Edición 215 Periódico Estudiantil Nexos

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C O N E C TA N D O I D E A S


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Asociación Cultural Periódico Estudiantil Nexos

SEPTIEMBRE 2019

ÍNDICE

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El plan dominguero incluye pala Silvia Natalia Rojas Castro

09 Pablo Patiño

Hay un candidato en este huevo

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Poemas póstumos Luz Marina Saldarriaga

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El Dante del Cartucho María Camila Gómez

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Al ritmo del pavimento Silvia Natalia Rojas Castro

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Auxilio, lo maté Eliana Tabares

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El palacio de arena Miguel Correa

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Una ballena en la ciudad Águeda Villa

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Mi muerto lo mató mi hermano Sebastián Garcés

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¿HaSer humanos? Juliana Londoño

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Con los ojos bien abiertos Juan Esteban Rodríguez

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Aceptarse mártir Mateo Orrego López

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Conectando ideas Asociación Cultural Periódico Estudiantil NEXOS Dirección Valentina Muriel Tamayo vmuriel@eafit.edu.co

Edición Mariana Hoyos Acosta mhoyosa3@eafit.edu.co

Gerencia Sebastián Garcés Arbeláez sgarce10@eafit.edu.co

Andrés Carvajal Juan Pablo Restrepo Juliana Londoño María Antonia Ruíz Mariana Hoyos Miguel Ángel Correa Pablo Patiño Paulina Echavarría

Portada María Isabel Giraldo migiraldoh@gmail.com

Desarrollo humano Andrés Carvajal López acarvajall@eafit.edu Pedro Juan Vallejo Valeria Echavarría Yerly Herrera Mateo Orrego Eliana Tabares Martín Uribe Dayana Agudelo

Diseño y montaje Pablo Agudelo @Pabloagdlo Preprensa e impresión Casa La Patria

Agustín Rendón Calle Camila Méndez Laura Cabrera Maria Camila Betancur Mateo E. Saltarén Tomás Quintero

Valentina Giraldo Catalina Botero Lina Raigoza Anderson Amaya

Edición web y redes sociales Maria Clara Molina Manrique mcmolinam@eafit.edu.co

Mercadeo Nelly Paola Hernández Palacio nhernan8@eafit.edu.co

Águeda E. Villa Alejandro Sierra Diana Holguín Juanita Gómez

Cristopher Ojeda Juan Camilo Botín Juan Sebastián Ramírez Laura Osorio Vásquez Mateo Saltarén

Fundado el 13 de agosto de 1987 por Jorge Restrepo, Jaime Cadavid, Claudia Patricia Mesa y Gustavo Escobar. Carrera 49 No. 7sur-50 / Bloque 29 oficina 517 EAFIT edicionnexos@gmail.com / Teléfono: 261 93 02 (574) 2619500 extensión 9302

Los artículos firmados son responsabilidad de los autores y no representan expresamente el pensamiento editorial del periódico. ISSN: 2322-74GX - Año 32 - Edición 215 - 8000 ejemplares - Medellín, Septiembre 2019-www.eafit.edu.co/nexos


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SEPTIEMBRE 2019

A-PARTES DE LA PAZ Para evitar un rearme: todo se basa en un buen reintegro a la vida civil y para eso todos los desmovilizados, en general, necesitamos un compromiso verdadero por parte del Estado colombiano para poder ser útiles para la sociedad y, de tal forma, ser aceptados por la misma. Pero está en nosotros mismos como ex-integrantes de ese grupo armado, en mi caso ex-miembro de las autodefensas, seguir por el camino de la legalidad y definitivamente dejar el camino de la violencia por respeto a las víctimas, demostrando a la sociedad que somos personas de bien y que por más que hayamos cometido un error, estamos dispuestos a cambiar y así mismo no volver a reincidir... Con esto quiero decir que, para no volver a retomar las armas, es sumamente importante que el Estado colombiano y todos los postulados o desmovilizados, nos esforcemos en común acuerdo para hacer de nuestra Colombia una mejor nación y un territorio de paz.

La montaña me entrenaba para defenderme, ahora me entreno para la paz. Tú no te has sentado a hablar conmigo el porqué de esta guerra, es muy bueno discriminar, pero sentémonos y explotemos la realidad de este bendito problema…. Es que niña, yo te veo a ti y te veo como mi hermana. -Wilson, excombatiente de las FARC, actual líder social y dueño de un negocio de pollos.

NUESTRO COMPROMISO CON LA PAZ ES INDECLINABLE A la pregunta recurrente por estos días que se nos hace a los ex guerrilleros de si continuamos en el proceso o nos vamos, toca decirles que nos conocen muy poco a pesar de que llevan compartiendo con nosotros las dificultades y padecimientos de la implementación de lo acordado en La Habana.

-Iván, ex combatiente de las AUC, actual estudiante de Cocina en el Sena y auxiliar de un reconocido restaurante de Medellín.

A todos aquellos que atizan el fuego de la guerra y que por décadas se han beneficiado del conflicto que desangra nuestro país, toca decirles que nuestro compromiso va más allá de gobernantes que nos manosean e insultan y que ven en los esfuerzos que llevamos a cabo en los espacios territoriales de la mano con las comunidades, un fracaso. Toca decirles que conocen muy poco de nuestros sueños por construir una patria para los sin tierra, por trabajar por una patria justa y digna para todos. La palabra será nuestra única arma, es algo más que una consigna, es un compromiso con las nuevas generaciones para con los cientos de hijos engendrados en estos espacios de reincorporación y en los que, día a día, nos levantamos para enseñarles que otro país es posible a pesar de algunos congresistas y alcaldes, que dicen no querer saber de paz o que les falta voluntad para ir más allá de lo que su fuero obliga, o de los señores de la guerra que ven en la paz la pérdida de su fortuna. A ellos les venimos demostrando que otra forma de hacer política sí es posible. A quienes nos acompañan en esta apuesta los instamos a no desfallecer, su compañía y complicidad nos permite seguir avanzando en este difícil camino de construir paz para todos los colombianos. Cordialmente, -Alejo

Ilustración: Laura Giraldo lgiral75@eafit.edu.co

Soy uno de los que ha crecido escuchando que Colombia es un país de guerra. Que en su historia todo ha sido un continuo enfrentamiento; entre liberales y conservadores, entre guerrilla y paramilitares, entre bandas y ejercito. Y, ¿cómo no voy a creer en eso si apenas tres años después de haber firmado un acuerdo en el que supuestamente se terminaba un conflicto de más de cinco décadas, aquellos que firmaron ese acuerdo dicen que volverán a la guerra? No quiero que esa sea la única visión de Colombia, pues sé que más que un país de guerra, hemos sido una nación que ha sabido perdonar y que en algún momento podrá crecer en paz. -Mateo Orrego, estudiante de Música de la Universidad Eafit.

Defender lo ilegal se convirtió el panorama permanente de muchos en Colombia. Algunos actores institucionales ven con normalidad la corrupción, precisamente la que tenemos que contrarrestar. Las FARC no son la excepción para tener dentro de sus filas a los acomodados del dinero o escépticos de un país diferente. La avaricia de poder o dinero de algunos exguerrilleros, se llevó a unos pocos a retroceder y caer de nuevo en falsos heroísmos que generarán a miles dolor y muerte. No dejemos creer a nadie que son muchos, realmente son una minoría los que están de nuevo en la guerra. -Juan de Dios Graciano, asesor en la Secretaría de Seguridad y Convivencia, designado a proyecto Paz y Reconciliación

En octubre de 2016 Colombia se dividió entre SÍ y NO. Hoy, después de que algunos exlíderes de las FARC anunciaron su regreso a las armas, el sentimiento de tristeza nos une. El conflicto en Colombia siempre ha estado presente; sin embargo, los jóvenes vimos y vivimos algo diferente: se puede lograr el consenso y la conciliación, si dejamos a un lado las armas de ambos lados. Es cierto que hoy el ambiente está teñido de derrota, y es tal vez eso lo que está haciendo caer en la cuenta, especialmente a los jóvenes, del peligro de los fanatismos políticos, la toxicidad de los discursos de guerra y la necesidad de una nueva oleada de soluciones, en las cuales sí se otorguen garantías. Ya lo hicimos a la manera de una generación que utilizó los misiles y bombas como ruido para acallar las palabras, ahora nosotros necesitamos, y le debemos al país, dejar el ruido para pensar, actuar, educarnos y así, realmente lograr algo. -Valentina Muriel Tamayo, estudiante de Comunicación Social de la Universidad Eafit y Directora del periódico Nexos.


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El plan dominguero

incluye pala P

arece cualquier domingo en el barrio El Faro de la Comuna 8, pero no lo es. Son las 7:00 a. m. y puntual, como siempre, se despierta la bestia a pedir desayuno. Esa mula no insiste mucho porque sabe que Chila dentro de poco sale a encender los fogones de las empanadas y, algunas veces, le da una que otra zanahoria. Es día de convite. El barrio recibió nuevamente la invitación a colaborar en la construcción del Centro Cultural durante la asamblea barrial que se hizo el sábado anterior. El reloj marca las nueve de la mañana. Se armó el convite. El objetivo general es construir el Centro de Cultura del Faro, pero como todo no se puede hacer al mismo tiempo, el objetivo del día es vaciar columnas. El primero en llegar es Robinson con sus amigos de la cuadra, poco después, como hormigas, descienden del bus unos voluntarios que vienen del casco urbano y han decidido ayudar a diseñar los planos y la estructura de la obra. Ellos, en vez de hojas, llevan en la espalda ganas, de esas que solo se consiguen cuando alguien decide madrugar un domingo a camellar en la montaña. Robinson, el presidente de la Junta de Acción Comunal de El Faro, reúne a los voluntarios alrededor de los escombros y da las instrucciones: los pelaos fuertes deben cargar bultos de materiales y mezclar concreto, las muchachas pueden empezar a mover las montañas de tierra que hay atrás del terreno con las palas y los que se defienden en construcción, pueden plantar las varillas metálicas de las vigas en las zonas establecidas. De pronto, tintinean unos pasos más pequeños, esta vez son Juan David y Matías, hermanos de 13 y 7 años, con unas picas y palas más altas que ellos que las manejan mejor que los adultos. Llegan animados con sus pequeñas manos dispuestas a ayudar mientras otros vecinos se acercan enviando baldes y una que otra herramienta. Son los que son, están los que están y el que quiera llegar nunca se va a rechazar. Cuentan con la gente, la berraquera y, por supuesto, con la inspiración de la gran vista de la ciudad. Sin embargo, los vecinos no están solos, los acompaña Rubén Blades, a quien escuchan cuando trabajan porque les produce un excesivo amor y control en el trabajo que hacen cada fin de semana. Mientras vacían el concreto no pueden evitar murmurar en coro: “La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida”. Poco a poco se aumenta el punzón en la espalda y el número de ampollas de las manos. Como una cajita de música cada persona engrana completamente en la escena y el lugar toma forma. Sin embargo, el apetito de los mosquitos no es el único que empieza a proliferar, pues mientras avanza el segundero del reloj, la gasolina en los estómagos alerta el tanque vacío. De repente alguien pronuncia la frase que todos quieren oír y que pocos se atreven decir: “¿Vamos a almorzar o qué?”. Un

Mientras muchos lo utilizan para descansar, el fin de semana en El Faro rima con trabajar. Los habitantes agarran lo que tengan en sus casas para levantar proyectos que favorezcan a la pequeña y empoderada comunidad.

