Edición 216 - Periódico Estudiantil Nexos

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C O N E C TA N D O I D E A S

EDICIÓN ESPECIAL: RÍO MEDELLÍN

EDICIÓN 216


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NOVIEMBRE 2019

ÍNDICE

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Del Ágora a las urnas Mateo Orrego López

09 Águeda Villa

Buscando a Elena

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La catedral sumergida Pablo Patiño

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La cabeza de un dios atado Miguel Correa - Laura Isabel Giraldo

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Recuerdos caudalosos, presentes turbios María Camila Gómez

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Cazando sombras en el agua Sebastián Garcés

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Al otro lado de la quebrada Silvia Natalia Rojas

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Un río terco María Antonia Ruiz

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Contracorriente Miguel Correa

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Dos de agua por una de sangre Eliana Tabares

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Bajo el agua no se escuchan los disparos Isabella Franco - Roberto Saldarriaga

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El hombre caimán Mateo Orrego López

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Historia de dos orillas Marlon Ramírez

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Encalló un pueblo en el río Juan Camilo Botín Sanabria

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Conectando ideas Asociación Cultural Periódico Estudiantil NEXOS Dirección Valentina Muriel Tamayo Gerencia Sebastián Garcés Arbeláez

Portada Ángela Ruiz angelam116@gmail.com

Edición Mariana Hoyos Acosta Juliana Londoño Miguel Ángel Correa Pablo Andrés Patiño Mateo Orrego Eliana Tabares

Águeda Villa María Camila Gómez Silvia Natalia Rojas Tomás Quintero Isabella Franco Marlon Ramírez

Diseño y montaje Pablo Agudelo @pabloagart Preprensa e impresión Casa La Patria

Desarrollo humano Andrés Carvajal María Camila Méndez María Camila Betancur Mateo Emilio Saltarén Valentina Giraldo Lina Raigoza

Edición web y redes sociales María Clara Molina Alejandro Sierra Diana María Holguín Juanita Gómez Roberto Saldarriaga Cristopher Ojeda Laura Isabel Giraldo María Fernanda González Juan Sebastián Ramírez

Mercadeo Nelly Hernández Juan Camilo Botín Laura Osorio Marialejandra Domínguez Laura Arango Juan Andrés Londoño

Santiago Ángel Valentina Jaramillo Andrea Romero Sebastián Arango Sara Gálvez

Fundado el 13 de agosto de 1987 por Jorge Restrepo, Jaime Cadavid, Claudia Patricia Mesa y Gustavo Escobar. Carrera 49 No. 7sur-50 / Bloque 29 oficina 517 EAFIT edicionnexos@gmail.com / Teléfono: 261 93 02 (574) 2619500 extensión 9302

Los artículos firmados son responsabilidad de los autores y no representan expresamente el pensamiento editorial del periódico. ISSN: 2322-74GX - Año 32 - Edición 216 - 8000 ejemplares - Medellín, Noviembre 2019-www.eafit.edu.co/nexos


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VOLVAMOS

AL RÍO Valentina Muriel Tamayo | valentinamurielt98@gmail.com

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@valentinamurielt

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esde hace siglos el agua ha sido motivo de encuentro. Grandes civilizaciones crecieron y evolucionaron gracias a los valles fértiles de grandes ríos. Estos han sido sustento de agua potable, fuente de alimento, medio de transporte, forma de comunicación, y en muchas ocasiones, espacio de encuentro entre comunidades. Son muchas las civilizaciones que aprovecharon sus aguas para cultivarse. Cosecharon, pescaron, intercambiaron mercancía y multiplicaron su abundancia. En Mesopotamia, por ejemplo, los ríos Tigris y Éufrates contribuyeron a la formación de los primeros asentamientos sedentarios de la humanidad. Fue gracias a la proximidad de sus aguas, que Mesopotamia basó su economía en la agricultura y la ganadería. Los ríos a través del tiempo han obtenido también un reconocimiento sagrado. El antiguo Egipto se desarrolló a lo largo del valle del río Nilo. Este era conocido como el “oasis entre el desierto”, como un regalo de los dioses, ya que el antiguo Egipto estaba situado en un desierto estéril en donde el único lugar de cosecha, cultivo y siembra, eran las orillas de este río en donde los egipcios situaban cada año tierra fértil para la agricultura. En algún momento las civilizaciones tendían a acercarse al río. En China, el río Amarillo o río Huanghe, fue responsable del crecimiento de esta población. Las zonas que se encontraban cerca al río Amarillo eran las más fértiles y las más apropiadas para la vida. Fue entonces en sus alrededores y en sus orillas que se fundaron los pueblos y ciudades más poderosas. Este río además, hasta el día de hoy sigue creando nuevas tierras. Debido a sus movimientos, cada año alarga la China continental hacia el mar de Bohai, ampliando su territorio decenas de kilómetros cuadrados ¿sería un gran país China sin su río? Antes de dormir, a mi abuela le contaban cuentos en los que el río Medellín era habitable. Historias de hombres que volvían tres largas jornadas con peces en mano después de haber navegado por sus aguas. Familias reunidas y olores agradables. Le pregunté a mi abuela entonces cómo se soñaba ese río que su mamá le relataba, a lo que ella me respondió: -Me gustaría que existiría un río. Luego podemos ver el resto. Carrasquilla, en 1919, describió al río como un “agua sin nombre, ribera ignorada, río silencioso”, y después de un siglo, las palabras del escritor son vigentes. Nos hemos olvidado del río. A diferencia de las grandes civilizaciones, en Medellín preferimos alejarnos de él, huir de sus afluentes y desplazarnos para la otra parte de la ciudad en donde el raudal no pueda tocarnos. Tendemos a alejarnos del río y de todo lo que hay en él: la basura que nosotros mismos arrojamos y los olores que esta desprende. Esta edición es especial. Decidimos darle voz al río. En estas páginas cada lector se encontrará con

Ilustración: Valentina Rodríguez varodriguezfe@gmail.com el mundo del río Medellín, recorrerá desde el nacimiento hasta la desembocadura, conocerán sus muertos y también la vida que en él habita. Leerán sobre su historia, la transformación de sus curvas, su moldeamiento y cómo lo hemos apagado. También, relataremos su importancia y la necesidad de que vuelva a ser para el medellinense, como precisó Carrasquilla, un consuelo en sus quebrantos. El río es parte de nosotros. Es la columna vertebral de la ciudad y es costeado por el mayor medio de transporte que tenemos. Sobre sus cuestas fueron construidas grandes arquitecturas, como el Teatro Metropolitano, Plaza Mayor, La Macarena y la Universidad de Antioquía. Estuvo en la niñez de mi bisabuela y en las historias que le narraba a su hija cada noche. Medellín creció en las riberas de este cauce fluvial, y alrededor de este, se desarrolló como una gran ciudad.

Recordemos al río, conozcamos sobre este y en él, reconozcamos a la Medellín de hoy. Esa a la que le hace falta volver al río, apoyar cada uno de los proyectos que buscan devolverle la vida y descontaminar cada una de sus corrientes. Devolvámosle al río, como escribió Carrasquilla, su poesía y hermosura, “que por mucho que te dañen la simetría y el confort urbanizadores, nunca podrán avasallar del todo el desgaire armonioso de tu gentil naturaleza”.


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Del Ágora a las urnas “Somos nosotros mismos los que deliberamos y decidimos, conforme a derecho, sobre la cosa pública; pues no creemos que lo que perjudica a la acción sea el debate, sino precisamente el no dejarse instruir por la discusión antes de llevar a cabo lo que hay que hacer”. El discurso fúnebre de Pericles, Tucídides

Mateo Orrego López |

morrego7@eafit.edu.co

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@mateo.orrego

E

n el centro de Atenas, atravesado por la vía principal, se encuentra el lugar que, dos mil años atrás, sería el punto de encuentro de la vida política, comercial y social de la antigua ciudad, el Ágora. El cruce de los caminos que conducían hacia la puerta Dípilon, la Acrópolis y el puerto Pireo fue el lugar en el que los atenienses dieron a luz algunas de las ideas más importantes para el pensamiento occidental, como la idea de la democracia.

respeto por la diferencia frente a las diferentes posturas políticas. De esta manera, la participación de los jóvenes estudiantes en la organización y el desarrollo de estos debates puede dar cuenta de un interés por generar un cambio en esa popular costumbre colombiana de votar desinformados y fuertemente influenciados por las mediáticas campañas que han caracterizado las últimas elecciones. Sin embargo, Alejandro Jiménez, uno de los representantes estudiantiles del programa de Ciencias Políticas de la Universidad EAFIT, dice frente a la participación de los jóvenes que: “solamente una cuota de jóvenes no constituye un cambio, pues puede ocurrir que estos no tengan un pensamiento que reivindique la transformación, sino que, por el contrario, sea una juventud muy conservadora; sin embargo, es importante la renovación de estas ideas que se da a través de la juventud contemporánea, pues es una juventud que condensa mucha diversidad y también muchas resistencias.” Es en este sentido que para él siempre será valiosa la participación de las nuevas generaciones.

Hacia el 430 a.C., un año después de que hubiera empezado la guerra del Peloponeso, —conflicto en el que se enfrentaron dos facciones, una liderada por Atenas y la otra por Esparta— Pericles, general ateniense, pronunció en el Ágora, según era su costumbre, el discurso en memoria de aquellos que dieron la vida por defender la ciudad. A lo largo de este discurso, Pericles muestra su visión idealizada de la democracia ateniense y resalta la importancia de que los ciudadanos, tanto los jóvenes como los viejos, se formen en el ejercicio público de la política, para que de esta manera puedan aportar a la construcción y la defensa de Atenas, que es el legado que dejaron todos sus antepasados y por el que cientos murieron en la guerra. Más de dos mil años después, y motivada, tal vez, por esa antigua idea de la que habla Pericles, en la que todos los ciudadanos de la polis son los responsables de las decisiones que se toman, la Universidad EAFIT, en alianza con otras entidades de la ciudad, creó la campaña #EAFITalÁgora, una estrategia pedagógica que busca crear espacios de participación y educación política dentro de la institución durante esta época electoral. Así, en el marco de esta estrategia, convocando a todos los ciudadanos como si de Atenas se tratara, tuvieron lugar cuatro debates previos a la fecha de las elecciones; el primero de ellos contó con la participación de ocho de los candidatos a la Asamblea de Antioquia; el segundo, con nueve al Concejo de Medellín; el tercero; con los siete candidatos a la Alcaldía de Medellín; y el cuarto, con los ocho a la Gobernación de Antioquia. En estos debates, según afirmó para la página de la Universidad Adriana Ramírez Baracaldo, jefe del pregrado en Ciencias Políticas de Eafit, “se deja claro el conocimiento que los candidatos tienen del quehacer de lo público, el alcance y las limitaciones de su accionar y, en ese sentido, sir-

ve de conocimiento del ciudadano común para medir las expectativas al momento de definir su voto. Lo de hoy es una buena reflexión planteada también por muchos de los aspirantes acerca de cuál es el verdadero alcance, no de lo que hace el candidato, sino de sus propuestas”. Pareciera que, en Adriana resonaran los ecos del discurso de Pericles, quien decía que “cualquiera que se distinga en algún aspecto puede acceder a los cargos públicos, pues se lo elige más por sus méritos que por su categoría social”. Sin embargo, una cosa es lo que se diga desde la academia y lo que se pronuncia en el Ágora y otra muy distinta lo que se evidencia en las urnas.

