NO EXISTE LA JUSTA MEDIDA / UNA PROFESIÓN SIN HEREDERO / VIVIR DE LA MUERTE / PARAÍSOS ARTIFICIALES: HAREM / ENCUENTROS FUGACES / CARLOTA / LAS MUSAS EN EL PERIODISTA / FRAGMENTOS DE UN CRIMEN / EL MAESTRO Y SU LANA / SEIS MUERTOS Y UN CRONISTA / EXHIBICIÓN DEL OLVIDO / EL ARTE DE CONSERVAR / EL ARTE DEL PECADO / VESTIGIOS EN EL ESPEJO / LA CARNE DEL MUNDO: PECADORA DE VERDAD / ÓLEO A LARTE
ISSN: 2322-74GX - Año 34 - Edición 225 - 4000 ejemplares - Medellín, Septiembre 2021-www.eafit.edu.co/nexos
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Asociación Cultural Periódico Estudiantil Nexos
SEPTIEMBRE 2021
ÍNDICE
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Una profesión sin heredero Pablo Sierra Saldarriaga
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Las musas en el Periodista David Ochoa Soto
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El arte de conservar Verónica Hoyos Giraldo
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Vivir de la muerte María Camila Gómez Ortiz
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Fragmentos de un crimen Juliana Heredia
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El arte del pecado Mariana Arango Trujillo
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Paraísos artificiales: harem Juan J. Mesa
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El maestro y su lana Salomé Arango Botero
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Vestigios en el espejo María Fernanda González
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Encuentros fugaces Andrés Vélez Cardona
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Seis muertos y un cronista Susana Estrada Pérez
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La carne del mundo: pecadora de verdad Nicole Rubinstein Ángel
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Carlota José Joaquín Duque
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Exhibición del olvido Eliana Tabares Sánchez
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Óleo a Larte Matilda Lara
Conectando ideas Presidenta: Sara Gálvez Mejía sgalvezm@eafit.edu.co
Editora: Silvia Natalia Rojas Castro snrojasc@eafit.edu.co
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Directora de Mercadeo Digital Laura Osorio Vásquez losoriov1@eafit.edu.co
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Equipo editorial Andrés Vélez Susana Blake Idárraga David Ochoa Susana Estrada Eliana Tabares Juliana Heredia Juan J. Mesa David Santiago Mariana Arango Esteban Mejía Matilda Lara Yonatan Gómez Nicole Rubinstein Simón Monsalve Salomé Arango María Fernanda González M.
Equipo de Desarrollo Humano Ana María Cardona Miguel Gómez Andrea Herrera Susana Mojica Diego Arcila Valentina Jaramillo Lucy Ortega Valentina Velásquez Manuela Vahos Sofia Osuna Manuela Solera Manuel Bedoya María Alejandra Amaya Marialejandra Domínguez Mariana Uribe
Equipo Mercadeo Digital Alejandra Cardona Manuel Gutiérrez Andrea Betancur Manuela Buriticá Estefanía Roncancio María Isabel Muñoz Gabriela Pupo Narly Álvarez Gina Criollo Roberto Saldarriaga Jimena Delgado Verónica Hoyos Isabella Franco Luiza Camargo Isaac Plaza Elisa García Mariana Arango Lorena Castaño
Equipo de Relaciones Públicas Alejandra Agudelo Susana Mojica Tomás Quintero Edier Múnera Valentina Motoa Elisa Villegas Isabella Rodríguez Isaac Plaza Mariana Posada Juan Londoño Juana Hernández Nicolas Calle Laura Arango Luis Fernando Rodríguez Manuela Diez
Portada Ilustración de Laura Mejía Posada lmejiaposada@gmail.com @conga.conga
Diseño y montaje Pablo Agudelo @pabloagart Preprensa e impresión Casa La Patria
Fundado el 13 de agosto de 1987 por Jorge Restrepo, Jaime Cadavid, Claudia Patricia Mesa y Gustavo Escobar. Carrera 49 No. 7sur-50 / Bloque 29 oficina 517 EAFIT edicionnexos@gmail.com / Teléfono: 261 93 02 (574) 2619500 extensión 9302
Los artículos firmados son responsabilidad de los autores y no representan expresamente el pensamiento editorial del periódico. Este periódico se imprime en papel Earth Pack, el cual es fabricado a través de fibras naturales de caña de azúcar, no tiene componentes químicos que afecten el medio ambiente.
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Asociación Cultural Periódico Estudiantil Nexos San Javier – Comuna 13
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EDITORIAL
No existe la justa medida Sara Gálvez Mejía
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sgalvezm@eafit.edu.co
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@saragalvez03
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arece increíble pensar que la moderna capital antioqueña, centro del emprendimiento y la innovación, corazón del valle del Software, ganadora del “Nobel de las ciudades”; es la única ciudad de Colombia que tiene metro y, a la vez, la única que sigue pagando la deuda de su construcción 26 años después de la inauguración. La supuesta buena noticia es que, según estimaciones, el plazo de la deuda podría reducirse y pasar del año 2087 hasta aproximadamente el 2058. Sin embargo, no cuesta preguntarse: ¿las personas de Medellín saben de esto?, ¿qué piensa la ciudadanía de la alta deuda externa que tiene la ciudad y el departamento? Como este, son muchos los casos que dentro de los contratos tienen ciertas “irregularidades”, no obstante, más allá de la gravedad y de las nefastas consecuencias que estos acontecimientos le generan a la ciudad, existe otro fenómeno que ataca sin cuidado a las calles de Medellín: el silencio. Al igual que la corrupción, este genera serias repercusiones sociales y políticas tanto a nivel local como nacional. Son pocas las personas que se atreven no solo a denunciar, sino a visibilizar la incoherencia e ineficiencia de funcionarios públicos, gobernantes y personas que toman decisiones importantes en la ciudad. Entre esas pocas se encuentra el colectivo Casa Morada ubicado en la Comuna 13, San Javier, cuyo objetivo es agrupar personas en torno a la cultura, el arte, la música, el baile y la literatura con el fin de intercambiar conocimientos y crear proyectos como el Corruptour. Si bien los integrantes de Casa Morada no fueron los autores originales del Corruptour, pues la iniciativa nació en Praga, República Checa y ha viajado por diferentes países, sí fueron quienes lo replicaron en Medellín. Se trata de un recorrido por seis lugares emblemáticos de Medellín que tienen vínculos con casos de corrupción y sobre los cuales ya hay sentencia en firme, es decir, un juez ya ha condenado y establecido jurídicamente que sí hubo corrupción y que se cometieron delitos. En otras palabras, no se trata de meras conjeturas, sino de hechos comprobados. En el Corruptour se expusieron casos de grandes magnitudes como el de la Contraloría General de Antioquia, donde el ex contralor, Sergio Zuluaga, cometió múltiples actos corruptos como cabeza de la institución la cual tiene como función velar por que los
Ilustración: Daniel Ospina Castrillón | recursos públicos se manejen de manera debida, hacer veeduría y ser el máximo órgano de control del departamento. Es triste pensar lo profundamente arraigada que está la corrupción en cada una de las instituciones del Estado, de modo que no podemos confiar ni siquiera en la institución que debe evitar que se cometan hechos corruptos. De esta manera, y como nos contó Julián Machado, encargado de la estrategia, el tour fue realizado en buses y en bicicleta pasando por la Estación Parque Berrío del Metro, la Curaduría Segunda de Medellín, la sede de la Contraloría General de Antioquia, el Barrio Naranjal, el INDER y la Clínica de Saludcoop. Todo esto en el marco de la campaña “Corrupción es Cero Imaginación”, una estrategia para sacar la corrupción del paisaje y lograr que los ciudadanos dimensionen su gravedad y lo mucho que nuestra ciudad ha perdido por causa de ella. Según Julián, las reacciones de los asistentes del Corruptour fueron sumamente positivas, pues observaron que, aunque estaban medianamente familiarizados con los casos, la mayoría desconocían el impacto real que tuvieron en Medellín.
Con el tour se ha logrado que las personas se den cuenta del daño realizado a las comunidades afectadas, pues con hechos, cifras y datos concretos, el Corruptour muestra lo que pudo haber pasado de no haber sido por las manos sucias de personas que buscan satisfacer sus intereses personales. Se hubiesen salvado 98 vidas perdidas en la tragedia del Space. Se hubiese apoyado a cientos de deportistas de bajos recursos que buscan transformar su vida a través del deporte. Se hubiesen podido costear 209.625 días de operación de camas UCI. Y así podríamos seguir, pues estos son apenas seis casos de los muchos que no han sido incluidos en el tour, solo seis de los muchos que son investigados y no condenados, seis de los muchos que no son siquiera denunciados y seis de los muchos que en este preciso momento se deben de estar ejecutando. El Corruptour cerró con broche de oro en el Parque Biblioteca de Belén, donde las personas votaron por cuál les pareció el peor caso del tour. A la fecha en que esta editorial se escribe, no ha sido electo el ganador, pero cuando los votos se tabulen, habrá un caso que se llevará el infame título de Corrup-Zar.
@doc.avi
Los medellinenses debemos dejar de ser conformistas, entender que podríamos estar siempre mejor y que la corrupción es una barrera inmensa para ello. Que esta no debe convertirse en el pan de cada día y que no existe una justa medida de corrupción como alguna vez lo dijo un presidente. Además, debemos buscar un cambio cultural que tienda a dejar de observar estos hechos como paisaje, interiorizar que frente a estos no estamos indefensos y que existen herramientas para combatirlos. Hay de tipo político como el voto y la participación en partidos y asociaciones políticas; herramientas jurídicas como las denuncias o las acciones populares y de participación como el seguimiento a los presupuestos de la ciudad, de la inversión social y demás. En definitiva, el llamado es a tomar dichas herramientas para ejercer veeduría ciudadana y empezar a combatir el problema desde espacios como el Corruptour por el bien de nuestra ciudad y de nuestro país.
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Asociación Cultural Periódico Estudiantil Nexos Loreto
HISTORIAS
SEPTIEMBRE 2021
UNA PROFESIÓN Pablo Sierra Saldarriaga
| psierras@eafit.edu.co |
@pablosierra00
Elogio al restaurador de libros. Al encuadernador: la labor bella, silenciosa, e indispensable para la conservación de los conservadores de la memoria: los libros.
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stá todo el tema acerca de los libros como objeto simbólico o de colección. Hay infinitos fetiches: Las primeras ediciones, la biblioteca completa de tal autor, la encuadernación para pergamino en cuero de cabra, las copias, los incunables, las traducciones. Toda colección es inútil y, sin embargo, todos debemos tener una. Están las señoras que guardan ollas o zapatos; los señores con sus relojes, herramientas, o antaño las corbatas; los niños son los más íntegros coleccionistas: insectos, soldaditos, preguntas. Y bueno, estamos los que dedicamos toda una vida a dejar una biblioteca.
rramar, dejar de soportar cualquier orden, está golpeado, roto, y llora con cada abertura.
Los libros se enferman. Algunos ya vienen mal paridos desde su editor. La salud del libro habita en sus proporciones, el material de su cubierta o sus páginas, cosido o pegado.
Le pido a Nelson que me lleve. Taxista de profesión, al menos con eso se gana la vida. Hoy todavía piensa que el error más grande que cometió fue no terminar el bachillerato. Condenarse a esta vida de escapista del fin de mes. Un cincuentón divorciado y con tres hijos. De esos que enjabonan las palabras.