Silvia Natalia Rojas Castro | snrojacs@eafit.edu

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@natalia.rojasc

paso adelante se encuentra la señora de Zapata, que ya tiene en la mesa listo el sancocho de gallina. ¿Cuál es su función? Atiborrar las barrigas de los ya cansados jornaleros. El llamado no se hace esperar y en un par de brincos llegan los vecinos al rancho de los Zapata dispuestos a recargar combustible para continuar. En una mano la cuchara y en la otra el tazón, el cual esperan que en algún momento muestre fondo. El jugo de guayaba complementa la amena conversación sobre los verdaderos amores que tiene todo paisa; el verde y el rojo. Saltan yucas, plátanos y huesos de pollo, faltó por saltar el cuncho, lástima que ni ese sobró. No demoran en llegar los grupos de gringos que quieren contemplar las grandes vistas del Valle de Aburrá guiados por los líderes de las comunidades tradicionales que la habitan. Pero antes, que no falte bajar la comida echando una polita en la guarida de Elemento Ilegal, el grupo juvenil del barrio que trabaja por la comunidad el tema artístico. Después de una cerveza bien charlada, la caminata turística concluye el ajetreo de un día productivo. Entrada la noche se revisan los resultados: tres columnas, listas; tierra movida, lista; materiales, listos; ¿qué queda?, regresar el otro domingo. *** Hace veinte años entre las quebradas La Loca y Chorro Hondo llegaron desplazadas por la violencia familias provenientes, la gran mayoría, de municipios de Antioquia. Su aglomeración es conocida hoy en día como el barrio El Faro de la Comuna 8, ubicado en el límite de Medellín con Santa Elena. Estas personas han ido lentamente erigiendo la vida en la ciudad después de salir de sus tierras campesinas muchos años atrás. Ahora los edificios hacen parte de su paisaje y el trayecto hacia sus casas marca diferentes rutas y medios de transporte. Como gusano en manzana se desliza el 105 entre las nuevas y vertiginosas vías que llegan a la periferia y colindan con el Cerro Pan de Azúcar. El bus arranca en Maturín justo al lado de la Placita de Flórez, sube por el Enciso los Mangos hasta Llanaditas, realiza unas cuantas paradas en Golondrinas y, finalmente, desemboca al frente de un gran letrero que enuncia: “dignidad y resistencia”, hecho por Elemento Ilegal. En esos aproximados treinta minutos el panorama lo conforman, principalmente, unos techos de zinc y plástico. Las tablas son más comunes que los ladrillos, pero ambos trazan los hogares de sus habitantes. No es raro observar varias obras en construcción o sin terminar, pues muchas veces la tenacidad no es el único material necesario para construir. Pocas voces pronuncian El Faro a excepción de Osquín, un líder del barrio, y las decenas de personas que lo habitan, pues no aparece en los mapas, pero sí en las entrañas de sus pobladores.

Que un ranchito por acá, un terreno por allá. Tal cultiva maíz, este otro fríjol. Así fue como se fue labrando la historia y el sustento de los vecinos del barrio. Las luchas ajenas los metieron en la propia lucha de resistir en esa travesía que llaman vida, la cual les ha permitido conocerse entre ellos mismos para conformar su pequeña comunidad. “Los que pudieron coger los lotecitos grandes, llegaban y vendían un pedacito de tierra y le decían al otro: “Ubicate vos acá, yo te facilito el suelo pa’ que vos hagás tu casa y vos me das los materiales pa’ yo hacer la mía. Eso es lo que la mayoría ha hecho para organizar su casita”, menciona Osquín sobre los inicios de El Faro mientras se masajea sus trajinadas manos que exhalan experiencia. Tiene la piel trigueña de recibir el sol y un bigote que se ajusta a la perfección arriba de sus contados dientes, los cuales no evita exhibir cada vez que menciona los proyectos que hay en el barrio. Pero las iniciativas de sus residentes no solo se establecieron al momento de distribuir los territorios, más adelante fundaron unas normas que les permitían mantener la convivencia con los demás habitantes. En un tiempo, cuando la tolerancia era muy poca y los conflictos eran continuos, se creó la famosa “tela de juego”, una regla que definía la forma de proceder cuando surgían argumentos o peleas entre ellos. Funcionaba como un juicio en el que las personas que estuvieran molestando eran llamadas por la comunidad y puestos al frente. Estos mismos debían consultarles a los demás sobre la resolución del acto para que, finalmente, todos votaran la forma de resolver la situación. Nadie quería estar delante en la tela de juego y esto disminuyó mucho la inseguridad y las disputas entre todos. “El principio de la dignidad es el hábitat”, dice Osquín sobre la formación del barrio y las personas que habitan en él. En la pared de una casa resalta el mural de la primera habitante que llegó a la zona hace cincuenta años, doña Libia. Como adolescente rebelde, se escapó de su pueblo con el novio en búsqueda de la vida plena. Llegó a El Faro y se la sudó completamente; todos los días

Fotos: Silvia Natalia Rojas Castro bajaba al centro caminando lo que es un trayecto de media hora en bus, solo para llevarle el almuerzo a su amado. Poco a poco fue acogiendo a los demás visitantes que terminaron siendo más bien pobladores del barrio, ayudándoles a levantar su domicilio y conformar un hogar. Hoy en día se dedica a descansar en su casa y a participar de una que otra decisión que toma la comunidad. Finalmente, después de juntarse, conocerse, establecer la repartición de parcelitas y las normas de convivencia, la comunidad se siente preparada para asumir un nuevo reto: hacer que se acerquen más personas a sus laderas, disfruten la belleza del campo en la ciudad y observen lo que puede lograr un grupo de personas que se organizan para crecer en colectivo. El proyecto de construcción del Centro de Cultura, además de servir como una excusa para juntarse y realizar actividades entre ellos mismos, es la forma en la que buscan acercar el centro urbano a su realidad y mostrarle a las personas de abajo que por allá arriba hay una comunidad establecida social, cultural y, sobre todo, políticamente en función del territorio que siguen construyendo. Y para ellos el año tiene cincuenta y dos domingos en los que ni la pala ni el sancocho pueden faltar.


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El Dante del

Cartucho

Darío Agudelo caminó los nueve círculos del infierno y salió con vida, pero nunca logró ascender al cielo. Hoy está en un limbo de incertidumbres y secuelas de todo lo que vivió en el inframundo.

María Camila Gómez | marcami26@hotmail.com |

L

a primera noche que durmió en el infierno no sintió calor, al contrario, tenía tanto frío que le dolían los huesos. Tampoco vio los demonios míticos con varias cabezas devorando a Bruto y a Judas ni a los lujuriosos amantes de Riminni. Lo cierto es que el mal estaba más cerca de lo que imaginó.

Dolores intentó hasta lo imposible pero nada resultó porque regresar de las profundidades del mal debía ser una decisión personal. Lo internó en varios centros de rehabilitación, de los que pronto él encontraba la manera de salir y volver a las calles. De tanto caminar, los pies se le deformaron a tal punto que tiene los dedos uno sobre otro y las uñas manchadas de mugre. En la decrepitud de la vejez y la pobreza acudió a su hijo más fiel: Pablo Andrés ve por él y le permite vivir en su casa. Una temporada en las moradas infernales le secó la carne, le quemó la piel, le derritió las encías y le derritió los sueños.

Tenía dieciséis años cuando comenzó su descenso por los círculos del infierno, a solo una cuadra de su casa y con un cacho de marihuana encendido entre labios. Se perdió en la selva oscura de su adolescencia, cuando en compañía de su hermano mayor y tres panas, que hicieron las veces de bestias feroces, entró en un mundo del que nunca más supo salir: las drogas. La vida de Darío comenzó en Caldas, Antioquia, en 1952 junto a sus dos padres y sus nueve hermanos. Sus habilidades matemáticas lo hicieron merecedor de una beca en la Universidad de Medellín, donde comenzó un pregrado en finanzas que no terminó; cree que ese fue su primer fracaso. No se rindió y buscó un empleo en la Locería Colombiana, pero a los seis meses lo despidieron por fumar bareta. Más adelante, llegó a trabajar en el Banco Agrario de Colombia y lo enviaron al culo del mundo: Cunday, Tolima, un pueblo tan pequeño como problemático. El primer día de trabajo conoció a Dolores Hoyos, y como si su nombre no fuese mal presagio, decidió acercarse; ella ilusionada con el joven citadino y elegante, imaginó rápidamente un buen futuro a su lado. Se equivocó. A los dos meses se casaron a escondidas porque ella estaba embarazada, con pocos invitados y sin ninguna celebración. Ya estaban juntos frente a los ojos de Dios y el mundo, pero sin la bendición de absolutamente nadie. Días después de la boda la suegra lo mandó a llamar y le dijo: “Así que se casaron a escondidas, eso estuvo muy mal, por eso nunca serán felices”. Luego de la boda llegaron los hijos, uno tras otro, cada uno con dos años de diferencia, hasta que fueron cuatro. Así se formó la familia Agudelo Hoyos, felices y con dinero, aparentemente; solo hacía falta la foto familiar frente a la iglesia pegada en la nevera. Darío comenzó a descender a las profundidades del Hades cuando conoció a Virgilio, el sobrino de Dolores, un expendedor de droga, quien lo guiaría por la peligrosa travesía. A la primera inhalada de cocaína, Darío ya estaba mirando a Satanás a los ojos, que no es rojo ni tiene cachos, es más bien blanco y polvoroso.

@camg.fotografia

Ilustración: Fabián Acero Beltrán | fabian.acero.beltran@gmail.com

Todo se complicó para la familia: “Cuando Darío perdió su trabajo fue el principio del fin, tuve que hacerme cargo yo sola y comenzamos a pasar necesidades, eso sin nombrar lo violentó que se volvió”, cuenta Dolores. La suerte de la familia se había consumido tan rápido como Darío se fumaba un porro. Dolores comenzó a trabajar hasta el cansancio, tenía varios trabajos y en todos ganaba muy poco; él se quedaba en casa y destruía todo, podía estar sereno frente al televisor, escuchar algo extraño y volverse loco, romper la locería y gritar a los niños, por eso a ellos no les gustaba su compañía; dicen que incluso fumaba delante de ellos. Esa fue la primera vez que Darío se desapareció de la vida de todos: se iba sin avisar y nunca decía cuándo iba a regresar. Dolores aprovechó para escapar de él junto a los niños, pero tuvo que abandonar el pueblo y separar a su familia por la falta de recursos. Los dos mayores, Juan Felipe y Pablo Andrés, fueron a Caldas a vivir con los abuelos paternos y los dos pequeños, Luisa María y Esteban José, se quedaron con ella en Bogotá. La situación no fue sencilla para nadie, uno de ellos comenta que allí comenzó “la vida de nómadas”,

un constante abandono de colegios, ciudades y amistades. Darío mientras tanto habitó el Cartucho en Bogotá, barrio conocido por haber sido la olla expendedora de vicio más grande de la ciudad, el hogar de cientos de habitantes de calle, el nicho de la prostitución infantil, la fábrica predilecta de una multiplicidad de drogas y el lugar que presenció las muertes más violentas y decadentes de cientos de personas. El Cartucho era el mismísimo infierno, el noveno círculo y dominio de Satán, que envió a sus diablillos Los Sayayines a gobernar en su ausencia. El joven prodigio de las matemáticas durmió en medio de cartones durante años, sintió el pavimento frío bajo sus muslos tanto tiempo que llegó a sentirlo tibio y acogedor. La calle fue su hogar, las migajas su comida y la droga fue su única compañía. Aunque se supone que de allí nadie salía, Darío lo logró. Con treinta y ocho años, media vida desecha y otra media incierta, Darío, el habitante de calle, quiso volver a intentarlo y buscó de nuevo a Dolores, su Beatriz, para que lo sacara de ese inframundo y le mostrara el camino al Empíreo, el tan prometido cielo.

