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Carlos Donaire … in memoriam. Editorial
EDITORIAL
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Por S.K. Rhiva
Llegué al Taller de Artes Visuales, TAV, a conocer al Maestro. Mi hijo era su alumno y había insistido.
Era octubre del año 2000 y la primavera se asomaba preguntona en un Santiago irreconocible al que pretendía entender luego del exilio. La instantánea, como la recuerdo, me retrata una estrecha puerta desvencijada y a Carlos Donaire, un gigante de baja de estatura, pálido, con una juiciosa ponchera satisfecha de mostos dialogados, a juego con sus anteojos de carey, la barba larga así como el pelo rebelde que escapaba de su gorra tipo boina. Me estrechó la mano fuerte mientras me miraba con curiosidad. Entramos y me avasalló el trabajo de tantas vidas que tapizaba las paredes y cada rincón del taller. Como un perfecto ignorante en el arte del grabado no se me ocurrió nada más idiota que preguntar: ¿Y cómo se porta el niño? La seriedad del maestro, aunque no la risa de sus ojos, apagó las burlas de los alumnos presentes y atenuó la vergüenza de mi hijo. Es aplicado, veremos cómo articula dijo, y me invitó a un cuarto más privado. Su desordenada oficina a la izquierda de la entrada del taller.
Era un hombre de palabras sencillas pero que se me antojaron
complejas. ¿Aplicado? ¿Articula? Contestó esas preguntas repitiéndome una de sus clases magistrales. Un artista necesita de la sociedad. Siente la necesidad de representarla me explicó, mientras me mostraba uno de sus grabados más antiguos basado en la muerte de un obrero que murió en un accidente laboral y el desconsuelo de su madre.
Claro que está la técnica, la perfección en su aplicación, las influencias de otros artistas y el camino de cada quien, agregó al tiempo que me descubría otros de sus trabajos influenciados por Picasso, el abstraccionismo, la mitología criolla, las articulaciones del cuerpo humano y las góndolas-micros, no las románticas, atestadas de venecianos. Por otro lado está la motivación política añadió, mientras relataba su despido de la Escuela de
Bellas Artes en 1974, la fundación del TAV, su vinculación con la universidad ARCIS y la historia del taller en esta casa de Bellavista, primero arrendada y luego comprada a la Vicaría de la Solidaridad.
El otro elemento es lo que uno siente, concluyó. Según el maestro, en su caso todos estos ingredientes se articularon en su obra como una respuesta al país vinculada a lo comunitario. Hay que hacer lo que uno siente, remachó.
Ante tamaña aseveración no me quedó más que narrarle mi historia hasta que surgieron nuestras coincidencias Escuchó, luego se paró y puso sobre la mesa una selección de sus grabados con la intención de obsequiarme alguno. Me horroricé. Desobedecí al maestro. No acepté. Al final concedió venderme dos de ellos después de que acepté que me regalara un grabado de Allende y la UP realizado por Carlos Hermosilla, que me firmó y dedicó afectuosamente.
Maestro, gracias por esa mañana de octubre en que encontré articulaciones nuevas que ya apuntaban a este octubre de hoy en el que brotan millones de sonrisas que marcan el camino hacia un nuevo orden constitucional.
En este momento veo nubes agitadas en el cielo. Estoy seguro que es usted quien las altera con sus afanes para completar un deseado grabado de fresca lluvia socialista que nos reverdezca.