Ahora bien, la organización de estos eventos se ha dado gracias al trabajo tanto de docentes como de estudiantes de la Universidad —ciudadanos jóvenes y viejos— interesados en generar una conciencia ciudadana desde la institución. Laura Gallego Moscoso, jefe del Centro de Análisis Político de EAFIT y quien fue una de las moderadoras en el debate con los candidatos a la Gobernación, también comentó: “Es importante resaltar el hecho de que haya sido un debate organizado por estudiantes en conjunto con nuestros profesores y nuestra comunidad académica, con ejes temáticos que interesan a la Universidad”. Para ella, la creación de este tipo de espacios es un esfuerzo por reconocer la pluralidad y el

Por otra parte, aunque la creación de proyectos como #EAFITalÁgora constituyen una valiosa herramienta de formación, para algunos estudiantes es todavía necesaria la existencia de más espacios como este, y es por eso que desde algunos estudiantes del pregrado en Ciencias Políticas nace una iniciativa llamada “Democracia en la U”, que busca estudiar el contexto, las implicaciones, los beneficios o las consecuencias sociales de una u otra acción política y desde ahí convocar al debate. Alejandro, quien también hace parte de este proyecto, dice que surge teniendo en cuenta que “las aulas son el primer espacio de la democracia. La configuración epistemológica de los espacios universitarios tiene que estar atravesada por los elementos de compromiso: el compromiso con lo que está pasando, pues de rejas para afuera pasan un montón de cosas, la gente no está bien y no se puede ser ajeno a esa realidad”. Es verdad que Medellín no es el duplicado de la antigua Atenas, ni EAFIT del modelo de Ágora griega; sin embargo, esos espacios creados por los ciudadanos para generar conciencia y educar en el ejercicio de la política se hacen cada vez más necesarios en una sociedad en la que abundan las campañas de desinformación y desprestigio que han tenido tanto éxito en los últimos años.


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LA CABEZA DE UN

El río Medellín nace en el Alto de San Miguel en el municipio de Caldas. Los primeros 5 kilómetros están protegidos por una reserva forestal y el agua que fluye en la zona es potable y cristalina. Nuestro viaje transcurrió desde la juventud del río que permanece puro como un niño hasta que se encuentra con la corrupción de la civilización.

Miguel Correa | mcorre27@eafit.edu.co | Laura Isabel Giraldo | lgiral75@eafit.edu.co |

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ara tener un río se necesitan montañas, árboles, lluvia y zonas planas que recojan el agua en una cuenca. Los afluentes se deben precipitar por sinuosas curvas para respirar de tanto en tanto. En la parte menos esperada, casi al final del infinito, sus cabezas se encuentran y delinean un camino tan nuevo como antiguo. ¿De dónde sale tanta agua que inicialmente brota como gotas de monte? Es un grifo que parece nunca cerrarse. Así nace el río Aburrá, un acontecimiento tan delicado como llamativo donde las quebradas Santa Isabel y La Vieja mueren en una fluvial danza y forman una corriente que transcurre unos 106 kilómetros hasta el río Porce. En la mitología griega, los ríos eran deidades que lucían coronas con la vegetación de la zona por donde discurrían. Eran poderosos hijos del océano y se les temía tanto que se les debía pedir permiso para cruzarlo. Nuestro río es como uno de esos dioses, un infante que porta una corona de altos yarumos y pinos que brotan de grandes hojas en forma de corazón. Cientos de mariposas revolotean por su cabeza y tigrillos, ocelotes y pumas se alimentan de la riqueza de su espesura. Los dos estábamos en la corona y con los pies mojados presenciamos su perpetuo nacimiento luego de una caminata desde el asentamiento humano más cercano. En 1992 el Instituto Mi Río, entidad pública descentralizada de la época encargada de la protección del afluente, compró los predios de San Miguel y logró que la zona fuera protegida de las manos destructoras humanas. Antes de la compra, el territorio era en su mayoría potreros, pero gracias a la intervención del instituto, el ecosistema creció de nuevo en la zona debido a los polinizadores y los esparcidores de semillas (insectos, aves y mamíferos). En 2009, la Alcaldía de Medellín adquirió unas 814 hectáreas cedidas por el Instituto Mi Río, cerrado en 2001, para que el bosque siguiera creciendo. El Alto de San Miguel queda a una hora a pie desde la vereda La Clara, gran parte de esta zona es propiedad privada, sin embargo, se puede acceder a los terrenos cercanos a la orilla. La única parte donde no podemos acceder libremente es precisamente la que pertenece a la Alcaldía. Para entrar a ella se necesita un permiso especial pues allí conviven una gran cantidad de especies: se registraron 281 especies de aves, 570 de árboles, 54 mamíferos, 160 especies de mariposas y las quebradas cobijan a 7 especies de peces. Es paradójico saber que la recuperación del bosque fue producida precisamente por individuos que prohibieron que otros accedieran a la zona. La vegetación atendió al llanto del río que recuperó poco a poco su corona en la llanura aluvial, donde apenas su lecho mayor se erige. En nuestro camino con la corriente, los árboles son altos pero aún tienen esbozos de juventud al igual que el río. Nacen de ellos la fruta voluptuosa. Los exóticos insectos y las aves recorren la planicie en ondulación cerca de los meandros. ***

@macs1115 @laura5997

Bajamos en dirección a la Clara, la vereda más cercana, a unos cinco kilómetros del nacimiento. Según la Red de Monitoreo de la Calidad del Río Aburrá-Medellín (RED-RÍO) este tramo representa el 5.3% de todo el río que está calificado con una buena calidad del agua. A pesar de ello, a lo largo de todo el camino, encontramos envolturas de alimentos y botellas de plástico. Debido a que estábamos a unos 2030 metros sobre el nivel del mar, las precipitaciones son el doble que en la ciudad, así que no fue raro cuando la lluvia llegó a nosotros. Las gotas cayeron con fuerza y los truenos retumbaron en el cielo gris. Aumentamos el ritmo hasta que divisamos una casa blanca donde logramos refugiarnos. Afortunadamente en la finca vivían dos mayordomos que vendían aguapanela hecha en fogón de leña con quesito campesino fresco. Pedimos dos, calentamos nuestras manos y esperamos a que cesara el aguacero. Aquella era una de las tres casas del área que le pertenecen a Leocadio Correa, dueño de varios bosques en conservación como también de una extensa zona ganadera. Este terreno es la declarada reserva forestal protectora que abarca 1622 hectáreas junto con las tierras del municipio de Medellín y de la empresa maderera Cipreses de Colombia. La reserva alberga un 16% de biodiversidad del país. Las aguapanelas se demoraron un rato y las bebimos deprisa, ambos estábamos mojados de pies a cabeza y tiritábamos de frío. El clima era fiero pero el río bailó con más vigor por la planicie, se levantó la neblina entre las montañas y la fuerza del torrente incrementó, sin saber que a unos dos kilómetros su poder se perdería con la primera cadena. Los humanos aún le temen pero dejaron de pedirle permiso: construyeron unas cascadas artificiales que canalizan el río e impiden su desbordamiento y así mismo son un atractivo turístico, cumplen la función que hacían los meandros de mermar la velocidad de las aguas y otorgar oxígeno al río. Sin embargo, no dejan que los peces, que bajan de aventura, puedan nadar contracorriente para desovar. El raudal pierde su vida, pierde sus animales, pierde su virginidad. La lluvia aminoró su intensidad y descendimos un considerable trecho por varios potreros. Nuestros pies estaban tan helados que cuando nos mojamos al atravesar el río en dos ocasiones el agua se sentía tibia. Finalmente llegamos a las cascadas de la vereda La Clara. La vereda está a unos cinco kilómetros del municipio de Caldas. Por una carretera destapada llegamos al paradero de buses, allí había una cancha con unas niñas jugando fútbol bajo la lluvia, un restaurante que vendía fritos, un bar con la emisora Olímpica de fondo y en la mitad estaba la sede comunal La Clara, una casa verde. Pese a que la vereda pertenece a Caldas, en la Casa Verde trabajan personas de la Alcaldía de Medellín, que realizan varios proyectos con la comunidad. Entre ellos está Camilo Molina, uno de los principales promotores de las labores de sensibilización que nos

Ilustración: Laura Isabel Giraldo | lgiral75@eafit.edu.co contó sobre las actividades que realizan en la vereda: “Hacemos campañas de recogida de basuras, manufacturamos todo tipo de objetos con materiales reciclados y, regularmente, proyectamos películas con temática ambiental para los habitantes”. Debido a que es el primer asentamiento humano en el recorrido del río, la contaminación en el agua comienza a evidenciarse más. La Alcaldía tiene especial interés por preservar la zona y las personas que viven allí que se benefician del río son las principales responsables para su cuidado. Camilo nos reveló que desde hace 6 años existe un acueducto al final de la vereda para recoger aguas negras y tratarlas, sin embargo, no se encuentra en funcionamiento por unas fallas que presentó hace un año. “Desde entonces no ha estado operando, por ahora lo que podemos hacer por el río es cuidar la zona alta, que es la que más naturaleza presenta y aquí, en la vereda, el trabajo con los ciudadanos ha dado muchos fru-

tos”. Nos narró cómo los más pequeños acudían periódicamente para limpiar el río y los vecinos son más conscientes a la hora de arrojar residuos en el agua. Esperamos un rato el colectivo para Caldas. Abordamos uno que era blanco y chiquito, tenía pocos amortiguadores en las llantas de tanto pasar por las rutas semi pavimentadas. Una vez emprendimos nuestro viaje al municipio, el río se podía ver entre los tramos a través de las montañas. Ya solo era una parte sucia, grande y turbia del paisaje. No pensamos que había algo más allá de él que no fuera eso: una decoración, una omisión, una nada. Ahora no era un dios desbordado de curvas generando la ilusión de una espalda fracturada sino uno que olvidó su corona verde llena de yarumos, pinos y plantas anfibias. A través de esa ventana de ese colectivo deseamos tener un río. Fin


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AL OTRO LADO DE LA QUEBRADA Silvia Natalia Rojas Castro

| snrojacs@eafit.edu.co

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@natalia.rojasc

Medellín no se divide solo entre su límite con Bello y Envigado, dentro de la ciudad existen fronteras que separan y unen a las diferentes comunidades y barrios, estas llegan desde las montañas para deleitarse en las aceras de la ciudad. Así, con un paso fino y turbio, marchan las quebradas.

