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ZONA VIP Posada, Rivera y Rockefeller, la ignorancia del poder. Por Sebastían Rojas
ZONA VIP Posada, Rivera y Rockefeller, la ignorancia del poder. Por Sebastián Rojas
Nacido de la latinoamericanidad misma, de la pobreza, del analfabetismo, José Guadalupe Posada, sintetiza en su obra y en su persona toda la tradición y la imaginería religiosa, base del sincretismo cultural que representa a México hoy en día, en Latinoamérica y en el mundo. Aprendió a leer con su hermano mayor, estudió dibujo en la Academia Municipal de Aguas Calientes, su pueblo natal. A sus cortos 16 años de edad, y mientras trabajaba como aprendiz de alfarería y artes gráficas, comenzó a publicar sus primeras caricaturas de crítica sociopolítica de la época, nutriéndose de las imágenes religiosas populares y ancestrales.
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Al dedicarse a la litografía y xilografía comercial, que eran las posibilidades técnicas de impresión de la época, ilustró cantidades de panfletos, pasquines, cajetillas de cerillos, documentos y libros varios. En su vasta obra, recopilación de las creencias y folklore del México obrero, criticó los abusos del gobierno y la explotación del pueblo mediante sus hoy célebres Catrinas y Calacas con versos alusivos a la muerte, en contra de la dictadura de Porfirio Diaz. “La Calavera Garbancera”, el nombre original de la actual “Catrina” es una sátira al facho pobre de la época, a la clase social aspiracional. Los garbanceros eran aquellos indígenas que vendían garbanzos en las calles de la capital a la naciente aristocracia criolla. La calavera garbancera, en un principio, representaba a cualquier personaje que a pesar de su pobreza, ansiaba adquirir la moda francesa renegando de su condición social o étnica.
“En los huesos pero con su sombrero francés con sus plumas de avestruz” que podría ser en alguna medida un equivalente del actual: “antes muerta que sencilla” era la burla gráfico-política, que Guadapule Posada hacía a la aristocracia y a quienes renegaban de sus orígenes.
El aporte de este grabador mexicano, no fue sólo un paso adelante hacia la politización de un pueblo ignorante y analfabeto, si no también el uso del grabado y del diseño gráfico, como herramientas de toma de conciencia de clase; como armas de crítica y lucha social, así como de rescate cultural y búsqueda de la propia identidad latinoamericana.
Periódico de la época revolucionaria (1913) * grabados e ilustraciones de José Guadalupe Posada
Con la intención de satirizar aún más la enajenación de los picados a franchutes, aspirantes a europeos burdos y patéticos; y diciéndonos que a pesar de sus ínfulas burguesas, en la tumba estarán sólo en los huesos, Posada presenta a su “Calavera Garbancera” desnuda y por-
tando únicamente un sombrero francés.
Pese a que generalmente se afirma lo contrario, no alcanzó a ver en vida el triunfo de la revolución mexicana encarnado en Zapata y en Villa. Sin embargo alrededor de tres décadas después, el
ya famoso Diego de Rivera, no sólo le rinde homenaje, reconociéndolo como el prototipo del artista del pueblo y para el pueblo, sino que, en 1947, llega a autodeclararse hijo y heredero de Posada y de La Catrina, a quien incluye en su célebre y monumental mural: “Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central”. Este gigantesco mural, pletórico de signos y simbolismos, es un viaje de unos 400 años a través de la historia de México. La obra suma 150 personajes de la cultura popular mexicana, que incluyen a una indígena que podría ser mexica o náhuatl, aun joven José Martí y a un autorretrato de sí mismo como niño. Su esposa de ese entonces, Frida Kahlo, aparece retratada tomándolo desde atrás y como figura central llevándolo de la mano, cual si fuera su madre. La Catrina, la mujer esqueleto de clase alta, elegantemente vestida con su sombrero francés de plumas de avestruz, símbolo de la hipocre-
sía social, la miseria y la depre-
dación política, quien lleva a su vez del brazo, cual si fuera el padre del Rivera niño, a su creador, al mismísimo José Guadalupe Posada.
Rodeando a La Catrina y a los personajes centrales, se aprecian distintos hitos de la historia de la nación mexicana. A la iz-
quierda del espectador, se representan figuras que van desde la conquista y la colonia, hasta la invasión de Estados Unidos, con retratos de Hernán Cortés y el emperador Maximiliano por ejemplo; y a la derecha, la revolución mexicana y las conquistas proletarias, donde aparecen Porfirio Diaz y Emiliano Zapata. Todos reunidos en un paseo dominical, en la Alameda Central de la Ciudad de México; tal como era la costumbre de la burguesía de la época. Elementos esotéricos, como el símbolo del ying-yang que tiene Frida en la mano y retratos de personajes de la revolución y de la historia, son recurrentes en el muralismo de Rivera, quien cuando pintó esta obra, una de las más importantes de su carrera, ya venía de vuelta de sus múltiples viajes y residencias en
varios países además de España, Rusia y Francia en donde tuvo contacto directo con Picasso y los pintores de Montparnasse.
Pero antes de todo esto, el declararse trotskista, y por otras causas como el uso de simbolismos esotéricos en su obra o por aceptar trabajos en Estados
Unidos, fue expulsado del partido comunista mexicano, del cual era un militante acérrimo.
