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La hipótesis de la ciencia

Andrés Vélez Cardona | avcandres1@gmail.com

La página en blanco. Esa es quizá la prueba más grande a la cual se pueden enfrentar quienes se dedican al oficio de escribir. Superarla es de por sí una ciencia efímera y metamórfica a la que solo se le pueden enfrentar los más curiosos del arte, por qué escribir también requiere de su método y de teorías aplicables.

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La volatilidad de las ideas es tan grande y sus variables tan indefinidas que mantenerlas estables es incluso difícil bajo las perfectas condiciones del laboratorio. Hay ideas sólidas que son fáciles de mantener, pero siempre es necesario estar al tanto de su calidad o los experimentos pueden presentar fallas e inconsistencias; hay ideas líquidas, de esas que es necesario mantener siempre en un recipiente en todo momento para poder recoger buenas muestras antes de que se rieguen o se sequen; también son comunes las ideas gaseosas, las más difíciles de mantener, son aquellas que necesitan de especial atención para notar su presencia.

El trabajo del científico, también llamado escritor, es el de tener especial cuidado con las muestras, experimentar con las ideas y entender que algunas no se pueden combinar con otras, o que hay experimentos que pueden fallar o muestras que se deben desechar. Cada idea debe ser tratada con cuidados especiales y si se quiere tener buenos resultados, es esencial hacer otras búsquedas simultaneas e ir hacia otras investigaciones para obtener otros puntos de vista. a una de sus propias herramientas. Y es que esa introducción es necesaria para volver más maleable la mente de los más cerrados, los que no encuentran aportaciones de la literatura al llamado “progreso científico”.

Mientras que la principal tarea de la ciencia es buscarle solución a algunos de los problemas que se le pueden presentar a las sociedades humanas –problemas que varían desde la misma sed inocente de conocimiento hasta facilitar procesos para el progreso –la literatura por su parte es la encargada de imaginarse el mundo con su infinidad de variables.

Es pues necesario comprender que antes de que el hombre se hiciera preguntas primero aprendió a contar historias. Fueron las historias la primera herramienta que realmente puso al hombre en una escala distinta a la del resto de los animales que habitaban en el planeta.

Con las historias, todos los conocimientos, todas las creencias, pudieron transmitirse de generación en generación. Por medio de las historias se marcaban los límites de los territorios y se designaban nombres a las tribus. Eran el pilar del aprendizaje: antes de lanzar una flecha se contaban las proezas que podían realizarse con esta. Con cada historia los métodos iban cambiando y las sociedades iban evolucionando.

La necesidad de contar historias y la homogeneidad de las proezas, llevaron a la búsqueda de nuevas fronteras. Y las acciones de los dioses, que se contaban de boca en boca, llevaron a preguntar si un humano podría dominar tales fuerzas. De los dioses contados nacen las preguntas, de las preguntas, la ciencia.

La hipótesis de la ciencia

Por cada leyenda transmitida surgía una nueva pregunta entre los curiosos. De a poco, las ninfas dejaron de ser la fuente de los conocimientos, un Dios parecía tener las respuestas, pero era celoso con ellas.

Los rapsodas fueron transformándose en improvisadores y de los filósofos –qué hicieron las primeras preguntas –nacieron los científicos. Parecía que la verdad solo podía estar escondida en el mundo tangible de lo natural; el conocimiento parecía bifurcarse en lo tangible y lo fantástico: uno indagaba respuestas probables, el otro imaginaba preguntas inciertas.

Pero ningún camino creado por las manos de los homínidos sapientes puede permanecer por siempre en un solo estado paralelo. En algún punto específico del espacio-tiempo, toda línea puede llegar a converger si se altera la dimensión en que persiste y las pruebas comprobables se encuentran en la historia misma, en el corpus de manuscritos que sobreviven a día de hoy.

Una de las pruebas sobre las infinidades de conexiones entre ambas disciplinas fue aquel Discurso, un tratado que a partir de herramientas literarias se volvió el precursor de la ciencia moderna. El metodista tras este libro da una serie de pasos para encontrar la verdad, llegando a utilizar metáforas anatómicas y físicas para dar a entender su punto. En esa búsqueda por la verdad, llena de preguntas de todos los órdenes –físicos y metafísicos –, aparece aquella proposición cíclica Cogito ergo sum ahora conocida como pienso luego existo. Así, muchos otros escritores han estado en constante conexión con las ciencias naturales y las exactas, cómo la teoría de los colores de Goethe; o las búsquedas del infinito de Borges. También los científicos han incurrido en la literatura como Wilhelm Ostwald, o Stephen Hawking e incluso los matemáticos del movimiento Oulipo. Cada disciplina ha incurrido en la otra, evolucionando el conocimiento en conjunto.

La humanidad también depende de los llamados escritores para dar un paso hacia adelante en su propia evolución tecnológica. Un ejemplo famoso llega con el famoso libro De la tierra a la luna¸ en éste aparece una forma posible de cumplir el sueño de llegar a aquella luna de queso que se posaba en los cielos. 104 años después, como siguiendo las indicaciones de Verne en la construcción de una bala de cañón que perforara el cielo, los primeros hombres lograron dar el gran paso para la humanidad.

La ciencia incurre en métodos exactos que le permiten resolver problemas planteados por la naturaleza –caótica al tiempo que ordenada –del universo. En cambio la literatura se deslinda de esta dimensión y explora los vastos multiversos soñando con mundos que parecen imposibles para el hombre. Mientras sueña, deja una constancia en este mundo terrenal y entre los excursionistas de la disciplina que luego pueden explorar otros caminos que se bifurcan. La ciencia crea al mundo tal y como lo conocemos, mientras que la literatura sueña con las posibilidades y se imagina al mundo tal y como puede llegar a ser.

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