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a belleza de un árbol no se simplifica en la robustez de su tronco o el color de sus hojas, sino en los brazos que tiene por ramas, estas que además de aumentar su altura conectan los fragmentos y retazos en un solo ente. La extraordinaria naturaleza repite esta obra de muchas maneras, y así como las ramas nutren la complejidad de esta planta, las quebradas alimentan la existencia de los ríos que adornan y recorren la ciudad. Esbozando desde el vehemente recorrido de una vía principal hasta el más retirado límite de una cuadra, esos que juntos logran agrupar a toda una comunidad. Asentarse alrededor del río no ha sido el único proceso que ha logrado definir la cultura y tradición de las personas que se reúnen para construir ciudades a gran escala. Y así como ha servido para agrupar citadinos que laboran diariamente alrededor de él, también ayuda a resaltar la división socio-cultural que se puede generar según el lugar donde estos residen. Por eso, los mismos cohabitantes pueden percibir las diferencias entre ellos a partir de la zona en la que desempeñan su vida cotidiana. En este caso no son ríos los que ayudan a delimitar esas diferencias, sino sus brazos que se abren a lo largo de la superficie de la ciudad. El raudal en el que surge ese encuentro entre hombres, de forma casi camuflada, construye las fronteras entre los distintos tipos de poblaciones en la ciudad, cada una con variedad de gustos, ritos y creencias. Medellín cuenta con 4.217 fuentes hídricas a lo largo de su territorio, los habitantes suelen mencionar nombres particulares como La Hueso, La Guayabala, La Iguaná, Doña María, La Picacha, La García, Santa Elena y La Presidenta. Estas se encargan de responder a las diferentes dinámicas barriales; mientras a La Hueso la adornan grafitis en la comuna 13, La Iguaná rodea El Volador y La Presidenta cada domingo acompaña el sustento de pequeños campesinos, muy madrugados, aprovechan la ciclovía para ofrecer sus productos. Carlos Gardel, el argentino que enamoró a los medellinenses con su tango, suena alrededor de las quebradas La Honda y El Remolino. Esa música porteña que acompaña las orillas de sus cauces, es reproducida en algunos de los negocios o cafés de la zona. Estos mismos que tienen las

paredes atestadas con retratos de otros cantores como Podesta, Iriarte, Martel y Jorge Ortiz. No obstante, unas cuadras abajo de El Remolino se organiza hoy en día el Festival Manrique Rueda La Salsa, que espera tener artistas como Fruko y Zafarrancho para fortalecer la identidad sonora y salsera del barrio nororiental. Sin excepción y después de unos excesivos días de trabajo, cada fin de semana se reúnen en sus recintos un amplio número de personas a quienes no les cae mal un poco de golf, piscina y buena comida. El Club El Rodeo desde sus inicios fue planeado como la zona en la cual un grupo de señores vinculados a una élite social estrecha deseaban practicar golf. Escogieron, en ese entonces, una finca ubicada en el paraje Guayabal al costado del campo de aviación de Medellín. En ese momento lo único que tenía a su alrededor era un cordón en forma de quebrada, llamada La Guayabala, que encerraba los límites del terreno con otro espacio aún indeterminado. Conforme la ciudad fue creciendo urbanísticamente, los nuevos habitantes empezaron a construir sus hogares en áreas no tan lejanas al centro de la ciudad, uno de estos barrios cogió el nombre de El Rincón, cuyas casas hechas con materiales poco resistentes fueron levantándose en el ala occidental del club separados únicamente por la quebrada. Las dinámicas que se viven en ambos lados del afluente muestran las implicaciones sociales que tiene una frontera imaginaria. Mientras en la mañana del domingo, en su casa, Laura de 15 años le prepara el almuerzo a sus cuatro hermanos, Mateo, de su misma edad, prepara sus piernas para clase natación. La relación entre ambos no es más que las seis cuadras que los separan. Desde Las Nieves hasta Conquistadores, estrepitosa, baja como un rayo La Picacha. Su corriente adorna los hogares de innumerables familias y acompaña el aprendizaje de estudiantes de la Universidad de Medellín. La intervención que le hizo la Alcaldía

Ilustración: : María Paulina Cuadros | paulicuadrosq@gmail.com ha logrado canalizar su ruta para evitar los riesgos de inundaciones y otros desastres, el ingeniero Jefferson Gómez menciona la buena recepción que muestran los habitantes del sector que buscan el beneficio de toda la comunidad. “Han contribuido con el trabajo que hemos venido realizando siempre atentos a participar y generar ideas para el bienestar de todos”, agregó. Esto, porque no solo la quebrada separa sus hogares, sino que incentiva la cooperación de las personas que habitan alrededor de ella, pues al fin y al cabo todos disfrutan trotar, sacar sus mascotas e, incluso, chismosear con los vecinos. Y así como han servido para el disfrute colectivo a lo largo de su cauce, las quebradas también pueden separar los pasatiempos de las personas. “Que no falte la polita fría después de ocho horas camellando”, dice Cristian cuando sale del trabajo en el San Fernando Plaza, lo único que tiene que hacer para encontrar una increíble variedad de opciones y cambiar de chip es caminar diez minutos en dirección norte pasando por la hoy

restaurada quebrada La Presidenta. Como él, trabajadores administrativos de bancos y oficinas, aprovechan la cercanía entre sus lugares de trabajo y zonas de ocio cada vez que pueden. Así se aparta el espacio de esfuerzo y estrés del área placentera en la cual cambia el comportamiento y función de las personas. Si bien los protagonistas en las historias suelen ser las personas, es importante reconocer la existencia de otros elementos que, además de componer el paisaje, dan guía a los hechos que suceden en él. Una ciudad rica en sujetos y costumbres alberga una variedad de quebradas que cuando descienden de las altas montañas hasta los cascos urbanos, buscan mezclarse con las personas y sus rutinas diarias. Cada evento alrededor de una fuente hídrica narra los padecimientos y define el carácter de la gente a su alrededor. Y así como estos ojos de agua separan a la ciudad y a los habitantes según sus modos de vida, gustos y tradiciones, así mismo reúne comunidades que se regocijan y trabajan por la zona donde transita su sutil y penetrante corriente.


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Dos de agua por

una de sangre

El Limpiador de la ciudad anda impune y nadie lo puede castigar. Eliana Tabares | etabares96@gmail.com |

@elianatabares

E

l proceso de limpieza de una escena del crimen comienza con la eliminación de materiales con riesgo biológico como uñas, dientes, pedazos de carne y huesos que puedan estar a simple vista o perdidos debajo de una mesa, una cama o una estantería. Después, el profesional de limpieza se encarga de quitar las manchas de sangre que hayan quedado en las superficies, a veces deben levantar porciones del piso porque esta se filtra por sus ranuras. Finalmente, lo aspira y aplica un removedor de olores de menta para que no quede rastro del olor a carne putrefacta y descompuesta que deja a su paso la muerte. En España, un buen servicio oscila entre los 2.500 y 7.000 euros, dependiendo del crimen. Medellín, desde el siglo XIX ha tenido su propio agente para la limpieza de crímenes que se han perpetrado hasta la actualidad. Durante el gobierno de Enrique Olaya Herrera, cuando ser prostituta era un pecado para los paisas, a Roxana, de 30 años, una noche la llevaron hasta el Puente Guayaquil en donde la torturaron hasta provocarle la muerte. Instantes después comenzaba el trabajo de El Limpiador, quien, a diferencia de los europeos, no cobra por su trabajo. Los limpiadores convencionales llegan a la escena del crimen con trajes aislantes con capucha, protección ocular y respirador para evitar contagios. Con trapos, guantes y esponjas dejan el lugar como si nada hubiera pasado. Emplean bactericidas y germicidas para prevenir malos olores y eliminar cualquier residuo que pueda causarle daño a quienes sigan habitando el lugar. Sin embargo, El Limpiador de Medellín trabaja diferente, no se cubre, su principal herramienta son las piedras y palos que encuentra a su paso, no utiliza amoniaco o insumos químicos para eliminar las huellas y los olores, sino que emplea millones de bacterias, virus y parásitos para dejar el cuerpo sin rastro de su agresor. Años más tarde, las prostitutas ya no eran las malas, pero sí lo eran los hombres que visitaban estos antros de perversión. Llegada cierta hora, entraba la policía a dichos lugares para sacar a los que se encontraran allí; y, sin importar cuánta ropa tenían, los llevaban hasta el mismo punto donde años atrás torturaron a Roxana. Allí se encontraban con El Limpiador de la escena, que los esperaba paciente para encargarse de dejar todo en perfecto orden. Con la llegada del narcotráfico, el trabajo se intensificó y El Limpiador tuvo que dedicarse exclusivamente a la limpieza: donde antes se lavaba ropa, ahora se lavaban cadáveres. Le entregaban personas amarradas de brazos y piernas, y cuando llegaba la policía a inspeccionar los cuerpos, cualquier rastro de sus agresores se había desvanecido con eficacia.

Ilustración: Carolina Jaramillo Castaño | carito71296@hotmail.com En 2012, Semana reportó que durante los primeros cuatro meses del año se popularizaron los servicios de El Limpiador entre los homicidas. Uno de sus trabajos más reconocidos fue el caso de Johana Muñoz, a quien encontraron flotando con 73 heridas de arma corto punzante distribuidas por todo el cuerpo en la madrugada del 12 de enero de ese mismo año. 17 días antes salió de su casa para visitar a una amiga, pero no regresó. Las autoridades tenían la teoría de que fue un crimen pasional por la sevicia de los hechos. Pero gracias a él, a la fecha, no se ha podido determinar quién fue el asesino de esta estudiante de 22 años. Uno de los últimos casos que tuvo que atender fue el 17 de enero de este año. En horas de la mañana la línea 123 recibió una llamada donde informaba que habían visto el cadáver de un joven desnudo zona norte de la ciudad. Al lugar llegaron miembros de la policía, el CTI y los bomberos, quienes con cuerdas intentaron sacarlo de las corrientes. Mientras tanto, los transeúntes se agolpaban para ver lo que pasaba, pero lo único que lograron observar eran los nombres de Noralba, Rafael y Victor, tatuados el cuerpo. Al realizar la inspección del cadáver,

las autoridades no lograron identificar las causas de la muerte ni su ejecutor, El Limpiador había dejado la escena limpia de culpables. Alrededor del mundo también hay limpiadores como el de nuestra ciudad. Pero este no es su único oficio. Como el río Guadalquivir, en España, que a lo largo de la historia ha limpiado diferentes homicidios, durante la época de la colonia sirvió como puerto para la llegada de los barcos cargados con metales preciosos, perlas y demás insumos provenientes de las Américas. Actualmente, atrae turistas que lo navegan, es escala de cruceros y sirve de canal para exportaciones e importaciones. Oficios similares tienen otros ríos como el Misisipi en Estados Unidos, el Támesis en Inglaterra, el Nilo en África y el Rin en Alemania. Sin embargo, el único oficio de nuestro río es limpiar escenas del crimes. Hace tiempo, tenía oficios más honrados: lavaba ropa, albergaba peces y ofrecía siempre una cara linda a la ciudad. Desgraciadamente se ha convertido en un criminal muy efectivo, El Limpiador de Medellín es la mejor opción para que los delincuentes siempre encuentren agua para lavarse las manos.


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HISTORIA DE DOS ORILLAS Marlon Ramírez | mramirezb@eafit.edu.co |

@m.arb0

Era la construcción más ambiciosa de la ciudad: estaba en el barrio rico, estaba en el barrio pobre; era de todos y no era de nadie; unía y dividía. La intención de conectar —personas, culturas y tierras— se materializa con los puentes.

Ilustración: David Flórez simernio@gmail.com

M

edellín, en el siglo XIX, no estaba tan poblado como ahora, era impensable que tantas personas habitaran en la ciudad. En esa época la población no pasaba de unos miles de habitantes; ahora, después de menos de dos siglos, se habla de millones. Pero que fuera pequeña en número de habitantes no significaba que ellos quisieran conectarse o unirse entre sí; más bien, querían dejar en claro que los ricos y los pobres, en esa época, debían vivir unos lejos de los otros. En 1878 nació el puente Guayaquil, cuando el alemán Enrique Haeusler y el inglés Tyrrell Moore notaron la carencia de puentes que pasaban sobre el río Medellín y todas la implicaciones sociales, culturales y económicas que tenía ese hecho. Fue así como pensaron en construir un puente que uniera al Poblado con el Cerro Nutibara y que le permitiera a la gente cruzar entre la zona urbana e industrial de la ciudad. Es sabido que los ríos se pueden entender como fronteras naturales o como medios de comunicación. Medellín es de las que pensaba al río como una frontera imaginaria porque existía una notable rivalidad social entre los que habitaban al otro lado. Allá donde la gente

no es como acá, hacen cosas que nosotros no hacemos y hablan con palabras que sí conozco pero que no puedo admitir porque las aprendí de alguien que vive cruzando el puente que parece infinito, pero que apenas tiene 100 pasos cortitos. No mucho tiempo después de la construcción del puente, se construyó una cantina —aprovechando, claro, que la zona era muy transitada e iba a generar buena platica—, de manera que los jóvenes y los adultos trabajadores, cansados y con sed de guaro, pasaban y se tomaban sus tragos. La cantina ya no existe, pero aún es mencionada cuando se habla de la historia del puente porque en ella nace su nombre. A uno de los muchos e incontables hombres que iban a ese bar, se le ocurrió un nombre para el puente, porque no sólo la gente importante puede nombrar construcciones, sino que cualquiera puede hacerlo, eso sí, si los demás están de acuerdo. El nombre propuesto fue Guayaquil —la teoría más aceptada es que fue en honor a la ciudad ubicada en Ecuador que lleva el mismo nombre, ya que el clima allí es relativamente parecido—. Así que desde el barrio se le empezó a decir así y ahora, después de tantos años, aún lo conserva. Y lo más seguro es que así se quede.