De modo que, un día voy al centro a cambiar libros. Subo a una bodega en el séptimo piso de un edificio del cual solo conozco su entrada, la librería Buenos Aires. Mientras espero a un venezolano con el que negocio unos libros, que me regalaron unos vecinos, por salir de ellos. Doy con una primera edición de Salvo el crepúsculo, de Cortázar. Escaso, nada comercial. Sin escatimar, pago treinta mil pesos por él y lo guardo en un morral que cargo. Cuando llego a casa se lo muestro a mi tío bibliotecario. —Sí, sí, pa’ qué, es una joyita — dice. —Lo andaba persiguiendo desde hace rato y nunca había dado con él. Por eso no dudé. Lástima lo cajeteado. El libro parece un héroe herido. Frágil como una mascota. La portada sucia, doblada, rasguñada por muchas manos; un papel que supo envejecer, que, a pesar de las manchas y las arrugas, todavía tiene la piel hidratada; el lomo se quiere de-
—Por ahí habrá alguien que restaure libros, ¿no conocés? —Me da la idea. Me gustaría poder escribir que lo conozco por el azar de una dirección en la bastilla, o que me lo recomendó alguien, pero a Carlos Quijano lo encontré en internet. Paff, sí, título de búsqueda: restauración de libros en Medellín. Le envío mensajes durante una semana, y nada. Al fin, en una media noche, responde, me manda su dirección y un mensaje: pasate.
—Nelson, al lado del parque de la milagrosa, en Loreto —le muestro el mensaje mientras cierro la puerta del taxi. El trayecto resulta como una de esas excursiones dantescas. Cogemos las palmas y en un breve giro se nos voltea la moneda. Ese zigzag laberíntico, con calles angostas e inclinadas donde se aconseja no mirar fijamente a nadie. Toallas y boxers sobre cables, un color distinto para cada casa. Ladrillos partidos y benditos por la suciedad. Huele a bareto y a incienso. El parque de la milagrosa suena a taxis en primera y reggaetón viejo. Después de pasar dos veces al lado de la misma virgen, llegamos al fin de la supuesta cuadra. —Bajáte, hombre —insinúo. —No, dale vos —amaga—, mejor te espero acá.
—No, no, vení. Qué te vas a quedar ahí parqueado, dejá de ser güevón. Entrá para que veas cinco minutos de luz. Nos bajamos del carro, y él nos abre la puerta mientras habla por teléfono. —Sí, acá vino una visita, te dejo — cuelga— ¿Cómo están? Sudadera, camisa polo. Barba blanca pero acicalada, piel morena y calva brillante. Habla y los objetos comienzan a nacer. Máquinas prensadoras, sinfines, cortadoras, pulidoras, tijeras, alicates, hilos por todas partes como una telaraña. Hay hasta grabados medievales en la pared, algo así como dibujos de lazarillos, o de monjes encuadernadores. Adentro huele a pegante y a biblioteca vieja: El benzaldehído huele a almendra y el etilbenceno a vainilla. Las páginas que envejecen amarillas saben a lignina maderera. A la izquierda sale una ayudante de la cocina, y escuchamos la radio. Hay de todo, menos máquinas de escribir. Es un lugar dispuesto para los libros, pero no para la escritura. —De entrada, con este taller, se ve que usted es una persona trascendente —calla, traga—. Yo tengo el vicio de elogiar demasiado a las personas. Tanto que las termino hostigando. Pero en este caso es justificado. —Ahh, debe ser usted una persona muy sensible —responde Carlos. Nos muestra una máquina alemana de no sé qué. —Yo no sé mucho de libros, y no me importa. —Coge un libro descosido—, a mí lo que me interesa es la mecánica del libro, lo físico.—Ajá. —Sí, cómo están hechos, no lo que dicen. Incluso recomiendo no leer mucho. Miro a Nelson y hacemos cara de qué opinión tan rara. Nos apoya-
mos sobre una mesa donde bien podría ir un muerto acostado. Está llena de hojas sueltas, pastas descosidas, letras para grabados hechas a partir de una aleación de plomo, estaño y antimonio. Él lo nota, nuestro silencio es una invitación a explicarse. —Recuerdo un treinta y uno de diciembre, a las ocho de la noche —dice Carlos—. Yo tenía diecisiete años. Mi familia, todos abajo celebrando y compartiendo, y en cambio yo arriba, encerrado leyendo a Dostoievski. Nelson ríe. —A mí me pasó lo mismo con Lo que el viento se llevó —responde lo que nadie le pregunta. Yo no hablo. Ya estoy escribiendo en mi cabeza. Dos personas que se chupan todo mi interés. A uno lo conozco desde hace años y muchas desveladas; al otro, hace un instante. —Carlos, por acá traje estos libritos que tengo para restaurar. Échales ojo —los interrumpo viendo que ya hasta nos hará un tinto. —Ahh, sí verdad. A ver, miremos, Salvo el crepúsculo. Cortázar. — Dice Carlos. —Sí, creo que es una primera edición, pero está muy destartalado. Agoniza. —Eso veo, ¿qué quiere hacer? Hay varias opciones con estos libros que son tan escasos. Yo no sé nada de ellos, pero le mostraré alternativas. Se pierde un minuto, y vuelve con una pila de hojas gigantes. —Vea, este me lo mandó EAFIT. Es un tratado de teología jesuita, y lo que hice fue retirarle la cubierta y lavarla en unos químicos que traje de un viaje a España. Y por acá, vengan, están secándose las hojas, que son en pergamino.
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Asociación Cultural Periódico Estudiantil Nexos
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HISTORIAS
SIN HEREDERO libros antes. En el piso, en cajas, tirados en bodegas. Así que, esa es la labor del restaurador. Devolverle la vida a un conjunto de papeles cosidos y ensamblados en un pedazo de cartón. Labor artesanal y menospreciada a la que, sin embargo, se le debe el crecimiento de todas las civilizaciones. La conservación de los conservadores de la memoria: los libros. ¿Quién se encargará de conservar esta profesión? ¿Quién heredará este taller? Aquí no hay relojes, es como en los casinos. Pero la ventana nos mira apremiándonos. —Hombre —le digo—, haceles lo que querás a esos libros, ahí te quedan. Llamáme cuando los revivás. Camino diligente hacia la puerta. Nelson entiende. Vamos para el mundo de afuera, el real; entrar a este taller es para nosotros, lo que para él fue el acto de leer mucho.
Ilustración: Mónica Betancourt Marín | Toque tranquilo que no pasa nada. Este lo estoy re-encuadernando. Le pasa un libro restaurado a Nelson para que lo mire, mientras espera a que yo le diga qué prefiero. No impone su obra. Quiere que yo escoja el medicamento, pero el doctor es él. Lo miro como pidiéndole recomendación. —No, al tuyo podemos conservarle la cubierta original como, digamos, la primera página, y meterlo en un estuche o en una caja que lo guarde del sol y la humedad. Los grandes enemigos de los libros. —Pero yo lo tengo bien cuidado ¿Qué más se le puede hacer?
@harmoniquee —Lo podemos encuadernar de nuevo en una cubierta de tela, y le ponemos una portada sobria en esta prensadora a calor que tengo acá. Primer diagnóstico listo. Saco los diálogos de Borges y Sábato. —Ahh, escaso también —dice—, un cliente que tiene una librería de leídos, Palinuro, me pasó uno hace días para que le sacara copias. Claro que este no es copia. A ver los otros. Saco otro librito de Sábato, llamado Tango: Discusión y clave. Dedicado a Borges y hecho por Emece. Y saco una de esas reimpresiones de Kodama, de El tamaño de mi esperanza, de esos pri-
meros libros de Borges sobre los que no estaba orgulloso. —Vea esto —me dice, cogiendo no sé cuál— estas manchas en las páginas pueden ser muchas cosas, por eso toca deshojarlo, hoja por hoja, para limpiar cada página. —¿Qué cosas? —Foxing: manchas por humedad o exposición al sol. Deshidratación del papel —me muestra dos hojas distintas—, por ejemplo, se ve de una que este papel es mejor que este otro. Y esto que usted ve ahí, esas manchas pueden ser pipí de ratón —abro los ojos—. Sí, yo sé que por vos no. El tema es que uno no sabe dónde han estado esos
—Esperen, tomen —Nos entrega unos cuadernos suyos—. A vos que escribís —me dice—, y a vos que sos como yo —le dice a Nelson—. Solo hago esto con las personas que me hacen hablar del amor al arte. Asentimos. Asumiendo que todos nos entendemos. —Pero vení —me devuelvo—, te voy a pedir una cosa que me parece fundamental. —Ay, no, dedicatorias no. Esas cosas de escritores. Qué vergüenza, acuérdense que a mí no me interesan las páginas, sino el papel. —Sí, pero… Nelson hace cara de no insistas. Sonrío. Me conformo con que estampe su nombre como un autógrafo, que es lo que menos me interesa. Salimos de nuevo a las calles reales de Loreto, nos montamos al taxi y Nelson arranca.
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HISTORIAS
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VIVIR DE LA MUERTE María Camila Gómez Ortiz
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n la cárcel y en los cementerios los domingos son días de visita. Los reclusos y las ánimas se regocijan a la par. Una inquietante paz alumbraba el día; al entrar, un hombre mayor tocaba su guitarra con la mirada fija en el suelo, tenía sombrero negro de paño y un pantalón del mismo color, camisa blanca y zapatos negros en charol. La escena se sintió tan poética que podría pensarse que fue sacada de alguna vieja película lúgubre. El barrio de los muertos tiene una antesala tan pomposa que los visitantes más curiosos y menos tristes no buscan otra cosa que tomar fotografías. Sin ser la excepción, yo también lo hacía. De repente, aquellas notas agudas fueron abruptamente interrumpidas por desgarradores gritos. Un grupo de jovencitas lloraba desesperadamente “mamita mamitaaaa, no se la lleven”, una tarareaba como podía mientras otra, tirada en el suelo, se lamentaba “déjenme aquí yo la cuido, yo me quedo con mi mamita”. Se sintió una carga ancladora y una terrible pesadez en el ambiente, tanto que los presentes no tuvimos más remedio que llorar impresionados; todos menos aquel guitarrista quien sereno, amenizaba la escena y le añadía varios grados más de tragedia. Minutos después, una calma total recobró de nuevo el lugar; la tristeza arrastraba los pies haciendo un ruido silencioso. El intérprete de la muerte es José Manuel Ospina; cada día desde hace diez años viene al Museo Cementerio San Pedro a tocar y cantar en algunos entierros o fechas de aniversario frente a las tumbas y bóvedas. De cualquier lugar en el que pudiese trabajar encontró en este una oportunidad lucrativa de subsistencia, cinco mil pesos la canción y el pañuelo es gratis. Su repertorio no es muy amplio, las canciones lúgubres sobresalen, entre estas destacan clásicos mortuorios como: Adiós a mi madre, Dos claveles, Cinco letras, Madre del corazón; para los padres interpreta: Las Acacias, Lejos de ti, Venas amargas y En mi soledad. Don José Manuel se ha acostumbrado tanto a la muerte que no considera, que su canto armoniza y acompaña el viaje de las almas —como Orfeo que logró infiltrarse al inframundo para cantarle a su amada—. Él cree que la música es para los vivos, busca darles desahogo en esos momentos de pérdida, según él: “Al fin y al cabo los que escuchamos somos los vivos, los muertos ya muertos están”. Ha llegado a familiarizarse con la tragedia a tal punto que con total serenidad expresó que “uno se tiene que preparar para todo lo que venga en este oficio,
solo existen variedad de visitantes, sino también diversidad de difuntos y lápidas, dejando indicios de lo que fueron en vida. Las bóvedas tenían desde fotografías mal editadas —con el difunto entre nubes reverdecidas y tipografías extravagantes—, hasta caricaturas y baúles con todo tipo de objetos dentro como perfumes, pulseras e incluso cartas.