Ahora Darío Agudelo vive entre lujos y abundancia, y aunque su cuerpo esté limpio y su cama sea acogedora, su mente sigue en las calles al igual que sus hábitos. Es por esto que casi no usa su ropa para no gastarla, ni le gusta comer demasiado, basta con ocho tintos diarios y arroz en el almuerzo. Tampoco tiene cosas preferidas, según él: “Cuando todo hace falta no hay de dónde escoger”. Da las gracias centenares de veces al día, pero tiene los ojos caídos y parece un perrito acongojado, incluso cuando se ríe pareciera que falseara su sonrisa o quizás no le gusta sonreír por su falta de dentadura. Duerme poco en las noches, es usual escucharlo en la madrugada arrastrando los pies que aún recuerdan el descenso que recorrieron. Dice que la culpa no lo deja dormir, siempre habla en pasado, de lo que pudo ser y no fue, de todas las veces que fracasó; es difícil escucharlo refiriéndose a él mismo con algún comentario positivo. A los 67 años, con el cabello blanco cenizo y la piel curtida por el fuego, le pesa la vida. Las horas se le van en la cama queriendo dormir para no pensar. Es solitario, le gusta su silencio, la única voz que le agrada escuchar es la de su viejo radio rojo, compañero de almohada y de desvelos. A veces canta tango y boleros viejos con tanto desconsuelo como si aún le doliera estar tan vivo. En su armario guarda papeles viejos, sobre todo chances, tiene 300 aproximadamente, y así no compre el chance, le gusta pasar a ver los tableros de resultados. También guarda su tesoro más preciado, la foto de su nieto Andrés Camilo en un caballito de madera en la plaza de alguna ciudad. Cada tanto le da besos a esa foto, lo sé porque todos lo escuchamos y la foto está manchada por sus babas.


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EL PALACIO Miguel Correa

| mcorre27@eafit.edu.co

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El Palacio Egipcio es un enigmático edificio en Prado Centro. Es uno de los 266 bienes de interés cultural de la zona. Fernando Estrada lo construyó a principios del siglo XX inspirado en los magníficos templos de Egipto. “Pero sus puertas siempre estarán abiertas para quienes las toquen, en busca de conocimiento y perfeccionamiento, con un espíritu abierto y libre”. Mario Arango Jaramillo.

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e necesitan unos lentes para ver con claridad los misterios del Palacio Egipcio. Hay algo enigmático que se escapa a la mirada más aguda, es necesaria una lupa para rastrear un pasado que se escapa como arena entre las manos. En la antigüedad muchos viajeros cruzaron mares y desiertos rumbo a Egipto en la búsqueda de los misterios de Isis y Osiris. Pero esta vez, la magia del Nilo vino a Medellín y el palacio surge de la tierra mientras todo a su alrededor se convierte en un desierto. En el barrio Prado Centro emerge la casa egipcia Ineni. Un pedazo del mundo de los faraones que contrasta con las casas estilo clásico del sector. No solo es una imponente curiosidad arquitectónica, sino que es una puerta a otra dimensión. Dentro de sus enigmáticos recintos, la mente peregrina al país del Nilo. Su construcción se remonta a principios del siglo xx gracias a un hombre que se interesó por ver más y mejor. Tras la expedición a Egipto en 1911, Fernando Estrada no volvió a ser el mismo. Este empresario de Aguadas tuvo la oportunidad de formarse como astrónomo en París y como optómetra en Alemania y Estados Unidos. A pesar de ser un entusiasta por la ciencia y el conocimiento, la diosa Isis lo sedujo con su hechicería. Fernando recorrió el desierto en la búsqueda de los enigmas, en los que antaño, los emperadores Adriano y Napoleón Bonaparte fueron iniciados. De regreso a Colombia se instaló en Medellín y fundó el primer consultorio optométrico de la ciudad. Se casó con Soledad Estrada con la que tuvo 14 hijos. Inspirado por los templos de Lúxor que visitó en sus viajes, decidió construir su hogar imitando la ma-

jestuosa arquitectura de aquellas edificaciones. En 1928 compró un lote en el entonces nuevo barrio Prado, lugar de residencia de la creciente clase alta de Medellín. Se asesoró con el arquitecto Nel Rodríguez y tras 17 años de construcción, la casa de los sueños del faraón fue terminada siguiendo un patrón de edificación de los santuarios dedicados al dios AmónRa de la dinastía xvii. Se rumorea que el granito del Palacio fue traído directamente desde el desierto de Egipto. El templo de arena, desde la fachada, se divide en dos partes simbólicas. A la izquierda una inmensa torre de características lotiformes da paso a la Galería de la Vida. A la derecha, una puerta decorada con nenúfares invita a la Galería de la Muerte, donde un mausoleo se erige en la terraza. Es un recinto con una energía magnética e inquietante. Cuando no es utilizado para los eventos, el silencio es perturbado por los maullidos de Bastet, el gato que vive en el palacio. El felino sube a la terraza por unas estrechas escaleras, se restriega el cuello y el lomo por unas frondosas plantas de marihuana que crecen junto a un muro. El mausoleo tiene en su parte superior un osario al que es difícil acceder y la torre tiene un acceso oscuro, quizás el más tenebroso de toda la casa. Durante los años veinte, a dos cuadras del hogar de los Estrada, la catedral de Villanueva (Catedral Metropolitana) también se estaba construyendo. Los nombres de Osiris o Ra empezaron a amenazar la consolidada autoridad eclesiástica. En aquel tiempo Medellín era una pequeña ciudad llena de iglesias y curas. Hoy, en 2019, Alberto Montoya Araque vive en este lugar. El barrio ha cambiado mucho desde la muerte de Don Fernando en 1959

y su casa pasó por muchos propietarios hasta que Alberto adquirió el inmueble. Ya no quedan las familias de antes y las calles son cada vez más inseguras. A menudo los habitantes en condición de calle duermen en el pórtico del Palacio y orinan en las columnas con jeroglíficos. Alberto cuenta que vivir allí es una de las experiencias más extremas de su vida, no solo porque vivir en el centro ya tiene cierto grado de complejidad, sino que el palacio es un lugar que parece irreal. “Hace un par de años encontraron en la entrada de este extraordinario pedazo de Egipto a un hombre que había sido violado y asesinado”, recuerda Alberto Montoya. El templo se resiste a desaparecer pero el paso del tiempo ha hecho mella. Algunas de las columnas papiriformes de la entrada se han despicado, caen trocitos de granito del tamaño de piedras que caben en la mano. La fachada ha perdido el color rosado pálido de su juventud y se ha transformado en un gris que parece teñido por hollín. En uno de sus costados, la pared está pintada con un graffiti que apenas se entiende. Si las construcciones de Egipto han pervivido por milenios, parece que este tesoro de Medellín se perderá sin conocer un poquito de eternidad. Ineni significa “princesa hereditaria de noble familia” el nombre con el que Don Fernando bautizó su casa. Un hogar donde las puertas son unas rejas coronadas con el símbolo de Amón (un sol y unas alas). No esconden su interior a nadie, todo lo contrario, invitan a entrar y a conocer su enigma. No parece una casa, tiene todas las características de un santuario al que se entra con solemnidad. La casa puede parecer el resultado de una excentricidad que un adinerado optómetra quiso edificar

en el barrio más acomodado de la ciudad. Sin embargo, cuando Alberto Montoya adquirió el inmueble, hizo un descubrimiento un tanto extraño: en una de las cámaras traseras encontró un pasadizo que conectaba el palacio con una vivienda en la parte posterior. Rumores dicen que en realidad la familia no vivía en el palacio, sino en la casa trasera y que utilizaban el recinto para reuniones extrañas. “Cierto día unos viejitos que hace años vivían acá en Prado, se acercaron de nuevo a las puertas y me decían que de niños se pegaban a las rejas y casi nunca veían personas”. Esto implicó en su tiempo que se propagaran rumores de que Fernando Estrada era masón, e incluso, adorador del diablo. Sin embargo, esto no ha sido confirmado del todo, se desconoce la utilidad de ese pasadizo y hay registros de que la familia efectivamente sí vivió en Ineni, aunque no podemos negar lo insólito del túnel a esa otra vivienda. La masonería actúo discretamente en Medellín. La Iglesia atacó con ferocidad esta doctrina que decían era adoradora del demonio. Que Fernando Estrada fuera masón le causó problemas. En la iglesia de Villanueva, después de cada eucaristía el padre Fernando Gómez Mejía advertía a sus fieles que pasar por la acera del Palacio Egipcio daba excomunión. Cómo debía sentirse doña Soledad en la misa cuando periódicamente decían que en su casa vivía el demonio. Aunque ella y sus hijos eran católicos, su esposo fue un declarado ateo y masón. Don Fernando siempre supo respetar las creencias de su mujer a pesar de ser un miembro de grado 33, el más alto de la logia. El periodista Mario Arango Jaramillo hizo una exhaustiva investigación sobre los masones en Colombia. Gracias a sus investigaciones hoy sabemos


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O DE ARENA que Fernando Estrada comandaba un extraordinario grupo de francmasones en la ciudad y fue uno de los fundadores de la logia Luz de la Montaña, una de las pocas que operó en Medellín. Al ser uno de sus líderes, la casa se convirtió en lugar de reunión para sus compañeros de la masonería que en su mayoría eran miembros de la aristocracia. La adinerada familia Estrada fue la fundadora de la óptica Santa Lucía, una de las más reconocidas del país. Para el centenario de la óptica sacaron un libro que recogía las memorias de la familia en los primeros años de la empresa. En una de sus páginas relata cuando Fernando volvía del trabajo y se sentaba en la sala de su casa y escuchaba Payasos de Ruggero Leoncavallo. Soledad le decía: “Bájale al volumen que puede molestar a los vecinos” a lo que Fernando respondía: “Cómo se van a molestar… es para que aprendan a oír buena música”. Hoy en día no es muy diferente a aquella época, varios vecinos dicen lo mismo del palacio: “No sé qué hacen allá, pero hacen mucho ruido y a veces van hasta disfrazados”. Pocos saben que es sede de la Fundación Visión Planeta Azul en la que Alberto es el director y el Palacio es el principal centro de operaciones. A pesar de ser ingeniero, Alberto fue seducido por el esoterismo. Relata que las siete columnas del pórtico contienen mensajes de sabiduría ancestral tomados de creencias antiguas. Organiza visitas guiadas a diez mil pesos por persona donde enseña toda la simbología ocultista del edificio. Por otro lado, algunas noches la casa se transforma en una discoteca de música electrónica y otros géneros, y el patio interior es teñido del intenso color rojo de los focos. Algo muy curioso son los centenares de jeroglíficos que acompañan el templo. A parte de su finalidad decorativa los glifos tienen un significado. En 2002 una comisión de egiptólogos observó los dibujos en su columnas y frisos. Sin embargo, tuvieron dificultades para traducirlo. “En efecto tienen significado, están

Ilustración: Andrés Zapata | andreszapatamusic@gmail.com grabados con cierta ortografía, pero su traducción no tiene coherencia al menos en lo que conocemos con respecto a Egipto y su historia. El autor utilizó símbolos propios pero les dio un significado totalmente nuevo”. Fernando conocía el significado de cada una de las paredes pero la mayoría de su traducción se la llevó a su tumba. Únicamente su nieto, Sergio Estrada, recuerda que su abuelo le reveló el significado de la inscripción de un muro: “En honor a los faraones de Egipto que con sus obras crearon dioses”.

