montaña en lo alto azul, Allí cerca de Dios despido a mis querencias. De este lado de la tierra anochece, recordando la huida del sol El dolor con la pesadez y lo pasado, la rabia con sus días de ira y las dudas achacadas. el corazón apretado en medio del tarareo de una canción Lo trémulo de ya no sentirte cerca y las palabras menores entre silencios. Ya estoy en la cuesta e inevitable no repasarte. Amor, signos tuyos quedaron en mí, tengo los ojos pasmados por los gestos del adiós. Para aliviar la saudade comienzo el ritual y con la piel desnuda nos despido, Llevo tu cuerpo en un sobre azul con rojo y lo pongo en un pozo de agua serena Le hecho tierra a lo que solía ser tu corazón. Hoy te dedico los poemas de la profunda despedida Recuerda los aires de libertad y el refugio en mi risa Las caminatas sin prisa y la fragilidad de mi mirada Recuerda el cuidado, lo consentido y el alivio que tanto te di en mis brazos Las oraciones en forma de cuentos a nuestros dioses en la bóveda celeste. Recuerdo yo el umbral de las ausencias y la sorpresa que tenías frente al mundo. El fuego que ahora persigue nostalgias en medio de paisajes soñados. Antes de partir te pongo al lado árboles abuelos, ceibas, orquídeas y flores amarillas Le doy los últimos besos a tu recuerdo, sabor a sal y anís y en medio de llantos me pongo derecha y camino cuesta abajo. Ahora, crece un gran árbol en donde solía estar tu cuerpo Miro de lejos y ya no tiemblo. Hasta aquí te acompaño, yo seré el abrazo que me alivia.
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FICCIÓN
—Güevón, ¿qué estás haciendo? ¡Vení pa’ acá que te van a matar! Giro la cabeza para ver de dónde vienen, pero siento que algo me empuja con fuerza hacia adelante y empiezo a moverme. Es Nico que se devolvió por mí. Los dos empezamos a correr, pero no sabemos para dónde. Lo único que sabemos es que tenemos que salir de ahí como sea. No hay tiempo para pensar si Cristian y Alex lograron irse de la cancha; cuando vi que todos corrían, ellos dos no estaban por ningún lado. Tampoco puedo ir a mi casa, de allá arriba están viniendo los tiros. —Nos va a tocar pegar pa’ la mía, pero volando. Ladera abajo veo cómo se cierran los locales para resguardar a quienes lograron escapar. El ruido de las puertas chocando contra la acera se parece al de los disparos, y corro más rápido porque siento que los tiradores están justo al lado. En lo más alto del morro empiezan a quemar pólvora para tratar de ocultar lo que está pasando, pero todavía escucho ese ruido inconfundible del metal golpeando las tejas y muros. Dimos vuelta en la esquina y sentí que ya todo se había acabado, pero pasaron dos segundos antes de que los tiros empezaran a ser respondidos, esta vez con más violencia. —Esperemos acá un momentico, yo creo que escuché a esos dos maricas llamándonos. “Menos mal”, pensé, “ellos tienen el balón”. Estaba tan concentrado en escuchar qué tan lejos habíamos corrido de la balacera, que no me di cuenta que ya estábamos los cuatro juntos otra vez. Nos faltaba muy poquito para llegar a la casa de Nico, entonces corrimos de una para no tener que estar más en la calle. Cuando llegamos, los papás estaban pendientes en el balcón para tirarle las llaves. Ya todo había terminado para nosotros, llegamos sanos y salvos, adentro no nos podían hacer nada.
2018
Vivir en la ladera A ndrés Carv ajal Lópe z
No sé qué está pasando. La gente grita y llora mientras pasan corriendo por mi lado. “¡Se nos metieron, se nos metieron!”, oigo a unas pocas cuadras de aquí. Siento que también debo correr, pero el cuerpo no me responde. La mente tampoco. Y entonces, oigo dos zumbidos que me ponen la piel de gallina. ¡Fum! ¡Fum! Pasaron tan cerca que sentí que me habían roto la camisa.