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es muy normal ver gente llorando, desmayada y sacada en brazos”. Hay una idea generalizada de que la muerte iguala, pero la ciudad de los muertos, como todas las demás, está dividida por clases. El Museo Cementerio San Pedro comenzó siendo una acrópolis de alcurnia, donde reposan los restos de algunas de las personalidades más representativas y entre sus pabellones se alojan muertos comunes y corrientes. Juntos, pero nunca revueltos. Los difuntos dignos de ser inmortalizados, por sus buenas o malas obras, son merecedores de tener su propio mausoleo. A los creyentes de a pie los acaparan en bóvedas por el ala oeste y a las almas desafortunadas que sucumbieron voluntariamente, adelantándole el triunfo a la muerte, los desplazan a los osarios de la zona este. Lo único que realmente los iguala es tener que comprar sí o sí el derecho a ocupar un espacio en ese lugar. Detrás de la solemnidad de la muerte hay un gran y necesario negocio funerario que emplea a cientos de personas, pues alguien debe seguir ocupándose de las necesidades de los difuntos. De todos los empleos y lugares para trabajar, un cementerio es de las últimas opciones en ser considerada, pero la necesidad aclama. Este es el caso de Jairo Grisales, portero del cementerio desde hace cuatro años. Jairo ha enfrentado con tenacidad gran cantidad de peligros humanos, pero asegura
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hacer hasta lo imposible por no tener que cumplir el turno de la noche, pues a las apariciones fantasmales sí que les tiene miedo. Comentó que una vez vio a una persona brillante parada frente a una bóveda, era un hombre acuerpado y calvo que vestía una camisa de cuadros y lucía más vivo que muerto; intentó salirle al paso, pero ese alguien desapareció. Al fijarse en la lápida notó que había muerto el día antes y agrega que si lo vio de día no quiere imaginarse cómo será verlo en la noche. Dentro de los demás gajes de su oficio o como él lo nombra, de su rutina, está presenciar peleas familiares, interminables llantos y súplicas en los ataúdes, gritos descomunales e incluso enojos. Los nombra a todos con naturalidad; lidiar con la tragedia hace parte importante de las labores que mes a mes le aseguran el sustento a él y a su familia. Existe una dualidad magnética con la muerte. Esta es a la vez certera como incierta, nos anima a descifrarla y son pocos los lugares donde se puede dimensionar su potestad como en aquellos campos santos. En cada pasillo la muerte encaraba, algunos reían y parecían sonreír mientras ponían en los celulares algunos cánticos alegres que desentonaban del todo con el lugar; otros, sin ninguna vergüenza, entablaron conversaciones no respondidas con su muerto. De esta forma, no
Luego de un rato allí, se podría clasificar el dolor y el llanto casi que por niveles. Comenzando por los llantos breves, de pocas lágrimas y silenciosos que van acompañados de las visitas express; hasta llegar a los gemidos desgarradores, llantos tan intensos que se confunden con carcajadas, dando indicios de la reciente pérdida, incluyen desmayos y enojo y generan una sensación de culpabilidad por la propia vitalidad. Todos los casos anteriores son bien conocidos por Jorge Paniagua, quien lleva treinta y tres de sus sesenta y dos años siendo operador de oficios varios en el cementerio; pocas cosas lo sorprenden o sensibilizan luego de respirar por tanto tiempo el aire de la calamidad. En un principio enterraba y sacaba restos, en ese entonces él mismo los partía con un cuchillo porque no existía aún la cremación. Jorge narró, casi que desinteresadamente, cómo una vez enterró a catorce personas de una misma familia, luego de que la guerrilla se tomara Granada; los abuelos, padres, tíos, sobrinos y nietos, todos asesinados y enterrados uno junto al otro. También recordó cómo en la época de la mafia mataban allí dentro a los asistentes de los entierros, aumentándole el trabajo. Tacha de exagerados a aquellos que tramitan el dolor con mayor pantomima: “Hay gente que es de verdad y otra que es payasada, ya uno como que se acostumbra, una vez sí me conmovió cuando un niño pequeño me preguntó por qué enterraba al papá”. A diferencia del resto, las personas que trabajan en la industria funeraria y realizan estos oficios no tienen esa romanización de la muerte, al contrario, la naturalidad con que enfrentan a diario la calamidad humana es casi indiferente. Muchas personas viven de cerca la muerte y trabajan para ella, de alguna manera les asegura un mejor paso por el plano terrenal a ellos y sus familiares. José Manuel, Jorge y Jairo al pensar en su propia muerte solo piden una cosa: que los cremen. Entienden el ajetreo que deja morirse y prefieren evitarle a otro tanto trabajo, además, saben que morir es un acto demasiado costoso y quieren reducirle las ganancias a la ambiciosa parca.
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Asociación Cultural Periódico Estudiantil Nexos Plaza Minorista
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HISTORIAS
Paraísos artificiales: harem Juan J. Mesa | grafiasdeunsofiante.com
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l parrillero lo agarró por el tobillo izquierdo. No hay pruebas que permitan afirmar con certeza si para entonces ya había muerto. La patrulla arrancó antes de las dos y treinta de la mañana. Su recorrido comenzó en la avenida Cundinamarca, en aquella esquina de la plazuela Rojas Pinilla. La tarde de ese viernes fue lluviosa. En los charcos, la luz cúprica de las lámparas de sodio repetía, metro a metro, el reflejo de un cuerpo (o de un hombre) que era arrastrado por la calle. Su última pinta, antes de salir cantando del Periodista, era una modesta camisa mangalarga del Medallo, un jean claro y holgado que sostenía una correa marrón y un par de tenis Croydon. Dos días después, el domingo doce de febrero de 2017, Cuco apareció tendido en el separador de la Regional, a pocos metros de la Minorista. El cinturón tenía una escisión en el medio causada por la fricción y su espalda había sido desollada casi hasta el cuello. La causa de su muerte, sin embargo, fue identificada como asfixia por disfunción cerebral inducida por agente opioide, ello es, una sobredosis de heroína. Entretanto, siete estaciones del metro más hacia el sur, Federico reposa en el marco de la puerta mientras la moto del domiciliario alcanza su casa. Espera recibir la misma bolsa de papel que pide por whatsapp cada semana: tres gramos de yerba para rascar y dos cuadros de LSD. Su orden la pagó desde el jueves por transferencia; esa noche de viernes hará una fiesta y la despensa ya se colma de bolsas de papas margarita, coca-cola zero y aguardiente. Los que fuman se tumban en el sofá de cuero, extienden sus pies descalzos sobre el tapete lila y prenden medio gramo en una pipa metálica. Otros más intrépidos riegan sobre el comedor tres pequeñas bolsas zip de las que caen confites colorados de la anchura de una uña: las primeras pastillas lucen amarillas y representan un emoticón que sonríe, las segundas son cian y llevan el emblema de Superman, los últimos son la lengua roja de los Rolling Stones. Cuando el efecto de las pepas cala, ellos se levantan de la mesa, sus cabezas arden y en el pecho los pulmones aspiran con intensidad. La euforia los vuelca al centro de la sala, que ya fue despejada de porcela-
gorra verde, que conoció en segundo semestre cuando veía Algebra Lineal, pone la pequeña lámina sobre el ápice de su lengua. Treinta y cinco minutos después, cuando los sonidos trazan líneas y las ramas de los árboles se bifurcan en miles, reproducen en su televisor de pared un patrón sicodélico, y con audífonos, escuchan en su iPhone Pink Floyd. Sin embargo, diferente fue la faena de Cuco.
Ilustración: Sebastián García Martínez | nas, y comienzan a bailar un famoso merengue de Cuco Valoy, dice: Ese amor quien altera las venas Como inventa las mareas sol a sol Ay amor que nos tienes en vela A quien duerme se le para hasta el reloj Esta estrofa la cantaba Cuco cuando andaba por el Periodista, y fue su afición por el cantante dominicano lo que le valió su apodo por todo San Benito y El Chagualo. Siete horas antes de que perdiera la orientación en algún punto de la avenida Cundinamarca, el hombre recorría el mercado de pulgas en los bajos de la estación Prado. Su rutina no varió. Primero intercambió un reloj digital Casio por tres encendedores, giró sobre la calle 57 hasta la farmacia Santa Cruz y compró una jeringa esterilizada. Por último, se adentró entre las mallas de tela verde y los plásticos negros de la
@negrungo Choza de Omar. Aquella casa de tejado rojizo y paredes blancas erguida cerca de 1915 era, desde hacía cuatro años, el alcázar de vicio más concurrido del Centro. Meses más tarde, en la madrugada del veintiocho de agosto de 2018, ochocientos policías sitiaron la avenida de Greiff en un operativo sin precedentes; demolieron, junto a otras cuatro edificaciones, la Choza de Omar. Pero en los tiempos de Cuco no hizo falta sino cruzar palabras y saludos para que antes de las cuatro y media saliera entre las mallas con su dotación: una cápsula de tres centímetros de largo y uno y medio de grosor con el polvo pardo de heroína. A sesenta calles paralelas (o un bus del Poblado), Federico sostiene con la punta de su índice y su pulgar un diminuto cuadrado de papel. Observa la imagen de una bicicleta en tres tonalidades distintas. Junto a su amigo de
Este marchó hasta la plazuela Zea y se tumbó tras la última banca de concreto, esa que en el año del decimotercero Carnal Fest fue cubierta de afiches de bandas de rock locales. En el suelo esparció toda su parafernalia. De alguno de sus bolsillos -seguramente el izquierdo- sacó una cuchara de plata que estaba doblada como una ele, la sostuvo con sus rodillas mientras deshilachaba la cápsula y esparcía el polvo grisáceo. Cerró sus labios cual si fuera a silbar o dar un beso, y temblando, pero con delicadeza, hizo que unas gotas de saliva se resbalaran desde su boca hasta la cuchara. Tomó en su diestra uno de los encendedores y con la otra mano sostuvo la plata. Puso bajo el metal la llama, y el fuego alumbró sus ojos. Con movimientos circulares incitó la mezcla y a los pocos segundos se hizo resina, añadió más saliva y se detuvo al conseguir un jarabe color ocre anaranjado. Soltó el mechero y con su dedo meñique batió. Acto seguido ensambló la jeringa y usando su dedo pulgar absorbió en el envase la heroína preparada. Se quitó el cinturón marrón y lo ató a su brazo izquierdo haciendo un torniquete sobre su codo, apretó con fuerza su muñeca varias veces y soltando la correa clavó, en la concavidad que deja el antebrazo, la aguja. Quizá antes que Federico llegara a su casa en Los Balsos, antes que su dealer l’entregara la bolsa de papel, salía a medio día de su universidad por la portería de las Vegas, conduciendo un Fiesta negro. Quizá notó el andar inquieto de un hombre que cruzaba la avenida. Seguramente reconoció el escudo del Poderoso y se asombró por lo ancho de su pantalón. Al mismo tiempo, Cuco, que ya había saldado el día con un reloj y probablemente caminaba hasta el paradero del bus, habrá sonreído porque el polarizado del Fiesta negro reflejaba su andar.
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Asociación Cultural Periódico Estudiantil Nexos Prado - Centro
HISTORIAS
SEPTIEMBRE 2021
ENCUENTROS FUGACES Andrés Vélez Cardona | avcandres1@gmail.com |
Hospital estacionario Se sentó en una de las sillas del vagón, luego de un largo suspiro; estaba ya cansada de escuchar que había más amor en los campos santos que en su propia vida. Para ignorar el viaje y el pasado reciente abrió de nuevo aquella novela rosa que la había desvelado dos noches e ignoró la voz que anunciaba el próximo destino.
