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LA MECHA. EL «FLORIDA PARK» ENLOSSETENTA. ESTEBAN LANGA

en los setenta El «Florida Park»

CORRENlos años setenta. Germán y Marisol son una pareja feliz. Germán trabaja en una empresa fabricante de maquinaria para la construcción, en la que ocupa el cargo de director comercial, por lo que se ve obligado a viajar con mucha frecuencia por todo el territorio nacional, en visitas periódicas a las delegaciones que conforman la red comercial de la compañía, de las que él es responsable, aparte de los clientes que por su volumen de compra se consideran especiales y visita directamente.

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Aunque a Marisol no le hace feliz tantos viajes de su marido, su confianza en él hace que su cabeza rechace de inmediato cualquier pensamiento sobre posible crecimiento de adornos queratinosos en esta, provocados por las infidelidades que su esposo pudiera cometer al abrigo de esas escapadas.

Sus compañeros, en cambio, son unos golfos; verdaderamente unos puteros. Ella lo sabe, lo mismo que sabe que su Germán no es un vicioso como ellos y resiste cualquier propuesta con la que esos perdularios pudieran tentarle para gozar de aventuras extramatrimoniales.

Cuántas veces le ha relatado Germán las ocasiones en que se ha visto obligado a buscar excusas para escapar al hotel, a usar cualquier pretexto para evitar meterse en terrenos escurridizos tras esas comidas de negocios con clientes o colaboradores, o incluso con sus propios jefes. No, por suerte, Germán no es de esos.

Hoy es su aniversario. Se cumplen tres años de feliz matrimonio y Marisol quiere celebrarlo saliendo a cenar fuera.

Germán propone ir a un restaurante cercano para evitar conducir. Propone ir a La Trainera, que está en Claudio Coello y ellos viven en Ayala, semiesquina a Serrano. El restaurante les pilla muy cerca de casa y pueden ir y volver dando un paseo, pues es comienzo de verano y la temperatura es muy agradable. —No, de eso nada –se niega Marisol–. Nada de La Trainera; hoy elijo yo. —¿Y dónde quieres que vayamos, mi amor? –pregunta solícito Germán.

Vamos a ir un poquito más lejos, pero en un taxi, para que no conduzcas –responde Marisol–. Cuando se lo diga al taxista te enterarás, para que no te puedas echar atrás, que te conozco. Es un sitio que me han recomendado Julián y Elena, que ya sabes que esos dos se conocen todo lo bueno de Madrid, que no paran quietos. Es un sitio al que fueron ellos hace unos días y me lo han recomendado. Sentados ya en el taxi, Marisol indica al conductor: —Al Florida Park; ya sabe usted dónde está, ¿no? —Sí señora, en el Retiro –responde el taxista–. Ya he hecho yo algunos viajes allí. Curioso lugar que en sus orígenes fue una capilla, luego pabellón de cazaGermán trabaja en una y ahora... empresa fabricante de —¡¿Pero qué dices, Marisol?! –exclamaquinaria para la ma Germán saltando como un resorte, construcción, en la interrumpiendo la perorata del taxisque ocupa el cargo de director comercial, ta–. ¿Al Florida Park? ¡No, no! ¡Allí no! ¡No vamos a ir allí! ¡Ni en broma! El taxista se queda parado, obser-por lo que se ve obli- vando a la pareja por el retrovisor, a la gado a viajar con espera del resultado de la discusión mucha frecuencia por que se ha montado. todo el territorio —Pero, ¿por qué? –pregunta sornacional, en visitas periódicas a las deleprendida Marisol–. ¿Por qué no podemos ir allí? ¿Qué te ocurre? — Pues... pues... –balbucea Ger-gaciones que confor- mán–. Creo que es carísimo, además, man la red comercial dicen que allí hay mucho puteo... ya de la compañía, de las sabes... Seguro que está lleno de exque él es responsable. tranjeros y paletos... si es que es un sitio para turistas y horteras... No, no, Marisol, es mejor ir a un restaurante... —Germán, quiero que me lleves a cenar al Florida Park –dice Marisol con una firmeza incontestable–. No vamos a ir a un restaurante por ahí. Quiero conocer el Florida Park. No me digas que es caro porque nos lo podemos permitir. Los turistas, los horteras y el puterío me dan igual. Yo quiero conocer el lugar y ver el espectáculo, que Julián y Elena me han dicho que es buenísimo. He reservado ya mesa y ese es el regalo que me tienes que hacer por nuestro aniversario. —Pero mujer, verás –lo intenta de nuevo Germán–, yo creo que... —Ni pero ni pera, ni mujer ni nada –corta ella fulminantemente–. Al Florida Park –ordena al taxista, que arranca rumbo al Retiro. Germán se encuentra nervioso. Ambos se apean del taxi y al entrar en la sala el portero saluda:

—Buenas noches, don Germán... y compañía –dice con un sospechoso guiño. —Germán, ¿qué es esto? —pregunta Marisol extrañada–. ¿Cómo es que este tipo te conoce? —Verás –contesta él, azorado–. Es que este hombre es el portero del edificio donde tenemos la oficina y por la noche debe trabajar aquí. Ya sabes, supongo que para sacarse unos dinerillos extra.

Marisol, mosqueada ligeramente, entra con Germán. El maître se acerca a ambos y, antes que Marisol mencione la reserva de la mesa, se dirige a Germán. —Buenas noches, don Germán y compañía. Síganme, por favor. Les acomodaré en su mesa de siempre, don Germán, que la tengo libre. Ya sabe usted que siempre... —Pero... pero... —balbucea Marisol–. ¿Esto qué coño es? ¿De qué te conoce este tipo? —Verás, cariño –intenta explicarle Germán–, este es un camarero del restaurante de al lado de la oficina, donde solemos comer los compañeros... aquí se saca un sobresueldo... —Oye, oye –dice Marisol–, esto no me está gustando... —Buenas noches, don Germán –se acerca la cigarrera–. Su Montecristo, como siempre para usted y... ¿cigarrillos para su acompañante? ¿Winston?, ¿Camel?, ¿Kool mentoladito, quizá? —Verás –comienza Germán–. Yo te lo explico. Es que esta es la señora de la limpieza, que por la noche...

Interrumpe entonces el camarero: —Don Germán, su güisquito de malta de aperitivo... y dígame, ¿qué traemos para la bella dama? Mientras tanto, pue-

den ir mirando la carta. Como siempre, tenemos la merluza rellena, como a usted le gusta. —¿Cómo? –exclama Marisol–. ¿Pero esto qué es...? Pero tú... tú… Y cuando Germán comienza a tratar de explicar a Marisol que ese camarero lo es también del restaurante donde come con Esteban Langa Fuentes los compañeros, se escucha por megafonía

Ingeniero de Minas la dedicatoria de la orquesta: —Y ahora, dedicado a uno de nuestros más fieles clientes y gran amigo, don Germán Cepeda, y a su bella acompañante, su canción preferida: Pequeña flor. Y la orquesta ataca con brío acompañando con su son a Estela Raval, la vocalista de Los Cinco Latinos: «Yo arranqué/ del jardín del amor/ una pequeña flor/ que en mi pecho guardé/ talismán...». —¡Hijo de la gran puta! –exclama Marisol. Levantándose de la mesa sale a la calle seguida por el azorado Germán, entrando ambos en el primer taxi de la parada, cuyo conductor saluda a Germán: —¿Qué, don Germán, al hotelito de siempre? Y arranca tomando un rumbo desconocido para Marisol, que comienza a despotricar entre sollozos: —¡Chulo, desgraciado, cabrón! ¡Eres un malnacido! ¡Un hijo de la gran puta! ¡Un golfo de mierda! ¡Un canalla...! En ese momento, el taxista pega un frenazo clavando el coche y, volviéndose hacia Germán, le dice: —¿Qué, don Germán, le saco a la puta del taxi de los pelos? ¡Que esta se le está poniendo muy chula...! •

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