Septiembre de
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ac arv ajall@ e af it.e du . c o
—Parce, es mejor que llame a su mamá y le diga que usted está bien para que no se vaya a preocupar. Vea que ya está tarde, dígale que usted se va a quedar amaneciendo. Pedí el teléfono prestado y empecé a marcar. Todos se sentaron en la sala para hablar de lo que había sucedido, pero yo me quedé en el pasillo esperando hasta que pudiera hablar con ella para tranquilizarla. Timbró una vez… dos veces… y oí que contestaron del otro lado, era el esposo de mi mamá. —¿Aló? —Aló. Luis, soy yo. Dígale a mi mamá que estoy acá donde Nicolás y que me voy a quedar amaneciendo. —… —¿Aló? —… ¿Cómo así? — pude escuchar que se le quebraba la voz al hablar—, si su mamá salió a buscarlo a la cancha… En ese momento sentí que las piernas me temblaban casi tanto como la voz de Luis. Todo el cuerpo se me puso helado y volví a quedar en shock. Apreté el teléfono con fuerza mientras la imagen de mi mamá me daba vueltas. Solo pensé lo peor. Colgué y me tiré sobre la puerta para abrirla, pero la reja tenía el seguro puesto. —¿Usted qué está haciendo? —Parce, no me puedo quedar acá. Ábrame por favor que mi mamá está buscándome en la cancha. —¿Se enloqueció o qué? ¡Si usted va para allá lo matan! —Que me pase a mí cualquier cosa, pero que no le vaya a pasar nada a ella. En un movimiento le arrebaté las llaves y salí corriendo. La calle estaba mucho peor que antes: todo el mundo agachado y temblando, los encapuchados bajando con el fierro en la mano para darse plomo al frente de la gente, los tiros rebotando por todos lados, y yo corriendo como podía para llegar hasta la bendita cancha, de donde había logrado es-
Juan Múnera
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sehud17@gmail.com
caparme hace cinco minutos. Fue entonces cuando escuché una voz que venía desde atrás.
—Ella cogió para arriba preguntando por usted. Pero es mejor que se quede aquí hasta…
—¡Marica! ¡No corra que está dando más visaje!
Nada más escuché la primera parte, pues antes de que terminara la segunda, ya había vuelto a correr. Estaba a una cuadra de llegar a la cancha, pero cuando seguí subiendo vi que los colectivos empezaron a dar reversa. Me quedé un momento parado para ver qué pasaba y vi a un montón de malandros bajando desde la cancha. Casi por instinto seguí corriendo directo a ellos y pasé justo al lado. Ni siquiera me miraron. Di una vuelta a la cancha, giré la cabeza en todas las direcciones, pero no alcancé a ver nada. Ya no sabía en dónde buscar.
Era Nico. Otra vez había venido por mí. También habían venido Cristian y Alex. Pero yo no me podía aguantar, tenía que seguir corriendo como fuera para ir por mi mamá, así que les hice un gesto para que se fueran y no los esperé. Hice prácticamente el mismo recorrido que antes, pero ya los tiros no venían desde arriba, sino que estaba justo en medio de ellos. ¡Traca! ¡Traca! ¡Traca! Me agaché como pude para intentar esquivarlos y seguí caminando hasta una de las esquinas donde estaba escondida la gente. Me salvé de puro milagro. Allí vi a un viejo conocido del barrio que me estiraba la mano para preguntarme si estaba bien. —Necesito saber si has visto a mi mamá.
—¡Mijo! ¡Mijo! No tenía ni qué voltear, no hay duda de que la había encontrado por fin. Me di vuelta para verla de frente. Fui hacia ella y la abracé como nunca lo había hecho. Quizá no estábamos a salvo, pero estábamos juntos.
Septiembre de
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RESEÑA
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Cuentos de malas noches Ye rly He rre ra Es bastante difícil encontrar desventajas respecto al hábito de lectura en general, lo curioso es que los cuentos para niños casi siempre terminan con un final feliz o, por lo menos, positivo. Es verdad que hay fragmentos que pueden despertar miedo, angustia o incertidumbre, pero en últimas la historia no termina mal. No pasa lo mismo en los cuentos para adultos, específicamente en los Cuentos de Harold Kremer, pues en estos relatos lo que prima es la muerte, el engaño, la decepción y la frialdad.