Prado de monotonías Te quedaste de pie a pesar del cansancio, querías evitar sentarte luego de un día entero en la misma postura. Con el afán de tu jornada olvidaste tu celular en la oficina. Intentaste entre-
tenerte viendo otras caras, pero tus ojos ya estaban acostumbrados al paisaje de tu hábito. A dos estaciones de tu parada, notaste entrar al vagón un rostro cabizbajo que resaltaba entre la gente. Pensaste ignorar tu fascinación, pero le viste perderse en el mismo libro que tantas veces te había sacado de la soledad. A una parada, tomaste tu agenda y escribiste sobre una hoja, con todos tus pendientes. Al llegar, tomaste la decisión de arrancar tu rutina.
Siguiente parada… Sentí sus dos manos acariciar mis hojas, rozaba cada una de mis páginas como a la expec-
FICCIÓN
@avcandres1
tativa de sentir alguna distinta. Esta vez, sus ojos no me mojaron, solo miraban mis letras. La suavidad de su piel acariciaba de vez en cuando mi lomo o por momentos sus dedos abrían con fuerza mis páginas como intentando introducirse en mí. En poco tiempo me acostumbré a ella. Ese día fue extraño, sentí el roce de otra mano y un papel que no era el mío, tenía letras que yo conocía, pero una serie de números que nunca había visto. La misma mano la volví a sentir días después bajo un cielo despejado en una plaza que desconocía.
Ilustración: Alejandro Díaz Giraldo |
@alejolio_
Carlota
José Joaquín Duque | Grupo Letras
A
l mirar por el ojo de la puerta doña Carlota ve a dos hombres en overol rojo. El primero lleva una caja metálica, el otro, más allá, sostiene en el hombro una pequeña escalera. Doña Carlota empinada y con un ojo cerrado les da los buenos días, ¿en qué los puedo ayudar? Somos de La empresa de Energía, responde uno, venimos a comunicarle que le hemos cortado el suministro de gas. No deje de llamar a La Central. Hasta luego. Doña Carlota siente los pasos de ambos alejarse de la puerta, luego de un par de segundos, la abre rápido y les dice amable pero urgente: esperen. Ellos giran la cabeza. Desde el ojo mágico eran menos altos y más gordos. El de la caja metálica es casi un muchacho, el otro, de piel negra, coincide con la figura que ella tiene de un boxeador. Al fondo del pasillo el ascensor se cierra vacío. Debe haber un error dice doña Carlota. Los hombres se miran. Después de un silencio el joven responde: perdone señora, nosotros solo cumplimos órdenes. ¿Podemos hacer algo ya? Algo como qué, pregunta el boxeador, algo como ponerme el gas señor, repone ella. Si nos autoriza doña a hacerle el mantenimiento… Claro, pasen, dice doña Carlota abriendo espacio. A su marido le hubiera dicho que desde la portería le anunciaron la visita de los técnicos de La empresa de Energía. Que casi se le sale el corazón cuando entró a dos desconocidos a la casa y ella sola. Los hombres se quedan parados en la sala del apartamento. Miran los mue-
necesitan algo me llaman, voy a estar en la sala. Se sentó en el sofá con las piernas cruzadas, fija la atención en la cocina. Por la ventanita de la puerta podía ver algo y desde ahí escuchaba lo que hacían. ¿Qué tal que le abran la nevera o le esculquen los cajones?
Ilustración: Sofía Betancur Silva | bles imitación Luis XV y el cuadro del Corazón de Jesús. Las materas. Los portarretratos. Un reloj de péndulo marca Jawaco inmóvil casi a las tres y media. La estación Prado a través de la vidriera del balcón. Se ven reflejados uniformados y firmes en la vitrina del comedor en donde reposa una vajilla
@soda.re francesa incompleta. Es por aquí dice Doña Carlota, llevándolos a la cocina. Ella permanece un minuto recostada en el vano de la puerta viéndolos desempacar. ¿Les provoca un tintico?, iba a decir, pero recuerda que ya se le ha terminado también el café. Bueno…, agrega, yo los dejo aquí tranquilos, si
Fue al baño, se retocó el peinado, se quitó el delantal, se acomodó la blusa bajo la falda. Luego se dirigió a la cocina. Abrió un poco la puerta, asomó la cabeza y dijo, ¿cómo van los señores? En un giro de ojos comprueba que todo parece normal. Los hombres intercambian una mirada que no escapa al presentimiento de doña Carlota. Señora, le dice el muchacho, no podemos hacerle el mantenimiento dice La Central. Ella aprieta los dientes, entra, ¿por qué no joven? Muy sencillo señora, responde el otro, prenda por favor la luz de la cocina. Carlota se pasó las manos por la cara y su angustia se reflejó en el cromado de la nevera. No se preocupe, continuó el boxeador, cuando pague lo de la luz, y lo del agua, porque también se la cortaron, nos llama. A lo mejor hay un error, agregó el otro muchacho. Los hombres recogen la herramienta y la guardan en la caja metálica. El señor negro se cuelga la escalera al hombro. Salen. Hasta luego, le dijeron. Todo eso le habría dicho doña Carlota a su esposo, cuando llegara en la tarde después del trabajo.
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Asociación Cultural Periódico Estudiantil Nexos Parque del Periodista
SEPTIEMBRE 2021
POEMA
Las musas en el Periodista “De donde beben las musas en la plaza de bronce” - MESA
David Ochoa Soto |
@esetal_ochoa
Ilustración: Camila Niño Mesa | I
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III
LA PUNKETA
LA BOHEMIA
LA ARTISTA
En tus botas brillan las púas Y en tu camisa hay un lienzo. No se escuchan los sonidos Nada de romance siento Me pierdo en tu palidez Y en la atracción por tu cuerpo.
Un quieto niño de bronce Una cita de bohemio. Dos chelas, la buena música Y un fuerte olor a bareto.
Una tarde muy lluviosa, Una plaza para el artista No soy nadie si te miro En tu mirada perdida.
Este parque entre calles: El nirvana del punketo. Eres la música del lugar ¡Mierda, me encanta tu atuendo! Pasan miembros de tu banda gritan: ¡yo nunca miento! Debe ser algún cantico, Algún himno de los viejos. La multitud de estatuas Parece hecha con hielos, Pintada de color bronce Un tesoro de este imperio. Las efigies toman nota De mi labia, cómo miento. Tu pelo verde que enloquece Esa atracción por tu cuerpo. Te lo he dicho, no te amo ¡Mierda, me encanta tu atuendo!
Estás aburrida, lo sé. Tu buscas amor, no sexo. Siento que me admiras mucho, desde mi voz hasta mis verbos. No entiendo qué tanto ves, sí mis ojos o mi ceño. No me sigues ningún tema, Me dejas maltrecho. Tú no eres soporífera, ¿Por qué tienes pelo negro? Muchas dudas en mi mente Y este guaro ya es el sexto. Agradezco la compañía, siempre es bueno ser bohemio. Mi monólogo fue (de) arte, Música vieja y sexo. Mi primera cita de Tinder, y la última en efecto. Muchos testigos de bronce De esa tarde en los infiernos.
@in_fausta
Esa estatua color bronce Nuestro diálogo vigila Somos prófugos del mundo Donde amar es ser caníbal. Apenas nos conocimos Y ya hablamos de Argentina, De viajar sin rumbo fijo Escuchando musiquita. No soy nadie si te miro En tu mirada perdida Yo te amo en el silencio Lo diré toda la vida. Tu cabello rojo intenso Y tu ropa grita artista. Apenas nos conocimos: Te amaré toda la vida.
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Asociación Cultural Periódico Estudiantil Nexos Edificio Fabricato
FICCIÓN
SEPTIEMBRE 2021
FRAGMENTOS DE UN CRIMEN Juliana Heredia | jherediab@eafit.edu.co |
@juliheredia8
“Ascensorista asesinada por celador en el Fabricato”, leí en el archivo del periódico amarillista Sucesos Sensacionales. Era la edición de octubre de 1968. Esa es una historia que mi abuelo me ha contado en repetidas ocasiones. Había estado viendo publicaciones en internet sobre supuestos espantos en el edificio y, por muy fantasioso que eso suene, definitivamente llamó mi atención. Esa vez logré encontrar en una biblioteca local archivos de la prensa de la época donde cuentan más o menos lo que pasó.
me había comido antes, amenazaba con devolverse. Todo estaba oscuro, pero alcancé a ver una figura cerca de la entrada. “Ayuda, por favor, ¡alguien ayúdeme!”, escuché una voz débil y femenina. – ¿Qué? – yo no entendía nada. “Yo solo vine por mi uniforme, déjeme salir”, logré escuchar con más claridad. Era ella. Estaba en ese mismo baño, golpeando la puerta y gritando. Su cabello corto estaba desordenado, su maquillaje de ojos estaba corrido por las lágrimas y sudaba mucho. Su ropa estaba sucia y algo mojada. Tenía sangre en las manos, se debió de haber lastimado mientras aporreaba la puerta. Sus ojos negros estaban llenos de rabia, indignación y miedo. Era una visión nublada y algo borrosa, pero estaba segura de que era ella: Ana Agudelo, ascensorista del edificio Fabricato. Pude reconocerla por las fotos que los periódicos publicaron de ella cuando desapareció.
“La cabeza de Ana la encontraron en el sótano”, leí en otro titular. El texto de la noticia era grotesco, pero lo seguí leyendo por morbo y por querer saber más sobre el horrible suceso. Lo describían como un crimen pasional y daban el dato de que la joven ascensorista había sido picada en más de cien pedazos, pero ese número variaba según el diario. “Abel Saldarriaga Posada fue condenado a 20 años de cárcel por el homicidio de Ana Agudelo. La joven ascensorista llevaba 12 días desaparecida cuando hallaron su cabeza y restos de su cuerpo regados en diferentes lugares del edificio”, se describe en el periódico. Caminando hacia el Fabricato, pasé por el Parque del Periodista. Me senté y empecé a organizar mis ideas, pensando en lo que había leído antes en la biblioteca. El crimen del sótano es una historia perdida entre los miles de casos aberrantes que siguieron pasando a lo largo de los años en Medellín. La ciudad se acostumbró a la delincuencia y a los titulares amarillistas de los periódicos, ya nada sorprende de este tiempo. Así que un hecho paranormal fue una buena excusa para investigar más sobre el caso. – Ah sí, ese tal Posadita estaba enamorado de la muchacha, pero como ella no le paró bolas, al man se le hizo fácil matarla. Nadie esperaba eso, incluso los rumores eran otra cosa diferente–, me respondió un viejo que se sentó a mi lado en la banca del parque cuando le pregunté por el caso de Posadita. – ¿Qué rumores? – Pensaban que la niña estaba dentro de uno de los tanques de agua del edificio. Uno esperaba que quizá se hubiese ido con un enamorado o algo así, pero lo que pasó fue... no tengo palabras. – Oiga, ¿es verdad que allá espantan? – Yo no soy mucho de creer en esas cosas, pero uno nunca sabe. Tal vez por ahí anda el espíritu de la ascensorista, pero yo no sé, mona.
– ¿Ana? – dije muy bajito, completamente paralizada por el miedo. Ella seguía gritando. “¡Sacame de aquí ya mismo, abrí pues la puerta!”, gritaba a todo pulmón.