En su cúspide yacen los restos del primer telescopio astronómico de la ciudad. Sin duda alguna, este fue el lugar favorito de Don Fernando. Hay que superar el vértigo cuando se asciende por las escaleras empinadas que dan a la cúpula principal. Desde arriba la perspectiva de Ineni es abruptamente diferente. El viento se filtra por las grietas del metal y resuena la estructura como voces que hablan en otro idioma, uno antiguo. El viejo telescopio Stockman, la joya del Palacio, ha perdido sus lentes.

Ya no brillan las estrellas en su interior. El óxido ha perforado sus entrañas y algún poeta escribió sus versos en su estructura junto a un graffiti y una dedicatoria de amor. Se necesitan unos lentes para dar claridad al misterio, pero ahora el Palacio está ciego y los enigmas se pierden en un profundo sueño. Se necesita de alquimia para convertir la arena en cristal, pues lentamente el Palacio y su historia regresan al desierto como arena que se escapa entre las manos.


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¿HaSer humanos? Mejorar el PIB, el empleo, los servicios sanitarios, la educación, la equidad de género, la participación política y la industria, así es como muchos países han visto el desarrollo, pero, ¿de qué sirve un aumento de oportunidades si también hay un incremento en las tasas de suicidio?

Juliana Londoño | juliana.londono9@gmail.com |

@letraserena

“L

en una narrativa del “todo ya”, “todo yo” y “todo cambia”. La primera configura una satisfacción contraproducente donde el alcance de un sinnúmero de placeres entorpece la capacidad de disfrutarlos. La segunda y tercera narrativa desintegran la célula familiar, que estaría en potestad de brindar una formación con presencia y contenidos que contrarrestaran la angustia. “Nadie, ni los papás, enseña qué hacer con la tristeza, con la frustración, con un no, con la inmediatez, con la aburrición, ellos tapan y tapan; no somos capaces de esperar y eso debilita demasiado a los humanos”, afirma Miguel. De este modo, se encuentra ausencia afectiva que genera marcas en el infante desde las que elegirá en la adolescencia.

o ha tenido todo” es el aura que acompaña los pasos de Miguel, un joven paisa de 22 años. Estudia en una universidad privada sin necesidad de becas ni ICETEX encima, puede comprar un carro y no tener miedo a chocarlo, no sabe qué es una fila en la EPS, puede degustar comida mediterránea sin ahorrar un centavo o decidir viajar a Italia para que un chef le cocine un plato original. Ha tenido psiquiatra y psicólogo desde los 15 años y hace 7 meses estuvo internado por intento de suicidio. ¿Por qué dejar una vida de oportunidades y arrebatarse el propio aliento? En países africanos como Kenia y Ghana el suicidio, la eutanasia y el suicidio asistido son ilegales. Mientras que en Bélgica las tres modalidades anteriores son legítimas. Dos intervenciones gubernamentales y consecuencias poblacionales opuestas para el mismo asunto, ¿qué es lo que cambia? Las políticas públicas y el discurso subyacente que determina cuáles son los problemas, las causas, sus intervenciones y métodos de evaluación.

Ilustración: Lina Marcela Gómez | lina.gomez18.09@gmail.com

Las políticas públicas sobre asuntos como el desarrollo y la calidad de vida también han evolucionado de acuerdo a las teorías sociales que las nutren. La intervención frente a los objetivos de desarrollo de un país consistía en buscar el crecimiento económico reflejado en la riqueza nacional, dándolo por sentado como valor prioritario. Por esto, los dirigentes concentraban sus estrategias en incrementar el PIB aumentando niveles de industrialización.

el IDH y en el Ranking de Felicidad, “debería” tener uno de los índices más bajos en suicidio. Sorprendentemente tiene una tasa mayor a Níger, el país con los peores puntajes en educación, salud e ingresos. En la nación nórdica, incoherentemente, han aumentado los suicidios por cada 100 mil habitantes desde el 2006 al 2016, aunque su IDH en otros aspectos ha sido creciente desde 1990 hasta 2017 siendo el primero desde 2012.

Sin embargo, se evidenció que el discurso netamente económico tenía consecuencias negativas, como el agotamiento de recursos naturales o la marginalidad, es decir, no reflejaba condiciones de calidad de vida ni de equidad. Por lo que se adoptó el Índice de Desarrollo Humano (IDH) en 1990, propuesto por los nuevos teóricos del desarrollo como Amartya Sen y Martha Nussbaum. Ellos comprenden el desarrollo como expansión de libertades y capacidades para las personas en una multiplicidad de ámbitos que incluyen la salud y la educación; y minimizan desigualdades reflejadas en desempleo, hambrunas, inequidad de género, entre otros. Es así como Estados Unidos aun teniendo el primer puesto en el PIB, llegó a ser el decimosegundo en el IDH.

En vista de lo anterior, es necesario preguntarse: teniendo a Noruega como país “ejemplar” en desarrollo, ¿hacia dónde va Colombia frente a la salud mental, si la tasa de intento de suicidio reportada en Sispro pasó de 1,8 por 100.000 habitantes, en 2009, a 36 por 100.000 habitantes en 2016; y donde, específicamente Medellín, se registró en el 2018 la tasa más alta de mortalidad por suicidio de los últimos 15 años?

El discurso actualizado de desarrollo ha tejido las políticas públicas actuales, entre ellas la de salud mental (SM). La OMS desde el 2018 considera que la SM es un “estado de bienestar en el que la persona realiza sus capacidades y es capaz de hacer frente al estrés normal de la vida, de trabajar de forma productiva y de contribuir a su comunidad”. La ley 1616 de SM de Colombia la define de manera muy similar.

¿Será entonces pertinente proponer un nuevo discurso para asuntos de desarrollo y SM?

Entonces, si un mayor puesto en IDH significa mayor desarrollo en múltiples aspectos humanos como la SM gracias a políticas públicas basadas en capacidades, Noruega, el país con el primer puesto en

Según Juan Carlos Jaramillo, doctor en psicología, las causas de suicidio en Colombia estriban en exclusión, falta de redes de apoyo y de vivir en una “olla a presión”. Como dice Miguel, “Hay que ser de X o Y manera, en X o Y tiempo, esa presión es la que lo lleva a uno a la desesperación”.

Al realizar una lectura minuciosa de las variables que propone Nussbaum, se puede concluir que no hace falta una nueva teoría. Más bien, sin desmeritar su evolución positiva, se trata de alimentar el discurso que aún sigue siendo reducido y superficial. Nussbaum expone que las capacidades son y están combinadas por facultades personales, llamadas capacidades internas y por las opciones del entorno político, económico y social. Las primeras consisten en rasgos y aptitudes como la confianza en sí

mismo, la razón práctica, la afiliación, la capacidad volitiva, de pensamiento y de deseo, entre otras características entrenadas y desarrolladas con interacción social que soportan la agencia y realización activa de otras capacidades del sujeto. Incrementar las oportunidades externas en una sociedad, sin la anterior producción y educación en capacidades internas, es insuficiente para garantizar el despliegue del potencial. Falta una reflexión sobre la importancia de inclusión de políticas que formen al sujeto para hacer reales las opciones exteriores proporcionadas, para “poder poder”. Pero, ¿cómo desarrollar capacidades internas, si la OMS reconoce un tratamiento superficial para las estrategias de prevención y el Ministerio de Salud de Colombia solo cuenta con 1 de 62 estrategias que apuntan al desarrollo de facultades personales en su Plan de Conducta Suicida 2017? Además de la desinformación ya expuesta, existe un discurso social que erosiona la tierra en la que se pretende cultivar el enfoque preventivo. Estamos en un país que se rige bajo la lógica del crecimiento acelerado, liderada por Lauchlin Currie, destacado asesor económico de Colombia. Sus ideas otorgan preferencia a las inversiones que produzcan rendimientos inmediatos para incrementar la productividad creando empleos no agrícolas que aumenten la ocupación, la producción y el consumo, lo cual se traduce en “elevados niveles de vida”. En la misma vía, se interiorizó de tal manera el modelo económico que ha creado humanos capitalizables medidos por sus rendimientos. Convertidos en medios de producción, pierden la posibilidad de desarrollar su humanidad en aras de alcanzar una meta en sí misma deshumanizada, que implica competencia e individualismo desmedido. Según Jaramillo, estamos

Aunque sea la persona la que porta la capacidad de acción, su constitución es familiar, política y social. El sistema de información necesita conciencia crítica desde las individualidades, como Miguel, que hablan a través de sus actos, del suicidio; y desde la academia con estudios de lo humano, de la existencia de trastornos como el “hospitalismo” que demuestran que, aun con los cuidados mínimos, si hay falta de un ser que preste amor al niño, este puede tener un retraso en el desarrollo de su personalidad, de su inteligencia e incluso puede morir por pobreza psíquica. Reconocer la importancia de la crianza con afecto y desarrollo de capacidades como factor protector de la psiquis humana, indudablemente tendrá repercusiones en algunos padres que cambiarán objetos por palabras y en políticas que impondrán espacios educativos centrados en el ser o prolongadas licencias de maternidad, vistas como una inversión y no como un gasto. Propugnar por un discurso que defienda una vida digna de agencia frente a una de satisfacciones implica admitir la propia agencia para ser partícipes de una historia que forme relaciones sociales que hagan que valga la pena vivir. Solo cuando se convierta en sentido común haSer humanos a la par de hacer opciones externas, las intervenciones políticas y sociales marcharán en congruencia. “Ya sabemos que la casa no es suficiente, que hay que PREPARARNOS criando con ‘algo de hambre y de frío’. Para mí, formarte es darte la posibilidad de que pienses, de tener alguien que te escuche, que te permita equivocarte y tomar las riendas de tu vida para que no sea la decisión del suicidio la ocasión para darse cuenta que puedes hacer, que tienes responsabilidad con tu vida, como me pasó a mí”, comenta Miguel. “¿No irá usted a creer que todos esos bípedos que andan por la calle son hombres sólo porque anden derechos y lleven a sus crías nueve meses dentro de sí? Muchos de ellos son peces u ovejas, gusanos o ángeles [...] En cada uno existen las posibilidades de ser hombre; pero sólo cuando las vislumbra, cuando aprende a hacerlas conscientes, por lo menos en parte, estas posibilidades le pertenecen”. –Herman Hesse


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Ilustración: Bagboi fatbagboi@gmail.com

¿Hasta dónde puede llegar la imaginación de nuestros candidatos políticos? Pablo Patiño | pablogp0712@gmail.com |