De todas formas Rivera generaba controversia, en ambos bandos. En 1933 aceptó pintar un mural en el vestíbulo de la entrada de un importante edificio en Nueva York. A raíz de que el recién inaugurado MoMA, en 1931 organiza una muestra de Rivera, el mexicano, se hizo popular en Estados Unidos, convirtiéndose en uno de los pintores favoritos de Nelson Rockefeller y Abby Rockfeller, hijo y esposa de John D. Rockefeller Jr. quien construyó el Rockefeller Center en Nueva York. Cediendo ante la presión del “buen gusto” de estos admiradores, le encargan a Rivera el mural para el vestíbulo del R.C.A. Building “Radio Corporation of America”, edificio art déco, pieza central del complejo Rockefeller Center y emblema del capitalismo, situado en plena Quinta Avenida, una de las calles más famosas del mundo.
“El hombre controlador del universo”, mural 11,45 x 4,8 m. Diego Rivera Nueva York USA- D.F. México 1934.
Diego Rivera pintó allí el mural: “El hombre en la encrucijada o El hombre controlador del universo” En este mural el hombre del siglo XX es representado por un obrero, en la encrucijada del mundo capitalista, en una clara alegoría a la liberación del proletariado oprimido, con el avance desmedido del progreso por un lado, el asedio del fascismo, y de la modernidad por otro.
Extrañamente el proyecto es aprobado, pese a que en el panel izquierdo la sociedad capitalista es representada por Charles Darwin, como directa alusión a la ciencia oficialista imperial británica. También hay una clara alegoría a la religión como opio de los pueblos y a la lucha de clases y la guerra propiciada por el imperialismo depredador y maquinal. En el centro el obrero en la encrucijada que domina los mundos y los universos. A la derecha del espectador, figuran Marx, Trotsky y Engels, así como la representación del Ejército Rojo y la unión de la clase obrera, personificada por los trabajadores en la Plaza Roja de Moscú. Pero, a lo largo de la ejecución de la obra, solapadamente, Rivera tuvo la idea de incluir un retrato de Vladimir Lenin aclamado entre el pueblo.
“Prefiero estar muerto que mutilar mi obra, pero le propongo una salida ecuménica: ¿Por qué no ponemos del otro lado a alguna especie de héroe para Estados Unidos y el mundo capitalista como puede ser Abraham Lincoln?”
Fue lo que le respondió Rivera a un complicado Nelson Rockefe-
ller, que luego de descubrir el rostro del revolucionario ruso en su mural, le solicitó encarecidamente que reemplazara a Lenin por un obrero anónimo antes de inaugurar la obra al público. Al no llegar a acuerdo el escándalo mediático que se generó, fue de antología. Tuvo, además, visos irónicos como las manifestaciones organizadas en Nueva York por Frida Kahlo y Diego Rivera en las que se desfiló con pancartas que ponían: “Larga vida a Lenin”.
Finalmente, Rockefeller tomó el retrato como un insulto personal
y azuzado por la reacción de la prensa sensacionalista de la época y la controversia que suscitó todo el asunto, mandó a cubrir el mural con una lona hasta que, más tarde, en un acto de prepotencia, desprecio e ignorancia, propio de quien detenta el capital y compra un producto, decisión que el mismo artista calificó de “vandalismo cultural” y en un inevitable paralelismo con la historia de La Coatlicue, los Rockefeller mandaron a destruir el mural antes de que viera la luz pública.
Diego Rivera, quien había tenido el buen recaudo de registrar fotográficamente la obra, la rehizo al año siguiente en el Palacio de Bellas Artes de Ciudad de México. En esta nueva versión llamada ahora: “El hombre controlador del universo” se aprecia, al lado derecho, a Lenin entre los obreros, y en el sector izquierdo dedicado al capitalismo, a Rockefeller entre prostitutas y jugadores de casino.
El muralismo actual en Latinoamérica, en el sentido amplio del concepto y como vertiente artística, es en sí mismo, es parte fundamental de la expresión del pueblo y su ambiente natural es el muro, la calle. Por lo mismo, el no casual renacimiento de la xilografía, en plena crisis de la sociedad chilena del siglo XXI o el sincretismo cultural entre Catrinas, Fridas Kahlo, Gladys Marin o Mon Laferte pintadas como beatas populares, que pudimos ver en los muros del centro de Santiago durante el estallido social entre finales de 2019 y co-
mienzos de 2020, son una clara herencia popular de Posada, Kahlo y Rivera que es recogida por toda Latinoamérica.
Tanto la ignorancia del poder, como los simbolismos, las críticas socio-culturales y las encru cijadas en las que se encuentra el ser humano planteadas por estos míticos artistas latinoamericanos
en aquel entonces, están hoy más vigentes que nunca, y nos exigen una reflexión profunda acerca del vandalismo cultural que significa imponer una cultura sobre otra, o la banalización, apropiación y comercialización de las culturas ancestrales, como por ejemplo el uso ignorante de La Catrina por parte de quienes celebran la emulación patética del Halloween gringo, y sobre todo acerca de con qué imágenes y símbolos construiremos, tras este proceso de revolución y de descolonización que vive el continente, el nuevo mundo que nos toca vivir, después de que los monumentos a Valdivia, a Cornelio Saavedra, o a Jaime Guzmán sean derribados.