Ilustración: Sara Rodas Correa | Logré llegar al Fabricato. Sus puertas están abiertas al público de lunes a viernes. La majestuosidad que antes representaba el edificio se pierde entre el panorama del centro y no resalta para nada. Es una vieja edificación como cualquier otra para quien no conozca su historia. No vi a ningún vigilante, así que simplemente pasé y subí a uno de los tres ascensores. Ese día en particular hacía un clima caluroso, no había llovido en toda la semana y el sol estaba en lo alto del cielo. Sin embargo, al subirme al Westinghouse, un aire frío recorrió mi cuerpo de pies a cabeza y sentí los vellos de mis brazos erizarse. Se me hizo raro, ya que no había aire acondicionado y de la ventilación no salía aire helado. De un momento a otro, mi visión se nubló y vi una figura humana frente a mí. Estaba de espalda y tenía el torso expuesto. Se volteó hacia mí y observé que el sudor bajaba por su frente y sus brazos estaban llenos de rasguños de los cuales brotaban gotitas de sangre. Calculo que su estatura era de 1,70 metros, sus ojos azules parecían sin vida y no
@miradademolusco
tenía expresión alguna en su rostro. En sus manos llevaba un costal, cuerdas y una caja de herramientas muy grande. La escena duró menos de un minuto y luego todo volvió a la normalidad. Marqué el piso nueve y cuando salí inmediatamente sentí el calorcito del medio día. Estaba totalmente aterrada. Mis manos temblaban y no creía lo que habían visto mis ojos. Todavía sintiéndome aturdida, procedí a buscar el baño de ese piso. Al parecer fue en ese lugar donde el olor a putrefacción se concentraba más. Ingresé al pequeño baño de tres cubículos y sentí nuevamente un frío en todo el cuerpo. Vi cómo los espejos se empañaban de la nada y se formaban lágrimas de agua en la superficie de los lavamanos. En ese momento entré en un trance. Sentía que todo me daba vueltas y mi vista estaba borrosa, como si me hubiesen echado escopolamina, me sentí drogada de repente. El baño se inundó con el olor a muerto, lo que me provocaba arcadas y el mango biche que
No sé cómo reuní el valor para acercarme y tocarle el hombro. Así como apareció, así mismo se esfumó de la nada. Ya había luz de nuevo, los espejos no estaban empañados y mi vista era nítida. Quedé en shock. Según lo que investigué, nadie nunca supo qué había pasado después de que Ana llegó al Fabricato a recoger su uniforme aquel domingo 13 de octubre de 1968. Entró al edificio y nunca más salió, al menos no viva. Norela, su hermana menor, jamás la volvió a ver y junto con su madre iban todos los días a preguntar por Ana, hasta que se descubrió su trágico final. Lo que alcancé a ver fueron quizá los últimos momentos de la vida de la ascensorista de 23 años, y ni siquiera pude asimilar bien lo sucedido. Después de lo que pasó en el baño, simplemente bajé corriendo con alma y vida por las escaleras. Salí a la calle casi escupiendo un pulmón y sentía que el corazón me iba a explotar dentro del pecho. Observé a mi alrededor y vi a un niño pequeño mirándome fijamente, me sentí juzgada. Empezó a entonar un verso que me puso los vellos de punta una vez más. Con una voz angelical y delicada cantó “pedacito a pedacito, Posadita descuartizó a Anita”.
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Asociación Cultural Periódico Estudiantil Nexos Iglesia de la Veracruz
SEPTIEMBRE 2021
HISTORIAS
EL MAESTRO Y SU LANA Salomé Arango Botero | sarangob1@eafit.edu.co |
salomearango_b
Por tanto, el que persuade, porque obliga, injuria, y la persuadida, porque es obligada con palabras, vanamente es mal afanada Gorgias
H
ace tres años me topé, en una clase de religión, con tres credos hindúes que arribaron a Medellín. Uno de ellos, recuerdo bien, fue el Vaishnavismo, o como se le conoce erróneamente, los Hare Krishna. Había leído un artículo sobre ellos en ese momento y ese mismo año me vi almorzando en su centro cultural. Un almuerzo vegetariano acompañó la tarde, muy acorde a su filosofía: no propagar el sufrimiento. Ese día no sabía que, años después, iba a estar sentada en la misma mesa hablando con el maestro Radha.
guró que “las mujeres tienen cierta debilidad, en su naturaleza, pueden ser fácilmente engañables por los hombres” y ahí estaba yo escuchando atentamente, estaba siendo seducida y arrastrada a la verdad. Lo que ellos practican no es una religión, lo explicó claramente el maestro Radha. “Es sentido común, estamos hablando de la lógica de la vida”. El maestro movía sus manos, hacía gestos y cambiaba el tono de su voz para explicarme un poco de su filosofía. A pesar de todo el ruido que se escuchaba alrededor, una serenidad lo rodeaba. “¿Será que esos collares que colgaban de su cuello tienen algo que ver?”, pensé.
Govindas es el templo del Vaishnavismo en Medellín, un edificio al frente de la iglesia de La Veracruz en el Parque Berrío, ubicado en un lugar caótico que a su vez conserva una gran parte de la cultura de la ciudad: teatros, museos, parques, esculturas circundan aquel sitio. Su música de fondo son todos ruidos del centro: los comerciantes gritando “entre sin compromiso ”, los carros y buses con el característico ¡piii! y el marchar de los transeúntes ensimismados rumbo a sus destinos. Setecientas personas integran esta aparente secta en la capital antioqueña. Su filosofía de vida la dicta la relación consciente con su existencia y el entorno. Visten con túnicas porque deben despojarse de lo material. Adquieren nuevos nombres, deben olvidar su vida pasada y su dieta vegetariana es estricta y carente: tres harinas, una porción pequeña de vegetales y una porcioncita de proteína. Adoran a su dios Krishna rezando 1.728 veces al día el mantra Hare Krishna. La ciudad estaba hecha un caos, se acercaba la quincena y como de costumbre los paisas salen a pagar, mercar y gastar. El viernes 13 de agosto esperé sentada en una de las mesas del restaurante, que queda en el tercer piso, aproximadamente unos treinta minutos. Sirley, la administradora del lugar, me había dicho que solo debía esperar diez, pero parece que el tiempo de los vaishnavistas sí es de oro. Su tiempo lo emplean principalmente en cuatro cosas: vender libros, realizar cursos de formación, hacer trabajos de limpieza y rezar. Cuando giré a ver hacia la puerta, un hombre de mediana estatura con una túnica blanca, rodeado de collares y sin tapabocas se acercó hacia mí. Se
Juana Hernández |
Ser agradecido con la naturaleza es uno de los pilares fundamentales de su culto. Radha dice que la naturaleza nos da todo pero no como un regalo, sino que se debe compensar mediante un intercambio de energías. Ser recíprocos con lo que la madre tierra nos brinda. Cuando somos agradecidos, responsables, conscientes y obramos bien el alma va a ser compensada y va a reencarnar en cuerpos de seres dignos de esa alma buena. “El que piense que no hay vida después de la muerte es un tonto” dijo Radha.
@photobyjuana
sentó, me presenté y lancé la primera pregunta sobre cuál era su rutina, el hombre respondió: “Tú me estás preguntando algo a mí, pero lo que te voy a responder no va a ser para tu trabajo sino para ti, te va a caer a ti”. Así comenzó la entrevista que tenía planeada para uno de los maestros vaishnavistas, Radha. Aquel viernes la entrevistada terminé siendo yo. El maestro empezó haciendo preguntas sencillas como cuál era mi nombre, en dónde vivía y hasta el nombre de mis padres. Se sentó en la silla erecto, con las piernas separadas y la mirada se dirigía unas veces hacia mí y otras hacia lo que parecía ser la nada, tal cual un hombre sentado en el patio de su casa. Después cuestionó si yo era una persona honesta y el postre: la gran pregunta de quién soy yo. Me sorprendí, aquella canción de Rubén Blades sonaba en mi cabeza esa tarde: la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida. Para cada lección debía poner un ejemplo con mi vida o con la vida de aquellos que no han encontrado el propósito, que para su juicio somos todos.
Una libreta llevaba en mi mano y unas cuantas preguntas se veían en ella. Estaba dispuesta a encontrar un estilo de vida diferente y viable, tal vez donde yo pudiera seguir dos o tres prácticas que me servirían para mi vida y ¿cómo no? poder escribir más a fondo sobre ellos. Darlos a conocer desde una perspectiva cercana y no viéndola como se mira una ciudad desde su punto más alto. Pero el camino fue otro. Radha, aquel hombre que me habló toda la conversación sin tapabocas, seguro de sí mismo, afirmó que el ser humano que no se cuestiona por el sentido de la vida es un ser que vivirá engañado “No estarían engañandolos con el miedo para que se vacunen, es un engaño para matar a la gente, pero las personas no tiene conexión ni con dios ni con su ser”. Para ellos las vacunas y el covid-19 son un negocio. Finalmente, todos vamos para el mismo hueco, ¿no? Desde ese momento, las siguientes afirmaciones de su parte las vi venir como el cáncer creciendo en el cuerpo de un fumador. El maestro ase-
Esta religión, derivada del Hinduismo, crece en el centro de Medellín. Viven su libertad de culto tranquilamente pues ninguna institución o grupo los ha discriminado en Colombia. La política no les interesa porque “la colombiana ya está chueca y al que dice la verdad lo matan”. No me quedé con las ganas y le quise preguntar por los collares que le colgaban de su cuello. Solo quiso responderme por uno, señalándome un collar de varias bolitas cafés claras, una tras otra “ es de una planta que se llama Tulasi, es una planta sagrada, cada entidad viviente está personificada”, así, Radha tiene un grado de protección alto al tener ese collar. Al fin y al cabo pudo responderme algunas preguntas, sin embargo, la finalidad de su discurso iba más allá de simplemente presentarme su cultura. Como todo maestro dictó sus enseñanzas, y como buena alumna fui crítica de su retórica. Lo que tenía pensado que fuera mi tarde del viernes resultó siendo el mismo triste destino de la oveja que va en busca de comida y termina sin su lana.