E

l paisaje de Medellín cambia cada cuatrienio, el valle de las flores se convierte en el valle de las vallas. Llega un tiempo en el cual los vendedores ambulantes ya no ofrecen dulces sino panfletos, los testigos de jehová cambian la entrega de la Atalaya por un Plan de Gobierno, los vallenatos ya no tienen letras de amores y parrandas, sino de votaciones y esperanzas políticas y los habitantes de calle tienen nuevos carteles para cobijarse en la noche. Los carros que descienden por la garganta de Las Palmas, observan a cada lado de la carretera una serie de personas maquilladas y sonrientes, siempre sonrientes, cuyas cabezas gigantes levitan sobre frases sacadas al azar de un sombrero: “todos juntos, solo faltas tú, para ti y para Medellín, la verdadera esperanza, el cambio que merecemos”, etc. (un extenso etc.). Es una ciudad sitiada por la publicidad política, una de tantas, ya que es un fenómeno que se repite en periodo preelectoral desde Leticia hasta el Cabo de la Vela. ¿Qué opciones les quedan a estos que ofrecen propuestas a diestra y siniestra? La exageración de los políticos puede analizarse, siempre, a través de la literatura. En el pequeño pero maravilloso libro El otoño del patriarca o la crisis de la desmesura, su autor, Jaime Mejía Duque, analiza la hipérbole exacerbada y sin límites de la novela homónima de García Márquez; argumenta que lo que pasó en su momento como una de las novedades y puntos fuertes de la novela, es en realidad una debilidad: La hipérbole, al aglomerarse por sobre el límite que la economía de la expresión le fija internamente, se neutraliza en una especie de parálisis del relato… como la pornografía, la hipérbole nace destinada a languidecer pronto en el hastío sin fondo. Nuestra “crisis de la desmesura” es la sobreexposición de las campañas políticas, lo cual ha obligado a buscar nuevas herramientas de convencimiento: la hipérbole de la publicidad política. Sobresalir entre tanta sobreoferta ha requerido siempre en Colombia la exagera-

@pat_patinson

ción y la absurdidad; aunque no olvidemos que el problema está tan expandido por el mundo como el mismísimo deseo de poder —el actual presidente de Estado Unidos en algún momento fue una estrella de reality show—. Colombia cuenta con un registro de candidatos que pensaron que la mejor manera de sobresalir era ser diferentes. No, no diferentes, extravagantes. En las elecciones presidenciales de 1994 —las del infame proceso 8000— la candidata Regina Betancourt o Regina 11 caminó por las calles de Bogotá con una escoba, demostrando su intención de barrer con la clase política. Ya había hecho lo mismo para su campaña al congreso. Era reconocida como una autoproclamada persona mística, para el resto del país: una bruja. Años después frente a su centro de Saurología o Sabiduría Universal Reginista, argumenta que fuerzas del mal le impidieron ganar las elecciones y que ella sabe que sacó tres millones de votos que fueron repartidos entre los demás candidatos. “El Tunjo” o Rodolfo Rincón Sosa, se presentó en el tarjetón de presidente del 2002 vistiendo traje de luces. ¡Toreador, en garde contre la corruption! Sin embargo, los votos se le escurrieron entre la apretada taleguilla. También en ese año Yopal vio nacer una iniciativa que buscaba llegar al concejo, el sórdido Movimiento Machista Casanareño. Liderado por un impresentable Edilberto Barreto Vargas, en cuyos argumentos y conversaciones se podría ver la médula del movimiento. Con voz segura decía a los medios que “el machismo no es la guachada. Al contrario, el machismo es la caballerosidad hecha persona y es que a las mujeres se les puede pegar, pero no muy duro porque se enamoran de uno”. La senadora Maritza Martínez Aristizábal se apareció a los votantes como la encarnación de la virgen en los corazones de piñas que decían su número en el tarjetón. Otros han optado por la campaña de los fantasmas. La defensa de la transparencia motivó a Marlon Monsalve y Estefano Santa Cruz a salir desnudos en pancartas, con el logo del partido como hoja de parra.

Cindy Núñez, candidata a la cámara por el Partido Verde, buscó llamar la atención de los colombianos con canciones invadidas de gemidos: Más orgasmos menos corrupción. Su idea era que nos indignaba más una mujer con su resoplido ahogado que el hálito feroz de la corrupción. Germán Baquero, de Cambio Radical, quería seducir a sus votantes creando las llamadas “Vaqueritas Radicales”, bailando y diciendo su nombre entre los flamencos de los llanos mientras una guitarra interpretaba un llorado. Otro es el caso del actual candidato a la Alcaldía de Medellín Daniel Quintero, que durante su campaña a la Cámara de Representantes en el 2014, en un ejercicio de simple fanfarronería, se lanzó desde un puente de Bogotá a cuarenta metros de altura. “Ojalá la política fuera tan segura como tirarse de un puente”, dijo y luego agregó —por alguna razón—: “Lo que estamos haciendo hoy es un acto simbólico que tiene mucha fuerza, me lanzo por Bogotá, porque estoy seguro de que la base para cambiar la ciudad y el país está en la educación, definitivamente la educación es el camino”. En el video se ve cómo, tras lanzarse, la cuerda de seguridad lo llama hacía arriba, haciéndolo mecer peligrosamente cerca de la estructura baja del puente. Evitó un golpe mortal, pero días después su campaña caería víctima de los golpes mortales de muy pocos votantes. La imaginación de los candidatos no tiene límites. Para ser un trabajo en el cual se busca ayudar a las demás personas, requiere mendigar demasiado para obtener el puesto. Cada cuatro años las ciudades observan el desespero de tantas personas por conseguir una curul, algo que no se come, no se siente, no se vende. Para aquella gran mayoría de personas que nunca hemos ocupado un cargo público solo nos queda pensar que, si el fin justifica los medios, el trabajo de político paga muy bien o esta gente sufre un grave caso de solidaridad adictiva. Y a todo esto, solo es cuestión de tiempo para que compren un huevo en el mercado, lo pongan en agua tibia, lo saquen y comiencen a descascararlo solo para ver que en su blanca órbita se ve la foto de alguien sonriendo, un número marcado con una X y la frase que diga: “Más propuestas, menos huevonadas”.


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Al ritmo del

PAVIMENTO Silvia Natalia Rojas Castro | snrojacs@eafit.edu |

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a representación cultural propia de los pueblos nace y se teje de maneras arduas de explicar. El surgimiento del ballet fue el reclamo que hizo una clase social italiana durante el Renacimiento pidiendo una nueva forma de entretenimiento. Pensar que esta manera de cautivar atravesara el Atlántico para arropar las tradiciones de los pueblos criollos, suena difícil de alcanzar. Los círculos del azar hicieron que no solamente cruzara, sino que adquiriera movimientos y figuras corporales diferentes para representar los mitos y leyendas de una gente a la cual le sobraban historias para contar. Fue entonces cuando los tutús se transformaron en tangas y trapos, los leotardos en ombligueras y las mallas de seda en piel humana. Dichas formas de expresión poco a poco fueron tomando vertientes en otros bailes y vestuarios típicos conformando lo que hoy en día conocemos como danza folclórica, nada más que la tradición del pueblo en el arte de bailar. Desde entonces muchos colombianos han expuesto al ballet floclórico

@natalia.rojasc

como el estilo de vida que los identifica dentro de la sociedad. Santiago Giraldo, de 21 años, se define como una persona introvertida que utiliza la virtud del baile para levantar la cabeza cada vez que se siente pequeño. Empezó a estudiar danza a los seis años en la Casa de la Cultura de Cisneros, Antioquia. Desde pequeño ha tenido la fortuna de contar con el apoyo de sus padres a la hora de perseguir el baile. Ahora se encuentra estudiando Licenciatura en Educación Básica de Danza en la U niversidad de Antioquia, hace parte de la academia de Ballet Folklórico de Antioquia y aspira en unos años convertirse en bailarín profesional dentro de la misma academia. A pesar de que empieza su jornada artística en Cisneros, encuentra a Medellín como el lugar en el que puede desarrollar enteramente su potencial de baile. Los talleres, clases y concursos que promueve la ciudad sirven como incentivo para que más personas como Santiago persigan una vocación artística o la danza como profesión.

No hay demostración menos deformada sobre el carácter del ser humano que la que se hace y se lee sin ningún tipo de traducción.

Cambiaron los pas de deux por los bambucos fandangueados.

“Cuando bailo siento que libero mis verdaderas sensaciones”. –Santiago Giraldo

El traqueteo de los casquillos en las balas del país no les hace perder el ritmo.


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El ballet folclórico expone de una manera diferente las montañas, ritos y costumbres típicas de la cultura colombiana.

Santiago describe la felicidad en cada paso, ensayo, presentación y momento en que realiza la danza.

La danza es especial desde cualquier punto de vista, incluso por el que se mira a través del lente de una cámara.

El cuerpo es como un lienzo en el que convergen la música, la danza y el teatro para hacer arte.

Construir ciudad desde cualquier zapatilla.

Sus escenarios no son las tablas del teatro sino el pavimento de las calles.


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UNA BALLENA Águeda Villa | avillag@eafit.edu.cou |

@aguedavillag

Los días de la ballena es el primer largometraje escrito y dirigido por Catalina Arroyave y narra la violencia de la ciudad de Medellín desde una perspectiva distinta en donde el graffiti, el rap y los gestos sutiles toman protagonismo.

L

a vida de Catalina Arroyave se cuenta por capítulos, como la de casi todo el mundo, pero se describe en amores, como la de pocos. Delgada, crespa y rubia, Catalina camina por las calles del barrio Carlos E. Restrepo y lleva casi siempre un libro en la mano, mientras se dirige a su centro de operaciones, ubicado en el Centro Cultural de la Facultad de Artes de la Universidad de Antioquia. Habla pausado, como recitando poesía; explica las cosas despacio, con calma, como cantando. Para quienes la conocen no es sorpresa que su primer amor serio haya sido la música y que hasta ahora la siga considerando uno de sus amores más serios, aunque lo viva, según ella, como un amor platónico. Algo animal fue el primer proyecto dirigido por Catalina. Corría el año 2012 cuando el proyecto comenzó y aún estaba en la Universidad EAFIT, terminando su pregrado en Comunicación Social y dejando que el área audiovisual se llevara toda su atención, creando, con varios compañeros, una casa gestora de proyectos cinematográficos que llamaron RARA y que continuó realizando muchas más producciones, entre las que estuvieron varios videos promocionales e institucionales a los cuales dieron vida y voz. El guion, después de la música, es su segundo gran amor. Dice que es ese amor que se desprende de la literatura y de la escritura y que las lleva siempre cerca, en un lugar privilegiado. Es ese amor que lo abarca todo; el que le permite construir personajes, tramas, universos, diálogos y conversaciones; es ese amor que le da pero que también le exige, y que, como la música, le pide un ritmo, un acento y distintas sonoridades. “Escribir un guion es hacer una escritura compleja donde hay mucha riqueza: es un intento de combinar lo que más me interesa, que es la creación más típica de lo literario, con la creación musical”, dice Catalina sonriendo, asegurando que para ella ese ha sido el camino correcto. “Lograr un guion es traer los elementos de la música a la escritura… es como crear una partitura”. Después de Algo animal y de participar con otros roles en El truco y otras producciones audiovisuales, en 2019 llegó Los días de la ballena, su primer largometraje como guionista y directora, que habla sobre la violencia de Medellín a través del amor, el graffiti y los gestos