Ahora es reconocido sólo por ser el puente en pie más antiguo de la ciudad, las personas olvidaron las historias que cada ladrillo en él aún recuerda. Cuentan por ahí que, en el año 1909, cuando se abolió la pena de muerte en Colombia, este puente fue testigo mudo de la última ejecución —también cuentan que fue a un vándalo que agredía a su esposa, pero son sólo rumores—. Fue construido en materiales comunes de la época: argamasa, cal y ladrillo, y para sorpresa de algunos, sangre de vaca. Y ha soportado, durante más de un siglo, al imponente río Medellín que constantemente amenazó con derrumbarlo.

las fronteras físicas, imaginarias e invisibles, podemos hacer parte de la misma cultura de la que tanto se alardea en los medios de comunicación.

No solo su historia, también la estructura del puente merece que uno se detenga a observarlo: cuatro arcos inferiores que forman dos emes que nos recuerdan a las iniciales del Metro de Medellín que pasa a su lado; en sus extremos lo decoran dos líneas de árboles que vienen desde la estación Estrella y que continúan hasta la estación Madera; el resplandor del sol que lo ilumina tan fuerte que hace que sus cuatro arcos infeEl 18 de octubre de 1996 la Alcaldía riores parezcan túneles cuando se de Medellín junto con la Fundación posa, en el agua, una sombra que la Ferrocarril de Antioquia hicieron cubre a lo largo de tres metros. una restauración de este patrimonio arquitectónico y monumento histó- Después de casi dos siglos, el puenrico de la ciudad, respetando la es- te aún espera que la gente vuelva tructura original, con la intención a él, que lo vuelvan a hacer sentir de que volviera a ser lo que un día vivo, que le recuerden el porqué de fue, o bueno, sólo una parte; querían su construcción y que no se limiten evitar a toda costa que volviera a sólo a observarlo por la ventana del ser un escenario de tantas muertes, Metro o del carro. Si lo comparay que fuera mejor un sitio para estar mos con El viejo y el mar, este lugar en familia. Más adelante, en 2006, sería algo así como el viejo puente los alumbrados navideños sobre el y el río; y sólo el tiempo decidirá río Medellín desde el puente Guaya- quién ganará la batalla que al final quil lograron unir exitosamente a las tumbará al puente, si la corriente personas de las trece comunas de la del río o la gente corriente que lo ciudad para demostrar que, aun con mandó al olvido.


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Buscando

a Elena Águeda Villa | avillag@eafit.edu.co |

@aguedavillag

La quebrada Santa Elena servía de eje y referente en Medellín durante los años veinte, pues atravesaba la ciudad de oriente a occidente y era un lugar significativo de recreo y economía para sus habitantes. A falta de acueducto y por problemas de contaminación, fue cubierta entre 1930 y 1940. Hoy continúa su curso debajo de la avenida La Playa y desemboca en el río Medellín a la altura de La Minorista.

D

esde su cubrimiento en las décadas de 1930 y 1940, muy pocos saben que la quebrada Santa Elena existe, que tiene numerosos afluentes y que cumple un papel fundamental en el abastecimiento de algunos acueductos de la parte alta de Medellín. Nace en el Altiplano de Oriente, conocido hoy como Rionegro y pasa por sectores como Buenos Aires, Villa Hermosa y La Candelaria, desembocando en la quebrada la Iguaná y finalizando su recorrido en el río Medellín.

Esa quebrada, tan querida en su infancia, se convirtió en el eje de su curiosidad. Al realizar el documental con su compañera María Cecilia Restrepo pudo conocer a muchos que, como él, también querían saber más de la quebrada. Terminaron recorriéndola a pie: entraron al túnel con ayuda de varias personas que la conocían mejor y utilizaron toda la protección posible. Al mismo tiempo, sobre la Avenida La Playa, alguien más guiaba su camino levantando las tapas del alcantarillado para permitir así que la quebrada respirara, impidiendo que estos nuevos intrusos se ahogaran con los gases y el mal olor. Hubo tramos con mayor caudal que otros, recibieron de sorpresa los desechos de algunos tubos, vieron a su paso basura y roedores y terminaron en la sala de urgencias; esos fueron algunos de los sacrificios que Juan Miguel y sus amigos tuvieron que hacer para vivir la quebrada de cerca y motivarse a recuperarla.

En los años veinte dividía la ciudad de oriente a occidente y le daba aire y vida al entorno. Medellín, en pleno proceso de crecimiento, contaba con dos sectores a los que sus habitantes se referían como Quebrada Arriba y Quebrada Abajo, tomando la quebrada como un referente de ubicación que funcionaba como un eje determinante en el proceso de población de la ciudad. Desde su nacimiento hasta su llegada a la ciudad, la quebrada estaba atravesada por pocos puentes que comunicaban a los habitantes de ambos lados y era utilizada al principio como lugar de recreo. Canalizar la quebrada Santa Elena para rectificar su cauce fue una labor asociada con el progreso ya que evitaba nuevas crecientes y desbordamientos y daba tranquilidad a quienes vivían más cerca. Sus orillas fueron llamadas “La Playa”, y, aunque allí tomaron lugar nuevos amores y planes familiares de fin de semana, algunos negocios locales de agricultura y ganadería comenzaron a utilizarla como vertedero de sus desechos industriales y químicos, convirtiéndola en un desagüe que provocaba malos olores y que empeoraba cada día debido a la falta de alcantarillado. La Sociedad de Mejoras Públicas llevó a cabo el proceso de cobertura de la quebrada, que consistió en respetar su flujo de manera subterránea mientras en la parte de arriba se construía una avenida. En medio de esta construcción, que muchos definieron como progreso, medellinenses y visitantes de La Playa se despidieron de Santa Elena sin mucho pesar. Las caminatas y los paseos quedarían ahora en sus recuerdos; ahora lo que importaba era darle paso a la solución de los malos olores. Desde entonces, Santa Elena está cubierta desde la Calle 38 hasta el sector de La Minorista, sin que muchas personas lo sepan o hablen de eso. Hoy, en donde antes estaban sus orillas, hay andenes amplios; y, sobre ella, a modo de tejado y solución, una carretera grande que conservó el nombre del antiguo paseo y continúa llamándose Avenida La Playa, en donde, en lugar de agua y botes pequeños, hay un flujo vehicular utilizado por varias rutas de buses que hacen el mismo recorrido de la quebrada y vienen desde arriba, pasando por Caicedo, Buenos Aires, Villa Hermosa y Parque Berrío, llegando a La Minorista y viendo sin mucha sorpresa cómo Santa Elena se descubre nuevamente.

Ilustración: Ángela Ruiz angelam116@gmail.com Mucha gente no sabe que debajo de sus pies, en plena Avenida La Playa, hay un caudal de agua que atraviesa el centro de Medellín y que es parte importante de la historia de la ciudad. Cuando se enteran, casi siempre por una anécdota de los más viejos, hay sorpresa y pesar. Saberla ahí, guardada y escondida debajo de la Avenida La Playa, se convierte en una revelación triste. Juan Miguel Villegas la conoció de cerca, en su infancia en Loyola, cuando caminaba el sector junto a su familia recogiendo frutas como plan dominguero. Como muchos, Juan Miguel la fue dejando a un lado a medida que crecía. Tuvo con ella un reencuentro en el año 2003, cuando estudiaba Comunicación Social y Periodismo en la Universidad de Antioquia y comenzó la investigación de un reportaje sobre los animales subterráneos de Medellín. “En el camino me di cuenta de que la fauna subterránea es muy limitada; que necesitaba conocer lugares aireados que dieran cuenta de la existencia de esa fauna. Ahí supe que el espacio subterráneo con más agua y más aire de Medellín es la quebrada Santa Elena, y comencé ese reencuentro, escribiendo el reportaje Los bichos invisibles de la vieja Elena, que me dio en el camino un montón de contexto y de información que no sabía”, cuenta Juan Miguel, quien desde ese momento se volvió un gomoso de la quebrada y que a raíz de ese reportaje, junto a varios amigos, hizo Santa Elena está perdida, un documental que la narra, la recorre y la muestra.

Muchos reconocen que crear la Avenida La Playa le dio un nuevo aire a Medellín. Juan Miguel hace parte del grupo de los más románticos y optimistas que guardan la esperanza de que la ciudad descubra la quebrada, la recupere y la haga visible de nuevo. Algunos alcaldes se han referido a ella, a la vieja Elena, pero dentro de sus respectivos planes de desarrollo ninguno ha incluido un proceso de descobertura. “Es una quebrada que viene muy contaminada desde arriba; no está saneada y muchos utilizan su agua y la devuelven sucia”, cuenta Juan Miguel, quien con varios amigos de diferentes profesiones tiene un grupo al que llaman con cariño “Los Guardianes de Santa Elena”, que la tienen presente todo el tiempo y sueñan con volverla a ver respirar. “Sabemos que si la quebrada se destapa, Medellín conocería una quebrada muy contaminada. Sin embargo, creemos que destaparla le haría entender a la gente por qué hay que limpiarla. Lograrlo sería mejorar la calidad del aire en el centro, tener una temperatura más baja con mayor vegetación, más plantas, más aves y una mejor circulación de los vientos”, dice Juan Miguel, quien piensa que el centro de Medellín tiene retos más importantes como la movilidad sostenible y afirma que, más que devolvernos al pasado, es importante conocer bien qué sucedió, porque “las ciudades empiezan a tener futuro cuando tienen clara su historia y deben abrazarse e incorporarse a los procesos naturales que hay a su alrededor”. Hoy todavía sobreviven muchos de los árboles de La Playa. Ceibas y balsos que son hoy testigos vivos y erguidos de lo que vivió Santa Elena, que dan sombra a quienes pasan por allí y recuerdan, tal vez, a esos habitantes del pasado que realizaban antes el mismo recorrido, marcando con sus raíces el sendero que caminaron los indígenas de Aburrá y que caminan hoy quienes, junto a edificios, buses y metro viven lo que hace unos años se pensó como progreso.


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Recuerdos caudalosos, E

l río Medellín tiene sus límites temporales bien dibujados, pero con los colores trocados. El río es una triste paradoja de los procesos de la tecnología porque unas aguas, que en su pasado fueron fuente de vida, entretenimiento y anécdotas pintorescas, ahora se ven representadas por una paleta de colores reducida. Sus

fotografías se ven agrietadas, las personas no parecen notar la presencia del río boyante que atraviesa tímidamente la ciudad. Hoy tenemos todos los avances fotográficos para registrar con la precisión del mejor paisajista los colores terrosos y sucios de unas aguas envenenadas por

los vinos destilados del progreso. Son cámaras que pueden plasmar cada vez mejor las invasiones de las grandes edificaciones de concreto que se interponen y mezclan con la vegetación y las aguas turbias. Tal vez en algunos años no será posible recrear las actuales fotos del río porque ni con la mejor cámara se podrán crear recursos naturales.