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Asociación Cultural Periódico Estudiantil Nexos
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OPINIÓN
SEIS MUERTOS Y
UN CRONISTA Susana Estrada Pérez | estsusi@gmail.com |
@sep_1125
“La historia no es otra cosa que un cuadro de todos los crímenes y desgracias” -Voltaire
S
er un cronista va de la mano con ser un viajero acompañado únicamente de una pluma y un papel, significa explorar paisajes e inmiscuirse en las perspectivas de aquellos sobre los que se va a escribir, reconstruir esos relatos de manera que los lectores los reproduzcan en su cabeza tal y como si estuviesen viendo un película. Uno de los primeros vestigios del reportaje escrito en estilo de crónica en Antioquia vino de la mano de un relato sobre un homicidio, de la autoría de un personaje muy particular. Francisco de Paula Muñoz, oriundo de Medellín, nacido en la década de 1840 en plena Revolución Industrial americana, fue un individuo bastante pintoresco. Se desempeñó como maestro, minero, funcionario judicial y, por lo que se le destacará en este escrito, como periodista informal. Escribió diversos artículos y crónicas en los periódicos de la época, los cuales solo hablaban de política: El Álbum, La Voz de Antioquia, El Cóndor, La Justicia y La Miscelánea, por nombrar algunos. El pináculo de su carrera llegó manchado de sangre cuando a 5 kilómetros de Medellín, en la actual Envigado, en un sector conocido como El Aguacatal, seis integrantes de la misma familia fueron asesinados a sangre fría por Daniel Escobar. El asesino fue apodado “El Hachero” acorde con el arma que decidió usar para llevar a cabo el crimen, y que a día de hoy reposa en el Museo de Antioquia. El crimen sacudió a la sociedad antioqueña de aquella década. Francisco de Paula, desempeñando su rol de funcionario judicial, fue designado fiscal de la investigación y, a su vez, decidió escribir un relato durante el transcurso de la investigación del crimen, el cual calificó de “tenebroso y sangriento”. Con
un estilo lineal corto de la época, un orden cronológico y atención en los detalles, el autor terminó convirtiéndose en uno de los pioneros del reportaje y de la crónica en Antioquia. El relato está colmado de detalles minuciosos, que ayudan al lector a hacerse una imagen de la Antioquia de 1840. “La crónica otorga el movimiento y la fuerza que tiene la vida misma, que es bien dramática y sensacional”, afirma Carlos Mario Correa, periodista y autor del libro de ensayos La crónica reina sin corona: periodismo y literatura. Dentro de la narración del asesinato se incluyen, como explica Carlos Mario, detalles morbosos y dramáticos, como la posición en la que se hallaron los cuerpos y los trapos ensangrentados que el asesino dejó tras de sí. “Es expresiva e inagotable, porque es una forma siempre nueva de explorar el mundo (…) trae justamente el aliento emocional del autor, que no se nota en la noticia, por ejemplo, que no se nota en las entrevistas pregunta-respuesta, que es muy difícil inclusive de percibir en el periodismo de opinión que está más centrado en la defensa de unos argumentos”, continúa Carlos Mario, resaltando los aspectos que hacen que la crónica destaque entre otro tipo de producciones escritas, y que cautivó a los lectores de aquel entonces, los cuales pagaban por anticipado para leer la obra. Es así como Francisco de Paula, un solterón “todero” respecto a las profesiones, y con una pluma ávida para escribir un relato morboso y cautivador, abrió las puertas a un caudal inmenso de cronistas reconocidos con sello antioqueño. Si Carlos Mario tuviera que nombrar a
cinco autores que han enriquecido la crónica contemporánea de Medellín, diría que son: Juan José Hoyos, Ricardo Aricapa, Pedro Nel Valencia, Reinaldo Spitaletta, Patricia Nieto. El periodista no se queda corto al hablar de la riqueza y potencial para escribir una buena crónica en nuestra propia ciudad. Se pueden traspasar los espacios más urbanos de la ciudad al momento de escribir una crónica y explorar la riqueza que se encuentra en las zonas rurales: “Medellín tiene 5 corregimientos para explorar como cronistas, donde hay tradición campesina, cosas muy bellas en el folclor por contar”, prosigue Carlos Mario. Es precisamente en lugares como Santa Elena, San Sebastián de Palmitas, San Cristóbal o San Antonio de Prado, donde se pueden encontrar personajes cuyas experiencias se dejan por fuera de la agenda informativa todo el tiempo.
Ilustración: Jesús Hernández Pardo |
Son precisamente aquellas voces y relatos invisibilizados los que ayudan a crear una visión más global de la ciudad: “Medellín también es conflictivo, es una ciudad muy desigual en lo social, con muchos problemas de seguridad (…) que reclama muchas acciones de presencia del Gobierno en programas de desarrollo en las zonas barriales”, añade el entrevistado. En definitiva, la crónica puede convertirse en una herramienta de denuncia social para visibilizar los conflictos de la periferia urbana. “Entonces todo eso es tema de crónica, ¿no?”, finaliza Carlos Mario, un enamorado de la crónica en todas sus formas, dejando una invitación a explorar Medellín desde la óptica de la crónica, desde sus aspectos más bellos hasta los más atroces, con un legado que viene desde muchos siglos atrás.
@sincresus
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Asociación Cultural Periódico Estudiantil Nexos Sala Colonial
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Museo de Antioquia
OPINIÓN
EXHIBICIÓN DEL
OLVIDO Eliana Tabares Sánchez | etabares@eafit.edu.co |
P
inturas al óleo, acuarelas, pintura seca, impresionismo, hiperrealismo, arte abstracto, cerámicas, piezas de orfebrería indígena, esculturas, fotografías y grabados, todos tienen un lugar en común. Recorrer las siete salas de exposiciones permanentes del Museo de Antioquia es una expedición excepcional, es predecible encontrarse con la voluminosidad de la Sala de Botero o lo majestuoso de las obras de Luis Caballero; pero llama la atención encontrar un hacha en medio del recinto. Y asombra mucho más el darse cuenta de que esta no es un elogio al trabajo campesino, o una alegoría sobre el hacha que mis mayores me dejaron por herencia en el himno de Antioquia. Su último uso se remonta al 2 de diciembre de 1873. En la madrugada, la familia que blandió el hacha incontables veces para abrirse paso por los montes de la vereda El Aguacatal, fue asesinada con su propio filo. Cinco adultos fueron heridos de muerte en su casa mientras dormían. Hechos que suscitaron gran revuelo en la población, además fueron objeto de numerosos análisis de peritos y médico legistas para lograr esclarecer lo que realmente sucedió.
En un proceso increíblemente rápido para la época teniendo en cuenta los problemas para sobrellevar la distancia entre Medellín y el lugar de los hechos. El precario desarrollo científico para el análisis de evidencia, la astucia de los investigadores, logró penetrar en el eslabón más débil de los sospechosos y capturar a las cuatro personas que presuntamente eran responsables de la carnicería en la que se habría convertido la casa de la señora Echeverry y su familia. Finalmente, el 2 de marzo de 1875 se dictó el veredicto condenatorio. Solo a uno de los imputados se le atribuyó la muerte de toda una familia, a pesar de que esto fuese poco probable, fue él quien se endilgó el homicidio múltiple, los demás fueron condenados como cómplices. Y mientras en el estrado judicial se leía la sentencia de sesenta y nueve años y dos meses de prisión, Daniel Escobar, autor del delito, sonrió a la par que dijo: para mí es poca la pena porque con ella no se paga uno solo de los muertos. La precisión del conocimiento de los hechos deviene de la narración que hizo Francisco de Paula Muñoz, uno de los operadores judiciales que conoció del caso, quien se tomó la tarea de crear un vínculo entre el lector y los hechos gracias a la rigurosidad en la redacción de su libro, narración que por su estructura y estilo se considera como el primer reportaje conocido en Colombia. A pesar de ser uno de los precursores del periodismo, lo
@elianatabares
que tiene importancia en la actualidad es el hacha. Si bien un museo es una institución donde se exhiben colecciones de valor histórico, artístico o de cualquier naturaleza con fines de estudio o contemplación, el morbo humano ha llegado al punto de querer conocer con lujo de detalles el siniestro ocurrido en la vereda El Aguacatal. Se descuida la impecable labor desplegada en la elaboración del reportaje por centrarse en lo macabro de encontrar cinco cuerpos con sus pijamas ensangrentadas y con múltiples traumatismos en su cuerpo. ¿Por qué hacemos memoria al arma homicida y no un homenaje a quien se encargó de realizar el escrito que marcaría un hito en la historia del periodismo colombiano en el siglo XX? Alrededor del mundo y durante siglos se han levantado autores de crímenes más atroces que los aquí narrados. La psicología se ha encargado de estudiar mentes frías, plácidas y exitadas por robar la vida humana; y el entretenimiento se ha dedicado a alimentar el morbo ajeno y buscar la manera de exhibir a los asesinos más conocidos de la historia, ¿qué es lo que pretenden? Museos como el Alcatraz East Crime en Tennessee, de El Policía en Ciudad de México, o el de La Muerte en California, por años han buscado recrear escenas de los homicidios perpetrados por Charles Manson, John Wyne Gacy (El Payaso Asesino), Ted Bundy, entre otros; incluso hay una réplica de la cabeza de Barba Azul, quien murió en la guillotina en 1922 por el asesinato de once
mujeres, aunque se cree que la cifra real podría ascender a aproximadamente trescientas víctimas. También se ha tratado de representar los crímenes, tal como ocurre en Manhattan en A Nigthmare Hunted House que transforma los asesinatos más conocidos en obras de teatro. O como en Iowa que convirtieron en hotel la casa en la que se asesinó una familia entera a comienzos del siglo pasado y de la que se rumora que aún se sienten las voces de la familia pidiendo auxilio, atractivo para aquellos fanáticos de los hechos paranormales. Ahora bien, ¿por qué queremos recordar estos siniestros? Con la recolección y exhibición lo único que se está logrando es darle a las armas homicidas y a los asesinos mismos el nivel de documento histórico o de persona con tal relevancia que merece ser reconocida por décadas. Tal vez esto demuestra que la sociedad se sobrepone a ellos exhibiéndolos como trofeos, tales como los que los psicópatas guardan de sus víctimas, pero se está desconociendo que se logra justamente lo que ellos quieren: mostrarse superiores a los demás y llamar la atención de la sociedad que alguna vez los rechazó. Hoy, a Daniel Escobar se da la misma importancia que a grandes maestros como Francisco Antonio Cano, Débora Arango y Pedro Nel Gómez; pero a Francisco de Paula Muñoz, autor del primer reportaje en Colombia, lo dejamos en el abandono. ¿Por qué no renunciamos exhibir a aquellos que lo único que merecen es estar enterrados en el olvido?
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Asociación Cultural Periódico Estudiantil Nexos Voces entre lienzos
PERSONAJES
Museo de Antioquia
SEPTIEMBRE 2021
el arte de conservar Verónica Hoyos Giraldo | vhoyosg1@eafit.edu.co |
@verohog
M
¿Qué materiales usan para hacer las restauraciones?
e reuní con Ángela María Muñoz, conservadora del Museo de Antioquia desde el 2018 para hablar de la importancia de la conservación en los museos.
Depende del tipo de obra que vayas a intervenir. Todas las obras tienen una materialidad distinta: tenemos el grupo de los metales, materiales orgánicos como la tela, madera…, entonces, dependiendo de cada material, usas adhesivos distintos, usas solventes distintos (…), incluso el agua es considerada un solvente, la saliva es otro solvente. Antiguamente, limpiábamos con saliva: cogías el hisopo, te lo metías a la boca y limpiabas la pintura. Ahora existe la saliva artificial.
¿Qué es la conservación? La conservación consiste en salvaguardar la información de los objetos culturales o patrimoniales. Se divide en 3 temas: primero, la conservación preventiva, que es sobre todo, lo que yo me dedico a hacer en el Museo de Antioquia; me dedico a atender todas las condiciones del entorno de ese objeto para que no se deteriore. En un museo como este, y en los museos en general, ¿qué hacemos? Ver las condiciones de iluminación, de humedad, de temperatura, las condiciones de manipulación …. La conservación en general, consiste también en identificar todas las necesidades en conservación que tienen los objetos: las necesidades, la planificación, los planes y programas para atender a sus necesidades.
Usamos borradores de distintos tipos, por ejemplo, para obras en papel usamos borrador en polvo para no hacerle presión a la obra. Usamos bisturís, cepillitos, brochas. Usamos, por ejemplo, para la limpieza de papel, una serie de telas. Usamos procesos, también, cámaras de vapor, de cámaras de succión… ¿Cómo se hace el proceso de documentación?
¿Y qué es la restauración? La restauración es una restitución de valores. El aspecto estético, solo el aspecto estético, es importante porque hay obras que su función es netamente estética, y si yo identifico que hay una alteración que no me permite leer la obra en términos estéticos, ni disfrutarla visualmente, tengo que restaurarlo. Por ejemplo, tienes una pintura y en el centro hay una imagen con un rostro, y resulta que hay un hongo que se está comiendo el rostro, pero estructuralmente por detrás no está pasando nada y yo ya estoy dejando de ver la imagen. Esa imagen es información, y es información que se transmitió de manera estética, entonces yo tengo que intervenir para detener eso; y no es netamente técnico, sino que se trata de restituir valores a través de intervenir la materialidad. ¿Crees que existen límites en la restauración? Los límites dependen del entendimiento de los deseos. Cuando yo voy a restaurar un objeto, ¿qué tengo que hacer? ¿Qué debo tener en cuenta? Lo primero es tener un conocimiento profundo de ese objeto desde distintas perspectivas: yo como restauradora tengo que conocer la técnica, quién lo hizo, cómo lo hizo, cuándo lo hizo, en qué momento lo hizo, qué era importante para ese artista cuando lo hizo, en qué territorio se creó, qué importancia tiene ese objeto hoy para la gente y qué importancia tendrá mañana, porque restauramos justamente para que esos valores sean conservados.