sutiles, como que en algunos sectores algo tan simple como que te saquen la lengua signifique una amenaza. “Antes estuve trabajando como asistente de dirección, como directora de casting y como preparadora de actores. Fueron experiencias que me nutrieron mucho y me fueron aproximando a la dirección. Allí me fui dando cuenta de que yo sí podía hacer lo que hacían los directores; que también quería y tenía ideas para crear nuevos universos”, dice. Dirigir se convirtió para ella en una necesidad. “Si no dirijo, mis visiones nunca van a quedar plasmadas”, pensaba Catalina, consciente de que las decisiones finales siempre se toman por el director. Fue así como comenzó la creación de Los días de la ballena, desde su necesidad y deseo de crear una película en su totalidad para reflejar esa violencia tácita que se vive en Medellín, de la que no todos hablan, pero todos saben que está ahí. “Me dio mucho susto. Sabía que implicaba relacionarme con todas las áreas de la creación y que era una experiencia muy retadora a nivel intelectual, emocional y energético”, cuenta Catalina, haciendo hincapié en la tarea de los directores de dar la cara, asumir decisiones, aceptar críticas y reconocer que una de sus principales responsabilidades es la manera en la que el espectador entiende la película, porque “finalmente el director es quien se hace cargo por un momento de una visión del mundo y es muy difícil, pero muy bello”. Eligió una ballena porque le gustó la idea de un animal improbable en Medellín, una ciudad de montañas. “Es añorar ese animal que es el más grande del mundo, pero que no es agresivo, es maternal y también viaja”, explica Catalina, mientras añade anécdotas de infancia en donde uno de sus tíos, buzo, llevaba a sus primos cada año a ver ballenas y a cuyo viaje ella jamás pudo ir. “Hasta el sol de hoy no conozco ninguna ballena. Pero quise

incluir una, como un elemento poético en la película que hablara del irse y el quedarse; de la relación con la madre, el querer decir algo y que, aunque sea imposible de ignorar, de todas maneras se ignore”. Para Catalina y su equipo de trabajo la ballena es la forma perfecta para representar distintas formas de contar una historia y de abordar la violencia. En una ciudad reconocida internacionalmente por su narcocultura, narrar la violencia desde otras perspectivas es una necesidad. “Quisimos dejar la historia en manos de la poética de lo cotidiano; crear una narrativa desde lo simple que pudiera llevar-


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EN LA CIUDAD

experiencia en Cuba y Argentina. Propiciamos que los actores fueran entendiendo su personaje; que pensaran cómo es su personaje y qué haría; que se apropiaran de cada uno; que lo comprendieran”. Los actores de Los días de la ballena son casi todos actores naturales, a diferencia de Christian Tappan, quien, con más experiencia, venía de trabajar en una serie de televisión y tuvo un proceso distinto con Catalina y el resto del equipo.

Ilustración: Ángela Ruiz | angelam116@gmail.com nos a las emociones del espectador, representando ese tipo de violencia tácita, pero poniendo el acento en otra cosa, como en los mundos interiores de sus personajes, su historia familiar, las relaciones que se construyen… como en una necesidad de desplazar el acento hacia otro lugar”. En esa búsqueda de hacer que Los días de la ballena tuviera una narración distinta, estuvo también la búsqueda de los actores. “Trabajar con ellos fue tal vez para lo que más preparada estaba, porque ya he trabajado antes como directora de actores. Esta vez utilicé técnicas aprendidas de otros maestros, de mi

No es casualidad que la protagonista sea, no solamente mujer, sino además la antítesis del prototipo físico de la mujer de Medellín. “Fue muy difícil encontrar a Laura para hacer el personaje de Cristina. Yo buscaba algo en la mirada, en ella, en su espíritu, que mostrara una dualidad: tenía que ser una mujer frágil, pero también muy fuerte; tenía que ser muy joven, pero al mismo tiempo capaz de tener conversaciones que implicaran una independencia fuerte por parte de su personaje. Todo eso debía estar dentro de esa chica, pero sobre todo, yo quería que tuviera esa complicidad particular; una relación especial con el coprotagonista”, cuenta Catalina, quien se refiere a Laura Tobón como “una fuerza de la naturaleza; una mujer potente”, y quien, al ser guionista en la vida real, supo entenderse muy bien con el resto del equipo y acoplarse al trabajo de la creación del personaje, saliéndose de su papel cotidiano de guionista y de poner a conversar partes distintas de sí misma. “Laura, siendo una mujer muy verdadera, apareció en ese cuerpo antipaisa que buscábamos. Sus tatuajes, su forma de hablar y de sentarse; sus dedos, su carácter, su forma de montar en bicicleta... Ella toda es un síntoma de rebeldía”. La música elegida fueron canciones y no una banda sonora, algo que en el cine contemporáneo cada vez es menos común. Los Árboles, AlcolirycoZ y Doble Porción son algunos de los artistas locales que pueden encontrarse al disfrutar de Los días de la ballena, que ha

sido muy bien recibida en festivales internacionales como el SXSW (South by Southwest) de Texas y que ha viajado a distintos países como Estados Unidos, Argentina, Australia y Alemania, en donde un público muy amplio y diverso ha respondido positivamente. Actualmente Catalina Arroyave se encuentra en etapa de promoción de la película junto a su equipo de trabajo. “Esta etapa es muy difícil, porque una cosa es rodar, escribir y postproducir, que son procesos que ya se han hecho antes, pero promocionar una película y enfrentarse a las dinámicas de las salas de cine, es muy difícil”, dice, y confiesa que demanda mucho tiempo y genera mucha ansiedad. “No sabemos si la gente va a ir a verla, si la película estará ubicada en las salas que funcionan… nunca se sabe. Es un proceso demandante porque a la ballena le gusta que le paren bolas”, concluye riéndose. Catalina no es la única mujer haciendo cine en Medellín. El mismo sendero lo están trazando Daniela Abad, directora de Carta a una sombra y Smiling Lombana; y Laura Mora, directora de Cómo matar a Jesús, producciones audiovisuales bastante comentadas en los últimos años. Tanto Daniela Abad como Laura Mora, junto a Catalina, deben abrirse paso en el medio, recibiendo todavía muchas críticas y comentarios de desconfianza solamente por ser mujeres. Cuando Catalina menciona el susto que le dio dar el salto como directora, dice que le sorprende la inseguridad de muchas mujeres. “Tengo amigas escritoras, comediantes, artistas que admiro y que son buenísimas en lo que hacen y, sin embargo, veo que el miedo no se va nunca; que hace parte de la creación. Creo que cuando ese miedo aparece lo que hay que hacer es entregarse al trabajo creativo y no darle tregua; saber que si uno lo quiere hacer, se tiene que arriesgar; y aquí cae como anillo al dedo la consigna de la película: hay que ser valientes”. Catalina continúa escribiendo, esta vez, un nuevo proyecto audiovisual que va despacio, porque primero quiere terminar este y saber cómo será el ciclo final de la ballena. No se cierra, sin embargo, a escribir literatura. “Me encantaría”, dice. “Por el momento, el cine es lo que me convoca”.


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CON LOS OJOS BIEN

ABIERTOS Juan Esteban Rodríguez | juanrodav@gmail.com |

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uan Camilo Suárez tiene los ojos bien abiertos, pues aunque no puede ver, percibe cada sonido, su altura y timbre, al igual que su dirección. Palpa su entorno con sus manos y, de nuevo, entona un ejercicio de canto, esta vez con el sonido “nio”. —No se te olvide apoyar en el agudo. ¡Eso! Ojo, no me descuidés la nota grave. … Ey ey ey, no me hagás esa cara de viejito arrugado. —Cami, ¿cómo sabes que hice esa cara? —Ah… porque yo sé. Y tampoco me subás los hombros cuando tomás el aire. Con sus ojos bien abiertos, Camilo dicta una clase. Su alumno tiene enfrente a un joven robusto y de cabello castaño claro. El profesor, por el contrario, no sabe de qué color tiene el cabello su estudiante, pero sabe que es inquieto y ansioso. Escucha su respiración y percibe los miedos de su pupilo cuando entona un arpegio de alta dificultad. Él lo ve. Con sus manos siempre adelante, como exploradoras, Camilo se voltea

de manera súbita, al sonar el timbre de su teléfono, se excusa y con un caminado casi de fe atraviesa velozmente la sala, alcanza un mueble, toma su celular y contesta una llamada. —¿Podés venir mejor el martes a las doce y media o una del día? Es que yo tengo que dar una clase de diez a once de la mañana. Eso, sí, mejor… ¡Listo pues mamiiiiii! Desde hace unas semanas, Camilo trabaja en un popurrí de Juan Luis Guerra con otros dos músicos. A sus colegas les parece increíble que él no necesite reproducir cada tema varias veces para que las ideas surjan. Todo lo escucha en su mente y recuerda aquellas veces en que, cuando niño, se emocionaba escuchando “Ojalá que llueva café”. —Cami, dame un mi bemol, por favor, que perdí la tonalidad. Con la exactitud de un piano recién afinado, Camilo comparte un regalo preciado y poco común: su oído absoluto. —Cami, ¿vos cuándo te diste cuenta de que tenías oído absoluto?

@lightmoncoeur

—Te cuento la historia rápido, porque nos tiene que rendir. Yo iba a ser hipoacúsico, o sea, que iba a tener disminución auditiva. Mejor dicho, ¡sordo y ciego! Pero como que todo eso fue una gran mentira. En fin… Resulta que desde los siete años empecé a reconocer notas a oído y un día, en la casa de una amiga de mi mamá, el hermano de ella, que es músico graduado de la de Antioquia, le dijo a mis papás: “Este pelado tiene oído absoluto”. Una cajita de música Juan Camilo tenía solamente cinco meses y medio de gestación cuando llegó al hogar de los Suárez Román, en un momento en el que la pareja planeaba irse al Chocó para hacer trabajo social, diez años después de no tener hijos. Con menos de 24 semanas de gestación, un embrión tiene bajas probabilidades de sobrevivir. Así, Camilo era tan pequeño que cabía en la mano de su madre y su retinopatía del prematuro tuvo como consecuencia la pérdida de su visión. El contacto físico y el diálogo buscaron suplir la percepción. Camilo tuvo en sus padres a los narradores del mundo que

empezaba a conocer y a los cinco años lo acercaron a la música. Una deficiencia motriz podía impedirle la lectura y escritura en braille y a sus padres les recomendaron que aprendiera a tocar piano. Sin maestros capacitados para trabajar con invidentes, fue difícil para los Suárez Román encontrar a Norma Camargo, quien, sin experiencia previa, aceptó el reto. Varios meses casi sin progresos, hicieron que a la maestra se le ocurriera que la madre acompañara al niño en las clases. Él, con su figura de crespos rubios, cachetón y alegre, era una cajita de música: absorbía sonidos y los guardaba para el momento en que debían sonar. Se acercaba, sentía la mano de su mamá en el piano y así decidió tocar. Reproducía lo que la maestra tocaba y fue cuestión de tiempo, para leer y escribir braille. Hubo colegios en que a los Suárez Román les sugirieron mejor un hospital, por la condición de Camilo. La dolorosa búsqueda los llevo hasta el Colegio Divino Salvador en La Estrella. “Lo primero que el niño le dice al rector es: ‘Oíste Johnny, ¿me vas a recibir en tu colegio?’”, recuerda Gloria, la madre. “Ya estás


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Cuando Camilo dice algo jocoso, sube ambos brazos y cierra las manos, se inclina hacia delante, da un pequeño brinco y suelta una carcajada melódica, que concluye con un corto aplauso silencioso, como quien disfruta realmente de una buena broma. Crédito: @eyestoryphoto la Canción en Inglés, y en el 2008, cuando tenía 17 años, me gané el Festival de la Canción Inédita en el Calasanz, con una composición mía: Mis manos. — Cami, yo quiero escuchar esa canción. Mis manos son la flor de primavera que engalana mi jardín Y con ellas en la vida cosas bellas descubrí El dulce sabor de vida, son mi luz, son mi guía Cuando las puedo sentir Son ellas mensajeras de paz y de amistad Cuánto quiero conservarlas, para mi vida alegrar

Fotos: Juan Esteban Rodríguez aquí”, fue la respuesta del rector. En los actos cívicos y presentaciones, en obras de teatro y cumpleaños, en todas partes estaba Camilo con su piano y su voz. Entre Elkin y Gloria se inventaron la forma para que Camilo recordara las fórmulas y ecuaciones para el estudio de Física, Química y Álgrebra, sentados en el piso de una habitación, moviendo zapatos de todas las tallas, de un lado a otro, para despejar variables. Por un cambio de residencia, Camilo se pasó al colegio Calasanz, donde tampoco había experiencia con estudiantes como él, pero fue recibido por sus antecedentes académicos. —Bueno, te felicito por los versos. Está mejor, pero en el coro seguís con los vicios.