Estación Aguacatala antes. Fotógrafo: Manuel Hormanza T. (1996) Recuperado del libro El Río Medellín Historia Gráfica, pág 68.

Estación Aguacatala hoy. Dos líneas paralelas viajan a gran velocidad, una construida en concreto que carga dentro a cientos de ciudadanos, la otra de aguas turbias que viaja con los desechos de los mismos.

Cobertura de la Quebrada Santa Elena, Plaza botero. Fotógrafo: Francisco Mejía (1941) Recuperado del libro El Río Medellín Historia Gráfica, pág 19.

Plaza Botero hoy Ante el paisaje se atraviesa el magnífico ferroviario y se visualiza un proyecto terminado, la plaza donde convergen millones de ciudadanos y turistas pero donde desapareció la quebrada Santa Elena.

Avenida Río Medellín, Plaza de Toros La Macarena. Fotógrafo: Carlos Rodríguez (1952) Recuperado del libro El Río Medellín Historia Gráfica, pág 42.

Avenida Río Medellín, Plaza de Toros La Macarena hoy. Reverdeció alrededor del río, una hilera de árboles florecidos es uno de los muchos intentos de los ciudadanos por embellecer la contaminada realidad del río Medellín.


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, presentes turbios

Puente de Colombia antes. Fotógrafo: Gabriel Carvajal (1956) Recuperado del libro El Río Medellín Historia Gráfica.

Puente de Colombia hoy. Aquí se encuentra ahora Parques del Río, un lugar que busca unificar la cotidianidad de los ciudadanos con el paisaje del río Medellín.

Río Medellín antes. Fotógrafo: Francisco Mejía (1928) Recuperado del libro El Río Medellín Historia Gráfica.

Río Medellín Actualmente. Dentro de su cauce se han atravesado gigantescas edificaciones del progreso, puentes de asfalto que sostienen el peso de la economía.

Puente Guayaquil antes. Fotógrafo: Kodak J.M.O (1910) Recuperado del libro El Río Medellín Historia Gráfica, pág 18.

Puente Guayaquil hoy. El puente más antiguo de Medellín sigue en pie, y debajo continúa pasando el río, ahora menguado. Al fondo ya no se divisan las montañas, sino altísimas edificaciones, símbolo de desarrollo.


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UN RÍO María Antonia Ruiz | antoniaruiz97@gmail.com |

@antonia_ruizes

Igual que el caudal del río Medellín, los habitantes atraviesan la ciudad de sur a norte: sin detenerse.

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l río Medellín no nace en el Alto de San Miguel. Tampoco es de Medellín, es de todo el Valle. El río nace cada vez que el agua de las quebradas llega a su cauce. Nace en los poros de las montañas, en el rocío de las hojas del bosque cada madrugada. Y en las gotas de agua que, después de llover, mojan las calles. En el siglo XVIII, desde Sabaneta hasta Medellín, la gente cruzaba en balsas por el río, con sombrero de caña y pantaloneta. Transportaban yuca, panela, aguacates y plátano. Se bañaban en la orilla, lavaban ropa, pescaban y serpenteaban sus aguas a través del follaje que cubría los costados del caudal. “El río era un organismo vivo. Para todos significaba algo diferente: para el pescador, sustento; para los niños, diversión; para las mamás, descanso; para las familias, paseo. Para la Administración Municipal era un obstáculo, una fuente de aislamiento e incomunicación: una barrera infranqueable que dividía el valle en dos. Hoy el río, para todos, significa lo mismo: estorbo y contaminación. No lo queremos. No nos importa. Le damos la espalda”, dice Óscar Mejía, geólogo, matemático y profesor, uno de pocos que recuerda el río que un día fue y ya no es. Cuenta el periodista Pedro Nel Valencia que ya desde el siglo XVIII el cabildo de Nuestra Señora de La Candelaria de Medellín intentaba “meter al río cintura”, amarrarlo “como a un loco”, en palabras del escritor costumbrista Tomás Carrasquilla. Los aires del “progreso” Fue en 1848 cuando se construyó el primer puente sobre el río con veinte mil pesos que mandó el presidente Tomás Cipriano de Mosquera. Se alzaba sobre la calle Colombia y conectaba la ciudad con el occidente del valle. El segundo fue el de Guayaquil, en el barrio que durante más de medio siglo fue el centro de la ciudad, fundado sobre las lagunas que daban al río. Para finales del siglo XIX la ciudad ya pasaba de los 10.000 habitantes. Se había extendido hasta San Juan y limitaba con la plaza de mercado y la estación del Ferrocarril de Antioquia, en los alrededores de Guayaquil. Entonces, a ambos costados del río, a la altura de ese primer puente de la calle Colombia, se extendía el Paseo de los Libertadores: dos avenidas de treinta metros cercadas con árboles. Todo un corredor verde al que Jean Peyrat, cronista francés, sugería visitar en su Guía de Medellín y sus alrededores de 1916.

Amantes de la línea recta El Municipio, desde siempre, ha intentado enderezar el río olvidándose de las curvas naturales del terreno. Inicialmente, se construyeron las casas según las sinuosidades de las quebradas y los desniveles del valle. Pero la Administración se encargó de rectificarlas. Como cuenta el periodista e historiador Jorge Orlando Melo, los dirigentes de Medellín fueron siempre amantes de la línea recta. Su obsesión era tener vías lineales y amplias como criterio esencial de urbanismo. Por esto, derribaron lo construido omitiendo los rasgos de la topografía: cubrieron las quebradas, diseñaron manzanas estrictamente cuadradas y canalizaron los ríos. “Los paisas somos muy enderezadores. Lo torcido nos molesta. Esa fue la estética que heredamos de la colonia, una manía de encuadrar todo, de vivir en manzanas y eliminar las curvas naturales”, explica Óscar Mejía. “Durante la canalización del río nunca se pensó que éste es más que un lugar por donde pasa el agua: es un ecosistema, no un canal. No solo es agua, también es piedras, sol, animales, plantas, personas y dinámicas sociales”. De ahí que el río se resistiera a ser canalizado. En 1924, la corriente, libre, terminó con las trincheras de madera, piedra y cañabrava con las que intentaron enderezarlo. Antes de cumplirse la mitad del siglo XX, pensaron canalizarlo de nuevo, esta vez con placas más resistentes que permitieran construir, en ambos costados, dos vías centrales para el tráfico de la ciudad. Pero el caudal, sin ataduras, erosionó la obra y se escurrió por el valle. Para el último intento, los locales contrataron manos extranjeras. Mr. Barton M. Jones, ingeniero inglés, ordenó enterrar placas de hormigón metro y medio por debajo del lecho del río. Y desde los años 60 hasta hoy, la cuenca hidrográfica —el conjunto de ríos, arroyos, quebradas, aguas subterráneas y aguas lluvia que baja de las montañas y desemboca en el río— empezó a alterarse. Llegó la contaminación y, con esta, la muerte de la principal arteria del Valle de Aburrá y sus habitantes. Por esto, para recuperar nuestro río no basta con una planta de tratamiento de aguas residuales: “taparlo con concreto, como la quebrada Santa Elena, es matarlo. Deja de recibir sol, y sin sol muere. De igual forma, hay que tener en cuenta que todo lo que se derrama sobre la cuenca de Aburrá desemboca en el río Porce, donde se pescan la

mayoría de los peces que se consumen en la ciudad”, dice Óscar Mejía. Causamos la contaminación, le damos la espalda. Después, la respiramos, la vemos y la cenamos. De pueblo a Metrópoli: pensar la ciudad para el 2030 Construir una metrópoli equitativa, sostenible y competitiva es el reto del Valle de Aburrá. Desde Caldas hasta Barbosa, cada municipio, habitante e institución deben trabajar en torno a los procesos que la metropolización y la globalización suponen. Y la clave para alcanzar un desarrollo regional integrado y moderno se fundamenta en tres sistemas: paisaje, medio ambiente y espacio público; actividad y hábitat; y, movilidad y transporte. De acuerdo con Bio 2030: Plan director de Medellín, Valle de Aburrá, la estrategia para reducir los desequilibrios territoriales y la segregación social es que la ciudad crezca hacia adentro, no hacia las laderas, y que el río se convierta en el eje articulador de los diez municipios del Valle. Si ya tenemos una columna vertebral urbana, ¿por qué no construir la ciudad alrededor? En Medellín, durante los últimos 50 años, el río se ha fortalecido como el eje de la movilidad, pero ha dejado sin explotar su potencial como eje público, ambiental y corazón de la metrópoli. Además, aquí se repite el patrón de ocupación urbana común en las grandes ciudades latinoamericanas: la segregación socio-espacial. Al norte, y en las laderas nororientales y noroccidentales, se concentra la población más vulnerable. En contraste, en el centro y el sur vive la población con mayores ingresos y se ubican las principales áreas de producción y generación de empleo. El norte de Medellín es una ciudad dormitorio; el sur, un caldo de industria y contaminación. El problema es que no existe una visión conjunta suficientemente fuerte que articule un proyecto a lo largo del río. Y el resultado es un río como margen excluyente, como frontera urbana en pleno centro del valle y como depósito de aguas residuales que se deteriora y pierde valor paisajístico. “A lo largo del río hay áreas verdes amplias y libres que tienen estatus público, pero no están acondicionadas para este fin. Además, tampoco hay una estructura pública continua que permee todo el territorio y articule entre sí los espacios públicos para asegurar la accesibilidad y apropiación de los ciudadanos”, afirma Carlos Cadena Gaitán, coordinador

académico del Centro de Estudios Urbanos y Ambientales de EAFIT. En suma, el río, más que canal, es una red ecológica que traspasa la zona rural y se inscribe en la urbana. Es un lugar de encuentro. Un organismo dinámico en constante mutación que debemos recuperar porque, en términos sociales, económicos y culturales, es mejor vivir río abajo que laderas arriba. Un parque al lado del río: un sueño de ciudad En 1942, Pedro Nel Gómez fue el primero al que se le ocurrió desarrollar un proyecto de parques alrededor del río Medellín. Le llamó “Proyecto Parque Nacional”. El diseño articulaba los dos cerros —el Nutibara y el Volador— y los barrios aledaños, sin dejar de lado la función de movilidad a lo largo del corredor del río. También, en 1948, Juan Wolff hablaba de unas “Avenidas del Río”, con jardines y árboles en las márgenes de los nuevos corredores viales. Y para 1960 se hablaba del Plan Multimodal del Río. Por esto, el proyecto que desde hace años conocemos como Parques del Río no es algo nuevo. La idea ya estaba en mente desde mediados del siglo XX. Pero algo sí ha cambiado: ahora la ciudad más innovadora del mundo es también una de las más contaminadas de Latinoamérica. Además, representa el 14 % del PIB nacional. Y hay que hacer algo. “Las ciudades del siglo XXI no se pueden organizar como en los años 50: en torno al vehículo”, explica Juan Pablo López, director ejecutivo de la fundación Amigos de Parques del Río, extrabajador de la gerencia del proyecto. El metro, la bicicleta y la caminata, los únicos medios de movilidad sostenible, constituyen solo un 27% del desplazamiento metropolitano, según cálculos de Bio 2030. Y la ciudad se sigue estructurando en función de los carros particulares debido a que el transporte masivo no logra cubrir toda la demanda. A esto se suma la difícil topografía del valle y el crecimiento del parque automotor, que contribuye al deterioro de la calidad del aire. Según un estudio del grupo de investigación en Geología Ambiental e Ingeniería Sísmica de la Universidad EAFIT, la población del Valle de Aburrá respira concentraciones peligrosas de material particulado, compuesto, en gran medida, por fragmentos microscópicos de llantas de vehículos y metales pesados como el hierro y el cadmio.