Ilustración: Diego Díaz Reyes | Entonces, cuando hablamos de los límites, evidentemente hay límites, y eso tiene que ver con los criterios: cuando conocemos la obra sabemos qué necesidades tiene, pero yo como restauradora, puedo tener una posición distinta a otros y ahí es cuando la restauración es un asunto de argumentos. Los límites son que tú no vayas a tergiversar la información, que la mano del restaurador no exceda ni tergiverse la información que ese objeto por sí mismo transmite. Porque como es una situación de valores, yo no voy a alterar esos valores, ni la estética, ni las estructuras, ni la materia. ¿Cómo seleccionan las piezas que pasan por restauración? Hay algo muy importante, y es que en el Museo de Antioquia tenemos muchas necesidades de conservación, pero digamos que no hay una gran cantidad de objetos que estén candidatos para restaurarlos; sí los hay, por supuesto, pero ¿cómo la seleccionamos? Por el nivel de urgencia que pueda tener esa obra (…) son muchos factores que se tienen en cuenta dónde está ubicada la obra, si
@diegojkr
va a ser exhibida, si no, si el deterioro es muy alto…, por ejemplo, si tienes una obra que tiene deterioro biológico activo, entraría como candidata a restauración de primero, no solamente porque se va a deteriorar, sino que se convierte en un riesgo para el resto de la colección, entonces eso la hace perfecta de intervención. ¿Cómo hacen la conservación preventiva en el Museo? Tenemos unos aparatos que se llaman dataloggers en cada una de las salas que nos permiten medir los niveles de humedad y temperatura. Cuando estos niveles están muy altos o muy bajos, nos dicen si tenemos que hacer alguna modificación. En la sala colonial, tenemos unos cuadrados blancos: son deshumidificadores, esos aparatitos lo que hacen es chuparse la humedad. Hacemos brigadas de conservación: cada mes se hace una jornada de limpieza en todo el museo con el personal de salas para eliminar el polvo, porque, aunque creas que el polvo es inofensivo, se va acumulando y luego va a tocar intervenir las obras.
Se hace antes, durante y después. Para eso, la fotografía es fundamental. Tú cuando vas a restaurar una obra tienes no solamente que documentar la historia, sino que tienes que documentar el estado en el que te encuentras ahora; usas también gráficos de deterioros: sobre la imagen vas marcando en qué lugar hay deterioro. Existe algo que se llama colecciones colombianas, que es un programa de software en el que tú ingresas toda la documentación asociada: la identificación, medidas, técnica de elaboración, el título, el artista…, entonces pones si el estado de conservación es bueno, si está completo, observaciones, si tiene x o y detalle. Tienes que documentar qué hiciste, tomar fotos a lo que hiciste, explicar por qué lo hiciste y lo más importante antes de empezar la restauración son los criterios de intervención: tienes que saber qué le vamos a hacer a esa obra, pero sobre todo argumentar por qué, y eso tiene que estar escrito para que se entienda en el futuro. El trabajo del restaurador va más allá de salvaguardar una obra, su trabajo es conservar la cultura que a su vez conserva valores artísticos y educativos; por esto, sentí que el trabajo de Ángela debía ser difundido, porque gracias a ella el arte perdura, el artista perdura y la sociedad sigue aprendiendo de este. Los museos son la cuna de la conservación del arte, y este es un espejo de lo que ocurre en las sociedades. Conservar el arte, es conservar la cultura.
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Asociación Cultural Periódico Estudiantil Nexos Sala Colonial
SEPTIEMBRE 2021
Museo de Antioquia
FICCIÓN
El arte del pecado Mariana Arango Trujillo | marangot1@eafit.edu.co |
@mariangot_
“El infierno son los otros” Jean Paul Sartre
E
n nuestra casa el día se diferencia de la noche por una luz artificial y por el torrencial de almas morbosas fijando su mirada en nosotras. Debajo de mí se encuentra Tracy: una mujer trans con un tatuaje de un corazón al lado de su miembro peludo. Al frente está Eva, también desnuda. Una serpiente la rodea y tiene la mirada perdida. Derrotada. Somos la extensión de su vientre porque su cuerpo entronizado es el sinónimo del pecado. Nos acompañan los bramidos de un hombre siendo exorcizado en la habitación conjunta; la recreación del Exorcismo. Todos se mueven alrededor, menos nosotras. Las que habitamos en la pared. Recuerdo la vez que un hombre nos visitó. Tuvo que agacharse para poder entrar a la sala, parecía un dinosaurio. Vestía un saco negro que hacía juego con sus mocasines, tenía ojos color cartón, piel trigueña, cejas como gusano de pollo, y un trapo con resortes tapando boca y nariz. Se me acercó y vi un lunar en su oreja izquierda que antes parecía una perforación. Sacó una libreta y una pluma plateada del bolsillo. Leyó en voz baja: “Soberbia, Leonel Góngora, 1986, grabado aguatinta” y anotó mi descripción. Caminaba erguido por la sala y sus pies de jirafa hacían estruendo. Hubo un tiempo en el que teníamos como compañía un espejo dorado, pero estoy convencida de que ni viendo su reflejo por más de cien horas, ese hombre habría quedado satisfecho. Porque somos iguales: Altivez ufana que cual ave real se pavonea, / vorágine incauta del narciso. / Toneladas de ego en cada pisada, / proclaman el rito del “Yo, Yo, Yo”.
Ilustración: Julio Cesar Cabrera | Eran idénticos: es como ver a esa persona hablar consigo misma, pero con personalidades discordes. Y la mirada del tal Alfredo… en definitiva era yo. Envidia: Alfombra roja de codicia / y ojos de inseguridad. / El deseo como manía / de lo que no tiene potestad. A la semana siguiente Fernando, el acicalado, volvió a visitar las paredes rojizas de nuestra casa. Venía acompañado por una mujer corpulenta con uniforme y escarapela del Museo de Antioquia. Fue en ese momento en el que, después de Soberbia y Envidia, lo conocí.
— ¿Necesita ayuda, señor? —, le preguntó nuestra cuidadora.
— Me gustaría invertir más en la Sala Colonial: en el Purgatorio y aquí, en el Infierno.
— No la he llamado, ¿verdad? Eso significa que no. —Pasó una mano por su cabello.
— Señor Martínez, ¿es usted también el inversionista de las obras del Cielo?
Yo, en el mismo día del que habla Soberbia, vi a un hombre igual de estirado que el que acababa de salir, pero no estaba elegante: vestía una camisa negra, un jean con rotos, una cadena le atravesaba los bolsillos y llevaba unos zapatos que lo hacían crecer en centímetros. Repasó nuestros rostros e hizo tronar su cuello con un movimiento ligero.
— Así es, pero bueno, ¿qué son dos saloncitos más?
— ¿Alfredo? ¿Qué hacés acá? —, lo sobresaltó el egocéntrico cuando volvió a la sala. — ¡Fernando! Hermanito… —rio nervioso. —No sabía que estabas aquí. Yo, pues viendo arte—. Su cuello traqueó de nuevo.
Me describió. Avaricia: Carrera contrarreloj sin llegada, / bolsillos reventados de egoísmo; / tesoros sin relevancia, / acumulación del mismo silogismo.
@rudotrazo
La luz artificial se durmió durante horas y luego despertó para iluminar nuestros marcos. Con los primeros bostezos llegó una mujer de caderas anchas y cintura de alfiler. Se movía ansiosa: iba al Purgatorio y volvía. Leyó en la pared: “Prohibido comer dentro del Museo”. Sacó un buñuelo de su bolso amarillo como si le hubiesen dicho lo contrario. Nos miraba y tragaba. Otro buñuelo, devorado; tres pasteles, embutidos. La comprendí luego de diez hojaldrados. Gula: Agujero insaciable, / para unos burla, para otros culpa. / Ansiedad inexplicable, / excusa que llena de gusanos la tumba. Me pregunté a dónde se le iba toda la comida; a su estómago milimétrico no llegaba. ¡Ay, hermanas! Y es que luego de comer siguió comiendo, ¡pero no comida! Entró uno de los mastodontes al Infierno. — ¡Fernando!, ¿cómo estás, mi amor? —dijo la mujer limpiando las migas de sus comisuras. El hombre traqueó su cuello y casi que se tenía que doblar en ángulo de noventa para tenerla frente a frente. — Más que bien, ahora que te veo. — Se le acercó y estripó sus nalgas.
— A ver, cuénteme de las obras de Góngora de los pecados capitales. ¿Dónde está la Pereza?
— Renata… ¿te había dicho que una de mis fantasías es hacerlo en un museo? —Sus miradas se conectaron.
— El artista no la hizo.
— No, pero hagámosla realidad. — Se arrancaron los trapos negros de la cara e inició el principio del fin.
— ¡Ja! ¡Pero sí que la representó! — Jugó con su cabello, le entró una llamada y dijo: “Renata, cariño. Déjame hacer negocios. Te veo en casa” y colgó.
Engulleron sus lenguas en bocas ajenas, el hombre le lamió el cuello, desabotonó su camisa y chocaron contra mí. Lujuria: Infame anhelo de carna-
lidad perenne / cual Venus seduce y Platón condena. / Delirio libertino en seda entreteje, / lascivia carmesí que al alma flagela. Tronó de nuevo su cabeza y no encontré el lunar en su oreja izquierda, del que hablaba Soberbia. Entraron a la oscura habitación del Exorcismo semidesnudos. Los gritos del exorcizado competían contra los gemidos de la mujer. Pasó un tiempo y la excitación menguó. Sonó un celular y pude escuchar: “¿Qué, Fernando?, ¿cómo que ya llegaste si ya estás aquí? ¿Qué babosada es esta? ¡La madre que te parió! ¡ALFREDO! ¡¿TE HICISTE PASAR POR TU GEMELO?!”. Claro, y conmigo tenía que terminar. Fernando entró al Infierno para quedarse. “¡Maricón! ¡Ahora sí te las verás conmigo!”, le golpeó la mejilla. Comenzaron a forcejear, Renata gritaba y luego, por orden de Fernando, salió del Museo. Yo estaba en primera fila viendo la batalla de gigantes. Alfredo ya estaba lento y magullado, pero Fernando no paraba. Golpe tras golpe. Lo llevó de nuevo hacia los gritos endemoniados y dijo: “¡Tu vida era más sencilla que la mía!”. Un grito final desgarrador. Ira: Disturbio incendiario del alma, / alarido que reclama atención. / Fuego de palabras que braman / y amenazan con ser erupción. Fernando salió de la habitación con la pluma de tintes rojizos en su mano. Arrastró a su igual por el pasillo y vi la magnífica explosión abstracta que combina muy bien con las paredes. Alfredo ahora es el arte del pecado y tal vez Sartre se equivocaba. El infierno no son los otros. Somos todos.
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Asociación Cultural Periódico Estudiantil Nexos Historias para repensar
ENSAYO
SEPTIEMBRE 2021
Vestigios en el espejo María Fernanda González Molinares | mfgonzalem@eafit.edu.co |
de la realidad y que, de seguir tomando sus ideas al pie de la letra, terminaría loca como el Quijote o envuelta en una tragedia como Emma Bovary. No obstante, sabía que debía hacer algo para contener la invasión de los fantasmas.