—Listo, lo voy a mejorar. Pero, Cami, ¿puedo interrumpirte otra vez? ¿Tú cuándo te enamoraste del canto? — Hmm… El canto… Es otro cuento, otro mundo. Fue en el Calasanz que me apasioné por el canto. Camilo Valencia, el director del grupo de música del colegio, me llamó un día y me dijo: “Siga, cánteme”. Me dió la bienvenida y me dijo que era una alegría tener una persona así como yo. — ¿Y con él fue que te ganaste todos esos concursos? — Sí. Él sembró las bases de lo que soy ahora como músico: la disciplina, la constancia, el poder acompañarme a mí mismo. Fue él también quien me impulsó a componer. En 2007 gané Coros y Conjuntos y también el concurso de UPB, quedé de segundo en el Festival de

Son mis manos mi refugio cuando me quiero expresar Es feliz y, a ratos, músico Camilo Valencia, director del grupo de música del Calasanz, se encontró con un chico superdotado: “Siempre era el primero en llegar a los ensayos y el último en irse y por sus capacidades, aceleraba los procesos de los grupos musicales. No temo en decir que Juan Camilo es mi alumno estrella. El tipo es buen pianista, buen compositor y tiene muchísimos recursos interpretativos. Es alguien que cuando canta, nunca deja de sorprender”, cuenta Valencia. —Cami, cantá un momentico como Alejandro Sanz. —Por un instante, el rompecorazones español hace una aparición en la sala y luego, de repente, desvanece. —Cami, imitá a Gollum. —Durante unos segundos, desde Mordor hace una

visita la criatura codiciosa, cuya voz se suspende en el espacio. —Bueno pues papá, hágale, después molestamos, que se nos va a acabar la clase. Una intérprete en casa En la Universidad EAFIT, Camilo encontró los medios y los profesores que personas como él necesitan para estudiar música. Después de un primer semestre de mucho esfuerzo y buenos resultados, obtuvo una beca del 100 % para seguir el énfasis en canto jazz. No había textos en braille, pero Gloria se dedicó, día y noche, a aprender las formas de notación musical en este sistema. Descifraba la teoría que le asignaban a su hijo, la transcribía y se la enseñaba. El día de su graduación, Camilo recibió una mención de honor y, por el promedio más alto de la universidad, se ganó una beca completa para la maestría de la que se graduó dos años después, como compositor de jazz. Hoy llena su agenda con su grupo The Merenders, el coro de Eafit y el de la Escuela de Artes Débora Arango, además de las clases que dicta. — Cami, ¿vos qué te ves haciendo en unos años? ¿No te parece que tu historia es para una película? “How deep is the ocean? How high is the sky? How far is the journey from here to a star?”, dice la letra de una pieza tocada por The Merenders, en el lanzamiento de su disco Homework, donde se escucha a Camilo, con su voz áspera y dulzona, potente desde la profundidad de su registro, entonar las notas más altas y a las que llega con facilidad; semejantes al camino que este músico ha vivido con sus ojos bien abiertos.


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Poemas póstumos Editado por Miguel Ángel Correa Saldarriaga Si alguna vez llegué a conocer a mi madre fue a través de su escritura. Esta selección de poemas que escribió en su juventud es mi pequeño homenaje. Aunque se haya ido, sus palabras fueron tan grandes y profundas como el océano.

Luz Marina Saldarriaga Amor en el mar Por tus ojos transitan los navíos y se reflejan el pinar y el viento. Tu caricia de amor me ha tocado con dedos de verano sobre mi cuerpo. Navegan los barcos y al mirarlos pienso que algún tiempo te acogerán los veleros pero hoy me colmas de amor profundo con milagro de lecho abisal. Aquí en el mar te amo desesperadamente con el oleaje de tus besos de muerte y la alegría de océanos de ensueño. No me importa que te vayas para siempre marino que tu nombre de espuma se quedará conmigo Hilvanando quimeras con la sal del mar. Llueve Llueve y las gotas poéticas me exaltan mi corazón entristecido siente que lo salpica el agua, y con los ojos fijos en calles desoladas pienso en tu amor que ya no es nada. Llueve sobre mi soledad tan lentamente sobre los árboles gris pesadumbre de sueños Todo es doliente, opaco, frío. Hoy no estás con tus miradas. ¡Oh! milagro de amor que fuiste al comienzo y al fin de mi alborada. Esta tarde de otoño sigilosa, dibujo tu nombre en el agua y no cesa jamás de llover. En la melancolía de los puertos En la melancolía de los puertos busco tu imagen porque fuiste mío. A mi lado llegan y se marchan los marineros en barcos que nunca olvido. Busco tus ojos en los que miran tu boca en los labios que besan, tus manos en las manos extranjeras, tu voz en la pasión de otras promesas. En la melancolía de los puertos no puedo hallar en tí sino tu odio. Por eso cuando parten los navíos y se sumergen los mástiles en el horizonte naufragan mis tesoros en arena de otras playas.

Ilustración: Santiago García ilustrasantiagogarcia@gmail.com

Tu eres mi último barco Tu eres mi último barco y mi primera lágrima y yo el puerto postrero en donde habrás de anclar. seré la capitana de todos tus anhelos, (Luz Marina).


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AUXILIO,

LO MATÉ Eliana Tabares | etabares96@gmail.com |

@elianatabares

E

n febrero de 2014, mientras Alonso salía de su casa a trabajar en el Batallón de Infantería Nº 3 como soldado profesional, cuando estaba bajando las escaleras que de su casa daban a la calle, se le acercaron miembros de la Fiscalía para capturarlo. Lo detenían por los delitos de homicidio agravado, desaparición forzada y concierto para delinquir, es decir, lo capturaban por las ejecuciones extrajudiciales que había cometido diez años antes, cuando hacía parte de un grupo especial que se dedicaba a combatir guerrilleros. Allí debía realizar tareas tácticas como hacer emboscadas, registros, puestos de control y patrullajes en sectores determinados.

ellos solo están autorizados a disparar en caso de que la otra persona esté armada y dispuesta a atentar contra la vida de alguno de ellos. Así que en medio de la incertidumbre, sacaron un arma de uno de los morrales, la pusieron al lado del cadáver para que cuando vinieran a hacerle la inspección técnica pudieran decir que le habían disparado en legítima defensa. Esa noche Óscar no llegó a la casa. Sus hijas se quedaron esperándolo mientras su cuerpo reposaba en la calle junto a un arma que no le pertenecía. *** Meses después, Alonso estaba nuevamente frente a otro juez siendo interrogado por un fiscal, quien estaba solicitando la imputación de cargos por más de diez homicidios que se hicieron pasar por falsos positivos. En su defensa, él solo dijo que algunos los había realizado por orden directa de su comandante y los otros, eran gente realmente mala que hizo pasar por guerrilleros. Alonso reconocía que había realizado malas prácticas en el ejercicio de su cargo, pero en su interior sabía que ninguno de ellos era inocente.

Alonso entró al Ejército en 1999 como soldado profesional y, 8 años más tarde, estaba con 14 de sus compañeros en el norte de Antioquia en un enfrentamiento contra aproximadamente sesenta guerrilleros de las FARC. Mientras tanto, su comandante se comunicaba con ellos por radio, al saber que los guerrilleros los superaban en cantidad, les dijo que se replegaran porque los iban a matar. Al momento de cumplir la orden vieron que le habían dado de baja a uno de sus contrincantes. El debido proceso era esperar a que llegaran miembros del CTI hasta el lugar para hacer la inspección técnica del cadáver, pero sus jefes dijeron que improvisaran una camilla y se lo llevaran hasta el cuartel porque sus vidas corrían peligro si esperaban. Esta historia pasaba por la mente de Alonso mientras escuchaba al fiscal solicitarle a un juez que le impusieran medida de aseguramiento porque representaba un peligro para la sociedad en razón de su cargo. El juez accedió y mientras no se determinara su inocencia, debía estar recluido. En 2004, Óscar vivía en Santa Rosa de Osos, era el padre de dos niñas a las que envidiaban en el colegio porque siempre tenían la mejor ropa y los mejores cuadernos, y cómo no, si su padre todos los días se levantaba muy temprano para ir a trabajar. Su familia pensaba que era mototaxista, pero en el barrio corrían los rumores de que pertenecía a una banda criminal. Un día, mientras Lorena, de ocho años, iba caminando hacia el colegio con su prima de diez, se encontraron a un hombre que se ofreció llevarlas al colegio en su mototaxi. Ellas, inocentes, aceptaron para ahorrarse todo el trayecto que debían recorrer. El mototaxista tomó un desvío, las llevó a una zona no muy transitada, violó a

Ilustración: Mariana Yepes | mariyepesara@gmail.com la menor de ellas y las dejó ir. Cuando llegaron a la casa, Efraín, el padre de Lorena y el mecánico del pueblo, vio cómo por debajo de la falda del uniforme de su hija le corría la sangre por las piernas y le manchaba las medias blancas, la llevó al hospital a punto de morir por la hemorragia. La niña no entendía por qué el señor le había hecho eso si a su parecer su prima era más linda. Al encontrarse con su sobrina, ella le contó que el señor que había abusado de su prima le mandaba a decir que tenía un día para pagarle la plata que le debía, que si no lo hacía, las consecuencias serían peores. Días antes, Efraín había recibido un panfleto en donde le exigían el pago de 15 millones de pesos, pero decidió ignorarlo. Ahora, mientras veía a su hija después de lo que le había pasado, decidió denunciar los hechos.

