Autorretratos
Detrás de estas fotografías, hay una búsqueda. Una búsqueda por aquellas imágenes que me son ajenas; bien sea porque en cuestiones de tiempo y espacio, no estoy en ellas, y porque al buscarlas y hallarlas, me inquietan. Surge una necesidad de (re) vivirlas, de recordarlas –si es que es posible (re)vivir lo no vivido y rescatar del olvido-. Veo la imagen como un contenedor de emociones, historias, vivencias, y en ella, una contradicción. Como documento, se le impone el corresponder a un tiempo, a una vivencia específica, como garantía de la conservación de la memoria. Sin embargo, ¿qué suceden con aquellas imágenes que son despojadas de toda posibilidad de almacenar datos?, ¿de contener y corresponder a un lugar y a una fecha exacta? Estas imágenes quedan a la deriva y sólo pueden ser recuperadas por el sentir. Es decir, por aquel que quiere sentirlas, sin importarle el hecho al que corresponden, sólo lo que transmiten. Es pues, un cambio en la manera de ver: es el paso del objeto a la imagen. El paso del registro documental a la exploración íntima del relato. La transformación de la imagen de mi padre; el enigma; la historia tras la imagen de aquellas etapas desconocidas para mí, de las cuales sólo me queda el registro de su rostro. Él quiere olvidar y yo recordar.
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