Para la cultura china los espejos son mágicos porque tienen la cualidad de ver el alma como realmente es, sin las máscaras que usan los humanos para protegerse.
No fue fácil. Escuché las canciones populares sobre corazones rotos e intenté entender por qué tantas personas se identificaban con sus letras, cómo les ayudaban a lidiar con sus propios fantasmas; también atendí los consejos de los ancianos e interioricé el papel del tiempo y la distancia en el propósito de olvidar una vieja idea.
U
na mujer y un hombre están parados frente a un espejo antiguo en el museo más importante de Medellín. El espejo es una de las obras de arte más atractivas de la sala y ocupa un lugar en la colección permanente. Fue hecho en Colombia con inspiración francesa y es estilo Imperio, corriente artística que se desarrolló en el Primer Imperio Francés de Napoleón Bonaparte y retomó influencias clásicas para retratar el esplendor militar de la época.
Poco a poco los fantasmas se replegaron. Hasta que quedó solo uno. ***
El espejo que refleja a la joven pareja es reluciente, su dorado rompe el blanco de la pared y de la estructura rectangular en la que está soportado. Sus formas detalladas y volumétricas recuerdan la naturaleza: troncos, olas, caparazones de mar y una cabeza de búho que se erige como centro del decorado. El hombre es alto, delgado y atlético. Tiene la piel de los viajeros. Acaba de llegar de Europa y viste como si recién saliera del agua: una camiseta, una pantaloneta y un par de sandalias cafés. El olor a sal impregna sus pasos. La mujer también es alta y delgada. Es de tez morena pero pálida y tiene el cabello recogido en un rodete oscuro como el café y el chocolate. Ninguno de los dos mira a la cámara del teléfono móvil que sostiene el hombre. La mano izquierda de ella en el hombro derecho de él es el único indicio de que están juntos. Es su primera cita. *** Siempre que lo veo, me estremezco. El museo se convirtió en el símbolo de una idea y, pese a los esfuerzos, no la he podido hacer a un lado. Creo, que las ideas, como otros dones humanos, se transforman. Con nuestras experiencias, aprendizajes, emociones y sentimientos. Algunas cambian por completo, otras se modifican solo un poco y de unas cuantas es posible hacer nuevas ideas.
@mafsince99
Han pasado dos años.
Ilustración: María Isabel Díez | De la idea del amor del hombre con piel dorada y olor a mar nació la idea del museo tomado. La asociación me tomó por sorpresa mientras caminaba a casa en una noche oscura y lluviosa. Para ese momento eran pocos los lugares que permanecían inmunes a su presencia. Algunos se habían convertido en inhabitables, entre ellos el museo. En los viajes de norte a sur de la ciudad cerraba los ojos cuando el tren pasaba por la estación Parque Berrio. La fachada del Palacio de la Cultura Rafael Uribe Uribe me ponía los pelos de punta. No por su estilo gótico, sino por la visión fantasma de una yo más joven que cruzaba nerviosa la Plaza Botero camino a su primera cita, con el sujeto de su más idealista deseo. “Toda historia de amor es una historia de fantasmas” leí en un muro de la ciudad. Los nuestros se confinaron inicialmente a los espacios del museo que habitamos juntos, sus salas de exhibición, pasillos y jardines eran
@mariaisabeldiezr
los escenarios de la novela que no alcancé a escribir. Uno, dos, tres, seis, nueve, doce, quince... Con las citas se multiplicaron los fantasmas. Tomaron el museo y Medellín se llenó de ellos. Algunos inclusive ocuparon espacios que otros amores habían dejado. En ese momento no eran fantasmas, eran recuerdos, inspiración para nuevas ideas que me transmitían la sensación de estar cada vez más cerca de obtener lo que quería: el amor del hombre con piel dorada y olor a mar. Con el tiempo, la ciudad se volvió irreconocible. Fue como si no existiera antes de la idea de su amor. Pensé que como en el cuento de Julio Cortázar, mi casa había sido tomada y tendría que abandonarla. Los fantasmas me expulsaban de la vida que había construido y sus ruidos no me permitían concentrarme en nada más. Después comprendí que la literatura no es una representación exacta
La mujer de cabello oscuro como el café y el chocolate camina por una de las salas del museo. Su pelo, ahora rubio, está libremente despeinado a un lado de su rostro. Recorre sola y pensativa la sala, cada tanto mira de reojo, temerosa de su encuentro, un antiguo espejo dorado que se encuentra en el fondo. El espejo luce igual, inalterado por el paso del tiempo. En su reflejo se pueden ver algunas obras de arte y a la misma mujer de antes que se aproxima hacia él. Cuando finalmente se acerca y ve su reflejo, una lágrima solitaria recorre el camino entre su ojo derecho y mejilla. Segundos después una sonrisa se apodera de su rostro y en un movimiento casi inconsciente saca el teléfono móvil de su bolso y posa para una nueva fotografía.
Ya no soy más que yo para siempre y tú ya no serás para mí más que tú. Ya no estás en un día futuro no sabré dónde vives con quién ni si te acuerdas (Idea Vilariño)
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Asociación Cultural Periódico Estudiantil Nexos Promesas de la modernidad
SEPTIEMBRE 2021
La carne del mundo: pecadora de verdad
Nicole Rubinstein Ángel | nrubinstea@eafit.edu.co |
P
ocas veces se me ha dificultado tanto cerrar un libro después de terminarlo. No quería que La carne del mundo se terminara, no estaba lista para despedirme de Elisa y su universo de colores y pecadoras. Con lágrimas en los ojos, observé la carátula nuevamente: era una hermosa pintura en acuarela de una mujer desnuda con un velo negro como su única prenda. Estaba rodeada de flores rojas y le daba la espalda a una iglesia blanca. Tras un poco de búsqueda descubrí que esta pintura se llama La Mística y que fue pintada por Débora Arango en el año 1940. Tenía sentido que esa fuese la carátula, pues la historia de Elisa es en realidad la historia de una de las pintoras más importantes de Colombia. La carne del mundo fue escrita por Estefanía López Sálazar y publicada el 29 de julio del 2020 por la Editorial EAFIT. Con un estilo poético y descriptivo, las palabras de esta novela nos transportan a Medellín en los años treinta, nos sumergen en la vida de Débora cuando comenzaba su carrera de pintora. Aunque fue una figura famosa en el país, no muchos saben lo influyente y revolucionaria que fue esta mujer durante su vida. Hay personas que nacieron cuando no les tocaba, y esta pintora fue una de ellas. Tenía un espíritu libre y una mente demasiado avanzada para el momento en el que vivía. Débora nació en el seno de una familia pudiente, por los años en que se fundaba en Medellín la Compañía Colombiana de Tejidos (Coltejer), hacia 1907. A pesar de su privilegio, fue arduo perseguir su pasión por la pintura: era muy difícil que, por ser mujer, en ese entonces la tomaran en serio dentro de la comunidad de las bellas artes. Débora quería retratar lo que ella llamaba la carne del mundo, aspectos reales y crudos de la humanidad: el desnudo, la prostitución, la violencia, la corrupción -asuntos que para la época se consideraban impropios de una señorita. Incluso Pedro Nel Gómez, icónico muralista antioqueño quien además fue su tutor, renunció a instruirla por juzgar que le estaban dando “muchas alas”. La carne del mundo es una historia inspirada en la vida de Débora, sin embargo, Estefanía López ensambló a partir de ella un ejercicio de especulación y
de ficción. La narración es una reconstrucción literaria, sus personajes escapan de la mera biografía y son presentados con nuevos nombres. Así, la apropiación de hechos reales narrados de forma literaria y embellecidos (o deformados) por la ficción, logra conmover al lector y permite empatizar con su protagonista, sentirse cerca de ella, como si juntos padecieran su propia vida. Por otro lado, el detalle y la minucia descriptiva de la obra hizo de su lectura una experiencia increíble. No fue difícil cerrar los ojos para evocar a Elisa concentrada frente al lienzo, lista para invocar una pecadora más a través del color. Casi podemos imaginarla caminando junto a su amigo Carlos Correa y escabulléndose a los bares y salones de Medellín, disfrazada de hombre para que pudiese hacer bocetos de las diferentes escenas que veía sin que nadie la reprendiera. Sobre todo podemos sentir su frustración por vivir en una sociedad donde su género era una carga para ella. Mientras más se consolidaba la carrera de Débora (o Elisa) como pintora, más se recrudecía la discrimincación por su género. Muchas veces la tildaron de inmoral y atrevida, ella protestaba, pues si fuese hombre seguramente la llamarían revolucionaria por pintar el desnudo y la cara real de la humanidad. Incluso la intentaron excomulgar por lo que retrataba en sus cuadros, pero a Débora no le importaba. Se consideraba a sí misma una pagana porque le rendía culto al color, por pintar haría lo que fuera incluso si eso significaba el estigma y el rechazo. Tal vez es por eso que en La Mística, pintura de la carátula, la mujer le da la espalda a la iglesia. Débora se dio cuenta que aquello considerado como pecado por la sociedad es en realidad la verdadera carne del mundo, lo real. Así, decidió que “ella pintaría pecadoras, si es que el mundo insistía en llamar así a las mujeres de verdad”. Como mujer, el mensaje de este libro realmente me conmovió. Débora Arango vivió en un mundo donde su género era una especie de cadena, un obstáculo impuesto en ella por la sociedad. Aunque la lucha y la resistencia ha logrado un presente distinto, aún persiste la discriminación para las mujeres; para mi Elisa representa la frustración de que
RESEÑA
@nicole_rubinstein ser mujer todavía imponga tantas limitaciones. Débora también lo sintió y por eso se dedicó a pintar a las (auténticas) mujeres: desnudas, locas, rebeldes que rompían lo bello. Pienso en su cuadro La Procesión, exhibido permanentemente en el Museo de Antioquia, el cual corrí a ver en un intento por retener la esencia de Elisa en mi vida. Necesitaba ver esa carne del mundo con mis propios ojos. Tardé un buen rato en encontrarla. Después de preguntar y perderme varias veces, al fin la ubiqué en una de las muchas salas del museo junto con otros cuadros y hasta los planos del Edificio Coltejer. Ahí estaba La Procesión en toda su gloria y mis ojos la recorrían como con las últimas palabras de La carne del mundo, tratando de encontrarla en cada pincelazo. Débora capturó perfectamente la indignación en los ojos de un obispo, que presidía la procesión del corpus christi, al ver a una mujer besando su anillo, ni siquiera vestida para la ocasión. Pensé con una sonrisa que esa era una de las famosas pecadoras y traté de imaginarme la historia detrás de este cuadro. Justo encima del marco había una inscripción con una frase de Débora: Yo tengo un espíritu tranquilo, reposado y analítico. El fenómeno debe surgir probablemente de la interpretación emocional que me producen los demás. Debe ser -así lo creo yo que veo en todos los rostros humanos pasión y paganismo. Así es, Débora: tú también eras apasionada y pagana. Eras pecadora, pero eras una mujer de verdad, libre. Tu historia ya ocupa un lugar de honor entre mis libros y estoy más que feliz de prestarla para que todos te conozcan y te lleguen a amar como lo hice yo. Por ver el mundo como tú lo veías, creo que vale la pena pecar un poco.
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Asociación Cultural Periódico Estudiantil Nexos
SEPTIEMBRE 2021
POEMA
Óleo a Larte
Matilda Lara | matildalaraviana@gmail.com |
@matildaconaaaaa
Ilustración: Daniela Hernández |
@danielailustra