Con el C.T.I. planearon entregarle el dinero a los agresores: Efraín se contactó con ellos, les dijo que acordaran una hora y un lugar para la entrega. Para este procedimiento se pidió apoyo del Ejército y Alonso fue el encargado de vigilar la entrega. Con un rifle, tenía en la mira al sujeto que mantenía en zozobra a todo el pueblo. Según lo planeado, una vez se hiciera contacto con él, se procedería a capturarlo; pero Alonso se apresuró y prefirió dispararle. No se quería arriesgar a que se les escapara, a que un juez determinara que no era culpable o peor aún, no quería que después de unos años en la cárcel, saliera a seguir delinquiendo como lo hacen la mayoría de los ex convictos. Los que estaban cerca al cuerpo se quedaron paralizados, no entendían por qué Alonso lo había hecho, pues según las reglas de procedimiento,

Ese día lo condenaron a 144 meses de prisión. Pero dos años más tarde se firmaron los acuerdos de paz y con la implementación de estos se creó la Jurisdicción Especial para la Paz, que se encarga de juzgar a las personas que cometieron delitos en el marco del conflicto armado antes del 1 de diciembre de 2016, gracias a esto, Alonso reconoció sus delitos y tuvo la posibilidad de que se redujera exponencialmente su pena. A comienzos de este año, se le dio la orden a todas las unidades del Ejército de aumentar los resultados operacionales, lo que desató el rumor de que Colombia volvería a vivir en la época de las ejecuciones de civiles para hacerlos pasar por guerrilleros muertos en combate. Hoy, desde su casa, Alonso dice que en esa época se cometieron estos delitos porque lo importante para el Ejército eran los resultados operacionales. También dice que, actualmente, sería inviable hablar de “falsos positivos 2.0” porque, aunque les hayan pedido aumentar los resultados, ahora lo más importante son los Derechos Humanos y lo que se busca son capturas y desmovilizaciones de verdaderos integrantes de las guerrillas y bandas criminales, no la muerte de civiles inocentes.


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MI MUERTO LO MATÓ

MI HERMANO Sebastián Garcés | sgarce10@eafit.edu |

@sebas_garces99

Y

o me acuerdo cuando se me apareció mi muerto. Como dos días después del despertar me llegó mi hermano Alejandro a la entrada de la casa. Ojalá descanse en paz esta vez. Antes de que entrara escuché un disparo en la calle y luego me tocaron el timbre. Yo ya estaba muy nervioso porque sabía que alguien me iba a llegar, llevaba más de 40 horas sin dormir y no era capaz de apagar ninguna luz de la casa. Me asomé por el ojo de la puerta y vi al putrefacto de mi hermano muy puto.

pistola y tres proveedores llenos. El patrón era muy querido con los del barrio y se echaba a todos en el bolsillo, por lo que nosotros nunca tuvimos mucho trabajo. La primera vez que vaciamos el cargador fue tratando de cazar una rata y solo logramos dañar la nevera. Yo creo que con la cara de gamines que teníamos Machaca asumió que ya teníamos más de un muerto encima y por eso nunca nos enseñó a disparar. Un día por la tarde el patrón nos avisó que Velandia, uno de sus hermanitos menores y distribuidor del barrio, lo estaba robando. Él ya había encargado que se lo trajeran, nos dijo que no lo iba matar porque apenas eran como 300 mil pesos, pero quería que nosotros lo hiciéramos cagar del susto. Nos dijo que le disparáramos a los pies para ponerlo a bailar o al ladito del oído para aturdirlo, que mientras tanto él lo iba a amenazar y listo. Nosotros no sabíamos ni apuntar y el primer tiro “al ladito del oído” se convirtió en “dentro del cráneo”. No se terminó de enfriar el cuerpo de Velandia cuando el de Alejandro ya regaba sangre por todo el suelo. Machaca le metió seis tiros por matar a su hermanito.

Como nos habían aconsejado en las noticias, ya tenía mi escopeta junto a la puerta cargada y sin seguro para hacerme cargo del problema. Quité todos los pestillos, me cargué la carabina al hombro y abrí despacito la puerta: entró el olor a muerto. Él no me quería matar, pero yo no sabía eso. A diferencia de otros muertos, él no se me tiró encima a desenredarme las venas del cuello, supongo que fue porque siempre fuimos muy unidos. Cuando abrí, las manos me temblaban y se me escapó un tiro que le perforó el abdomen y pintó con entrañas color negro la puerta. Como ellos no pueden hablar porque se les pudrieron las cuerdas vocales, Alejo no me dijo nada y entró sangrando hasta la sala. Él estaba puto, yo lo apreciaba en su expresión: ceño fruncido, ojos achinados, labios encogidos y el cachete derecho le temblaba de vez en cuando. También está el hecho de que la tierra se lo fue comiendo y estaba hecho mierda. Mi muerto se sentó en el sillón de la sala esperando a que yo hiciera lo mismo. Temblando del miedo y de nostalgia, me postré en la sillita frente a él y apuntándole con la escopeta a la cara comenzó la terapia, hace más de 15 años no hablaba con él: — ¿Vos qué hacés acá Alejandro? Los dos sabemos que no tuve nada que ver con eso.

… — Yo no sé qué pasó, no sé por qué se ensañó contra vos.

… — Te juro que yo iba a tomar la responsabilidad pero ese marica no me dejó ni reaccionar.

Ilustración: Fabián Acero Beltrán fabian.acero.beltran@gmail.com *** En la casa nunca hubo mucho dinero, mi papá era el único que trabajaba porque mi mamá se tuvo que quedar cuidándonos y el salario mínimo entre cuatro personas no alcanza. Cuando teníamos más o menos 16 años nos le ofrecimos a “Machaca”, el duro del barrio, y él nos ayudó con trabajito. Al principio nos puso a distribuir los porros ahí en la loma, cada uno en un extremo del barrio nos veníamos caminando ofreciéndole a las neas (que en un barrio como La Cuchilla son la especie más común). Nos andábamos el sector hasta encontrarnos en la mitad de la pendiente y ahí nos hacíamos en la tiendita de Don Joaco: tomando pola y terminando de vender los porros. Nos terminamos acercando mucho a Machaca y nos ascendió a sus guardaespaldas porque los que tenía antes, Mañelo y Huguito, se perdieron en las drogas. Nos dio a mi hermano y a mí de a

Yo me acuerdo cuando se me apareció mi muerto porque no me esperaba a mi hermano. Cuando en las noticias dijeron que los asesinados estaban cazando a los asesinos yo me esperaba a Velandia. Machaca, entre el dolor y el enojo, seguro creyó que fue Alejo porque él siempre fue más torpe que yo, pero el tiro que le sacó el ojo derecho lo hice yo.

*** Después de mi monólogo de insultos y disculpas, Alejandro se paró del sillón, dejó caer su pistola en la mesita de centro y dejando un rastro de sangre sucia de tierra, se dirigió hacia mí, me miró con amor y desdén, luego me tiró un papel arrugado en la cara y salió tambaleándose de la casa. Petrificado, esperé a que saliera por la puerta y cuando dejé de llorar desenvolví el trozo de papel: “Malparido, visitame en mi tumba de vez en cuando”. Se me encogió el corazón y salí corriendo a buscar a mi hermano, pero al salir solo pude ver tirado en la acera el cuerpo putrefacto de Velandia con un cráter en el ojo izquierdo.


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ACEPTARSE MÁRTIR Mateo Orrego López

Por esas casualidades creadas por la autora, es Clarita, la sobrina de Celina, quien aclara la historia, y cuenta la vida de su tía después de que muere, a partir de los apuntes de su diario y otras averiguaciones que hace. En la historia de Celina, desde muy temprana edad, se manifiesta su destino como una mujer incomprendida y sometida a la voluntad de sus seres queridos. Bien sea por malentendidos o por azares de la vida, Celina se ve siempre obligada a alejarse de lo que quiere; y al enfrentar este hecho una y otra vez, termina por resignarse y aceptar ese destino de mártir.

C

reo que no me equivocaría al decir que la mayoría de nosotros, la mayor parte del tiempo, normalizamos lo que pasa en nuestras vidas. Es normal que terminemos el colegio y entremos a la universidad. Es normal que terminemos la universidad y entremos a trabajar. Es normal que viajemos. Es normal que consigamos pareja. Es normal que los días pasen sin gran novedad. Así, poco a poco, vamos perdiendo de vista lo importante que es el hecho de que podamos tomar esas pequeñas decisiones en nuestra vida. La cisterna, de la escritora antioqueña Rocío Vélez de Piedrahita, es la historia de Celina, la menor de cinco hermanos nacidos en el seno de una buena familia de la ciudad; quien por ser la última y por haber nacido a principios del siglo xx en Medellín, no puede tomar ninguna de esas decisiones que nosotros normalizamos, pues ya sea su familia, la sociedad, o ella misma, se lo impiden.

La vida de Celina se torna pues en una constante tensión, uno alcanza a comprender que cada vez que algo le está saliendo bien es porque alguna contrariedad no tardará en ocurrirle. Así, uno también se preocupa por ella, la compadece, y en ciertas ocasiones, llega a odiar a sus hermanos, quizás como lo haría Celina, aunque ella misma no lo diga nunca. Cada vez que sufre, Clarita describe las situaciones de una manera sensible, diciendo cosas cargadas de sentimientos; así es como describe la vida de su tía, por ejemplo: (…) una búsqueda tenaz y horripilante de animal preso que lucha media vida por encontrar un agujero con salida a la independencia, a la libertad y ya vencido, destruido, vegeta la otra mitad, semiinconsciente, flotando lastimeramente en una nube pesada de inhibiciones, dolores, rencores e incomprensiones.

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morrego7@eafit.edu.co

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@mateo.orrego

De esta manera, a través de la voz de Clarita, la autora logra una narración limpia y fluida, en la que se describe solo lo justo y necesario para recrear cada escena, uno no se cansa y pocas veces se distrae. Los diálogos son completamente familiares, evita que los personajes hablen de forma extraña, de forma pomposa, y es así como se puede llegar a oír el acento paisa de cada uno de los familiares que se reúnen a discutir qué van a hacer con Celina. Sumado a estos elementos, casi que con una clarividencia propia de un psicoanalista, Vélez de Piedrahita interpone en la narración algunos de los sueños, o más bien pesadillas, que tiene Celina. Todos son igual de extraños, llenos de símbolos y significados ocultos, pero en cada uno de ellos, uno se siente un poco intérprete de sueños, pues alcanza a comprender qué es lo que representan para ese momento de la vida de la protagonista. La historia de Celina es, finalmente, una historia profundamente triste, el retrato de la sociedad antioqueña de mitad del siglo pasado, en la que muchas mujeres se criaban, en contra de su voluntad, para ser esposas abnegadas y, en algunos casos, como en el de Celina, para ser “la hija pa’l gasto”. Es decir, aquella hija que sí o sí tendría que sacrificar su propia vida con el propósito de satisfacer las necesidades de su familia. La cisterna es el primer libro que conformará la Biblioteca Rocío Vélez de Piedrahita de la Editorial Eafit, que

busca rescatar algunas de las obras más importantes de esta autora. Rocío Velez de Piedrahita nació en Medellín en 1926. Su padre, Gabriel Vélez Isaza, y su madre, Lía Restrepo Mejía, también fueron escritores, y fue gracias a su influencia que Rocío decidió dedicar su vida a las letras. En 1959 publicó su primer libro Entre nos con la Editorial Bedout; fue columnista de El Colombiano y El Mundo y colaboradora de El Magazín Dominical de El Espectador. A parte de su pasión por la escritura también era una apasionada de la música, fue pianista y llegó a presentarse como solista con la Orquesta Sinfónica de Antioquia. Con ellos también realizó durante 15 años los foros didácticos, que ayudaron a enriquecer el panorama cultural de la ciudad. Rocío dejó de escribir en el 2014, a causa de su deteriorada visión; y murió el 28 enero de 2019 a sus 92 años de edad, dejando un legado de más de 15 novelas, entre otras producciones.



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