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TERCO Los visitantes, dispersos entre las bancas de madera, los juegos infantiles, la cancha y la manga, pasan la tarde mientras elevan cometas, recorren las ciclorrutas en patines y bicicletas, comparten un picnic en familia y miran al río que se extiende a lo largo del valle.

Y a esto hay que añadir el mayor desafío: el hecho de que Medellín es una ciudad sin puentes, en la que el tejido social, históricamente, se ha fragmentado en latitudes que no se conectan entre sí, cuyos habitantes no se conocen y no salen de sus propios barrios.

Un sueño truncado

Estas razones hacen que el proyecto en torno al río sea tan importante. Más allá de su eje ambiental, se trata del componente social: Parques del Río es un laboratorio de ciudad, para que el río conecte y deje de ser una frontera. “Un parque alrededor del río nos permitiría preguntarnos quiénes son esos que viven al otro lado. Qué hacen, qué les gusta, cómo viven. Nos ayudaría a pensarnos como una metrópoli coherente con su geografía y respetuosa de las diversidades culturales”, dice López.

Con el cambio de administración después de las pasadas elecciones del 2015, el proyecto ha perdido continuidad. La sociedad de accionistas que se había creado entre el Metro, la Alcaldía, ISA y EPM se disolvió. La etapa 1B que debía conectarse con la 1A a través de dos puentes peatonales, para marzo de 2017 ya llevaba seis meses de retraso. Actualmente, esta etapa ha avanzado un 84% y se espera que esté lista antes de finalizar el año. Según la Administración Municipal, se han invertido 400 mil millones de pesos en los trabajos. Para conectar las dos etapas, 1A y 1B, se construyeron dos pasarelas: una cerca al puente de la Avenida 33 y otra en el norte, cerca al puente de la calle San Juan, que conectan el centro de la ciudad con el barrio Conquistadores. Con el enlace de los dos parques, se crearán 42.000 metros cuadrados de espacio público.

A nivel internacional sobran los referentes. En España, a los costados del río Manzanares, se construyó Madrid Río, un enclave peatonal, lúdico y cultural con zonas de descanso, circuitos biosaludables, zonas infantiles, mesas de juego y espacios para realizar festivales y exposiciones. En Seúl se derribaron dos autopistas centrales que soterraban el río Cheonggyecheon y se construyó, paralelo al cauce, un parque lineal que valorizó el centro de la ciudad. También en Río de Janeiro, París, Nueva York, Hamburgo, Buenos Aires, Londres, Barcelona y Bilbao se ha hecho del río, antes muerto, una arteria de ciudad. El parquecito de hoy La primera etapa del macroproyecto Parques del Río ya está terminada. Se ubica a lo largo del costado occidental del cauce, sobre un tramo soterrado de la autopista sur, en el barrio Conquistadores. Es tan amplio como la vía que se extiende en la Avenida Regional entre el auditorio Himerio Pérez de Empresas Públicas –el que parece un terrón de azúcar– y el ala oeste del centro de convenciones Plaza Mayor. Con una extensión de 145.181 m2 de espacio público –el equivalente a 14 canchas de fútbol–, esta primera etapa es solo un intervalo del proyecto ur-

Ilustración: María Isabel Giraldo | migiraldoh@gmail.com banístico más ambicioso hasta ahora diseñado en la capital antioqueña. El objetivo, en los próximos diez años, es construir los cinco tramos restantes en ambos costados del río entre Caldas y Bello. Y así, por fin, conectar de sur a norte los diez municipios del área metropolitana. Hoy, en el extremo norte, hay una cancha sintética comunitaria cercada por

un camino de plantas. A su lado, una manga dos veces el tamaño de la cancha, con árboles recién sembrados. En el centro, dos edificios de una planta: uno es la zona de comidas y en el otro se hace yoga los fines de semana. Al sur, una amplia zona de juegos infantiles que incluye una soga anudada para escalar, un camino, también anudado, para hacer equilibrio, y un arenero que se convierte en pantano cuando llueve.

Ante la pregunta formulada por Bio 2030 sobre cómo debemos crecer como ciudad, la respuesta es clara: hay que disminuir la huella ecológica y los desequilibrios territoriales, construir una ciudad compacta y policéntrica, integrar el sistema de ambiente, paisaje y espacio público con el de movilidad y transporte para incrementar la conectividad entre los municipios, la región, el país y el mundo. Y para todo esto es fundamental el río como eje ambiental y de espacio público, como gran punto de encuentro. Hay que contener el crecimiento hacia las laderas y crecer en torno a sus aguas. Apropiarnos todos del proyecto como un sueño de la región que va más allá de los gobiernos de turno. Entender de una vez por todas que la columna vertebral de esta ciudad ha de ser el río y sus quebradas. El nuestro es un río terco, empeñado en sobrevivir. Este es un intento más para lograrlo.


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Bajo el agua no se

escuchan los disparos Isabella Franco | ifrancom@eafit.edu.co |

@isa_franco1

Roberto Saldarriaga | rjsaldarrg@eafit.edu.co |

@sr_robss

Medellín tiene dos situaciones por resolver: la calidad ambiental y la delincuencia. En 1998 surgió Parce, una iniciativa que se ocupó de ambos problemas... hasta que llegó la nueva Alcaldía.

E

mientos que generan daños en la comunidad e incluso muertes.

n 1991 Medellín fue bautizada como la ciudad más violenta del mundo registrándose 7081 homicidios en el año, es decir, casi 20 al día. La etiqueta se sostuvo por reclutamiento de menores, la formación de grupos armados, la drogadicción, el acceso cada vez más complicado a la educación y la constante sensación de inseguridad y miedo que todos los habitantes sentían incluso dentro de sus hogares. Esta cantidad de homicidios no sorprende en una ciudad que, acostumbrada al sonido provocado por el jalón de un gatillo, cada diciembre se pregunta si lo que sonó fue bala o pólvora.

El empleo aumentó, la delincuencia disminuyó y los alrededores del río se mantuvieron cuidados y protegidos hasta el año 2001, con la nueva administración de Luis Pérez se decidió dar por finalizado el proyecto. La decisión fue tan impactante como una bala, las mismas que volverían a ser protagonistas de una guerra que renacería. “Las quebradas se volvieron a inundar y han muerto en la guerra 700 pelaos que hicieron parte de Parce”, aseveró Gerardo Duque. Quienes se vincularon a esta iniciativa estaban cansados de vivir con el peso de la violencia, la muerte y la inseguridad en su espalda. No se dedicaban a las bandas porque les gustara sino porque el contexto les pesaba más que sus principios. Parce fue la posibilidad de poder elegir algo distinto: poder subsistir a través de la conservación ambiental y el trabajo legal.

Da la sensación de que esa tendencia a matarnos es folclórica, pero tenemos la seguridad de que reinventarnos es algo que nos define. Parce fue una de tantas iniciativas que buscó ofrecerle una opción de trabajo digno a los jóvenes que hacían parte de bandas delincuenciales; su labor: limpiar el río Medellín de manera indirecta a través del cuidado de las quebradas que desembocan allí. El río Medellín nace en el alto de San Miguel, un bosque ubicado en el municipio de Caldas. Fluye junto al Metro desde la estación Estrella hasta Madera; ahí, el río se dispersa hasta Girardota, donde culminan sus 104 kilómetros de extensión. Para abarcar esta gran distancia, que es como imaginarse 595 edificios Coltejer atravesando la ciudad, se necesitaba un elevado número de empleados para la limpieza del río, siembra de árboles, reforestación y recolección de escombros. En 1998, Gerardo Emilio Duque, gerente del Instituto Mi Río —la entidad dedicada a la conservación y mantenimiento del río hasta el año 2005— se encontraba en un convite ambiental en la comuna Popular. Allí observó parados en una esquina a unos jóvenes que describió como mal presentados. Ellos lo vieron y le dijeron: “Parce, pónganos al menos a limpiar quebradas porque nos estamos matando entre nosotros”. Esa única frase inspiró a Gerardo a buscar una alternativa para aquellos que vivían en condiciones de violencia, desempleo y escasez, a crear un programa que beneficiara a una comunidad golpeada por el crimen y, a su vez, preservara, mantuviera y renovara el paisaje urbanístico de Medellín. En la Alcaldía de Juan Gómez Martínez de ese año fue que surgió Parce: Programa de Aseo, Recuperación de

“Se respiraba armonía porque la comunidad se sentía segura al saber que las quebradas no se iban a desbordar y estaban sin desechos”, recordó Edgar Castañeda haciendo alusión al cambio que hubo en la comuna en aquella época, entendiendo que este tipo de iniciativas promueven el trabajo colaborativo, la legalidad y el sentido de pertenencia por nuestra ciudad.

Daniela López | daniwill9@yahoo.com | Cuencas y Empleo. Fue presentado por Gerardo Duque al Consejo de Gobierno y se aprobó con un presupuesto inicial de veinte millones de pesos. El proyecto tuvo tanta acogida entre la comunidad que grandes grupos empresariales decidieron vincularse y apoyar la iniciativa. Fue así como el programa terminó con 7 mil millones de presupuesto. Parce abordaba dos problemas palpables de la ciudad: la delincuencia y el mantenimiento del río Medellín. “A los bandidos, los pillos, los indigentes, la gente miserable se les pagaba por jornales 20 mil pesos diarios y se les daba un contrato que contaba con seguridad social. Se abrían procesos de inscripción, las comunidades llegaban, uno iba a las quebradas, miraba lo que había que organizar y hablaba con la comunidad. “Vengan que los voy a contratar para que limpien esta

@dani.ohlala

zona”, les decía Gerardo a las personas para vincularlas al proyecto. Fueron 40 mil personas pertenecientes a las comunas: Popular, Santa Cruz, Aranjuez, Castilla, Robledo, Villa Hermosa y Buenos Aires, las que estuvieron trabajando en Parce durante tres años en el mantenimiento y cuidado del río. Habitantes de estos sectores vieron en un proyecto de cuidado ambiental la oportunidad de cambiar su contexto. “Yo convocaba a los combos, se invitaban al proyecto para que trabajaran honestamente haciendo cosas por el barrio y la comunidad. El 90 % se animaba y se unía”, afirmó Edgar Castañeda, residente y líder de la Acción Comunal del barrio Castilla. La iniciativa permitió, por ejemplo, trabajos en la quebrada “La Picacha”, la cual sufre de constantes desborda-

Las razones sobre el fin de esta iniciativa son un enigma. Aquellos que fueron parte y conocen lo que sucedió, ocultan o evaden responder el por qué. “Si yo doy una información verdadera de cómo han sucedido las cosas, mi nombre va a aparecer en los periódicos, y si no la dieron en el instituto Mi Río, ¿cómo voy a dar información a nombre mío?”, comentó un funcionario del Área Metropolitana. Aunque actualmente hay una preocupación general por el cuidado ambiental y una serie de iniciativas que responden a las necesidades de la ciudad como el pico y placa ambiental, Puntos Naranja y Aguas Claras, realmente el río no tiene doliente porque su atención está dividida en diferentes instituciones. Cerrar un proyecto que cuidaba al río que hoy está descuidado y reducía los índices de violencia, es un sinsentido. Cuando Parce se acabó, se fue con él la ilusión de muchos que esperaban cambiar el sonido de las balas por el del agua.