Hay una idea común y posiblemente cierta de que a los niños se les lee un cuento por las noches para que tengan lindos sueños. No obstante, hay otras razones estudiadas desde la Psicología en las que se plantean ciertas ventajas como: desarrollo del lenguaje, disminución de estrés, fortalecimiento de relaciones y aprendizajes en cuanto al conocimiento de sí mismo; en la medida en que el niño puede sentirse fácilmente identificado con algún personaje de una historia o socializar determinada situación narrada con alguien de su entorno. Por otro lado, está el caso de quienes leen cuentos para sí mismos, independientemente de la edad que tengan, lo cual considero tiene las mismas ventajas mencionadas anteriormente.
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Kremer es un escritor colombiano nacido en Buga en 1955, además de escribir ha sido docente en la Universidad Icesi, Universidad del Valle y en la Universidad Santiago de Cali. Fundó y dirigió junto a Guillermo Bustamante Zamudio la primera revista hispanoamericana de minicuento: Ekuóreo. A lo largo de su trayectoria como escritor ha ganado varios premios como el Concurso Nacional de Cuento de la Casa de la Cultura de San Andrés, Concurso de Libro de Cuentos de la Universidad de Medellín, Concurso Nacional de Cuento ‘Jorge Zalamea’, entre otros. Fue también finalista del Concurso Latinoamericano de Cuento del Instituto Nacional de Bellas Artes. Algunos de sus escritos más reconocidos son El prisionero de papá, Patíbulo, La noche más larga y El enano más fuerte del mundo. Incluidos todos en el libro Cuentos, publicado por la Editorial EAFIT en el año 2017. Después de avanzar hasta la mitad del libro uno empieza a preguntarse si de pronto, por casualidad, en lo que falta por leer irá a encontrar algún relato no tan frío, más positivo o quizá con final feliz. Pero no.
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y he rr e r @e a f it. e d u. c o
De principio a fin, el autor narra sin demasiado adorno ni rodeo, cuán miserable y poca cosa puede llegar a ser un hombre en su condición de humano. Aborda asuntos tan cotidianos y reales como lo infeliz que se puede ser en un trabajo para el que uno siente que no está hecho, o como ser vendedor de cajas de gelatina en barrios tan pobres que las familias ni siquiera tienen nevera. Puede ser utópico aspirar a encontrar un núcleo familiar perfecto, pero las familias de los cuentos de Kremer rayan en la perdición. Tenemos el papá secuestrador, la mamá puta y alcohólica, el hijo demente y la hija muestra tetas. No se sabe cuál de todos causa mayor desconsuelo. Aunque tal vez, lo más desconsolante sea lo lejos que están estos personajes de ser ficticios. Y precisamente por eso las narraciones llegan a ser cercanas y comprendidas por el lector, porque aunque sean cuentos, no hay ni una pizca de esa fantasía abrumadora que hace que uno levite por encima del suelo que es la realidad. Porque en vez de inventos forzados, son espejos compartidos. Así pues, cada anécdota engancha desde lo básico sin caer en lo ordinario. Planteando, por lo demás, supuestos tan fáciles de comprobar como este: “… las mujeres tenemos esa condición: nos aferramos a afectos que nos hacen daño. Los hombres son más prácticos”. Y por supuesto el inteligente consejo que uno debería seguir: “Te recomiendo que en cuestiones de amor dejes de pensar como una mujer y piensa como un hombre. Te va a ir mejor”.
Hay otro tema tan común y tan corriente como el amor: la muerte. Y es aquí donde el escritor trata el hecho de morir como algo que simplemente tiene que pasar, alejándolo de la fatalidad a la que nos han acostumbrado. Lo interesante entonces termina siendo, más allá de ese partir definitivo, la manera en que sucede. Como sabemos, hay varias formas, empezando por la voluntaria y la accidental. En la primera queda para los vivos un desentendimiento e incomprensión que básicamente se puede resumir en un “¿por qué lo hizo?”, “se veía sano”, “no pensó en los demás”; en la segunda queda, para la mayoría de los casos, una tristeza desgarradora o, por qué no, un alivio. Harold Kremer pasa con admirable habilidad por diferentes circunstancias de amor y muerte, y en mi cuento favorito titulado La casa, narra de la manera más sutil y limpia una bonita forma de dejar la vida: llegar, en sueños, a la casa de la abuela, quien es, por sobre las cosas, la mayor muestra de amor.