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Juan Camilo Botín Sanabria | juca.botin@gmail.com |

@johnclea

Los ciclos sociales remedan algunos ciclos naturales y en esa corriente, los habitantes de Medellín remedan a su río: aplacado, manso y lleno de contradicciones.

A

l río lo domaron, lo sometieron, como a un muchacho que un día convierten en soldado. Al río Medellín lo trazaron en una oficina. Tras más de medio siglo de enderezamiento, el río disimula bien su incomodidad, ya no se queja mucho, no se sale de las barreras altas que lo contienen y continúa arrastrando en sus aguas, como un trabajador diligente, aquello de lo que no se quiere saber más. Los habitantes de Medellín, así como su río, se han acostumbrado a fluir como una masa adaptable o un rebaño dócil. El río Medellín hace un siglo era muy diferente a lo que es hoy. Bravo, hacía aquello que hacen los ríos: se desbordaba, causaba inundaciones, tumbaba puentes. Tranquilo, tanto él como sus afluentes, se convertían en puntos de encuentro y de recreo para los habitantes de la ciudad, también servía como medio para el transporte de personas y mercancía, y a sus alrededores recibía invasiones conformadas, en su mayoría, por gente desplazada de municipios aledaños que aprovechaban los recursos minerales del río para subsistir. Era, en suma: una fuerza de la naturaleza. Fue la Sociedad de Mejoras Públicas de Medellín (SMP), fundada en 1899 por miembros de la élite política y económica antioqueña, quien desde principios del siglo XX inició los proyectos para rectificar y canalizar el río. Gracias a la influencia de sus miembros, encabezados por Carlos E. Restrepo, lograron movilizar recursos locales, regionales y nacionales para hacer de Medellín una ciudad de altura. Se buscó emular a las grandes capitales europeas como París o Londres que desde su fundación, organizaron su crecimiento en torno a sus ríos como la piedra angular de su futuro. Basta buscar imágenes del imponente Danubio que conecta a Europa, del río Hudson en Nueva York o el río de Brisbane en la ciudad homónima, cuyas curvas no impidieron su desarrollo urbanístico, para ver que distamos mucho de ellas. Medellín, sigue siendo un arroyo con ínfulas de torrente. Las curvas del río Medellín poco a poco fueron desapareciendo y en su lugar se fueron trazando las avenidas que hoy conectan la ciudad de norte a sur. Los muros de concreto que se levantaron para corregir su cauce fueron capaces de doblegar aquel cuerpo que parecía indomable. Tal vez por eso a Medellín la habitan personas tan contradictorias en espíritu. Que al igual que el río buscan rodear los obstáculos, como para no estancarse y para seguir moviéndose por el camino del menor esfuerzo. Aunque en apariencia luzcan rectos la realidad es que esas no son sus formas naturales. Si los colombianos fuéramos un río, llevaríamos en nuestras aguas la misma dosis de intransigencia que de tolerancia por lo inaguantable. Medellín es la misma ciudad que llora y llena un estadio por la fatídica caída de un avión lleno de futbolistas y por la muerte de un joven cantante alcanzado por una bala perdida, pero

Ilustración: Sara Rodas | sararodascorrea@gmail.com también rasga y pisa banderas LGBTI, también es la que vota No manifestando su desacuerdo al proceso de paz con las FARC y que años después grita a pecho inflado ¡plomo es lo que hay, plomo es lo que viene, bala es lo que hay malditos terroristas!

de estudiantes que salieron a cantar, gritar y a rugirle sus exigencias al presidente Iván Duque para que rescatara de las instituciones de educación pública, ahogadas en un déficit que alcanzaba la acaudalada suma de 18.2 billones de pesos.

Colombia: el pueblo violento más feliz del mundo. Dicen que es por herencia, pues décadas de violencia, de atropellos y de abusos se han vuelto parte del paisaje. Y los habitantes tan mansos, tan adaptables, tan complacientes vuelven a las maneras de su río domesticado. Sus vidas continúan en el eterno ciclo de las cosas sin sentido, de la lucha eterna y del esfuerzo inútil.

Un año después los estudiantes volvieron a regarse por las calles, paralizaron el tráfico de la capital antioqueña por algunas horas, volvieron a manifestarse contra la corrupción en las instituciones de educación superior, exigieron el cumplimento de los acuerdos con el gobierno firmados en el 2018 y protestaron contra los abusos de autoridad de la Fuerza Pública. Peticiones que llegan como susurros a los oídos sordos del gobierno, pues se necesitan más gargantas, se necesita que el grito se haga más fuerte, hace falta que por las calles se corra un río brioso, hace falta que salgan a marchar todos.

Los ciclos sociales remedan algunos ciclos naturales. Así como existen temporadas de lluvias, hay periodos de agitación social, y aunque las aguas crezcan y corran más rápido, el río ya no asusta tanto, así como ya no asustan las desapariciones, los robos, los asesinatos. Los habitantes se dejan llevar por la corriente, acomodados en su letargo se consuelan con saber que aunque si bien hoy la situación no está bien, antes era peor. El 10 de octubre del 2018 las calles de Medellín fueron inundadas por miles

Como un déjà vu en los siguientes meses seguro volverá a llover y así como el río volverá a ensancharse, nuevamente los ríos de jóvenes con pancartas, con cantos y más indignación, volverán a cubrir las vías principales de la ciudad. Seguramente el próximo año, el 10 de octubre, los mismos es-

tudiantes, un año más viejos, tendrán que salir a marchar y seguramente el gobierno volverá a quedar mal. ¿De qué sirve un río en el que no se puede nadar, donde no hay peces, en cuyas riberas no se puede sentar a disfrutar? ¿De qué sirve una sociedad que se subleva por Twitter y Facebook si en la calle no se manifiesta, si no sabe exigir, si se somete tan fácilmente? Han logrado estigmatizar la protesta ciudadana como una fiesta de violentos, irrita tanto el trancón, incomoda tanto la pintura en las paredes y fastidia a tal grado la bulla en las calles que se recomienda tomar vías alternas, se prefiera agachar la cabeza, se prefiere mirar para otro lado. El río Medellín ya no es tan caudaloso, ya no es tan feroz para tumbar los gruesos muros de hormigón que lo contienen. Se irán yendo los abuelos y las abuelas, se irán desvaneciendo sus recuerdos del río de antaño, quedará como un monumento a la nostalgia, un tigre adormecido. ¿Serán los muros que constriñen a los medellinenses igual de inamovibles, igual de absolutos? ¿Qué torrente, qué otra indignación hace falta, qué tendrá que suceder para exigir la dignidad como costumbre?


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La catedral sumergida Pablo Patiño | pablogp0712@gmail.com |

La ciudad estaba convulsionada por la llegada del pianista. Aunque para ser más precisos, no era toda la ciudad, eran apenas unos cuantos habitantes, unos amantes de la música y otros entrometidos que solo iban al Teatro Metropolitano cada mes como el buen cristiano a la misa dominical, a cosechar los frutos sociales del abono de la boletería. El teatro escupía dos filas que ondeaban como serpientes de mar por las escaleras y a lo largo de las calles por casi dos leguas enteras. Las dos leguas de las dos lenguas comenzaron a meterse en la boca del teatro en procesión, todos con un papelito en la mano “Recital Debussy, Pianista invitado: Hu li Ys”. El vientre del Metropolitano se llenó a las siete de la noche, el pianista desfiló de bambalinas al piano, se pavoneó la cola del traje y se dispuso a tocar. Suite Bergamasque, arreglo para piano de la Danza Sacra y la Danza Profana, Arabesque número 1, nunca el número dos y selecciones de los preludios del primer libro. Luego de una hora y media de música francesa que sudaba goteras de óleos, Hu Li Ys anunció su obra de cierre: “La Cathédrale Engloutie”. Se agachó un poco, le dijo unas palabras al piano, un conjuro medieval, estiró su mano derecha hasta el extremo del instrumento y con el meñique y el pulgar tocó una nota aguda, doblada, punzante, una nota que viajó por las yemas de sus manos hasta los dedos de sus pies, bajó de la tarima, ascendió por la pasarela izquierda rozando los pelillos de la

alfombra, salió y descendió por la escalinata del teatro, recorrió dos calles, surqueó una construcción interrumpida hace varios meses y se zambulló a lo profundo del río Medellín, que se desangraba vecino al teatro. La nota manó del fondo del río en una burbuja conjurada con las palabras de Hu Li Ys y estalló en la superficie. Detrás de ella comenzaron a nacer del filo del agua, como los cuernos de un antílope, las agujas de dos torres, unas torres agudas que sonaban en grupos de tres mientras subían por el piano, huyendo a sus hermanas negras, y negros eran sus pináculos y las uniones de los vitrales que nunca habían podido contrastar con hilos luceros las figuras cortadas en sus vidrios de colores. El crucero comenzó a respirar y de sus tejados de plásticos y neumáticos viejos caían las venas del agua que regresaba a la homogeneidad. El rosetón comenzó a mostrar su círculo de quintas que subían parsimoniosas en las voces golpeadas de diez monjes bretones. Cada boca era un dedo que se posaba sobre una mujer, algunos monjes tocaban a las mujeres blancas y otros a las mujeres negras. Profundamente calmo y en una bruma dulce y sonora, a punta de pedal Hu Li Ys sacaba esta catedral de las suciedades patrimoniales del río Medellín, y en un esfuerzo que lo lanzó con todo su peso sobre el piano náutico, la catedral salió del río y retumbó el espinazo del canal de la ciudad, desde la cola hasta la cabeza. Constituida de escombros y sostenida en los

@Pat_patinson

pilares por décadas de una vida de vertedero, sus cámaras estaban decoradas con pedazos de radiadores, plásticos que se habían enrollado en ramilletes brillantes y largas cortinas de bolsas negras para la basura. El órgano pudo gemir al unísono del piano de Hu Li Ys cuando tomó la primera bocanada de aire. La catedral emergida había sido parida solemnemente en mitad del río y nadie la había notado, ni a ella ni a sus inquilinos. En sus pasillos y en los ecos de sus recovecos, cientos de vagamundos por fin habían encontrado una estable cuna, al igual que los muertos de la ciudad, que degollados baleados torturados picados quemados extorsionados secuestrados embolatados serruchados desmembrados ahorcados martillados destripados, dieron a hundirse en un río que nada pregunta y nada exige, en unas aguas que con pasividad solo reciben. Estos muertos eran la población de la catedral, cuyas voces quedaron apagadas décadas atrás en medio de la pólvora y la única nieve que ha visto Medellín, eran los coros de los corales, espumeantes en las aguas que chocan con cada desnivel de los suelos submarinos del canal. Los muertos eran los buzos en los techos, eran las sirenas de los ángulos, los tritones del basurero del campanario, sus piernas descuartizadas eran las anguilas de las claraboyas, sus cuencas vacías, los vivideros de los renacuajos, los agujeros de sus balazos, las incubadoras de los bagres. Cuando la catedral emergió, queda-

ron desparramados unos sobre otros, encima de los baldosines humedecidos, quedaron colgando de los candelabros del altar, quedaron ensartados por las agujas de las torres, en los cuernos de las gárgolas, sujetados por las ropas de hace años y varios cayeron sobre las teclas del órgano, pero cayeron en las notas perfectas, las mismas que Hu Li Ys tocaba con una furia paciente y medida, mientras se le desencajaban los dedos como la boca de una serpiente que intenta engullir un huevo para alcanzar las octavas, las novenas, para halarle la úvula a cada uno de los cantantes que se escondían entre las cuerdas y los martillos del piano. La catedral se puso de pie en medio del río Medellín, disputando la altura del Teatro Metropolitano, los cuerpos caían sobre las campanas haciéndolas repiquetear con sus cráneos mohosos, pero las algarabías del tránsito ahogaron los reclamos de atención de las campanas, y el propio Hu Li Ys, con su máquina de describir, prohibió que cualquier oído se sintiera doblegado a torcerse hacia las puertas del teatro. La catedral no tuvo más remedio que culminar su visita a la superficie entre unas quintas abiertas y paralelas que comenzaban a apagarse, y con ella, la catedral emergida terminaba su larga bocanada de aire para hundirse por otros años, hasta que otro pianista la sacara, junto a sus devotos habitantes, de su sueño submarino.

Ilustración: María Paulina Cuadros | paulicuadrosq@gmail.com


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CAZANDO SOMBRAS

EN EL AGUA Sebastián Garcés sgarce10@eafit.edu.co @sebas_garces99

L

o único que no me gusta de salir a pescar sabaletas en el río es ese viejo loco. El pobre señor lleva quién sabe cuántos años gritándole incoherencias al agua. Siempre lo veo vestido con sus piyamas blancas, que ahora son grises, harapiento, sucio y con moho verde en la barba de estar todo el día hundido en el río. Yo lo veo picando y revolviendo la arena del fondo con su bastón de yarumo. Está buscando algo.

cadores- ¡El viejo no salió! ¡El viejo loco no salió!” Ya habían pasado cinco minutos y su calva no salía a flote. Los otros pescadores no se dieron por enterados ni de su desaparición ni de mi desesperación. Nadie decía nada, entonces yo me dije que hiciera algo: me bajé de un tirón de la balsa y dejé chapaleando todas las sabaletas que hace naditica había pescado; con grandes zancadas esquivando los sumideros de las arenas en el fondo del río, me acerqué donde se estallaron la últimas burbujas de aire del viejo loco y no hallé más que una sombra que se desvanecía con los rayos solares del mediodía.

“¡Ayúdenme a buscar, bastardos! ¿No ven que se está ahogando?” Nos grita a los pescadores el viejo loco ese. Se revuelve las greñas que le caen por los costados de su calva brillante y nos grita azotando el aire con las palmas abiertas. Nadie le hace caso porque sabemos que ahí no hay nadie, ¿quién se va a ahogar en poco más de un metro de agua? Él dice que hace “nadita” se acaba de hundir un viejo en el agua y que nada que asoma la cabeza. Lleva con ese cuento casi diez años, casi que desde que comenzaron a encauzar el río. El paisaje no cambia: estacas y vayas de maderas surcan la corriente, pescadores de cara quemada con sombreros de paja navegan sobre balsas que flotan por el río Medellín, niños que saltan los charcos más bajitos del cauce. En las orillas peladas de la Avenida Libertadores ya huelen los sancochos de gallina hechos a la lumbre de la leña. Río abajo, el viejo loco sumerge su cara una y otra vez como cazando sombras en el agua. El viejo loco busca una extremidad que rescatar del lecho pero nunca la encuentra. Un día el viejo loco investigaba las laderas del cauce, escarbaba entre las estacas que enderezaban el azaroso río Medellín. De tanto picar y picar dañó la base del surco, la arenisca se desmoronó y dejó salir a flote una sombra. Chapaleó durante dos horas en el agua hasta que lo vi petri-

Ilustración: María Isabel Giraldo | migiraldoh@gmail.com

ficarse. No se movía, no respiraba, no parpadeaba, no gritaba ni blandía su bastón de yarumo. Solo dejaba correr el río entre sus piernas abiertas mientras miraba con asombro lo que yacía en la mitad del afluente. Se lanzó y de un salvaje clavado se zambulló hacia la sombra, por fin caza-

ría su primera presa, la única que tenía que cazar, pero la presa no se dejó y el viejo no salió. A mí no me caía bien el viejo porque me espantaba los pescados, pero cómo lo voy a dejar ahogar. “¡Ey, señores! ¡Señores! –Le gritaba yo a los otros pes-

Escarbaba entre las ondas del agua alguna prenda rasgada, una cana podrida o un bastón de yarumo flotante, pero no encontré más que peces inertes y pescadores indiferentes: “¡Ayúdenme a buscar, bastardos! ¿No ven que se está ahogando?” Pero ninguno se inmutaba en siquiera mirarme. Entre metidas y sacadas de la cara al agua, me salí chapuceando hasta los matorrales de la orilla y con machetazos le tumbé una rama al primer yarumo que encontré para tantear el lecho pedregoso y las abandonadas estacas a la orilla del río. Picaba y picaba hasta que por fin solté una base del surco, la arenisca se desmoronó y dejó salir a flote una sombra que se puso debajo de mis pies y me miró a la cara. Me petrifiqué. No podía moverme, ni respirar, ni parpadear o blandir mi bastón de yarumo. De repente la sombra comenzó a subir y me agarró de la cabeza hasta que me hundió con ella hasta al fondo de un metro de profundidad. Me agarró por la garganta y me enterró en el caudal mientras escuchaba en la superficie a alguien gritar “¡Ey señores! ¡Señores! ¡El viejo no salió! ¡El viejo loco no salió!”.


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CONTRACORRIENTE Miguel Correa | mcorre27@eafit.edu.co |

@macs1115

El cuerpo inerte de mi hijo flotó contracorriente. Se ahogó en río turbulento. Entre rugidos subacuáticos sus venas se llenaron de agua. Perdí su rastro cuando se topó con el barro triste de una bravía quebrada. Los salmones acompañaron sus restos que treparon los peldaños de la remota montaña

Subí por los meandros y lo busqué bajo las piedras. Llegué a un lejano puente junto a un risco de afiladas fauces. Me paré junto al borde y una demencial sombra sacudió la cabeza. La lluvia oprimió mi cara, mis ojos se volvieron los de un pez y me brotaron en la piel las escamas. Me sumergí con violencia en la espuma, la roca y la sangre de este arroyo que me arrolla.

Mis huesos cambiaron de lugar mientras llenaba de alaridos las noches. Me negué la dicha del aire que estremecen los pinos. Consagré mi vida al río con un cuerpo de pez porque solo se tienen dos direcciones:

Ilustración: Daniela López daniwill9@yahoo.com @dani.ohlala

caer o ascender. Escucho mi alma que canta a contracorriente un lenguaje universal. Nado hasta el punto de origen como final del trayecto para desovar nuevamente a mi hijo. He cambiado, pero él permanece intacto.


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El hombre

caimán Mateo Orrego López

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morrego7@eafit.edu.co

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@mateo.orrego

de esto, las mujeres pronto se enteraron de la existencia del extraño ser y no volvieron a bañarse en el río. Así, quedó condenado a ser el hombre caimán, una criatura perseguida por los pescadores del río Magdalena. Creo que más allá de la leyenda, Ignacio Piedrahíta puede ser, de alguna forma, el hombre caimán; por supuesto, no por su cuerpo, sino por ese morbo que lo motivó a salir de la comodidad y la rutina de su vida en Santa Elena, para realizar un largo viaje siguiendo el curso del río Magdalena, con la intención de espiar, en lugar de a las jovencitas hermosas que se bañan en el río, todas esas cosas que pasan en la cotidianidad de sus orillas y a esas personas que dependen de su cauce. En Grávido Río, su último libro publicado por la Editorial EAFIT, Piedrahíta cuenta el viaje que comenzó al salir de su casa rumbo al Alto de los ídolos en Huila, y que terminó en Mompox, Bolivar, antes de volver a su hogar. Este viaje, que realiza solo y en su carro, pasa por La Tatacoa, por Armero, por Puerto Berrío, por la Cienaga de Barbacoas, entre otros sitios que sirvieron de refugio al autor para hacer de hombre caimán y espiar la cotidianidad de las personas.

S

obre la orilla oriental del río Magdalena, unos cuantos kilómetros antes de que sus aguas desemboquen en el Caribe, existe un pequeño municipio llamado El plato. Un pueblo donde, al igual que en la mayoría de sitios que adornan el recorrido del río, la vida comienza temprano y se paraliza hacia mediodía por el implacable calor, para volver a activarse una vez el sol empieza a desaparecer del firmamento. Allí, la mayoría de personas viven de la pesca, con las primeras luces recorren el río en su boga, cargando con la atarraya y la esperanza de pescar lo necesario para vender y para llevar a su casa. Entre los pescadores alguna vez existió un hombre particular, un hombre viejo que todos los días salía de su casa motivado, más que por la necesidad de conseguir

el sustento diario, por el morbo de ver aquellas mujeres que iban a lavar la ropa en la orilla del río. Así, se escondía entre los arbustos y gastaba su mañana espiando a las jovencitas desprevenidas. Después de que una mañana se llevara un gran susto cuando un grupo de mujeres por poco se diera cuenta de su presencia, decidió viajar hasta la Alta Guajira buscando a un brujo que prometía solucionarle todos sus problemas. Una pócima que lo convertía en un caimán fue el remedio que consiguió para sus males. Pero las cosas no resultaron tan bien, pues, quizás como un castigo divino por su lujuria, cuando el hombre se tomó la pócima quedó convertido en una aberrante criatura mitad hombre mitad caimán. Aunque intentó sacar provecho

A lo largo de su relato, el personaje principal siempre es el río y los personajes secundarios son aquellos hombres y mujeres con los que se va encontrando, cuya vida está, de una u otra manera, bajo la influencia del Magdalena. De esta forma, Piedrahíta se convierte en la personificación de un narrador omnisciente y con su lenguaje sencillo viaja en el tiempo y el espacio para contar desde la historia de la formación del río hace unos cuantos millones de años, pasando por la erupción de unos cuantos volcanes, hasta llegar a la historia de las poblaciones que atravesaron continentes para terminar habitando las riberas del río. El autor comparte su conocimiento intentando imitar a los filósofos que tiene como referencia y que van haciéndose notar a lo largo del viaje, como un verdadero peripatético, caminando, moviéndose, saliendo de la co-

modidad de su escritorio. Pero no solo es cómo hace las cosas sino cómo las dice. La forma en la que está escrito su relato es ligera, hace uso de un lenguaje que facilita comprender la gran variedad de temas que propone para entender el río desde varias perspectivas y crea un interés genuino y constante que hace que en un corto tiempo uno avance sesenta, setenta, ochenta páginas sin darse cuenta y que quede con ganas de aprender más. Sumado a esto, en algunas ocasiones, una especie de iluminación le permite transmitir este tipo de pensamientos: “Mientras el hombre multiplica sus tareas buscando la cumbre del éxito, los ríos se dan a la aventura del descenso. Solo para algunos seres humanos está reservada la vana gloria –y para muchos la frustración–, mientras que todos los arroyos cumplen con creces su cometido”. Ignacio Piedrahíta Arroyave nació en Medellín y estudió geología, pero su vocación la encontró en la literatura. Su primer libro fue La caligrafía del basilisco, un libro de cuentos que fue producto de un taller de escritura con Luis Fernando Macías, también escritor de la ciudad. A este hombre caimán la providencia no lo castigó con un cuerpo aberrante por su deseo de ver a los demás, sino que lo obligó a compartir su forma de comprender el mundo influida por su formación como geólogo. Es así como Grávido Río se vuelve un libro que expande la visión de muchas cosas que ya conocemos y con el que uno, al final, queda agradecido de haber leído.



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